Irene ejerce de matriarca
La incorporación de Estrella a nuestra familia produjo un cambio sutil pero importante en nuestra relación. Hasta entonces, jamás había percibido que Ana se plegase a los deseos de su hermana. Pero a raíz de que la mulata aceptara la jerarquía de Irene como matriarca, fue evidente que su gemela hacía lo mismo y que lo hacía de buen grado.
Un ejemplo de ello ocurrió esa misma mañana cuando a Irene se le ocurrió saludar con una suave nalgada a la negrita. Comportándose como una niña celosa, Ana puso el culo en pompa mientras se quejaba por no haber recibido el mismo trato de parte de su hermana.
-Pídele a nuestro dueño que te lo dé- contestó muerta de risa Irene pensando que era una especie de broma.
Para su sorpresa, Ana se acercó a mí y poniendo un puchero, me soltó:
-Una matriarca debe ser justa y si da una caricia a una de sus zorritas, ¿verdad que debe dársela a la otra también?
Reconozco que su queja me dio que pensar porque, no en vano, tenía razón y si quería que Irene mantuviera a raya a esas dos en mi ausencia, debía ser equitativa. Por eso, llamándola a mi lado le pedí que se levantara la falda.
Sin saber a qué atenerse, la teórica matriarca cumplió mi mandato exponiendo ante mi vista su estupendo trasero. Aprovechando que no se lo esperaba, descargué un duro azote sobre sus nalgas, diciendo:
-Que sea la última vez que haces diferencias entre mis sumisas y no quiero tenerlo que repetir.
Frotándose el adolorido cachete, Irene me respondió:
-Amo, no volverá a ocurrir.
Tras lo cual, cogió a su hermana del pelo y sin pedir mi opinión, le soltó un azote:
-Este es para ser justa- su gemela sonrió creyendo que había ganado la batalla, pero entonces su matriarca siguió castigando su trasero con una serie de feroces mandobles mientras le decía: -Y estos por acusarme ante nuestro amo.
Ana desesperada buscó mi ayuda con la mirada, pero en vez de palabras de consuelo escuchó que le decía a Irene:
-Cuando acabes, ¿me podrías llevar una cerveza a la piscina? Voy a darme un chapuzón.
-En seguida se la llevo- contestó sabiendo que con ello le daba vía libre para controlar a su manera a las otras dos sumisas.
De camino al jardín escuché el ruido de nuevos azotes y las disculpas de Ana ante su matriarca.
«A partir de ahora, ninguna de las dos discutiría su liderazgo», pensé sonriendo.
Supe que había hecho lo correcto cuando diez minutos después, Irene llegó con ambas y mientras ponía en mis manos el botellín, oí que les decía:
-Perras, ¿no veis que nuestro amo no se ha puesto bronceador? ¿Acaso queréis que se queme?
De inmediato, la mulata y su hermana comenzaron a untarme de crema mientras Irene se tumbaba a mi lado.
-¡Aprendes rápido!- comenté muerto de risa.
-Estas guarrillas tienen un amo magnífico, pero es evidente que también necesitan una mano femenina que las dirija- sonriendo contestó.
Dando por hecho que me venía bien, decidí poner freno a su actitud dominante y para que no olvidase quien realmente mandaba en nuestra relación, esperé a Ana y Estrellan terminaran de ponerme crema para pedirles que extendieran una toalla sobre el césped.
Una vez lo habían hecho, me tumbé en ella y las llamé. La primera en obedecer fue la negrita y por ello la premié con un beso mientras desataba la parte de arriba de su bikini. Ana al verlo, se acercó a mi poniendo sus pechos a mi disposición. Como no podía ser de otra forma, no les hice ascos y repartiendo mis lametazos entre las dos, busqué incrementar su calentura sin invitar a la matriarca.
Irene al ver que la dejaba al margen, comprendió el motivo que guiaba mis actos y sin mostrar el mínimo reproche, esperó en la tumbona mientras su dueño amaba a las dos sumisas.
Reconozco que me encantó sentir los pechos de ambas pegados a mí y por eso tras disfrutar ellos brevemente, señalé el bulto que crecía sin control en mi entrepierna:
-Mirad cómo me habéis puesto.
Tanto Ana como Estrella entendieron a la primera mis deseos y colaborando entre ellas, me despojaron del traje de baño. Al ver mi erección, se miraron y sin que se lo tuviese que exigir, se coordinaron usando sus lenguas y sus bocas para darme placer.
-Tocaros entre vosotras- exigí al darme cuenta que no tardaría en eyacular si las dos seguían concentradas únicamente en mí.
Sin dejar la mamada conjunta, los blancos dedos de Ana se hundieron en el coño de la morena mientras ésta hacía lo propio con el sexo de su compañera.
-Así me gusta, ¡unas putitas bien avenidas!- exclamé al comprobar la pasión con la que se repartían caricias mutuas.
Es más, la firme convicción de lo urgente que era que entre todas ellas formaran un trio en mi ausencia me hizo concebir una maldad y levantándome de la toalla, las obligué a seguirse amando sin dejar intervenir a Irene.
Me resultó curioso que esta no se quejara por el papel que le había encomendado hasta que la escuché decir:
-Guarrillas, nuestro amo quiere ver acción y no meras caricias. ¿No sabéis hacer nada mejor?
Ambas se quedaron confusas al escuchar sus reproches, momento que ella aprovechó para ejercer de matriarca y poniéndose al mando, les ordenó que entrelazaran sus piernas.
-Quiero que frotéis vuestros coños hasta hacerlos sangrar- exigió al ver que la obedecían.
Me reí al comprobar que, de inmediato, mis sumisas asumían sus órdenes como si fuesen mías y comenzaban a restregar sus sexos con una inusitada ansiedad. El que acataran sus deseos representó para Irene un salto sin vuelta atrás y sintiéndose por primera vez dueña de sus destinos, les exigió que profundizaran en sus caricias.
-Mas rápido, putitas mías- dijo exteriorizando que las consideraba suyas.
Las dos sumisas respondieron acelerando el roce de sus coños dando por sentado que era su deber. Su calentura quedó demostrada por el chapoteo que producían al restregarse y ese ardiente sonido incrementó la sensación de seguridad de Irene que ya despendolada pidió a la mulata que se apoderara de los pechos de su hermana.
Siguiendo sus instrucciones, Estrella llevó sus manos hasta los senos de su compañera y tomándolos como un trofeo, acercó su boca y se puso a lamerlos. Ana al sentir esa húmeda caricia, rugió de placer sin dejar de rozar su vulva contra la de su amante.
-Muérdeselos, ¿no ves que lo necesita? – comentó bastante alterada con la escena su matriarca.
Cerrando sus mandíbulas sobre el pecho de Ana, la mulata obedeció y su víctima, al sentir los dientes de su amante torturando sus areolas, pegó un pavoroso aullido de placer.
-Mas fuerte- insistió Irene desde su tumbona.
La lujuria de su tono me alertó de que necesitaba liberar su angustia y acercándome por detrás, me senté a su espalda.
-Mi amo- susurró al sentir que me apoderaba de sus pechos.
-Tus putitas te necesitan, sigue marcándolas el paso- susurré en su oído.
Asintiendo, la rubia se giró hacia las dos y las conminó a cambiar de postura. Tanto Estrella como Ana escucharon con alborozo que su matriarca les pedía hacer un sesenta y nueve y respondiendo a dicha orden se lanzaron una sobre otra.
-Comeros el chocho- con la respiración entrecortada les exigió al notar que mis dedos avanzaban lentamente hacia su gruta.
Tal y como mandaba la lógica, mis yemas se toparon con una intensa humedad entre sus pliegues y recreándome entre ellos, localicé su clítoris.
-Mi zorrita está cachonda- comenté en su oído mientras usaba una uña para torturar ese botón.
-Para mi amo, siempre lo estoy- Irene rugió completamente dominada por la pasión.
-Así me gusta- comenté mientras aceleraba la velocidad con la que mis yemas lo acariciaban.
Con el coño anegado, la matriarca no se olvidó de sus pupilas y mientras buscaba con ahínco moviendo sus caderas ensartarse con mi pene, gritó a su hermana al ver que se entretenía demasiado:
-Ana, fóllatela de una puta vez.
Su gemela acató su mandato hundiendo su cara entre las piernas de la mulata. Los gemidos de esta al sentir que separaba sus pliegues con la lengua no se hicieron de rogar y separando sus rodillas, chilló descompuesta que se corría.
-No la dejes descansar- insistió Irene con voz insegura al notar que, en ese preciso instante, mi glande estaba a punto de horadar su sexo y buscando su placer, se dejó caer sobre mi pene: -¡Amo! ¡Úseme! ¡No aguanto más!
El dolor que mi amante experimentó al empalarse fue tan brutal que durante unos segundos apenas pudo respirar. Al darme cuenta, no quise incrementar su castigo y por ello esperé a que se recuperara antes de pedirla que se moviera mientras a pocos metros, Estrella había tomado la iniciativa hurgando con sus dedos dentro de Ana.
Los sollozos de dolor de Irene coincidieron en el tiempo con los gemidos de placer de su hermana. Viendo que ambas sentían la necesidad de ser amadas, decidí coger entre mis brazos a mi amante y llevándola en vilo la deposité junto a su gemela.
Ana al tenerla cerca, buscó sus besos mientras entre sus piernas, la mulata no dejaba de estimularla.
-Te amo, hermanita- dijo Irene al sentir sus labios.
La alegría con la que se abrazaban nos azuzó tanto a Estrella como a mí a seguir amándolas. Por ello mientras la morena coordinaba los ataques de sus yemas con los de su lengua, yo comencé a moverme lentamente sacando y metiendo mi pene del interior de su matriarca.
-Amo, hagamos que las dos se corran a la vez- comentó la pícara mulata retirando brevemente su cara de entre los muslos de Ana.
No tuvo que insistir porque para entonces solo tenía un objetivo, el cual no era otro que hacer que Irene claudicara al placer. Por ello, aumentando el ritmo y la profundidad de mis embestidas, busqué su orgasmo mientras a mi lado, la sensual boca de Estrella se daba un banquete con el flujo que manaba del coño de Ana.
-Muévete o tendré que azotarte- ordené a Irene al comprobar que permanecía un tanto inactiva.
Su respuesta me hizo reír y es que, girando su cara, la zorra en la que se había convertido mi amante, me soltó:
-¿Pueden ser ambas? Yo me muevo y usted me azota.
Como os podréis imaginar, accedí a sus deseos y mientras sumergía mi pene en su interior, marqué el ritmo de sus caderas a base de sonoras nalgadas sobre ella.
-Gracias, Amo. Necesitaba sentirme suya- gimió con felicidad al experimentar mi autoridad sobre su trasero.
Asumí por sus palabras que a mi querida rubia le urgía reafirmar que seguía siendo mi sumisa y que, aunque tuviese que ejercer de matriarca, no quería que me olvidase de cual era su verdadera naturaleza. Por ello, cogiendo su melena a modo de riendas, cabalgué sobre ella con un ritmo desbocado y cada vez que sentía que mi montura se relajaba, azuzaba sus movimientos con nuevos azotes sobre sus corvas hasta que, coincidiendo con el clímax de su gemela, Irene vociferó que se corría. La euforia de su voz avivó mis ganas de poseerla y cogiéndola de los hombros, seguí acuchillando con renovados bríos su interior.
Mi insistencia provocó que la rubia encadenara un orgasmo con el siguiente y más cuando su hermana y la mulata decidieron que había llegado el momento de colaborar conmigo para que su matriarca nunca olvidara esa mañana lanzándose a mamar de sus pechos.
El ataque coordinado de nosotros tres provocó que Irene aullara al sentir que el placer amenazaba con desbordarla:
– Me encantaría que me dejara embarazada, ¡ahora mismo!
La rotundidad con la que externó ese deseo fue el último empujón que necesité para descargar mi simiente en su fértil sembrado y pegando un gritó, me dejé llevar. Irene al sentir los cañonazos de semen chocando en su vagina, comenzó a llorar con alegría diciendo:
-Aunque es imposible, sé que me he quedado preñada.
Ana, soltando una carcajada, la respondió:
-Si no lo estás, no pasa nada. Nuestro querido amo insistirá las veces que sean necesarias… y si tú no puedes, siempre puede usarme a mí para darte un hijo.
Por si fuera poco, Estrella apoyó a su compañera diciendo:
-Mi querida matriarca no se olvide que el vientre de esta hermosa negra también puede servir para darla un hijo.
Irene, muerta de risa, me miró y cogiendo a las dos sumisas que compartíamos entre sus brazos, comentó:
-Amo, creo que antes de un año esta casa estará repleta de niños… al menos cinco… dos pares de gemelas y un precioso mulato gatearán por sus pasillos.
Supe de algún modo que esa amenaza se haría realidad a menos que me hiciera … ¡una vasectomía!