Como el Porsche era de dos plazas, la pelirroja cambió su coche con el del hermano y de esa manera, me vi nuevamente al mando del Maserati. Confieso que no me quejé. Tampoco hice mención alguna cuando las dos muchachas se sentaron en los asientos de atrás, y eso que ni siquiera aguardaron a que saliera de la urbanización para lanzarse una en brazos de la otra. Usando el retrovisor para espiarlas, sonreí al ver a Isabel sin camiseta. 

            -No sé cuál de la dos es más zorra- alzando la voz comenté al contemplar a Elisa devorándole las tetas como si no hubiese un mañana.

            -Soy yo- respondió mi sumisa mientras disfrutaba como una loca de las atenciones de mi prometida.

            -Si alguna se merece ese título no eres tú, sino yo. No puedo dejar de pensar en follar desde que os conozco – le corrigió en absoluta molesta la pelirroja.

Desternillado de risa intervine en esa cordial disputa proponiendo una competición. La morenita más habituada a mis pruebas preguntó qué debían hacer, pero sobre todo que premio obtendría la vencedora.

-La que consiga que la otra se corra más veces antes de llegar a nuestro destino, se habrá ganado el derecho a que me la tire en lo alto del volcán- repliqué creyendo que era algo justo.

Isabel también lo creyó y buscando con sus dedos bajo la falda de Elisa, se puso a masturbarla. Pero entonces sacando a la luz un carácter dominante que ni ella misma sabía tener, la ricachona le soltó una bofetada prohibiendo que la tocara a partir de entonces. Admitiendo su derrota, la sumisa se quedó paralizada mientras la mujer con la que me iba a casar terminaba de despojarla de la ropa.

-Ama, no es justo que se aproveche de mi condición- se quejó cuando la pelirroja la obligó a separar las rodillas exponiendo su vulva.

-La vida tampoco lo es y disfrutamos viviendo- contestó ésta agachándose entre sus piernas.

Al sentir la lengua de mi prometida hurgando entre los pliegues de su coño, pidió mi ayuda diciendo que su contrincante estaba haciendo trampas.

-Yo puse las reglas y según veo, Elisa no está quebrantando ninguna- comenté descojonado acelerando para no perder el coche donde iban mi prima y su hombretón.

Soltando una carcajada, la puñetera pelirroja ordenó a su víctima que se masturbara mientras ella le comía el chumino. Ante esa orden directa, Isabel nada pudo hacer y llevando las yemas hasta su clítoris, comenzó a tortúraselo diciendo:

-Mi señora no sabe lo rencorosa que puedo llegar a ser.

-Calla y solo habla cuando te vayas a correr para que pueda contar las veces que lo has hecho- hundiendo la lengua hasta el fondo, la que estaba ejerciendo de dominante replicó

Menos de cinco minutos después llegó a mis oídos el primero de los orgasmos de la morenita, la cual casi llorando pidió que al menos le dejara comerle el coño un poco.

-Si ahora mismo me declaras vencedora, lo tendrás todo para ti- replicó Elisa sintiendo que había ganado.

-Lo reconozco, Usted ha vencido.

Con el triunfo en la mano, mi prometida la tomó de la melena y la obligó a hundir la cara entre sus piernas mientras le decía que si no la satisfacía esa noche dormiría en el suelo. Incapaz de llevarle la contraria, Isabel se tomó en serio la orden y no solo lamió, mordisqueó y estrujó su clítoris, sino que, usando las manos, se dedicó a hurgar en su culo mientras decía lo bella era su dueña. Esos piropos unidos a la acción de su boca no tardaron en hacer llegar a la pelirroja, la cual sin importar la tapicería de su hermano con su extraña forma de correrse manchó no solo su asiento sino también el techo.

-Mi dueña tiene un geiser por chumino – susurró mi paisana mientras intentaba saciar su sed bebiendo entre los muslos de su oponente.

La pericia de mi paisana junto con su insistencia logró que Elisa uniera una sucesión de placenteros clímax impregnando con su aroma la totalidad del ambiente y tras media hora de viaje e innumerables orgasmos de mi prometida, llegamos al parking donde dejaríamos el coche.

Una vez ahí y nada más bajarse del coche, la pelirroja se colgó de mis brazos preguntando en qué volcán iba a follármela, pero entonces desde atrás Isabel comentó que era a ella a quien yo me iba a tirar y que como no era tan rencorosa no le importaría que su dueña la mirara siendo usada.

-Reconociste tu derrota y proclamaste que yo había ganado- escandalizada respondió la afectada.

Con su natural ternura, la sumisa respondió:

-No era yo quién debía hacerlo, sino Pablo y según mis cuentas mientras yo me he corrido una vez, usted lo ha hecho siete.

Despelotada al verse burlada, Elisa le juró que esa noche le haría sudar sangre. Sin alterarse, la morenita respondió que esperaría ilusionada su castigo colgándose de mi brazo.

Haciendo una turisteada, Isabel insistió en que contratáramos un paseo en camello para subir hasta las cumbres. Por eso me vi a lomos de esa máquina de tortura cuyos únicos partidarios son los beduinos y que no están pensados para las delicadas posaderas de un asturiano de pro. Sé que no fui el único que pensó igual ya que tras esos treinta minutos de castigo sobre humano, todos excepto la causante se quejaron de dolor de culo.

            -Lo que os pasa es que estáis en pésima forma- se defendió la muchacha al oír la queja unánime de resto.

            Queriendo darle un escarmiento, me acerqué a ella y susurré en su oído que ya que su trasero se encontraba ileso que fuera buscando un sitio donde pudiera disfrutar de él. No necesito decir que, al escuchar esa propuesta, la morenita palideció y excusándose en la presencia de público, me pidió postergar ese placer hasta que hubiese menos gente. La ricachona aprovechó esa evasiva para decir a Isabel que con ella había perdido la oportunidad y que por tanto era su turno. Tal afirmación provocó que discutieran sobre a quién le tocaba. Como no consiguieron un acuerdo, pidieron que María les sirviera de árbitro. Esta, tras escucharlas atentamente llegó a una conclusión:

            -Tras oír a las dos partes, he decidido que toca que quién se tire a Pablo sea…. Yo.

            Esa decisión levantó las quejas unánimes de ambas, pero mi prima no dio su brazo a torcer:

            -Os habéis pasado toda la noche con él, ahora es mi turno. ¿Verdad, mi amor?

            Las chavalas trataron de hacerla entender que no se podía quejar porque, si bien era cierto que ellas me habían hecho el amor, María lejos de estar sola, se la había pasado con Ricardo.

-Tenéis razón… dejo que os lo folléis.

– ¡Estás loca! ¡Es mi hermano! – protestó Elisa haciéndole ver que no se le pasaba por la cabeza el cometer incesto.

-El tuyo, pero no el mío- acomodándose los pechos y muerta de risa, respondió Isabel.

Como el gigantón sentía que ya había satisfecho su cuota de mujeres, no dudó en escabullirse conmigo al bar más cercano y mientras nuestras mujeres discutían cómo pensaban organizarse en el futuro, pedimos que nos trajeran dos rondas de cervezas. Y cuando digo dos, no fue un lapsus ya que la primera desapareció como por arte de magia en nuestros cogotes. Ya en confianza y sin la presencia de ninguna fémina, le confesé que tanto su hermana como yo les habíamos espiado y le pregunté que le había parecido la experiencia de haber estado en la cama con una mujer.

-Aunque te parezca extraño, tu prima me vuelve loco, pero no siento que soy menos gay. Por mucho que he intentado encontrar un sentido, no consigo comprender por qué me atrae tanto. Lo que si sé es que disfruté follándomela y siendo follado por ella.

Pensando en la escena en que la vi sodomizándolo, comenté:

-Quizás contigo ha podido sacar una vertiente masculina que conmigo no puede.

-Pues no sabes lo bien qué se le da- susurró para que nadie más que yo, lo oyera: -Nunca nadie me había dominado sexualmente como María. Me he creído un bebé en sus brazos.

            Que un tipo de dos metros admitiera que una dama de escaso uno sesenta y con un arnés en la cintura había sido capaz de zarandearlo como nunca antes, me dejó perplejo e, intrigado, le pregunté si le apetecía repetir con ella:

-Sí, pero ya me ha dicho que esta noche será tuya y que al igual que mi hermana nos tendremos que conformar con quedarnos mirando.

Confieso que no creí que Elisa fuese capaz de mantenerse al margen cuando nos viera disfrutando y estaba a punto hacérselo ver cuando las arpías hicieron juntas la aparición por el local. La sonrisa que traían no pronosticaba nada bueno.

– ¿No me puedo creer que no nos hayáis pedido unas? – se quejó Isabel al ver sobre la mesa solo cascos vacíos.

-Las embarazadas no deben beber- respondí mientras terminaba la que tenía en la mano.

Sonriendo, replicó que ella no estaba preñada y ya estaba pidiendo al camarero que le trajera una, cuando de pronto mi adorada prima la canceló diciendo:

-No lo sabes con seguridad ya que hace una semana que no tomas la píldora. Es más, si no lo estás, pronto lo estarás.

La chavala no se atrevió a contrariarla y por eso cambiando de bebida, pidió una schweppes de naranja. Juro que aduje el cambio a su carácter sumiso, pero entonces Elisa la imitó.

– ¿Desde cuándo no bebes cerveza? – preguntó su hermano.

-Desde que tu prometida, su zorrita y yo hemos llegado a un acuerdo.

– ¿Qué acuerdo?

Acercándose a él, María le recriminó ser tan curioso mientras le daba un tierno mordisco en la oreja. Viendo que el hombretón no iba a seguir insistiendo, lo pregunté yo.

-Ya lo veras en cuanto lleguemos a casa- contestó mi adoraba: -Solo puedo anticiparte que, esta noche, os pensamos exprimir a conciencia.

Isabel, la chiquilla, que hasta ese momento había mantenido un segundo plano llegó a mí y con su típica desfachatez, me informó que si no me gustaba la sorpresa podía vengarme usando su culote.

-No necesito estar cabreado para que me apetezca rompértelo- contesté al tiempo que le regalaba un azote. 

Ricardo, al oír mi burrada, se desternilló de risa y atrayendo a la cría hacia él, dio un buen repaso a sus posaderas diciendo:

-Si tanto te gusta que te lo partan, pídeselo a un profesional.

La forma en que la magreó me hizo sospechar que al prometido de mi prima le estaban empezando a “inspirar” el culo de las mujeres y meditando sobre ello, di por probable que la sorpresa de María consistiera en aprovechar que estaríamos los dos para ser ensartada por ambas entradas.   Dudando entre el morbo de follárnosla entre los dos y el miedo a que, en plena lujuria, ese gigantón cambiase de objetivo y buscara mi trasero, venció este último y por ello mientras nos repartíamos entre los coches, expliqué a la rubia cuáles eran mis límites.

-Algún día deberías probar qué se siente, a lo mejor te gusta- susurró en mi oído mientras alababa en voz baja el cuerpazo que tenía el susodicho.

-Quizás en otro momento, pero no hoy- contesté comprendiendo que no estaba listo para saltarme ese tabú que llevaba grabado en lo más profundo de mi mente.

Aceptando mis reparos, cambió de tema y llamando a Elisa, le preguntó a qué playa podíamos ir.

-Ya que estamos cerca, yo me decanto por cualquiera la caleta del Congrio.

Su hermano sonrió al escucharla, pero se abstuvo de decir nada. Por ello y como el lugar elegido estaba a menos de quince kilómetros, no me importó que la pelirroja fuera la que condujera, es más lo agradecí al ver que tras pagar tres euros se internaba en un camino de tierra.

«Yo me hubiese dado la vuelta», pensé al oír las piedras pegando contra los bajos del Maserati.

Ricardo, al mando del Porsche, en cuanto escuchó el primero de los golpes del suelo contra la carrocería se dio la vuelta y llamando por teléfono, nos informó que se volvía con Isabel a casa. Confieso que me resultó curioso que mi prima no insistiera en que su prometido se quedara, pero como me apetecía estar con ella sin el impresionante sujeto no dije nada mientras aparcábamos. La hermana del gigantón tampoco hizo ningún comentario y tomando una toalla del maletero, se encaminó a la arena.

-Esperadme, debo ponerme el traje de baño- comenté al ver que las dos mujeres se alejaban.

Girándose a mí, la isleña se echó a reír diciendo:

-Como quieras, pero aquí no te va a hacer falta.

Mirando hacia el mar comprendí a qué se refería al ver que una pareja se dirigía hacia la orilla en pelotas:

– ¡Es una playa nudista! – exclamé sorprendido.

-Naturista es el nombre que aquí usamos- contestó una madre con un crio colgado de su pecho desde mi izquierda.

Avergonzado por el zasca que acababa de recibir, me quedé observando como su bebé mamaba de ella y he de confesar que la ternura que sentí con la escena me hizo desear que el embarazo de María hubiese llegado a su fin y fuera mi hijo el que se estuviese alimentando de ella.

-Se te ve ansioso de echar un diente a una teta llena de leche- murmuró mi adorada sin importarle que la mujer pudiese escucharla.

Para sorpresa de propios y extraños, la desconocida comentó que le vendría bien una ayuda cuando su hijo se sintiera saciado para que no le dolieran los pechos. Sin saber a ciencia cierta si era una oferta o una broma, me quedé callado, pero no así Elisa que tanteando el tema le pidió que nos avisara llegado ese momento. La mujer, una agitanada treintañera, prometió que lo haría mientras se dirigía el lugar donde había plantado su sombrilla. A pesar de estar solos en la playa, la pelirroja puso nuestras cosas a escasos metros de ella y acto seguido se acercó a hablar con ella. Desde mi toalla, traté de escuchar de lo que charlaban, pero la continua brisa y mi pésimo oído me lo impidieron y por eso, solo pude certificar que aparentemente la madre y su retoño habían ido solos a la playa al no ver que tenían compañía.

-Menudo morro tiene, al final va a conseguir que le dé de mamar- comentó María viendo la animada charla que habían entablado entre ellas.

Solo pensar en que lo lograra me puso cachondo y contra mi voluntad, mi falo se irguió entre mis piernas sin que una tela por medio pudiera disimularlo al mirar esas hinchadas ubres. Mi prima se percató de mi deseo y solo la presencia de la treintañera evitó que se lanzara sobre mí para calmar la calentura que esa erección había provocado en ella.

-Nunca creí que el tener público fuera algo que te cortara- tomando mi dureza entre los dedos, reté a la rubia.

Respondiendo a mi provocación, María ya se había levantado y se dirigía hacia mí, cuando de pronto cambió de dirección y ante mi sorpresa, fue a sentarse junto a Elisa. No tardé en comprender sus motivos al ver que la pelirroja había sustituido al niño y que, contra todo pronóstico, estaba mamando de la desconocida.

«¡No puede estar pasando!», exclamé para mí al ver que, imitando a nuestra amante, mi prima se llevaba a la boca el otro seno de la morenaza.

El espectáculo alcanzó cotas nunca vistas por mí cuando reparé en que eran incapaces de absorber la producción de esos pechos y que dos hilillos blancos recorrían sus mofletes.

-Por favor, ¿puedes llevar el niño a su cuco? – con mis mujeres colgadas de sus tetas, mirando a mi entrepierna, rogó la madre.

Sin poder negarle tal ayuda, me acerqué y por ello no pude dejar de notar su calentura cuando cogí al crío de sus brazos. Y es que al sentir los labios de mis acompañantes succionando de ella no pudo dejar de gemir y con una expresión de lujuria sin igual en su rostro, aprovechó que estaba cerca de ella para echar mano de mi pene evitando que me fuera. Juro que me quedé anonadado al ver la urgencia con la que esa hembra se lo metió en la boca, pero también el cachondeo con el que María y Elisa se tomaron esa imprevista maniobra, ya que lejos de molestarse con ella, ambas azuzaron a la desconocida a deslecharme.

– ¿Seguro que no os importa? Desde que me embaracé, no he catado una- se disculpó la treintañera, sacándosela brevemente de la garganta.

-Siempre que nos sigas dejando mamar, puedes follártelo- adjudicándose el derecho de disponer de mi persona, contestó mi prima.

La pelirroja no quiso quedarse atrás y creyendo quizás que luego le devolvería el favor, sin separar sus labios del grifo en que se había convertido el pezón de la trigueña, comenzó a masturbarla. El grito de placer que pegó ésta al sentir unas yemas recorriendo sus pliegues, tras tantos meses a dieta, me alertó que no habría marcha atrás y que lo quisiera o no, iba a tener que poseerla. Por ello, sin recato alguno, le cogí la cabeza pensando en que antes de nada debía de disfrutar de esos gruesos labios.  La madre no solo no puso objeción alguna a que me follara su boca, sino que el placer la dominó al sentir mi glande en su garganta y ante nuestros ojos colapsó presa de un ruidoso orgasmo.

– ¡Vaya forma de correrse! ¡Se nota que esta puta estaba necesitada! – Elisa comentó, muerta de risa, al escuchar los gritos que pegaba cada vez que sacaba mi estoque de su boca.

A la morena no le importó que mis compañeras se rieran de su urgencia, es más, creo que sus carcajadas la incitaron aún más y sin siquiera preguntar, cambiando de posición y poniéndose a cuatro patas sobre la toalla, me rogó que la follara. Por unos instantes dudé cuál de sus dos agujeros era más apetecible, si ese sobreexcitado chocho que derramaba flujo por doquier o el rosado ojete que vivía entre sus nalgas. Llevando una de mis yemas a este último, comprobé que estaba más que acostumbrado a ser usado al ver la facilidad con la que entraba y escuchar el gemido de placer que su dueña pegaba mientras me pedía que no la hiciera sufrir más. Asumiendo que esa sería la primera y última vez con ella, decidí no limitarme a uno y disfrutar de ambos mientras sumergía mi tallo hasta el fondo de su vagina.

 – ¡Cómo echaba de menos una polla! – aulló descompuesta al sentirla rellenando su interior y llena de alegría, me rogó que no dejara de usarla.

Tras un par de empellones, saqué mi polla y colocándola en su ano, pregunté si podía. Como no contestó, di por bueno su silencio y con un rápido movimiento de caderas, se la incrusté en su trasero.

– ¡Qué bestia eres! – exclamó mi prima al escuchar el alarido de dolor de la mujer, dando por sentado, su cabreo.

Ante su asombro, la morena en vez de enfadarse e intentar quitarme de encima, casi llorando me rogó que la siguiera empalando. Yendo a lo mío y sin compadecerme de ella, la informé que me la iba a seguir follando por ambos agujeros y prueba de ello fue que tras forzar durante un minuto su entrada trasera, clavé nuevamente mi estoque en su coño mientras alertaba a mis acompañantes de que estaban desperdiciando la leche de nuestra amiga. Y es que, debido quizás a su deseo, esas dos moles no habían dejado de manar desperdigando su producción en la toalla que nos servía de soporte. Elisa fue la primera en reaccionar y tumbándose debajo de ella, se apropió de un pezón y como si fuera algo que necesitara para seguir viviendo, succionó de él mientras estrujaba el pecho que coronaba. María no tardó en imitarla, pero en su caso además de mamar se dedicó a morder la erizada espita de la que brotaba ese blanco elixir.

– ¡Por Dios! – sollozó de placer al sentir nuestro triple ataque y coincidiendo con la incursión de mi verga en su trasero, la joven madre volvió a correrse.

Juro que me encantó ver que se derrumbaba sobre María y Elisa, pero aun más que éstas aprovechando su desconcierto comenzaban a restregarse con ella mientras me exigían que siguiera amándola. Azuzado por ellas, aceleré mis incursiones y cuando tanto ella como yo creíamos que su trasero no iba a resistir más, mi pene explotó. La mujer sintió que mi semen aliviaba el escozor de su trasero, pero fue al notar que le servía de aceite facilitando mis incursiones cuando por tercera vez sucumbió al placer, pero esta vez definitivamente ya que mientras mi verga seguía regando simiente por sus intestinos, cayó como en trance. Reconozco que nos asustó ver el modo en que se retorcía sobre la arena por la intensidad de sus sensaciones y por un momento los tres creímos que le había dado un ataque epiléptico. Afortunadamente cuando ya estábamos a punto de llamar a urgencias, nuestra amante se recuperó y luciendo una sonrisa de oreja a oreja, nos dio las gracias por hacerle recordar que además de madre seguía siendo mujer.

– ¿Cómo podría pagároslo? – preguntó.

Sin tener que pensarlo, respondí mientras me acomodaba a su lado:

-Dándome de mamar.

Riéndose, cogió sus pechos y los llevó a mi boca…

19

Como esa noche y las siguientes nos quedaríamos en casa de los hermanos, creímos oportuno ir al hotel por nuestro equipaje y la casualidad quiso que acabáramos de salir del ascensor cuando a través del pasillo observamos que un tipo encapuchado salía de una de nuestras habitaciones. Al recriminárselo, el sujeto salió corriendo por la escalera y sin opción a alcanzarlo, preferí entrar a ver qué nos faltaba. Dando un rápido vistazo, como no habíamos traído nada de valor, solo ropa, al verla tirada por el suelo comprendí que de faltarnos sería poca cosa. Aun así, dejando a María en la habitación, bajé a recepción a quejarme y el nerviosismo del conserje me hizo comprender que de alguna manera ese hombre involuntariamente había metido la pata.

-Discúlpeme, yo mismo fui quien le dio la llave al decirme que era usted y que las dos que le habíamos dado se las habían quedado sus acompañantes- temiendo mi reacción honradamente reconoció.

Aceptando sus disculpas, pregunté si había una grabación de lo ocurrido y tras confirmarme que sí, exigí que me la mostrara por si podía reconocer al autor. El joven me explicó que ningún empleado del hotel tenía acceso esas imágenes al estar prohibido y que, por ley, para proteger la privacidad de los huéspedes tenía que ser la policía quien lo hiciera previa denuncia por mi parte. Elisa que me había acompañado y en vista de que en teoría no nos faltaba nada relevante, murmuró en mi oído que lo dejara estar porque no quería verse envuelta en ese robo. Juro que no comprendí sus razones hasta que casualmente paso por ahí el director del hotel y casi postrándose a sus pies, preguntó a que se debía su visita. Al explicar lo sucedido, el gerente comenzó a sudar y temiendo tanto por su puesto como por el del gerente, se trató de disculpar haciendo gala de que en los últimos cinco años era el primer suceso semejante.

-Usted lo sabe. Incluso don Ricardo nos felicitó en el último consejo- comentó en su descargo, haciéndome ver que la pelirroja y su hermano eran los dueños de ese establecimiento.

-No se preocupe, pero deben aplicarse. Puedo perdonar un error porque es humano, pero si vuelve a ocurrir no me quedará otra que tomar medidas- Elisa concluyó con pocas ganas de continuar allí y menos de correr el peligro que ese incidente llegase a oídos de algún periodista, porque no en vano eso afectaría a su negocio.

Que tuviese razón, no impidió que me quedara pensando y le hice ver lo raro que era que tras tanto tiempo sin haber un robo fuéramos nosotros las víctimas y que encima se supieran nuestros nombres.

-Tienes razón- concluyó y tomándome de la mano, me obligó a llamar a Rodrigo.

Cuando su hermano no contestó, se temió que le hubiese pasado algo y aprovechando que mi prima nos había alcanzado en el hall, salimos con toda prisa a su casa. La cercanía de la misma nos permitió llegar en menos de cinco minutos, cosa que agradecí porque durante esos trescientos segundos la pelirroja no paró de berrear como una magdalena, contagiándonos sus temores. Afortunadamente, al entrar corriendo en su cuarto nos enteramos que el gigantón no había respondido por estar ocupado al descubrir a Isabel atada de pies y brazos mientras la sodomizaba.

– ¡Hijo de tu puta madre! ¡Me cago en tus muertos! – tirándose en los brazos de su prometido, rugió mi prima mientras le golpeaba el pecho.

El pobre de Ricardo no comprendía nada y pensando que eran los celos los que la habían obligado a actuar así, usó sus manos para contenerla y por eso nada pudo hacer cuando Elisa lo abofeteó descargando los nervios que había pasado con él. Con la cara colorada del golpe, vio que yo era el único más o menos tranquilo y por eso, olvidando el escozor de su mejilla, quiso que le contara que era lo que nos pasaba.

-Es largo… mejor me invitas una cerveza- respondí tratando de alejarle de las dos fieras que todavía lo miraban preparadas para arañarle.

Actuando con sensatez y con tal de alejarse de ellas, vio en mi oferta una salida. Por ello, no dudó en llevarme ante la barra de la terraza y abriendo el mini bar, ofrecerme la primera de varias.

– ¿Me puedes explicar la razón de la hostia que me he llevado? ¿No se suponía que podía tirarme a vuestra sumisa? – preguntó todavía confundido.

Soltando una carcajada, tomé la birra y antes de mojarme el gaznate, le conté lo del robo y los miedos que habían sentido las dos al pensar que le había pasado algo.

-Ponte en su lugar, se habían imaginado que te iban a encontrar al menos herido y de pronto te pillan estoque en mano horadándole el culo a esa cría- añadí descojonado.

– ¡Coño! ¡No tengo culpa de que sean un par de exageradas! – protestó sin advertir que tanto su hermana como mi prima acaban de hacer su aparición por la puerta y lo habían oído.

No me quedó más remedio que apiadarme del adonis aquel cuando ejerciendo de futura esposa y con su apenas uno sesenta, María comenzó a zarandearlo mientras le recordaba todo su parentesco familiar.

-Tu prometida tiene razón- apoyando a su cuñada, Elisa añadió: -No te puedes hacer idea de lo que se nos pasó por la cabeza cuando no contestabas.

La indignación de ambas, pero en especial la de mi prima, creció exponencialmente cuando agarrándola de la cintura ese bonachón le preguntó si sus miedos se debían a que realmente sentía algo por él. Sin darse cuenta de mi presencia, mi adorada llorando volvió a cargar contra él mientras reconocía que lo amaba. No quise que nadie notara el dolor que sentí al oírlo y con el corazón encogido, desaparecí en silencio al ver que se besaban. A pesar de ello, Elisa se dio cuenta y cuando me alcanzó en el jardín, en vez de hurgar en la herida, se sentó junto a mí apoyando su cabeza en mi hombro. Aunque en un principio me molestó, lo cierto fue que el cariño y la comprensión que encerraba ese gesto me sirvieron de bálsamo y lentamente fui comprendiendo que, si no veía nada malo en desear y querer a más de una mujer, tenía que aceptar que María amara a dos hombres.

Cuando apenas había empezado a asimilarlo, la pelirroja pegó un salto separándose de mí:

-Coño, ¡nos hemos olvidado de Isabel!

No pude más que sonreír al recordar que la morenita debía seguir atada en el cuarto del gigantón y siguiendo a su hermana por la casa, nos la encontramos casi al borde del infarto.

-¿Dónde os habíais metido? Llevo más de una hora inmóvil y sola- protestó al quitarle la mordaza.

Aunque la realidad es que todos nos habíamos olvidado de ella, la puñetera pelirroja aprovechó que estaba indefensa para cobrarse venganza y abriendo el armario donde Ricardo guardaba sus juguetes, sacó dos vibradores a cuál más grande.

-Puta, ¿qué te propones? – chilló al ver ese instrumento en las manos de Elisa.

-Cariño, recuerdas que esta mañana te juré que me las pagarías- descojonada, replicó esta mientras incrustaba el mayor hasta el fondo de su coño: – ¡Ha llegado la hora de cobrar tu deuda!

Algo me dijo que el descomunal berrido que pegó era fingido, pero me abstuve de comentárselo a su torturadora. No tardé en darme cuenta de que la ricachona no se había dejado engañar.

-Pobrecita- le dijo con voz tierna: -Es demasiado para lo estrecho que lo tienes, mejor te lo meto en el culo.

Esta vez sí fue genuino el alarido de su garganta al introducírselo entre las nalgas.

-Hija de puta, ¡me vas a desgarrar! – gritó la morena al temer que su ojete fuera incapaz de absorber ese trabuco. 

Sin compadecerse de ella, puso esos artilugios a toda potencia y mirándome a los ojos, me pidió que me acercara. Ni que decir tiene, que obedecí y fue entonces cuando, colocándome a escasos centímetros de la cara de su víctima, Elisa se agachó y bajando mi bragueta liberó mi sexo.

– ¿Te gusta la polla que me voy a comer? – comentó mientras me regalaba un largo lametazo: – Es una pena que tengas tus dos agujeros llenos sino fuera así quizás la compartiera contigo.

-Zorra, ¡tengo la boca libre! – rugió tan envidiosa como enfadada.

-La tenías- le corrigió y sentándose sobre su cara, la alertó que le diera placer, si quería ser desatada.

En vez de responderla con un doloroso mordisco, la chavala comenzó a devorar su feminidad mientras su agresora se daba un banquete con mi verga.

– ¡Más adentro! ¡Fóllame!- alcanzó a aullar al sentir la lengua de la morena pasando al interior de su vagina.

La lujuria que destilaba su voz fue el acicate que necesité para dejarme de lamentar y pasar al ataque. Elisa estaba demasiado cachonda para protestar cuando cambiando las tornas libré a Isabel de sus ataduras y comencé a atarla a ella.

-Gracias, mi señor- gritó de alegría.

Al notar que podía mover sus manos, lo primero que hizo fue llevarlas hasta los pechos de la pelirroja para a continuación y ante mi beneplácito, pellizcarle dolorosamente los pezones a ésta. Los berridos que pegó me resultaron música celestial y colocándola de espaldas a mí, no dudé en empalarla.

– ¡Soy tuya! – gimió ilusionada al sentirse usada por mí.

La morenita ya había comenzado a marcar nuestro ritmo con azotes sobre esas ancas llenas de pecas cuando de pronto Ricardo llegó con María y olvidándose de mi prima, cogió a Isabel de la cintura mientras le preguntaba si deseaba terminar lo que habían dejado a medias. Al responder que sí, sacando su tremendo atributo del calzón se lo metió directamente. Por suerte, la hermana de esa bestia de dos metros involuntariamente había preparado el culo de la muchacha, porque, si no hubiera sido así, la violencia que mostró al sodomizarla le hubiera provocado una herida que sin duda la hubiese mandado al hospital. En vez de ello, solo fue un intenso dolor, pero nada irreparable.

-Amor mío, ¿me permites que te ayude con nuestra putita para que luego sea a mí a quien te folles? – sonriendo, mi adorada preguntó.

            Sus palabras y el brillo enamorado de su mirada provocaron que mi corazón latiera a mil por hora y finalmente comprendí que teniéndola a ella y junto a los demás de la peculiar familia que íbamos a crear, sería feliz…

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *