Esa tarde me resultó imposible hablar con los hermanos sobre la auditoría ya que Hans y Mario se negaron a dejarnos solos. Tan impresionados estaban con que les hubiese gustado que mi sumisa hubiese tomado el mando, que se pasaron conversando con Ricardo sobre cómo habían conseguido conciliar ser homosexual con dejarse dominar por una mujer. Curiosamente, esa preocupación era compartida por Isabel, ya que para ella había sido también una experiencia perturbadora.

-Pablo, no entiendo lo que me ha ocurrido. Estaba tan a gusto entre ellos que vi lógico ordenarles cómo debían satisfacerme.

Comprendiendo su extrañeza, la senté en mis rodillas.

-No es tan raro. Tú misma sabes que antes de unirte a nosotros María y yo alternábamos nuestras funciones. Me encantaba ser tanto el dominante de la relación, como su sumiso. Ambas facetas tienen su punto y me alegra que lo hayas descubierto.

Pensando en mis palabras, sollozó:

-Pero con vosotros no me pasa. Cuando estoy a vuestro lado solo puedo pensar en obedeceros.

-Princesa, si te gusta lo que has sentido, sigue explorándolo. Tanto tu ama como yo, deseamos que seas feliz y no queremos que te sientas cortada. Te aconsejo investigar lo que sientes cuando los dominas.

María, que hasta entonces se había mantenido callada, añadió:

-Si quieres, hablo con ellos para que esta noche la pases en su casa.

Pensando qué contestar durante poco más de un minuto, respondió:

-No hace falta. Si quiero ser su dueña debo demostrarles quien manda.

Tras lo cual y sin encomendarse a nadie, se acercó a los hombretones y les informó que los cuatro iban a quedarse en casa de la pareja hasta el día siguiente. Ricardo miró a su prometida pidiendo permiso, pero entonces cruzándole la cara con un tortazo la morenita le prohibió mirar a otra mientras ella estuviese presente.

-No quiero tener que volver a usar la fusta en tu trasero. Así que despídete y vete saliendo.

Para sorpresa de todos, los amigos del gigantón poniéndose del lado de la pequeña le urgieron a darse prisa si no quería que lo cayeran a golpes.

-¿Seríais capaces de atacarme?- preguntó alucinado.

-Si esta criatura con su tamaño ha sido capaz de darnos tanto placer nada más conocernos, ¿te imaginas lo que podrá hacer cuando tome confianza? -comentó Mario explicando los motivos de su traición.

-Solo por esto, permitiré que seas el primero en lamer mis pies- ejerciendo el poder que ellos mismo le habían dado, Isabel lo premió.

El suspiro del africano fue lo suficientemente elocuente de lo mucho que le apetecía ser quien sumergiera los dedos de la chiquilla en la boca, pero lo que me dejó de piedra realmente fue cuando Ricardo protestó que no era justo porque el solo estaba dando su lugar a María.

-Tienes razón, no he sido justa- y dirigiéndose a Hans, le preguntó que parte de su cuerpo le apetecía poseer en cuanto llegaran a su casa.

-Su culo, mi señora. Me muero por usarlo- contestó el alemanote ilusionado.

-Será tuyo mientras este perro se conforma con lamer mi coño.

Por increíble que parezca, bajo el pantalón de Ricardo emergió una gran erección al saber que no lo iba a dejar al margen y mientras su hermana se partía de risa, humildemente agradeció a la morenita que le permitiera hundir la lengua en tan preciada posesión.

Viéndoles partir, mi prima se me acercó y con una sonrisa en los labios, suspiró:

-Temo que nos hemos quedado sin sumisa.

Desternillado, atraje de la cintura a la pelirroja:

-Te equivocas, seguimos teniendo a esta zorrita.

Elisa restregando su sexo contra mi pierna replicó:

-Eso es algo que debemos hablar, pero de primeras creo que no me importaría cumplir esa función… si con ello consigo que me embaraces y así heredar.

-Me quieres por “tu dinero”- me hice el ofendido.

-Por mi dinero y las tetas de tu prima- contestó.

