
18 Ya de camino hacia la casa de invitados, las dudas del gigantón afloraron nuevamente y hecho un mar de nervios, entró sin llamar. Era tal el silencio que había que creyó que no había nadie. Cuando ya daba por hecho que Elizabeth no estaba, se la encontró llevando un antifaz y en picardías sobre el colchón. Por un momento pensó que estaba atada de pies y manos a los cuatro esquinas de la cama, pero tras echarla un vistazo más detenidamente comprobó que solo se había amarrado los tobillos mientras sostenía las cuerdas con las manos simulando estar totalmente […]














