
5
Tal y como había sugerido, Patricia esperó a estar sentada y que el Ave saliera para comenzar a hablar. Confieso que me sorprendió que. en vez de tratar el tema de Rosa, la pelirroja preguntara primero qué tipo de hombre había sido el difunto. Pensando que estaba haciendo tiempo antes de entrar en el asunto en sí, contesté que mi amigo había sido serio, pero cariñoso. Entregado y leal, aunque un tanto estirado. Difícil de convencer y que siempre quería imponer su opinión, a pesar de que le hicieras ver que estaba equivocado.
―Era tenaz, exigente y a veces agresivo. Llevaba muy mal que le llevases la contraria, pero a la vez era un líder en el que podías confiar― añadí sin saber muy bien a qué venía ese interrogatorio.
―Dentro del ejército, ¿cuál era su función? Solo sé que al contrario que tú nunca fue al frente.
―Xavi era una rata de escritorio. Prefería mantenerse en segundo plano e investigar sobre nuevas estrategias de persuasión que coger un fusil y asaltar una loma.
― ¿Cuándo has usado el término persuasión hablas de guerra psicológica o de tortura? Perdona que sea tan franca.
Con él muerto, no debía mantener en secreto su labor y sin extenderme en demasía, respondí que ambas. Y sin usar ninguno de esos términos, dejé caer que entre sus cometidos había estado el organizar un grupo de psiquiatras y sicólogos que iban a aplicar unas nuevas teorías. Teorías que de tener éxito facilitarían el poder obtener información de nuestros posibles enemigos.
―Sé que te puede resultar rara la pregunta: ¿lo tuvieron? ¿Tuvieron éxito?
―Xavi era muy reservado, pero… según los rumores que corrían por el Estado Mayor… así fue.
Aunque mi afirmación carecía de sustento sólido, le hizo asentir y durante casi un cuarto de hora, se mantuvo en silencio. No fue hasta que el tren había dejado atrás Zaragoza, cuando sin poder contener la furia, comentó:

―Sé que era tu amigo, ¡pero ese cerdo era un psicópata!
Que una mujer tan prudente como ella, hablara tan mal de Xavi, más que molestarme me intrigó y sin exteriorizar mi evidente molestia, pregunté en que se basaba para afirmar tal cosa. Sin cortarse un pelo, me habló de lo que había pasado en el Mercedes y como la pobre de Rosa se había corrido dos veces sin necesidad de que la tocara.
― ¿No pensarás que es algo normal o que realmente te adora tanto que solo con un par de mimos pudiste conseguir llevarla a esas cotas de placer?
― ¡Por supuesto que no! Me pareció totalmente desproporcionado y carente de sentido que llegase al orgasmo solo con mi voz. Quizás por ello y para librarla de un posible maltratador, Xavi insistió en que cuidara de ella.
― ¿No lo ves? – con ganas de hacerme reaccionar, espetó: ― ¡Está condicionada! ¡El maltratador fue su marido! Para tenerla bajo su poder y que nunca se le rebelara, ¡ese malnacido aplicó en ella los resultados de los experimentos de su sección!
― ¡Eso es imposible! ― exclamé sin darle credibilidad alguna a sus sospechas.
―Sí que lo es. En su locura, convirtió a una mujer de nuestros días en una sumisa medieval. Creo que, de alguna forma, su padre lo sabía y por eso está tan contento y ha insistido tanto en que te hagas cargo de ella y de su nieta. Sabiendo el monstruo que había educado, vio en ti y en mí la perfecta solución a sus problemas. ¿Cómo fueron las palabras que me dijiste que usó para definirte? ¡Ah! ¡Sí! Dijo que eras un hombre honesto y cabal.
Dentro de mi mente, todas las piezas del puzle fueron encajando en su sitio. La carta con la que me las encargaba sin darme posibilidad alguna de discutir. El cambio sufrido por Rosa y como de un día a otro pasó de ser una abnegada y fiel esposa a una hembra necesitada de sexo y cariño que era capaz de entregar a su hija para conseguir cumplir los deseos póstumos de su marido.
―Si es verdad, ¡eso significa que realmente Rosa no nos ama! ― gritando exclamé.
―Te equivocas, el amor que siente por ti y por extensión por mí, es real. Si en algún momento siente que la rechazamos, podría suicidarse. El lavado de cerebro que ha sufrido ha sellado en su mente una total dependencia de nosotros. Empecé a sospechar cuando se puso histérica en el andén. Por eso no vi otro método que apaciguarla y que se quedara. Por un lado, la castigué con el tortazo y por el otro, la premié con la promesa de que este miércoles sería tuya.
―Por dios, ¿sabes lo que le has ofrecido? ― pregunté horrorizado al verme incapaz de acostarme con ella si confirmábamos la realidad de su estado.
―Sí, ¡sé que está enferma! Pero también que el único medio por la que siga viva es que hagamos cómo si no supiésemos nada y mientras buscamos una solución que la retrotraiga a la situación inicial, se sienta amada.
―No sé si podré― suspiré.
―Por supuesto qué lo harás y yo, ¡te ayudaré! Si no puedes por ella, ¡hazlo por Lara!
La sola mención a mi ahijada demolió mis reparos y poniendo por fin mi cerebro a funcionar, comprendí que para curar a un enfermo además de tratar los síntomas había que saber cuál era exactamente su padecimiento. Asumiendo que, a pesar de mi puesto en el Estado Mayor, la información de su trabajo estaba fuera de mi alcance al ser secreta, me puse a pensar en el carácter de Xavi. En cómo su minuciosidad hacía que se llevara las labores pendientes fuera del despacho y que se pasara horas trabajando en casa hasta que terminaba.
― ¡Pero qué imbécil soy! ¡Debemos ir a su piso!
Mi exabrupto llamó la atención de Patricia y me exigió saber por qué había dicho que teníamos que ir al dúplex que la pareja compró en Mirasierra.
―Su muerte fue dentro de lo que cabe imprevista y puede que haya dejado información de lo que hacía en la oficina que tenía montada ahí.
― ¿Cómo alguien tan brillante puede perder su tiempo jugando a los soldaditos? ― se preguntó mientras me besaba.
Sabiendo que la inteligencia de esa mujer sobrepasaba en mucho la mía, acepté su cumplido y riendo la tomé entre mis brazos. De no estar rodeados de gente, en ese momento le hubiese hecho el amor en mitad del vagón. Aun así, la pasión que demostramos despertó las suspicacias de nuestros compañeros de tren antes de que la cordura nos hiciera frenar.
―Para o no respondo― suspiré al sentir su mano extremadamente cerca de mi erección.
Mi ruego la hizo entrar en razón, pero antes de soltar su presa me hizo prometer que esa noche la compensaría. Mordiendo el lóbulo de su oreja, no solo se lo juré, sino que muerto de risa le aseguré que al día siguiente no podría ni andar.
Su encantadora carcajada retumbó en el tren…
Aunque habíamos pactado que iríamos a mi casa para recoger el juego de llaves que Xavi me había dado en custodia y que de inmediato volveríamos a marcharnos, lo cierto es que no fue así. Nada más cerrar la puerta, la agarré de la cintura y la besé. Es más, al sentir mis manos desabrochando su falda, se lanzó contra mí, desgarrando mi camisa. Sus dientes se apoderaron de mi pecho mientras intentaba desabrochar mi pantalón. Increíblemente excitada, gimió al ver mi sexo totalmente inhiesto saliendo de su encierro:
―Te deseo, ¡mi valiente soldadito!
El brillo excitado de su mirada nubló mi mente y apoyando su espalda contra la pared, desgarré sus bragas.
― ¡Ámame! ― sollozó mientras abrazaba mi cintura con las piernas.
En plan capullo, me puse a jugar con mi glande en su sexo. Patricia no pudo esperar y forzando sus labios, se empaló lentamente, gritando de placer al sentir como mi extensión se introducía centímetro a centímetro dentro de su cueva.
