«Son las nueve», pensé al oír que las dos mujeres salían de su cuarto. Tras lo cual, cogí mi chaqueta y salí al pasillo. Al cruzar el umbral de la puerta me encontré con una visión maravillosa, me esperaban ataviadas con unos escuetos vestidos de noche. Ambos lucían grandes escotes y solo se diferenciaban en la longitud de su falda, mientras María llevaba uno largo con una provocativa apertura en un lado, Isabel se había puesto uno cuya falda únicamente tapaba su culo, dejando al descubierto la mayor parte de sus piernas. Durante unos momentos, babeando su belleza, disfruté mirándolas. Ellas, lejos de sentirse incómodas por mi repaso, se sintieron halagadas y con desparpajo, me lucieron los modelitos.

― ¿Te gustan? ― preguntó mi prima.

―Estáis preciosas― tuve que reconocer.

―Sobre todo María― soltó la más pequeña de las dos: ― Está deslumbrante, si fuera hombre no dudaría en comerle esos preciosos pechos.

― ¡Coño con la niña! ― respondió la aludida, totalmente confundida.

―Tiene toda la razón, además ese vestido te hace un culo formidable. Sería mariquita si no me gustara verte con él― intervine rozando con mi mano su trasero.

Mi prima, sin saber a qué venían esos piropos, nos dio las gracias y llamando al ascensor, dio por terminada la conversación. Lo que no se esperaba era que, al entrar en el cubículo, Isabel, mirándola, dijera:

―Pablo, ¿te has fijado que se le han puesto duros?

― ¿El qué? ― contesté.

―Los pezones― y antes que María pudiera decir algo, le pellizcó uno por encima de la tela.

―No me había dado cuenta― respondí e imitando a la muchacha, cogí el otro entre mis dedos y lo apreté, diciendo: ―La pena es que soy su primo que si no sería un placer metérmelos en mi boca.

Nuestra víctima, alucinada, se quejó y separándose de nosotros, nos dijo que como broma ya tenía suficiente, pero entonces la cría le susurró al oído:

―Yo no soy tu prima y si lo necesitas, no me importaría hacerlo.

Afortunadamente para María, en ese instante se abrió el ascensor y dos turistas entraron porque tuve claro que, anticipándose a lo hablado, esa cría le hubiera mamado ahí mismo sus pechos. Lo estrecho del habitáculo hizo que nos tuviéramos que pegar unos a otros, dejando a Isabel entre los dos. La muchacha, sin pensárselo dos veces, nos abrazó y pasando sus manos por nuestros traseros, empezó a acariciarlos. Al mirar a mi prima, me percaté que se estaba viendo afectada por los continuos magreos de nuestra amiga y que para evitar que se le notara la excitación, miraba al techo mordiéndose los labios.

Cuando llegamos a la planta baja, los tres salimos abrazados y de esa forma llegamos hasta el restaurante―discoteca del hotel.  Por lo que me había contado el conserje, hasta las once era un restaurante, pero a partir de esa hora retiraban unas mesas y se volvía discoteca, por eso al entrar le di una propina al maître para que nos pusiera en alguna de las que no retiraran. Profesionalmente nos llevó a una de media luna, un poco alejada y oscura, tras lo cual, guiñándome un ojo me dijo:

―Aquí estarán tranquilos, usted y sus acompañantes.

Comprendí al instante a que se refería, desde esa mesa teníamos una perfecta visión de todo el restaurante y gracias al juego de luces, nuestros lugares estaban en penumbra, dificultando la percepción de lo que ocurriera allí. Satisfecho, puse a una mujer a cada lado, de manera que María e Isabel estaban enfrentadas. Esperé a que el camarero nos tomara la comanda para dar rienda suelta a lo planeado. Como si no fuera conmigo, le pregunté a mi cómplice que era lo que se comentaba de mi prima y de mí en el pueblo. La cría comprendió que era lo que quería que contestara y tomando un sorbo de vino, exclamó:

― ¿Qué los dos estáis buenísimos?

Solté una carcajada al oírla, en cambio, María intrigada por su respuesta le pidió que se explicara:

―Creo que lo sabes. Todas las mujeres del pueblo babean por Pablo y buscan cualquier excusa para ir al banco. Te puedo asegurar que varias son las que, aprovechando sus salidas a correr, le esperan para disfrutar viéndole con el cuerpo sudado.

―Y ¿que se dice de mí? ― preguntó ya interesada.

―De ti, se habla del cambio que has dado. Hombres y muchachos están de acuerdo, todos se darían con un canto en los dientes por disfrutar de tu cuerpo, aunque fuera solo un día. He llegado a oír de varias mujeres que contigo se harían lesbianas.

En ese momento intervine diciendo:

―Yo mismo te he espiado en la ducha y puedo asegurar que tienes uno de los culos más impresionantes de todos los que he visto.

Completamente colorada, mi prima se quedó callada, lo que le dio a nuestra amiga la oportunidad de decir:

―Nunca he estado con otra mujer, pero si tuviera que elegir a una para hacerlo, ten por seguro que te elegiría a ti.

