Irene se levanta vomitando
El día que íbamos a recibir la visita de su padre, Irene se levantó indispuesta. Al principio no di importancia a sus quejas, pero cuando vomitó el desayuno, me empecé a preocupar por si su profecía se hubiese cumplido y mi favorita estuviera embarazada.
Con la mosca detrás de la oreja, dejé caer que si por casualidad no tenía un retraso.
―Me debía haber bajado hace quince días― contestó en voz baja.
Supe por su tono que estaba jodido.
― ¿Te has hecho la prueba? ― pregunté tratando de mantener la calma.
―Todavía no… quería hablar contigo antes― contestó sin levantar la mirada.
Su actitud temerosa me alertó de que Irene no las tenía todas consigo y que quizás eso tenía mucho que ver con mi falta de entusiasmo sobre el tema.
― ¿Qué te preocupa?
Casi llorando, respondió:
―No sé si es lo que deseas.
La tristeza de su voz al contestar me hizo comprender que esa preciosidad temía que la hiciera abortar y aunque realmente no estaba seguro de ser padre, la idea de acabar con su bebé era algo que no entraba en mi cabeza.
«Debo de decir o hacer algo que termine con sus dudas», pensé.
―Estrella, Ana, ¡venid aquí! ― grité.
Mis otras dos sumisas llegaron de inmediato y viendo que era algo serio, se sentaron en el sofá junto a su matriarca. Mirándolas, comprendí que la belleza de las tres juntas era mas impresionante que la suma de cada una en lo individual. Mis tres mujeres se complementaban y no me imaginaba mi vida sin alguna de ellas.
Meditando sobre ello, comenté:
―He tomado una decisión y quiero hacérosla saber.
―Lo que usted disponga de mí me parece bien― contestó muy nerviosa la mulata, asumiendo que lo que quería comunicarles era relacionado con ella.
Con una sonrisa, la tranquilicé. Fue entonces cuando los miedos que Ana había reprimido respecto a la visita de su padre salieron a flote y llorando me imploró que no la mandara de vuelta con él al pueblo.
―Joder, ¡qué tampoco es eso! ― exclamé molesto por la inseguridad que demostraban mis tres sumisas y cuando digo tres, incluyo a Irene que, aunque no decía nada se la notaba aterrada. Asumiendo que debía empezar para no prolongar su angustia, les dije: ―Desde el principio os he dicho que considero que, junto a mí, formamos una familia y ya que el poliamor no es legal en España, tenemos dos soluciones o llamar a un abogado para que elabore un documento que garantice los derechos de los cuatro o irnos a Brasil que es el único país que reconoce la posibilidad de registrar como pareja de hecho la unión de más de dos personas.
― ¿Nos estás pidiendo que nos casemos contigo? ― comentó Irene casi al borde del infarto.
―No, os estoy pidiendo que os caséis conmigo y entre vosotras. No quiero que un hijo nuestro nazca antes de haber formalizado nuestra unión. Como padre biológico serán incuestionable mis derechos, pero no así los vuestros― y dirigiéndome directamente a ella, le pregunté: ―Si Estrella se quedara embarazada, ¿no decías que el niño sería también tuyo?
―Por supuesto, sería tan mío como tuyo.
―Pues lo mismo para ellas, el hijo que creo que esperas quiero que sea de los cuatro.
― ¡Estas embarazada! ― exclamaron al unísono y con evidente entusiasmo tanto la mulata como su hermana.
―Todavía no es seguro― musitó abochornada.
Llenas de alegría, Estrella y Ana se abalanzaron sobre su matriarca y la llenaron de besos. Dejé que explayaran durante un minuto y cuando consideré que era suficiente, me acerque a ellas y cogiendo a las tres de la cintura, les dije:
―No me importa si es ahora o el mes que viene, quiero que sepáis lo feliz que me haría tener un hijo con vosotras.
La primera en reaccionar fue Irene que completamente entregada a mí, buscó mis besos. La pasión con la que respondí contagió a las otras dos y antes que pudiera Irene pudiera hacer algo por evitarlo, ya la estábamos haciendo el amor. Sin hablar entre nosotros, coordinamos nuestro ataque y mientras mi lengua jugueteaba en el interior de su boca, la mulata deslizaba los tirantes de su vestido y Ana lo dejaba caer al suelo.
Desnuda, indefensa, pero feliz recibió nuestras caricias, pero al sentir que sus pechos eran tomados al asalto por las bocas de sus discípulas, muerta de risa, comentó si no era mejor que siguiéramos en la cama. Asumiendo que ella era la homenajeada, accedí.
Tomándola en mis brazos, la llevé a nuestro cuarto y tras posarla suavemente sobre las sábanas, me tumbé junto a ella mientras Ana y Estrella permanecían sin saber que hacer todavía de pie.
―Venid a mí, esposas mías― ejerciendo de amorosa matriarca las llamó.
La mulata al escuchar el modo en que se había referido a ellas se emocionó y saltando sobre el colchón, la cubrió con sus besos mientras le juraba nuevamente su fidelidad. Su hermana la imitó y viendo que Estrella se había tumbado sobre ella, Ana buscó sitio entre sus piernas.
―Sois malas conmigo― rugió Irene al sentir cuatro manos y dos bocas recorriendo su piel.
Esperé a su lado mientras se acomodaban y al ver que sus discípulas no necesitaban mi ayuda, me desnudé con los gemidos de Irene como música de fondo. Ya sin ropa, me quedé admirando la escena:
«No puede haber nada más bello», me dije viendo que en ese momento la morena mamaba de sus pechos mientras Ana hacía lo mismo con su sexo.
«No solo es lujuria, es mucho más», sentencié convencido que esas caricias eran fruto del amor y acercándome a ellas, me sumergí entre sus brazos.
Mi llegada desencadenó una vorágine entre mis mujeres y haciéndome un hueco, buscamos el placer del que teníamos a nuestro lado sin pensar a quien pertenecía el pecho, el coño o la verga viendo como algo natural disfrutar todos de todos. Así en un momento dado, tuve el pezón de Ana entre mis dientes, Estrella se empalaba con mi miembro mientras usando mis dedos masturbaba a su matriarca.
Fusionando nuestros cuerpos nos convertimos en un solo ser que iba desplazando su atención de uno a otro sin importar quien recibía o daba en ese instante. Aún así me extrañó que Irene y su hermana aprovecharan que Estrella me estaba haciendo una mamada para cuchichear entre ellas y tras llegar a un acuerdo, las vi ponerse un arnés.
Solo caí en sus intenciones cuando entre las dos obligaron a la mulata a levantar su trasero.
― ¿Qué vais a hacer? ― preguntó ésta al ver que llegaban con esos enormes penes.
― ¿Tú que crees? ― muerta de risa, Ana contestó.
Sin darle ocasión de negarse, se tumbó bajo ella y la obligó a ensartarse con la verga de plástico que llevaba adosada a la cintura.
― ¡Es enorme! ― protestó al sentirse llena.
Su matriarca esperó a que el coño de Estrella se acostumbrara a esa invasión y recogiendo parte del flujo que se derramaba por los muslos de la morena, empezó a embadurnar con él su ojete.
―Ama, es demasiado grande para mi culo― comentó su víctima en un intento de evitar lo inevitable.
Obviando sus quejas, Irene aproximó el falo artificial a la morena y preguntó:
― ¿Suave o brutal?
La certeza que nada podía hacer por librarse la hizo contestar:
―Mi ama sabrá.
Al ver que no daba una respuesta clara, la matriarca me miró y yo, soltando una carcajada, repliqué:
―Al principio, fóllatela lentamente pero luego rómpele su negro culo como a ti te gusta que yo te haga.
Sin mediar una palabra, Irene forzó el esfínter de Estrella con parsimonia, milímetro a milímetro. El trasero de la muchacha tardó en absorber la enormidad de su matriarca. Increíblemente, apenas se quejó mientras desde mi posición veía como se hundía en su interior. Al conseguir metérselo por completo, su dueña le preguntó como estaba.
La morena, sonriendo a duras penas, contestó:
―No creo que sea capaz de mover ni las pestañas.
―Por eso no te preocupes, seremos nosotros quien te demos ritmo― dije interviniendo.
Tras lo cual, poniéndome de rodillas sobre el colchón, acerqué mi pene hasta su boca. La exuberante cría hizo un esfuerzo y abriendo sus labios, se dio el lujo de incrustárselo hasta el fondo de la garganta. Irene al comprobar que habíamos conseguido llenar los tres agujeros de la mulata, ordenó a su hermana que comenzara a moverse.
Ana obedeció y con un lento movimiento de caderas, empezó a sacar el pene del coño de la mulata. Queriendo que fuera algo acompasado, esperé a ver que ya con el casi fuera, lo comenzaba a meter para extraer el mío. Justo en el momento en que ya se lo había vuelto a embutir y el glande de plástico chocaba con la pared de su vagina, Irene se echó hacia atrás sacando el que llevaba adosado entre sus piernas. Aguardé a que lo tuviera casi fuera para forzar la garganta de mi mulata con mi verga.
Poco a poco, fuimos acelerando ese asalto sincronizado sobre el culo, coño y boca de nuestra amante, la cual apenas tenía tiempo a respirar entre cada acometida.
―Hagamos que sea inolvidable― musitó excitada en grado sumo su matriarca al advertir que el dolor de la cría había transmutado en placer: ―Acelera, hermanita.
Acatando los deseos de su gemela, Ana incrementó el compás con el que machacaba la vulva de su compañera y siguiendo el ritmo marcado, hundí mi pene en la boca de nuestra amante mientras Irene hacía lo mismo en su trasero.
―Mas rápido― gimió esta última tras comprobar que incapaz de contenerse Estrella estaba a punto de correrse.
Tal y como le pidió, su gemela elevó sin pensar la cadencia de sus caderas hasta llevarla a un extremo que realmente era difícil de mantener. La primera víctima de esa locura fui yo y agarrando la nuca de la morena, descargué en el fondo de su garganta toda la producción de mis huevos.
Estrella nada más catar el sabor de mi semen, se vio sacudida por un intenso orgasmo, pero no por ello dejó de menear su trasero, buscando prolongar su placer y por eso recibió con alegría el primer azote con el que su ama le exigía que siguiera moviéndose.
―Matriarca, agárrese de mis pechos y monte a su potrilla― chilló descompuesta.
Al escuchar su petición, Irene se volvió loca y mientras con una mano, afianzaba su cabalgar pellizcando una de sus tetas, con la otra azuzó a su montura con sonoros manotazos sobre sus nalgas. Ana no quiso quedarse atrás y llevando la boca al seno que le quedaba a la mulata, le regaló con una serie de certeros mordiscos en el pezón.
Pidiendo a gritos que no pararan, Estrella se dejó caer sobre la gemela, mientras su hermana seguía acuchillando sin pausa su ojete. No sé si fue a raíz de sus aullidos o que no soportaron tanto estímulo. pero lo cierto es que contagiándose del momento, Irene y Ana se corrieron de inmediato y totalmente agotadas, casi a la vez sacaron sus miembros de la morena.
Menos cansado que ellas, pude observar la felicidad que lucían sus rostros y dejando que se repusieran, me levanté por un vaso de agua. No había llegado a la puerta, cuando escuché que Ana me pedía que no tardara en volver.
― ¿Qué quieres? ― pregunté viendo que se estaba quitando el arnés y que se lo daba a Estrella.
Muerta de risa, la muy zorra contestó:
―Que mi amo y mi matriarca sean justos con su zorrita y que, junto a mi compañera, ¡me den el mismo tratamiento!
La mulata no esperó mi respuesta y afianzando el enorme tronco a sus caderas, se lo hundió hasta el fondo. Irene al verlo, sonriendo, me soltó:
―No se preocupe si tarda, nosotras nos ocupamos de que no se enfríe su zorrita.
Descojonado por el descaro de la preciosa morena y por la putería de las dos gemelas, decidí cambiar el agua por unas cervezas y saliendo del cuarto, me fui a la cocina.
Estaba abriendo la nevera cuando escuché mi móvil y sin reconocer el número, contesté. Era la madre de Irene y Ana quien quería hablar conmigo. Al presentarse, inconscientemente me puse en alerta, temiendo quizás que el motivo de su llamada fuera avisarme de la actitud agresiva con la que venía su marido y por eso respiré cuando la buena mujer me comentó que esa noche serían tres los invitados.
―No se preocupe, tenemos comida de sobra― respondí quitando hierro al asunto.
Tras colgar y con un six de Mahou bajo al brazo volví a la habitación donde me encontré que, cumpliendo con su oferta, Irene se estaba follando a su hermana mientras Estrella la sodomizaba.
La llamada de mi suegra me había bajado la libido y por eso sentándome a un lado, abrí una lata mientras lanzaba la pregunta:
― ¿Quién coño es Aurora?
Irene contestó:
―La vecina de al lado de mis padres y su mejor amiga.
Me pareció extraño el que quisieran compartir con ella la noche en que me iban a conocer y por eso mientras ponía mi pene a disposición de Ana, comenté que esa mujer acompañaría a sus padres en la cena.
Para mi sorpresa, las dos hermanas se alegraron con la noticia y mientras Irene seguía follándosela, Ana me aclaró que Aurora era como su tía. Soltera y sin familia, se pasaba todos los días por el piso de sus viejos e incluso los acompañaba en los viajes familiares.
Sin nada que opinar y viendo que mi instrumento había despertado, se lo metí en la boca a Ana. Riendo a carcajada limpia, la mulata me soltó:
―Amo, va a tener que hacerlo más a menudo. Es la primera vez que disfruto de esta parlanchina sin tener que soportar su conversación. ¿No le parece increíble?
―Tienes razón― repliqué forzando su garganta― es raro que se haya quedado callada, ¿le ocurrirá algo?
Siguiendo con la guasa, Irene comentó:
―Realmente es extraño, fíjese ni siquiera se queja si le doy un pellizco.
―A ver con un azote― insistió Estrella.
Nuestra fiel zorrita debía llevar mucha presión acumulada porque al sentir el manotazo sobre sus ancas, no pudo resistir más y colapsando ante mis ojos, se corrió.
Al comprobar que su hermana había recibido su dosis de placer, Irene comentó a la mulata:
―Date prisa, tenemos muchas cosas que hacer antes que lleguen mis padres.
Con una sonrisa de oreja a oreja, la preciosa morena contestó mientras hundía por ultima vez el enorme pene en el ojete de la rubia:
―Por mí lo dejamos, no creo que este diminuto y blanco culo de más de sí.
Indignada por el modo en que se había referido a su trasero, Ana me miró buscando mi ayuda, pero lejos de recibir mi apoyo, tuvo que aguantar oír que respondía a su compañera:
―Pequeño sí que es, pero blanco no. ¡Se lo has dejado completamente rojo!
Defendiendo su trasero, la rubia replicó a Estrella:
―Prefiero un culo estrecho a uno gordo y grasiento como el tuyo.
Temiendo que la broma terminara mal, Irene medió entre ellas diciendo:
―No permito que habléis mal de vuestros traseros, sobre todo porque no os pertenecen. ¡Son de vuestro dueño! Y si él os ha elegido, será porque le gustan.
Lejos de cortarse por la reprimenda, la mulata contestó con una sonrisa a su matriarca:
―Señora, perdóneme. Estaba bromeando, me encanta su pandero. Es enano y lechoso pero precioso.
Ana tampoco se quedó atrás y mirando directamente a la gemela, contratacó:
―Gracias. A mí también me gusta su culo oscuro y desparramado. Es más, me enloquece ver como nuestro amo es capaz de cabalgar algo tan grande.
Interviniendo, comenté:
―Irene, ¿no te parece que ambas necesitan un correctivo?
Con tono cabreado, me preguntó en que había pensado.
―Poca cosa, veinte azotes a cada una y como le gusta tanto a una el trasero de la otra, ¡que se los den entre ellas!…