3

De madrugada, me despertó una presencia. Confieso que me aterró que fuera Rosa y que hubiese decidido que ya estaba preparada para entregarse a mí. Por eso, respiré y de qué manera cuando comprendí que era mi ahijada la que se había metido entre mis sábanas. Al saber que era la cría, dejé que se acomodara junto a mí y seguí durmiendo hasta que a la mañana siguiente finalmente abrí los ojos para descubrir a Rosa mirándonos embelesada.

            ―Que se haya cambiado de cama, demuestra lo mucho que te quiere― susurró luciendo una sonrisa de oreja a oreja.

 Que no mostrara rastro de celos por que la hubiese dejado en mitad de la noche para dormir conmigo, me reveló que no me veía como alguien que le quisiese robar el cariño de su hija sino como aquel con el que compartiría la paternidad de su retoño.

―Creo que debemos hablar― respondí mientras evitaba mirar más allá de sus ojos verdes.

Creyendo quizás que iba a pedirle que me dijera cuando preveía que sería capaz de convertirse en mi amante, me abrazó y poniendo mi cara entre sus pechos, me pidió nuevamente qué le diese un respiro.

―Siempre te he deseado, pero tengo demasiada reciente la muerte de Xavi.  Me urge quizás más que a ti que me des tu cariño y ser tu mujer, pero te ruego que no insistas.

Que me ratificase que no solo estaba de acuerdo con los designios de su marido, sino que era algo que veía como la culminación de un deseo que había mantenido oculto, me dejó helado y balbuceando señalé si estaba seguro de lo que decía.

―Desde que me quedé viuda no he hecho otra cosa más que pensar en lo que Xavi me dijo cuándo sabía que iba a morir.

― ¿Qué te dijo? ― pregunté intrigado y preocupado por igual.

Acariciando mi pecho como había hecho la noche anterior, contestó:

―Me aseguró que no debía de sufrir con su ausencia, porque había hablado acerca de mí contigo y que te habías comprometido a cuidarnos.

Mi cara de sorpresa debió ser total porque mirándome a los ojos quiso saber si su marido le había mentido. No pude faltar a la verdad y tuve que confesar que nada sabía del tema hasta que leí la carta. Pero que ni entonces ni cuando su suegro me lo confirmó, lo había creído.

 ― ¡Qué vergüenza! – comenzó a sollozar mientras intentaba taparse con mis sábanas: ― ¡Debes pensar que soy una puta!

La humillación que leí en ella ratificó en mí el convencimiento de que ambos habíamos sido víctima de un engaño y abrazándola, susurré que para mí nada había cambiado y que seguía viéndola como mi mejor amiga. Mi compresión añadió otro clavo a su condena y desmoralizada intentó zafarse de mí. Cuando ya casi se había liberado de mi abrazo, supe que si la dejaba marchar nunca volvería a verla y por eso reteniéndola con fuerza, me vi forzado a decir:

―Desde ahora me ocuparé personalmente de ti de Lara y nada os faltará.

― ¿Solo eso? ―levantando la mirada, preguntó.

Recordando lo que me había dicho su suegro sobre ella, añadí:

―Tendrás en mi un faro al que agarrarte y si veo que te desvía, sabré devolverte al camino.

Increíblemente, se tranquilizó y con los pezones marcándose bajo el camisón, me pidió que le prometiera hacerle ver no solo cuando se equivocaba sino también cuando estuviera molesto con ella.  La ilusión de su tono me hizo reír y soltándole una sonora nalgada, bromeé pidiéndole que me trajese el desayuno o me cabrearía con ella. Debo de decir que me quedé pasmado al ver la alegría con la que se levantaba mientras se sobaba el trasero.

―Ahora vuelvo― comentó antes de salir corriendo por el pasillo.

 Al quedarme solo, comprendí lo que había hecho y que, aunque no lo quisiera reconocer había dado motivos para que esa mujer pensase que llegaría el día en que se convertiría en algo más que una amiga.

―Soy un imbécil― murmuré molesto conmigo mismo.

Seguía lamentando lo sucedido cuando Lara despertó y estirándose sobre la cama, me preguntó si ya era hora de levantarse. Cuando le reconocí que era tarde, esa endemoniada criatura me comentó si me iba a bañar con ella.

―Papá siempre lo hacía― musitó al ver la extrañeza con la que recogía la pregunta.   

Sonriendo, me levanté y preparé la bañera mientras la enana seguía tirada en la cama. Queriendo que esa vez fuera de su agrado y así hacerle olvidar, aunque fuera momentáneamente, que era huérfana, esperé que se llenara de espuma antes de decirle que ya estaba lista. Como la bebé de tres años que era, tuve que ayudarla y despojándole de la camiseta, dudé si hacer lo mismo con sus bragas. Aunque era su padrino, y no había nada malo, preferí dejárselas para que su madre no pudiese nunca echarme en cara ese acto tan carente de segundas intenciones.

―Vamos. Báñate conmigo― lanzándome agua me pidió.

Que esa mocosa hubiese tenido el temple de atacar antes de declararme la guerra me hizo reír y metiéndome en calzoncillos, respondí a la agresión expulsando con los mofletes un buen chorro sobre su cara. Mi contrataque despertó su espíritu combativo y sin dejarse intimidar, buscó venganza repitiendo el gesto con tan mala suerte que no impactó en mí, sino en su madre que llegaba con una bandeja.

―Mamá. Entra con nosotros.

Girándose hacia mí, Rosa buscó mi aprobación. Haciéndole ver que llevaba ropa interior, se la di. Al fin y al cabo, era como si llevase un bañador. Lo que nunca anticipé fue que iba a descubrir que no llevaba nada bajo el camisón, cuando lo dejó caer y totalmente desnuda, se metió en la bañera.

«Por dios, ¡qué peras!», exclamé para mí al ver los dos portentos con los que la naturaleza la había dotado y que a pesar de su enorme volumen se mantenía firmes y duros, aunque no fuera una adolescente.

Curiosamente la admiración que leyó en mis ojos le dio la seguridad que necesitaba y sin ocultar a mi vista el tamaño que habían adquirido sus pezones, comenzó a restregar a Lara con una esponja.

―Padrino, los domingos cuando papá tenía tiempo de bañarse con nosotras era él quien enjabonaba a mamá.

Indeciso de cómo actuar miré a mi comadre. Ella misma me informó qué hacer cuando me dio el jabón.  Cortado y excitado por igual comencé a recorrer la piel de su cuello con la pastilla sin atreverme ir más allá. Haciéndome ver que no ponía límites a mis caricias, llevó mis manos hasta sus pechos en silencio. No pude rechazar la tentación y cogiendo esas dos maravillas entre mis dedos, tanteé su peso antes de atreverme a regalarle un suave pellizco en una de sus areolas. El dulce gemido que pegó con esa caricia fortaleció la erección que ya lucía entre mis piernas, pero no por ello me quedé ahí. Bajando por su espalda, llevé mis yemas hasta su culo y me puse a amasar sus nalgas sin pudor alguno.

―Pensaba que nunca volvería a sentir esto― sollozó mientras involuntariamente rozaba mi trabuco con el muslo.

Al advertir mi dureza, se puso roja y bajando todavía más el tono de su voz, me preguntó si era por ella. No pudiendo negar era la responsable de dicha erección, le pedí perdón por haberme dejado llevar y avergonzado hui de ahí, dejando a la madre y a la hija solas. Rosa no hizo intento alguno por detenerme, pero cuando a los cinco minutos salió del baño envuelta en el albornoz y yo ya estaba vestido, no le importó acercarse a mí. Obviando que mi ahijada iba a aparecer por el cuarto, musitó en mi oído:

―No tenías que haberte ido. Para mí, ha sido importante saber que te atraigo y que cuando me entregue a ti, no solo cumplirás con tu compromiso, sino que lo harás por gusto.

Juro que no supe qué decir y menos qué hacer cuando ratificando sus palabras me besó restregando su cuerpo todavía mojado contra mí.

― ¡Para! ¡No ves que Lara podría vernos! ― le advertí preocupado.

Estremeciéndose entre mis brazos, levantó la cara y con el deseo impregnando su mirada, contestó:

―Conozco tu intención de que guarde luto y que antes de plantearme disfrutar de ti, debo demostrar que estaré a tu altura. Pero no sé si podré resistir la atracción que siento y temo defraudarte.

Que tergiversara la situación y me achacara a mí la decisión de postergar su entrega, me dio la oportunidad que estaba buscando y acariciando brevemente su culo mientras le mordía la oreja, comenté:

―Como bien dices, debes hacerte acreedora a mis desvelos y mientras no me convenzas de que te mereces mi cariño, no volveré a tocarte.

El suspiro de placer que brotó de su garganta al sentir que la ponía a prueba me alertó de que me había equivocado de estrategia aún antes de escucharla contestar entre dientes:

―Ahora ya tengo claro lo que deseas… ¡tengo que hacer que te enamores de mí!

Por si fuera poco, posando su mano en mi entrepierna, musitó:

―Desde ahora te prometo que te voy a mimar como ninguna de las zorras que acostumbras visitar lo habrá hecho.

La llegada de su retoño hizo inviable que corrigiese el error y diese marcha atrás. En vez de eso, me dirigí a comer algo. En el comedor de la masía, su dueño me estaba esperando con una sonrisa. Mientras desayunábamos pan con tumaca y un café, el anciano me dio las gracias por haber cambiado de actitud con su nuera y sugirió que le acompañara a ver la fábrica de embutidos. Comprendiendo que de alguna forma se había enterado del baño que había compartido con Rosa, preferí no tocar el tema y acepté ir a visitar su empresa.

De esa forma, diez minutos después estábamos saliendo de la masía. A pesar que los manjares que elaboraban allí formaban parte de mi dieta desde hacía casi dos lustros gracias a mi amigo, jamás en mi vida había visitado esas instalaciones y por eso me impresionó que una fábrica tan moderna estuviese situada en mitad del campo. Pero lo que me dejó totalmente descolocado fue que me fuera presentando a los operarios que laboraban allí como el nuevo dueño diciéndoles además que me consideraba su hijo. Sé que muchos de ellos consideraron o más bien asumieron que yo era fruto de una relación extramarital del anciano al ver sus caras y sin decir nada, lo seguí entre las máquinas.

Como todo es susceptible de empeorar estábamos visitando el laboratorio cuando don Pere recibió una llamada y su rostro mutó entre la indignación y la sorpresa. Intrigado, esperé a que colgara para preguntar qué ocurría. Conteniendo la ira, el payes contestó:

―Chaval, se te están acumulando los problemas.

― ¿De qué habla?

―Por lo visto, tienes visita. Una tal Patricia ha llegado a la masía y quiere verte.

No tuve que ser un genio para comprender que la pelirroja había decidido darme una sorpresa. Asumiendo que se había presentado como mi novia, comencé a tartamudear una disculpa haciéndole ver que nada tenía que ver con su presencia. Esperando una gran bronca de su parte, juro que me quedé mudo al oírle contestar:

―Te aconsejo que ates cortas a tus pupilas o terminarán peleándose entre ellas. Sé que antes de hacerte cargo de mi nuera tenías una vida y por eso no puedo criticarte. Pero ahora, tendrás que hablar con ellas y definirles las funciones que esperas de cada una. Te lo digo por experiencia. Un hombre debe saber establecer unas reglas básicas si quiere que su hogar sea feliz

― ¿Qué me sugiere? ― repliqué al darme cuenta de que veladamente me estaba insinuando que podía quedarme con las dos.

―Eso depende. En mi caso, Nuria aceptó que una vez a la semana durmiera en la cama de mi querida y que un par de veces al año, pasáramos un fin de semana los tres juntos. Pero hay otras soluciones y eso es decisión tuya.

Alucinando con esa confesión tan íntima, pregunté qué otras había. Descojonado el puñetero viejo, respondió:

―Los árabes normalizan la situación viviendo con todas sus mujeres en la misma casa.

Confieso que a pesar de mi conocida voracidad sexual apenas había protagonizado un par de tríos y por eso su postura me escandalizó:

―No creo que ni Rosa ni Patricia se merezcan algo así y menos que lo aceptaran.

Definiendo sin recato alguno que pensaba al respecto, don Pere rebatió mis palabras diciendo:

―Hijo, la vida es demasiado corta para dejarse imponer unas reglas morales que no existen en la naturaleza. ¡La monogamia es producto de la cultura occidental! Si la vida te da la oportunidad de disfrutar de varias mujeres, no veo porqué debes conformarte con una sola.

Sin llegar a entender al viejo, contesté que lo pensaría y que ya le diría algo.

―A mí, no. ¡A ellas! ― replicó muerto de risa mientras insistía en que debíamos volver a la masía y así evitar que mi novia o su nuera aprovecharan mi ausencia para sacar las uñas.

 El descaro de don Pere dando por sentado que finalmente me quedaría con ambas me intrigó y de retorno a su mansión, no pude dejar de pensar en cómo era posible que se tomara con tanta tranquilidad mi dilema. Meditando al respecto comprendí que, lejos de ser un hombre moderno, por su forma de pensar era un machista empedernido que consideraba a las mujeres consideraba poco más que un útero con el que prolongar su estirpe.

«Puedo ser un golfo, pero no un cerdo» me dije mientras recorríamos los campos de vuelta.

Reconozco que estaba acojonado cuando entré a la casa y que no sabía qué me iba a encontrar. Había barajado desde que Rosa la hubiese puesto de patitas en la calle, a qué Patricia se hubiese marchado furiosa al enterarse de que la viuda de mi amigo barajaba entregarse a mí. Pero lo que jamás pasó por mi cabeza fue verlas charlando animadamente y en bikini en la orilla de la piscina.

«¿Qué ocurre aquí?» me pregunté al comprobar que el ambiente entre ellas era distendido.

No sabiendo cómo actuar las saludé desde la escalinata. Al oírme Patricia corrió hacia mí y pegando sus tetas a mi pecho, murmuró lo mucho qué me había echado de menos mientras me besaba.

―Podías haberme avisado de tu llegada― le recriminé sin alzar la voz.

―Quería darte una sorpresa― contestó y alegremente añadió: ―Este sitio es una maravilla y tus amigos son un encanto.

Parcialmente aliviado de que la hubiesen recibido bien, fui donde Rosa y le di las gracias. Marcando el terreno por primera vez a la que consideraba su rival, me dio un beso en la comisura de los labios preguntando únicamente qué me había parecido la fábrica.

―Impresionante― contesté cortado mientras de reojo observaba la reacción de mi novia.

O no se dio cuenta del breve pico o no le dio la menor importancia, ya que señalando que no venía preparado para la piscina, sugirió que me fuera a poner un bañador.

―Por mí, puedes nadar desnudo― comentó la morena sin recato alguno.

Avergonzado, no respondí y me fui a cambiar. Mientras iba hacia mi cuarto, doña Nuria me informó de que iban a llevar a su nieta a la playa para dejarnos solos. No pude más que asumir que esa setentona y su marido querían darme la oportunidad de hablar de nuestro futuro sin que nadie nos perturbara. Lejos de alegrarme, me preocupó. De cierta forma, consideraba que su presencia era un parapeto bajo el que escudarme para no enfrentar mis problemas.

«Coño, debo ser capaz de lidiar con ellas yo solo», pensé mientras me cambiaba.

De vuelta, a la piscina, estaban tomando el sol medio dormidas. Eso me dio la tranquilidad de observarlas sin que se percataran de mi examen. Comparándolas no supe decir cuál era más atractiva. Rosa con su piel morena era un poco más voluptuosa al tener unos pechos más grandes y unas caderas más prominentes, pero Patricia no le iba a la zaga. Dueña de unas facciones bellísimas, aunaba un cuerpo de fantasía con un trasero duro y respingón que me volvía loco.

«Definitivamente, son el sueño de todo hombre», concluí mientras abría una cerveza.

 Pegando un sorbo a la botella, volví a meditar sobre la postura del anciano y por primera vez, comprendí que la idea de quedarme con ambas me resultaba atrayente.

