Una vez fuera y cuando ya nos habíamos despedido del notario, Ricardo se desmoronó mientras me daba las gracias por haber descubierto los malos manejos de su tío mientras la gente que pasaba nos miraba impresionada. No tuve que esforzarme mucho para comprender lo grotesco que resultaba en nuestra sociedad ver a un hombretón de más de dos metros y cien kilos de peso berreando como un crío. Tratando de consolarlo, lo abracé. Nuestra diferencia de tamaño quedó nuevamente de manifiesto y un tanto cortado, me vi aprisionado entre una mole de músculos que de haber querido me hubiese roto la columna. Sintiéndome indefenso, pensé en mi prima y su metro sesenta. Al lado de ese maromo, María debía creerse una muñeca de porcelana. Asumiendo mi propia fragilidad ante él, le tomé del brazo e intenté meterlo en su coche.
―Por favor, conduce. Yo no me veo capaz.
Cogiendo las llaves, encendí el motor y en vez de llevarlo a la oficina, quise dejarlo en su casa con la esperanza de que su hermana lo hiciera reaccionar. Pero se negó y me rogó que lo dejara en un bar de “ambiente”, diciendo que le apetecía tomar unas copas. Como no podía dejarlo en ese estado, entré con él. La rapidez con la que nos vimos acorralados en la barra por una cohorte de hombres dejó de manifiesto la fama de semental de mi acompañante.
―Se nota que eres popular― le dije al ver que dos cachas de gimnasio se habían colgado de sus brazos.
Tras rechazarlos educadamente diciendo que venía acompañado, contestó en mi oído:
―Creo que me los he tirado a todos, pero ahora necesito carne fresca.
Hasta el último vello de mi cuerpo se erizó creyendo que se refería a mí y estaba a punto de salir por patas cuando al ver mi cara, me tranquilizó:
. –No hablo de ti, sino de esa monada.
Juro que respiré al ver que dejándome solo se acercaba a un rubiales con cara de niña, el cual no pudo más que sentirse impresionado por mi amigo cuando le invitó a beber algo. Confieso que me quedé observando interesado el ritual de seducción que protagonizaron. A las inocentes caricias del principio donde Ricardo le rozaba la mano le sustituyeron unos arrumacos a los que el jovencito no pudo negarse y a estos unos apasionados besos que hubieran escandalizado al más pintado.
«A este paso, se lo tira en mitad del bar», estaba pensando cuando de pronto noté que alguien me tocaba el trasero.
Al girarme me encontré de cara con una pareja interracial compuesta por un alemán tan gigantesco como el prometido de María y un negrito con cara de niña.
―Veo que Ricardo te ha dejado solo― comentó el teutón: ―No te preocupes ese hombre es un portento de la naturaleza y todavía le quedarán fuerzas cuando acabe con esa criatura.
―Yo en cambio soy fiel― respondí insinuando que éramos pareja con la intención de poner una barrera.
―Bebé, no mientas. Se nota a la legua que eres hetero― señaló el morenito: ―Lo que no me explico es qué haces aquí.
Cogido en un renuncio, no pude más que echarme a reír:
―Soy el novio de su hermana.
― ¿De Elisa? No sabía que esa zorrita tenía macho y menos uno tan guapo como tú― susurró lamiendo mi oreja.
Percatándome que ese simpático capullo quería escandalizarme, decidí no dejarme intimidar y tomándolo con las dos manos, magreé su culo mientras me reía:
―Chaval, que no sea gay no quiere decir que está capado. Si cierro los ojos, puedo imaginarme que eres una tía y ponerte mirando a Cuenca.
La rapidez de mi respuesta lo hizo reír e invitándome a acompañarlos a la mesa, se presentaron como Hans y Mario. Mirando de reojo, comprobé que Ricardo había desaparecido y sin otra cosa qué hacer, decidí aceptar y sentarme con ellos.