Nada más terminar de decirlo, noté que bajo la mesa Isabel se había descalzado y sin ningún recato, acariciaba con su pie la pierna de mi prima. Ésta, sin saber cómo reaccionar, me miró buscando ayuda, pero en vez de auxiliarla, hice como si no me hubiese enterado. Mirando de reojo a ambas, descubrí en María una mezcla de confusión y excitación, y en su agresora, la determinación de conseguir sus metas. Los pezones de la rubia no tardaron en demostrar la calentura que sentía y a través del escote, me percaté que se habían erizado por las caricias de la muchacha.  La ausencia de reacción de la mujer espoleó a Isabel y sin recato alguno, subió hasta su entrepierna y descaradamente empezó a acariciar su pubis mientras me decía:

―Ya que la has espiado en el baño, dime como tiene el coño, ¿lo tiene rasurado?

―Completamente, no tiene ningún pelo. Pero lo mejor son sus pechos. No te haces una idea; grandes, llenos, en su sitio y con unas negras aureolas que los convierten en irresistibles.

― ¿Tan bonitos como los míos? ― preguntó coquetamente mientras se ahuecaba el escote para que mi prima y yo disfrutáramos de su visión.

María, incapaz de contenerse, gimió de deseo y bajando su mano, acarició el pie que la estaba masturbando e inconscientemente, abrió más sus piernas. Es más, echando su cuerpo hacía adelante, facilitó las maniobras de la morena. Decidido a no darme por enterado, contesté:

―Diferentes. Los pechos de mi prima son un vicio, pero los tuyos piden ser tocados― y sin pedir su opinión metí mi mano por su escote para acariciarlos.

Isabel al sentir las yemas de mis dedos pellizcando uno de sus pezones, aceleró las caricias de su pie mientras posaba su mano en mi entrepierna. Fue entonces cuando incrementé la presión sobre su areola y susurrando, le pedí que se concentrara en María. Poniendo cara de zorrón desorejado, obedeció retirando su mano y con toda la mala leche del mundo, preguntó a mi prima porque estaba tan callada. Para María le fue imposible contestar, en ese preciso instante se estaba corriendo, por lo que tuve que salir en su ayuda diciendo:

―Está avergonzada de nuestros piropos, pero verás que en unos minutos se repone.

―Eso espero― contestó la cría: ―Queda mucha noche y pienso aprovecharla.

Completamente derrotada por la vergüenza y el deseo, mi prima, una vez se hubo repuesto del orgasmo, nos dijo que necesitaba irse al baño, momento que aproveché para decirla al oído que cuando saliera del mismo, quería que me diera sus bragas. Cabreada, no me respondió, pero me dio lo mismo porque sabía que iba a obedecerme.

Nada más irse, Isabel se rio y pegándose a mí, me dio un beso mientras me decía:

― ¿Te habrás dado cuenta que he cumplido? ¿Estás contento?

―Todavía no― respondí: ―Dame tu tanga y metete debajo de la mesa. Quiero que cuando vuelva, le comas el coño.

Intentó protestar arguyendo que era un local público y que jamás se lo había hecho a una mujer, pero fui inflexible y no tuvo más remedio que darme su ropa interior y disimuladamente, introducirse bajo el mantel. María volvió al cabo de los dos minutos y al ver que estaba solo me preguntó que donde estaba la muchacha.

―Se ha ido a hablar por teléfono― contesté.

Al oírme me dio sus bragas mientras me contaba que Isabel la había masturbado sin que yo me diese cuenta. Esperé a que terminara de hablar para preguntarle que había sentido. Sus mejillas se sonrojaron y bajando la mirada, me contestó:

―Me ha puesto burrísima. Pero eso no es lo acordado, tenías que ser tú quien la sedujera.

―Por eso no te preocupes― respondí satisfecho: ―Aún te quedan muchas sorpresas. Quiero que te subas el vestido y abras tus piernas. Me apetece ver cómo lo tienes de excitado.

Soltando una carcajada, me llamó pervertido, pero haciendo caso a mi petición, se levantó la falda y abrió sus piernas para mostrarme la humedad de su sexo.

―Estoy chorreando― confirmó abriendo con las manos sus labios.

Isabel, creyó que ese era el momento y poniendo sus manos en las rodillas de mi prima, llevó su boca hasta la entrepierna de la mujer. Asustada por la sorpresa, María gritó, pero al ver mi sonrisa, se relajó y dejándose hacer, me pidió explicaciones. Torturándola me entretuve bebiendo de mi copa, porque sabía que en ese momento la lengua de la morena estaba dando buena cuenta del inflamado clítoris de mi prima y era consciente que cuanto más alargara mi explicación más caliente estaría. Al comprender que de nada servía prolongar más su ignorancia, le expliqué que mientras se cambiaba, la cría había venido a mi cuarto y que después de hacerme una mamada, me había contado que sabía de lo nuestro y que quería convertirse en nuestra amante.

―Y ¿qué le dijiste? ― preguntó mientras apretaba el mantel entre sus manos, presa del deseo.

―Que primero tenía que convencerte y que, después de veros disfrutando, entonces y solo entonces, la haría mía.

Ya sin ningún pudor, gimió de placer y posando sus manos en la cabeza de nuestra nueva amante, disfrutó de las caricias de la jovencita y por segunda vez, se corrió sobre su silla. Disimuladamente, miré bajo el mantel y no me extrañó descubrir que Isabel se estaba masturbando mientras hacía lo propio con mi prima. Fue entonces cuando cambiándola de postura la giré de manera que su culo estaba a mi disposición y metiendo mi mano en su entrepierna, busqué y encontré el botón que se escondía entre los pliegues de su sexo. Una vez localizado, comencé a acariciarlo con un dedo mientras con otro lo introducía en el estrecho conducto de su cueva. Sentir que mi dedo en su interior fue demasiado para Isabel y retorciéndose, el placer se derramó sus piernas. Satisfecho al comprobar que ambas habían obtenido su parte de gozo, dejé que saliera de su encierro y retornara a su silla.

Al salir de debajo del mantel, los ojos de la cría tenían un brillo especial y por eso le pregunté qué le había parecido:

―Ha sido brutal. Nunca creí que fuera capaz de hacer algo tan pervertido y menos disfrutar como una perra haciéndolo― contestó: ― No sabes el corte que tenía, pero en cuanto probé tu coño― dijo mirando a María ― me puse tan cachonda que no pude parar y cuando Pablo me tocó me corrí como una cerda.

―Entonces, ¿te ha gustado? ― le susurró mi prima cogiendo su mano.

―Sí― y guiñándole un ojo, prosiguió diciendo: ―Estoy deseando llegar a la habitación y perderme entre vuestros brazos.

―Todo a su tiempo― la interrumpí: ― Primero tenemos que cenar y luego bailar para bajar la comida. No quiero que la vomitéis. Esta noche vuestros cuerpos van a dar muchas vueltas en mi cama.

― ¿Nos lo prometes? ― dijeron ambas al unísono.

―Solo espero tener energía suficiente. Tengo dos coños y dos culos que rellenar y una sola polla― respondí en son de guasa.

Muerta de risa, mi prima señalando a un grupo de muchachos de otra mesa, contestó:

―Eso es porque tú quieres, no creo que ni Isabel ni yo tengamos ningún problema en conseguir alguien que te ayude.

―No voy a necesitar ayuda. Si me canso, mis mujercitas pueden consolarse mutuamente.

―No te preocupes que lo haremos. Esta noche cuando te hayamos dejado seco, te juro que tendré suficiente con María y si no es así, siempre podré utilizar uno de los juguetes que he traído en mi maleta…

11

Habiendo puesto sus cartas sobre la mesa, Isabel se echó a reír cuando se enteró que habíamos planeado chantajearla también nosotros para que no se fuera de la lengua y con su habitual desparpajo, pidió que cuando la fotografiásemos nos fijáramos en tomárselas desde la izquierda, ya que ese era su lado más fotogénico.

            ―Zorrita, no creo que salgas muy favorecida después de la tunda que le voy a pedir a Pablo que te dé― respondió María sonriendo.

            La chavala rápidamente le hizo ver que si creía que amenazarla con unos azotes iba a afectarle de algún modo se equivocaba cuando sin importarla que alguien la oyera, pidió que fuera mi prima la encargada de dárselos.

            ―Desde que os descubrí, he fantaseado con ser vuestra sumisa.

            Que exteriorizara ese deseo, me extrañó y más cuando se notaba a la legua que era una cría resuelta y acostumbrada a llevar la iniciativa, por eso no dejé para más tarde el preguntar si creía que iba a disfrutar en manos de un dominante.

―Lo importante para mí no es cómo sino con quién. Me da igual servir de esclava, fungir como domina e incluso cabalgar en plan ponygirl siempre que sea con vosotros― replicó con los pezones totalmente erizados.

―Estarías bellísima con un bocado en la boca y unas cinchas alrededor del cuerpo― comenté imaginándola lista para la doma.

Algo parecido debió pensar mi prima, ya que sin ningún tipo de rubor le confesó lo mucho que disfrutaría fustigando su trasero mientras la monta. Isabel, echándose a reír, contestó:

―Soy bastante salvaje y podría tirarte.

Los pezones de María reaccionaron al escucharla y cogiéndola de pelo, respondió que esa misma noche le probaría lo buena jinete que era mientras le daba un morreo. La llegada de la camarera con la cena impidió que siguieran besándose, pero no consiguió contener la lujuria de mis acompañantes. Y es que ya lanzadas, se pusieron a comentar las ocultas fantasías sexuales que compartían.

―Me encantaría que mi primera vez con vosotros fuera en un callejón oscuro― reconoció Isabel pellizcándola un pecho.

―A mí en cambio, me gustaría follarte aquí mismo― replicó devolviéndola la caricia.

― ¿En el baño? ― sonriendo, preguntó.

            ―No, zorrita. ¡En mitad de la pista! ― fue la respuesta de María.

Por el tamaño de sus pitones, comprendí que la idea no la desagradaba y sabiendo que de hacerlo nos echaran de ese lugar, decidí intervenir comentando:

―Como he traído la cámara, prefiero seguir con nuestros planes aprovechar para sacar un extenso reportaje fotográfico y así inmortalizar tu primera noche con nosotros.

La rubia, captando a la primera mis intenciones, se acomodó junto Isabel y me pidió que las sacara una foto. Supe que se proponía y riendo las enfoqué. Tal y como había previsto, la pervertida de mi prima aprovechó el momento para meter la mano en el escote de nuestra acompañante y sacando uno de sus pechos, lo lamió mientras tomaba una instantánea. La chavala no se quejó de ser retratada con una teta al aire y sonriendo, me rogó que la fotografiara mordiendo uno de los pezones de María.

―Se me ocurre algo mejor… ¡acompáñame al servicio! ― susurró María mientras cogía prestada la cámara de mis manos.

Dando por sentado que a la vuelta podría recuperar de la memoria de la cámara todo lo que hicieran, me quedé observando como las dos mujeres desaparecían rumbo al baño con las manos entrelazadas. Lo que no me esperé fue que la camarera que nos había servido se acercara a la mesa y me soltara al oído lo espectaculares que eran mis acompañantes.

―Son preciosas, ¿verdad? ― respondí un tanto cortado por el piropo de la pelirroja.

―Y por lo que veo, bastantes traviesas― añadió mientras disimuladamente me pasaba un papel con su teléfono: ―Aunque esta noche trabajo hasta tarde, mañana libro y no me importaría que me invitaseis a participar en vuestros juegos.

Tras reponerme de que se estuviese ofreciendo, aproveché para recorrer su pantorrilla mientras le comentaba a qué cala nos aconsejaba ir al día siguiente.

―Conozco una cerca, pero solo se puede ir en barca― contestó notando que mis dedos se iban haciendo más atrevidos y subían por su pierna: ―Si quieres, yo tengo una y puedo llevaros.

―Me parece estupendo, yo me ocupo de las cervezas y lo demás. ¿Dónde quedamos? ― habiendo llegado al borde de su nalga con una de mis yemas, pregunté.

―Tengo el bote en el amarre quince― consiguió balbucear al sentir mi mano bajo su falda.

― ¿A qué hora? – insistí mientras me daba un homenaje en su trasero.

― Sobre las once, para darme tiempo a dormir― respondió separándose al ver que otros clientes la llamaban.

El movimiento que imprimió a su trasero me hizo saber que no faltaría y por eso, me la quedé mirando mientras tomaba la comanda a la otra mesa. Eso me permitió examinar a conciencia sus formas y tras darle un buen repaso, confirmé que era dueña de unos pechos que rivalizaban con los de mi prima.

«Está buena la cabrona», dije para mí mientras aguardaba la vuelta de las dos.

Por los quince minutos que tardaron en retornar, supe que se lo habían pasado de lujo en el baño aún antes de observar el brillo de sus caras y por eso mientras se sentaban únicamente pedí que me devolvieran la cámara. Ni Isabel ni María pusieron ningún impedimento a que revisara la memoria de la misma y por eso no tardé en descubrir que habían superado mis expectativas al contemplar la sesión de fotos que se habían tomado en tan corto tiempo y es que no solo aparecían desnudas sino comiéndose alternativamente sus coños.

―Por lo que veo, os lo habéis pasado muy bien comenté mientras llamaba a la empleada del restaurant.

Ninguna de ellas previó que al llegar la pelirroja, me pasara un par de minutos ensañándole lo que habían hecho en el servicio y menos que la joven señalara las caras de puta que lucían en las fotos.

            ―La misma que vas a poner cuando mañana te lo coman a ti― repliqué sin aclarar nada a mis acompañantes que observaban aterrorizadas nuestra complicidad.

            ―No tengo la menor duda de que así será― replicó muerta de risa mientras se alejaba a cumplir con su trabajo.

            María espero a que se marchara para preguntar a qué me refería con lo de mañana. Despelotado, les conté que esa muchacha se había comprometido a llevarnos al día siguiente en barco para pasar el día con nosotros. No contentas con lo que les había explicado intentaron sonsacarme que más me había dicho. Riendo contesté:

            ―Solo que estabais muy buenas.

            ―Pues ella tiene un culo digno de ser mordisqueado― con una sonrisa de oreja a oreja, Isabel comentó para acto seguido preguntar si siempre teníamos tanto éxito.

            ―No. Quitándote a ti, nadie se nos ha acercado de esa forma― respondí bebiendo de mi copa.

―En serio, ¿la conocías de algo? Mira que soy de cascos ligeros y, aun así, tardé una eternidad en atreverme― replicó al no creer mi versión y creer que ya había tenido trato con ella.

―Te juro que es la primera vez que la veo y debo reconocer que creo que no fui yo quien la atrajo sino vosotras.

Maria, que hasta entonces se había quedado callada, sacó a relucir sus celos preguntando si no tenía bastante con ellas dos.

―Claro, amor mío, pero a nadie le amarga un dulce y menos a ti. Llevas meses soñando con hacer un trio y al día siguiente de cumplir tu fantasía, la culminarás haciendo un cuarteto― respondí y rellenando nuestras copas, brindé con ellas por nuestro futuro juntos. Alzando su vino, la morena añadió:

―Sabía que exploraría mis límites junto a vosotros, pero nunca supuse que sería tan pronto. ¡Por una vida llena de sexo y de felicidad!

Mis risas se unieron a las de mi prima mientras cerrábamos el acuerdo juntando nuestras bocas ante el escándalo del resto de los clientes y las miradas envidiosas de la pelirroja.

Bailamos y bebimos las siguientes dos horas hasta que tantos arrumacos e insinuaciones nos hicieron llegar a un estado de excitación que no pudimos aguantar más y tras confirmar con la camarera la hora de nuestra cita, salimos rumbo al hotel. La cantidad de gente que nos encontramos en la calle hizo imposible que pudiéramos satisfacer nuestra urgencia hasta llegar al ascensor donde ya sin recato alguno, Isabel se lanzó sobre mí en busca de caricias con el beneplácito de María. La acción coordinada de ese par consiguió quitarme los pantalones antes de llegar a la habitación y por eso en calzoncillos tuve que recorrer el pasillo corriendo para no ser sorprendido por otro huésped. Al cerrar la puerta y como si fuera algo pactado entre ellas, se arrodillaron a mis pies y sin más prolegómeno, me bajaron los gayumbos y sacando sus lenguas, se pusieron a lamer con desesperación mi erección.

            ― ¡Menudas putas estáis hechas! ― desternillado al contemplar las ansias con las que competían por mi pene, comenté.

            Mi exabrupto lejos de calmarlas las exacerbó, pero sobre todo a mi prima, que sin ningún recato se despojó del vestido para acto seguido pedirme que la empotrara. Liberando la excitación que llevaba a cuestas, le di la vuelta y de un solo empujón, hundí mi falo en ella mientras a mi lado, Isabel me azuzaba a follármela en plan salvaje:

― ¡Lo está deseando!

            Ni que decir tiene que la hice caso y sin dar tiempo a que se acostumbrara comencé a cabalgar sobre ella mientras la incitaba a moverse con sonoros azotes sobre su culo. Supe de la calentura que María llevaba acumulada cuando apenas había comenzado la oí correrse dando gritos exigiendo que no parara. Colaborando conmigo, la morena llevó sus dientes a los pezones de mi prima mientras insistía:

            ―Hazla saber que eres nuestro macho.

            El mordisco que le regaló añadió mayor morbo al sentirse usada por ambos y totalmente entregada, me rogó que siguiera amándola mientras se derrumbaba contra la pared. Que tuviese apoyada la cara contra el tabique no me paró e incrementando la velocidad de mis embates, martilleé su interior con saña.

            ― ¡Dios! ¡Cómo me gusta! ― chilló sin importarle que su cara rebotar al notar que el placer se profundizaba con esas continuas estocadas.

            Impulsado por una calentura atroz, la tomé en brazos y la llevé a la cama, donde nuevamente reanudé mi ataque insertando la totalidad de mi pene en ella mientras la morena se despojaba de la ropa y acudía a nuestro lado. Al sentir a Isabel a mi lado, cambié de objetivo y poniéndola a cuatro patas sobre el colchón, la empalé con mayor violencia si cabe.

            ― ¡Mi señor! ― aulló esta al notar que sus entrañas eran tomadas al asalto por mi miembro, denotando así el modo en que deseaba ser usada.

            ―Ni se te ocurra correrte en ella, ¡antes tiene que demostrar que es digna! ― dijo gritando mi prima mientras tirando de su melena, le acercaba la cara a su sexo.

Asumiendo que en parte eran celos lo que sentía, no dije nada y dando una nalgada a la morena, le exigí que satisficiera a mi prima recordándola que era también su dueña.

―Soy la puta de mis adorados amos― llegó a confirmar antes de hundir la cara entre los muslos de la rubia.

El chillido con el que María acogió la traviesa lengua de la chavala me indujo a pensar que había olvidado los celos y por ello, tomando a Isabel de la cintura, reanudé mi ataque mientras la alertaba de que tenía solo unos minutos para que María se volviera a correr o tendría que castigarla. Mi amenaza la hizo reaccionar y deseando complacer nuestros deseos, llevó las manos hasta los pechos de la rubia mientras le devoraba el sexo.

―Sigue zorra, ¡cómeme entera! ― le ordenó asolada por el placer.

El chapoteo del coño de la morena al ser tomada me avisó de su calentura y recordando la promesa que le había hecho a mi prima, supe lo mucho que la complacería el ver cómo tomaba posesión del culo de nuestra sumisa. Por ello, cogiendo entre mis dedos una buena cantidad del flujo que desbordaba, embadurné su esfínter sin pedirla permiso.

―Soy virgen por ahí― asustada comentó.

―Eso tiene remedio― contesté mientras hundía un dedo en su trasero.

Al notar esa violación Isabel sollozó, pero eso no me amilanó y metiendo otro, le exigí que no dejara enfriar a María o le desgarraría el ojete. Gimiendo desconsolada, la muchacha aumentó el ritmo de sus lametazos mientras a su espalda, yo comprobaba que poco a poco su ano se relajaba y a pesar de mis amenazas, consideré seguir aflojando su resistencia antes de forzarla. Lo que no preví cuando me puse a juguetear con mi glande en esa inmaculada entrada, fue que la morena se corriera llenando mis muslos de flujo.

― ¿Quién coño te crees para correrte sin permiso? ― grité haciéndome el enfadado para a continuación irle encastrando centímetro a centímetro la totalidad de mi tallo.

―Su puta, ¡mi señor! ¡Solo su puta! ― sollozó con una mezcla de dolor y placer.

Aunque interiormente estaba satisfecho por su gozo, seguí simulando un cabreo que no tenía y sin darle tregua alguna, comencé a empalarla con decisión mientras le avisaba que esa noche le dejaría el culo morado con mis azotes.

―Seré yo el que se los dé― mi prima rio desde la cama al percatarse del orgasmo que sacudía a nuestra nueva amante.

Esas advertencias solo consiguieron aumentar el placer que la asolaba y llorando llena de vergüenza y de felicidad, nos pidió perdón por ser tan casquivana.

―Lo que eres es una zorra― retorciendo sus pezones, le recriminó María.

Respondió a la tortura lanzándose en picado al gozo sexual y con nuevos gritos, nos rogó que no dudáramos en castigarla. Haciendo caso a nuestra joven paisana, mi prima la obligó a separarse de mí y señalando mi verga, le ordenó que limpiara los restos de sus intestinos para que una vez inmaculada la usara con ella.

―Sus deseos son ordenes, mi ama― con un brillo de satisfacción en sus ojos, respondió y sin necesidad que insistiera, se afanó a recoger con la lengua cualquier rastro de su trasero que hubiera en mi pene.

Lo que ninguna de las dos previó fue que dada mi excitación no pudiera contenerme y que, presionando su cabeza con mis manos, me pusiera a follar la boca de la sumisa totalmente entregado a la lujuria. Al comprenderlo, Maria le exigió que no desperdiciara mi regalo o la tendríamos a dieta el resto del viaje.

―No lo haré― respondió Isabel mientras hundía la totalidad de mi verga en su garganta.

Al sentirla embutida hasta el mango en ella, no pude más y me dejé llevar explotando en su interior. El brutal estallido le provocó arcadas, pero no por ello permitió que se le escapara una gota de esperma y con mayor intensidad, siguió ordeñándome mientras de reojo veía la sonrisa de mi prima.

―Trágate todo o esta noche dormirás en el suelo― insistió María usando el poder que voluntariamente la morenita le había otorgado.

Por la forma en que se afanaba, supe que esa advertencia sobraba, pero no por ello dejé de usar su boca para liberar la tensión que llevaba acumulada hasta que conseguí vaciar mis huevos. Entonces y solo entonces, pedí a mi adorada rubia que me trajera una copa del mini bar. Extrañada por el cambio de tercio, se levantó de la cama para cumplir mi deseo.

― ¿No te llevas a tu montura para tan largo camino? ― pregunté.

Comprendiendo al fin mis motivos, tomó a la morena del pelo y sacándola de las sábanas, la obligó a ponerse a cuatro patas sobre la alfombra. Tras lo cual, subiéndose a horcajadas sobre su espalda, tomó un zapato y la obligó a pasearla por la habitación durante un par de minutos antes de ir a por mí whisky. Los gritos de placer de Isabel cada vez que María usaba la suela para aligerarle el paso me hicieron saber lo mucho que disfrutaría con las andanzas de esas dos en el futuro…

12

La noche fue tan intensa que a la mañana siguiente nos levantamos tarde y apenas nos dio tiempo de salir a comprar lo que nos habíamos comprometido para pasar el día. Por eso y a pesar de que Isabel intentó volver a hacernos el amor antes de salir de la cama, se quedó con las ganas y no tuvo más remedio que postergarlas para otra ocasión. Aun así, no tuvo reparo alguno en demostrar lo urgida que andaba de caricias cuando me pilló en la ducha y me rogó que le echara un polvo rápido, metiéndose conmigo. Su insistencia me hizo gracia y es que cuando con su descaro habitual se arrodilló ante mí para saciar su sed. Sin maquillaje y recién levantada, su belleza me pareció algo sin igual.

―La princesita se ha despertado cachonda― comenté observando cómo caía el agua por sus pechos mientras intentaba evitar que culminara su acoso avivando la erección que crecía entre mis piernas, levantándola.

―La culpa es tuya por estar tan bueno― contestó y sin ceder un ápice en sus pretensiones, buscó que cambiara de opinión restregándose contra mi cuerpo.

Para entonces mi falo ya había adquirido consistencia y se erguía firme, por lo que por un momento dudé si dar rienda a la lujuria y poseerla. Afortunadamente, María llegó al rescate y desde la puerta, nos urgió a salir del baño recordando que habíamos quedado.

― ¡Eres una aguafiestas! ― rezongó molesta al saber lo cerca que había estado de conseguir su objetivo mientras se anudaba una de las toallas en la cintura.

―Y tú, un zorrón desorejado― contestó la rubia.

Al ver la sonrisa con la que reaccionaba al insulto y que no se tapaba los pechos, quiso castigarla pellizcando uno de sus pezones. El gemido de placer de Isabel me hizo saber que lejos de molestarla, la había excitado y por ello, riendo pedí a mi prima que no volviera a hacerlo o no podríamos llegar a tiempo a la cita.

­―Si llego a saber que eras tan puta, nunca se me hubiese ocurrido que nos acompañara― sentenció mientras le daba una nalgada.

La morena nuevamente demostró su carácter al replicar desternillada.

―Si llego a saber lo mucho que te iba a gustar azotarme, te hubiera atacado ya en el pueblo.

Dando por imposible a ese par, me fui a vestir mientras ellas seguían retándose en el baño…

Tras grandes esfuerzos, al fin conseguí sacarlas del hotel e ir a un súper donde compré no solo una buena reserva de cervezas y hielos, sino también un surtido de ibéricos con los que calmar el hambre. De forma que totalmente cargados llegamos justo a la hora al muelle donde habíamos quedado. Una vez ahí, tuve que revisar en mi teléfono el número porque me encontré con que la embarcación que estaba atracada allí, en vez de ser un bote, era un enorme yate.

            «No puede ser», pensé temiendo haber sido objeto de una burla al contemplar las dos cubiertas de las que constaba, ya que era imposible que una camarera tuviese el dinero necesario para mantener algo de ese tamaño.

            Estaba todavía pensando en ello cuando desde la popa, escuché a un tipo gigantesco, lleno de músculos, gritar:

  • Elisa, tus invitados ya han llegado.

Alertada por él, la pelirroja no tardó en salir luciendo un bikini que dejaba poco para la imaginación ya que lo escueto de su tela dejaba al aire la mayoría de sus senos y la totalidad de su trasero.

―Pasad, por favor― dijo señalando la pasarela de acceso al barco.

Cortado y molesto porque esa joven no nos hubiese avisado que llevaría compañía, subí con mis dos acompañantes mientras ella y el tipo en cuestión se acercaban a saludarnos. Al darle la mano se hizo más evidente su altura al sacarme media cabeza. Por si eso fuera poco, el capullo aquel no solo era un “musculitos”, sino también un adonis. Prueba de ello fueron las miradas que se entrecruzaron Isabel y María mientras admiraban los bíceps y la tableta del tal Ricardo.

―Menudo tiarrón― escuché a mi primar murmurar impresionada con el gemelo de Hulk.

Desconociendo mi cabreo, la pelirroja me ayudó a llevar las compras adentro y eso me permitió contemplar el lujo y las dimensiones de las estancias interiores del “botecito”. Al ver mi cara, la chavala se echó a reír y tras reconocerme:

― ¿Te gusta? Sé que es un capricho, pero como Ricardo insistió y nos lo podemos permitir, accedí a que lo compráramos.

― ¿Estás casada? ― pregunté.

Para mi sorpresa, Elisa soltó una carcajada al darse cuenta de que daba por hecho que el gigantón era su marido.

―Para nada. Ricardo, además de homosexual, ¡es mi hermano!

Uniéndome a sus risas, le pregunté entonces cómo era posible que una camarera tuviese tanto dinero, a lo que me replicó que tanto el restaurant como el hotel en el que nos hospedábamos eran parte de su herencia. Confieso que me quedé sin palabras al enterarme y cambiando de tema, le pedí que no les dijera nada a mis acompañantes acerca del parentesco que le unía con Ricardo ni tampoco de su sexualidad.

― ¿Y eso? ― quiso saber.

Desternillado, contesté:

―Míralas, están entusiasmadas con tu hermano.

Viendo que estaban tonteando descaradamente con él, sonrió mientras me preguntaba si estaba celoso.

―Ahora no, pero antes… ¡un huevo! No me sentía capaz de competir físicamente con él.

―Yo no te cambia por Ricardo, me vuelve loca tu pancita cervecera― musitó acariciando con las yemas esos supuestos “michelines” que combatía con ejercicio.

―No tengo panza― protesté mientras avergonzada comprobaba que no era inmune a sus mimos y que bajo mi bañador crecía mi apetito.

Sin dejar de sobarme, fue entonces cuando ella me preguntó por Isabel y María, y si lo nuestro era una relación abierta. Al explicarle brevemente que una era mi prima y amante, y que la otra era una nueva adquisición que estábamos empezando a conocer, se partió de risa:

―No te creo. Anoche se las veía muy sueltas.

La confianza que esa pelirroja me transmitía y no teniendo nada que perder, le narré los motivos por los que habíamos pedido que nos acompañara y más específicamente le conté que queríamos que nos sirviera de parapeto ante el embarazo de María. Tras escucharme con atención, vio su oportunidad y restregando sus pechos contra el mío, me soltó:

―Si me dejáis, os puedo ayudar con vuestro problema.

La suavidad y firmeza de sus atributos terminaron de despertar al traidor de mi entrepierna y ya luciendo una erección de las que hacían época, pregunté en qué podía ayudarnos.

―Cuando heredamos de mi abuela, la muy bruja nunca aceptó el tener un nieto homosexual y dejó claro que su legado se podía revertir si Ricardo no se casaba con una mujer en cinco años.

― ¿Estás sugiriendo lo que pienso?

Desternillada, respondió:

―Sí. Como habíamos pensado en pagar a alguien para que fuera su esposa, mataríamos dos pájaros con el mismo tiro. Mi hermano no tendría que renunciar a su herencia y os serviría como parapeto ante los chismes. Nadie pondría en tela de juicio que María se haya quedado prendado de él.

―Ya― objeté― pero entonces el niño sería automáticamente hijo suyo.

Supe que no había caído en eso y por ello se quedó pensando unos momentos antes de contestar:

―Sí, pero no. Para protegerse ambos, tendrían que firmar por anticipado que Ricardo no es el padre.

Asumiendo que, aunque complicada era posible esa solución, supe que a efectos prácticos a nosotros nos bastaba con simular un affaire y que para ello bastaban unas fotos. Al reparar en que María se nos había adelantado y se estaba haciendo unos selfis con el hombretón, comprendí que a pesar de no saber nada sobre mi conversación con Elisa mi prima estaba preparando el terreno para usarlo de coartada y que sus viejos dieran por sentado que ese corpulento animal era el que la había embarazado.

«Será puta», me dije al comprobar que sobre limitándose a lo estrictamente necesario, le estaba metiendo mano con total descaro mientras Isabel le reía la gracia.

Viendo mi cara de cabreo, susurró en mi oído mientras intentaba liberar mi miembro, si podía hacer algo para calmarme. Excitado, decidí que, si la pelirroja deseaba un buen meneo, eso sería lo que obtendría de mí y girándola, hice que me diera la espalda para acto seguido y sin pedirle opinión, despojarla de la parte de abajo del bikini.

―Ya te estabas tardando― gritó encantada y sabiendo de mis intenciones, se agachó sobre una mesa dándome un espléndido panorama de su trasero.

Correctamente interpreté que estaba deseando ser empotrada y por eso, sin mayor dilación y de un solo embiste la empalé. Comprendí lo mucho que le había gustado la forma en que la tomé cuando comenzó a chillar pidiendo que la tomara. Lo que nunca se esperó fue que sus berridos atrajeran la atención del resto y que tanto su hermano como mis niñas entraran a ver qué era lo que le ocurría. Al llegar corriendo, se toparon con la imagen. Pero fue Ricardo el que reaccionó y soltando una carcajada, comentó:

―Elisa, todavía no hemos salido del puerto y ya estás zorreando.

Tanto Isabel como mi prima habían supuesto que la pelirroja era su pareja y por eso respiraron aliviadas al ver que no montaba un escándalo. Tras reponerse del sofoco y observando que en ningún momento había dejado de empotrar a la pelirroja, llena de celos, María se le insinuó al gigante con ánimo de castigarme.

―Eres un dulce, pero no de los que a mí me gustan― haciéndole una carantoña en la mejilla, la rechazó.

La morenita creyendo que la prefería a ella no tuvo empacho en ofrecerse deslizando los tirantes de su bikini.

―Lo siento, pero no me he expresado bien: de follarme a alguien, sería a Pablo… soy gay.

― ¡Yo en cambio soy bisexual! ― señaló su hermana desde la mesa.

Isabel vio en ello una llamada y acercándose, tomó entre sus manos las tetas de la pelirroja mientras me pedía permiso para intervenir.

―Seré yo quien deba dártelo― protestó Elisa al sentir que usando sus dedos le pellizcaba un pezón.

―Se lo he pedido a él porque es mi amo y tú solo una zorrita a la que se está follando― respondió mientras se lo retorcía.

María que hasta entonces se había mantenido a un par de metros, se aproximó y tomándola de la rojiza melena, la besó. Atacada por tres frentes, Elisa intentó que Ricardo la ayudara, pero entonces el gigante hizo algo que nadie esperaba, sentándose en una silla frente a ella, le soltó:

 ―Ya era hora que alguien te pusiese en tu lugar.

Con el beneplácito de su hermano, azucé a mi montura a moverse marcándole el ritmo con mi mano sobre sus nalgas mientras mi prima le mordía los labios y nuestra sumisa le torturaba los pechos.

― ¡Cabrones! ― consiguió balbucear entre empellón y empellón antes de que su cuerpo se desbordara.

Al oír el sonido que mi pene hacía cada vez que incursionaba en el interior de su hermana y mientras desaparecía rumbo al puesto de mando, muerto de risa, comentó:

―Creo que deberías elegir mejor a tus invitados. Me parece que en este caso has querido abarcar más de lo que puedes.

Elisa debió comprender que era así porque, nada más escucharlo, se vio zarandeada por el placer.

― ¡No pares! ¡Te lo pido! ― aulló al sentir sus neuronas a punto de explotar.

―No pensaba hacerlo― respondí mientras aceleraba el compás con el que la empalaba.

―Ni yo tampoco― María murmuró en su oreja a la vez que se dedicaba a masturbarla, introduciendo la mano entre sus piernas.

Al verse desbordada por nuestro ataque, nada pudo hacer cuando la violencia del orgasmo le hizo flaquear y cayó de bruces sobre el tablero, golpeándose la cara.

― ¡Dios! ¡Me encanta! ― sollozó entusiasmada al notar que no daba muestra de cansancio y seguía cabalgándola.

El sonido del motor no consiguió acallar sus gemidos mientras Ricardo sacaba la embarcación del puerto y por eso, pudimos comprobar que unía un clímax con el siguiente con pasmosa facilidad.

― ¡No puede ser! ― exclamó sobrepasada por las sensaciones que estaban asolándola.

Previendo que no tardaría en correrme, pregunté a Elisa si tomaba la píldora y al decirme que no, vi más prudente sacársela y metérsela a María. Mi prima dio un berrido al sentir mi pene abriéndose paso en ella y demostrando que por algo era mi favorita, ordenó a las otras que la auxiliaran. La pelirroja e Isabel reaccionaron y mientras una se lanzaba en busca de mis besos, la otra comenzó a masajear mis huevos.

Tal y como había previsto, no tardé en esparcir mi semilla en el útero ya germinado de mi prima y ella al sentirlo, se unió a mí dejándose llevar por el placer mientras la dueña del yate y la morenita nos miraban sonriendo…

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