«Estoy cachondo», me dije mientras me terminaba la bebida y me lanzaba al agua.

La temperatura de la piscina no me bajó el calentón y comencé a hacer largos, con la esperanza de olvidar a los dos portentos que estaban tomando el sol. Poco a poco, conseguí relajarme y sintiendo que ya podía entablar una conversación con ellas, me acerqué a ver si querían algo.

― ¿Me puedes echar crema? ― abriendo los ojos, Patricia contestó.

Asumiendo que si no lo hacía podía despertar sus sospechas, cogí el bronceador y empecé a extenderlo por su espalda sin buscar nada sexual en ello. Pero lo cierto fue que la vergüenza que sentía hizo que recorriera su piel con delicadeza y que la pelirroja sintiera que la estaba acariciando.

―No pares― musitó en voz baja mientras involuntariamente alzaba el trasero sobre la hamaca.

 Conteniendo la respiración, llené mis manos de aceite y me puse a extenderlo por sus piernas evitando sus nalgas. El suspiro que pegó al sentir mis yemas recorriéndole los muslos, me avisó de su creciente calentura y preocupado por lo que pudiese pensar Rosa, la miré de soslayo. Me quedé pasmado al ver el brillo de sus ojos mientras me observaba y que por increíble que me pareciera, no lucía molesta sino excitada.

«No es posible», balbuceé para mí al advertir su estado cuando a mi lado, la pelirroja me rogó que no me olvidara de echarle bronceador a su trasero.

Nuevamente, me percaté que, con insano interés, la viuda de Xavi estaba esperando mi reacción. Deseando quizás demostrarle quién era mi novia, lentamente y ya con el propósito de ponerla en su lugar, fui recorriendo los cachetes de Patricia sin perderle ojo. Para mi sorpresa, las areolas de mi amiga se erizaron al ver como amasaba el estupendo culo de su rival.

«¿En serio?», exclamé mentalmente al ver que lejos de tratar de esconder su excitación Rosa se regalaba sendos pellizcos en los pezones.

 Que fuera capaz de tocarse sin disimulo mientras nos espiaba, me escandalizó y calentó por igual. Todavía hoy no comprendo por qué lo acepté como un reto. Y menos que, intensificando mis caricias, disimuladamente me pusiese a agasajar a mi novia metiendo una yema bajo la braga de su bikini. Por un breve instante, Patricia se quedó helada hasta que ilusamente creyó que dado el sitio donde mi amiga estaba tomando el sol era imposible que viera que la estaba tocando de esa forma y pegando un suspiro, se relajó. Al comprobar que separaba las piernas, decidí continuar y ya sin embozo alguno, comencé a masturbarla.

Nuevamente, miré a la viuda y por segunda vez, ratifiqué la lujuria de su mirada observando la escena. Pero fue al reparar en la humedad que crecía entre sus muslos cuando di carpetazo a mis rígidos conceptos morales y con una seña, le exigí que se tocara.

Comprendí que Rosa había interpretado el gesto no como una orden, sino como un permiso cuando sonriendo se puso a pajearse. Su calentura despejó mis dudas y reanudando unas caricias que nunca debía haber empezado, Patricia fue el objeto donde descargué la lujuria que asolaba mi cuerpo.

Increíblemente, mi novia gimió de placer al notar que uno de mis dedos recorría los bordes de su esfínter mientras con la otra mano seguía torturando el botón que escondía entre sus pliegues. Azuzado por su entrega, inserté mi yema en el interior de su ojete sin saber que esa exploración iba a provocar que se corriera moviendo las caderas frenéticamente. Al ver sus meneos, me giré hacia Rosa y comprobé con estupor que, contagiándose del gozo de la pelirroja, la viuda se retorcía de placer en la tumbona.

«¿Qué he hecho?», me pregunté al saber que esa escena quedaría grabada en el cerebro de ambas y que, si no me andaba con cuidado, las dos darían por sentado que buscaba convencerlas de hacer un trio.

Con esa certeza rondando en mí, me separé de Patricia y fui por otra cerveza. Al volver con ella en la mano, las descubrí mirándose entre ellas y como un cobarde, me zambullí en la piscina para evitar que pudiesen pedir mi opinión sobre lo sucedido…

Al terminar de nadar, salí a enfrentarme con ellas soñando que la media hora que había pasado haciendo largos hubiese mandado al olvido mi desliz y que ninguna quisiera tocar el tema por vergüenza. Brevemente fue así y tanto Rosa como Patricia evitaron sacar a colación la paja a tres bandas que habíamos protagonizado. Y cuando digo a tres bandas, se debe a que era y me sentía responsable no solo de masturbar a la pelirroja sino también del placer que obtuvo la viuda mientras nos espiaba.

―Señora, la comida está lista― saliendo de la masía, informó la cocinera.

Actuando como anfitriona, Rosa nos preguntó si nos apetecía comer en la mesa del porche ya que así no tendríamos que cambiarnos de ropa. A mi novia, la idea le pareció estupenda y solo comentó que necesitaba ir al baño.

―Tienes ahí uno― señalando la casa de invitados, contestó Rosa.

Sin saber lo poco que me apetecía quedarme solo con la morena, Patricia me dio un beso y se fue al servicio. Apenas se había alejado unos metros, cuando mi amiga de la juventud me hizo saber qué pensaba de haberla puesto en semejante trance.

― ¡Dios! Jamás supuse que serías tan guarro de pedirme que me tocara― comentó.

Confieso que me llamó la atención que estuviese contenta y que encima no mostrara signo alguno de celos y señalándoselo, le pregunté el porqué.

―Mi marido nunca me ocultó que tenía sus amiguitas, pero jamás me hizo partícipe de sus momentos con ellas. En cambio, tú… no tienes miedo de mostrarte cómo eres ante mí y reconozco que me ha encantado. Me he sentido sucia, pero feliz y estoy deseando que me digas que puedo entregarme a ti― añadió mientras tomaba mi mano.

La felicidad de su rostro me dio el coraje de indagar desde cuando sabía qué Xavi tenía amantes:

―Desde siempre he sabido que un hombre necesita desfogarse fuera de casa y al igual que se lo acepté con naturalidad, cuando ya sea tu mujer no pondré impedimento a que lo hagas siempre que al volver cumplas conmigo.

No pude quedarme callado y elevando la apuesta, pregunté qué opinaría si un día metía a otra en nuestra cama. Riendo a carcajada limpia, contestó:

―Siempre que sea tan guapa como Patricia y me dejes participar, no tendré problemas.

Con el corazón a mil por hora, me quedé pensando en lo que acababa de oír y cayendo en la tentación, premié a la morena con una caricia en su pecho. El sollozo que brotó de su garganta fue la prueba irrebatible de que acudiría desnuda en cuanto se lo pidiera.

―Gracias, mi amor –suspiró al ver que retiraba la mano sonriendo.

Siendo la primera vez que se refería a mí con ese apelativo, me quedé cortado y cambiando diametralmente de tema, pregunté a qué colegio pensaba llevar a Lara.

―He pensado que el mejor para nuestra hija es el liceo francés, pero si quieres llevarla a los jesuitas como tú me parecerá bien.

Pasmado es poco para definir como me sentí al oír que además de quererme de pareja, deseaba que ejerciera de padre de su pequeña. Y es que a pesar del cariño que sentía por mi ahijada, no me veía ejerciendo su paternidad. Es más, estaba a punto de recalcarle que solo era su padrino cuando mi novia llegó y tuve que dejar esa aclaración para otro momento.

Su llegada provocó un silencio incómodo entre nosotros, silencio que rompió mi novia preguntando cuándo y cómo nos habíamos conocido.

―Conocí a Juan el mismo día que a mi marido. Como eran los dos cadetes más guapos de la academia, tuve que abrirme paso a codazos para saltarme la fila de lobas que hacían cola para que alguien se las presentara.

 Recordando ese momento, comprendí que no mentía porque esa noche al menos conocí a siete monadas, dos de las cuales pasaron por mí cama.

― ¿Quieres ver una foto de lo que hablo? ― añadió sacando el móvil.

No tuvo que repetírselo para que Patricia insistiera en que quería verme con diecinueve por que no se me imaginaba siendo un niño.

―Menudo pibón― exclamó señalando la foto.

Al escuchar el piropo, me hinché como un gallo.

―Es Xavi, mi marido –con un deje de tristeza, respondió bajándome los humos.

Desternillada de risa, tomó mi mano y hurgando en la herida, comentó a la morena que en su caso ella hubiese elegido al mismo.

―Cariño. Tú también eras un galán, pero ese hombretón debía provocar desmayos a su paso.

Echándose a reír, Rosa me dio el lugar diciendo:

―Te reconozco que en ese momento me daba igual cual me hiciera caso y si terminé con mi marido fue porque él fue más rápido.

―Según veo, fuiste feliz en tu matrimonio.

―Muchísimo. Mi vida junto a Xavi fue un sueño, pero demasiado breve― casi llorando replicó: ―No sé qué hubiese sido de mí si Juan no estuviera apoyando… ahí donde me ves, soy una insegura que necesita alguien que la guie y que la levante cuando se ve hundida.

Confieso que hasta el último vello de mis brazos se erizó al ver el rumbo de la conversación, pensando que esa confesión iba a despertar las suspicacias de Patricia. Pero entonces, abrazándola, la pelirroja comentó que si necesitaba otro hombro en el que llorar podía usar el suyo. El cariño que mostró mi novia con ella, desarboló las defensas de Rosa y con lágrimas en los ojos, agradeció que fuera tan comprensiva con ella mientras insistía en que gracias a mí el futuro de su hija estaba asegurado. Como sabía que mi difunto amigo me había nombrado administrador de sus bienes, no vio nada extraño y denotando que, además de estar buena, era una persona maravillosa ofreció su experiencia profesional en los negocios para auxiliarme.

Justo en ese momento, aparecieron por la puerta Lara y su abuelo. Mientras Lara se subía a mi regazo presenté al viejo a mi pareja. Comprendí que el zorro había escuchado al menos el final de la conversación cuando sin encomendarse ni a dios ni al diablo preguntó a Patricia en qué trabajaba.

―Actualmente, soy Senior Manager en EY.

Al oír que ejercía su profesión en Ernest & Young, el payés abrió los ojos de par en par:

―Esa empresa es quién nos audita.

―Mi función es distinta. Soy consultora. Me dedico a analizar empresas para descubrir o bien la razón de sus problemas o cómo pueden mejorar.

Ese fue el inicio de un interrogatorio que hubiese hecho palidecer a cualquier prisionero, pero lejos de molestarla Patricia contestó con soltura todas sus preguntas. Así me enteré no solo de que esa mujer había sido la primera de su promoción sino de que sus padres eran hippies y que se había criado en una comuna hasta que ya adolescente se fugó para ir a vivir con la abuela.

― ¿Por qué te fugaste? ― quiso saber Rosa: ― ¿No te llevabas bien con tus padres?

―Al contrario, los quiero muchísimo. Pero la vida ahí me parecía demasiado limitada para mis aspiraciones.

Al escucharla, don Pere preguntó cómo era esa comuna. Entrando al trapo y sin ocultar nada, la pelirroja explicó que llevaban una existencia sencilla casi medieval, viviendo de la tierra y donde la electricidad era un lujo que no podían pagar. Viendo el interés que había causado, se extendió comentando que vivían sin tabús y que todos sus miembros eran partidarios del amor libre.

―Debió ser difícil para una niña ver a sus padres con otras parejas― comentó la viuda de mi amigo.

 ―Para nada. Piensa que fui educada en ese ambiente. Considero que el poliamor es algo natural y en mi caso, me veo capaz de amar a más de una persona con independencia de su sexo.

 Anonadado con esa íntima confesión observé como las mejillas de Rosa se tornaban coloradas, pero lo que realmente me trastocó fue que su suegro sonriera. No tuve que machacarme mucho el cerebro para comprender que según su punto de vista esa forma de ver la vida facilitaba el futuro que él y su hijo habían planeado para nosotros. La confirmación de que era así, llegó de sus propios labios cuando alabando a Patricia, me comentó:

―Muchacho, tu novia además de brillante es preciosa. De tener cincuenta años menos, la querría para mí.

Doña Nuria que se había mantenido en segundo plano se echó a reír:

― ¡Qué vergüenza! ¡Va a pensar que eres un viejo verde!

 Descojonado, el anciano replicó a su mujer mientras le daba un cariñoso azote:

―Si lo piensan, es porque lo soy y esta noche pienso de demostrártelo.

Esa demostración de amor otoñal y la conversación en su conjunto llamaron la atención de mi ahijada, que sin caer en lo que decía, preguntó a Patricia si ella iba a ser su segunda madre. Durante un instante, el silencio se adueñó de todos, pero entonces haciéndole una carantoña la pelirroja contestó:

―Por ahora y siempre que tu madre me dé permiso, seré tu madrina.

Confieso que respiré al escuchar esa respuesta tan acertada y por eso no comprendí que Rosa avivase mi estupor diciendo:

―Sé que eres importante para Juan y eso te convierte en parte de esta familia.

La chavalita no esperó a cambiarme por Patricia y abrazándola, comentó si esa noche podía dormir con ella. Nuevamente, mi novia demostró su buen hacer al responder el abrazo con un beso:

―Si a Juan no le importa, por mí encantada.

Las risas del payés incrementaron mi zozobra:

―Muchacho, te compadezco. Tu novia se ha aliado con el enemigo.

Creo que Patricia no entendió a lo que se refería el viejo porque, en vez de preguntarse de qué hablaba, riendo contestó mirándome que tenía una ahijada que era un sol. El resto de la tarde, Lara se pegó a ella como una lapa y a pesar de no estar acostumbrada a la presencia de una cría siempre a su alrededor, no mostró molestia alguna. Al contrario, jugó y se rio con fue ella hasta que, poco antes de cenar, su madre se la llevó a cambiar.

Imitándolas, me fui con Patricia al cuarto a ponernos algo de ropa. Pero la pelirroja me hizo ver que tenía otros planes. Ni siquiera esperó a que cerrara la puerta, poseída por una pasión sin igual, comenzó a intentar quitarme el bañador y sacando mi miembro, quiso mamármelo. No la dejé, dándole la vuelta, le bajé el suyo y sin más prolegómeno, la ensarté violentamente. La pelirroja chilló al experimentar mi sexo campeando en ella y facilitando mis maniobras, movió sus caderas mientras gemía de placer.

― ¡Qué ganas tenía! ― rugió y apoyando sus brazos en la pared, me rogó que continuara.

Desde el inicio, mi pene se encontró con su sexo encharcado y por eso no me costó que entrara y saliera de ella libremente mientras se derretía a base de pollazos. Es más, gritando en voz alta, se corrió cuando yo apenas acababa de empezar y desde ahí, encadenó un orgasmo tras otro mientras me imploraba que no parara. Asiéndome a sus pechos, forcé mi ritmo hasta que su vulva se convirtió en un frontón donde no dejaban de rebotar mis huevos.

― ¡Dios mío! ― aulló al sentir que, cogiéndola en brazos, la llevaba hasta mi cama sin sacar de su interior mi extensión y ya totalmente entregada, se vio lanzada sobre las sábanas.

Al caer sobre ella, mi pene se incrustó hasta el fondo de su vagina y lejos de revolverse, recibió con gozo mi trato diciendo:

― ¡Fóllame hasta dejarme muerta!

No tuvo que insistir y pasando sus piernas a mi cuello, levanté su trasero y la seguí penetrando con más intensidad. Fue entonces cuando susurrando en mi oído me pidió que no me girara antes de hacerme saber que alguien nos estaba espiando. Supe de inmediato que era Rosa la que nos observaba y quise parar. Pero ello no solo me lo impidió, sino que exigió que continuara.

Comprendiendo que le excitaba el que la viuda estuviese mirando, incrementé la velocidad de mis ataques y por eso no me sorprendió que, dominada por el cúmulo de sensaciones que asolaban su cuerpo, la pecosa se desplomara sobre las sabanas llena de placer. Verla disfrutando de ese imprevisto orgasmo mientras sabía que la viuda de mi amigo estaba en la puerta azuzó el ritmo de mis caderas y preso de una insana lujuria, seguí hundiendo mi estoque en su interior.

― ¡Me vuelves loca! –uniendo un clímax con otro sollozó mientras su cuerpo se retorcía de gozo.

Preguntándome cómo saldría de semejante aprieto, me dejé llevar y derramando mi simiente en su interior, me corrí sonoramente mientras oía cerrarse la puerta. Agotado, me tumbé a su lado y fijándome en ella, descubrí que sonreía con los ojos cerrados.

―Lo siento, hablaré con ella para que entienda que esto no está bien― susurré en su oído en un intento de zafarme de la responsabilidad de lo ocurrido.

― ¡Ni se te ocurra! ― exclamó al oírme: ― ¡Solo conseguirías humillarla! Acaba de perder a su marido y es lógico que envidie nuestra relación.

―Pero…― comencé a contestar.

―Te prohíbo que la molestes. Bastante tiene con lo que está sufriendo para que le añadas más dolor.

Acariciando su rojiza melena, quise que recapacitara y me permitiera, aunque fuera el recomendarle que fuese a un psicólogo porque su comportamiento no era normal.

―No ha hecho mal a nadie― replicó y tomando mi moribundo pene entre sus manos buscó reanimarlo mientras decía: ―Además me ha puesto como una moto que nos espiara.

Reculando al ver su comprensión, prometí jamás sacarle el asunto mientras en mis piernas, mi trabuco volvía a crecer. Sonriendo al ver que había resucitado y mientras lo usaba para empalarse, añadió:

―Por cierto, eres un capullo. Nunca me habías hablado de que la viuda de tu amigo estaba enamorada de ti.

No quise ni pude responder a tal afirmación y posando las manos, en su trasero, la obligué a amarme por segunda vez…

4

Cumpliendo a rajatabla su orden, durante la cena me abstuve de hablar de lo sucedido. Aun así, me costó asimilar la actitud de mi novia ya que, a pesar de saber ya que Rosa se podía convertir en su rival, no solo no le echó en cara el habernos espiado, sino que se mostró con ella y con su hija especialmente cariñosa.  Y es que además de reír todas las gracias de la chiquilla, no tuvo reparo alguno en ratificar a la madre que podía contar con ella para todo, que tenía en ella una amiga en quien confiar. Sin quererlo, con ello conquistó a sus suegros y hasta doña Nuria cayó prendida de sus encantos. Prueba de ello y ante mi estupor, la invitó a pasar con ellos el verano. Su marido no se quedó atrás y demostrando que era su más rendido admirador, le preguntó por qué no se quedaba en la masía el resto de la semana.

            ―No puedo, tengo trabajo― respondió y tomándome de la mano, les informó que nuestro tren salía al día siguiente a las tres.

            ―Madrina, ¿no puedes quedarte más? ― llena de tristeza, Lara le insistió.

            Enternecida, Patricia la besó y demostrando lo bien que sabía tratar a los chiquillos, le prometió compensarla llevándola al zoo en Madrid.

            ―Me gustan los gorilas― llena de ilusión con la promesa, contestó la niña.

            Mirándome divertida, mi imprudente y encantadora novia añadió:

            ―A todas las mujeres nos atraen. Y si van de uniforme, ¡mucho más!

Dándome por aludido, comencé a golpear mi pecho mientras vociferaba como ese animal.  La primera en echarse a reír fue mi ahijada. Su madre no tardó en seguirla, pero en su caso comentando si acaso estaba marcando el territorio para que ningún macho se acercara a mis hembras. Nada más decirlo, se percató de que sus palabras podían ser malinterpretadas y que Patricia podía tomarlas mal. Aunque estaba esperando una reacción hostil, la pelirroja soltó una carcajada diciendo que como el resto de los primates los hombres estaban condicionados por el sexo. Al ver mi cara, sonrió:

―Cariño, lo niegues o no, todo alfa sueña con tener un harén.

Rojo como un tomate, comprendí que mi novia o me estaba llamando mujeriego o acababa de darme permiso para acoger a Rosa en nuestra cama. Preferí pensar que era lo primero y que veladamente me estaba echando en cara mis múltiples conquistas. Por eso, defendiéndome como gato panza arriba, respondí que no necesitaba buscar otra y que estaba satisfecho con lo que ya tenía.  Mientras Patricia me llamaba mentiroso, bajo la blusa de Rosa afloraron sus pezones. Eso me hizo ver que se había sentido incluida y que había tomado mis palabras como la confirmación de que me bastaba con ellas dos. Quizás por ello, al terminar de cenar y mientras los abuelos desaparecían de escena, preguntó a la pelirroja si quería ser ella quien acostara a la pequeña.

―Me encantaría― respondió y subiendo con la mocosa hacia el cuarto, nos dejó solos en el comedor.

Preguntándome el verdadero motivo de sus actos, me debatí entre quedarme o salir huyendo. Todavía iban por la escalera, cuando a mi espalda, escuché:

―Amor mío, ¿te apetece que vayamos al salón y te ponga una copa?

Sin otra opción que aceptar, la acompañé. Una vez en esa habitación, me derrumbé en el sofá que había frente la tele y la encendí mientras veía cómo la viuda de Xavi servía tres whiskys. Sabiendo que uno era para ella y otro para mí, di por sentado que el tercero era para mi novia. Deseando que ésta llegase pronto, tomé mi vaso y le pegué un buen sorbo. Sorbo que se me atragantó cuando sentándose a mi lado, Rosa me preguntó cómo íbamos a organizar lo nuestro y que cuando finalmente se entregara a mí, si íbamos a vivir los tres juntos.

Confieso que pensé que hablaba de mi ahijada y por eso sin entrar en materia le dije que jamás podría separarla de Lara.

―Tonto, me refiero a Patricia― respondió sacándome del error.

Atónito, en vez de negar de plano tal posibilidad, balbuceé que no sabía y que tenía que pensarlo.

―Lo que tú decidas, estará bien― suspiró mientras posaba la cara en mi pecho.

 La sorpresa no me dejó reaccionar y estaba todavía meditando en cómo pedirle que se separara cuando mi novia entró y nos pilló en esa postura. Curiosamente al vernos, la pelirroja sonrió. Sin demostrar cabreo ni celos, tomó su copa y sentándose del otro lado, apoyó también la cabeza en mí mientras me preguntaba qué película estábamos viendo. Mirando hacía la televisión reconocí el film y me quedé tranquilo al ver que era “Hechizo de Amor” una comedia de amor protagonizada por Nicolás Cage y Cher. Como ya la había visto, se acurrucó y sin importarle compartir mi pecho con Rosa, comenzó a hablar con ella alabando lo encantadora que era la nena. Esa situación me llevó a un estado de nervios que no quiero ni para mi peor enemigo y más cuando rieron e incluso lloraron juntas viendo los problemas de la protagonista al enamorarse de alguien más joven.

Nunca me imaginé que pudiesen llevarse tan bien siendo tan distintas. Pensando en ello, comprendía que la seguridad de Patricia apaciguaba las dudas de Rosa y al revés, el sosiego del ama de casa parecía complementar a la agitada ejecutiva. Aun así, era evidente que en algún momento competirían por mi cariño y eso era algo que me traía jodido, al saber que irremediablemente alguna saldría herida.

Por eso, tras apagar la tele, dejé caer que estaba cansado y que necesitaba dormir. Aceptando mi sugerencia subimos a la planta donde estaban las habitaciones y dejándonos en la mía, la viuda de mi amigo se despidió de la pelirroja con un beso en la mejilla, pero al hacerlo conmigo me lo dio en los labios. Aunque fue un breve pico, me quedé mudo previendo problemas con mi novia. Pero quizás gracias a la educación recibida de sus padres, Patricia no le dio mayor importancia y pasamos al cuarto donde Lara dormía a pierna suelta.

Al ver a la chiquilla, comprendí que Patricia había decidido cumplir la promesa de que durmiese con nosotros y acercándome a ella, la abracé dándole las gracias por ser tan comprensiva.

―Desde hoy, también es mi ahijada― sonrió y quitándose la ropa, se puso un sugerente camisón.

Preguntándome cómo era posible que un tipo como yo pudiera haber encontrado un tesoro como ella, me desvestí sabiendo que esa noche no podríamos hacer nada. La presencia de Lara hizo que contra lo que era habitual en mí, esa noche durmiese en pijama.

Al tumbarnos dejando la niña entre los dos, Patricia me preguntó si el día que tuviésemos una hija sería tan encantadora como nuestra ahijada. En ese momento supe que la pelirroja quería que lo nuestro fuese sine die y que deseaba fundar conmigo una familia. Riendo al darme cuenta que albergaba sus mismos sentimientos, respondí:

―Siento decirte que no. Ya tenemos una muñeca, a ti te haré un gorila.

―Te amo, mi King Kong― ilusionada susurró antes de cerrar los ojos…

A la mañana siguiente, Rosa tocó nuestra puerta diciendo que venía por su hija. Mi novia que tiene el sueño más ligero fue quien le abrió y la hizo pasar comentándole lo bien que se había portado durante la noche.

―Mientes. Seguro que te ha dado alguna patada― preocupada señaló la viuda.

―Al menos una docena― sonriendo, Patricia contestó mientras yo me desperezaba bajo las sábanas.

Acercándose a Lara que seguía completamente frita intentó despertarla.

―Vamos, que es tarde y te tienes que bañar.

La criatura se quejó de que era temprano y por eso su madre tuvo que cogerla en brazos y llevarla hasta la bañera mientras ésta intentaba escaparse. Viendo las dificultades de Rosa, mi novia acudió en su ayuda y las dos juntas comenzaron a enjabonar a la rebelde. La acción coordinada de las mujeres consiguió amortiguar la resistencia de mi ahijada, pero no su boca y gritando, me rogó que la salvara de esas malvadas. Como tenían razón las mayores, en vez de apoyarla, preferí ponerme una bata y bajar a desayunar.

En el salón, me encontré con los abuelos de la criatura y sentándome, comenté la rabieta que se había cogido su nieta con el baño y que Patricia se había quedado ayudando a Rosa.

―Lara ha salido peleona como Xavi― rugió don Pere muerto de risa.

En cambio, su esposa no dijo nada y corrió al piso superior, por si necesitaban algo de ella. Al vernos a solas, el viejo creyó conveniente darme un último consejo.

―Muchacho, has hecho bien. Aunque veas en alguna ocasión que Lara tiene razón y sus madres no, nunca les lleves la contraria. Cuando te vayas al trabajo, ellas serán las que tengan que lidiar con ella.

El machismo que destilaban sus palabras no pudo ocultar que el anciano ponía a mi novia a la misma altura que a su nuera dando por hecho que había resuelto no solo quedarme con las dos, sino que formaríamos una sola familia. No queriendo argumentar nada con él, le di las gracias por el consejo y empecé a desayunar.

Su nuera, inconscientemente, ratificó la postura del anciano cuando cinco minutos después apareció totalmente empapada y todavía con la cría llorando:

―Juan, dile algo a tu hija. Tiene tal berrinche que ha sido capaz de sacarnos a Patricia y a mí de las casillas. No comprende que estamos para educarla y no solo para mimarla.

Al ver el camisón mojado de la pelirroja comprendí la batalla que habían protagonizado, pero también que incluso el destino se había aliado en mi contra. Tomando el toro por los cuernos, regañé con dulzura a la enana y la obligué a pedirles perdón. A regañadientes, Lara se disculpó. Pero demostrando que iba a entablar una guerra a largo plazo y queriéndose vengar quizás de su progenitora, dijo a mi novia:

―Paty, ¿me das tú de desayunar?  

―Claro, princesita. ¿Qué quieres?

―Un vaso de leche y muchas galletas.

El menosprecio de esa criatura no consiguió el efecto que deseaba, porque Rosa no se dio por aludida y sentándose junto a mí, me informó que se quedarían hasta el miércoles en la masía.

―Me parece bien― contesté.

―Llegaremos sobre las cinco y como sabemos que estarás trabajando, Patricia va a recogernos para llevarnos a casa.

 Contento de librarme de ese marrón, únicamente comenté que luego pasaría por ellas para sacarlas a un restaurant.

―Cariño, no hace falta. Como llegarás cansado, ya hemos quedado que voy a preparar una cena ligera y así puedas irte a dormir mientras nosotras acostamos a la niña en su nuevo cuarto.

― ¿Su nuevo cuarto? ― pregunté con la mosca detrás de la oreja.

Sin dejar de dar de desayunar a Lara, Patricia soltó el obús que tanto temía:

―Perdona que no te lo hayamos dicho antes, pero hemos decidido que lo mejor es que vivamos los cuatro juntos y que Rosa no vuelva a su piso.

Mi mundo se hundió al escucharla, pero quien definitivamente lo enterró fue don Pere cuando decidió celebrar que fuésemos a formar una sola familia descorchando una botella de cava. Mientras el anciano servía las copas, no pude contener la ira y casi a rastras, las llevé al jardín:

― ¿Se puede saber a qué jugáis? ― pregunté gritando.

Previendo mi reacción, las dos arpías habían pactado lo que iban a decir y tomando la voz cantante, la pelirroja contestó:

―Creo que está claro. Ambas te amamos y estamos dispuestas a compartirte. Mientras decides si eres lo bastante hombre para las dos, ¡nos mudamos a tu casa!

Que me impusieran su presencia y que encima pusieran en duda mi hombría me indignó y sintiendo que mi única salida era hacerles ver que era una insensatez, tomé a Rosa de la cintura y violentamente la besé. Juro que creí que con ello la haría reaccionar, pero cuando mi lengua forzó su boca la morena se derritió y se puso a restregarse en mí ante la atenta mirada de mi novia. Viendo que con ello no era suficiente, tirando de Patricia, la acerqué a nosotros y con igual violencia mordí sus labios.

―Amor mío― sollozó mientras buscaba no solo mis besos sino también los de Rosa.

Al contemplar que la viuda de Xavi respondía con pasión sin que a ninguna le importase lo que yo opinara al respecto, me separé de ellas y hecho un energúmeno acepté que vivieran en la casa, pero que me negaba a dormir con ellas dos.

―Perfecto, lo haremos en días alternos―casi al unísono ambas contestaron tergiversando mis palabras.

Derrotado por goleada y sin otro argumento que poner sobre la mesa, mencioné a Lara:

―Además de que me parece aberrante lo que proponéis, menudo ejemplo daríamos a la niña.

―Por ella no te preocupes. Estará encantada de tener un padre y dos madres que cuiden de ella― su verdadera progenitora concluyó con una sonrisa en su rostro.

Dándolas por imposibles, volví con el rabo entre las piernas a la masía. Sabiendo lo que había ocurrido, ni don Pere ni su esposa quisieron añadir más leña al fuego. Al contrario, viendo que necesitaba tiempo para digerir la decisión de esas arpías, me dieron mi espacio y permitieron que rumiara sobre mi futuro nadando en la piscina. Largo tras largo, pensé en Xavi y en la carta que me había dejado. Reconociendo que el difunto se había aferrado a mi sentido de la responsabilidad para encasquetarme a su esposa y a su niña, me puse a meditar sobre Rosa. Ya tenía claro que, mientras Xavi vivía, mi amiga había conseguido ocultar a todos menos a él el amor que sentía por mí y que una vez muerto había acogido con entusiasmo su decisión. Por ello, me pregunté qué era lo que yo sentía por ella. No pudiendo negar la atracción que ejercía en mí, medité sobre mis sentimientos y sorprendentemente, concluí que mi cariño por ella era mucho más profundo que una amistad.

«¿Por qué no lo supe hasta ahora?», fue la siguiente pregunta que me hice.

En este caso, la contestación fue rápida y escueta:

¡Era la esposa de mi mejor amigo!

Con esos dos aspectos resueltos, pasé a Patricia. En su caso, lo que me planteé primero si debía dar carpetazo a lo nuestro o por el contrario seguir con ella. Solo pensar en dejarla, hizo que perdiera el resuello y me tuviese que agarrar a la escalera de la piscina para no ahogarme. Al percatarme de que lo que había empezado como un juego se había convertido en mi razón de vivir, deseché por completo el cortar con ella y decidí darle una oportunidad a lo nuestro.

Fue entonces cuando entré en lo que en realidad me corroía:

¿Qué es lo nuestro?

Sabiendo que, por su forma de ver la vida, mi novia consideraba normal un matrimonio de tres y que a su manera Rosa también aceptaba que formáramos ese tipo de unión, traté de visualizarme casado con las dos y desgraciadamente no pude. Los principios morales en los que había sido educado no me permitían hacerlo. Podía imaginarme compartiendo cama individualmente con cada una de ellas, pero el hacerlo todos a la vez me parecía fuera de lugar.

¡Las quería y respetaba demasiado para obligarlas a hacerlo!

Con ello en mente, salí del agua sin saber que Rosa estaba esperándome con una toalla. Al ver su dolor, anticipé lo que quería decirme y callando su boca con mis besos, le comuniqué mi decisión. Mi amiga se echó a llorar de felicidad al escuchar de mis labios que quería ser tanto suyo como de Patricia, pero que debían darme tiempo.

―Venía a pedirte que no dejaras a tu novia por mí, que prefería quedarme sola a ser la responsable de que la dejaras― sollozó mientras se abrazaba a mí.

―Te amo, pero también a ella― reconocí mirando las lágrimas de sus ojos verdes.

―Con eso me basta― sonrió: ― No necesito más para saberme tu mujer.

La pelirroja que se había mantenido agazapada tras un arbusto añadió:

―Rosa habla por las dos cuando dice que, por ahora, con eso nos conformamos.

Supe que ese “por ahora” era el problema, pero me abstuve de comentarlo y les pedí que fuéramos con mi ahijada.

 ―No es tu ahijada, sino nuestra hija. Mi amor― musitó en mi oído Patricia mientras se apoderaba de una de mis nalgas con la mano.

Haciéndome ver que eran iguales, Rosa la imitó adueñándose de la que había dejado libre:

―Tenemos pendiente todavía lo del colegio. Como madre, ¿a qué colegio crees que debemos llevarla? ― preguntó a la pelirroja.

―A cualquiera menos a uno de curas― desternillada respondió: ―No quiero que nuestra nena se convierta en un ser tan cuadriculado como Juan.

Aunque ese era el menor de los problemas, decidí responder a ese menospreció a mi figura diciendo:

―Por mí no hay problema, siempre que termine en la academia de Zaragoza.

― ¡Por encima de mi cadáver! – exclamó la anti militarista.

Demostrando lo complicado que sería nuestra vida en común, Rosa le recriminó:

―Mi deseo es que sigas viva para entonces. Pero si sigue la tradición familiar será general.

―En todo caso, ¡generala! ¡Qué es mujer!

Pasando de ellas, las dejé discutiendo sobre el futuro mientras me iba con nuestro retoño. Conscientemente, no me separé de Lara el resto de la mañana. Puede sonar absurdo, pero temía quedarme solo y que Rosa me exigiera amarla como mujer. Aunque ya hubiese comprendido y sobre todo aceptado lo que sentía por ella, el recuerdo de Xavi me seguía resultando un obstáculo insalvable. Meditando sobre ello, supe que debería mantener en secreto durante un tiempo mi relación con ella si quería progresar en mi carrera. En el ejército nadie vería con buenos ojos que convirtiera en amante a la viuda de un compañero.

«Sería un escándalo», me dije mientras calculaba que lo más prudente era esperar al menos seis meses antes de hacerlo público.

Apenas lo había decidido, cuando caí en la cuenta de que si seguía con las dos esa precaución sería inútil, ya una relación de ese tipo sería vista por los mandos como un peligro, al hacerme susceptible de chantaje y más cuando en mi caso hacía funciones de contra espionaje. Esa certeza me hizo ver que si quería progresar en mi carrera era imperativo buscar otra solución. Rumiando sobre ello encontré una tan imaginativa como inmoral. Aprovechando una ley que había sido aprobada por el gobierno socialista: ¡Rosa y Patricia debían casarse entre ellas! De ser así, nadie se escandalizaría cuando me viera con ellas e incluso, ante mis superiores aparecería como el padrino responsable que estaba velando por la educación de la hija de un militar. Sintiéndome un mierda, un libertino sin escrúpulos, no vi otro medio con el que salvar mi progresión profesional.

«Tendré que hablar con ellas y convencerlas», sentencié.

Ajenas a la resolución que había tomado, Patricia se había encerrado con don Pere a revisar los números de la empresa mientras Rosa ayudaba a su suegra preparando el almuerzo. Una ejecutiva y la otra ama de casa. Al ver que ambas estaban ejerciendo las mismas funciones que desarrollarían en nuestro hogar si finalmente lo nuestro se consolidaba, pude evadirme y ponerme a jugar con mi ahijada con un balón.

La pequeña resultó ser una fiera que, con tres años, chutaba e incluso regateaba con la pelota.

―Vas a terminar jugando en el Real Madrid― exclamé orgulloso

            ― ¡Padrino! ¡Soy del Barcelona! ― indignada contestó.

            ―Por ahora, mi niña― dije sin cabrearme dados los antecedentes culés de Xavi― Ya me ocuparé yo de devolverte al buen camino.

Su tierna edad impidió que se percatara de mi aversión a lo que representaba ese equipo de la ciudad condal, que para mí y mis antepasados sería una afrenta tener una hija del Barça. Pensando en los domingos con ella en un palco del Bernabéu y sin advertir que poco a poco me estaba convirtiendo en su padre, sentencié:

«Lo primero que haré en Madrid será sacarle el carnet de madridista. ¡Aunque le joda al abuelo!».

 Como nuestro tren salía a las tres, a medio día, Patricia y yo tomamos un refrigerio en compañía de Rosa. La buena sintonía entre ellas me seguía resultando extraña, pero reconozco que no dudé en fomentarla repartiendo mi cariño por igual y dejando en sus manos el peso de la conversación. Mi prudente actitud les permitió foguearse en lo que sería nuestra relación y sin que yo pudiese intervenir, distribuyeron las distintas estancias de mi casa según su entender.

―Juan seguirá durmiendo en la habitación principal con la que le toque. La otra en la que está al lado y Lara en la del fondo del pasillo― señaló la morena.

Patricia no puso objeción alguna y aduciendo que necesitaba un despacho, se adjudicó para ella la habitación de servicio:

―Así cuando tele trabaje, podré concentrarme sin molestaros ni a ti ni a la niña.

 Sintiendo que debía defender mi territorio, exigí el lado derecho de la cama y el lavabo junto a la ventana. Mientras Rosa acató mis deseos a la primera, la ejecutiva protestó:

―El lado en la cama me da igual, pero lo otro es inaceptable. ¡Necesitamos luz para maquillarnos!

Ese dato en el cual no había caído hizo que la viuda cambiara de bando y demostrando su carácter embaucador, entornó los ojos mientras me traicionaba:

―Cariño, Patricia tiene razón. ¿No querrás que tus nenas vayan hechas unos adefesios? Para afeitarte no te urge la ventana, mientras a nosotras sí.

Recalcando lo mucho que representaba para mí ese lavabo, cedí. Aunque realmente me la traía al pairo, creí que así la siguiente vez podría sacar ventaja. No tardé en darme cuenta de mi error, cuando ese par de arpías se apropiaron de casi la totalidad del vestidor, relegando mi ropa de civil al armario del pasillo.

―Siempre vas de uniforme― usando ambas las artimañas de su sexo, musitó Rosa regalándome un beso en compensación mientras su socia en mi desalojo me acariciaba bajo la mesa.

Atacado por el aquelarre al completo no pude más que pactar una honrosa rendición exigiendo poder seguir fumando en casa.

―No faltaría más. Podrás fumar hasta un puro siempre que lo hagas en la terraza.

«A este paso, tendré que volver a casa de mis viejos», murmuré para mí mientras daba un primer bocado al bocata de butifarra que tenía en frente. Al probarlo reconocí en voz alta lo bueno que estaba.

Su orgullosa autora aprovechó la feliz circunstancia para mandar un misil a mis defensas y es que con todo el erotismo que atesoraba, mordió mi oreja diciendo:

―Siempre te ha gustado mi cocina, pero lo que te va a entusiasmar es lo ardiente que seré en tu cama.

Las risas de la pelirroja al ver el color de mis mejillas resonaron en el comedor mientras bajo el pantalón mi pene se alzaba. Añadiendo más artillería al ataque de su aliada, la muy bruja comentó eso habría que verlo. Girándose hacia ella, Rosa añadió:

―Este miércoles no podrás verlo. ¡Pero lo oirás! Pienso gritar como una loca cuando cumpla mi sueño y finalmente me entregue a él.

― ¡De eso nada! Voy a poner una silla para estar en primera fila cuando te desvirgue ese culazo.

Desternillada, la morena no se amilanó y sin negar la virginidad de su trasero, replicó:

―Por mí serías bienvenida, pero dudo que el soso de nuestro marido te lo permita.

Aunque era una alusión directa, no contesté. Bastante tenía con asimilar que tendría el placer de ser el primero que hoyara su exuberante trasero. No podía llegar a entender que mi difunto amigo lo hubiera dejado salir indemne tras siete años de matrimonio.

«Yo al menos lo hubiese intentado», pensé con el corazón a mil por hora mientras terminaba de comer.

Ya listos, nos despedimos de mi ahijada y de sus abuelos y en compañía de la madre y de Patricia me puse al volante del Mercedes para ir a la estación. La hora que tardamos en llegar a Sants fue aprovechada por mis dos bellas acompañantes para terminar de definir los flecos de nuestra convivencia en común y así pude enterarme que entre mis futuras obligaciones estaría proveer con el treinta y tres por ciento de los fondos que necesitaría nuestro hogar, así como, realizar otras labores de intendencia como era ocuparme de la compra los sábados. Pareciéndome algo justo, únicamente señalé que el costo de la guardería de Lara debía ser sufragado de igual manera. Ante las protestas de su progenitora diciendo que era cosa suya, la pelirroja me apoyó:

―Juan, tiene razón. Para que lo nuestro tenga futuro, Lara y los demás que tengamos con Juan serán responsabilidad de todos.

Aceptando lo acertado de ese punto de vista, Rosa comentó que siempre había querido tener más hijos.

―Dímelo a mí. Soy hija única y siempre vi con envidia las familias numerosas.

― ¿Cuántos quieres tener?

―Al menos cinco… y eso sin contar con los que tú me des― declaró Patricia muerta de risa mientras, encaramándose en el asiento, la besaba.

 Confieso que palidecí al escuchar sus previsiones. Viéndome ya con un equipo de futbol, me fijé en la pasión con la que se comían los morros y por primera vez, no vi nada pecaminoso en ello sino una muestra de amor.

«Lo hacen para agradarme», me mentí para no reconocer que su atracción era verdadera.

Aun así, no pude dejar de espiarlas excitado hasta que volviendo al asiento la puñetera pelirroja se echó a reír.

  ―Amor mío, mira a nuestro gorila. Observando el tamaño de su trabuco, creo que pronto dormiremos las dos con él.

Posando la mano sobre mi erección, Rosa valoró su dureza mordiéndose los labios:

― ¡Dios! ¡Cómo me urge que llegue el miércoles!

Estuve a punto chocar el coche de su suegro cuando sin cortarse empezó a pajearme y haciéndole ver el peligro que corríamos, intenté rechazar sus mimos.

―No seas malo. Dale un aperitivo a nuestra mujer― desde la parte de atrás, murmuró su compañera.

Sintiendo su apoyo, liberó mi pene y sin poder hacer nada para evitarlo, vi que abría los labios medio segundo antes que se lo incrustara hasta el fondo de la garganta. La calidez de su boca asoló mis reparos y concentrado en no perder el rumbo, comprobé que no había mentido cuando hablaba de su necesidad de entregarse a mí. Aun así, me sorprendió la maestría con la que embadurnó mi tallo y la fogosidad con la que amasó mis testículos mientras se lo metía y sacaba de la boca.

Por si fuera poco, a través del retrovisor, vi que la pelirroja miraba entusiasmada la mamada sin dejar de masturbarse. Recordando la conversación de antes, supe que Patricia iba a insistir en estar presente cuando la hiciera mía e imaginarla sentada en frente mientras poseía a Rosa, curiosamente me impactó. Olvidando cualquier tipo de recato, llevé la mano derecha hasta el trasero de la morena y comencé a acariciarlo.

Mis dedos recorriendo sus nalgas convirtieron al ama de casa en una loba en celo y gimiendo de placer, me rogó que parara el coche y que la amara al borde de la autopista. Mentiría que no estuve tentado a hacerlo, pero comprendí que nuestra primera vez no debía ser un polvo rápido.

―Calla y termina― contesté con tono duro.

Juro que, de inmediato, lamenté el autoritarismo de mi voz. Pero entonces, Rosa se corrió como si hubiera estado esperando esa orden para dejarse llevar. A pesar de parecerme de lo más extraño, comprendí que esa mujer había entendido mal mis palabras e interpretó mi exigencia de terminar como que quería ver su orgasmo. Tanteando ese extremo, al ver que su placer menguaba, probé mi teoría:

― ¿Quién te ha permitido parar? ¡Córrete otra vez!

El movimiento de sus caderas y sus berridos ratificaron mis sospechas. Pensando en la razón por la que usando solo con el sonido de mi voz había conseguido que la viuda de mi amigo gozase, me pene explotó y llené su cara con mi simiente. Llena de alegría, la morena se lanzó a devorar el manjar como si fuera el último alimento sobre la tierra. Dominada por su calentura, no paró hasta ordeñar hasta la última gota y no contenta con ello, cuando se percató de que me había dejado seco, se puso a recoger el semen de sus mejillas.

―Gracias, gracias― susurró mientras se echaba a llorar de felicidad: ―Necesitaba saber que todavía era una mujer.

Anonadado, miré a Patricia y descubrí en su rostro que estaba tan confundida como yo. Sabiendo que cuando nos quedásemos solos, podríamos comentar lo sucedido, únicamente repliqué que no solo era una mujer sino ¡nuestra mujer!…

Ya en el andén, Rosa parecía en las nubes. Con la mirada perdida, aguardó a que abrieran las puertas del vagón para echarse en nuestros brazos llorando y pidiendo que la dejásemos ir con nosotros. El dolor que mostraba me dejó catatónico y tuvo que ser Patricia la que le hiciese entrar en razón de una forma que jamás hubiese previsto. Cruzándole la cara con un tortazo, la conminó a tranquilizarse para acto seguido, besándola con inusual cariño, recordarle que eran solo tres días y que debía volver a cuidar a nuestra hija. Como por arte de magia, dejó de llorar y mientras se restregaba la mejilla, suspiró.

            ―Piensa que el miércoles tendrás a Juan para ti sola y que bajo su mando tu placer alcanzará unos límites que jamás has sentido ni sentirás con nadie que no sea yo.

            Sonriendo por fin, buscó mis brazos y susurrando en mi oído, me dio las gracias por amarla sin tomar en cuenta sus rarezas. Desconociendo realmente a qué se refería, mordí sus labios y prometí que siempre cuidaría de ella. Supe que mis palabras habían tenido efecto cuando dirigiéndose a la pelirroja le pidió que cuidara de su marido y sin mirar atrás, se marchó.

Todavía no había desaparecido de nuestra vista cuando escuché a mi lado:

―Juan, tenemos qué hablar.

Comprendiendo que iba a ser una conversación larga y dura, pedí que esperara a que estar ya subidos en el tren…

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