―Fóllame, cabrón― gritó descompuesta al notar que la cabeza de mi pene chocaba contra la pared de su vagina.
Cómo si esa orden proviniese de mi superior jerárquico, obedecí y comencé a cabalgar usándola de montura. Mi pene erecto era el puñal con el que quería matar su necesidad de ser tomada.

―Me enloquece ser tuya― bramó moviendo sus caderas mientras se echaba hacia atrás para darme sus pechos como ofrenda.
La visión de sus pezones, contraídos por la excitación, fue el acicate que necesitaba el doctor Jekyll de mi interior para convertirse en Mr. Hyde. Completamente dominado por la lujuria, usé una de mis manos para poner su pecho en mi boca. Mi novia sollozó al notar que mis dientes se cerraban sobre su pezón y agarrando mi cabeza, me pidió que no parara. La humedad que manaba entre sus piernas y que permitía que mi pene se deslizara fácilmente en su coño me informó de la cercanía de su orgasmo.
―Córrete para mí, te lo ordeno― murmuré en su oído como pocas horas antes había hecho con Rosa.
Aunque en su caso no fue inmediato, lo cierto es que espoleó su placer y acelerando la velocidad de sus caderas, explotó derramando su flujo sobre mis piernas. Su clímax me dio la libertad de buscar el mío y como un garañón montando una yegua, galopé en busca de mi orgasmo. El recuerdo de nuestros problemas era un tema olvidado. Ya no me importaban la información que debía buscar en casa de Xavi. En mi cerebro solo existíamos ella y yo. Mi hembra y su semental. Siguiendo el dictado de mis hormonas, solo podía pensar en esparcir mi simiente en su fértil campo.
― ¡Si paras te mato! ― con el coño completamente mojado, gritó al verse ensartada una y otra vez mientras su gozo estaba siendo sensualmente prolongado por la insistencia de mi pene.
Presa del placer, clavó sus uñas en mi espalda y me rogó que me corriera, que necesitaba sentir mi eyaculación en su interior. El dolor no impidió que advirtiera que estaba gozando por segunda ocasión y aguijoneado por ese triunfo, quise que su derrota fuera completa. Acelerando el compás, me aferré a sus pechos para incrementar al mismo tiempo la profundidad de mis ataques. Con su sexo convertido en mi frontón particular, mi glande golpeó la pared de su vagina mientras la escuchaba exteriorizar su gozo. Consciente que mi novia estaba disfrutando los embates de un nuevo orgasmo pude relajarme y que mi pene explotara dentro de ella.
― ¡Me encanta! ― aulló al notar que detonaba y aumentando todavía más el ritmo de sus caderas, buscó y consiguió exprimir su placer antes de que mi virilidad menguara totalmente exhausta.
Lentamente nos dejamos caer al suelo y ya sobre la alfombra nos seguimos besando como si fuésemos niños y ese encuentro hubiera sido nuestra primera vez.
―Te odio por lo mucho que te quiero― susurró en mi oído mientras una sonrisa iluminaba su cara.
―Yo en cambio te quiero por lo mucho que me odias― contesté y riendo añadí: ―Solo espero que me sigas odiando toda la vida…
Creo que jamás se esperó esa tierna confesión. Confundida y maravillada, buscó reanudar hostilidades pidiéndome que la llevara a la cama. Pero recordándole nuestro pacto inicial, insistí en que debíamos irnos.
―Aguafiestas― murmuró mientras se acomodaba la ropa: ― ¡Esto no quedará así! ¡Pienso vengarme!
Con un suave azote en su trasero, repliqué si me debía tomar eso como una amenaza.
― ¡Tómatelo como te salga de los huevos! ― rugió enfadada mientras abría la puerta: ― ¡Me has dejado a medias!
Viendo su cabreo, me abstuve de comentar que iba a salir a la calle sin bragas…
Sintiendo que estaba traicionado la memoria de mi amigo, entré a hurtadillas en su casa y en compañía de Patricia, me dirigí directamente a su despacho. A pesar de que tenía todo bajo llaves, no me costó abrir los archivos donde guardaba sus expedientes al saber que Xavi las escondía dentro de un jarrón. El verdadero problema que nos encontramos fue la cantidad de información que atesoraba allí.
―No tenemos prisa― recalcó la pelirroja al ver mi desesperación.
Siguiendo su consejo, me puse a escudriñar cajón a cajón bajo la atenta mirada de mi novia. Desechando todo lo burocrático de su trabajo, me concentré en hallar algo que hiciera referencia a las investigaciones de su equipo. Como a la media hora de revisar documentos, estuve a punto de rendirme cuando no encontré nada.
―A lo mejor, me he equivocado― comenté pensando que esa invasión en la privacidad de la pareja había sido en vano.
―O quizás estemos buscando donde no es. Piensa que por ejemplo yo tengo las joyas en una caja de galletas en la cocina.
Sus palabras me dieron de qué pensar y repasando mis vivencias en esa casa, recordé que había sido habitual ver entrar a Xavi con expedientes al servicio. Con ello en mente, me puse a revisar el baño de cortesía que tenían al lado del salón y no tardé en hallar una trampilla disimulada en su techo. Al abrirla, encontré una caja de expedientes.
―Puede ser esto― exterioricé mientras la sacaba.
Con Patricia a mi lado, supe que había descubierto algo que él no quería que nadie hallara, cuando reconocí información catalogada de secreta que en ningún caso debería haber sacado del ministerio. Si por si eso fuera poco, no tardé en comprender que cada carpeta contenía lo relativo a una persona en particular a pesar de que sus etiquetas estaban en clave y que eran muchas las personas de las que tenía datos. Por ejemplo, la que contenía información sobre Rosa estaba bajo el nombre de la discoteca donde la conocimos, la de su jefe bajo el nombre del apodo que le había puesto por su carácter vengativo y que solo usábamos entre nosotros: “Osito pendenciero”.
Como no deseaba permanecer mucho tiempo ahí, no fuera que alguien nos sorprendiera, cargando la caja sin revisar salimos del piso rumbo al mío. Ya en el coche, mi novia preguntó si me veía capaz de leer su contenido. Sabiendo que su pregunta se refería a la posibilidad de que tras revisarla mi amigo se despeñara del pedestal en que lo tenía subido, respondí:
―No me queda otra si quiero ser capaz de mirar a la cara a su viuda. Necesito saber si nuestras sospechas son verdad o, por el contrario, todo son elucubraciones sin base alguna.
Por la expresión de su rostro, comprendí que la pelirroja no tenía duda alguna de lo que íbamos a hallar en esos papeles. La verdad es que tenía razón porque al llegar a casa y ponernos a examinar el de su esposa, no tardé en encontrar un diario donde detallaba su relación con ella antes y después de aplicar los resultados del estudio de sus subordinados. Así me enteré que la pareja había estado a punto de separarse y que esa había sido la razón que lo llevó a experimentar con Rosa.
―Nunca lo hubiera sospechado, para mí eran una pareja perfecta― mascullé entre dientes mientras se lo mostraba a su novia.
Patricia me pidió que no anticipase conclusiones hasta haber estudiado con detenimiento esos documentos:
―Por ahora, lo que has leído solo refleja un marido deseando recuperar a su mujer.
Aceptando su sugerencia, me puse a revisar el resto de su expediente y desgraciadamente, la imagen que tenía de Xavi quedó hecha añicos al comprobar que con su puño y letra detallaba el proceso que había llevado a cabo para convertir a su esposa en un ser sin más voluntad que la suya.
― ¡Usó la sumisión química con ella! ― exclamé indignado tras leer que todas las noches la dopaba añadiendo a su café una droga experimental que su equipo había desarrollado en secreto.
―Tranquilízate y sigue leyendo. Hay bastante más― comentó consciente de lo que iba a encontrar ya que debía ser lo mismo que ella estaba hallando en el dossier que había elaborado sobre su jefe.
Completamente exasperado por la maldad que reflejaba en sus escritos, leí que mi amigo no había tenido reparo alguno en usar diferentes técnicas de persuasión coercitiva en su mujer. Técnicas que el público en general aglutina bajo el término único de “lavado de cerebro”.
― ¡Por dios! Usó con ella también un procedimiento de inducción sensorial nuevo y del que nunca había oído hablar.
Horrorizado leí que olvidando qué era su esposa, Xavi la había llevado a un estado disociativo completo donde Rosa era incapaz de discernir que era un recuerdo real y cual era inducido.

―La reprogramó para que lo viera como un Dios. Un ser al que debía de adorar, amar y obedecer sin límite― concluí desesperado.
―Y no solo a ella. Según esto, el General Aguado fue un cachorrito en sus manos. Por lo que pone aquí, lo convirtió en su acólito. Para él, Xavi era una especie de profeta que iba a salvar a España y al que debía pleitesía.
Con la imagen de mi amigo ya por los suelos, dejé el expediente de Rosa y acojonado me puse a buscar uno que hiciera referencia a mí. Al hallar una carpeta bajo el nombre de “comedor de Fuet”, supe que era el mío y dándoselo a Patricia, le pedí que lo revisara antes que yo.
―Léelo tú, yo no me veo con fuerzas de descubrir que a mí también me ha manipulado.
Comprendiendo mis reparos, tomó el dosier y comenzó a estudiarlo. Seguí atentamente la expresión de su cara por si me revelaba algo. Muy a mi pesar, descubrí que mi novia debía ser una estupenda jugadora de póker cuando nada en ella me indujo a vislumbrar qué estaba encontrando en esos papeles. Durante casi un cuarto de hora me quedé espiando cómo pasaba las hojas hasta que, cerrando el dosier, me miró diciendo:
―No cuenta nada que te deba angustiar, pero sí mucho que quizás no te deje dormir.
―Podrías ser un poco más específica y decirme lo que has hallado― con ganas de estrangularla, repliqué.
―Cuando ese malnacido se enteró de su enfermedad, decidió que tú debías seguir su obra y preparó el camino para que los hombres y mujeres que tenía controlados te vieran a ti como su heredero.
― ¿De qué coño hablas?
―Sabiendo que iba a morir, imprimió en sus mentes que te siguieran con la misma obediencia ciega que a él. Y no solo la grabó en Rosa… Esa es la razón por la que los padres de tu amigo han aceptado con tanta naturalidad que lo sustituyeras en la cama de su nuera. Antes de morir, les dejó dicho que debían verte y tratarte como a él.
― ¿Me estás diciendo que experimentó con sus propios padres?
―Así es. Preocupado de que las discusiones con don Pere terminaran con él desheredado, cortó por lo sano e hizo que le traspasase el cien por cien de su patrimonio. Pero no se quedó ahí, en su retorcida forma de ver la vida, creyó que la mejor forma de vengarse de ese santurrón y de su madre, era convertirlos en una pareja cegada por el sexo. Fue él quien les obligó a buscar una amante e involucrarse con ella en un juego de dominación y sumisión parecido al que él hacía con su esposa.
― ¡Eso es aberrante! ― escandalizado exclamé al imaginarme a esos ancianos a merced de una loba.
Dándome la razón, tomó el resto de los expedientes y comenzó a leer sus tapas por si los Nicks bajo los que ocultaba la personalidad de sus víctimas me decían algo. Así me enteré que ese psicópata había sumado a su alrededor a gran parte de nuestros mandos, a todos nuestros compañeros de promoción además de otro gran número de personas que no pude reconocer por sus apodos.
―Todo formaba parte de un plan por el que se quería entronizar como una especie de dictador― dije a la pelirroja viendo que se había allanado el camino hacia la jefatura de todos los ejércitos.
―Desgraciadamente, así fue. Y ahora todos esos mandos, te ven a ti como el profeta que va a salvar la civilización occidental.
Desplomándome en el sillón, pregunté a Patricia lo que debía hacer.
―Por ahora, mantener silencio. Si alguien de las altas esferas se entera del poder que te ha traspasado este loco, te haría desaparecer. Muerto el perro se acabó la rabia.
La prudencia que destilaban sus palabras era tan evidente que no pude objetar nada y siguiendo su recomendación, guardé a buen recaudo las carpetas que hallé en casa de Xavi y la invité a cenar fuera de casa.
―Cariño, antes de pensar en irnos, tenemos que hablar con Rosa para que sienta que no nos hemos olvidado de ella.
― ¿Lo crees necesario? ¿Qué vas a decirle? ¿Cómo me debo comportar con ella ahora? – las preguntas se acumulaban en mi mente.
Sonriendo, replicó:
―Lo que te dije, también le afecta a ella. Hasta que no sepamos cómo revertir su estado, ella tampoco debe saber nada.
Viendo que aceptaba su sugerencia, Patricia me llevó al cuarto donde sin darme opción a intervenir contactó con la morena a través de su Ipad. Bueno al menos eso intentó por qué quien realmente contestó a la llamada fue Lara.
―Hola Paty, ¿ya estás en Madrid con mi padrino?
―Sí, amorcito. Ya estamos en casa.
Saludando a la pequeñaja, le pregunté que habían hecho.
―La abuela me enseñó a hacer “Mel i Mató”.
Sabiendo que era un postre catalán a base de miel y queso fresco y que por tanto no necesitaba fuego, le pedí que la próxima vez que nos viéramos debía de hacerlo. La alegría que mostró al contestar que estaba deseando cocinar para mí fue tal que supe que ese dulce se iba a convertir en parte de mi dieta en el futuro.
― ¿Tu mamá? ― pregunté.
―La tengo a mi lado y quiere hablar contigo, pero antes quiero que me enseñes mi cuarto.
Con el Ipad en mi mano, recorrí el pasillo hasta la habitación que su madre y Patricia habían reservado para ella. Al verla, enfurruñada, quiso saber dónde estaban los juguetes.
―Tranquila, princesita― la pelirroja intervino a mi espalda: ―Cuando llegues estará lleno de muñecas.
― ¡Quiero un tanque como el que me regaló papá! ― protestó la nena ante el estupor de mi novia.
Tomando el mando, me comprometí en comprarle un Leopard como el del ejército español, pero entonces sorprendiéndome me informó que ese blindado estaba anticuado y que quería un Dragón. En su ignorancia, Patricia creyó que hablaba del animal mitológico y le prometió comprar uno que rugiera y batiera las alas.
―Paty, el Dragón es un vehículo de combate con el que defendernos ante un ataque del enemigo ― desternillada respondió usando palabras impropias de una niña de su edad.
Que una criatura tan pequeña supiese de armas letales, despertó a la anti belicista que escondía la pelirroja e indignada susurró en mi oído que no veía apropiado que nuestro bebé jugara a masacrar gente. Conteniendo la risa, le dije si acaso prefería que le comprara un fusil de asalto.
― ¡Menos! ― explotó de muy mala leche: ―Lo sensato será comprarle juegos educativos que no tangan nada que ver con lo militar.
―Perfecto― respondí a carcajada limpia: ―Yo compraré lo que ella quiere y tú lo que crees que es más sano. Luego veremos con lo que mi ahijada juega.
Interviniendo, Rosa cogió la Tablet y nos preguntó si la habíamos echado de menos. La respuesta de la pelirroja me cogió con el pie cambiado y es que tras sugerir que dejara a la pequeña con la abuela, contestó que se fuera a su habitación y que nos llamara desde ahí.
― ¿Qué te propones? ― quise saber al ver que colgaba.
Luciendo una sonrisa, me urgió a darme prisa y a acompañarla. Sospechando que tenía una razón oculta, la seguí al baño donde si aclararme nada se puso a preparar el jacuzzi.
―Desnúdate― me pidió mientras dejaba caer su vestido.
La belleza de su cuerpo lleno de pecas me azuzó a acercarme y comenzarla a besar. Pero rechazando mis mimos, me ordenó que contuviera mis bajos instintos hasta que ella dijera. Comprendí que esa arpía sin alma me estaba devolviendo lo de la tarde y de muy mala leche, me metí en la bañera. Viendo mi mutismo, se echó a reír y entrando a mi lado, llamó a Rosa. Como es lógico, la viuda abrió los ojos de par en par al ver que estábamos desnudos y rodeados de espuma.
―Perdona que te haya cortado antes, pero no podíamos demostrarte lo mucho que te habíamos echado de menos con la niña enfrente― casi con un susurro le informó mientras le pedía que pusiera la pantalla en la mesilla de noche.
Una sonrisa iluminó el rostro de la morena al oírla y obedeciendo colocó la Tablet tal y cómo le había ordenado. Al comprobar la rapidez con la que había obedecido, la pelirroja sonrió y con tono cariñosa, le ordenó que se fuese desabrochando uno a uno los botones de la camisa y que lo hiciera con toda la sensualidad que supiera.
Esa orden desbordó mis previsiones y removiéndome incómodo en el agua observé que llena de alegría llevaba las manos a su ropa y se ponía a obedecer. Al despojarse de la blusa advertí el tamaño que bajo el sujetador habían adquirido los pezones de la morena y sin poderme contener, le pedí que quería vérselos. El tono de mi suplica debió de advertirla de mi creciente calentura y despojándose de esa prenda, nos mostró la exuberancia de sus atributos delanteros.
―Si estuvieras con nosotros, me encantaría darles un pellizco― comentó Patricia con voz melosa.
Asumiendo lo que deseaba de ella, acercó los pechos a la pantalla y gimiendo se puso a agasajarlos con sendos pellizcos de sus dedos. Juro que para entonces no podía más que seguir el juego y participando en él, le ordené que se los chupara. Tal y como había oído, Rosa se cogió una teta y estirándola hasta los labios comenzó a mamar de su areola.
―Quítate las bragas y muéstranos el trasero que el miércoles nos vas a dar―añadió la pelirroja al escuchar los sollozos de la morena.
Nuevamente frente a la pantalla, se despojó del tanga negro que llevaba para acto seguido girarse y poner a disposición de nosotros la rotundidad de sus nalgas.
―Separa los cachetes con tus manos y enseña a nuestro marido el tesoro con el que vas a sellar nuestra unión― insistió mi novia mientras posaba una de las suyas en mi entrepierna.
Al descubrir la erección que para entonces lucía, sonrió y comenzando una silenciosa paja, urgió a Rosa a darse prisa. No sé qué me puso más bruto, si las maniobras de Patricia o ver a través de la Tablet el rosado ojete de la morena. Pero lo cierto, es qué echando mano a la pelirroja, comencé a masturbarla.
―Túmbate en la cama y demuéstranos lo mucho que nos has echado de menos― reprimiendo las ganas de comenzar a gemir, ordenó.
Sin cortarse en lo más mínimo, Rosa se echó sobre las sábanas y separando las rodillas nos enseñó la humedad que destilaba su coño con esa imprevista experiencia.
―No he podido dejar de pensar en vosotros y en la hora en que acabe mi sufrimiento ― sollozó la morena mientras se ponía a acariciar sin esperar que se lo pidiésemos.
Alucinando todavía con el juego, vi como separaba los pliegues de su sexo y hurgando con dos yemas en él, se apoderaba de su clítoris.
―Cariño, ¿te das cuenta lo guapa que es nuestra putita? – me preguntó Patricia sin dejarme de pajear.
―Preciosa― respondí al oír el gozo con el que desde el otro lado de España Rosa recibía el insulto.
―Dime que no te apetece hundir tu estoque entre sus piernas― rugió mi novia mientras aceleraba el ritmo con el que me masturbaba.
―No puedo, ¡sería mentir! ― contesté mientras hacía lo mismo con ella.
En la pantalla, pudimos observar el efecto que esa conversación tenía en la viuda y es que, sumergiendo un par de dedos en su interior, comenzó a follarse chillando de placer. Disfrutando de la escena, Patricia se encaramó sobre mí y dejándose caer, se empaló lentamente comentando a la morena el pedazo de trabuco que pronto campearía en su interior.
― ¿Es tan enorme cómo me imagino? ― quiso saber ya fuera de sí mientras gemía de placer.
―Te llenará por entero ― replicó al tiempo que se ponía a cabalgar usándome de montura.
El chillido que pegó Rosa al visualizarse con mi pene en su vagina nos informó de la cercanía de su orgasmo y queriendo aumentar la calentura que ya la dominaba, tomé los pechos de Patricia entre mis manos mientras le decía lo mucho que iba a disfrutar cuando tomara posesión de ella.
―Mi amor, mi señor…―suspiró sin apartar la mirada de la Tablet observando embelesada a su “rival” disfrutando.
―Guarra, más que guarra. ¿Y yo qué? ¿No te apetece hundir tu sucia boca en mi coño? ― exclamó descompuesta y quizás celosa la pelirroja.
―No veo el momento en que mi dueño me tome mientras mimo a mi señora― sollozó temblando de placer al sentir la dureza de sus palabras.
―Córrete para nosotros y anticipa lo que vas a sentir cuando mi lengua retoce entre tus piernas― gritó exasperada mi novia.
La imagen de ellas amándose me impactó, pero contrariamente a otras veces no me molestó, sino que me excitó y mientras veía cómo Rosa se corría desde Cataluña, comenté a mi novia que quizás le pidiera a la morena que le preparara su culo para mí.

―Me encantará sentir como hurga en mi ojete mientras esperas con tu pito tieso― replicó la pelirroja sin dejarse intimidar.
―A mí me volvería loca el hacerlo y poder ver cómo la enculas― desde su cama balbuceó la viuda retorciéndose presa del placer.
Aunque era consciente de que su gozo era en gran parte impuesto por el adoctrinamiento al que le sometió su marido, me alucinó observar cómo arqueaba su espalda al correrse. Y queriendo quizás que olvidara el sufrimiento que había padecido, le ordené a través de la video llamada que su orgasmo no menguara hasta que yo se lo dijera.
―Mi dulce señor― musitó mientras con más fuerza se entregaba sobre las sábanas.
Viendo cómo colapsaba uniendo un clímax tras otro, me centré en Patricia. Alzándola y dejándola caer, me puse a empalarla con decisión. Sus gritos recibiendo mis asaltos me alentaron a seguir y acelerando la velocidad de los mismos, convertí su coño en el receptáculo donde saciar mi lujuria.
―Cabronazo, ¡me estás matando! ― chilló al notar las sensaciones que se iban acumulando en su cuerpo.
―Ponla a cuatro patas y ¡hazle saber quién manda! ― babeó de envidia, la morena: ― ¡Qué sepa que eres nuestro dueño!
Que esa mujer tan tierna y cariñosa me azuzara de esa manera, me dejó helado. No en vano por sus palabras daba a entender que se sentía de mi propiedad y mi dominio sobre ella lo hacía extensivo a mi novia. Mi sofoco mental se incrementó cuando Patricia respondió a sus palabras colocándose en la postura que había pedido y no contenta con ello, me gritó que la domara.
―Demuéstrale que soy tuya.
Por el temblor de su voz comprendí que la pelirroja no era la que hablaba sino sus hormonas, pero esa certeza no me contuvo y tomando su melena como riendas, la penetré con violencia mientras la conminaba a moverse con sonoros azotes sobre su culo.
― ¡Pártela en dos! ― Rosa aulló desde la masía.
Aguijoneado por los gemidos de ambas, me lancé desbocado en busca del placer. Curiosamente, cada vez que mi glande chocaba contra la vagina de mi novia, eran dos gritos los que oía.
―Fóllate a tus dos putas― gimió mi novia al advertir que la viuda sentía que era su coño el que recibía mi pene en su seno.
Desbordado por la pasión que mostraban esas mujeres, obedecí y tirando de su roja melena, machaqué su interior con mi virilidad sin contener mi violencia. Ese frenético cabalgar mandó al garete su cordura y berreando como cierva en celo, rogó que esparciera mi simiente en su interior.
―Preña a tu esclava― desde la pantalla, oí a Rosa contestar.
Que nuevamente adjudicara a Patricia el mismo estatus que se otorgaba a ella, me preocupó. Debatiendo entre aclarar el asunto y continuar, primó mi lado animal y sin contenerme ya más, exploté. Mi novia se estremeció al sentir mi semen inundando su cueva:
―Me encanta cuando eres un bestia.
Ese berrido me desconcertó y más cuando comprobé que en la Tablet, Rosa lloraba de alegría. No sabiendo qué hacer, ni cómo actuar, seguí acuchillando su interior hasta que exhausto me dejé caer en la bañera. Los continuos sollozos de la viuda me hicieron recordar que debía liberarla y mientras la pelirroja se abrazaba a mí, permití que su placer terminara.
―Gracias, gracias, gracias. Nunca olvidaré mi primera vez contigo― sollozó la viuda un segundo antes de que la comunicación entre nosotros se cortara…
6
Esa noche y asumiendo que debíamos seguir estudiando esos papeles, no salimos a ningún sitio a cenar. Poniéndome en faena, Patricia preparó unos sándwiches con los que calmar el hambre. Cuando retornó con ellos, me vio con la cara desencajada:
― ¿Tan malo es? ― preguntó sentándose a mi lado.
―El Xavi que conozco no es el que aparece en estos papeles― señalé casi sin poder contener la furia: ― ¡Nunca me imaginé que todo en él fuera una fachada!
Asumiendo que mi cabreo se debía a que había sacado a la luz otro desmán del difunto, rogó que se lo contara:
―Aunque suene conspiratorio, creó una organización secreta con el único objeto de tomar el poder. Según estos documentos, tenía preparado su meteórico ascenso y que el próximo gobierno lo nombrara ministro. Tenía controlado a medio gabinete actual y a gran parte de la cúpula del partido de la oposición.
La gravedad del asunto la preocupó, pero lo que realmente le puso los pelos de punta fue cuando le mostré un pequeño papel que nos había pasado inadvertido en el primer examen y que resumía una reunión que había organizado una semana antes:
―Como supuse… ¡te nombró sucesor al frente de su gente!
Conteniendo mi enfado, le expliqué que según sus anotaciones habían sido cinco los participantes en la misma:
―Sé que fueron tres hombres y dos mujeres, pero nada más. Solo escribió sus iniciales.
Conjeturando con ellas, alucinó al escuchar que sospechaba que entre los asistentes podía estar un vicepresidente de las cortes, varios políticos e incluso uno de los responsables de la seguridad del Rey.
―No nos dejemos llevar por la histeria. Es imposible que haya llegado tan lejos en su locura.
―Espero que tengas razón, pero me temo que esa organización ha permeado en todos los estamentos del Estado.
La pelirroja se quedó muda al oírme y se puso a pensar. Tras unos segundos en los que el silencio se podía masticar, expuso el hecho que me negaba a aceptar:
―No tardarás en conocer su alcance. Lo más lógico es que alguno de sus subordinados dé el paso de presentarse para que puedas tomar el control tal y como su anterior jefe había establecido.
Con esa certeza machacando mi cerebro, nos fuimos a descansar.
Como todo el mundo considerará normal o evidente, esa noche dormí poco y medité mucho. La responsabilidad que el malnacido al que consideraba mi amigo había puesto sobre mis hombros no me permitió conciliar el sueño. Cada vez que intentaba cerrar los ojos, me imaginaba presidiendo el consejo de ministros escoltado por una plebe de acólitos incapaces de llevarme la contraria.
«¿Qué voy a hacer?», dando vueltas en la cama, pensé al ver que me consideraban una especie de mesías al que adorar.
Por eso, amanecí de pésimo humor. Ni siquiera la luz del día pudo darme la claridad que necesitaba para enfrentar ese futuro. Indignado y apesadumbrado por igual, dije adiós a Patricia y me fui a trabajar. Al llegar al edificio donde ejercía mi puesto, mi estado mental me hizo ver en cada camarada de armas un miembro de las huestes de Xavi y desesperado me encerré en mi despacho.
Rumiando sobre lo que sabía de ellos, comprendí que el difunto los había organizado siguiendo la estructura de una logia masónica. De ser así, sería altamente jerarquizada y sus integrantes solo debían conocer a su mando inmediato y a una pequeña parte del resto.
«Yo así la hubiese diseñado», medité para mí: «Si alguien descubriera una fracción y la saca a la luz pública, el resto no correría peligro». Tampoco me pasó inadvertida la semejanza que tendría ese tipo de organización con la que había adoptado la ETA con sus tristemente famosos “comandos autónomos” a raíz de las últimas detenciones.
Seguía enfrascado en mis problemas cuando mi teléfono comenzó a sonar. Al contestar, el sargento Pavón me informó que tenía una llamada del general Álvarez desde el Líbano.
―Pásemelo― dije a mi secretario mientras me preguntaba el motivo por el cual ese mando me llamaba.
Juro que pensé que quizás era para ponerse a mi disposición y por eso respiré cuando me dijo que la base Cervantes había sido objeto de un atentado:
―Gracias a su aviso, no hemos sufrido bajas entre nuestras tropas y los únicos muertos fueron los suicidas. ¡Quería ser el primero en decírtelo!
―Se lo agradezco, pero solo cumplía mi deber― respondí azorado por el reconocimiento del militar y que, olvidando la diferencia de rango, hubiese tomado el teléfono para notificármelo.
―Ojalá, tuviésemos muchos oficiales como usted en el ejército― añadió antes de despedirse incrementando mi sonrojo.
Al colgar, me sentía eufórico y preocupado. Eufórico por haber sido el responsable de salvar tantas vidas y preocupado por si eso conllevaría mi traslado a ese país árabe. Sin tiempo de pensar en sus consecuencias, recibí un email donde me requerían de inmediato en la oficina del subsecretario de Defensa. A pesar de la velocidad en que se estaban desarrollando los acontecimientos no olvidé que tenía programada una reunión con mi jefe y el resto de la sección de contraespionaje en la que trabajaba. Por eso, toqué la puerta del general Terán para hacerle saber que me habían puesto un compromiso al que no podía faltar.
―Juan, ya me lo han comentado. Vete y a tu vuelta pasa por mi oficina para que te informe del desarrollo del comité.
Aunque no me lo dijo, supe que ese bonachón estaba intrigado y que al retornar preguntaría cómo me había ido con el subsecretario. Asumiendo que yo lo haría si uno de mis ayudantes era citado por ese político, me despedí de él y con el maletín bajo el brazo, tomé el taxi que me llevaría a la sede del ministerio. Tras pasar el control de seguridad de ese edificio de la castellana, directamente me dirigí a la tercera planta donde estaba la oficina de Pedro Alboz.
Al presentarme ante el panel de secretarias, que como perros de presa velaban ante la puerta de su jefe, me hicieron pasar sin tener que pasar por la habitual sala de espera.
―Señor subsecretario, soy el teniente coronel Urbieta― cuadrándome, lo saludé al verlo acompañado de otras tres personas.
― ¡Por Dios! ¡Don Juan! ¡Soy yo quien debo mostrarle respeto! ― contestó mientras se levantaba y ante mi pasmo, besaba mi mano.
Ese saludo mafioso lo repitieron sus acompañantes haciéndome ver que todos ellos eran parte de la organización. Todavía con rubor en mis mejillas, hicieron alarde de su fidelidad a mí, deseando que bajo mi mandato Europa recuperara la hegemonía que nunca debió perder. Escuchándolos comprendí que los tentáculos de Xavi se habían extendido por todo el continente y que controlar España era solo la primera fase de su plan. Anonadado por el descubrimiento y porque el político me cediera su lugar frente a la mesa, me senté observándolos. Aunque sus caras me resultaron familiares, no los reconocí hasta oír sus nombres y sus cargos.
«¡Son la élite de los burócratas de este país!» exclamé para mí removiéndome incómodo en mi asiento al enterarme que todos ellos formaban parte de lo más alto de los estamentos del estado.
Particularmente me sorprendió la presencia entre ellos de Consuelo Mercado, una de las pocas mujeres miembro del Consejo de Estado. Sabiendo de la dureza de esa oposición y que solo una mente brillante podía aprobarla, concentré mi mirada en ella, desconociendo la reacción que esa rubia tendría al sentirse observada.

«No puede ser», recuerdo que pensé al ver que bajo la blusa sus pezones se erizaban.
El tamaño de sus atributos me hizo sospechar que el control que había ejercido el difunto sobre ella incluía el sexual y reconozco que en mi interior alabé el buen gusto de Xavi.
«¡Está buena!», me dije dándola un repaso con la mirada a su estupendo cuerpo.
Mi insistencia incrementó el nerviosismo de la dama y creí intuir que estaba a punto de correrse. Aceptando que tendría tiempo de comprobar qué tipo de dominio tenía sobre ella, pregunté a los presentes para qué me habían llamado. Tomando la voz cantante, Alboz respondió:
―Grande entre los Grandes, tenemos un problema.
Sorprendido por el título con el que se había referido a mí, pero sin perder la compostura, pregunté qué pasaba:
―El general Álvarez ha requerido sus servicios y sabiendo que su lugar es en Madrid me he tenido que inventar una excusa para evitar su traslado.
Asumiendo que no me iba a gustar, pedí al político que me informara del pretexto que había puesto. Sonrojado hasta la médula, respondió:
―Le he dicho que la ministra iba a nombrarlo subdirector del CNI.
Aunque ese puesto suponía un espaldarazo a mi carrera, no terminé de creérmelo y haciendo extensivas mis dudas a todos, únicamente señalé que era un empleo que debía ser ratificado por la ministra.
―Por eso, no se preocupe. Doña Paloma se quedó impresionada con usted y aunque no forme parte de la hermandad, no creo que ponga ningún reparo a firmar su nombramiento. Ya lo tengo preparado y solo espero su conformidad, para que esta misma tarde sea efectivo.
Debatiéndome entre la rabia que sentía al saber del poder de la organización, la certeza de que Lara y su madre me necesitaban y la ilusión que me hacía formar parte de ese organismo, decidí aceptar ese puesto como mal menor.
«Trabajando en el templo máximo del espionaje español me será más fácil descubrir hasta donde llega la “hermandad”», concluí mientras los únicos miembros que conocía me daban la enhorabuena.
Siendo todas entusiastas, la que me caló hondo fue la de Consuelo, ya que obviando la presencia de los demás, no tuvo empacho en restregarse contra mí mientras me la daba. Esa forma tan peculiar de felicitación ratificó mis sospechas de que mi ex colega había pasado por su alcoba. Queriendo confirmar ese extremo, al despedirme, le pedí que me acompañara a la salida.
En la soledad del ascensor y mientras la abogada me comía con los ojos, me acerqué a ella y susurré en su oído:
―Zorra, córrete para tu dueño.
Tal y como había pasado con Rosa, la abogada se puso a gemir presa del orgasmo que mi voz le había inducido, orgasmo que la acompañó mientras caminábamos hacia la puerta del ministerio.
―Mi señor― la escuché sollozar mientras intentaba disimular el placer que la consumía.
Confieso que me divirtió ver sus problemas para permanecer en pie y actuando como un cerdo, le pedí el teléfono antes de liberarla. Tecleando con dificultad en mi móvil mientras no dejaba de gozar, me lo dio. Guardándolo en la memoria, quise tener una prueba de su entrega y permitiendo que se tranquilizara, añadí que esa noche debía mandarme un video haciéndose una paja.
― ¿No prefiere ver en persona cómo su acólita obedece? ― preguntó con los ojos brillando de lujuria.
Que se autodenominara así resaltó más si cabe la clase de sumisión que Xavi le había obligado a acatar y extrañamente complacido al sentirme su dueño, repliqué que lo pensaría mientras levantaba el brazo llamando a un taxi.
―Cuando don Xavi murió, creí que nunca podría sustituirlo en mi corazón a pesar de haber un nuevo Grande entre los Grandes. Pero ahora que lo conozco sé que mi existencia tomará un nuevo impulso bajo su mando.
Esas palabras martirizaron mi vuelta a la calle Vitrubio. Aun así, confieso que cuando llegué a la oficina del General a informarle de mi ascenso, estaba contento. Tal y como me habían anticipado, antes de terminar la jornada, Alboz me anticipó que mi nombramiento saldría publicado al día siguiente en el BOE y que, por tanto, podía ya considerarlo efectivo. Sin siquiera agradecerle su intervención, salí rumbo a casa donde había quedado con mi novia. Sintiendo que era la única confidente en la que podía confiar, le expliqué lo sucedido y que tal y como ella había anticipado había conocido a cuatro de los integrantes de la organización.
―Te lo dije.
Aceptando que era así, exterioricé mi sorpresa de lo rápido en que se habían dado a conocer y a ponerse a mis órdenes, cuando a todos los efectos yo era alguien ajeno.
―Para ellos no. Piensa que a buen seguro su conocimiento de la estructura de la hermandad es escaso y han dado por supuesto que eras el segundo en el escalafón tras tu amigo.
―Ex amigo― recalqué mientras le reconocía parcialmente avergonzado la forma en que confirmé con Consuelo que el dominio de Xavi sobre las féminas de su secta incluía el sexual.
Lejos de enfadarse, se partió de risa al escuchar cómo la había hecho correrse en mitad del ministerio. Su falta de celos azuzó mi sinceridad y sin entrar en mucho detalle, le conté la orden que había dado a la mujer y su respuesta.
―Llámala y dile que venga― tanteando el terreno, me pidió.
Al preguntar el motivo de su pedido, contestó:
―Si quieres desmontar la hermandad, necesitarás mi ayuda y la mejor forma de llevarlo a cabo es que sus miembros sepan que después de ti, ¡estoy yo!
Juro y pongo la mano en el fuego que no vi nada extraño en sus palabras y que solo creí que el sentido práctico de la ejecutiva era el que la había impulsado a decírmelo. Por ello tomando el móvil, marqué el número de la abogada y le exigí que presentase de inmediato ante nosotros.
Mientras esperábamos su llegada, Patricia me comentó si consideraba a Rosa capaz de erigirse en la tercera pata de la hermandad para que entre los tres controláramos a la totalidad de sus integrantes.
―Lo dudo― respondí pensando en el carácter de la viuda y que bastante tenía con educar a mi ahijada y llevar la casa.
―Entonces, tendremos que buscarnos a otra. ¿Y qué opinas de la zorrita que me vas a presentar? ¿Crees que tiene la capacidad de gestionar esa responsabilidad?
―Para llegar donde está con solo veintisiete años tiene que ser un cerebrito. Lo que no sé es si tiene los arrestos suficientes.
―No tardaremos en saberlo― contestó con una sonrisa al oír que alguien tocaba el timbre.
Asumiendo que era la rubia fui a abrir acompañado por Patricia. Lo que nunca preví fue que Consuelo apareciera vestida como una puta y menos que al presentar a la pelirroja como mi segunda, la mujer se echara a sus pies jurándole fidelidad. Tras unos segundos de turbación, mi novia la levantó del suelo y demostrando lo bien que se había recuperado de la sorpresa, afianzó el lugar en la organización mordiendo los labios de la recién llegada.
―Segunda Grande entre los Grandes― suspiró al sentir los dientes de su señora mientras temblaba de alegría.
La entrega que mostró esa mujer me impactó y por eso solo pude seguirlas cuando fueron al salón. Una vez ahí, señalando el mini bar, mi novia le ordenó que nos pusiera una copa. De inmediato, obedeció y mientras nos la servía, Patricia aprovechó para pedirme que la siguiera la corriente.
― ¿Qué vas a hacer?
Sin alzar la voz, comentó:
―Cariño, por ahora, piensa que esta zorrita acaba de perder la razón de su existir y que por su adoctrinamiento se siente desamparada. Debemos demostrarle quién manda y que, a nuestro lado, no tiene nada que temer.
Desconociendo cómo se lo iba a aclarar, di mi consentimiento. Ajeno a lo que la prueba a la que la iba a someter, recogí de manos de Consuelo el whisky y observé cómo después le daba a Patricia el suyo. Nada más ponerlo en su poder, la rubia se quedó aguardando una orden que no tardó en llegar:
―Desnúdate para que tus dueños puedan comprobar la mercancía― escuché a mi novia decretar.
Cuando ya creía que la abogada iba a protestar, sonrió y denotando una clara satisfacción, se puso a desabrochar la blusa que llevaba con estudiada sensualidad.
«Esto no me puede estar pasando», pensé mientras veía caer un botón tras otro de la prenda.
Poniendo a prueba mi capacidad de sorpresa, Consuelo parecía realizada al ir descubriendo lentamente su escote, pero lo que me dejó paralizado fue la determinación que leí en los ojos de mi novia al ver ese striptease.
«Parece un ave de presa oteando a su próxima víctima», sentencié para mí, impresionado mientras la mujer dejaba caer al fin la camisa.
Dotada de unas ubres que para sí quisieran muchas actrices porno y mirándonos con total adoración, la abogada se llevó las manos al corchete de su sujetador.
―Detente. Antes de verte las tetas, quiero comprobar su textura― levantándose del sofá, le anticipó la pelirroja.
Siguiendo al pie de la letra sus palabras, Patricia llegó hasta ella y se puso a valorar con las dos manos el pecho de la mujer.
―Para ser una picapleitos, tienes una delantera decente― comentó mientras le pegaba sendos pellizcos en los pezones.
―Gracias, mi señora― alcanzó a musitar al sentir las yemas de la que consideraba su superiora jugando con sus areolas.
Desde mi asiento observé, que no contenta con ello, mi novia fue la encargada de liberar esas dos maravillas para acto seguido decirle que se aproximara a mí para que yo también pudiese apreciar la naturaleza de los pechos que nos ofrecía. A pesar de saber que esa mujer había sufrido un lavado de cerebro y que por tanto nunca podría rehusar la orden, me sorprendió ver tanto la rapidez con la que llegó ante mí, como la felicidad que mostró al darse cuenta que no era inmune a sus encantos.
―Soy su leal servidora― declaró mientras ponía los senos al alcance de mi boca.
Rompiendo la moralidad de la que hacía siempre gala, me vi recorriendo con la lengua las areolas de la mujer mientras ella gemía de gozo.
―Zorra, tienes prohibido correrte antes que alguno de tus dueños te dé permiso.
El insulto en vez de apaciguar la calentura de Consuelo la incrementó y mordiéndose los labios, se quedó temblando mientras yo terminaba de explorar la totalidad de sus pechos. Queriendo participar, Patricia se acercó y en vez de usar la lengua para recorrer esas dos maravillas, se dedicó a dar mordiscos en ellas mientras menospreciaba la calidad de las mismas:
―Pareces una vaca suiza. No me imagino el tamaño que adquirirán estas ubres cuando mi marido te preñe como vulgar ganado.
Increíblemente esos reiterados insultos provocaron una extraña alegría en su rostro y casi sin poder respirar de la emoción, la abogada sollozó:
―Mi vagina, mi útero y mi cuerpo son de mis dueños… y nada me haría más feliz que los usaran para tener descendencia.
Que una profesional como ella, asumiera que todo su ser era nuestro me reveló la profundidad del adiestramiento al que había sido sometida y curiosamente me pregunté cuántas como ellas tendría a mi disposición.
―Ya basta de premios, ¡puta! Sepárate y muéstranos el resto de nuestra propiedad― pegándola un empujón, mi novia le espetó.
En mi ingenuidad vi un rastro de celos en esa violencia y por eso preferí quedarme callado y no mostrar mi disgusto. No tardé en saber que me equivocaba porque, mientras Consuelo comenzaba a deslizar la falda, mi novia susurró en mi oreja que no debía mostrarme tan magnánimo con la sumisa o perdería mi autoridad.
― ¿Tú como lo sabes? ¿Acaso has practicado esto antes? ― pregunté.
―Cariño, me eduqué en una comuna donde todo el mundo era libre de mostrar el tipo de sexualidad que le gustaba. Y por supuesto que había, entre la gente que vivía ahí, personas que necesitaban un amo o una dama que los dirigieran.
Alucinado con esa confidencia, reconocí interiormente mi total desconocimiento sobre el asunto y la dejé al mando. Para entonces, la rubia se había quedado en bragas, si es que se puede llamar braga al trozo de tela que cubría parcialmente su sexo dejando expuesto la totalidad de su trasero. La belleza de esas nalgas me impresionó y babeando observé como el propio exhibicionismo de Consuelo la hacía exponer sus virtudes ante nosotros.

―Tiene un culo demasiado flácido para mi gusto― señaló la pelirroja cuando sin previo aviso le soltó un sonoro azote.
A pesar de la rudeza del mandoble, los cachetes de la rubia apenas temblaron confirmando ante mis ojos que esa apreciación carecía de fundamento.
«Tiene un culo cojonudo», excitado concluí al percatarme de las ganas que tenía de hincarle el diente.
Siguiendo las órdenes de mi novia, la chavala se despojó de la última prenda que conservaba y demostrando que tenía carácter a pesar de sentirse y saberse nuestra, se encaró ante la pelirroja diciendo:
―No encontrará un solo vello que le impida ver mi coño en plenitud.
Descojonada por la rebeldía de su víctima, Patricia se echó a reír:
―Desde tan lejos, tu amo no puede comprobar esas palabras.
Mientras recorría la distancia que le separaba de mí, Consuelo no dejó de sonreír y segura de que apreciaría el esmero con el que se había depilado antes de verme. Ya a mi lado, usó sus yemas para separar los pliegues que daban entrada a su coño. Lo que nunca previó fue que llegando por detrás Patricia aprovechara para insertarle dos yemas en su sexo y menos que mordiendo su oreja, le ordenara que se corriera.
Esa invasión de su intimidad y la orden causó un maremoto al que no fue inmune y gruñendo como una cerda, su cuerpo colapsó ante mis ojos. No comprendí las risas de mi novia cuando me rogó que le pasara mi vaso y menos que bebiéndose de un trago el whisky, se lo diera a la mujer para que se lo rellenara.
―Tu amo no quiere alcohol, sino tu flujo. Exprime tu coño y no pares hasta que rebose― le ordenó al ver que se dirigía al minibar.
Completamente pasmado, observé que la abogada se tumbaba en el suelo y se ponía a pajear pegando gritos de placer. Si ya eso era suficientemente excitante, Patricia lo hizo más cuando despojándose de su vestido me rogó que le hiciera el amor. Como impulsado por un resorte, la tomé entre mis brazos y tras desgarrar el tanga que llevaba todavía, liberé mi erección.
―Amor, demuestra a nuestra sierva, que es a mí a quien amas― musitó mientras se dejaba caer sobre mi pene.
La humedad con la que me recibió fue una muestra más de que la situación la había puesto cachonda y ya sin recato alguno, mordí sus pechos al verla empalada.
― ¡Dios! ¡Cómo me gusta que me folles con alguien mirando! ― gritó al tiempo que comenzaba a moverse sus caderas.
Al ser eso algo que ya habíamos hecho con Rosa, no tuve a mal complacer su deseo. Llevando las palmas de mis manos a su trasero, forcé su entrega profundizando las embestidas mientras oía el chapoteo que provocaban los dedos de Consuelo al pajearse.
―Zorra, observa como el Grande entre los Grandes hace disfrutar a su esposa― consciente de su presencia, la espetó.
Resultado de esa observación, la rubia cayó en una especie de trance y temblando de lujuria, siguió rellenando el recipiente sin dejar de babear. Confieso que me preocupé al reparar en que la rubia tenía los ojos en blanco, pero entonces muerta de risa Patricia me aclaró lo que pasaba:
―Aunque me habían hablado de que ocurría entre las sumisas siempre creí que era una exageración.
― ¿De qué hablas? ― exclamé exasperado creyendo que la abogada estaba sufriendo.
―Del éxtasis de la esclava― replicó desternillada.
― ¿Qué coño es eso? ― insistí mientras la pelirroja volvía a empalarse con decisión.
Denotando que en cuestión de sexo me daba mil vueltas, contestó:
―Es el estado sumun del placer y que, según los versados en la materia, solo alcanzan las almas sumisas. De ser cierto, Xavi no la convirtió en lo que es. Solo intensificó lo que traía de fábrica.
Si ya eso me traía confundido y excitado, lo que realmente demolió cualquier rastro de moralidad que me quedara, fue oírla decir que teníamos el deber de premiar a nuestra esclava tomando posesión de ella al terminar de hacer el amor entre nosotros.
― ¿Estás insinuando que debo follármela?
―Sí y no. Me da igual cuál de sus agujeros uses, pero debe sentirse premiada por ti mientras calma la sed en mi coño.
La imagen de Consuelo bebiendo de ella despertó su ya exacerbada lujuria y acelerando la velocidad con la que cabalgaba sobre mí, se lanzó en persecución del placer gritando que se corría. No pasaron más que unos segundos antes de que advirtiera en ella las señales de un orgasmo tan brutal como buscado y contagiándome del mismo, mi pene explotó llenando de semen su interior. Sentirse llena, no apaciguó su calentura y reanudando con alegría su galope, buscó y consiguió exprimir hasta la última gota de mis huevos. Momento en el cual, descojonada, me informó que era el turno de Consuelo.
Con mi pene exhausto, pedí que me dejara descansar y me diese tregua. Riendo casi a empujones me obligó a pasar al otro sofá, dejando el grande a su entera disposición.
―Zorra, dale el vaso a tu dueño y ven conmigo.
La rubia incapaz de ocultar su felicidad me dio la cosecha que había conseguido reunir entre sus piernas y pacientemente esperó a que la probara.
―Está riquísimo― afirmé dando un primer sorbo.
Una sonrisa iluminó su cara al oírlo y recordando la orden de Patricia, se giró hacia ella.
―Tengo el coño rebosando de la semilla de tu señor― señaló mientras le mostraba el blanco producto de nuestra lujuria que lucía entre las piernas: ― ¿Te apetece probarla?
―Sí, señora― musitó con alegría al ver en qué consistía su premio.
―Pues ven y date un banquete. Devora todo lo que puedas mientras me lo comes.
No hizo falta que insistiera y hundiendo la cara entre sus muslos, se puso a recolectar con gran ansia ese blanco manjar. Desde mi asiento, miré como mi novia y esa mujer se entregaban a Lesbos. Y aunque siempre me había parecido un tema que no iba conmigo, de pronto mi pene renació con fuerza al ver las blancas nalgas de Consuelo expuestas hacía mí.
Actuando como un mirón mientras intentaba conciliar el dictado de mis hormonas con mi renuencia a hacer un trio, no me quedó otra que callar y observar. Desde el otro sofá, fui testigo del profundo gemido que salió de la garganta de Patricia al notar el aliento de la abogada cerca de su pezón.
― ¡Sigue! ¡Me vuelve loca! – gritó descompuesta cuando, recogiendo su areola entre los labios, Consuelo empezó a mamar de su pecho mientras comenzaba a torturar su clítoris.
Sin dejar de masturbarla, durante unos minutos alternó de un pecho a otro y con la confianza que le daba los berridos de la pelirroja, hasta que decidió que era tiempo de volver a probar a qué sabía el sexo de su señora. En silencio, con lentos besos fue bajando por su torso mientras mi novia se retorcía.
― ¡No pares! ― aulló cuando tomando un descanso, nuestra nueva sumisa cesó de deslizarse y es que su calentura era tal que incorporándose y casi chillando, exigió que continuara.
Por raro que parezca, sonreí al comprobar lo mucho que Patricia deseaba que le comiera el coño y por eso, interviniendo di un azote en el culo de la rubia repitiendo su orden:
― ¡Comételo de una vez! ¡So puta!
No sé si fue el azote, la orden o el insulto, pero me dio lo mismo. Descojonado, observé que había conseguido mi objetivo al verla recorrer los pliegues de mi pareja con su lengua. El agudo chillido con el que Patricia nos regaló al experimentarlo fue suficiente estímulo para que Consuelo perdiera los estribos y se lanzase a devorar su coño como posesa. Usando sus dedos para follarla mientras su boca se regocijaba recogiendo mi semen entre los labios y el atormentado botón, no tardé en comprobar que la pelirroja se corría dando gritos. No queriendo inmiscuirme todavía pero totalmente excitado, me levante para ver mejor cómo disfrutaban del amor lésbico.
―Grande entre los grandes, fóllate a nuestra putita― suspiró mi novia.
Escuchando que se refería a mí usando el título con el que me conocían en la hermandad, comprendí que su intención era cimentar nuestro dominio sobre la burócrata y mientras Patricia se debatía entre un clímax tras otro, decidí dejar a un lado los reparos de participar. Además de ello, viendo el modo en que la rubia meneaba el culo al comerse ese coñito, comprendí que, además de ser su deber, Consuelo me estaba invitando. Por ello, finalmente cedí y le incrusté de un solo golpe mi pene en su interior. El chillido de la rubia al experimentar mi avasallador ataque, provocó que la pelirroja abriera los ojos para ver qué pasaba y al comprobar que estaba poseyéndola, con voz llena de lujuria, me soltó:
― ¡Dale su premio a nuestra guarra! ¡Se lo merece!
Aunque para entonces no me hacía falta su aprobación, me alegró saber que estaba de acuerdo y con mayor énfasis, cabalgué sobre mi nueva montura. El ritmo brutal que imprimí, junto con la excitación que ya acumulábamos los tres, hizo que no tardáramos en corrernos y mientras derramaba mi simiente en su interior, escuché los aullidos de la abogada:
―Mi amo y señor, disfrute de su esclava.
Impresionado con su entrega, seguí galopando sobre su grupa hasta que ordeñé por completo mis huevos y mi verga perdió su dureza. Agotado, me dejé caer al suelo mientras sobre el sofá mi novia y nuestra recién estrenada amante se besaban sin parar.
Os confieso que creí que ahí acababa todo y que la presencia en casa de la joven ya no tenía sentido, pero entonces cogiéndola de la mano, Patricia me soltó:
― ¿Nos acompañas al cuarto?
Intrigado, pregunté para qué.
La puñetera pelirroja me lo aclaró diciendo:
―Me toca comerle el coño… y que, al terminar, me des el mismo tratamiento.
Alucinado abrí los ojos de par en par y cuando creía que nada me podía sorprender, muerta de risa, añadió:
―Aunque todavía no lo hemos hablado, puede que esta guarra tenga el carácter que necesitamos para ser la tercera pata de la organización.
Y girándose hacia ella, le preguntó si se sentía capacitada de dirigir una facción de la hermandad. La chavala necesitó unos segundos antes de contestar:
―Soy capaz y estoy dispuesta.
En su tono descubrí que quería algo a cambio. Que fuera capaz de plantear condiciones a pesar de su adoctrinamiento me hizo saber que era la elegida y directamente pregunté qué deseaba. Hablándome por primera vez de tú, contestó:
―Nunca me atreví reconocérselo a nadie, pero no me sentiré totalmente realizada hasta que me desvirgues el culito.
Mi carcajada resonó en el pasillo…

Mandé un comentario referente a que ya habías publicado este relato en TODORELATOS con otro nombre, ¿Por qué la has cambiado de nombre?
Además te decía la fecha en aque lo habías publicado.
No has dicho nada y el comentario no aparece publicado ¿Cuál es el motivo?.
Saludos.
disculpa pero llevo un tiempo sin ocuparme de la página.
La razón del cambio es que al escribir la novela cambió de sentido.