Soy un cerdo, un maldito degenerado, un ser despreciable. Un cobarde que  si tuviera coraje, se descerrajaría un tiro en la boca para así olvidarse de lo que había hecho. Debía de estar en la cárcel, encerrado de por vida por gilipollas e incluso castrado. Me arrepiento de haberme dejado llevar por mi jodida bragueta pero lo peor es que ahora no soy más que una puta marioneta en manos de María, la mejor amiga de mi hija. Mi vergüenza no tiene límites, conozco a esa niña desde los seis años y no comprendo como pude caer tan bajo de acostarme con ella. Me da igual que sea mayor de edad. Me resulta indiferente que ella haya sido la causante de mi tropiezo y yo su puto pelele. Soy culpable de haberme dejado convencer por esa cría y olvidando que para mí era casi una sobrina, la desvirgué, disfruté y lo sigo haciendo con ella. Sé que mi hija sabe que su padre es ese novio maduro del que tanto le habla María con sus amigos y que incluso lo acepta pero aun así sigue siendo algo inmoral.
No solo son los veintitantos años que la llevo ni siquiera el hecho de que sus padres sean mis amigos, lo que realmente me descompone es que esa bebé lleva conviviendo conmigo desde la más tierna infancia. Debido a las dificultades económicas de su familia, los veranos enteros se los ha pasado en mi casa. A todos los efectos, la traté como a una hija; si se ponía enferma, he sido yo quien la ha llevado al médico; si sufría por un muchacho, era yo quien la consolaba. Era su referente, si tenía algún problema, me pedía opinión y ahora que mi verdadera hija se ha ido a estudiar al extranjero y que vivo solo, miente a sus viejos para meterse en mi cama sin que yo pueda hacer nada por evitarlo.
Os preguntareis como sucedió, qué motivó que esa niña dejara de verme como el padre de su amiga y decidiera seducirme. Siendo sincero, ¡No lo sé!. Jamás le di un motivo, nunca la miré como mujer. Quizás fuera eso, cansada de tanto niño babeando por ella, le parecí atractivo al no verme alterado por su belleza. Ahora, sé y me consta que María es divina. Dotada de una inteligencia innata, si sumamos sus pequeños pechos, un culito respingón y una cara de ensueño, es el ideal que todo el mundo quiere para su hijo. Pero desgraciadamente y no sé qué hacer, fijó en mí su objetivo y soy su cautivo. Adicto a su juventud, hace conmigo lo que le viene en gana. Actualmente y por mucho que me duela, no podría vivir sin sus ojos negros ni sin esa melena que coquetamente se peina cada vez que estoy con ella. Si la llevo a un restaurant, todo el mundo supone que es mi retoño en vez de la ardiente amante en que se ha convertido y por eso tengo que hacer esfuerzos cuando se va al baño, meneando su trasero a propósito para provocarme, no quedármela viendo con lascivia.
La deseo con fiereza, me enloquece llegar a casa y desnudarla con avidez, mientras ella se ríe por mis prisas. Sé que es inmoral pero disfruto poniéndola a cuatro patas y follándola hasta que con su tierna voz me pide descansar. La niñita modosa de su infancia es ahora un volcán de veinte años que me exige sexo y más sexo sin perder la compostura. Nunca me levanta la voz, jamás me grita pero cuando se le mete entre ceja y ceja algo, manipula, ordena y exige hasta que consigue su empeño. Parece dulce, delicada e incapaz de romper ninguna regla pero yo sé bajo ese disfraz se esconde una hembra dominante, caprichosa, celosa y carente de escrúpulos.
Aunque me he ido por los cerros de Úbeda y no os he explicado cómo empezó mi claudicación, eso se debe a que quería explicaros antes que tipo de bruja es y así obtener vuestra comprensión.

María me lanza una red que no supe ver.
Separado desde hace muchos años, Isabel, mi hija, era mi única  compañía y por eso, cuando decidió irse a estudiar la carrera a Londres, sentí su perdida. Su curso empezaba en septiembre pero me pidió anticipar su marcha a julio para que, al iniciar las clases, tuviera fresco el inglés. Todavía recuerdo y me reconcome haber sido tan idiota de caer en la red que esas dos chavalas  cuando María, en el andén y mientras despedíamos a mi niña en el aeropuerto, me preguntó si como otros años podía acompañarme a Santander. Extrañado que quisiera venir a la casa de la playa, traté de evitarlo diciendo que sin mi hija se iba a aburrir.  La muchacha frunció el ceño al oírme y pidiendo auxilio a su amiga, entre las dos me convencieron de que la llevara ya que se lo pasaría bien gracias a la amplia pandilla que habían formado durante tantos años.
Reconozco que di mi brazo a torcer, cuando mi cría me susurró:
-Papá, sus padres no pueden pagarle una vacaciones. ¡Hazlo por mí!-
Sin saber su verdadero propósito, claudiqué y prometiendo hablar con sus padres, acepté que viniera. Debí de percatarme al ver en su cara una férrea decisión pero inmerso en el dolor por la ida de Isabel, creí que se debía a que podría veranear. Ya en el coche y con mi hija montada en un avión, me preguntó si íbamos a ir solos o por el contrario si iba a llevarme a una “amiguita”.
-¡Por supuesto que solos!- respondí escandalizado al oír su insinuación de que le ocultaba una mujer a su amiga -¡No tengo una novia escondida!-
Recibió mis palabras con interés y haciéndome pasar un mal rato, insistió:
-Raúl, no me creo que no tengas alguien con la que pasar un buen rato-
Avergonzado sin motivo, le contesté que desde que mi ex me había abandonado, solo había tenido un par de escarceos pero que al no tener ayuda, había tenido que ocupar todo mi tiempo en educar a Isabel. Contra todo pronóstico, esa dulce criatura sonrió y cogiendo mi mano entre las suyas, me dijo con ternura que ahora que mi hija había dejado el nido, debía de buscarme alguien con quien compartir el resto de mi vida. Ahora comprendo que se refería a ella, pero en ese momento agradecí su comprensión y cambiando de tema, le pregunté si tenía un novio esperándola en Santander.
-Todavía no es mi novio pero caerá – me contestó soltando una carcajada.
Su descaro me hizo gracia y devolviéndole una caricia en la mejilla, solté:
-Pobre tipo, va jodido si cree que va a poderse librar de tus garras-
Con una sonrisa de oreja a oreja, me miró y dijo:
-¡Eso espero!-
Esa misma noche, recibí la llamada de Antonio, su padre, agradeciéndome que le diera posada. Incómodo por que se enterara de que estaba al tanto de su mala situación, le dije que era un placer tener compañía y repitiendo las palabras de María le aclaré que su hija tenía muchos amigos en esa ciudad y por lo tanto, que no se preocupara que no iba a resultar un estorbo.
 
El viaje en tren.
 
Tal y como había hecho los últimos diez años, debido al miedo que sentía al volar, al llegar mis vacaciones, metí mi coche en el tren y alquilé un compartimento donde dormir durante el trayecto. Aunque había otros más rápidos, me había acostumbrado a coger el expreso en Chamartín por la tarde nada más salir de la oficina y pasarme la noche de viaje. Al llegar a la estación, esa cría, mi compañera de ese verano, me estaba esperando sola y con una enorme maleta en mitad del andén.
-¿Y tus viejos?- pregunté al no verlos ya que siempre acompañaban a su hija a decirle adiós.
-Raúl, ¡Qué tengo veinte años!- protestó haciéndose la madura.
Aunque sabía su edad, yo seguía viéndola como una niña y más aún ataviada como venía. Vestida con un ceñido traje de cuadros azules, parecía que acababa de cumplir los quince o dieciséis años. Muerto de risa, le dije lo que opinaba y ella, de mal humor, se levantó un poco las faldas y modelándome, me respondió:
-¿Son estas acaso las piernas de una niña?-
Cortado por tamaña exhibición, refunfuñé que no y desviando mi mirada, cogí su maleta y me subí al tren. Todavía mientras buscaba el vagón dormitorio, no fui consciente que detrás de mí, esa muchacha me estaba mirando el trasero con deseo mientras decidía cuándo y cómo me iba a atacar. Un revisor nos llevó hasta primera y señalando el compartimento número tres, nos informó que era el nuestro.
-Espero que su hija y usted descansen bien- respondió solícitamente a mi generosa propina.
De muy malos modos, María se dio la vuelta y se encaró a él diciendo:
-¡No es mi padre! ¿Algún problema?-
El empleado abochornado por su falta de tacto, huyó pasillo arriba mientras yo miraba incrédulo a la muchacha sin saber porque se había puesto así:
-María, ¡Piensa que es lógico que se haya confundido!- dije interviniendo a favor del tipo.
Meneando su melena, me miró y poniendo cara de no haber roto un plato, se carcajeó mientras me decía:
-Ahora estará convencido que soy tu amante-
-¿Y eso te hace gracia?- pregunté sin saber todavía sus intenciones.
-Mucha- respondió entornando los ojos- ¡Quiero que vean que sigues en activo!-
-¿No te entiendo?-
Disfrutando de mi sonrojo, me cogió de la mano, mientras me decía:
-Si quieres que las mujeres te miren, qué mejor que tener una novia joven-

Os prometo que ni ese más que claro coqueteo consiguió abrirme los ojos y con la familiaridad que dan los años, le solté un suave azote mientras le pedía que dejara de ser tan niña. Desgraciadamente mi mano se encontró con un culo duro y recio que no era el de una adolescente sino el de una mujer y completamente colorado, le pedí perdón por mi atrevimiento. Al descubrir el rubor que cubría mis mejillas, decidió dar otro paso y poniéndolo en pompa, exclamó:
-Para eso son, pero se piden-
Muerto de vergüenza, me hundí en mi asiento y sin levantar mis ojos del libro, comencé a leer tratando de olvidar el recuerdo de su trasero en mi palma. Mientras tanto, María se acomodó en el suyo y producto de aburrimiento, se quedó dormida. Llevábamos cerca de dos horas de viaje, cuando al terminarme un capítulo dejé mi lectura y levantando mi cabeza, la miré. Me quedé horrorizado al comprobar que sin darse cuenta de que se le había subido el vestido, esa muchacha dormía a pierna suelta mientras me mostraba involuntariamente su tesoro.
“Joder” exclamé mentalmente al percatarme que no llevaba bragas y que donde debía de haber una mata, esa cría lucía un monte desprovisto de cualquier pelo. Tratando de evitar recrearme con esa visión, me puse a mirar por la ventana pero irremediablemente una y otra vez, me giré a observar la belleza de su coño mientras me reconcomía por dentro la culpa.
Era impresionante,  los labios de su pubis me llamaban a adorarlo y por eso, acomodándome en el asiento, volví a coger el libro entre mis manos y disimulando me puse a observarlo. Tras mirarlo con detenimiento, el color rosado y lo cerrado de su sexo me informaron que, si esa niña no era virgen, poca experiencia tenía y más excitado de lo que me gusta reconocer, saqué mi móvil y  con alevosía, le saqué un par de fotos. Ahora me consta de que se dio cuenta y que lo hizo a propósito pero entonces supuse que fue el calor lo que la hizo tumbarse en dos asientos y provocó que sin querer dos de los botones de su vestido se abrieran dejando al aire sus pechos.
“Dios, ¡Qué belleza!- balbuceé al observar los abultados pezones que ese primor tenía decorando sus senos.
Como un loco, seguí fotografiando su cuerpo mientras mi víctima, ajena a lo que sentía el padre de su amiga, dormía profundamente. Cada vez más alterado y con un terrible dolor en mis huevos, decidí levantarme e ir al baño. Una vez encerrado allí, saqué mi móvil y recuperando las fotos me masturbé, soñando que ese cuerpo era mío. Desgraciadamente al eyacular, el recuerdo de mi perversión me golpeó en la cara y desesperado por mi ausencia de moral, me prometí que esa iba a ser la única vez que liberara mis bajos instintos usando a esa indefensa criatura.  Disimulando nuevamente, tiré de la cadena y salí al compartimento. Al volver, María se había despertado y sin reparar en que estaba medio desnuda, me preguntó dónde había ido.
Cortado y humillado, le contesté que al baño tras lo cual mirando hacía el suelo, le pedí que se tapara. En contra de la lógica, se rio al darse cuenta de su postura y mientras se abrochaba, me tranquilizó diciendo:
-No te he enseñado nada que no hayas visto o ¿no te acuerdas del retrato que tienes en tu despacho de nosotras?-
Tardé en comprender que se refería a una foto de ella y mi hija en la que jugaban desnudas en la playa pero “CON SIETE AÑOS”. Al defenderme diciéndola que esa foto tenía mucho tiempo y que en ella, eran unas bebés, María me contestó en son de guasa:
-Si quieres en este viaje, ¡la actualizamos!-
Su broma me terminó de abochornar porque aunque ella no lo supiera, en mi móvil ya tenía más de dos docenas de actualizaciones y tratando de desviar la conversación, miré mi reloj y dije:
-Son las nueve. ¿Te apetece cenar?-
Poniendo cara de agradecimiento, aceptó pero me pidió que la esperara en el restaurant porque quería cambiarse. Al preguntarle porque no iba así, me respondió:
-¿No me has dicho que vestida con este traje parezco todavía más joven?- y dotando de picardía a su voz, prosiguió: -¡No quiero que piensen que te gustan las menores de edad!-
Reconozco que debió enfadarme su descaro pero no fue así y pensando que al menos el revisor sabía que no era mi hija, creí prudente su decisión y despidiéndome de ella, salí del compartimento. Ya en el pasillo, me volvieron a asaltar las dudas y pensando que tendría que convivir con ese bombón durante treinta días, decidí que tendría que mantener una prudente distancia para no hacer ninguna tontería. Al llegar al vagón restaurant,  me senté en una mesa y pedí una cerveza. El camarero no tardó en llegar con ella y tras ponerla en la mesa, me preguntó si iba a cenar solo:
-No, estoy esperando. Somos dos-

Acababa de decirlo cuando María hizo su aparición. Casi se me cae al vaso al contemplarla, vestida con un sugerente vestido blanco y elevada sobre unos tacones de doce centímetros, la muchacha estaba impresionante. Sus movimientos, mientras se acercaba a mí, eran los de una pantera al acecho. Bebiendo un sorbo, traté de calmarme porque por primera vez temí que su víctima fuera yo. Al llegar a mi lado, me levanté, momento que ella aprovechó para darme un beso en la mejilla mientras preguntaba:
-¿Sigo pareciéndote una cría?
