
Ni siquiera desayuné en el chalet y tras coger las llaves, desaparecí rumbo a la oficina. Desde que cerré la verja, sentí que un todoterreno me seguía y creyendo que eran imaginaciones mías, enfilé hacia la autopista. No fue hasta llegar a la Castellana cuando reparé en que ese vehículo continuaba tras de mí y supe que no podía ser casualidad y que alguien observaba mis pasos. Recordando mi encuentro con la militar americana, comprendí que si no era su gente debía ser alguno de los secuaces del hermano de Lidia e indignado, aparqué el coche con la firme intención […]