La carcajada de Maria resonó en la habitación mientras preguntaba dónde la íbamos a llevar a cenar…

Estábamos a punto de salir hacia Lilium, un restaurante de comida canaria, cuando mi teléfono comenzó a sonar. Sin apetecerme contestar, miré a ver quién me llamaba. Al ser Patricia, la auditora de KPMG, decidí atender la llamada y preguntar qué quería. La treintañera estaba histérica y por eso tardé en entender que entre balbuceos me estaba informando que, al salir de la empresa que estaba auditando, había tenido un altercado con uno de los primos de los dueños. Por la descripción del sujeto que la había acosado con preguntas sobre su trabajo comprendí que había sido Ignacio, el anterior director financiero de la firma.

            -Tranquila. Ladra mucho, pero es inofensivo- comenté tratando de quitar hierro al asunto.

            Mis intentos de tranquilizarla no sirvieron de nada y viéndola cada vez más nerviosa, decidí ir por ella para que cenara con nosotros. Cuando Elisa mostró su cabreo, no me cupo duda de que su enfado venía motivado por los celos más que por los actos de su familiar y por ello insistí en que me acompañaran las dos. Aunque María no veía la razón de que nos desplazáramos todos, aceptó y cogiendo su bolso, nos azuzó a marchar. Aprovechando que Ricardo e Isabel se habían marchado en el coche de la pareja, tomamos prestado el Maserati al ser de cinco plazas para recogerla. De forma que eran cerca de las nueve cuando nos reunimos con ella en su hotel.

La media hora que tardamos no había menguado su histerismo y por eso lo primero que dijo es que iba a presentar su renuncia al jefe.

-¿Tan pesado se puso mi primo?- Elisa preguntó tomando su mano.

El cambio de actitud de la pelirroja no me pasó inadvertido y dejando a ella el peso de la conversación, María y yo nos mantuvimos en silencio mientras oíamos contestar a Patricia:

-Ese imbécil llegó a zarandearme cuando me negué a informarle de mis avances.

Indignado con el comportamiento de Ignacio, me quedé pensando que su estado era lógico ya que, sin ser un tipo demasiado alto, tenía suficiente envergadura para que la auditora se sintiera intimidada al no superar el metro sesenta. Su minúsculo tamaño quedó de manifiesto cuando Elisa la envolvió entre sus brazos mientras la consolaba. Ese abrazo sirvió para que la imprevista enemistad entre ambas se disolviera y prueba de ello fue que necesitada de apoyo Patricia se echó a llorar sin soltarla.

Sonriendo, mi prima susurró en mi oído:

-¿Te has fijado?… ¡apenas le llega a la mejilla! ¡Es una muñequita!

Algo en su tono me alertó que, considerando perdida a Isabel, veía en esa treintañera su posible sustituta y sabiendo que no deberíamos traspasar los límites de lo laboral para que su trabajo fuera imparcial, le pedí que se abstuviera de confraternizar con ella.

-No me lo digas a mí sino a la zorra de tu prometida.

Supe de lo que hablaba al girarme y ver que Elisa la llevaba de la mano hacia el coche.

«Solo está siendo cariñosa con alguien que lo necesita», pensé no muy seguro cuando se sentaron juntas en el asiento de atrás.

 Sin otra opción que conducir yo, encendí el motor y tomando la avenida Olof Palme, me dirigí hacia el centro comercial donde habíamos reservado la mesa. Al aparcar mis temores se incrementaron cuando comprobé que las dos mujeres salían y se tomaban de la cintura al dirigirnos al restaurante.

            «Tengo que hablar con Elisa», me dije mientras inconscientemente me fijaba en el trasero de su acompañante.

            La forma del culito que se podía intuir bajo su falda no me resultó indiferente y por primera vez, me dije que lo importante eran las pruebas del desfalco y no tanto la autora del informe. Ya que llegado el caso de ver comprometida su parcialidad, éste podía ser firmado por otra persona del equipo. Mi prima que era la persona que mejor me conocía advirtió el deseo de mi mirada y muerta de risa, bajó el volumen de su voz, al decir que a ella también le apetecía dar un mordisco en esa preciosidad.

– ¡Ni se te ocurra!- respondí sin revelarle que era lo mismo que había pensado al contemplar la sensualidad de ese pandero: -Tenemos que ser prudentes, no se vaya a asustar y nos deje tirados con la auditoría.

