25

Tal y como anticipé, Elisa y María al terminar la tomaron de la mano y sin esperarme se llevaron a la auditora al cuarto que compartíamos donde de inmediato se pusieron a besar cada rincón de su cuerpo aprovechando su desnudez. Sabiendo que debía no intervenir para que ellas se ocuparan de demoler cualquier reticencia que pudiese quedar en Patricia, me entretuve yendo a la cocina donde cogí una botella de champagne frio con el que brindar. A pesar de no haber tardado más de unos minutos, al llegar al dormitorio me encontré a nuestra reciente adquisición espatarrada sobre las sábanas mientras mis dos mujeres exploraban con la lengua todos los recovecos de su piel.

No tuve más remedio que sonreír al advertir que me habían hecho caso y que los mimos con los que la estaban obsequiando eran tiernos.

 -¿Te gusta cómo te tratan? – pregunté acariciando su melena.

Asolada por las sensaciones que experimentaba, la diminuta criatura no podía hablar y balbuceando pegó un gemido que interpreté como un sí.

-Si te quedas con nosotros, deberás aceptar que ser unos días la sumisa más dulce y otros la dominante más exigente. ¿Lo sabes, verdad?

-Sí- sollozó incapaz de decir nada más al sentir dos bocas mamando de sus pechos mientras cuatro manos recorrían su piel.

Repitiendo la misma fórmula, seguí informándola de sus derechos y deberes.

-Si te quedas con nosotros, todo tu cuerpo incluyendo tu culo estará a disposición de cualquiera y si alguno te necesita, deberás dejar lo que estés haciendo y acudir a amarle. Por el contrario, si eres tú quien lo requiere, podrás exigir que todos acudamos a consolarte. ¿Lo sabes, verdad?

-¡Sí!- aulló ya entregada al notar que la boca de María se deslizaba por su cuerpo dejando un surcó húmedo en su camino. 

-Sabiéndolo, ¿estás dispuesta a formar parte de nuestra familia?

No pudo responder ya que cuando debería contestar toda la excitación que llevaba acumulada se desbordó y fue un prolongado aullido lo que llegó a mis oídos.

-Zorrita, ¡te repito por última vez! ¿Quieres ser la puta y la dueña de nosotros tres?

-Sí, mi amo, mi señor, mi amante y mi dueño. Quiero ser la ama, la señora, la amante y la dueña de los tres.

Tras haber oído su confirmación, Elisa pidió que me tumbara y señalando mi erección, exigió a Patricia que se empalara con ella. Todos supimos incluso ella que con ello firmábamos su acogida y por ello, sin dudar, se puso a horcajadas sobre mí y lentamente se dejó caer sobre mi pene. La lentitud con la que clavó mi estoque en su vagina me permitió sentir como sus pliegues se iban ensanchando para acogerme.

-Es enorme. No sé si me va a caber- sollozó consciente de su tamaño.

Dejando que todo fuera a su ritmo, no la forcé y haciendo una seña, señalé a las otras dos los desproporcionados pechos de la nueva.

-Son preciosos- comentaron ambas mientras se ponían a mamar cada una de uno diferente.

Para Patricia esa experiencia era totalmente diferente a cualquiera de su pasado y cerrando los ojos, disfrutó de nuestras caricias mientras intentaba absorber la totalidad de mi tallo.

-Tranquila- comenté al sentir las dificultades que tenía la pequeñaja: -Tenemos años para que lo consigas.

-Voy a conseguirlo esta noche, cueste lo que cueste- rugió convencida de lograrlo.

Confieso que lo dudé al ver que todavía quedaba un tercio de mi pene sin entrar y por eso me sorprendió cuando alzándose, forzó la elasticidad de su cuerpo al máximo y de repente se lo terminó de embutir.

-¡Lo he logrado!- chilló entusiasmada a pesar del dolor que sentía.

Viendo las lágrimas que corrían por sus mejillas, comprendí que la insensata había estado a punto de desgarrar su interior y por eso sujetando con mis manos su cintura, le exigí que no se moviera hasta que se acostumbrara a tenerlo dentro. Tanto Elisa como María se percataron también de su sacrificio y alternativamente, la besaron haciéndole ver que la comprendían.

Lo que ni mis mujeres ni yo jamás previmos es que sin mover siquiera sus pestañas esa dulce criatura se comenzara a correr y menos que lo hiciera de esa forma.

«No puede ser me dije», al notar cómo brotaba un cálido pero enorme caudal de flujo de su interior, el cual no solo no tardó en empaparme, sino que fue de tal magnitud que dejó un gran charco bajo de nosotros.

