7

Al día siguiente, fui a despedirme de mi superior en la calle Vitrubio. Como buen amigo y mejor jefe, el general Terán me felicitó por el nombramiento y se puso a mis órdenes para que su sección colaborase conmigo en todo. Cuando obvió que su rango era superior al mío, comprendí que al aceptar el puesto prácticamente dejaba el ejército, aunque nominalmente siguiera en él.

            «Ya no me ve como un soldado», concluí.

            Con esa perturbadora idea rondando en mi cerebro, fui uno a uno a decir adiós a mis antiguos compañeros. Mientras la mayoría mostraron su alegría, la actitud del comandante Rodríguez fue diferente. Al entrar a su despacho, se arrodilló ante mí y me juró fidelidad como habían hecho los burócratas la tarde anterior. Confieso que me indignó saber que la organización de Xavi había pescado adeptos entre la gente que había trabajado conmigo y mirándole a los ojos, le pregunté desde cuando era miembro de la hermandad.

            ―El Grande entre los Grandes me captó cuando usted entró en esta unidad― reconoció asustado.

            Su miedo me hizo ver que su función había sido informar al difunto de mis pasos y que ahora temía que al saberlo mi reacción fuese relegarlo o lo que podía ser peor, ¡hacerlo desaparecer! Sabiéndome un recién llegado, sonreí y únicamente le exigí que si algo importante llegaba a su conocimiento me lo debía notificar. 

            ―Así lo haré, señor― cuadrándose, contestó.

            Meditabundo, recogí mi mesa y salí a la calle para dirigirme al CNI. Aunque debería haberlo pensado, me sorprendió que me estuviera esperando una escolta compuesta de dos coches y una moto para llevarme allí.  Molesto con ese aditamento de mi nuevo estatus, me metí en el flamante Audi donde el chofer se desenmascaró como miembro de la hermandad.

            ―Grande entre los Grandes, soy Joaquín Valdez… su sirviente.

            En ese momento no advertí que entre mis seguidores había escalas y que mientras Consuelo se autodenominó “acólita”, ese hombre se definía como “sirviente”. Ajeno al significado de ese escalafón, permití que me besara la mano antes de exigirle que me llevara a la sede de la carretera de la Coruña a tomar posesión y jurar el puesto.

            El atestado tráfico de esa mañana ralentizó nuestra llegada y eso me permitió ratificar mis sospechas acerca del secretismo de esa organización, ya que al preguntar cuántos miembros del CNI eran “hermanos”, Valdez contestó que ese dato estaba fuera de su alcance.

            ―Conozco solo a dos, pero me consta que somos muchos más los que lo arroparemos.

            El uso del verbo arropar me reveló que en su adoctrinamiento Xavi había impreso en ellos, además de fidelidad, una adoración que rallaba el amor, ya que ese término usualmente se usaba con alguien al que se quería. Meditando sobre ello, caí que las palabras de la abogada al referirse a mi antecesor ratificaban ese extremo:

―Cuando don Xavi murió, creí que nunca podría sustituirlo en mi corazón…

Desternillado comprendí que el difunto necesitaba, además de reconocimiento, el cariño de sus seguidores y que en su paranoia les había obligado a verlo como alguien al que amar.

«Además de un peligro, estabas como una cabra», hablando con él en mi mente, comenté.

Pensando en ese aberrante comportamiento, llegué a las instalaciones que iban a formar parte de mi vida y tras pasar los controles de entrada, busqué mi despacho. Por sus pasillos, mi presencia pasó inadvertida y eso me alegró. Pero al llegar a mi oficina, todo cambió al comprobar que los que serían mis ayudantes esperaban ilusionados mi llegada. Observando en todos ellos, la misma adoración que la del chofer comprendí que eran parte de la hermandad, pero lo que realmente me impresionó fue percatarme de que la mayoría eran mujeres.

«Por dios, he heredado un harén», recuerdo que pensé mientras se presentaban.

Si todas ellas era mujeres atractivas, la que me dejó impresionado fue Verónica, mi secretaria.

«¡Menudo bombón!», exclamé para mí cuando esa diosa de ébano me saludó.

Siendo una mulata altísima, casi de mi tamaño, sus atributos naturales eran algo que jamás había contemplado. Dueña de unas ubres inmensas y de un culo que no le iba a la zaga, sus facciones la hacían una de las mujeres más impresionantes con las que me hubiese topado.

«Es una tentación andante», sonrojado, concluí al verme metiendo la cabeza entre esos melones.

            Asumo que mi sonrojo fue evidente y que esa preciosidad debió advertir la atracción que sentía por ella, pero actuando profesionalmente se autoproclamó como guía para llevarme ante el director. Al ser bisoño en el CNI, no tuve reparo en seguirla por la planta ejecutiva hasta el despacho donde ese hombre regía el espionaje español.

―Debe ser usted muy bueno si, contrariando sus antiguas directrices, la ministra le ha nombrado mi segundo― fue el saludo de mi nuevo jefe.

            ―Perdone, ¿a qué directrices se refiere? ― pregunté un poco más tranquilo al percatarme de que no formaba de la secta.

            ―Doña Paloma siempre quiso desmilitarizar esta institución y es curioso que haya designado un miembro del ejército para el puesto.

            No me quedó duda de que de alguna manera la hermandad había presionado a la política y lo anoté en mi cerebro mientras me ponía a su servicio. El avispado burócrata que debía haber lidiado en muchas batallas sonrió:

―Que sea la última vez que se cuadra ante mí. Soy un civil y usted mientras esté aquí, también.

Con la cola entre las piernas, acepté la regañina y prometí que intentaría no volverlo a hacer pero que cuadrarme ante mi superior era ya una costumbre. Consciente de que esa escena se volvería a repetir, Alberto Morgado señaló una voluminosa carpeta con documentos y me ordenó que para el día siguiente quería saber mi opinión sobre esos temas:

―Son lo más candente que nos ha llegado y si su fama es cierta, sé que sabrá extraer de ella puntos que no hemos visto.

Reteniendo el hábito de ponerme en posición de firme, me despedí y salí de su despacho rumbo al mío. Una vez allí, recibí la visita de Verónica. Siendo algo lógico al ser mi secretaria, lo que no fue tanto es que cerrando la puerta me soltara a bocajarro que era la acólita a la que su padre había encomendado mi bienestar.

― ¿Tu padre? ¿Quién es tu padre? ― pregunté mientras en mi interior rumiaba si las acólitas de Xavi eran en realidad sus amantes.

 ―Creí que lo sabía. Soy Verónica Alboz, la hija del subsecretario.

El tono teñido de tristeza de esa joven me resultó raro, pero extrañamente cautivador, y cediendo al dictado de mis hormonas, creí necesario premiarla con una leve caricia en la mejilla.

―Mi señor… – sollozó al sentir mis dedos recorriendo su cara.

Aguijoneado por esa reacción, bajé por su cuello mientras le preguntaba cómo era posible que fuera la hija del burócrata.

―Mi madre nació en Guinea Ecuatorial― con los pitones en punta, suspiró.

Conociendo ya su origen, acaricié brevemente sus melones a través de su escote sin prever que la mujer se correría. Disimulando las ganas que de improviso tenía de empotrarla contra la mesa, dejé que disfrutara antes de recriminarle ser tan puta.

―Soy y seré la puta de mi señor. ¡No puedo evitarlo!

Al oír de sus labios su completa entrega, me estremecí y asumiendo que se debía a la maldad de mi ex amigo, le pedí que me dejara solo.

―Estaré en mi mesa― comentó mientras se iba totalmente frustrada, pero meneando su voluminoso trasero.

Trasero que observé al saber que, en cuanto se lo requiriera, sería mío.

«Por dios, Xavi. ¿Qué clase de cerdo fuiste?», pensé mientras abría el expediente que me habían ordenado revisar.

Espulgando el mismo, dejé para el final lo que a primera vista consideré secundario y me concentré en lo importante. De todo ello, sobresalían dos temas: el asesinato de un político checo y los atentados a nuestras bases en el Líbano. Revisando el primero, las diferentes agencias suponían que había sido a manos de los rusos por el tipo de veneno usado.

«No me cuadra», recuerdo que murmuré a pesar de que le hubiesen administrado polonio: «¿Qué ganan con ello?».

Dando vueltas al asunto, repasé la biografía del finado y al ver que en vida había sido un conocido euro escéptico, me volvieron a surgir más dudas.

«Para ellos, esta muerte es un contratiempo. Lejos de ser un enemigo, Butler era un aliado al rechazar de plano la unión europea», me dije.

Con ello en mente, me puse a cavilar a quien le beneficiaba su desaparición y solo encontré a dos. Al primer ministro que era partidario de la adhesión total y a Danka Balusek, la segunda del partido fundado por el muerto. Descartando en un principio al dirigente de su país por ser un hombre que todos tildaban de taimado, me centré en su lugarteniente. En cuanto leí que, a pesar de ser una extremista, los odios de esa mujer se dirigían hacia el este, ratifiqué mi primera impresión de que los rusos no tenían nada que ver.

«Lo del polonio es una pista falsa para incriminar a Moscú», asumí y usando las herramientas de mi flamante puesto, pedí que me pasaran todos los informes que teníamos de esa rubia para cimentar una opinión antes de pasársela al jefe.

Revisando a continuación el tema del Líbano, leí con agrado el detalle de cómo se había evitado la catástrofe y que el autor de esas líneas me daba un lugar predominante en los hechos, achacándome gran parte del mérito. Tras esa dosis de auto complacencia, seguí leyendo que tal y como yo ya había anticipado quien había designado el objetivo había sido Ibrahim Zarqai cuando de improviso leí un dato que hasta entonces me había pasado inadvertido.

«¡No puede ser!» exclamé para mí al leer que según nuestras fuentes el converso era la cabeza visible dentro de esa organización de un grupúsculo llamado Al―Akhwan. Hasta el último vello de mi cuerpo se erizó al traducir ese nombre al español: «Tiene que estar mal».

Horrorizado, busqué un diccionario que despejara mis dudas y tras revisar los diferentes sentidos de la palabra en árabe, concluí que no me había equivocado:

Aunque podía ser producto de la casualidad y que nada tuviera que ver con la que había fundado Xavi, no lo creí y me puse a indagar sobre los posibles nexos de mi amigo con “el profesor”. Mi concepto sobre el catalán se hundió más al descubrir que ambos habían participado en un coloquio sobre oriente medio, meses antes de su conversión al islam.

 «Al―Akhwan en castellano significa ¡Hermandad!»

«Allí, lo captó», concluí con el alma por los suelos.

Con esa certeza, me puse a divagar sobre los motivos que hubiesen podido guiar al padre de Lara para que uno de sus seguidores atentara contra intereses españoles y desde lo más profundo de mi cerebro nació una nueva sospecha:

«Ese cabrón sabía que se moría y asumiendo que continuaría su obra, maniobró para que los mensajes de Zarqai fueran interceptados por mi unidad», desolado rumié: «Por algún motivo, ¡me quería en el CNI!».

De ser cierto, el malnacido seguía dirigiendo mi vida desde la tumba y eso más que cabrearme, me intimidó y preocupado, me pregunté qué otras palancas había dispuesto para encumbrar mi carrera. Como lo mejor que se le daba era la estrategia y plantear temas a largo plazo, comprendí que Xavi no daba pasos a lo loco y que, para él, ese antiguo catedrático era una pieza más en la partida de ajedrez que su gente estaba jugando.

«¿Qué utilidad tendrán esos fanáticos para la hermandad?» volví a repasar lo que sabía de sus fines por si encontraba una razón a esa alianza contra natura.

Tras repasar la actividad militar o terrorista de Al―Qaeda, llegué a una conclusión recordando Madrid, París o Londres:

«A partir del 11―S de Nueva York, no han vuelto atentar en Estados Unidos y han puesto la mira en Europa».

Aunque podía deberse a los esfuerzos en prevención de las distintas agencias americanas, también podía deberse a que hubieran conseguido infiltrar a hombres suyos entre los dirigentes islámicos para variar sus objetivos.

«Desde el final de la guerra fría, Europa se sentía a salvo y dejó de gastar en armas», en plan conspiranoico analicé recordando las quejas yanquis sobre el exiguo gasto militar de los aliados: «Con los distintos atentados en capitales del viejo continente, se ha vuelto a invertir en defensa».  

Siendo eso algo conocido, volví a plantear esa cuestión desde la óptica de la hermandad y cabreado, reconocí que en cierta manera eso había fortalecido la idea de una Europa Unida, tal y como la concibió mi ex amigo.

«Para conciliar intereses tan diversos, se han buscado un enemigo externo al que combatir».

Si así había sido, Xavi no solo había traicionado a la patria que juramos servir sino también a todos los valores en que creía. Tratando de calmarme, me levanté a abrir la ventana para que entrara aire fresco. Al hacerlo, me topé con el arquitecto que había diseñado el edificio.

«No se pueden abrir», sentencié.

Sintiéndome enclaustrado, decidí salir a fumar un cigarro al exterior. Todavía estaba encendiéndomelo, cuando apareció Verónica. Asumiendo que me había seguido, le ofrecí uno.

―Gracias ― musitó tomándolo de mi mano.

Sonriendo esa mujer era todavía más bella y nuevamente pensé en lo que sentiría al zambullir la cara entre sus pechos.

― ¿Qué querías? ― pregunté entrando al trapo.

Contra la pared, aunque fuera metafóricamente, contestó:

―Deseaba saber si había hecho algo que lo molestara.

El tono mustio de la mulata me reveló que se sentía desplazada y que pensaba que me había fallado. Cagándome en los muertos de mi antecesor, disimuladamente acaricié su mano mientras le hacía ver que no tenía ningún problema con ella.

―Entonces…. ¿puedo contar con ser ungida por usted?

Confieso que me turbó la forma que usó para preguntarme si iba a ser uso de ella.

«Esto es de locos», pensé al saber que si había usado el verbo ungir se debía a sus connotaciones religiosas y que en su adoctrinamiento consideraba que acostarse conmigo sería una especie de sacramento.

Consciente de ello, no quise aumentar su congoja y con una sonrisa, respondí que por supuesto. La alegría de la veinteañera desbordó mis previsiones y por eso no preví que sacando de su bolso unas llaves me las diese diciendo:

―Quiero que sepa que estaré lista para recibir a mi señor cuando me haga el honor de premiarme con su presencia.

Que me abriera las puertas de su hogar tan abiertamente, volvió a intrigarme y bajando la voz, quise saber si vivía con alguien. Su respuesta nuevamente me puso en un brete cuando escandalizada me informó que no, que desde que don Xavi la había nombrado para mí su única obligación era prepararse para ser mi acólita.

Rumiando el significado de sus palabras, creí intuir que ese capullo nunca se la había beneficiado y tanteando el terreno, decidí salir de dudas.

―Desde niña se me preparó para que mi vientre sea fecundado por el Grande entre los Grandes, pero la enfermedad del patriarca hizo imposible que sacralizara mi cuerpo.

 Esa respuesta tan rimbombante me cogió desprevenido al hacerme ver que no solo no había yacido con él, sino que por raro que pareciera esa chavala seguía siendo virgen. Guardándome el llavero, me di cuenta que la idea de desvirgarla me resultaba un completo despropósito.

«Esta niña se merece un novio, no un amo», sentencié apagando el cigarrillo en el cenicero.

De vuelta al despacho, observé que la cría me hacía una seña pidiéndome permiso para entrar.

― ¿Qué pasa? ― pregunté.

―Don Juan, el consejo de la hermandad está esperando la contestación al mensaje que mandó a su mail.

Tomando el ordenador, revisé el correo.

―En ese no. Tiene que mirar el de la web oscura – comentó la mulata cuando le mostré en la pantalla que no había recibido nada.

            Demostrando que Xavi había confiado ciegamente en ella, me pidió permiso para acceder y poniendo el teclado en sus manos, usó el navegador Tor para acceder a la Dark Web.

            ―Ahora que ha entrado, debe cambiar la contraseña para que solo usted conozca― susurró mientras melosamente pedía su recompensa.

            Recompensa que obtuvo cuando le pedí que se corriera para mí. Esa orden explotó en su cerebro y mientras su cuerpo se convertía en pasto de las llamas, la mulata comenzó a sollozar dándome las gracias. Ese súbito orgasmo fue mayor que el que desencadené con mis caricias anteriormente y reconozco que me quedé observando cómo su cara se desencajaba de placer.

―Mi amado, mi dueño― balbuceó con la respiración entrecortada estremeciéndose de una manera inaudita.

Verla disfrutando así solo con mi voz me reveló la hondura del lavado de cerebro al que había sido sometida y comprendiendo quizás por fin su grado de sumisión a mí, susurré en su oído que lentamente fuera recuperando la cordura. Al escuchar mi ruego, Verónica sonrió y tomando mi mano entre las suyas, comenzó a besarla agradeciendo el gozoso tratamiento recibido.