No pude ni contestarle al estar recreándome la mirada con el cuerpo que escondía esa especie de calcetín llamado vestido. De lycra y totalmente pegado, resaltaba la sensualidad de sus curvas, dotando a esa muchacha de un más que evidente atractivo. María, que se había percatado de mi sorpresa, sonrió satisfecha mientras ordenaba una botella de vino. Os juro que hasta ese detalle me escandalizó porque aunque era mayor de edad y legalmente estaba permitido, no me lo esperaba pues mi hija rara vez bebía alcohol. Asumiendo que era un viejo carca y al escuchar que el tinto que había elegido era una mierda, rectifiqué al camarero y pedí uno mejor.
-Gracias, me daba corte ese porque es muy caro- dulcemente me soltó mientras adoptaba una postura sumisa que nada tenía que ver con su carácter.
Dando por sentado que era un papel y que esa niña-mujer estaba actuando, me quedé observándola mientras volvía el empleado. “Realmente es preciosa” pensé fijándome en el sutil erotismo que manaba de sus poros. Con lentos movimientos e inofensivas miradas, María conseguía que cualquier hombre se volcara en servirla y con disgusto comprendí que yo mismo estaba cayendo bajo su embrujo. Al llegar el vino, cogió su copa y alzándola, me soltó:
-¡Brindemos por nosotros y nuestro verano!-
Ese inocuo brindis escondía un sentido que no supe captar y brindé con ella. Al hacerlo, mi copa estalló poniéndome perdida la camisa.  Mi acompañante se rio al ver mi cara y cogiendo su servilleta, se puso a limpiarme mientras sus manos palpaban más de lo necesario. Confuso por el manoseo al que me estaba sometiendo, pensé que era mi mente calenturienta la que me hacía ver lo que no existía, sin observar que se mordía los labios mientras recorría mi pecho. Tratando de evitar que esas “ingenuas” caricias terminaran excitándome y ella se diera cuenta, le quité sus manos diciendo:
-No te preocupes por la mancha-
Ella protestó un poco pero, como el camarero me había traído otra copa, no insistió pero entonces descubrí un brillo en sus ojos que minutos antes no estaba. Confieso que aunque intenté creer que se debía al vino, al haber dado un solo sorbo, comprendí que había algo más pero, temiendo que de enterarme no me gustara, me callé y aprovechando que traían nuestra cena, me puse a comer. El resto de la velada transcurrió con tranquilidad, resultando incluso divertida porque nos pasamos recordando diversas anécdotas que nos habían ocurrido durante tantos años. Ya en el postre, le pregunté por su padre.
-Jodido- contestó –No se ha repuesto desde que le despidieron. Se ha dejado vencer, en vez de levantar la cabeza y luchar-
-No es fácil hacerlo. La crisis es durísima y más aún para los mayores de cuarenta- respondí defendiendo a su progenitor.
La muchacha asintió al escucharme pero tras pensárselo durante unos segundos insistió en su ataque diciendo:
-Podría hacer algo más, fíjate en ti. Sin una pareja que te apoye, no solo has salido adelante sino que eres un hombre optimista al que todo le sonríe. Para mí siempre has sido mi ejemplo, desde niña he admirado  tu fuerza. Te parecerá ridículo pero no tengo  novio porque cada vez que conozco a un chico lo comparo contigo y comprendo que no te llega ni a la horma de los zapatos-
-¡No digas tonterías!- exclamé incomodo por sus piropos –Reconozco que desde el punto de vista económico me ha ido bien pero ¡Fíjate!: Tu padre tiene una esposa que le quiere y en cambio yo duermo solo sin que nadie se preocupe por mí-
-No es cierto que nadie se preocupe por ti. Nos tienes a Isabel…- creyendo que era el momento de revelar sus planes y cogiendo mi mano entre las suyas, me soltó:- … y a mí. Te queremos muchísimo y por eso hablamos entre nosotras y hemos decidido que necesitas una mujer-
Su afirmación me indignó. ¿Quién coño se creían esas dos crías para planear a mis espaldas sobre mi vida privada? Cabreado, pregunté:

-Ya que sois tan listas, ¿Habéis elegido una candidata perfecta?-
-Si- respondió mirándome con dulzura.
-¡Esto es el colmo!- repelé fuera de mí pero, calmándome a duras penas, le pregunté: -¿Y cuándo tenéis pensado presentármela?-
-Ya la conoces- contestó mirando la mesa- ¡La tienes enfrente!-
El impacto de su confesión en mi mente fue tremendo. Analizando el último mes, recordé la preocupación de mi hija por dejarme solo, su insistencia en que me llevara a su amiga de vacaciones e incluso el modo tan sutil con el que me había reiterado que María había crecido y que ya era una mujer. Tras quedarme mudo durante un minuto, la miré diciendo:
-¡Estáis completamente locas!. ¡Mañana te saco un billete y vuelves a Madrid!-
Con una tranquilidad y una determinación que me dejó helado, respondió:
-No pienso irme. Vas a tener que soportarme durante todo el mes si no quieres que Isabel deje la universidad y vuelva a España-  en ese momento sacó un sobre de su bolso y mientras se levantaba y me dejaba solo, exigió que lo leyera.
Alucinado la vi marcharse rumbo a nuestro compartimento. Esperé que hubiese desaparecido para leerlo. Al abrirlo descubrí que era una breve carta manuscrita de mi niña:
Papá:
Siento la encerrona pero después de darle muchas vueltas he comprendido que María tiene razón. Necesitas una mujer y que mejor que alguien que sé que te adora y se desvive por ti. Ella te ama y por eso te pido que le des una oportunidad. Comprendo que estés enfadado pero te aviso que como hija no puedo dejarte solo y si te niegas, lo tendría que aceptar pero entonces me obligarías a dejar mis estudios y a volver a tu lado.
Tu hija que te quiere
Isabel
Estrujé ese papel al terminar y hecho una furia pedí al camarero que me trajera un whisky. Lo irracional y ridículo del planteamiento no aminoraba el hecho de que ese par de arpías me estaban chantajeando y por eso mientras apuraba mi copa y pedía otra, decidí que cedería y dejaría que María se quedara todo el mes porque así comprendería que era absurda su pretensión de ser mi pareja. Cuanto más lo pensaba, más claro tenía que era grotesco suponer que podría enamorarme de ella. Obviando nuestras edades, había demasiados factores para hacerlo irrealizable: la sociedad, nuestros amigos, sus padres y en primer lugar ella misma. Aun sabiendo que me mantenía en forma, con el paso del tiempo, sería un anciano mientras María seguiría siendo una mujer joven. Con suficiente alcohol en mi cuerpo, pagué la cuenta y me dirigí a su encuentro con el convencimiento de no caer en su trampa y hacerla ver durante ese mes que su supuesto enamoramiento era algo pasajero.
María me esperaba, vestida con un sugerente camisón casi transparente, sentada en el asiento. Al verla tuve que hacer un esfuerzo para retirar mi mirada del precioso cuerpo que se adivinaba tras esa tela y con tono serio, dije:
-Te quedas pero no creas que voy a participar en vuestra locura-
La muchacha al oírme dio un salto y abrazándose a mí, me agradeció que la dejara quedarse. Sentí que me trasportaba a otra dimensión al notar la presión de sus pezones erectos sobre mi pecho y más excitado de lo que me gustaría reconocer, la retiré suavemente mientras su fragancia juvenil quedaba impregnada en mis papilas.
-Ahora vete dormir,  ¡Mañana hablamos!- exigí al ver que se quedaba de pie en mitad del compartimento.
-Mi amor, te juro que no te arrepentirás- contestó sensualmente mientras se subía a su litera y me dejaba disfrutar de su culo apenas tapado por un escueto tanga.
Me enfadó el modo en que se dirigió a mí pero como era una guerra a medio plazo, comprendí que si hacía caso a cada pequeña escaramuza que me plantease, iba a caer derrotado. Por eso, tampoco respondí a su provocación cuando medio desnuda y mordiéndose eróticamente los labios me dio las buenas noches.
“¿A qué juega esta niña?” me pregunté mientras me metía en el baño a cambiarme, “¿No se da cuenta que puedo ser su padre?”
Os tengo que decir que por mucho que me cueste reconocerlo, la labor de zapa que había emprendido iba dando resultados, de forma que al volver a mi litera e intentar dormir, me costó mucho hacerlo. Continuamente volvían a mi mente imágenes de María desnuda ofreciéndome su cuerpo, escenas donde ella me pedía que la hiciera mujer mientras sus manos me acariciaban. Para colmo de males, oír su respiración a un solo metro de mí y saber que si subía esa distancia, me recibiría con los brazos abiertos tampoco ayudó a calmarme. Debían ser mas de las tres, cuando al final el cansancio consiguió someterme y me quedé dormido.

Aun así, toda la noche me la pasé en un duerme vela con continuos sueños donde le separaba las piernas y hundía mi cara en ese primor de coño del que había disfrutado mirando. Me imaginé sacando la lengua y lamiéndole los labios mientras ella gritaba mi nombre pero desgraciadamente cada vez que cogía mi pene e iba a penetrarla, mi sueño se convertía en pesadilla al saber que era una aberración dicha fantasía.  Todos mis prejuicios me golpeaban de improviso, en algunas ocasiones era su madre o su padre los que nos descubrían en la cama pero el que me resultó más perverso fue cuando soñé que era mi hija la que abría la puerta y en lugar de enfadarse, sonreía y me dejaba solo para que culminara lo que había empezado.
“¡No puede estar de acuerdo!” maldije al despertarme de improviso con el recuerdo de su sonrisa, torturando mi cerebro y acomodando la almohada, decidí que al día siguiente la llamaría y aclararía las cosas.
Nuevamente el sopor me invadió y me hundí en un profundo dormitar del que solo salí cuando noté que María bajaba de su litera y se acomodaba a mi lado. Aterrorizado sentí que ponía su cabeza en mi pecho y me abrazaba. Esperando su siguiente paso, respiré tranquilo al percatarme que se había quedado dormida. Increíblemente la sensación de volver después de tantos años a tener una mujer entre mis brazos me encantó y por eso evité moverme para que no notara que me había enterado. El calor de su cuerpo contra el mío era algo tan maravilloso que provocó una grieta en mi decisión de permanecer soltero y cerrando los ojos, comprendí que ambas tenían razón:
¡Necesitaba una mujer!.
Aproveché ese momento para analizar las distintas mujeres que conocía y tratar de encontrar alguna con la que pudiera sentirme a gusto y pasar con ella el resto de mi vida. Desgraciadamente no hallé esa candidata idílica entre mis conocidas por lo que tuve que conformarme con decirme a mí mismo que debía de buscarla fuera. Justo en el instante que había resuelto explorar el mercado, María se movió y viendo que iba a caerse, la retuve posando mi mano en su culo.
“¡No puede ser!” exclamé mentalmente al sentir la suavidad de su piel sobre mis yemas y retirando mi palma de su trasero, me quedé impresionado de la tremenda erección que su contacto me había producido.
Ajena a mi embarazo, la mejor amiga de mi hija seguía frita mientras mi pene me pedía que volviera a acariciarla.  Totalmente horrorizado de que se despertara y viera el bulto evidente bajo mi pijama, me quedé inmóvil. Las horas siguientes se convirtieron en una tortura porque a mi vergüenza se unió un tremendo dolor de huevos, producto de tanto tiempo sobre excitado. Afortunadamente cuando a las ocho se despertó ya mi polla había vuelto a su tamaño normal. Al notar que se movía me hice el dormido porque así no tendría que explicar el porqué no la había echado cuando me enteré de su incursión hasta mi cama.
María se creyó que seguía dormido y deslizándose sin hacer ruido, se bajó de la litera. Una vez en mitad del compartimento, me dio la espalda y se puso a desnudar. Desde mi almohada vi cómo se deshacía de su camisón y se quedaba en pelotas, dejándome disfrutar de su trasero desnudo mientras buscaba que ponerse. Os confieso que intenté evitar seguir mirando pero fui incapaz y entre abriendo mis ojos, me puse a observar con deseo su pandero. Duro y con una forma de corazón que me dejó alelado, sus dos nalgas eran impresionantes pero la gota que colmó el vaso de mi excitación fue que al agacharse, me dejara vislumbrar un cerrado y rosado ojete que entonces me pareció un sueño inalcanzable. Una vez se había terminado de vestir, abrió sigilosamente la puerta y salió del compartimento.
Sé que fue inmoral pero nada más irse, cogí mi pene entre mis manos y rememorando la visión que involuntariamente me había obsequiado, me masturbé sin importarme que fuera ella. Cerrando los ojos, la vi arrodillada a mis pies y abriendo sus labios, introdujo mi falo en su boca mientras me decía lo mucho que me quería. Aun sabiendo que no era real, sentí sus besos sobre mi glande y la suave presión de su garganta al mamarme de forma que mi pene no tardó en estallar dejando una húmeda mancha sobre la sábana como recordatorio de mi depravación. Asustado de haber dejado una prueba tan evidente, fui al baño y cogiendo una toalla me puse a secarla, con la suerte que acababa de terminar cuando escuché que volvía.
Esperando que al entrar no notara nada extraño, me metí en la cama y nuevamente me hice el dormido. Con los ojos cerrados, oí el ruido de la puerta y a María entrando. Lo que no me esperaba es que después de dejar algo sobre la mesa, se acercara hasta mí y depositando un beso en mis labios, me diera los buenos días.
-¡Qué coño haces!- exclamé escandalizado de esa dulce caricia cuando minutos antes me había dejado llevar por la lujuria con su autora como protagonista.
-Lo que le prometí a Isabel: ¡Cuidarte! – respondió con ternura – Pero si me preguntas de dónde vengo, he ido a por tu desayuno-
Su respuesta me desarmó y más cuando se sentó a mirarme mientras me tomaba el café. La expresión de su cara era dulce pero provista de un erotismo que no me pasó inadvertido e incómodo por muchos motivos, le pregunté qué estaba haciendo:
-Darme cuenta que soy feliz al no tener que esconderme más. Te quiero y deseo ser solo tuya- dijo con determinación.
Pálido por tamaña confesión me costó tragar el sorbo de café que tenía en la boca y comprendiendo que de nada servía retrasar nuestra charla, me senté a su lado y le dije:
-María, yo también te quiero pero mi amor por ti es diferente. No creo que puedas ser feliz con un hombre de mi edad-
Contrariamente a lo que había pensado, mi respuesta le satisfizo y abrazándose a mí, me susurró al oído:
-¡Por ahora!, me conformo con que me quieras- y viendo que el tren había entrado en la estación, se levantó a recoger nuestras cosas mientras yo permanecía confuso en el asiento.
Absolutamente perplejo por su reacción, me quedé paralizado al darme cuenta que esa cría no iba a cejar en su empeño, de forma que tuvo que ser ella, la que viendo que todo el mundo se bajaba, me azuzara a darme prisa.
Nuestro primer día.
Debido a que teníamos que esperar a que nos liberaran mi coche, decidí meter nuestro equipaje en las consignas y así estar más libres para dar una vuelta por la estación. Ahora sé que fue una mala idea porque al no tener que llevar nada cargando, la muchacha me cogió de la mano y con ella bien agarrada, se puso a deambular por las tiendas. Siempre había odiado hacerlo pero no me expliquéis porqué me pareció agradable en su compañía hasta que se paró enfrente de una tienda de lencería. Tras unos minutos mirando el escaparate, me llevó a su interior y poniendo un coqueto picardías en mis manos, me preguntó:
-¿Te gustaría que lo llevara puesto en nuestra primera noche?-
Ni me digné a responderla. Dejando caer la prenda al suelo, hui de su lado mientras escuchaba la carcajada de ella retumbando en mis oídos. Enfadado busqué el abrigo de un bar y sentándome en una de sus mesas, pedí una tila que ayudara a calmarme. Aprovechando que estaba solo, cogí mi móvil e intenté llamar a mi hija. Tras varios intentos frustrados, le escribí un SMS, diciéndola que necesitaba hablar con ella. No debía de llevar medio minuto enviado cuando recibí su contestación:
“YA HE HABLADO CON MARÍA. TE REITERO QUE LE DES UNA OPORTUNIDAD. ELLA PUEDE HACERTE FELIZ”
La confirmación de que estaba al tanto y que su carta no era una falsificación, me dejó abrumado y temblando como un niño, deseé encontrarme a miles de kilómetros de las dos.  Sabiendo que Isabel era la persona que mejor me conocía y que su insistencia se debía deber a que sabía que me encontraba solo, no fue óbice para que hirviéndome la sangre maldijera los planes que habían elaborado a mis espaldas. Para terminarla de joder, mi supuesta novia llegó con una bolsa de la tienda donde la había dejado bajo el brazo y al verme, se abrazó a mí diciendo:
-Eres malo. Me has dejado sola decidiendo pero te prometo que te va a enloquecer el que al final he comprado-
-Por mí, ¡Cómo si es un burka!. ¡No pienso acostarme contigo!- contesté a voz en grito sin darme cuenta que teníamos público.
Colorada porque toda la gente nos miraba, respondió con firmeza en mi oído:
-¡Eso lo veremos! Eres mío aunque todavía no lo aceptes- tras lo cual se hundió en un mutismo del que no salió hasta llegar a mi casa.
Que se mantuviera en silencio mientras recogíamos el coche y durante el trayecto hasta el chalet, me dio tiempo de pensar. Mi hija tenía parcialmente la razón: Estaba tremendamente solo y no me había dado cuenta porque ella rellenaba ese vacío afectivo. En lo que estaba errada era que María fuera la mejor de las opciones. Mi verdadero problema era que si no quería que Isabel echara su vida por la borda y dejara sus estudios debía de soportar durante un mes ese acoso para que, vencido el plazo, fuera libre de hallar una candidata acorde con mi edad.
 Al llegar a mi casa, su amiga seguía enfurruñada y por eso, sin hacerle el mínimo caso, aparqué y saqué nuestro equipaje. Una vez dentro, llevé la maleta de María a su habitación y volví al hall, a por la mía. Fue entonces cuando la vi tirada al borde de las escaleras. Asustado por si se había hecho daño, le pregunté qué había ocurrido.
-Me he torcido el tobillo-
Creyendo su afirmación, la cogí en brazos y la llevé hasta el salón. La cría al sentir que la izaba, apoyó su cara en mi pecho y con una sonrisa en los labios, dejó que la depositara suavemente sobre un sillón. Acababa de dejarla, cuando escuché que me decía:
-Siempre había soñado que me metieras en brazos en “nuestra” casa-
Consciente de haber sido objeto de su burla, me encaré con ella, diciendo:
-María, me parece increíble que hayas simulado un accidente para conseguir tu fantasía. ¡Deja de comportarte como una zorra manipuladora! ¡No pienso ser tu juguete por mucho que te empeñes!-
La chavala, que había soportado mi bronca sin inmutarse, esperó a que terminara de desahogarme para con un tono tierno y afectuoso decirme:
-Amor mío,  me puedes llamar terca y manipuladora pero nunca zorra. Desde que soy mujer, y aunque he tenido deseos y no me han faltado oportunidades, he sabido que debía reservarme para ti. Quiero que tú seas mi primer y último amante-
Desarmado por el tono y el profundo significado de su respuesta, no supe que responder y dejándola sola, salí de la casa en busca de una tranquilidad y una paz que dentro con ella me resultaba imposible.  Me parecía inconcebible que esa monada, que me estaba acosando, nunca hubiera estado con un muchacho y que para más inri, me lo hubiese confesado con esa naturalidad. Consciente que tenía que cambiar de actitud porque no aceptaba mi rechazo, busqué otras soluciones. Por mi mente pasaron muchas, desde cogerla de los pelos y llevarla al aeropuerto, a violarla salvajemente y así se diera cuenta que yo no era ese “Don Juan” con el que soñaba. Conociéndome supe que no podría asumir el riesgo de la primera y que mi hija volviera pero menos podría llevar a cabo la segunda por ser una  burrada. Por eso cuando ya llevaba más de una hora paseando sin rumbo, decidí que lo que sí podría hacer era comportarme como un cerdo y que fuera ella la que saliera huyendo con las orejas gachas. Con mi ánimo repuesto y contento al tener al menos un plan, retorné a mi chalet.
Nada más entrar me encontré a María cocinando y poniendo en práctica la estrategia que había diseñado, metí mi mano bajo su falda y le toqué el culo.  Reconozco que ambos nos quedamos sorprendidos, ella por ser objeto de una caricia no pedida aunque sí deseada y yo al encontrarme que bajo esa  tela no llevaba ropa interior. Como había cruzado una línea sin retorno, seguí manoseando su trasero mientras le preguntaba con el tono más lascivo que pude dotar a mi voz:
-¿Es que nunca llevas bragas o solo lo haces para ponerme bruto?-
-¡Lo segundo!- contestó sin darse la vuelta y frotando sus nalgas contra mi entrepierna – y por lo que siento, ¡Lo he conseguido!-
Lo malo es que esa arpía tenía toda la razón, al sentir primero la suavidad de su trasero sobre mi mano y luego la dureza de sus cachetes contra mi pene, este se irguió bajo mi pantalón, descubriendo de antemano mi excitación. Cómo si me hubiese apaleado, salí humillado de la cocina mientras su risa confirmaba mi derrota.
“¡Será puta” pensé excitado y hundido, con el recuerdo de su voz retumbando en mi oídos y mi deseo acumulándose en las venas. De no ser porque era una cría hubiese vuelto a donde estaba y la hubiese tomado contra el fregadero pero como me sabía incapaz de hacerlo, tuve que buscar la calma poniéndome un bañador y tirándome a la piscina.
El agua helada aminoró mi calentura y ya más calmado,  me tumbé a tomar el sol. Llevaba unos pocos minutos sobre la tumbona cuando la vi salir completamente desnuda. Alucinado por su falta de pudor, me quedé observando como sus pechos se bamboleaban al caminar. Eran tal y como me había imaginado al verlos en el tren, pequeños pero duros y con unos pezones rosados que invitaban a ser mordidos. Decidido a no dejarme vencer, me la quedé mirando y le dije:
-Estás demasiado delgada para mi gusto-
Mentira, ¡Era perfecta!. Su cuerpo era el de una modelo. Su cara era de por si guapa pero si a eso le sumábamos su breve cintura, su culo en forma de corazón y ese estomago plano, la muchacha era de una belleza sin igual. Contrariando mis expectativas no le molestó mi crítica y acercándose a mí, contestó con despreocupación:
-Eso se puede arreglar. Si te gustan gordas, me cebaré-  y sacando de su bolso una botella de bronceador, se puso  a esparcirlo por mi cuerpo, mientras me decía: -Ves como tenemos razón: Te vas a quemar, ¡Qué harías si no estuviera yo aquí para cuidarte!-
Debía haberle contestado otra impertinencia pero las palabras quedaron atascadas en mi garganta al ver su sexo a escasos centímetros de mi cara. Sé que hubiera podido alargar mi mano y forzarla a poner su vulva en mi boca pero tratando de mantener un resto de cordura, cerré los ojos deseando que terminara de untarme de crema y así cesara esa tortura. María envalentonada por mi supuesta indiferencia, recorrió con sus manos mi pecho, mi estómago y mis piernas y no contenta con ello, al comprobar que bajo mi bañador mi pene  no era inmune a sus caricias, me pidió permiso para subirse encima de mí y así poderme esparcir con mayor facilidad el bronceador:
-¡Haz lo que quieras!- contesté con una apatía que no sentía.
No tardé en comprender mi error porque poniéndose a horcajadas en la tumbona, incrustó mi pene en su sexo y haciendo como si la follaba, se empezó a masturbar. No fui capaz de detenerla, sabiendo que la tela de mi bañador impedía que culminara su acto, me quedé quieto mientras ella se frotaba con sensualidad el clítoris contra mi polla. No satisfecha con ello, se tumbó sobre mi pecho, haciéndome sentir la dureza de sus pezones contra mi piel mientras llegaban a mis oídos sus primeros gemidos. Contagiado por su lujuria, recibí sus besos y mordiscos sin moverme mientras deseaba dejar esa pose y follármela ahí mismo. Os confieso que casi estuve a punto de ceder cuando pegando un grito, se corrió sobre mí pero, en ese momento, esa manipuladora me bajó de golpe la excitación diciendo:
-Gracias, mi amor, por haberme dejado demostrarte que no soy una niña. Esta noche seré tuya, ¡Lo quieras o no!-
Tras lo cual, me dejó solo con mi extensión apuntando al cielo y mi cerebro en plena lucha. Mientras mi cuerpo me pedía que me levantase y corriera a su lado, mi mente lloraba por lo cerca que había estado mi claudicación. Cómo si poseyese telepatía y fuera conocedora de la guerra en la que estaba inmerso, María incrementó mi desasosiego con un SMS que decía.
-LA COMIDA ESTA LISTA PERO SI PREFIERES TE PUEDO DAR CONEJO- y por si no estuviera claro a qué se refería, unió al mensaje un video donde ella se masturbaba.
Hecho un energúmeno, entré en la casa y me encontré a la muchacha perfectamente vestida, sentada a la mesa. Como un torrente, mis palabras se agolparon en mi garganta y de corrido le dije que me parecía una vergüenza que me mandara un archivo de esas características. María soportó la reprimenda con tranquilidad y viendo que había acabado, me dijo sin elevar el tono de su voz:
-Siéntate que se va a quedar fría- y sin darle importancia a lo sucedido, me soltó: -Te prometo no mandarte otro y si quieres, bórralo pero entonces también borra las fotos que me hiciste en el tren-
Sin poderme reponer a la sorpresa, me senté y me puse a comer mientras la muchacha sonreía sabiendo que si no me había vencido poco faltaba.
“¡Dios! ¡Qué vergüenza!”, pensé sin poder levantar la mirada del plato al saber que ella conocía lo depravado que podía llegar a ser y qué no le importaba.
Como un autómata fui degustando los platos sin llegarlos a saborear porque estaba tan hundido que lo único que pasaba por mi mente era terminar y así poder evitar la presencia de esa cría. María no metió sus dedos en mi herida y mientras yo me consumía en remordimientos, ella se mantuvo en silencio. Solo al terminar el postre y traerme el café, separó mi silla de la mesa y se sentó en mis rodillas, tras lo cual, apoyando su cabeza en mi pecho, me dijo:
-Amor mío, no sufras. Ese pequeño secreto quedará entre nosotros. Fue mi culpa,  debía de haberme puesto bragas pero deseaba tanto que supieras que soy una mujer, que no me las puse. Sé que he hecho mal y que ahora te sientes sucio, pero no te preocupes, a mí me encanta que me tengas en el móvil-
El modo tan sutil con el que me confirmó que había sido manipulado, no disminuyó mi embarazo y sintiéndome un ser despreciable, le pedí perdón casi llorando. La morenita sonrió al escucharme y posando sus labios sobre los míos, me soltó:
-Reconozco que estoy enfadada contigo pero no por eso. Soy una estupenda cocinera y ¡No me has dicho nada de lo bien que has comido!-
Lo absurdo y pueril de su respuesta terminó de derrotarme y cogiéndola entre mis brazos, busqué su boca con la mía. María respondió a mi pasión con más pasión y pasando su pierna sobre las mías, se sentó de frente. Mis manos no tardaron en recorrer su cuerpo y su culo mientras ella no dejaba de frotar su sexo contra mi pene. Poseído por un desenfreno atroz, desgarré su vestido dejando al desnudo su dorso y por vez primera, hundí mi rostro como tanto había deseado entre sus pechos. La cría gimió al sentir mi lengua recorriendo sus pezones y cogiendo uno entre sus dedos, me pidió que lo mordiera:
-¡Siempre he deseado saber que se siente!- gritó al notar el suave mordisco y quitándomelo de la boca, puso el otro para que repitiera la operación.
Obedeciendo a la que ya era mi dueña, metí la aureola en mi boca y mientras mamaba de ese precioso pecho, pellizqué el otro con fuerza. Lo novedoso de las sensaciones que su cuerpo estaba experimentando le hizo aullar de placer mientras su trasero se rozaba contra mi verga sin parar. Al oír que se corría, me volví loco y depositándola sobre la mesa, me bajé el pantalón y me dispuse a penetrarla pero entonces ella, cerrando sus piernas, soltó una carcajada y bajándose, huyó del comedor mientras me decía:
-Mi amor, necesito que mi primera vez sea romántica y ahora es imposible porque estás muy caliente. Te prometo que esta noche: ¡Te dejaré seco!-
Esa noche y su primera vez.
Como perro sin dueño, me pasé toda la tarde. Deambulando por la casa y una vez había desechado mis antiguas renuencias a hacerla mía, ahora no podía aguantar la espera. Mi mente anhelaba sentir su piel y besar sus labios mientras mis hormonas me exigían sumergirme entre sus piernas. María había desaparecido sin despedirse, de modo, que con el paso de las horas, el temor a haber sido objeto de una burla y que todo fuera una pantomima fue creciendo y por eso cuando a las nueve, seguía sin dar señales de vida, supuse que no vendría porque de seguro estaba alternando con alguien más joven mientras se descojonaban de mí.
“¡Cómo pude ser tan incauto!” maldije poniéndome un whisky, “¡Cómo me dejé liar de esa forma!”, me repetí mientras daba cuenta de la botella.
Estaba al borde de la desesperación cuando la oí llegar en mi coche. Ni siquiera me había dado cuenta que se lo había llevado y sin poderlo evitar, fui a abrir la puerta. La muchacha llegaba cargada con bolsas de comida y con un peinado nuevo que le hacía parecer mayor. Al ver los esfuerzos que hacía, la intenté ayudar con las bolsas pero ella se negó y encima, con un meloso reproche, me reclamó:
-¿No crees que tu mujercita se merece un beso al llegar a casa?-
No me lo tuvo que decir dos veces y levantándola en vilo, forcé su boca con mi lengua. La necesidad imperiosa que sentíamos hizo el resto, dejándonos llevar por la pasión, nos besamos mientras nuestros cuerpos empezaban a moverse completamente pegados.  Muerta de risa, María pasó su mano por mi entrepierna y poniendo cara de puta, me preguntó:
-Dentro de diez años, ¿Seguirás recibiéndome así?-
-¡Por supuesto!- declaré cogiendo uno de sus pechos en mi boca- y si no puedo, siempre me quedará el viagra-
Al sentir mi lengua juguetear con su aureola, presionó mi cabeza con sus manos mientras me susurraba:
-¡Me tienes bruta!-
Su completa entrega me dio alas y creyendo que había llegado la hora de hacerla mía, me arrodillé a sus pies y separándole las piernas, hundí mi cara en su sexo. Su aroma y su sabor recorrieron mis papilas mientras ella no paraba de reír histérica al experimentar la caricia de mi boca en el interior de sus muslos.
-¡Para!- me pidió al sentir que mis dedos separaban sus labios y mi lengua lamía su botón.
Pero ya era tarde, incapaz de retenerme, cogí entre mis dientes su clítoris y sin darle tregua alguna, me puse a mordisquearlo buscando sacar el néctar que ese coño escondía.
-¡Qué gusto!- gimió como una loca al sentir que su sueño se cumplía antes de tiempo y apoyándose contra la mesa, me rogó que continuara.
Sin darle tiempo a arrepentirse separé sus rodillas y quedé embelesado al disfrutar de la belleza de su coño. Desnudo, sin un pelo que estorbara mi visión, era un manjar demasiado apetitoso para comerlo con rapidez y por eso cogiéndola entre mis brazos, la llevé hasta la cama. Suavemente la deposité entre las sabanas y sin dejarla de mirar, me desnudé deseando que ella al ver mi cuerpo de hombre maduro no se arrepintiera de lo que íbamos a hacer.
Afortunadamente, María al comprobar mi erección, se quitó la camiseta negra que no me había dado tiempo a retirar y con cara de deseo me llamó a su lado. Ni que decir tiene que corrí a sus brazos. Nada más tumbarme a su lado, me cubrió de besos mientras su cuerpo temblaba cada vez que mis manos la acariciaban:
-Hazme tuya- me rogó al sentir mi aliento junto a uno de sus pezones.
Excitado brutalmente, tuve que retener mis ansias de penetrarla cuando vi que su aureola se endurecía con solo mirarla. Debí de actuar más lentamente  pero cayendo en la tentación, metí esa belleza en mi boca y bebí de esos pechos juveniles mientras su dueña no paraba de pedirme que la hiciera mujer. Sus ruegos se convirtieron en órdenes al  cambiar de objetivo y concentrarme en el tesoro que escondía su entrepierna. Con las piernas abiertas y sus manos pellizcando sus pechos, María chilló al notar la tortura de mi lengua recorriendo los pliegues de su sexo.
“Dios, ¡Qué belleza!” exclamé mentalmente al ver esa tela casi transparente que confirmaba su virginidad, temblando en la mitad de su vulva.
Temiendo hacerla daño, tanteé con una yema su resistencia cuando de improviso la dulce y tierna amante se transmutó en una hembra ansiosa que dominada por la lujuria, cogió mi pene entre sus manos e intentó forzarme a desvirgarla. Negándome a cumplir sus deseos, seguí devorando su coño con tranquilidad disfrutando de cada lametazo como si fuera el último.  Mi parsimonia asoló sus defensas y cayendo hacia atrás, se retorció dando gritos mientras del interior de su sexo brotaba un ardiente geiser que empapó las sábanas. La cantidad de flujo que emergió entre sus piernas fue tan brutal que aunque intenté absorberlo, no di abasto a recogerlo y usando mi lengua, prolongué su éxtasis, uniendo su primer orgasmo con el siguiente.
Azotando su cuerpo contra el colchón una y otra vez, María se corrió tan brutalmente que agotada por el esfuerzo cayó en un estado de somnolencia del que tardó en salir. Mientras lo hacía, me la quedé mirando absorto en su belleza. Su juventud quedaba realzada por la sonrisa que lucía su rostro, producto del placer que había sentido y por eso un poco cohibido, esperé que se recuperara.

Al despertar, María me miró con dulzura y poniendo un puchero, me reclamó que todavía no la hubiera hecho mía diciendo:
-Necesito que me tomes como tu mujer. Quiero sentir tu hombría dentro de mí y así sepas que eres mío-
Os confieso que estaba asustado y por eso, tuvo que ser la propia muchacha la que poniéndose sobre mí, llevara la punta de mi glande hasta su sexo. La suavidad con la que se colocó para que la desvirgara y su cara de deseo mientras lo hacía, acabó con mis dudas de un plumazo. Sabiendo que esa postura iba a hacer más doloroso el trance, la cambié de posición y tumbándola sobre su espalda, le separé las rodillas.
-¿Seguro que es lo que quieres?- pregunté posando la cabeza de mi miembro en su sexo.
-¡Sí!, Raúl, !Hazlo ya!- imploró mientras sus caderas intentaban que mi pene se introdujera en su interior.
Convencido de que no podía dejar pasar la oportunidad, presioné contra ese último obstáculo y de un solo golpe, lo rompí mientras la cría pegaba un grito al sentir su intimidad desflorada. En ese momento, me quedé quieto esperando a que su dolor se amortiguara pero María me rogó chillando que terminara de introducir mi falo en su interior. Centímetro a centímetro lo vi desaparecer mientras la mejor amiga de mi hija me miraba con una expresión de satisfacción en su cara. Al sentir mi glande chocando contra la pared de su vagina, la cría se mordió los labios con una mezcla de sufrimiento y deseo sin saber que era lo que venía a continuación. Su falta de experiencia me hizo ir con cuidado y dotando a mi cuerpo de un lento vaivén, fui sacando y metiendo mi pene de ese estrecho conducto mientras ella empezaba a gemir de placer. El sonido que brotaba de su garganta me confirmó que estaba gozando y por eso fui incrementando poco a poco la velocidad de mis maniobras.
-¡Me encanta!- chilló alborozada al sentir como mi extensión rellenaba su interior
Su entrega se tornó en total al asir sus pechos con mis manos. La sensación de ser penetrada mientras mis dedos se apoderaban de sus senos y los usaban como agarre para incrementar la velocidad de mis movimientos fue excesivo para la cría y berreando de placer, gritó a los cuatro vientos su orgasmo.
-¡Me corro!- la oí chillar mientras su sexo se encharcaba.
Contagiado de su lujuria, llevé mi ritmo al infinito y mientras por mis piernas se deslizaba su flujo, seguí  martilleando su interior con la música de sus gemidos resonando en las cuatro paredes de mi dormitorio. Comprendí que no iba a durar mucho más si seguía a tal ritmo y por eso ralenticé mi asalto. María al notar que había bajado la intensidad, protestó y con voz dura, me exigió que siguiera más rápido.
-Cariño- dije a modo de disculpa- si sigo así, me voy a correr-
-Es lo que quiero- gritó dotando a sus caderas de un movimiento atroz –Quiero sentir que me inundas con tu semen-
Su determinación me obligó a satisfacerla y elevando el compás de mis penetraciones, usé mi miembro como un martillo con el que golpe a golpe derribé las bases que la retenían en la realidad hasta que como poseída por un ser diabólico, vi como su cuerpo se retorcía de placer mientras me rogaba que me corriera. Ese enésimo orgasmo fue el banderazo de salida del mío propio y pegando un aullido, mi miembro explotó en su interior, regando con mi semen las paredes de su vagina. María al notar los blancos proyectiles chocando contra su interior se unió a mí y pegando un postrer chillido, cayó rendida sobre las sábanas. 
Agotado por tamaño esfuerzo, me tumbé a su lado y acaricié su pelo, mientras mi mente se compadecía de mí al saberme su esclavo. Mi niña-mujer, la bruja que me había seducido en menos de dos días y que había convertido un cariño casi filial en una necesidad imperiosa debió de comprender que pasaba por mi cerebro, nadas más abrir los ojos porque poniendo una tierna mirada, me soltó:
-No esperes que me conforme con esto. Ya que sabes que eres mío, no pienso dejarte escapar. Ni se te ocurra mirar a otra mujer, tus ojos al igual que el resto de tu cuerpo son de mi absoluta propiedad. Si algún día te pillo con una zorra, la mato a ella primero y luego a ti-
Supe que era verdad porque mientras se imaginaba mi traición, su cara se fue endureciendo hasta adoptar una expresión tan siniestra que me hizo dudar que ese chavala no fuera una perturbada. Os juro que todos los vellos de mi cuerpo se erizaron al verla fuera de sí y tengo que reconocer que estuve a punto de huir pero en ese momento, la dulzura que me había seducido volvió a su rostro y cogiendo mi asustado pene entre sus manos, me susurró al oído:
-Esta tarde, he comprado comida suficiente para que no tengamos que salir de la casa  hasta que en mi vientre crezca tu hijo, mi hijo, el hermano de Isabel-

Aterrorizado, comprendí que no le bastaba con esclavizarme, en su siniestro cerebro había planeado que no sería completamente suyo mientras no me diera un retoño con el que sometiera también a su querida amiga.

 
 

3 comentarios en “Relato erótico: “Seducido por ella, desvirgué a la mejor amiga de mi hija”(POR GOLFO)”

  1. Te he seguido desde todo relatos…espero que no dejes la historia esta inconclusa,se merece una segunda parte si o si…un saludo

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