Ya en la mesa, no pude decir nada cuando María insistió en que Patricia se sentara entre ellas dos para no alertar a nuestra acompañante de las intenciones que sin lugar a duda motivaban esa elección. Como la auditora no vio nada raro en tener a Elisa a su izquierda y a mi prima a su derecha, no dije nada y llamando al camarero, pedí una botella de rioja mientras ordenábamos la cena.

Al darse cuenta de que no había siquiera abierto la carta, Elisa sugirió a Patricia que pidiera por ella.

-Por favor- suspiró a punto de volverse a echar a llorar.

Desde mi silla, me quedé aterrorizado al advertir que la castaña miraba con adoración a mi prometida.

«No puede ser tan loca de querer seducirla», me dije notando la sonrisa de la pelirroja al oír que esa mujer le cedía la responsabilidad de elegir su cena.

Me quedó claro que así iba a ser cuando el empleado rellenó nuestras copas y tomando la suya, Elisa brindó con ella:

-Por el inicio de una amistad o algo más.

Lo que nunca me esperé fue que Patricia se pusiera roja al oírlo y menos que casi balbuceando respondiese:

-Por el algo más.

Asumiendo que, a pesar de su vergüenza, esa monada estaba abriendo la puerta al coqueteo de mi prometida, quise cambiar de tema y pregunté si ya conocía Arrecife.

-Vine hace un año con un antiguo novio.

La cabrona de mi prima vio la oportunidad de intervenir y valiéndose de su respuesta, quiso saber si había reemplazado a ese ex.

-No he salido con nadie desde que me dejó- confiada, contestó.

Mientras la tristeza de su tono me alertaba que todavía no lo había superado, a María le hizo saber que estaba libre y usándolo a su favor, comentó que la mayoría de los hombres no eran capaces de comprometerse con una mujer:

-Menos mal que Pablo, no es así. ¿Verdad querida?- dirigiéndose a Elisa añadió.

-Si no fuera así, nunca hubiésemos aceptado estar con él- respondió la aludida.

Abriendo de par en par los ojos, Patricia no pudo permanecer callada y medio escandalizada, quiso que le aclarara la relación que manteníamos.

-Aunque para cumplir con unos tramites Pablo y yo nos vamos a casar, los cierto es que somos partidarios del poliamor y los tres estamos juntos- contestó obviando el tema de Isabel y su hermano.

 Durante unos segundos, se quedó digiriendo su respuesta hasta que enfadada pidió que la dejara de tomar el pelo.

-No te ha mentido. Para mí, Elisa es mi mujer- interviniendo matizó María mientras levantándose de la silla, besaba a la pelirroja en los labios.

-¿Y tú qué opinas?- me preguntó sin llegárselo a creer a pesar de haberlo visto.

Con pasmosa lentitud bebí un sorbo de vino, antes de responder:

            -La vida es más hermosa cuando existe amor.

 La cursilada de mi respuesta le hizo reír y cogiendo su copa, se la terminó de un trago para a continuación comentar que debíamos considerar que la suya debía ser horrible al no tener pareja.

-Nada tuyo puede ser horrible. Eres una monada- tomando su mano, replicó mi prometida.

Al sentir que ese piropo escondía una oferta, la treintañera enmudeció mientras bajo su blusa emergía dos elocuentes montículos. Satisfecha al reparar en el tamaño de sus pezones, la pelirroja no siguió presionando y coincidiendo con la llegada del primer plato, la soltó.  Desde mi sitio, creí intuir el desamparo de Patricia y señalando las croquetas de plátano y chorizo que nos habían puesto como uno de los entrantes, le pedí que las probara sin saber que la hija de puta de mi prima se le iba a adelantar y que tomando una con los dedos, se la iba a dar directamente en la boca.

La auditora nos sorprendió abriéndola y tomando con los dientes la mitad, dejó la otra porción para María. La sensualidad de la escena se incrementó cuando imitándola, Patricia cogió otra y la puso a disposición de Elisa. Como si fuera una ronda, mi prometida hizo lo mismo que ella y tomando una tercera, la acercó a mi boca. Al morderla, me di cuenta de que la mujer no perdía detalle y añadiendo más presión, en vez de darle la cuarta a María con los dedos, se la acerqué entre mis labios. Mi prima entendió mis intenciones y besándome la recogió sonriendo. El suspiro que brotó de nuestra invitada al ver el beso la convenció de repetir mi gesto con el siguiente aperitivo y tomando entre los dientes un rollito de carpaccio de atún, se lo dio. La auditora dudó si aceptarla.

Cuando ya creíamos que se iba a echar atrás, riendo no solo recogió el bocado, sino que añadiendo más morbo al tema mordió los labios de María. La cabrona de la rubia no hizo ascos a semejante atrevimiento y olvidándose de que estábamos en un lugar público, aprovechó para acariciarle un pecho mientras hundía la lengua en su boca. 

            No pude más que sonreír al ver la pasión con la que se besaban y llamándolas al orden, les pedí que dejaran algo para después de cenar. Asustada quizás por lo que había hecho, Patricia se puso como un tomate mirándome:

            -Lo siento… me dejé llevar.

            La carcajada de Elisa rompió el silencio y uniéndose a sus risas, la auditora se quejó diciendo que, si llega a saber que terminaría acostándose con los clientes, nunca hubiese aceptado hacer la auditoria. Al ver mi cara, añadió con picardía:

-¿Acaso me vais a dejar dormir sola?

-Por supuesto… ¡que no!- escuché a mi prometida contestar.

24

Cuando tras pagar la cuenta, comenté que comentar si seguíamos en casa, vi que Patricia palidecía. Pensando que debía darle la ocasión de negarse, la tomé del brazo y me la llevé a un rincón del local mientras nuestras acompañantes pasaban al baño. Al plantearle que no tenía por qué acompañarnos, se echó a llorar diciendo que antes de ir tenía que saber algo de ella.

-Mientras no seas un hombre disfrazado de mujer, nada de lo que me digas tiene importancia- contesté pegándome a ella.

-No es eso- respondió mientras me demostraba su sexo restregándolo contra mi entrepierna: -Es que nunca he estado con una mujer y menos con dos.

La sinceridad de esa monada me caló hondo y para evitar que se sintiera forzada, respondí que no tenía que hacer nada que no le apeteciera.

-Me excita la idea de estar con los tres, pero me da miedo- insistió sin dejar de frotarse en mí.

Admitiendo sus reservas, le pedí que nos acompañara prometiéndole que, de sentirse incómoda en algún momento, la llevaría personalmente a su hotel.

-¿Me lo juras?- preguntó esperanzada.

-Aunque mis esposas sean unas zorras, ¡yo soy un caballero!- exclamé sellando mi promesa con un beso.

Al sentir mis labios, sus reservas se disolvieron como un azucarillo en el café y gimiendo de deseo, me rogó que hablara con María y Elisa para que fueran dulces con ella.

-No te preocupes, sé que lo serán- respondí no muy seguro de tal afirmación al conocer lo pervertidas que podían llegar a ser esa dos una vez puestas en faena.

Desgraciadamente mis temores no tardaron en hacerse realidad. Cuando salieron del servicio y nos vieron abrazados, no tuvieron recato alguno en afirmar ambas las ganas que tenían de sumergir sus lenguas en el coño de la mujer.

-No me hagáis castigaros y que lo primero que Patricia vea sea vuestros culos rojos- comenté a modo de advertencia.

Por extraño que parezca la más afectada por mi exabrupto fue la treintañera, que viendo que mis dos mujeres bajaban la cabeza intentó defenderlas diciendo que no tenían culpa de que ella fuese tan boba y que, si tenía que reprender a alguien, era a ella.

 -Lo tendré en cuenta- respondí e intrigado el verdadero significado de sus palabras, acaricié por primera vez su trasero mientras añadía: -pero no creo que sea necesario que tenga que darte una tunda.

El sollozo que provocó mi amenaza me avisó de que quizás María no se había equivocado al verla como la sustituta de Isabel y tomándola de la cintura, la llevé al coche mientras a mi espalda me llegaban los cuchicheos de mis señoras. No tuve que esforzarme para comprender que se habían dado cuenta de la reacción de la Patricia y valiéndome de ello, las exigí de malos modos que se sentaran detrás dejando a la auditora a mi lado.

-Sus deseos son ordenes, mi adorado amo- contestó la rubia dotando a su respuesta de un servilismo que a nadie le pudo pasar inadvertido.

Supe que la treintañera había captado su entonación cuando ya sentada en su asiento esperó a que le dijera que se abrochara el cinturón:

-Pensaba que usted iba a hacerlo- suspiró.

No pude más que reparar en que, si desde que la conocía me había tuteado, en ese momento se había dirigido a mí de usted y por ello, cogiendo el anclaje, yo mismo lo cerré premiando sus pezones con un roce de mis dedos.

-Gracias, mi señor- dijo confirmando su condición de sumisa mientras se mordía los labios.

Entusiasmado, quise también dejárselo claro a las que teníamos detrás y mientras encendía el Maserati les comenté:

-Quiero que esta noche miméis a esta cachorrita como se merece. No os admitiré ningún fallo.

Captando la razón que me había llevado a decírselo, Elisa respondió que no tendría motivo de queja y que la acogerían con cariño. De reojo, comprobé que la chavala involuntariamente había cerrado las piernas asumiendo la clase de “cariño” que le mostrarían. Sonriendo, no añadí nada más hasta llegar a la casa.

Ya en el salón y mientras nuestra anfitriona servía las bebidas, ordené a María que pusiera música y a Patricia que se sentara en mis rodillas. Obedeciendo de inmediato, aposentó su trasero sobre mis muslos. Teniéndola donde quería, vi que la pelirroja se acercaba con mi whisky y haciéndole una seña, la informé del modo que debía dármelo. Como alumna aventajada, comprendió y arrodillándose a mis pies, adoptó la postura de esclava mientras lo hacía entrega.

Sin necesidad de nada más, advertí que la auditora se revolvía incómoda y asumiendo que se estaba excitando, premié la fidelidad de mi prometida con un beso para acto seguido decirla que quería verla bailando con mi prima.

-¿Quiere que las acompañe?- preguntó aterrorizada cuando obedeciendo se pusieron a bailar pegadas.

-No, cachorrita. Tú solo mira- contesté con tono serio.

 Para verlas mejor, cambió de posición y dándome la espalda, posó su trasero sobre mi entrepierna. Como eso era exactamente lo que le iba a pedir, no la reprendí y únicamente susurré en su oído qué era lo que pensaba de mis mujeres.

-Son bellísimas- suspiró sin perder detalle de la forma en que se estaban exhibiendo ante nosotros.

-¿Te apetece verlas desnudas?- insistí sintiendo que su calentura se incrementaba por momentos.

-Me encantaría verlas amándose- respondió totalmente avergonzada con su respuesta.

Complaciendo su deseo, pedí a mis esposas que se desnudaran. Nerviosa ante la perspectiva de verlas retozando, Patricia se bebió de golpe su copa y me pidió permiso para servirse otra mientras en los altavoces sonaba una bachata. Tras dárselo, corrió a ponérsela y en menos de un minuto, volvió a sentarse sobre mí.

-Bebe, pero no te emborraches- comenté mordiendo su oreja

El gemido con el que me respondió a ese tierno mordisco me hizo comprender que estaba bruta y más cuando instintivamente usó mi pene para restregarse su pandero.

-Quiero que observes y aprendas- insistí señalando a Maria que en ese momento estaba magreando el trasero de su pareja de baile.

Respondiendo a sus caricias, Elisa deslizó los tirantes de su rival dejando al descubierto sus pechos.

-¡Menudas tetas!- exclamó la treintañera al comprobar la belleza de los atributos que hasta entonces mi prima había tenido ocultos.

Tal como esperaba de ella, la rubia no hizo intento de tapárselos y luciendo una sonrisa, imitó a la pelirroja liberando su delantera.

Al ver a las dos mujeres semidesnudas, Patricia se removió sobre mí y variando su postura, no le importó sentir mi pene clavado entre sus nalgas. Es más, al notarlo, me regaló con un breve movimiento de caderas.

-Tranquila, llegará tu momento- respondí cogiéndola de la cintura.

Sintiéndose presa de mis manos, experimentó un pinchazo en su entrepierna mientras observaba que Elisa replicaba acercando la boca a uno de los pechos de mi prima.

-Dios- gimió viendo la ternura con la que se ponía a mamar de los cantaros de María y sin que se lo tuviese que ordenar, se vio pellizcando sus propias areolas.

Presionando su lujuria, en silencio, introduje una mano en su escote y tomando el lugar de sus dedos, fueron dos de los míos los que se pusieron a torturar su pezón mientras en la improvisada pista de baile la auditora veía que la rubia había tomado la iniciativa acariciando el sexo de su antagonista.

 -Su prometida, ¡lo lleva totalmente rasurado!- exclamó al observar que mi prima estaba metiendo una yema entre esos pliegues desprovistos de pelo.

-¿Y tú?- pregunté para a continuación y sin darle oportunidad de negarse, usaba la mano libre para subirle la falda.

-También- recuperada de la sorpresa, contestó mientras abría las piernas para darme vía libre.

Gratificando su disposición, comprobé bajo su tanga que no mentía y mientras la empezaba a masturbar, le ordené que siguiese mirando. La calentura que para entonces corroía su interior le hizo obedecer mientras restregaba cada vez más rápido su pandero contra mi erección.

Ajenas a la forma en que estaba agasajando a nuestra invitada, mi prima siguió acariciando con sus yemas el clítoris de Elisa y ésta no tuvo reparo en contestar a su ataque, hundiendo la lengua entre los labios de su rival.

Al sentir el beso, María incrementó la velocidad de sus dedos sobre el botón rosado de la pelirroja mientras con la otra mano se apoderaba de su pezón.

-Zorra, ¡cómo me pones! – chilló la que estaba recibiendo esos estímulos mientras se deslizaba por su cuerpo.

No queriendo perder su ventaja, la rubia la imitó y sin que tuviese que sugerírselo, ambas terminaron tumbadas sobre la alfombra mientras Patricia no paraba de gemir totalmente entregada a lo que estaba viendo y sintiendo. Informado por sus gemidos de la cercanía de su orgasmo, dejé de masturbarla y sonriendo le pregunté si no le sobraba el top y la falda. Comprendiendo que más que una pregunta era una orden, se dio prisa en desnudarse y ya en ropa interior volvió a ocupar su lugar diciendo:

-Gracias, hace mucho calor para ir vestida.

Despelotado al percatarme de que no se había quitado el sujetador y las bragas era para que yo lo hiciera. Por eso, llevé mis manos al cierre de su espalda y saqué sus pechos del encierro. Fue entonces cuando con picardía, tomó mis manos y llevándola a los recién liberados, me preguntó si me gustaban. Sin perder la compostura, los amasé con delicadeza durante unos segundos hasta que fue evidente que su calentura había retornado con mayor fuerza y prohibiéndole que su excitación culminara en un orgasmo, exigí que volviera a observar a mis mujeres.

-¡Están haciendo un sesenta y nueve!- chilló al comprobar que mientras se desnudaba la pareja se había incrementado el espectáculo y que en ese preciso instante estaban comiéndose una a la otra sobre la alfombra.

-¿Tan raro te resulta ver a dos mujeres amándose?- pregunté sabiendo su respuesta.

-Al contrario, ¡es maravilloso!- rugió impresionada al  contemplar cómo disfrutaban sin cortapisas de su bisexualidad, mientras su hombre y una recién llegada lo atestiguaban.

 Alucinada y sorprendida por lo que estaba experimentando, no retiró su mirada al ver cómo cada una de esas mujeres recogían entre sus dientes el clítoris de la otra.

-Su puta no va a tardar en correrse- gritó.

-¿Cuál de las dos?- pregunté.

-Yo, ¡joder! – contestó exteriorizando que su cuerpo ya no aguantaba más.

Teniendo a esa monada donde yo quería, desgarré sus bragas y dejándola desnuda, mostré mi extrañeza por qué se auto nombrara mi puta. Casi llorando, replicó:

-Sabe de sobra qué deseo.

Hurgando en la herida, me eché a reír respondiendo que debía ser muy corto y que no tenía idea de lo que hablaba.

-Quiero que me folle- ya con lágrimas en los ojos, sollozó.

-¿Sólo eso? ¿No quieres algo más?

 Admitiendo sin reservas su verdadero deseo, lloró desconsolada:

-Quiero formar parte de su harén y que también me follen sus mujeres.

 Premiando su esfuerzo por ser sincera, la atraje hacia mí y mordiendo sus labios con rudeza, respondí:

-Tu deseo se hará realidad en cuanto las que también serán tus putas terminen de amarse…

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *