Me acerco a pedir disculpas.
Irene no tardó en darse cuenta de que nos habíamos pasado. Según ella, esa chavala ya tenía bastante con la pillada y que la termináramos de humillar con nuestras risas, era un castigo excesivo.
― ¿No esperarás que vaya a pedirle perdón? ― contesté todavía despelotado.
―Es lo menos que puedes hacer. La pobre ha tenido un momento de debilidad y en este momento debe de estar muerta de miedo por si se lo dices a su agencia.
No me costó reconocer que tenía razón, pero traté de escaquearme pidiéndole que fuera ella, pero entonces llevándome la contraria, me respondió que esa era mi responsabilidad porque al fin y al cabo había sido yo quien la contrató.
A regañadientes acepté y poniéndome algo de ropa, busqué a la mulata por la casa. Reconozco que tenía la esperanza de que avergonzada por su actitud se hubiera ido porque no me apetecía el reconocer que me había extralimitado al invitarla a unirse a nosotros. El destino quiso que no fuera así y siguiendo el sonido de sus llantos, la encontré llorando en la cocina.
― ¿Se puede? ― pregunté no queriendo incrementar su embarazo al entrar sin avisar.
Tal y como había previsto mi amante, su preciosa sustituta estaba acojonada por si reportábamos su conducta ante sus jefes y por ello al verme entrar, se hincó a mis pies rogando que no la delatara.
―No pienso hacerlo― contesté y tras comprobar que su desesperación era tan grande que no había tenido problemas en pedírmelo de rodillas, traté de quitar hierro al asunto diciéndola: ―La culpa es mía, no me acordé de que seguías en la casa.
Mi disculpa, por una razón que me era desconocida, no hizo más que incrementar su llanto y sollozando, me replicó con voz angustiada:
―Usted no es responsable de que nada. Fui yo quien no pudo resistir la tentación de espiarles y también fui yo quien se excitó al ver como amaba a sus sumisas.
Que hubiera adivinado el tipo de relación que me unía con las hermanas, me dejó alucinado y deseando dar por terminada esa conversación, comenté:
―No te preocupes, siento haberte escandalizado.
Estaba a punto de salir cuando, entre gimoteos, escuché que Estrella me decía:
―No me ha escandalizado. He sentido envidia de ellas.
Sus palabras me detuvieron en seco y girándome hacía ella, la miré. La mulata creyó que le estaba pidiendo una explicación y gateando llegó hasta mí para una vez a mi lado, empezó a besarme los pies. Asumiendo que esa postura era la de una esclava demostrando obediencia a su amo, supe que debía decir algo porque era evidente que Estrella estaba pidiendo formar parte de mi harén.
Justo cuando iba a preguntarla que era exactamente lo que quería, llegaron las hermanas que preocupadas por mi tardanza vinieron a ver que ocurría. En un principio sus caras denotaron sorpresa, pero al cabo de un par de segundos noté que se relajaban. La confirmación de que no estaban enfadadas me llegó en forma de pregunta cuando luciendo una sonrisa Ana me soltó:
―Amo, ¿nos puede presentar a su nueva zorrita?
Intuí que tanto ella como su gemela habían dado por sentado que había aceptado a ese bombón de chocolate y sabiendo que era mi deber el darles su lugar, contesté:
―Todavía no sé si voy a quedármela.
Fue entonces cuando Irene me preguntó el motivo:
―No se lo ha ganado.
Interviniendo desde el suelo, Estrella me imploró que la pusiese a prueba porque, desde que su antiguo dueño murió en un accidente de tráfico, estaba sola.
― ¿Hace cuánto fue eso? ― quiso saber Ana conmovida quizás por la desgracia de la morena.
―Cuatro años hace que murió mi primer y único amor― respondió entre lágrimas.
Contagiándose de su congoja, las hermanas me suplicaron que le diese una oportunidad. Juro que no me esperaba que cedieran tan fácil y haciéndome de rogar, contesté a la que había sido mi primer sumisa:
―Ya que me lo pides, será tú quien le haga la prueba.
― ¿Yo? ― respondió Irene.
Ni siquiera tuve que responder porque levantando su mirada, Estrella contestó por mí al decir a mi amante:
―Matriarca, juro desde este momento servirla. Si me acepta, usted será mi dueña cuando nuestro amo no esté.
Sonreí al saber que Irene no podría negarse porque no en vano, la bella mulata acababa de reconocer su autoridad dándole un lugar preminente entre mis sumisas. Tal como preví, asintió en realizar ella el examen y ejerciendo su nuevo papel, se dirigió a mí diciendo:
―Amo, ¿le parece bien acompañarme a su cuarto mientras pruebo si esta puta se merece ser su esclava?
―No tengo problema en ello― respondí con tono serio, pero riendo en mi interior.
La alegría de Estrella mutó en preocupación cuando tirando de ella, Irene le espetó:
―Mi amo no está convencido de aceptarte y yo tampoco. Así que mueve tu negro culo o tendré que azotarte.
Casi temblando, la morena se puso en pie y cogiendo la mano de la que iba a testar su capacidad, la llenó de besos diciendo:
―Este negro culo es suyo y si tiene que castigarlo, ¡hágalo!
La sonrisa que intuí en los labios de mi amada me confirmó que Estrella acababa de ganar un par de puntos con esa demostración y mas cuando sin que se lo tuviera que pedir, se giró hacia ella elegantemente y cerrando los ojos comentó:
―Matriarca, su esclava está lista para ser transportada.
Al saber que no podía verla, Irene sonrió y llamando a su hermana, susurró en su oído unas palabras para acto seguido sacar a la morena de la habitación.
«Se nota que está adiestrada», pensé al contemplar el movimiento sensual que imprimió a sus caderas mientras caminaba a ciegas siguiendo a su maestra.
Mas excitado de lo que debía mostrar, traté de tranquilizarme porque no en vano no era mi momento sino el suyo. ¡Ambas debían pasar la prueba! Mientras Estrella debía demostrar que era digna de ser mi sumisa, Irene por primera vez tenía que ejercer de domina y conociéndola, supe que no le iba a resultar fácil. Por ello al llegar a mi habitación, me tumbé en la cama sin decir nada y como mero observador, esperé a que empezaran.
Irene dio tiempo a que su hermana regresara y mientras mantuvo inmóvil a su novicia incrementando con ello tanto la turbación de la morena, así como mi curiosidad. Ana tardó un par de minutos en llegar y cuando lo hizo, arrodillándose ante su gemela, le dio una fusta diciendo:
―Matriarca, aquí tiene lo que me ha pedido.
Confieso que me sorprendió que ella también reconociera esa jerarquía a su gemela, pero no comenté nada al respecto y acomodando mi cabeza sobre la almohada, aguardé a ver qué ocurría.
Irene, asumiendo que no me podía fallar, se acercó a la mulata y en silencio, la besó en la boca. Como si fuera algo pactado de antemano, el suave beso que se dieron se convirtió en un morreo apasionado. La pasión con el que se lo dieron me excitó aún antes de ver como Ana deslizaba los tirantes que sostenían el vestido de Estrella.
«¡Dios que tetas!», pensé al verlas por primera vez al natural.
Todavía no me había recuperado de la impresión cuando separándose, Irene comenzó a recorrer con la fusta el cuerpo de la morena. Ésta no pudo evitar un sollozo cuando la matriarca se entretuvo jugando con la vara en su entrepierna y haciendo un breve gesto le exigió que se quitara el tanga.
Reconozco que babeé al contemplar la sensualidad con esa desconocida obedeció la orden despojándose de esa prenda. La lentitud con la que usando sus manos fue bajando las escuetas braguitas mientras a su lado las dos hermanas miraban interesadas azuzó mi lujuria como pocas veces.
― ¿Qué opinas de estas ubres? ― preguntó Irene a su hermana mientras daba un suave pellizco a una de las areolas.
Ana comprendió que le estaba dando entrada y acercándose a la mulata, comenzó a lamerle el cuello en dirección a sus pechos. La sensualidad del momento se multiplicó cuando con la boca de apoderó del ya excitado pezón de la muchacha.
―Ahí― gimió al sentir que la gemela mamaba de ella como un bebé.
Durante unos segundos, Ana disfrutó de esos negros senos hasta que, poniendo cara de disgusto, comentó:
―Esta perra no para de gemir sin permiso.
Siguiendo las enseñanzas que había disfrutado conmigo y sin avisar, Irene soltó un fuerte manotazo sobre el trasero de la morena, diciendo:
―Ya has oído: Nadie te ha dado permiso de hablar.
Aunque debió dolerle ese inesperado golpe, Estrella no se quejó y girándose ante la que sentía su maestra, puso a su disposición su otra nalga como muestra que aceptaba ese correctivo. Si con ello esperaba la clemencia de Irene se equivocó porque la rubia al verla con el culo en pompa y usando la fusta, descargó un par de violentos latigazos en él.
Juro que fueron tan fuertes que me dolieron a mí, pero contra toda lógica, la mulata aguantó sin chillar ese brutal escarmiento. Ambas gemelas sonrieron al comprobar su entereza y dándola tiempo a recuperarse, comenzaron a falsamente criticar entre ellas su maravilloso pandero.
―Matriarca, ¿no te parece que está lleno de celulitis? – comentó Ana mientras separaba los cachetes de la indefensa morena.
―Nada que no se pueda arreglar con más ejercicio― respondió su hermana al tiempo que con la miraba confirmaba que el esfínter de la muchacha parecía sin usar.
Extrañada por lo cerrado que lo tenía y mientras introducía la cabeza de la fusta en él, preguntó a su víctima si era virgen por detrás.
―No, matriarca. Mi difunto amo disfrutaba sodomizando a su puta, pero hace tiempo que nadie hace uso de él― contestó moviendo involuntariamente sus caderas al sentir que ese objeto había traspasado su entrada trasera.
Por su cara de satisfacción, comprendí que el sexo anal no solo no era uno de sus tabúes, sino que a buen seguro le encantaba. Irene debió de pensar lo mismo porque haciendo uso de su poder, la estuvo sodomizando unos segundos mientras con la mano libre sopesaba sus hinchados pechos para acto seguido decir:
―Si al final mi amo te acepta, sabrá dar buen uso a tu pandero. Perra, ¿te gustaría que mi dueño te rompa el culo?
―Sí, matriarca. ¡Me gustaría! ― chilló alborozada con la idea.
Para entonces era evidente la calentura de Estrella, pero Irene buscó reforzársela pidiendo a su gemela que examinara su coño. Ni que decir tiene que Ana obedeció y tras echar un rápido vistazo al sexo de la muchacha, respondió:
―La puta lo tiene completamente depilado y sus labios parecen hechos para ser mordisqueados.
― ¿Y de sabor? ― replicó y haciéndose la dura, insistió: ―Ya sabes que nuestro dueño tiene un paladar exquisito.
Metiendo su cara entre los muslos, Ana sacó la lengua y se apoderó del sexo de la chavala mientras Irene la obligaba a mantenerse erguida.
―No está mal, quizás un poco fuerte― contestó y relamiéndose mientras retiraba con sus dedos los hinchados labios de la mulata, comentó: ― Prueba tú mejor.
Irene, en su papel de domina, no podía rebajarse al suelo y por eso exigió a Estrella a ponerse a cuatro patas sobre la cama, para poder catar su sabor sin arrodillarse. La nueva postura y su proximidad a mí me permitieron disfrutar del olor a hembra ansiosa que desprendía la muchacha y bastante alterado, observé su cara de placer cuando sintió que su matriarca usando la lengua, se concentraba en el negro botón que escondía entre sus pliegues.
―Has mentido― levantando la voz, Irene recriminó a su gemela― esta puta tiene un coño bastante rico, ¡prueba otra vez y dime si no tengo razón!
Ana no se lo pensó dos veces y uniendo su boca a la de su hermana, comenzó a torturar el excitado clítoris de la morena a base de pequeños mordiscos.
―Me sigue resultando un poco penetrante― refutó esta después de saborear durante largos segundos el sexo de la mujer.
Levantando la voz, Irene se quejó del pésimo gusto de su gemela y soltando un mandoble sobre el negro trasero de Estrella, la exigió que se tumbara sobre el colchón boca arriba con las nalgas levantadas y los muslos separados. La mulata comprendió la intención de su matriarca y girándose, expuso su sexo a mi escrutinio.
―Amo, necesitamos su opinión― Irene, guiñándome un ojo, comentó.
Comprendí que el placer estaba a punto de asolar las últimas defensas de la morena al ver su expresión de deseo y deseando socavarlas aún más, me entretuve acariciando sus piernas mientras Estrella se debatía sobre las sábanas intentando reprimir el placer que amenazaba sacudir su cuerpo.
Viendo lo cerca que estaba del orgasmo, localicé su clítoris y cogiéndolo entre mis dedos, comencé a masturbarla mientras la atormentaba diciendo:
―Una zorrita se debe saber contener.
Con los ojos plagados de lágrimas, la bella morena comprendió que no iba a poder resistir sin correrse y casi llorando, me imploró que la dejara hacerlo.
― ¡Ni se te ocurra! ― exclamó su matriarca.
Estrella se mordió los labios para combatir los primeros embates de un gozo brutal que iba naciendo en su interior mientras incrementando su tormento me dedicaba a jugar con ella metiendo y sacando mis dedos cada vez más rápido de su vulva.
― ¡Por favor! ¡No quiero fallarle! ― chilló angustiada al sentir que no aguantaba más.
Asumiendo que era así, retiré mi mano y llevándola hasta la boca, me dediqué a saborear su flujo como si estuviera catando un vino, tras lo cual, dirigiéndome a las hermanas, comenté:
―Ambas tenéis razón. Aunque tiene un fuerte dulzor, está buenísimo.
El alud de sensaciones que mis palabras provocaron en la excitada mulata hizo que ésta a duras penas se pudiese contener y temiendo que la próxima oleada fuese demasiado para ella, esperó temblando que Irene continuase con la prueba.
Supe que la rubia no sabía como seguir y por ello le di una pista:
― ¿Crees que esta putilla sabrá comerse un coño?
Sin preguntar, Ana se encaramó en la cama y poniendo su sexo en la boca de la morena, la urgió a que demostrase su pericia diciendo:
―Nuestro amo quiere que ver si sabes chupar un coño.
―Nunca lo he hecho― respondió la mulata, pero al ver mi enfado asumió que era obligatorio y sin mediar queja alguna, sacó su lengua y comenzó a devorárselo como si la vida le fuera en ello. El morbo de ver a Estrella lamiendo el coño de Ana y saber que para esa morena era su primera vez, me determinó a no intervenir y mientras la morenaza degustaba del sabor agridulce de la rubia, pedí a su gemela que se pusiera un arnés.
Irene me miró extrañada, pero se lo puso. Al comprobar que se ajustaba los enganches, la ordené:
―Fóllate a esta puta.
Sin mediar palabra, se acercó a ella y aprovechando que la mulata tenía las piernas abiertas de par en par, colocó la cabeza del glande de plástico en su entrada y de un certero empujón, la empaló hundiendo por completo esa enormidad en su interior.
― ¡Dios! ― aulló al sentirse llena por primera vez en años y como si hubiese recibido una inyección de adrenalina, cogiendo como válvula de escape el chocho que tenía en su boca, se dedicó a lamer como loca mientras Ana no dejaba de gritar pletórica por el gozo que estaba recibiendo.
Los chillidos de su gemela azuzaron a Irene a moverse y usando a la mulata como montura, buscó calmar la calentura que empezaba a sentir cabalgando sobre ella. La velocidad que imprimió a sus embestidas fue la gota que derramó la lujuria de Estrella, la cual colapsando sobre las sábanas se corrió brutalmente mientras me pedía perdón por no haber aguantado.
Supe que debía hacer algo para demostrar que estaba al mando y que no me podía defraudar, pero asumiendo que no era su culpa, decidí que su castigo fuese al menos placentero. Por ello cambiándolas de posición, tumbé a Irene en el colchón y a continuación, obligué a la mulata a empalarse sobre ella de forma que su maravilloso y negro trasero quedaba a mi disposición.
Ana comprendió mis deseos y embadurnando con su propio flujo sus dedos, comenzó a relajar el ojete de la morena mientras yo me desnudaba. Estrella al sentir ese doble ataque sobre su coño y su culo, volvió a llegar al orgasmo.
―Amo, lo siento cuando empiezo no puedo parar― se intentó disculpar la muchacha.
Obviando su nuevo delito, me puse a su espalda y mientras disfrutaba brevemente de la visión de su trasero, fue hundiendo mi pene en su interior. La falta de costumbre la hizo gritar, pero no intentó rechazar mi embestida cuando centímetro a centímetro fui enterrando mi verga a través de su ojete
La firmeza de sus negras nalgas quedó más que confirmada cuando habiendo sumergido mi verga en su pandero y mientras se acostumbraba, me dediqué a acariciar sus cachetes. Se notaba que esa zorra hacía ejercicio porque los tenía duros y sin gota de celulitis. Sabiendo que con ese trasero conseguiría mucho placer, aguardé a verla lista.
Pero entonces escuché que Irene me preguntaba:
―Amo, ¿le damos caña?
Sus palabras escondían una orden bajo el disfraz de una pregunta y saber que mi amante deseaba compartir esa morena conmigo, espoleó mi deseo. Acelerando mis embestidas, me agarre a los enormes pitones de Estrella mientras Irene la seguía empalando.
― ¡Qué gozada! ― chilló nuestra nueva amante al sentir el paso de mi tranca a través de su ojete.
Su chillido incrementó mas si cabe el ritmo y mientras mis huevos rebotaban contra ella, Ana decidió tomar parte activa y levando su boca hasta uno de sus pechos, le mordió con dureza un pezón.
Ese triple ataque combinado, la terminó de desarbolar y cayendo en un extraño trance, comenzó a aullar con los ojos en blanco que se moría mientras desde el interior de su coño brotaba un ardiente geiser.
«Menuda forma de correrse», pensé al sentir que su flujo me empapaba los muslos.
Al mirar a Irene vi que también ella estaba totalmente mojada pero lo que realmente me impresionó fue impresionado fue observar como Ana se ponía a reír mientras con la boca abierta intentaba contener el chorro que manaba de la mulata.
― ¡Cómo vamos a disfrutar con esta zorrita! ― exclamó tirándola del pelo mientras la besaba.
Formando un mecanismo casi perfecto, mi pene siguió machacando su culo mientras Irene hacían lo propio con el coño de la morena usando el que llevaba adherido hasta que incapaz de soportar más placer, Estrella se dejó caer sobre el colchón.
Ni siquiera lo pensé y echándola a un lado, cambié de objetivo y cogiendo a la gemela la penetré salvajemente.
―Dame duro― chilló Ana al sentir que la ensartaba.
Dominado por la lujuria, agarré su rubia melena y comencé a azotar su trasero, exigiendo que se moviera.
―Amo, soy suya― aulló al sentir mis rudas caricias y sabiéndose de mi propiedad, buscó mi placer meneando sus caderas.
Estaba tan concentrado en tomarla que tardé en advertir que, exigiendo su dosis de placer, Irene había puesto su coño en la boca de la mulata y esta apenas recuperada de la sobredosis recibida, se ponía a obedecer con decisión a su matriarca.
― ¡Más rápido! ― gimió al sentir que le devolvía parte del gozo que había sentido.
Viendo que estaba ocupada, me dediqué a su hermana y sin dudar, aceleré mis movimientos. Era tanto el ritmo que imprimí a mis cuchilladas que Ana no tardó en correrse dando gemidos. Sin saber el porqué, sentí que me estaba vedado descargar la tensión y con mis huevos a punto de explotar, exigí a la rubia que siguiera moviéndose.
―Amo, ¡no puedo más! ― se lamentó dejándose caer.
Estrella al ver de reojo mi erección alargó su mano y poniéndosela en la entrada de su coño, me soltó:
―Amo, ¡úseme a mí!
No hice ascos a su oferta y de un solo empujón, la empalé por segunda vez mientras Irene exigía que volviese a comerle el coño. Nuestra postura provocaba que con cada embestida la cara de Estrella y su lengua con ella, se hundiera entre las piernas de su matriarca. Por ello cada vez que la penetraba en cierta forma también me follaba a mi primer amante y sus gritos al sentir la boca de la mulata, forzaban un nuevo ataque por mi parte.
Irene no tardo en correrse y retorciéndose en el suelo mientras se pellizcaba sus pezones, me rogó que descargara mi simiente en el interior de nuestra nueva adquisición.
― ¿Tomas la píldora? ― pregunté indeciso.
―No, pero si me acepta como su esclava, me gustaría que me dejara preñada.
―Te acepto― contesté convencido ya totalmente de su entrega y cual garañón desbocado busqué liberar mis testículos en la fértil vagina de esa preciosa morena.
Al escuchar mi decisión y saberse mía, el sexo de la mulata tomó vida y funcionando como una aspiradora succionó mi miembro con una fuerza tal que no tardé en correrme. Estrella al sentir que mi semen rellenaba su interior, se sintió realizada y dejándose llevar, volvió a sucumbir al placer. Esta vez, el orgasmo de la mulata fue algo íntimo y no por ser el último fue menos brutal, la diferencia consistió en que llorando de felicidad me rogó mientras su sexo se licuaba que la dejara servirnos de por vida.
―Lo harás, perrita nuestra― contestó su matriarca rubia y cerrando el trato, mordió sus labios.
Al sentir ese posesivo beso, Estrella sollozó de dicha mientras sentía que su dueño terminaba de vaciarse en su interior y demostrando una vez mas su total entrega, me preguntó si era firme mi decisión de hacer de ella mi esclava.
Adelantándose, Irene ordenó a su hermana que le acercara la bolsa que había traído y sacando un collar igual al que ellas llevaban, lo puso en mis manos diciendo:
―Amo, creo que va a necesitar esto.
Soltando una carcajada, cerré la negra gargantilla alrededor del cuello de la feliz mulata…