En la cocina me encontré a Teresa dando de desayunar a Manolito. Curiosamente, al entrar y sin que tuviera que decir nada, dejó al niño y tras ponerme un café, me preguntó si deseaba algo más.

        ―No, con el café me basta― contesté mientras daba un repaso a lo bien que le quedaba el uniforme.

        De haber sido una criada “normal”, le hubiese dado las gracias. “Perra”, en cambio, con el sonoro azote que descargué sobre sus nalgas debía darse por satisfecha. Para mi extrañeza, la zorra no solo no se quejó, sino que, esbozando una sonrisa, se giró y demostrando una ternura que desconocía que metió un pedazo de fruta en la boca de mi nieto.

        ―Mi príncipe, tienes que comer para convertirte en un hombre fuerte y atractivo como tu abuelo.

        He de reconocer que me chocó la actitud que estaba mostrando esa hija de puta. No le pegaba ser cariñosa y menos el mostrarse tan sumisa, por ello y tanteando el terreno aproveché que Manolito no podía verme para meter la mano por debajo de la falda a cuadros de su abuela.

Que no llevara bragas era algo que me había imaginado, dado que Aurora había sido quien había elegido ese uniforme, pero lo que no lo era tanto fue que Teresa favoreciera mi manoseo separando las piernas y menos que tuviera el chumino totalmente encharcado.

―Parece que hay una fogata ahí dentro― dejé caer mientras le incrustaba un par de dedos en su interior.

Sin que nada desvelara el estar siendo objeto de ese ataque, pero aceptando que era así, Teresa respondió:

―Si no quiere que haya un incendio, deje de jugar con las cerillas.

Me hizo gracia que mantuviese el semblante serio mientras sus caderas revelaban la excitación que la dominaba. No tenía ninguna gana de que se corriera, mi verdadero deseo era se sintiese humillada. Por ello, cogí un plátano del frutero y mostrándoselo al nene, pregunté si quería uno. Tras negar con la cabeza, sonreí y le busqué cobijo entre las piernas de su abuela.

Como no podía ser de otra forma, “Perra” se quedó paralizada al sentir que la banana rellenaba su conducto y si pensó que iba a masturbarla, se quedó con las ganas porque acercándome a ella susurré en su oído:

―Ni se te ocurra, sacártelo hasta que, al medio día, te pida que se lo des a tu dueña como postre.

Mordiéndose los labios para no llorar, mi consuegra aceptó esa orden sin rechistar mientras terminaba de dar el desayuno a mi chaval.

Descojonado, dejé la taza vacía sobre la mesa para que mi nueva chacha la recogiera y salí al jardín a comprobar que tal habían quedado las obras de la piscina. Vi con agrado que el constructor había seguido fielmente los planos y que, junto a la principal, había realizado un pequeño chapoteadero donde mi nieto de tres años pudiera jugar sin riesgo de ahogarse.

        Sufriendo el sol que ya caía a plomo, decidí que al terminar de verificar la obra me daría unos largos y por eso tras comprobar la temperatura del agua, fui a revisar que tal había quedado el pequeño adosado que había mandado construir para ubicar el baño, el vestuario y una pequeña sala personal de juegos. Sala que decoré eligiendo una extensa colección de “juguetes” del surtido que encontré una web especializado en dominación.

        «Me costó una pasta. pero valió la pena», pensé al entrar y ver en sus paredes los distintos artilugios que había comprado. Especialmente satisfecho me quedé con la cruz de San Andrés que colgaba en la más alejada de la puerta y cerrando bajo llave ese tesoro, decidí que era hora de mi baño.

        Dudé si volver a la casa a por un traje de baño, hasta que caí en que no había nadie en el cortijo si exceptuábamos a nosotros cinco y tomando en cuenta que Manolito era muy pequeño, que Aurora no se iba a quejar y que lo que pensaran nuestras esclavas me la traía al pairo, decidí hacerlo en pelotas.

La ola de calor que llevaba cinco días y cinco noches asolando Andalucía era insoportable. Tras dejar la ropa sobre una silla, me tiré a la piscina con ánimo de refrescarme. El agua estaba calentorra pero aun así el bochorno imperante convirtió ese chapuzón en una delicia y sin ganas de salir, estuve realizando unos largos hasta que, en una de mis paradas, escuché que Aurora me ofrecía algo de beber.

Al girarme hacia ella, la descubrí totalmente desnuda en una de las tumbonas mientras Sonia extendía crema por su cuerpo. Me divirtió pensar en el calor que debía estar pasando la zorra de nuestra nuera embutida en ese uniforme negro.

―Una cerveza― exigí saliendo del agua.

Mi ex demostró lo bien que conocía mis gustos al ver sobre la mesa un cubilete con cinco botellines y cogiendo el abrebotellas, destapé la primera.

―Está helada― comenté satisfecho al probarla y como ese primer trago coincidió en el tiempo con el profundo y prolongado suspiro de Aurora al sentir los dedos de “cachorrita” jugando con los pliegues de su coño, a carcajada limpia, comenté: ―En cambio tú estás cachonda.

Mi mofa no la afectó en lo más mínimo y cogiendo de su melena rubia a la que había sido nuestra nuera, mi ex la exigió que se lo comiera. Sonia no solo no puso objeción alguna a hundir su lengua en la entrepierna de la madre de su difunto marido, demostrando además una evidente fascinación al buscar con denuedo el placer de ésta sin preocuparle mi presencia.

―Parece que a cachorrita le gusta su nuevo papel― comenté descojonado.

La rubia replicó levantando su cara de entre los muslos de la que fue mi señora:

―Suegro, no es algo nuevo para mí. Manuel me exigía a menudo que le comiera el chocho a su amante de turno.

La insistencia de esa zorra con mi retoño me volvió a cabrear y sin explicar a nadie mis intenciones, le exigí que me siguiera. Aurora se molestó al ver que su juguete desaparecía tras de mí y haciéndome ver que la había dejado a medias, se quejó:

―Ven conmigo y te aseguro que no te arrepentirás― contesté.

Azuzada por mi tono misterioso, se levantó de la tumbona y nos alcanzó mientras abría la cerradura de mi escondite.

―¿Qué te parece?― pregunté muerto de risa mientras metía a la fuerza a nuestra nuera en su interior.

Alucinada con la colección de juguetes que había reunido,  Sonia se dejó llevar a rastras y aprovechando su desconcierto, la até a la cruz de San Andrés. Es más, antes que se hubiese acostumbrado a la idea, saqué de un armario, mi cámara de fotos y comencé a inmortalizar su entrega.

Mi idea era humillarla, pero en vez de sentirse abochornada,  ese zorrón sonrió al ver que la usaba de modelo. Es más, la estaba poniendo cachonda y sus pezones fueron prueba de ello al irse contrayendo con cada fogonazo del flash.

―Nuestro hijo estaba casado con una puta exhibicionista― murmuró Aurora al observar la humedad que brotaba del coño de nuestra nuera.

―Así es y por eso le estoy haciendo este reportaje. Si se porta mal, además de subir el book erótico a la red, haremos una copia para regalárselo a Manolito al cumplir dieciocho.

Contra toda lógica, mi amenaza incrementó su calentura y no queriendo que nos enteráramos, tuvo que con morderse los labios para no gemir.

Mi ex, al imaginarse a sí misma ejerciendo de domina, se puso bruta y con su voz teñida de lujuria me soltó:

― ¿Me dejas jugar un rato con ella?

―¿Qué le vas a hacer? – pregunté.

―Abusar de ella.

Sin dejar de reír, le pedí que fuera más específica:

―Como aperitivo, me encantaría darle un par de azotes.

Mi carcajada cerró el trato y traspasando el protagonismo a la que había sido mi esposa, tomé asiento en una silla. A paso lento, Aurora se acercó a nuestra esclava y agarrándola de la melena, levantó su cara.

― Esto va a ser divertido.

Comprendí que no se refería al momento sino a nuestra estancia en la finca. Mi ex confirmó la interpretación que di a sus palabras al comentar a Sonia que esperaba que estuviera cómoda en esa postura porque iba a ser algo habitual los próximos dos años.

Con tono alegre y jovial, la rubia respondió:

―La cruz de San Andrés me gustó desde que vuestro hijo me ató a una la primera vez.

Que volviera a mencionar al chaval me sacó de las casillas, pero en cambio Aurora se lo tomó con tranquilidad. Sin dar ninguna importancia a ese hecho, le comentó que ya que había empezado tan joven no debía tener cuidado con ella. Y como muestra de lo que se le venía encima, le regaló un primer mordisco en uno de sus pechos.

―¡Puta! ¡Me has hecho daño!― gritó al sentir los dientes de su suegra hundiéndose en su carne.

El insulto tampoco consiguió exacerbar a mi ex y manteniendo un equilibrio que me dejó pasmado, en silencio y a continuación, se dedicó a morder con fuerza la otra teta de Sonia.

Asumiendo que mi aliada iba a ir incrementando la intensidad del suplicio al que iba a someterla, comencé a sacar fotos del modo de ese instante, haciendo hincapié en el dolor reflejado en la cara de nuestra sierva al ser torturada por Aurora.

―¡Como me recordáis a mi marido!― gritó la muy puta mirándome fijamente a los ojos.

Estuve a punto de intervenir, pero dando su lugar a mi ex, seguí sentado mientras esta se recreaba mordisqueando los senos de su víctima. Lo cierto es que me alegró escuchar los gritos de nuestra nuera al experimentar sus delicadas caricias.

«Le va a terminar arrancando los pezones», dilucidé preocupado al observar la fiera tortura a la que estaba sometiendo a las areolas de Sonia.

Mi aliada debió de estar pensando lo mismo porque dándoles un descanso a las tetas, deslizó una de sus manos hasta la entrepierna de nuestra nuera. Mi objetivo capturó el preciso instante en el que violó el sexo de su víctima con tres dedos.

―Cachorra no puede negar que es guarra desde nacimiento― riendo a carcajadas se permitió el lujo de forzarlo añadiendo un cuarto.

―Soy digna hija de mi madre, como mi marido era digno hijo de su padre.

Supe que estaba aludiendo a él con el único propósito de picarme, pero aun así me cabreó y tras poner la cámara en modo automático para que fuera haciendo una foto cada dos segundos, saqué mi verga de su encierro y acercándosela a Aurora, le exigí que me la pusiera a tono..

La cincuentona, cambiando de objetivo, tomó mi pene entre sus manos y con una ternura extraña en ella, lo empezó a besar mientras me decía que le rompiera el culo a nuestra nuera :

―Véngate de todo lo que nos ha hecho.

 Tras un par de lametazos, mi erección era suficiente.

―Para cumplir tu deseo, necesito que la crucifiques al revés― comenté.

Ni que decir tiene que mi ex no puso objeción a esa orden y cambiándola de posición, dejó el trasero de Sonia listo para ser violado. La rubia que hasta entonces se había mantenido tranquila, miró acojonada mi trabuco y casi llorando, nos rogó que antes del ataque le preparásemos su ojete.

Disfrutando por fin, Aurora accedió a ayudarla y acercando su cara, le mordió con fiereza una de sus nalgas. El chillido de esa zorra sonó a música celestial en mis oídos y sin mayor prolegómeno, posé mi glande en la entrada trasera de mi nuera.

―No, ¡por favor!― alcanzó a decir antes de que con un movimiento de caderas hundiera mi estoque en su interior.

El fogonazo del flash coincidió con su berrido y deseando que las fotos del momento mostraran con claridad su sufrimiento la obligué a mirar a la cámara.

―Me duele― temiendo que en cualquier momento su culo se partiera por la mitad, sollozó.

Obviando su queja, me aferré con las manos a sus nalgas y acelerando el ritmo de mis cuchilladas, fui demoliendo una a una sus defensas.

― ¡No puedo soportarlo!―  gimió descompuesta la mujer.

 La agonía de Sonia azuzó tanto el morbo como la lujuria de su suegra y mientras yo machacaba su culo, Aurora buscó mis besos. Al mordisquear los labios de mi ex, me hicieron recordar la perfección de sus mamadas y sin percatarme que era ella y no una de nuestras putas, la tomé del pelo y susurré en su oído que al terminar de follarme a “Cachorra” iba ser su turno.

―Estoy deseándolo― exclamó poniendo sus negros pezones en mi boca.

Ofuscado quizás por un subidón de hormonas, clavé mis dientes en sus voluminosos pechos. Contra toda lógica, la mujer de la que me había divorciado por ser un muermo en la cama aulló subyugada por la mezcla de dolor y gozo que sacudía su cuerpo.

―¡Me encanta que me trates como una puta!― reconoció sin pudor al sentir que todo su ser colapsaba de placer y mientras era vapuleada por un gigantesco orgasmo, me imploró como la perra sedienta en la que se había convertido que me olvidara de nuestra nuera y que me ocupara de ella.

― ¡No te reconozco! ¿Dónde ha quedado la Aurora Serrano con la que me casé?―  exclamé alucinado al ver a mi ex que, arrodillándose a mi pies, se ofrecía a mí a cuatro patas.

―Soy la misma, pero ahora no me importa reconocerlo― respondió.

Olvidando momentáneamente mi venganza, saqué mi verga del culo de Sonia y apuntando al coño de mi ex señora, se la metí hasta la empuñadura.  Aurora rugió entusiasmada al notar que todo su cuerpo era preso nuevamente del gozo. Ese grito lejos de apaciguar mi sed de sexo duro, la acrecentó y por ello tuvo que soportar que galopara sobre ella mientras azuzaba sus movimientos con duros azotes sobre sus nalgas.

Me alegré de haber tenido la previsión de dejar la cámara en modo automático porque esa escena era digna de pasar a la posteridad. Sonia debió de pensar lo mismo porque al no poder participar en el emputecimiento de su suegra, jaleó con gritos cada uno de mis azotes hasta que, tras derramar mi simiente en el interior de Aurora, caí desplomado a su lado.

Entonces y solo entonces, poniendo voz de no haber roto un plato, la rubia nos pidió que la desatáramos diciendo:

― ¿No les apetece a mis dueños que “cachorrita” les traiga algo de beber?… Y así, una vez recuperados, sigan castigándola entre los dos.

8

Tras descansar un rato, liberé a Sonia y desnudo como estaba, me tiré a la piscina. Necesitaba pensar porque, aunque me pareciera imposible, desde que llegamos al cortijo la hija de puta de mi nuera no parecía ella.

«Está actuando y es una actriz estupenda», me dije mientras me hacia un largo tras otro, «cualquiera que la viera ahora diría que es una sumisa de libro y que acepta de buen grado el ser nuestra esclava».

Si hacíamos caso solo a su comportamiento de esos días, era fácil aceptar su versión de que durante su matrimonio mi hijo había ejercido un dominio brutal sobre ella.

«Sigo sin creérmelo», refunfuñé para mí, ya que de ser cierto Manuel no solo nos había ocultado la rigidez de su carácter, sino que encima él era el culpable de que no nos hubiéramos hablado durante los últimos años, «no tenía motivos para echarnos de su lado».

Aurora y yo siempre habíamos señalado a Sonia como la responsable. A nuestros ojos, la viuda de nuestro chaval era una zorra ambiciosa y celosa que nunca quiso que nuestra presencia cerca de su marido y que maniobró para alejarnos de su vida. Lo extraño era que alguien tan ruin y déspota hubiese aceptado de buen grado el convertirse en nuestra sierva y más aún que de alguna manera estuviese disfrutando de su nuevo estado.

Por ello y con esas dudas rondando por mi cerebro, salí del agua y me dirigí a donde mi ex se hallaba tomando el sol.

―¿Podemos hablar?― pregunté en voz baja.

Habiendo captado su atención le expuse mis dudas, añadiendo a las mismas la confidencia que me había hecho Sonia respecto a que Manuel se había tirado a su madre.

Aurora me escuchó sin interrumpirme. Se le notaba en la cara el disgusto que le producían mis palabras, pero no hizo ningún intento por llevarme la contraria o de exponerme su punto de vista. Cuando consideró que había terminado, me miró con tristeza y dijo:

―Aunque nos resulte difícil de creer, eso concuerda con lo que me confesó nuestra consuegra.

―¿Qué te comentó esa zorra?

―Teresa me dijo que, aunque nuestro hijo se parecía físicamente a mí, en el carácter era igual que su padre y al preguntarle a que se refería, me dijo que era un amo como tú y me reconoció que llevaba siendo la puta de Manuel más de tres de años.

―¡Tres años!

Sin alzar la voz, mi ex respondió:

―Por lo visto, nuestro hijo descubrió que Teresa tenía un amante y en vez de decírselo a su marido lo aprovechó para chantajearla y convertirla en su guarrilla personal. Es más, no contento con acostarse con ella, la prestaba a sus conocidos por dinero.

―¿Me estás diciendo que la prostituía?― escandalizado pregunté: ―¡Me parece imposible que nos tuviera tan engañados!

Avergonzada por lo que me iba a decir, me pidió que me sentara y dando un grito, llamó a Teresa. La morena debía de estar cerca porque no tardó en llegar corriendo.

―Dame tu móvil― le exigió mi ex.

Nuestra consuegra no lo dudó y sacando el teléfono del bolsillo de su uniforme, se lo entregó a mi señora. Aurora no tardó en hallar lo que buscaba y pasándomelo, me dijo:

―Desgraciadamente, aquí están las pruebas. Viendo estas fotos, no podemos negar que al menos Manuel ejercía de dueño de ambas.

«¡No puede ser!», interiormente exclamé al ir pasando en la pantalla de una escena en la que mi hijo aparecía azotando a su suegra, a otra donde Sonia era a la que maltrataba.

La confirmación de la verdadera naturaleza de mi chaval no explicaba que nos hubiera echado de su lado. Al exponérselo, Aurora con tono triste me contestó:

―Parece ser que a mí, nunca me perdonó el haber dado el paso de pedirte el divorcio y a ti, el haberlo aceptado.

Soltando una amarga carcajada, repliqué:

―¿Y qué quería que hiciera?

Sin tener clara mi reacción, contestó:

―Según su suegra, Manuel le dijo que debías de haberme cogido de los pelos y traerme de vuelta.

Mirando a la susodicha que permanecía de pie junto a nosotros, le pedí que me confirmara ese dato.

Teresa, bajando la mirada, murmuró:

―Su hijo siempre decía que un hombre solo es hombre si es capaz de mantener bajo su autoridad a las hembras de su familia y que antes de permitirnos a mi hija o a mí escapar de él, nos mataba.

La forma de pensar de mi retoño me pareció medieval, anacrónica e injusta porque, aunque mi ex había dado el paso, la culpa había sido de los dos. Pero si de por sí eso era alucinante, más lo fue el observar que dos pequeños bultos habían hecho su aparición bajo el uniforme de la cincuentona mientras me explicaba el dominio al que la tenía sometida mi hijo.

«¿Se estará poniendo verraca?»,  pensé y obviando sus sentimientos, quise confirmar que mi consuegra tenía los pezones como escarpias y que no eran imaginaciones mías.

Aprovechando el nulo respeto que me merecía, metiendo mis manos en su escote, saqué sus pechos. Al hacerlo, ratifiqué su calentura y directamente le pregunté el motivo por el que estaba tan cachonda:

―Siempre me pongo bruta cuando estoy en presencia de mi dueño. Antes me ocurría con su hijo y ahora con usted― respondió con su voz cargada de emoción.

He de decir que me impactó el profundo grado de sumisión que demostraba la que hasta hace unos pocos días consideraba corresponsable de todas mis desgracias. Huyendo de ellas dos, salí de la habitación mientras trataba de dejar atrás el verdadero significado de lo que me habían revelado.

Lo quisiera o no, si lo que me habían dicho era cierto y el verdadero hijo de perra había sido mi hijo, no tendría ningún motivo para tenerlas esclavizadas porque en vez de las arpías que siempre había pensado que eran, resultarían ser solo otras víctimas más de mi chaval.

«De ser así, me he comportado como un capullo y les debo una disculpa», murmuré para mí. No en vano y ofuscado por la opinión que tenía de ellas, las había terminado de arruinar para luego forzarlas a aceptar el convertirse en mis putas.

Quizás por ello, al entrar en el salón y observar que mi nuera estaba limpiando el polvo, no dije nada y directamente fui hasta el minibar. Allí me serví una copa y ya con ella en la mano, me giré a ver qué hacía. Ante mi pasmo, Sonia se acercó a mí y sin darme oportunidad de decir nada, posó su mano en mi entrepierna y dijo:

―Suegro, ¿por qué no me ha pedido que le sirva? ¿Qué va a pensar de mí si su cachorrita no le cuida?

―¿Qué haces?― protesté al ver que se arrodillaba y me bajaba la bragueta.

Luciendo una sonrisa de oreja a oreja, la viuda de mi hijo respondió imitando la voz de una bebita mientras sacaba mi pene de su encierro:

―Tomarme el biberón.

A pesar de la erección que lucía mi miembro, en mi interior sentía que estaba forzando a una inocente. Sintiendo que era un mierda, levanté del suelo a Sonia y le pedí que se sentara.  

―Tu madre me ha enseñado las fotos de su móvil y ahora sé que, si mi hijo no quería verme, no era porque tú le obligaras, sino porque él no quería― dije con tono apenado.

Actuando como si mi disculpa no fuera con ella, mi nuera seguía mirando fijamente mi erección mientras se lamía los labios.

―¿Me estás escuchando?― pregunté.

En vez de oír mis disculpas, Sonia solo tenía ojos para mi pene y haciendo como si conversara con él, lo cogió entre sus manos y antes de comenzar a lamerlo, murmuró:

―¿Verdad qué me has echado de menos? Tu putita tiene hambre y quiere su ración de leche.

―¡No sigas! Ahora que lo sé todo, no puedo hacerte esto― exclamé al sentir que, abriendo sus labios, la viuda de mi chaval buscaba mi placer.

O no me escuchaba o si lo hacía directamente obviaba mis palabras porque lejos de hacerme caso, sacando su lengua se dedicó a regalar sobre mi miembro largos y húmedos lametazos.

―Sonia, ¡soy tu suegro!― protesté mientras la chavala se recreaba metiendo mi verga hasta el fondo de su garganta una y otra vez.

Irónicamente, como había utilizado mi parentesco con ella para definir y extender mi dominio sobre ella, luciendo una sonrisa, me contestó:

―Lo sé y no quiero que se enfade con su putita.

Horrorizado al saber que era un CERDO con mayúsculas y que no me sobraba ninguna de sus cinco letras al estar abusando de una inocente y que además era ¡la viuda de mi hijo!, intenté retirarla, pero Sonia se aferró a mi verga con decisión creyendo quizás que era un juego o una nueva prueba de su amo.

―Nena, deja que te explique… ― insistí― … y que te pida perdón.

―Si mi suegro y señor quiere disculparse, hágalo, pero antes alimente a su cachorrita― contestó sin dejar lamer mi pene y demostrando su urgente necesidad de ser alimentada, comenzó a pajearme con decisión.

Es más como azuzada por la sed, comenzó a embutirse y a sacarse mi miembro con una velocidad endiablada.

―Cariño, ¡para!― seguía pidiendo, pero para entonces era tal su calentura que mientras metía y sacaba mi extensión, usó una de sus manos para acariciarme los testículos y evitando el hacerme caso al sentirse dominada por una lujuria sin par, gritó en voz alta:

― ¡Necesito la leche de mi suegrito!

No tuve que ser un genio para saber que lo que realmente estaba pidiendo es que su amo la alimentase. Ese berrido de deseo elevó mi excitación y sin poderme retener me vacié en su boca.

Sonia, al sentir mi semen chocando con su paladar, se volvió loca y mientras intentaba que no se derramase ni una gota,  se puso a masturbar.

― ¡Gracias por darme de beber! ― oí que chillaba mientras su cuerpo convulsionaba de placer a mis pies, pero lo que realmente me dejó impactado fue escucharla decir que a pesar de haber acordado ser mi esclava solo dos años siempre sería mi cachorrita porque me amaba.

―¿Qué coño dices? – repliqué angustiado por lo que significaban sus palabras.

Absorta en su gozo, no le preocupó mi tono ni la expresión de mi cara y berreando como si la estuviese matando, terminó de ordeñarme mientras seguía masturbándose sin parar.

―Soy y seré su cachorrita― me miró llena de lujuria y no contenta con ello,  se puso a cuatro patas mientras me pedía que la follara.

Ver a mi nuera en esa postura y saber que me había equivocado al convertirla en mi puta hubiera sido suficiente para que la vergüenza y el bochorno que sentía me hubiesen hecho huir, pero aferrado a la poca dignidad que me quedaba, la obligué a levantarse del suelo mientras le decía que esa era la última vez que se comportaba así y que se olvidase de ser mi puta  y que, a partir de ese momento, solo tenía que preocuparse en ser la madre de mi nieto.

―¿Qué ha hecho su cachorrita para que usted se enfade? Si le ha defraudado, ¡castíguela! Pero no la deje así― con lágrimas en los ojos me replicó mientras intentaba nuevamente bajarme la bragueta.

Incapaz de contestar y sabedor de que si permanecía a su lado volvería a pecar,  salí huyendo de la casa y me lancé campo a través sin importarme que estuviese diluviando…

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