Ya aposentado cómodamente en el sofá, comencé a charlar con ellos y así me enteré que esa pareja era amiga de ambos hermanos desde hacía al menos cinco años.
―Me alegra saber que al final la pelirroja ha encontrado alguien que la comprenda. Donde la tropa ve a una mujer poderosa y resuelta, la realidad es que es una chiquilla necesitada de cariño― con su acento claramente germánico, Hans comentó.
―Los dos pecan de lo mismo y si Elisa te ha elegido es porque ha visto en ti a un hombre capaz de gobernar la casa y poner en vereda a su hermano― añadió su novio.
― ¿Ponerlo en vereda? ― pregunté.
―Acompáñanos― con una sonrisa teñida de complicidad, el moreno tomó mi mano.
Escoltado por ellos, recorrí el bar y entrando por una puerta disimulada en una esquina, me llevaron por un pasillo.
―Lo que vas a ver a lo mejor te rompe los esquemas― Mario comentó antes de hacerme pasar a una habitación desde la que a través de un espejo pude observar lo que quería enseñarme.
Confieso que no supe qué decir al encontrarme con una escena que hubiese hecho palidecer al más pintado. Ricardo se estaba follando a dos mientras otra pareja esperaba su turno.
―Tu cuñado es insaciable y metido en faena, pierde todo tipo de cordura.
―Se tira a todo el que esté disponible, sin pensar en las consecuencias― Hans añadió: ―Cualquier día coge el sida.
Como si nos hubiera oído, tras haber roto el culo de los dos primeros, cogió a uno de los que esperaban y poniéndolo a cuatro patas, sin más prolegómeno, lo empaló. La violencia de su asaltó me impactó y mientras escuchaba horrorizado los gritos que daba su víctima, me fijé en que el cuarto en discordia se estaba masturbando.
―El cabrón es famoso entre los nuestros. Se puede pasar horas follando sin que el cansancio haga mella en él.
Intrigado por los motivos que había llevado a esa pareja a mostrármelo, pregunté:
―Ricardo necesita alguien que le haga sentar la cabeza y que mantenga a raya su lujuria. Elisa lo sabe y por eso quizás te ha elegido.
No pude más que advertir que Mario estaba insinuando que yo debía ser ese hombre, lo cual no dejaba de ser paradójico ya que sabía que no compartía con ellos esa inclinación sexual.
― ¿Por qué me lo dices? Yo no me acuesto con él.
Demostrando que eran buenos amigos del gigantón, contestaron casi al unísono:
―No te pedimos que folles, sino que le tomes de las orejas y le haga ver su error. No puede seguir así o terminará mal.
Confirmé a lo que se referían cuando en la habitación de al lado los amantes de turno de Ricardo se aliaron entre ellos y mientras dos lo sujetaban, el que todavía no había participado hundió su estoque entre las nalgas de mi cuñado.
― ¿No vais a intervenir? ¡Lo están violando! ― exclamé escandalizado.
Desternillado de risa, Mario me tranquilizó:
―El único que corre peligro es ese insensato― señalando al chaval que lo estaba sodomizando: ―En cuanto descanse un poco, Ricardo se zafará del resto y concentrará su furia en él. Aunque el pobre todavía no lo sabe, va a ser incapaz de sentarse durante un mes y eso siempre que no acabé esta mañana con un desgarro anal.
Tal y como habían previsto, el hermano de Elisa se deshizo con facilidad de los dos que lo sujetaban y a carcajada limpia, informó al que se había atrevido a violentarle el culo que había llegado su turno. El tipo palideció e intentó huir, pero soltándole un mandoble que lo hizo tambalear, se lo impidió.
―Es bastante habitual que tres o cuatro locas se unan intentando dominarlo― sonrió el teutón mientras Ricardo comenzaba su venganza desflorando a lo bestia el trasero del acojonado chaval.
Con sus alaridos resonando por el pasillo, volvimos al bar donde la pareja volvió a invitarme a otra copa para hacer tiempo mientras Ricardo saciaba su lujuria. No fue hasta pasada media hora que la puerta se abrió y en fila india y con las orejas gachas, los cuatro salieron con mi cuñado azuzándoles para que se dieran prisa en desaparecer.
Al verme con sus amigos, se acercó y bebiéndose mi whisky de un trago, se echó a reír:
― ¡No sabes lo bien que me han sentado estos polvos mañaneros!
Sabiendo que no era el momento, me abstuve de recriminarle nada. Hans en cambio no se cortó y aprovechando la amistad que tenían, le advirtió que no podía seguir así porque además de poder coger una enfermedad se estaba creando una serie de enemigos o por lo menos de amantes despechados.
―Lo sé… Te recuerdo que hace menos de un mes, tres tipos me atacaron al salir del Swing y si no llega a ser por vosotros, hubiese terminado en el hospital.
Juro que me quedé alucinado de que fuese consciente de ello y aun así siguiera cayendo en el error. No en vano, minutos antes había sido testigo de algo parecido en el local. Nuevamente, la pareja insistió en que debía cambiar.
―Joder, ya lo estoy haciendo. Lo creáis o no, voy a casarme y a ser padre.
Aunque en un principio no se lo creyeron, al ver que realmente lo decía en serio pidieron más detalles, pensando quizás que tenía novio y que iban a adoptar. Cuando Ricardo les explicó que se casaba con una mujer a la que yo había embarazado, pusieron el grito en el cielo y le preguntaron si estaba loco.
―Loco estaría sino me casara con ella. No solo me atrae sexualmente, sino que encima su hijo va a llevar mis apellidos.
Supe que estaban al tanto del testamento cuando Mario dejó caer si este no tenía nada que ver.
―También, casándome con María nadie podrá evitar que herede, pero eso no es lo trascendental. Lo más importante es que Elisa y yo nos vamos a unir a la familia que ha creado con Pablo. ¿Os imagináis?
Como no podía ser de otra forma, Mario me miró pidiendo explicaciones. Sabiendo que estaba en confianza, no dudé en explicarles que María era mi prima y que, Isabel se nos había unido para formar un trio. Siendo ellos mismo una pareja que había tenido que luchar contra los prejuicios sociales no se escandalizaron y solo insistieron como cuadraban los hermanos en todo eso.
―Al llegar a Lanzarote, conocimos a Elisa y se hizo nuestra amante – contesté comprendiendo sus reparos: ―Fue ella, la que nos presentó a Ricardo y tras hablarnos de sus problemas con la herencia, hicimos un pacto. Yo me casaría con ella y vuestro amigo con María.
―Entonces, ¿serán dos matrimonios de conveniencia? ― más que preguntar, afirmó el alemán.
―Eso era al principio, pero por increíble que os parezca he sucumbido a los encantos de María y creo que la amo.
― ¿Te has acostado con ella? ¿Se te ha levantado con una mujer?
Como se le acumulaban las preguntas, Ricardo fue por partes.
―Antes de escandalizaros debéis conocerla. No solo me la he tirado cada vez que se lo ha propuesto, sino que poniéndose un arnés ese ángel del infierno me ha sodomizado haciéndome disfrutar como pocas veces en la vida… ¡María y su sumisa me han usado a su antojo y encima me dan un cariño que nadie me ha dado!
Impresionados con lo que estaban oyendo, preguntaron por Elisa.
―Mi hermanita está enamorada de Pablo y de la forma en que ama a sus mujeres. Y sé que este cabrón también siente lo mismo.
― ¡Menudo lio! ― exclamó el moreno mientras su novio se reía: ―Entonces sois dos hombres con tres mujeres. Hagamos recuento para que me entere. Por la parte femenina, una está embarazada, otra es sumisa y la última tu hermana. Y por la masculina, tú que eres más maricón que las amapolas y Pablo que ya nos ha dicho que es heterosexual.
―Como resumen se acerca a la realidad. Para que os hagáis una idea de cómo es posible la convivencia, por ejemplo, anoche mientras yo me tiraba a María, Pablo la sodomizaba y Elisa e Isabel le comían los pechos.
La imagen les hizo reír y llamando al camarero, pidieron la cuenta porque querían conocer al resto de nuestra atípica familia. Asumiendo que era bueno que las conocieran, accedimos a llevarlos a la casa que compartíamos y por eso al cuarto de hora, estamos entrando al chalet.
Allí, ajena al propósito de la visita, María creyó pertinente colgarse del hombretón y pegándole un morreo de los que hacen época, le pidió ser presentada. La pareja se quedó de piedra al contemplar la erección que ese beso había provocado en su amigo y creyéndole por primera vez, preguntaron por Isabel.
La morenita al escuchar que María la llamaba llegó totalmente desnuda sin saber que teníamos compañía y por eso intentó taparse.
―Os presento a la niña de la que os hablé, la segunda mujer con la que he estado en mi vida.
Avergonzada hasta decir basta, dijo un hola y salió corriendo a vestirse mientras Hans y Mario se reían. Al cabo de unos minutos volvió con Elisa. La pelirroja corrió a abrazarlos y tras un par de besos, les preguntó el motivo de su presencia en la casa.
―Queríamos comprobar que Ricardo y Pablo no mentían― contestó Hans.
―Y que nos confirmaras que también te casas― añadió su novio.
Riendo, respondió:
―Así es. Legalmente seré la esposa de Pablo, pero la realidad es que ya considero que María e Isabel son mis mujeres.
Y demostrando con hechos, su afirmación cogió de la cintura a ambas y las besó.
―Vuestras bodas serán el evento del año y no pienso perdérmelas, es más ¡quiero ser tu madrina! ― muerto de risa, Mario exclamó mientras la felicitaba.
Que sus amigos dieran su aprobación tan rápidamente fue algo que no se esperaba la pelirroja y por ello, me preguntó si me parecía bien. Desternillado, me acerqué al moreno y magreando por segunda vez su trasero di mi consentimiento:
―Estaré encantado de entrar del brazo de una diosa de ébano como tú.
Las risas de su novio resonaron en la sala mientras pedía que Ricardo descorchara una botella de champagne. El gigantón no solo trajo una sino tres y sacando unas copas, las rellenó mientras brindaba por su hijo todavía no nacido. Viendo que el imprevisto festejo se iba a prolongar, llamé a la auditora que estaba revisando la contabilidad y quedé con ella al día siguiente para que ese espinoso asunto no enturbiara la felicidad del momento.
Ya con el tema resuelto, me uní a la celebración y viendo que Elisa estaba sentada en las rodillas de Ricardo, tomé de la cintura a mi preciosa prometida de un lado y a mi prima del otro les dije que las amaba. Sin importarle la presencia de sus conocidos, la pelirroja buscó mis besos con una pasión difícil de catalogar revelando de esa forma que el sentimiento era mutuo. María no se quedó atrás y en celo, se restregó contra nosotros pidiendo participar en nuestras caricias. Como es normal y lógico mi pene se irguió bajo mi pantalón y fue entonces cuando quizás azuzado por el alcohol Hans sugirió que hiciéramos una orgía.
La primera en reaccionar fue Elisa, la cual aprovechando que estaba sobre Ricardo comenzó a menear su trasero mientras le bajaba la bragueta. Tal y como ya les había anticipado, el trabuco del gigantón reaccionó a las maniobras de la fémina.
―Veis, no os mentía cuando os dije que esta zorrita me ponía cachondo― comentó mientras le desgarraba las bragas y de un solo empujón le clavaba su erección.
El gemido de la morena al sentir su coño llenó fue el desencadenante de lo que vino a posteriori y mientras los dos gais se abalanzaron sobre el hermano de Elisa, ésta y María se comenzaron a desnudar. De forma que en poco menos de un minuto, el único vestido era yo.
―Hagamos que nuestro marido cumpla― susurró mi prima a la pelirroja.
Atacado por ambas, mi camisa no tardó en caer y fueron dos bocas las que mordieron mis pezones mientras me despojaban del pantalón. Para entonces, Isabel estaba siendo objeto de la curiosidad de Mario, el cual quiso comprobar si la boca de la morena provocaba el mismo efecto que la de Hans y por ello no dudó en metérsela hasta el fondo de la garganta.
―Coño, es diferente, pero me gusta― gritó al ver que mantenía su erección.
Alertado por su berrido, su novio los miró y sin rastro de celos, se echó a reír pidiendo permiso a la chavala para él también probar. Al dárselo, usó la boca de Ricardo para poner su arma a tono y al obtener el tamaño deseado, la empaló por detrás.
―Por dios, ¡no paréis! – sollozó la sumisa al notar sus tres agujeros llenos.
Impulsados por la novedad, sus inesperados amantes acrecentaron la velocidad de sus embistes mientras se comían los morros entre ellos para que no se les bajara la excitación. Viendo el placer de la chiquilla al verse amada de esa forma, me desentendí de ella y me concentré en las otras dos mujeres que buscaban mis caricias.
– ¿Y si nos vamos? ― preguntó María al notar que seguía incómodo.
Aceptando su sugerencia al vuelo, las tomé de la mano y las llevé a la habitación donde para mi sorpresa ese par de arpías se aliaron y antes de darme cuenta, me encontré atado de pies y manos a los barrotes de la cama.
― ¿Qué os proponéis? ― pregunté al ver el brillo que habían adquirido sus ojos al tenerme indefenso.
Sus risas me anticiparon que lo tenían planeado desde antes y por eso no me extrañó que abriendo un cajón Elisa sacara un spray de nata.
―Te vamos a endulzar antes de violarte.
Incapaz de moverme, solo pude observar como vaciaba el bote en mi entrepierna mientras María lo veía. La crema estaba helada y por eso mi pene perdió fuelle, provocando que las zorras se rieran de mí.
―Tranquilo, amor mío. Eso tiene solución― comentó la pelirroja de darme un primer lametazo.
La cabrona de mi prima no tardó en aproximarse e imitando a mi prometida sacó la lengua y la probó.
―Está rica, échale un poco en el pecho.
Elisa no dudó en cumplir su deseo y haciendo dos montecitos sobre mis pezones, tomó su móvil y me sacó una foto.
―Pienso ponerla de salvapantallas― mostrándomela, señaló.
― ¡Bórrala inmediatamente! ― protesté sin saber que la cabrona iba a aprovechar que había abierto la boca para embutírmela de crema.
―Cada vez que hables te la rellenaré― se carcajeó al ver mis dificultades para tragar la cantidad que me había echado.
Sabiendo que cumpliría su amenaza, opté por mantenerla cerrada al no querer terminar siendo diabético. Lo cual, la pelirroja aprovechó para terminarme de embadurnar. Lleno de nata por todas las partes de mi cuerpo, mirando a mi prima, sonrió:
― ¿Empezamos con el banquete?
Quitándole el bote de la mano, respondió:
―No seas mala, Pablo también se merece comer.
Tras lo cual, pulsando el pitorro, llenó su coño de crema y descojonada, se subió a horcajadas sobre mi cara diciendo:
―Ponte las botas, mi amor.
No me quedó otra que obedecer. O se lo comía o moría asfixiado y valorando mi vida, preferí ponerme a tragar.
―Me encantan tus ideas― rugió la rubia al sentir mi lengua recolectando ese dulce manjar entre sus pliegues mientras la pelirroja hacía lo mismo entre mis piernas.
Como es normal, mi erección no tardó en volver al sentir sus labios recorriendo mi tallo y por eso a Elisa no le costó que está recuperara su grosor.
―Tenemos que hacer esto más― rugió empalándose
Sin permitir que dejara de hurgar entre sus pliegues, mi prima buscó los besos de la pelirroja y mientras sus bocas se unían con pasión, las dos mujeres acompasaron sus movimientos cabalgando una sobre mi pene y la otra sobre mi cara. La insistencia de ambas casi violándome y por qué no decirlo su “dulce trato” las llevó al borde del precipicio del placer. Sabiéndolo, mordí el clítoris de María mientras con la cadera daba una profunda cuchillada en el coño de Elisa. La reacción de las dos fue inmediata y cayendo en un orgasmo simultaneo llenaron mi rostro y mis piernas con su flujo mientras chillaban.
―Zorras, liberadme― pedí al verlas derrumbándose.
Las cabronas no solo no me hicieron caso, sino que aprovechando que mi pene seguía inhiesto mi prima intercambió su posición con la pelirroja y descojonada, se empaló mientras me daba un apretón a los huevos.
―Por hoy, no eres más que nuestro esclavo.
Viéndola ensartada por mí, Elisa se puso el arnés y acercándose ya armada a la embarazada, añadió:
―Te aconsejo no protestar y menos correrte o cuando termine con nuestra amada, seguiré contigo.
Asustado por si aprovechando mi indefensión, esas dos locas decidían estrenar mi trasero, me quedé mudo y dejé que María me siguiera cabalgando mientras la pelirroja la comenzaba a sodomizar usando el pene de plástico que llevaba adosado a la cintura.
―Me encanta que me encules mientras Pablo me folla― gritó al sentir sus dos entradas ocupadas.
El destino quiso que al notar que acompasábamos nuestros ritmos mi prima se viera inmersa en un nuevo clímax que coincidió con el mío y por eso no se quejó al sentir que derramaba mi simiente en su útero ya germinado.
― ¡Qué delicia! ― bramó colapsando al empuje de los dos penes y olvidándose de mí le rogó a Elisa que continuara enculándola.
Mi prometida, tomándola de la melena, la azuzó a mover el trasero con mayor rapidez para que el aditamento que llevaba insertado en su interior la hiciera llegar al orgasmo.
―Mueve el puto culo, ¡zorra! ― exclamó mientras descargaba un azote sobre María.
El chillido de gozo de la rubia fue brutal al notar la ruda caricia sobre sus nalgas y acelerando el vertiginoso ritmo con el que la estaba rompiendo el trasero, la pelirroja se corrió.
― ¡Dios! ¡Esto hay que repetirlo!
Por precaución, no dije nada al sentir que se tumbaban a mi lado y menos me moví hasta que terminaron de desanudar mis muñecas. Decidido a vengar sus afrentas, maniaté a mi prima. Tras inmovilizarla, hice lo propio con Elisa, pero dada la vuelta sobre ella, de forma que el coño de María quedaba a disposición de la boca de la pelirroja y viceversa.
Viendo la doble equis que formaban, les avisé que si no querían que las castigaran quería verlas gozando mientras hacían un sesenta y nueve. No hizo falta que les insistieran ya que se lanzaron a devorarse mutuamente. Acababa de ordenárselo, cuando a través de las paredes me llegaron los gritos de Isabel. Como poco podía hacer ahí hasta que se corrieran de nuevo, me levanté y saliendo de la habitación, fui a espiar qué le pasaba a mi sumisa.
Desde la puerta del salón, quedé alucinado al comprobar que la morenita se había hecho con el mando de la situación y que fusta en mano estaba castigando a Hans mientras su novio y Ricardo permanecían amordazados esperando turno.
«¡Joder con la pequeña!», sonreí y dejando que continuara, me fui por una cerveza.