
Eran más de las once y Jimena y yo todavía seguíamos en la cama. Habiendo olvidado que éramos suegro y nuera, nos habíamos dejado llevar por nuestra pasión y por eso cuando Manolo me llamó, ella seguía entre mis brazos. Ese amigo que era a la vez el psiquiatra de Jimena estaba preocupado por si había tomado alguna decisión. Un tanto cortado le respondí que en ese momento no podía hablar. Para los que no habéis leído la primera parte de este relato debéis saber que con anterioridad a nuestro desliz, me había avisado del difícil equilibrio mental de […]