 -Lo siento, soy muy líquida- sollozó abochornada al ver nuestras caras de asombro.

La capulla de mi prima fue la primera en querer averiguar si se había meado o por el contrario era una clase de infrecuente eyaculación femenina. Por eso, acercando la cara a donde manaba ese manantial usó la lengua para explorarlo.

-No, por favor- gritó Patricia intentando advertirla, pero para entonces ya era tarde y una explosión de flujo chocó contra el rostro de María.

-¡No me lo puedo creer!- gritó divertida al sentir toda la cara embadurnada y sin mostrar ningún tipo de rencor, corrió a seguir satisfaciendo su curiosidad con la lengua.

-¿No os importa? – preguntó todavía colorada al oír nuestras risas.

-¿Cómo iba a importarnos?- respondió Elisa en nombre de los tres: -Estoy deseando que esa zorra se empache con tu esencia para ser yo quien la devore.

Noté que parte de su cerrazón debía venir motivada por la angustia que sentía por el raro fenómeno al ver que como arte de magia su estrecho conducto se relajaba y sin esperar más, posando mis manos en su culito, comencé a moverla. Ni ella misma se creyó que fuera posible que disfrutara tanto al sentir mi glande chocando con las paredes de su vagina y pegando un chillido de alegría, cabalgó sobre mí ya sin dolor.

-¡Por dios! ¿Qué me habéis hecho? ¡Me encanta!- aulló sin importarle por primera vez en su vida salpicar a su alrededor.

 La duración y la frecuencia de su orgasmo nos entusiasmó y sabiendo que acabábamos de toparnos con una incomprendida máquina sexual, ya no vimos porqué seguir reteniéndonos y mientras cambiaba su postura poniéndola a cuatro patas, Elisa le mostró que tenía los labios de su vulva a su disposición.

-¿Puedo, mi señor?- preguntó todavía sin entender que era libre de hacer lo que quisiera.

-Puedes y debes- contesté clavando mi estoque hasta el fondo de su coño.

El berrido que pegó al sentirse llena fue el banderazo de salida que me permitió lanzarme al galope, acuchillando una y otra vez su diminuta anatomía mientras la treintañera devoraba la novedad que para ella suponía la femineidad de una mujer.

-María, ¡no sabes que lengua tiene esta cabrona!- enamorada con su desempeño, chilló la pelirroja: -¡Se mete por todas partes! ¡Es la leche!

El piropo que escuchó la hizo involucrarse con pasión y mientras su interior estaba siendo martilleado por mi trabuco, sus lametazos se extendieron más allá del coño de Elisa y llegaron hasta su ojete. Al meterlo brevemente, descubrió lo mucho que le gustaba su sabor ácido y presa de lujuria, gritó:

-Zorra, date la vuelta para que me coma tu puto culo.

Para su sorpresa no fue la pelirroja la que le puso el trasero en la boca, sino mi prima.

-Cómete el mío.

Con un coño y un culo a su merced, se decidió por ambos y alternando entre uno y otro consiguió que las dos mujeres se corrieran casi al unísono. Tras derrotarlas y por qué no decirlo humillarlas, giró la cara hacia mí:

-Mi señor, ya que ellas no han podido, hágame usted sentir su puta.

No tuvo que insistir e intuyendo que me pedía sexo duro, descargué un azote sobre su nalga derecha. La violenta caricia era lo que necesitaba y llorando de alegría, me juró amor eterno mientras imploraba que la repitiera en su otro cachete. Cambiando de glúteo con cada nalgada, marqué el ritmo con el que quería que se moviese y por muy rápido que le di, en ningún momento perdió el compás hasta que ya agotado le informé que me corría.  Nada más decírselo y antes de que pudiera llenar su interior con mi esperma, su diminuto cuerpo colapsó y cayendo sobre las sábanas, rogó que la inseminara mientras el cálido geiser de su coño volvía a emerger.

Por la postura, todo su flujo cayó en mis muslos y eso lejos de repelerme, me enervó y tomándola de la melena, forcé cruelmente su espalda mientras me corría.

-Por fin, alguien comprende cómo debe tratarme- sollozó antes de caer desmayada de tanto placer.

Mis últimas detonaciones cayeron en su interior con ella ya sin sentido y sabiendo que no tardaría en recuperar la conciencia, pregunté a mis mujeres qué les parecía la chavala. Riendo, contestaron las cabronas:

-Pablo, con un poco de experiencia y bien dirigida, no creo que te vayamos a necesitar. Con ella, tendremos suficiente para satisfacer nuestras necesidades.

Cuando ya estaba a punto de mandarlas a tomar por culo, escuché a la pequeña hablar en mi favor:

-Mi señor, puede que ellas no lo necesiten. Pero su fiel putilla no podría vivir lejos de usted.

Agradeciendo su apoyo, la besé mientras elevaba el dedo índice hacia la pelirroja y mi prima…

26

Después de la tormenta siempre llega la calma. Tras una noche de pasión donde pusimos al límite nuestras fuerzas, nos despertamos agotados y a ninguno de los cuatro quisimos castigar nuestras adoloridas anatomías con un nuevo combate cuerpo a cuerpo. Por eso, al terminar de y Patricia nos rogó que alguien la acercara a la empresa para seguir con la auditoria, no solo me ofrecí a llevarla sino que previendo que ella y su grupo me podrían llegar a necesitar, informé a mi prima y a Elisa que me iba a quedar con ella. Supe que ambas la habían aceptado cuando comprobé que sus celos habían desaparecido y acercándose hasta la puerta, nos despidieron con un beso.

La ternura con las que trataron a la auditora mientras le decían que al salir de trabajar dejara el hotel y se instalara en la casa, me confirmó ese extremo. Lo que reconozco que no fui capaz de prever fue la reacción de la pequeñaja y es que mientras se sentaba en el asiento del copiloto, se echó a llorar. Impactado por sus sollozos, le pregunté qué pasaba y entonces reteniendo brevemente su llanto, me informó que jamás se hubiese imaginado al llegar a Lanzarote que en vez de un cliente iba a encontrar un hogar.

-Ni yo que tu jefe me iba a mandar una zorrita tan dispuesta- respondí mientras encendía el coche que nos había prestado la pelirroja.

No habíamos salido del jardín cuando vi que Isabel y Ricardo llegaban en un taxi. Al bajar la ventanilla para saludarlos, observé que la morenita venía llorando y que el hombretón tampoco le iba a la zaga. Al verlo, quise quedarme con ellos, pero entonces me pidieron que me marchara porque tenían mucho que pensar. Asumiendo que quizás su experiencia con la pareja no había salido cómo ellos anticiparon, decidí darles su espacio y saliendo a la avenida, me dirigí a la inmobiliaria.

Ya en ella, me llevé una alegría cuando los ayudantes de Patricia nos informaron que creían haber encontrado todo lo que habían ido a buscar y que el monto de lo defraudado no superaba los treinta millones de euros. Si alguien se pregunta por qué esa noticia me contentó, es sencillo:

La empresa de los hermanos era capaz de soportar ese quebranto, ¡pero no mucho más!

  Con ello en mente, pregunté a su jefa cuanto tiempo tardaría en dar un informe provisional con el que Ricardo en el papel de presidente pudiera usar para elaborar la denuncia contra los culpables.

-Si me ayudas, un par de horas- contestó más necesitada de compañía que otra cosa, esa maravillosa criatura.

Sentándome frente a ella, fungí durante ese tiempo como su secretario sin quejarme cuando me mandaba buscar un dato o con los ovarios bien puestos me ordenaba hacer una fotocopia de un documento. Lo curioso fue la cara de satisfacción que sentía al verme obedecer e intrigado, llegó el momento que no pude contener la curiosidad y pregunté qué era lo que le pasaba.

-Si quieres saberlo, levanta tu culo y cierra la puerta- elevando el tono de su voz, respondió. 

Descojonado con el modo tan autoritario con el que me lo ordenó, no dudé en mover mis posaderas y de un portazo cerrarla. Volviendo a la silla, alcé las cejas:

-¿Y?

Desabrochando lentamente uno de los botones de su camisa, contestó:

-A esta bella e inteligente sumisa le pone cachonda cuando su dueño, un cabrón malo y pervertido, le obedece.

Acercándome a ella, metí las manos en su escote antes de replicar:

-Y a tu amoroso y tierno amo, que seas tan zorra de pedirme que te follara mientras tu gente está al otro lado de la puerta.

Pegando un gemido al sentir mis yemas pellizcando uno de sus pezones, sollozó:

-Todavía no se lo he pedido.

-¿Y a qué esperas?- reí incrementando su turbación, izandola de su asiento mientras le levantaba la falda.

.-Upps, ¡se me había olvidado que no llevo bragas!–  exclamó muerta de risa al ver mi cara.

Soltando una carcajada, la besé y ya me disponía a poseerla en mitad del despacho cuando escuchamos que alguien tocaba antes de entrar.

Apenas le dio tiempo de acomodarse la ropa antes de que Pedro, uno de sus ayudantes nos informara que un tal Ignacio Cifuentes quería verme. Confieso que me extrañó que fuera a mí con quien quisiera hablar, pero asumiendo que ese hombre pensaba que yo era el culpable de que los hermanos hubiesen descubierto los malos manejos, me senté en la silla del que había sido su despacho y haciendo como si para entonces ya fuera mío, respondí al auditor que lo acompañara hasta allí.

Mientras llegaba, Patricia subrayo en rojo los veintinueve millones seiscientos mil euros que habían encontrado y añadiendo otros tres en virtud de los intereses se los sumó y tras obtener trienta y dos millones seiscientos, escribió a su lado en mayúsculas, CIFRA INICIAL A DEMANDAR. No pude más que reírme y dejándolo claramente a la vista, recibí al primo de los hermanos, poniendo geta de cabreado. El imbécil empalideció al ver a la mujer que se había atrevido a atosigar de pie con su mano en mi hombre, demostrando que formábamos un equipo.

Ignacio mismo fue quien nos informó que había hablado con alguien de KPMG Madrid para pedir referencias de la auditora cuando muy molesto me preguntó desde cuando conocía a la jefa de Back Office de la firma.

Fue la propia Patricia la que le contestó con otra pregunta:

-¿Quiere la realidad o la que sostendría en un juicio?

-Ambas- gruñó claramente cabreado por esa irónica respuesta.

Soltando una carcajada, la experta replicó:

-Ante un juez, diría que desde que fui contratada para llevar a cabo esta auditoría, pero cómo es algo que jamás podrá demostrar en confianza le voy a decir la verdad: ¡soy la amante de Pablo y de Elisa desde hace dos años!

La indignación del sujeto fue algo digno de haber sido grabada y más todavía cuando descojonándose de él se lo demostró forzando mi boca con su lengua. Comprendiendo que, si era así, no solo no iba a poder dividirnos, sino que el informe de auditoría que hiciera iba a ser totalmente proclive a los intereses de Ricardo y de su hermana, se avino a negociar.

-¿Cuánto nos ofrece para dar por zanjado este penoso asunto?

Mirando de reojo, la cantidad que resaltaba en el papel que tenía en frente, respondió:

-Estaríamos dispuestos a abonar treinta millones en este acto siempre que se comprometan a no demandar.

Siendo algo corto su ofrecimiento, comprendí que se debía aceptar por el bien de la compañía. Como yo no tenía poder alguno y debían ser alguno de los hermanos los que firmaran, llamé al gigantón.

Por desgracia, Ricardo no contestó. Ya estaba buscando una excusa para postergar la respuesta, no fueran a ponerse nerviosos y en vez de pagar lo defraudado, cogieran el dinero y huyeran cuando de improviso apareció la pelirroja por la oficina.

-Elisa, ¿podemos hablar un minuto?- le dije nada más entrar por la puerta.

Al contestar que sí, me fui con ella a otro despacho donde le informé tanto de la oferta como el peligro que correrían de no aceptar. La chavala que no era tonta comprendió mis temores y tras asegurarse de lo que yo haría en su caso, no contestó y dejándome con la palabra en la boca volvió donde su primo. Una vez allí, le soltó un guantazo para a continuación decir que firmaría ese compromiso en el momento en que desde el banco le informaran que el dinero estaba en sus cuentas.

Lleno de ira, Ignacio sacó su portátil y metiéndose en la web donde su padre y él tenían los fondos, los transfirió.

-Revisa tu cuenta y firma una puta vez, ¡zorra!

Pacientemente esperamos a recibir la cantidad acordada para que Elisa rubricara el documento.  Entonces y solo entonces, dejé que la ira con la que recibí el insulto que había lanzado ese cretino y de un puñetazo en toda su jeta lo mandé directamente al suelo. Lo que jamás me imaginé que vengando esa afrenta y el modo en que había abusado de ella, tomando impulso, Patricia aprovechara para regalarle además una patada en los genitales.

Como no podía ser de otra forma, no esperé a que esa nenaza dejara de llorar para echarlo de la oficina, avisándole que no se le ocurriera volver porque de hacerlo lo mataba. Tal y como preví, Ignacio se marchó de allí en silencio mientras oía que humillándolo aún más su prima le amenazaba con mandar a Ricardo a sodomizarlo.

Ya sin él, me giré y abrazando tanto a mi prometida como a la pequeñaja, les pregunté dónde íbamos a celebrarlo. Demostrando su ninfomanía, Patricia respondió muerta de risa:

-No hay mejor sitio que en la cama de mis amos.

Elisa aceptando de inmediato, le soltó un sonoro azote a modo de anticipo y mientras los empleados de la empresa y los auditores nos observaban alucinados, cogimos la puerta y nos marchamos directamente al chalet.

Lo cierto es que nunca llegamos porque ya estábamos llegando cuando vía telefónica Isabel nos informó de que en nuestra ausencia habían aparecido por la casa cinco de los amantes despechados de Ricardo y le habían dado una paliza.

-¿Está bien?- horrorizada quiso saber su hermana.

Para entonces, mi prima había tomado el teléfono y le dijo que, aunque no corría peligro, estaba en el “Jose Molina”. Dando un volantazo, Elisa cambio de rumbo y saltándose todos los semáforos que hallamos en el camino, al cabo de diez minutos aparcó frente a ese hospital y sin siquiera apagar el coche, salió corriendo a ver a su hermano.

Comprendiendo sus prisas, me ocupé de cerrarlo y de la mano de Patricia, fui a interesarme por el herido. Nuevamente, no llegamos a entrar en su habitación al interceptarnos antes Isabel y Maria. Viendo la tristeza de su semblante, me temí lo peor y horrorizado pregunté si Ricardo había muerto.

-No es eso, pero tenemos que hablar- contestó mi prima y pidiendo a Patricia que nos dejara, me llevaron a la cafetería del lugar.

No entendiendo nada, me senté en la mesa y aguardé a que esclarecieran los motivos de su tristeza. Echándose la culpa, Isabel me comentó que no solo que la pasada noche había descubierto que prefería ser dominante a sumisa, sino que hablando con Ricardo habían llegado a la conclusión que debían intentar vivir los tres juntos.

-¿Los tres?- pregunté sin entender todavía el alcance de sus palabras.

-Yo voy en el lote- llorando sin ser capaz de sostenerme la mirada, contestó María.

Mi mundo se derrumbó al oírla y con las misma lagrimas que recorrían sus mejillas, quise saber si había dejado de quererme.

-Sigo amándote, pero lo nuestro es imposible y mi lugar está junto al padre de nuestro hijo.

Comprendiendo su angustia, me negué a aceptar esa solución. Pero negándose en banda, la lacónica respuesta de mi prima fue:

-Para nuestro hijo, su padre es Ricardo y tú solo su tío. ¡Júramelo!

Su determinación me hizo plegar alas y forzando una sonrisa, le pedí que al menos me dejara ser el padrino. Lanzándose a mis brazos, me besó por última vez. Supe que Ricardo debía haber informado a su hermana, cuando al terminar ese interminable y doloroso beso, Elisa y Patricia me tomaron del brazo y me sacaron del hospital para que pudiese llorar en sus brazos.

Destrozando dejé salir mi angustia durante mas de una hora en el interior del coche hasta que, sabiendo que era lo mejor, decidí aceptar la imposición de mi prima y secándome las lágrimas, les comenté que aún no habíamos celebrado el acuerdo que daría viabilidad a la inmobiliaria.

            -Tienes razón- Elisa contestó y haciendo rugir los caballos del Maseratti, nos llevó al restaurant donde la había conocido.

            Al llegar descubrí que habían sustituido al maître y que en su puesto habían nombrado a una mujer de raza negra guapísima, dotada además de unas tetas y un culo de fantasía. Involuntariamente no pude más que comerme con la mirada mientras saludaba a la pelirroja. Viendo su complicidad, esperé a que nos tomara la comanda y nos dejara solos, para preguntar a Elisa quien era esa belleza.

-¿Luisa? ¿No me digas que te gusta? – contestó.

Al reconocer que no me importaría tener un encontronazo con ella, riendo me informó que eso mismo le había dicho ella al verla entrar de mi brazo y del de Patricia.

-Esa zorra, además de estar buena… ¡es bisexual!- añadió riéndose al ver mi cara.

Lo que Elisa nunca previó es que Patricia tomara al vuelo esa información y colorada, le pidiera saber qué tenía qué hacer para seducirla.

-¿Tú también me quieres abandonar?- protesté más que enfadado.

Posando su mano sobre la mía, me tranquilizó:

-Nunca podría abandonar a mis dueños. Lo decía para adelantar lo inevitable.

-¿Qué es lo inevitable?- desde su silla, preguntó la pelirroja.

A carcajada limpia, la impúdica criatura contestó:

-¡Qué esa diosa pase a formar parte de nuestra familia!…

FIN

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *