Tras ese primer escarceo, no pudimos seguir ya que el oleaje que nos encontramos al salir a mar abierto fue tan intenso que no nos quedó otra que sentarnos y abrochar nuestros cinturones mientras Ricardo se lo pasaba en grande tras el timón. Inexperto en cuestión de navegación, me tranquilizó observar que su hermana no estaba preocupada y por eso la creí cuando comentó que, en cuanto pasáramos Costa Teguise, todo volvería a la normalidad. Aun así, no respiré hasta que las olas disminuyeron de tamaño y el yate dejó de saltar.

            ― ¿Quién quiere ir a tomar el sol a cubierta? ― Elisa preguntó haciéndonos ver que ese incordio había pasado.

            Tanto mi prima como Isabel aceptaron la oferta y junto a ella, desaparecieron dejándome solo con el maromo aquel.

            ― ¿Te apetece una cerveza? – dije rompiendo el silencio que se había instalado al irse ellas.

―Una no, varias― respondió luciendo una sonrisa.

Al abrir las primeras dos latas y darle una de ellas, se la bebió de un trago, por lo que tuve que darle la mía e ir por otra. Ya de vuelta, me senté junto a él con la intención de darle conversación, pero jamás sospeché que lo aprovechara para comentarme que su hermana apenas tenía vida social y que era la primera vez que invitaba a alguien al yate.

―Debió ver algo en vosotros que no alcanzo a intuir. No estoy diciendo que no estés bueno o que las chavalas con las que vas sean dos cardos. Al contrario, creo que formáis un grupo muy atractivo―  comentó para rápidamente tratarlo de arreglar.

―Sé por qué lo dices. La verdad es que yo tampoco lo entiendo y más cuando fue ella la que me entró.

Tal afirmación, le intrigó y quiso que me extendiera en cómo había sido. Un tanto temeroso por lo que pudiera decir, le conté la travesura que había obligado hacer a Isabel y que su hermana debió de ser testigo de ella, porque en cuanto se fueron al baño, me dio su teléfono diciendo que quería participar en nuestros juegos. Después de meditar durante unos segundos la información que le había dado, el enorme adonis comentó con amargura:

―Debí darme cuenta de lo necesitada que estaba antes de que viniera un extraño y me lo dijera.

―Perdona, pero no comprendo a qué te refieres. Elisa me parece un bellezón que tiene claro lo que desea.

―Ahora que sé lo que ha visto en vosotros, comprendo por qué apenas ha tenido parejas y por qué las pocas con las que ha salido, da igual que fuera un hombre o una mujer, terminaban aburriéndola.    

―Te juro que me he perdido…― reconocí.

Exprimiendo la segunda cerveza, me contó:

―Se cansaba de ellas porque solo saciaban la mitad de sus necesidades y al ver cómo disfrutabais en el restaurante, al fin comprendió que su futuro estaba en el poliamor. Mi hermana necesita el amor y las caricias de ambos sexos… y vosotros podéis darles ambas cosas.

―Yo no lo tengo tan claro. Creo que solo le apetecía el darse un revolcón.

―Te equivocas― insistió y señalando donde supuestamente estaban tomando el sol, añadió: ― porque si fuera así, ya va por el segundo.

Al mirar hacia ellas, vi que no habían perdido el tiempo y que, aprovechando la calma, se habían lanzado a una lujuria ordenada, ya que mientras María tenía la cara hundida entre las piernas de Elisa, ésta se lo comía a Isabel y cerrando el círculo, la morena hacía lo propio con mi prima.

―Fíjate… tras entregarse a ti como hetero, ha sentido la urgencia de satisfacer su vertiente lésbica― sonriendo comentó mientras se levantaba por más cervezas.

Sintiéndome un sucio voyeur, la espié amándolas y no me costó advertir la felicidad que lucía en la cara esa pelirroja mientras mimaba a una mujer y era mimada por otra. «Se siente en la gloria», medité dando cierta verosimilitud a lo que su hermano me había dicho. Lo que realmente me terminó de convencer de que Ricardo tenía razón fue cuando tras alcanzar un par de orgasmos con mis “niñas”, las dejara descansando al sol y acercándose, se sentara sobre mis rodillas y radiando de alegría, me dijera:

―Mi amor, tienes dos novias aún más putas que yo.

Su hermano al verla sobre mí, comprendió que sobraba y cediendo el timón a Elisa, fue a tostarse al sol.

― ¿Has hablado con él respecto a María? ― me preguntó.

―No, nos hemos pasado el tiempo charlando sobre ti― reconocí.

― ¡Espero que bien! ― riendo exclamó mientras aceleraba el yate.

Confieso que había sacado el tema para conocerla mejor y por eso, me resultó raro que no preguntara más.

―A tu “brother”, le extrañaba que nos hubieras invitado cuando siempre te has mostrado muy reticente a traer gente aquí― insistí.

―Vosotros sois diferentes― respondió sin mirar.

Que me rehuyera la mirada, me confirmó que algo escondía y queriendo averiguar sus motivos, volví a la carga:

― ¿Diferentes? ¿En qué? Siento que somos muy normales.

Asumiendo que no iba a dejar de darle la tabarra, se giró diciendo:

―Me gustó el modo en que disfrutabais y vuelta falta de prejuicios. Toda la gente que conozco ha visto en mí a una chequera andante. En cambio, cuando quedasteis conmigo, no sabíais que estaba forrada y creísteis que era camarera.

 ―En eso tienes razón, pero piensa que a nadie le amarga un dulce y que nos guiamos por tu estupendo culo― repliqué riendo.

―Ves, a eso me refiero. Normalmente, si le entro a un hombre o a una mujer como os entré a vosotros, salen huyendo pensando que estoy loca.

No pude evitar soltar una carcajada al oírla:

―Loca, ¡sí que estás! A nadie se le ocurre el involucrarse con un trío y menos ofrecerse a participar en un cuarteto.

―No pude evitarlo al ver como las tratabas y tu falta de celos cuando jugaban entre ellas― confesó removiéndose incómoda.

―Te equivocas cuando dices que no soy celoso. Lo soy y me encabronaría mucho enterarme que se han acostado con otro, pero no entre ellas. Piensa que, para mí, sería tener celos en mi mano derecha por lo que haga la izquierda.

Mis palabras la hicieron pensar y tras analizar lo que había dicho, me preguntó porque la habíamos aceptado:

―Fue una decisión consensuada por los tres. Si María o Isabel hubiesen puesto alguna traba, te hubiésemos dejado plantada.

― ¿Entonces no se lo impusiste?

―Para nada. Por menos, María me mandaría a la mierda.

Casi tartamudeando, preguntó si las quería o solo eran un pasatiempo. Me tomé unos segundos en contestar:

―A mi prima la amo con locura y a Isabel todavía no, pero no dudo que así será porque me encanta su forma de ser, su desparpajo al hacer el amor y el cariño que nos demuestra.

Vi que la sinceridad de mi respuesta la había impactado y por eso no me chocó que se quedara callada mientras meditaba. Tras casi un minuto en silencio, me soltó si pensaba que algún día también podríamos los tres quererla. No fui yo quien la contestó, sino María y es que desde la puerta había seguido la conversación:

―Por lo poco que te conozco sé que podríamos encajar, pero está el problema de la distancia. No me gustaría enamorarme de alguien con el que no pueda compartir el día a día.

Comprendiendo que era algo a futuro y que de nada servía reconcomernos con ello, cambié de tema y pregunté a la pelirroja cuanto faltaba para llegar. Sé que Elisa agradeció el cambio de tercio cuando sonriendo contestó que en media hora llegaríamos a la cala de la que nos había hablado. Siendo el único que había permanecido en la sombra, les dije que me iba a tomar el sol dejándolas solas. Al llegar a cubierta, Isabel abrió los ojos y regalándome una sonrisa, comentó lo mucho que le gustaba la última adquisición de su amo. En su tono, descubrí que quería decirme algo más de esa joven, pero que no se atrevía.

― ¿Qué te pasa? ― pregunté.

―Tengo miedo que me dejéis por ella. Además de guapa y simpática, está podrida de dinero.

―Cariño, eso nunca ocurrirá. Cuando te invitamos a venir, no las tenía todas conmigo, pero ahora sé que es lo mejor que hemos hecho― respondí y pasando la mano por su pecho, me permití el lujo de acariciarla antes de añadir: ― ¿Dónde iba a encontrar una joya tan bella y sumisa como tú?

La ternura de mi tono y esa caricia la derrotaron y con lágrimas en los ojos, me rogó que la amara. Conociendo sus inclinaciones, decidí complacerla de otro modo y mirando al gigantón que nos observaba, le pedí si podía sustituir a su hermana y decirle que la necesitaba.

―Por supuesto― respondió sin hacer más preguntas y levantándose, la llamó.

La pelirroja llegó cargando un cubo con cervezas heladas y acompañada de María. Tras pedirle que me abriera una, comenté:

―Me has pedido conocernos mejor. Hay algo que no sabes y que debes saber― tras lo cual ordené con tono duro a la morena que se masturbara.

Totalmente sonrojada, Isabel la miró y sin protestar, sacó el bronceador y comenzó a untárselo en los pechos mientras aprovechaba para pellizcárselos.

― Las órdenes de mi señor son mis deseos― murmuró revelando su verdadera naturaleza.

Mi prima debió comprender mis intenciones porque hurgando en su bolso, cogió un consolador y dándoselo a la chavala, le exigió que lo usara.

―Así lo haré, mi adorada ama― tomándolo en sus manos, respondió y sin necesidad de que la tuviésemos que guiar más, se lo incrustó en el coño.

Sin llegarse a reponer de la sorpresa, Elisa se quedó observando que apenas hacíamos caso a la morena mientras buscaba el placer y creyendo que debía ayudarla, se puso a acariciarla.

―No intervengas. No te necesita, ella es feliz siendo nuestra sumisa― le dije.

A regañadientes, la pelirroja se alejó y descorchando una cerveza, se la bebió de un trago mientras en cubierta comenzaban a oírse los primeros gemidos de la morena. Supe que jamás había sido testigo de ese tipo de entrega y que se estaba excitando cuando contemplé que cerraba las piernas en un intento de calmar su calentura. María tan bien lo vio, pero en su caso quiso saber los límites de la pelirroja y mirándola a los ojos, señaló:

―Si te pone cachonda verlo, más te pondrá a hacerlo― y dando un salto al vacío, ordenó a la dueña del yate que nos complaciera imitando a la morena.

Durante unos segundos, luchó contra la vergüenza hasta que su lujuria pudo más. Quitándole el bronceador a Isabel, se despatarró ante nosotros y comenzó a acariciarse mientras se embadurnaba.

― ¡Dios! ¡Qué bruta estoy! ― suspiró mientras hundía dos dedos en su vulva.

Echando un órdago a la grande, mi prima le ordenó que no hablara hasta que se fuera a correr porque no nos interesaba lo que pudiera sentir una zorra como ella. Juro que creí que se había pasado y que la pelirroja se levantaría indignada, pero en vez de hacerlo asintió incrementando la velocidad y profundidad de sus yemas.

―Estás zumbada, podía haberse mosqueado― murmuré a la rubia mientras las dos jóvenes se retorcían en cubierta.

―Tenía que hacerlo, para que esta putita supiera lo que puede esperar de nosotros― respondió justo en el momento en que notamos que Ricardo apagaba el motor.

No supe qué coño decir cuando el gigantón llegó a cubierta y se encontró a su hermana y a Isabel masturbándose. Afortunadamente tras echarles una ojeada, no dio importancia al hecho y me pidió que le ayudara echando el ancla. Cortado hasta decir basta, esperé a que abriera el compartimiento y la tirara al mar.

―Ahora, mientras me ocupo de preparar el bote neumático, comprueba que ha quedado firme y que el barco no se desplaza.

Temiendo no reconocer si se arrastraba me quedé mirando cómo se tensaba la cadena hasta hacer tope y solo cuando verifiqué que no nos movíamos, me quedé tranquilo y volví con las mujeres. Llegué a tiempo de oír a Elisa pidiendo permiso para correrse:

―Te faltan todavía cinco minutos para poder hacerlo― se lo prohibió María mientras sacaba el consolador de Isabel y se lo metía a la pelirroja.

Nuestra sumisa vio llegado su momento y sabiendo que no nos íbamos a oponer, colaboró en la tortura de la ricachona sacando y volviéndoselo a incrustar.

― ¡Por favor! ― chilló la joven al sentir que no podría retener el placer con el ritmo que le estaba marcando la morena.

―Cuantos más aguantes, mayor será tu recompensa― le aconsejó ésta sin dejarla descansar.

De pie frente a ella, observé que se mordía los labios buscando no sucumbir hasta que un geiser brotó de su coño llenando de flujo la cara de Isabel. Nuestra sumisa se echó a reír al ver la forma en que se corría y acercando la boca al chorro que emergía de su interior, se puso a saborearlo. Elisa al sentir la lengua de la morena recolectando su esencia, se volvió loca y ya sin reparo alguno, comenzó a gritar de placer sin importarle la presencia de su hermano. Este, descojonado, únicamente comentó lo mucho que nos iba a echar de menos la pelirroja cuando tuviésemos que volver a Asturias mientras nuevamente me pedía ayuda para bajar las cervezas y demás viandas al bote.

Tal y como nos había contado, la cala resultó un paraíso apenas poblado y es que al desembarcar los únicos presentes resultaron ser una pareja de alemanes, amigos de Ricardo. Por ello, no vi nada raro en que tras presentárnoslo el hombretón se fuera con ellos, dejándome a solas con las tres. Curiosamente, Elisa se comportó meditabunda desde que llegamos y pensando en que necesitaba exteriorizar lo que había experimentado, directamente le pregunté cómo se sentía.

            ―No entiendo lo que me ha pasado. Nunca me he considerado una sumisa, pero me ha encantado sentirme en manos de María― musitó casi a punto de llorar. Dejando que se explayara, me contó que estaba avergonzada por su comportamiento.

            ― ¿Te sentirías mejor si durante unas horas soy yo quien se dedica a ti como tu siervo? ― susurré en su oído: ―Piensa que, entre nosotros, los papeles fluctúan dependiendo del momento. Unas veces el sumiso se vuelve dominante, y el dominante sumiso.

            ― ¿Harías eso por mí? ― preguntó sin llegárselo a creer.

            ―Este esclavo está esperando sus órdenes, preciosa ama― respondí poniéndome a sus pies.

            Llena de estupor, me miró postrado y sin saber cómo debía comportarse, salió corriendo hacia el agua. Viendo el bamboleo de sus pechos y la sonrisa que llevaba supe que, aunque necesitaría tiempo para hacerse a la idea, tarde o temprano querría comprobar mi oferta.

            ―Esta nena no sabe en la que se está metiendo― sonriendo comentó María desde su toalla: ―A este paso no va a poder evitar enamorarse de nosotros.

            La rubia se percató de que no la creía y desternillada, ordenó a Isabel que la acompañara a la orilla. La morenita no puso objeción alguna y quitándose la parte de arriba del bikini, salió corriendo tras ella. Mientras las veía marchar, me puse a meditar sobre la oferta que esa pelirroja me había hecho de que su hermano se casara con mi prima. La solución parecía factible. No en vano no solo solucionaba el problema de Ricardo sino también el nuestro, ya que nadie podría en duda que María se hubiese dado un revolcón con un tipo tan impresionante. Pensando en ello, decidí preguntar al maromo si estaría dispuesto a servirnos de paripé y levantándome de la arena, me fui donde estaba. El hombretón algo debía de olerse porque al verme llegar, dejó a sus amigos y se acercó a mí.

            ―Por lo que intuyo, mi hermanita te ha hablado de nuestros problemas con el dichoso testamento.

            ―Algo me ha comentado, pero quería saber qué opinabas tú.

            ―Personalmente, me parecía una locura que se casara contigo sin apenas conocerte, pero ahora no sé qué decir viendo lo entusiasmada que está con vosotros.

            ― ¿De qué hablas? ¿No eras tú al que la abuela le obligaba a encontrar pareja?

            Por un breve instante, se quedó callado y entonces soltando una carcajada, respondió:

            ― ¡La bruja nos lo exige a los dos! Pero por lo que veo, no te ha dicho nada al respecto.

―Se lo guardó bien guardado, la lianta de tu hermanita― respondí y ya en faena decidí explicarle todo: ―No sé si sabes que he dejado embarazada a mi prima y que estamos buscando a alguien que nos sirva para tapar el escándalo que eso provocará en la familia. Cuando Elisa se enteró, me habló de tu problema, pero no del suyo y aunque nosotros solo buscábamos alguien con el que inventarnos un rollete de verano, ella propuso que te casaras con María.

            El obús fue de tal dimensión que tardó en asimilar y bastante indignado, señaló que estaba cansado de esconder su sexualidad y que ya había decidido olvidarse de la herencia:

            ―Soy gay y siempre lo seré― concluyó molesto.

            Reconozco que me impresionó que estuviese convencido de renunciar a tanto dinero y dejando aparcado momentáneamente su tema, quise que me explicara cual eran las condiciones exactas que la difunta había impuesto a su nieta.

―Como sabes, a mí solo me exige el casarme con una mujer, pero para heredar, en el caso de Elisa, debe además tener un hijo.

Ni qué decir tiene que al escuchar el requisito me quedé perplejo y repasando mis conocimientos de derecho comprendí que, a pesar de ser una intromisión en la vida privada, era legal al ser de libre disposición y privilegiarlos sobre otros posibles herederos.

            «O acatan lo que dejó dispuesto, o se ponen a la cola», concluí asumiendo que como parte interesada habían consultado a un abogado, el cual debía de haber llegado a mi misma conclusión.

            ―Ahora que lo sabes, ¿qué vas a hacer? ― Ricardo preguntó.

            No supe que contestar, todavía no había terminado de asimilar el ser padre, para que encima tuviese que decidir ¡tener otro hijo! El gigantón no quiso insistir directamente y lo único que añadió fue que me diera prisa o mis mujeres decidirían por mí. Mirando hacia la orilla, comprendí a que se refería al ver a María y a Isabel charlando con Elisa. Temiendo que estuviesen hablando de ello, nos acercamos disimulando. Supe que nada bueno se avecinaba cuando observé en sus caras una extraña complicidad, pero aun así acompañado del hermano, llegué hasta ellas. Mis sospechas se hicieron realidad cuando, sonrojada, la pelirroja me preguntó si mantenía mi oferta de cumplir todos sus deseos.

            ―Soy un hombre de palabra― respondí soñando todavía el estar equivocado.

            Entonces mirando a Ricardo, murmuró:

            ― He hablado con María respecto a ti y ella ha accedido a casarse con él siempre y cuando Pablo haga lo mismo conmigo.

            ― ¿Le has explicado que con eso no basta y que también te tengo que embarazar? ― intervine diciendo.

            ―Me lo ha dicho y me parece bien siempre que firmemos sendos acuerdos prematrimoniales que nos incluya a Isabel y a mí― tomando la palabra, respondió mi adorada prima.

            La morenita, sonriendo, añadió:

            ―Elisa va a reconocer en ese documento que es una unión poli amorosa y que, aunque sea como pareja de hecho, se une también a nosotras, dándonos voz y voto en la educación de los hijos que puedas tener con ella.

            Sabiéndome en manos de ese aquelarre, solo me quedó contestar:

            ―Si quieres que acepte, tienes que pedírmelo de rodillas.

            Elisa, pletórica de felicidad, se quitó un anillo que llevaba colgado al cuello e hincándose frente a mí, me lo dio diciendo:

            ―Pablo, ¿quieres casarte conmigo?

            ―Queremos― anticipándose a mí, María respondió: ― ¿Verdad, amor mío?

            ―Sí― a regañadientes, murmuré.

            Radiante con ese acuerdo impuesto, la ricachona comentó a su hermano mientras le daba un segundo anillo:

            _―Cuando me colgué al cuello las alianzas de papá y mamá, jamás pensé que se las daríamos a nuestros prometidos.

            El bonachón se echó a reír y poniéndoselo a María, le pidió matrimonio sin cama…

14

Ya de vuelta al hotel, nos fuimos a duchar para quitarnos la sal y a vestirnos, ya que habíamos quedado que los hermanos pasarían por nosotros para ir a cenar. Como Isabel no se había traído ropa elegante, le di mi tarjeta para que se comprara algo acorde. Aproveché que estábamos en la habitación aguardando a que llegara para comentar con María el fregado en el que nos habíamos metido. Si algo tenía claro es que quería pasar el resto de mi vida con ella y aunque tanto la morenita como Elisa, parecía dos chavalas encantadoras a las que podríamos terminar amando, necesita saber su opinión porque no quería imponerle nada que luego me pudiese arrepentir.

―Cariño― pregunté a mi prima mientras se desnudaba: ― ¿Estás segura de que casarnos es la solución? ¿No estaremos pasando de Guatemala a Guatepeor?

― ¿De qué tienes miedo? ― me replicó.

Sin guardarme nada para mí, detallé varios inconvenientes que veía. El primero era cómo encajaría la pelirroja en nuestras vidas, ya que ella vivía en Lanzarote mientras nosotros en Asturias.

―Esa cría ya ha accedido a trasladarse a Luarca― me dijo haciéndome ver que no era un tema que le preocupara.

―Tiene la vida aquí y aunque lo hiciera, ¿vendría Ricardo? Piensa que va a fungir como tu marido y no tardaría en ser conocida su sexualidad en el pueblo.  Y, además, ¿cómo encajaría Isabel? ¿Bajo qué excusa se trasladaría a vivir a casa? ¿Cómo mi amante? ¿La de tu futuro marido?

― ¿Qué propones? ― preguntó ya convencida de los imponderables: ― La única solución que se me ocurre es venirnos nosotros a vivir aquí.

―Lo he pensado, pero no quiero ser un hombre objeto que vive de su mujer. Piensa que mi trabajo está en Luarca y aunque actualmente tú disfrutes de la pensión de tu ex, ésta terminará en cuanto te cases.

―Me puedo poner a trabajar, aunque sea de camarera y tú lo mismo. Para mí lo único importante es que vivamos juntos y seas el padre de nuestro hijo― comentó a punto de echarse a llorar.

―Esa es otra, no sé si me apetece tener otro hijo. Según las cláusulas del testamento, Elisa se tiene que embarazar para no perder todo.

Secándose las lágrimas que brotaban de sus ojos, suspiró:

―Que la preñes no me molesta, siempre y cuando nuestros hijos sean hermanos.

No queriendo profundizar en su angustia, vi que era necesario y tomándola de la cintura, dejé caer quizás el meollo de la cuestión:

―Bien sabes que te amo y te reconozco que la idea de tener un harén a mi disposición, no me repele… pero, ¿y a ti? Siempre te has declarado hetero y temo que, tras la novedad, vuelvas a serlo y no concibas un futuro en el que compartamos cama con dos mujeres.

Mis palabras la hicieron meditar y tras casi un minuto analizando lo que sentía, contestó:

―No te puedo decir que no me ocurra, pero actualmente me pone cachonda tenerlas a nuestro lado y jugar con ellas.

Metiendo el dedo en la llaga, insistí:

―Pero, ¿podrás amarlas? ¿Te ves capaz de sentir por ellas algo parecido a lo que sientes por mí? ¡No sería justo para ellas! Piensa que dejarían todo para estar con nosotros.

― ¡No lo sé! ― gritó angustiada al no tener una respuesta que darme.

Justo en ese momento, Isabel hizo su aparición por el cuarto y al verla llorar, corrió a abrazarla mientras me echaba en cara el haber discutido con ella.

―Mi señora, mi amada señora. Deje que su niña la consuele― susurró extendiéndole los brazos.

La entrega de la joven incrementó su dolor e sin poderse contener, le explicó el motivo de su zozobra. La chavala dejó que mi prima se explayara, para a continuación decir:

―María, cuando me invitaste a este viaje, sabía que Pablo y tú erais pareja y, aun así, quise venir. De tanto espiaros, me enamoré de vosotros. Adoro la forma en que lo mimas. Me encanta cómo él te ama. Y para mí, es un sueño lo que estoy viviendo a vuestro lado. No os he pedido que me queráis… ¡No podría! Con ser vuestra, ¡tengo bastante!

―Pero… niña. Eres preciosa y en cuanto te lo propusieras conseguirías alguien que beba los vientos por ti― llena de tristeza, refutó mi prima.

―Si eso es verdad, no tengo por qué preocuparme. Algún día, la mujer y el hombre que adoro me harán caso y mientras tanto, ¡cuidaré de ellos y ellos de mí! ― acariciándola replicó.

―Eres una zorrita insensata― suspiró al sentir los dedos de la morena recorriendo sus pechos.

―Soy vuestra zorrita y siempre lo seré― musitó esta mientras acercaba la boca a los tesoros de la mujer que sentía su dueña.

La ternura del instante me hizo reaccionar y tomándolas en brazos, las llevé hasta la cama.   El grito de alegría de Isabel al sentir que la alzaba junto a mi prima me comprender que esa criatura no iba a necesitar esforzarse mucho para que la amáramos y ya sobre las sábanas, comenté.

―Déjanos que te cuidemos por esta noche. Mañana, ¡Dios dirá! ― susurré en su oído mientras me tumbaba.

―Sé que dirá que mi puesto ésta a vuestro lado― contestó buscando mis besos.

Besos que no encontró porque se interpuso María y tomándola de la barbilla, lamió sus labios mientras me pedía que la ayudara a amar a esa criatura. No puse ningún “pero” a su petición y menos tras llevar las yemas a su entrepierna y encontrarla ya excitada.

―Amemos juntos a nuestra nena― comenté mientras acercaba mi erección a su humedad.

            Isabel sollozó al sentir mi glande abriéndose paso a través de sus pliegues y como si eso fuera la razón de su existencia, con un brusco movimiento de caderas se empaló, riendo:

―No tenga cuidado, mi amo. Su putita está tomando la píldora y seguirá haciéndolo hasta que su señora decida que deje de tomármela y me embarace de usted.

Ese comentario excitó a María y dando un mordisco en la areola de la morena, exclamó que en cuanto diera a luz al primero de mis hijos haría que su hombre la preñara.

―Me hará usted la mujer más feliz del mundo cuando me lo exija― chilló sonriendo ésta mientras con sus piernas me obligaba a profundizar en ella.

El chapoteo de mi pene al entrar y salir de su cueva me habló de su excitación y por eso, sin pausa, seguí martilleando su interior haciéndola gemir.

― ¡Dios! ¡Qué ganas tengo de que esta noche mi amo se folle a su otra perra mientras yo me ocupo de usted! ― gritó a María haciéndonos partícipes de que la presencia de la pelirroja, lejos de despertarla celos, la motivaba.

Justo en ese momento, aprovechó mi prima para sacar de un cajón un arnés que traía desde casa, y abrochándoselo a la cintura, susurró:

―Esta noche me verás poseyéndola como ahora voy a hacer contigo.

Tras lo cual, sin pedir mi opinión, me hizo tumbar e insertando mi pene en el coño de Isabel, la empaló ella por la otra entrada. La morena no pudo más que chillar al ser amada por ambos agujeros, pero en vez de quejarse se sitió plena y meneando su trasero, nos pidió que le diésemos caña. Mi prima no le hizo ascos a su sugerencia y dando un sonoro azote a su pandero, comenzó a cabalgar sobre ella. La violencia de su asalto azuzó el mío y mientras María la sodomizaba, zarandeé su interior con profundas y rápidas incursiones, haciendo chocar mi verga contra las paredes de su vagina.

― ¡Me encanta! ― consiguió balbucear con la respiración entrecortada por los primeros síntomas del orgasmo.

El placer que la asolaba llamó al mío y sabiendo que habíamos quedado, no hice nada por evitarlo. Dejándome llevar, derramé mi semilla en el hogareño sembradío de la morena haciéndola culminar.  Al percatarse de que ambos habíamos llegado y ella no, María se quejó brevemente. Y cuando digo brevemente, es así porque lanzándose sobre ella, Isabel usó el pene que llevaba adosado mi prima para empalarse nuevamente y viendo que su ama tenía el trasero desprotegido, me rogó que aprovechara su desliz para follármela:

―Aunque me apetezca, hemos quedado― levantándose de la cama, respondió riendo la rubia antes de que pudiese hacer algo por evitarlo: ―Además, será mejor que Pablo guarde sus fuerzas ya que esta noche le exigiremos más de lo que podrá darnos.

Desternillado de risa, les enseñé que previéndolo me había agenciado una provisión de “Viagra”.

―Por si las moscas, me llevaré una pastilla.

―Mejor, coge la caja entera― desde la ducha del cuarto, contestó mi señora.

Su respuesta despertó las risas de la morena…

Tal y como habíamos quedado, los hermanos pasaron por nosotros para ir a cenar. Aunque sabíamos de su dinero, nos sorprendió verlos aparecer en un deportivo espeluznante y por eso mientras nos subíamos, no pudimos dejar de pensar que con lo que se habían gastado en ese coche, se hubieran podido comprar un apartamento. Siendo la más expresiva de los tres, al sentarse, Isabel preguntó qué modelo era:

            ―Un Maserati Quattroporte― un tanto cortado, contestó Ricardo

            ― ¡Pedazo de Buga! ― exclamó la morena entusiasmada mientras acariciaba la piel de los asientos.

Gustándome los coches, apenas reparé en el lujo de su interior porque mis ojos se habían quedado prendados en Elisa y en su vestido. Si de por sí era un bombón, Sin con esa carísima prenda me pareció una visión celestial.

―Estás preciosa― anticipándose a mí, consiguió musitar María mientras su mirada se perdía en el escote de la pelirroja.

El piropo la hizo ruborizar y devolviendo el halago a mi prima, comentó que ella también estaba impresionante. No me pasó inadvertida la mutua atracción que sentían y satisfecho con ella, pregunté al tiarrón donde íbamos. Sin dar importancia al hecho, me contestó que había hecho una reserva en Altamar, un restaurante ubicado en el gran hotel Arrecife. Como antes de llegar a la isla, había revisado donde podía llevar a mis acompañantes, sabía que ese local era quizás uno de los más caros de la ciudad.

«Menudo mordisco me van a dar en la tarjeta», pensé sin exteriorizárselo no fuera a ser que insistiera en hacerse cargo de la cuenta.

La sensación de que ese lugar estaba fuera de mis posibilidades se incrementó al llegar y enterarme que ese hotel, además de ser de cinco estrellas, era el edificio más alto de la isla.

―No te imaginas las vistas que tiene― mientras junto a Isabel se abrazaba a mí, susurró en mi oído Elisa.

Queriendo alagar a la muchacha, riendo comenté que nada podía comparar a ella y que dudaba que algo de lo que viera pudiera hacerme cambiar de opinión.

― ¿No sé si sentirme adulada o molesta? ― sonriendo replicó sin revelar sus motivos.

Intrigado, pero consciente de que ya me enteraría, dejé que me guiara a través del hall hasta llegar a los ascensores.

―El restaurante está en la última planta― dejó caer mientras Ricardo nos alcanzaba con María colgada de sus brazos.

Aun sabiendo que era gay. no pude dejar de aceptar que formaban una pareja atractiva y que cualquiera que los viera, pensaría que estaban liados al ver la forma en que mi prima se aferraba a ese saco de músculos. Él se debió de dar cuenta de mi mirada, porque revolviéndose parcialmente incómodo murmuró que no era necesario que se pegara tanto.

―Me encanta sentirme pequeña a tu lado y no te olvides que voy a ser tu mujer― con picardía comentó la rubia.

El hombretón no quiso quedarse atrás y guiñándome un ojo, posó la mano en el trasero de mi amada mientras le decía:

 ―Nunca he estado con una mujer, pero en tu caso quizás haga una excepción.

María pegó un chillido al sentir las yemas de Ricardo amasando sus nalgas y tras reponerse de la sorpresa, muerta de risa, replicó llevando sus dedos a la entrepierna de su supuesto don Juan que no le importaría ser la primera. Ricardo nunca creyó que fuera esa la reacción de mi prima y menos que Isabel la imitara metiéndole mano ella también. Su propia hermana no acudió en su auxilio, sino que riendo señaló que, si una de ellas era capaz de llevárselo a la cama, se comprometía a inmortalizar ese momento sacando fotos.

―Dejad de hacer el tonto― protestó la víctima de esa inesperada alianza de féminas mientras se abría la puerta.

Todavía no comprendo porque no me molestó descubrir que ese hombre no era inmune a las lisonjas de mis niñas y que, en vez de enfadarme, vi natural el bulto que lucía bajo su pantalón. El que no lo encontró tan normal fue el morenazo y sin saber qué, intentó tapárselo disimuladamente. Para desgracia del gigante, Elisa también se percató de su erección y susurrando a María, le señaló que jamás había visto así el paquete de su hermano.  Los pezones de mi amada prima reaccionaron al contemplar esa erección y completamente aterrorizada, me miró previendo mis celos:

―Cariño, siempre te he dicho que tienes unas manos capaces de resucitar a un muerto― contesté desternillado.

Ricardo respiró aliviado al oírme y siguiendo la guasa, defendió su virilidad diciendo que de muerta nada y que nadie se había quejado nunca de su capacidad al hacer el amor. Demostrando su carácter juguetón, Isabel no dudó en aferrar el atributo del que hablábamos y tras darle un nuevo meneo, comentar que estaría encantada de comprobar su desempeño. Las mejillas del pobre se tiñeron de rojo cuando contra todo pronóstico su erección se hizo más visible e intentó separarla, despertando las risas de todos nosotros.

―Va a resultar que mi hermanito también es bisexual― concluyó la pelirroja mientras entrabamos al restaurant.

Supe que eso mismo se debía estar preguntando él cuando observé que se quedaba meditando sin contestar y por vez primera, valoré la posibilidad de que nuestra familia terminara siendo todavía más extensa. 

«Si yo me acuesto con Elisa, no puedo exigir a ellas que no lo hagan con Ricardo», me dije sin saber a qué atenerme.

El impresionante panorama de la ciudad y del mar que se veía a través de los ventanales del lugar provocó que no siguiera reconcomiéndome con el tema y dejándolo relegado a un rincón de mi cerebro, mostré mi sorpresa:

― ¡Es alucinante!

La canaria riéndose me preguntó si seguía pensando qué nada se podía comparar a su belleza. Cayendo en que María estaba con las antenas extendidas, respondí:

―Sigo en mis trece, ¡nada ni nadie puede hacer sombra a mis niñas!

La complicidad y alegría de mi prima me hizo saber que había hecho bien en incluirlas a todas y por ello, llamando al maître pregunté por nuestra reserva.  El encargado no me respondió a mí sino a Elisa y saludándola, le informó que le había preparado la mesa de siempre.

―Gracias, Manuel― contestó esta como si nada y agarrando a mi prima de la cintura la llevó hasta la mejor del local.

Mientras nos sentábamos, un anciano y dos muchachos saludaron a los hermanos. No tuve que ser un genio para comprender su disgusto al ver sus rostros y por eso esperé a que se acomodaran para preguntar a la pelirroja quiénes eran.

―Mi tío y sus hijos.

Intuyendo una enemistad entre ellos, me abstuve de seguir preguntando. No hizo falta porque impulsada por el cabrero que sentía, fue ella quien susurrando me explicó que el viejo era el hermano de su padre y que llevaba maniobrando con abogados para despojarles de su herencia desde que el notario les había leído el testamento.

―Nunca se habló con la abuela, ni se ocupó de ella y ahora quiere todo para él.

Poniendo la mano sobre su muslo, comenté:

―Hagámosle saber que tiene todo perdido.

La pelirroja captó el mensaje y llamando a su hermano, le hizo partícipe de la idea. Ricardo dudó por un momento, pero tras meditarlo tomando a María de la mano se dirigió hacia sus familiares. En cuanto lo vio, Elisa me pidió que la acompañara y dejando a Isabel en la mesa, nos presentaron a su tío y a sus primos como sus prometidos. Uno de ellos, se echó a reír diciendo:

―No jodas, Ricardo. Si eres más maricón que las amapolas.

Reaccionando al desplante, la rubia salió en defensa de su teórico novio de una forma que ni él mismo ni yo previmos:

―Pues resulta que es lo suficientemente hombre para haberme dejado preñada.

La noticia cayó como una bomba entre ellos y tras un silencio inicial, los tres comenzaron a protestar diciendo que no lo creían. Fue entonces cuando cogiendo la mano del que lo había insultado, la llevó hasta su estómago diciendo:

―Toca y comprueba. Estoy de tres meses.

Retirándola de inmediato, el primo se quedó mirando al gigantón y sin medir sus palabras, preguntó cuánto le había costado contratar a esa puta para que mintiera. Fue lo último que dijo antes de volar por encima de la mesa, ya que, al escuchar como se había referido a María, Ricardo lo mandó de un puñetazo a dormir anticipadamente. El otro hijo intentó intervenir, pero se lo pensó mejor al ver los músculos en tensión de su familiar y con ayuda de su padre, recogió a su hermano gritando que pensaba denunciarlo.

―Hazlo y así tendré menos reparos en despediros― replicó esté.

Temiendo por el sustento de sus hijos, el anciano intentó apaciguar los ánimos diciendo que había que olvidar lo sucedido, ya que todos eran familia. Elisa que hasta entonces no había hablado, respondió:

―Por supuesto, tío. En cuanto sepamos el día de la boda, serás el primero en recibir las invitaciones.

Comprendiendo que iban en serio y que sus sobrinos se casaban dejándolo sin nada, se quedó callado. María aprovechó su mutismo para con toda la mala leche del mundo preguntarle si quería ser el padrino del retoño. Al escuchar esa propuesta, el anteriormente bonachón reaccionó:

―De eso nada, mi hijo ya tiene padrino y será el esposo de mi hermana.

Dando por hecho que Ricardo finalmente había decidido aceptar el trato, respondí que sería un honor ser el padrino de mi futuro sobrino y abrazando al moreno, en voz baja le pedí que no se olvidara quién era el verdadero padre. Riéndose de mí, el muy capullo contestó:

―Padre no es el que engendra, sino el que paga el bautizo y ¡ese seré yo!

Asumiendo que lo hacía para picarme, preferí no contestar y por ello me fue más duro oír ya de vuelta en la mesa a mi adorada prima decir:

―Joder, nunca hubiese supuesto que me pondría tan cachonda ver a mis dos hombres saliendo en mi defensa.

Y por si no fuera poco, cogiéndonos de la cintura, buscó los besos de ambos. Tanto Elisa como Isabel se quedaron con la boca abierta al ver que Ricardo respondía con pasión hundiendo su lengua en María mientras yo los azuzaba a continuar.

― ¿No te molesta? ― preguntó la pelirroja al ver mis risas.

―Zorrita, cuando te dije que éramos una familia abierta, nunca preví que terminaría habiendo dos machos en ella, pero ¿qué le voy a hacer si al final eso pasa?

Mis palabras no pasaron desapercibidas a su hermano, qué separándose momentáneamente de mi amada, me preguntó si era una oferta en firme. Viendo que María era algo que deseaba, contesté:

―Juntos, pero no revueltos. Al igual que tu hermana, mi culo te estará vedado.

Sin soltar la cintura de la rubia que se deshacía entre sus brazos, el cabronazo respondió que aceptaba y llamando a Isabel, añadió:

―Ven y bésame, si voy a pecar con una mujer… ¡mejor hacerlo con dos!

La morenita ni siquiera lo pensó y saltando por encima de la mesa, buscó sus labios mientras hacía caer toda la vajilla. El estrépito de los platos rompiéndose hizo reír a Elisa, la cual, llamando al maître ordenó que preparan para llevar lo que habíamos pedido.

― ¿No prefiere que se lo lleven a su casa? ― preguntó el empleado mirando de reojo el espectáculo que estaba dando nuestros acompañantes.

―Tienes razón, Manuel― riendo respondió…

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