Maldiciendo al difunto, la levanté con la intención de calmarla. Pero malinterpretando las señales, la mulata se restregó contra mí pidiendo que acelerara sus votos y que no la hiciera sufrir más. Su entrega me escandalizó y rechazando sus mimos, le pedí que me dejara solo para leer el correo del consejo. El gemido de dolor con el que recibió mi rechazo mientras volvía a su mesa confirmó en mi mente la decisión de buscar el medio de liberarla.

«No quiero a mi lado un zombi sin voluntad», me dije a pesar de las ganas que tenía de poseerla.

Con ello en mente, abrí el mensaje del que hablaba y mi cólera creció a niveles impensables al leer que se me informaba del éxito de la misión y que tal y como se había planeado en pocas horas Danka Balusek iba a ser nombrada presidente de su partido. Tuve que sentarme al confirmar tan abruptamente que era la cabeza de una pandilla de asesinos que me consideraban un profeta.

«¿Cómo coño voy a salir de esta?», me pregunté dando por sentado que mi puesto en esa organización era algo a lo que no podría dimitir sino quería poner en riesgo las vidas de todos los que me importaban.

Más de una hora tardé en recuperar la tranquilidad y cuando lo hice, usando la misma vía exigí que me mandaran un dossier completo de la checa. Alguien debía estar al otro lado de la línea, ya que casi de inmediato lo recibí. Si ya de por si eso era extraño, más lo fue leer y ver en la información enviada que la joven había sido preparada con esmero por mi antecesor para erigirse en lideresa de la ultraderecha europea.

«Según esto, fue educada para hacer cimbrar las estructuras de la unión y facilitar que la hermandad se haga con el poder en Bruselas», espantado, concluí.

Pero ahí no quedó todo, porque casi al final del informé descubrí que la rubia era ¡una de mis acólitas! Que esa extremista fuese parte del harén que Xavi me había legado, me terminó de sacar de las casillas y decidí consultar con la única persona que podía confiar que no formaba parte de ese enredo.

―Patricia, te invito a comer― a bocajarro, solté a mi novia en cuanto contestó mi llamada…

Veinte minutos después, estaba entrando en “El paraguas”, un restaurante de lujo ubicado en la calle Jorge Juan donde se reúne lo más selecto de la sociedad madrileña. Ya en la mesa, la vi llegar. La desenvoltura de esa mujer repartiendo saludos entre los “pijos” allí congregados me sorprendió y un tanto cortado, me levanté a recibirla cuando llegó a mi lado acompañado por un político de la oposición.

―Juan, te presento a Lucas Colomer.

La adoración con la que me miraba fue suficiente para que asumiera su condición y ejerciendo mi autoridad sobre los miembros de la hermandad, extendí la mano con la palma hacia abajo. El sujeto comprendió que le estaba exigiendo una muestra de fidelidad y sin importar que tuviéramos público, me la besó.

―Grande entre los Grandes, su esposa ha tenido a bien citarme aquí para que usted ratifique mi nombramiento.

― ¿Qué nombramiento? ― cabreado pregunté a la responsable del mismo.

―Cariño, he designado a Lucas como nuestro enlace en la carrera de San Jerónimo.

Me quedé de piedra al comprender que se refería al Congreso de los Diputados y dirigiéndome hacia el cuarentón, quise saber con cuantos seguidores contábamos entre sus filas.

―Mayoría absoluta― fue su respuesta.

 Horrorizado al escuchar hasta donde llegaban los tentáculos de la organización que presidía, tomé asiento y directamente, le pedí que justificara porqué debía considerar que era el idóneo para esa labor.

―Debo mi carrera a la hermandad y la opinión pública me ve cómo un centrista capaz de aglutinar a los principales partidos en una candidatura única.

 Juro que para entonces mi cabreo había alcanzado tintes peligrosos y por eso tuve que hacer un esfuerzo para que no lo notara cuando pregunté si se veía como el próximo presidente de gobierno.

―Eso está en sus manos. Desde ahora le informo que accederé a ese honor en cuanto usted lo requiera y que pondré todas las instituciones del Estado para crear la gran Europa que soñó nuestro fundador.

Atando cabos, comprendí que la organización estaba preparada para tomar el poder y que lo consideraban algo cercano. Asustado por las implicaciones de todo ello, lo ratifiqué en su puesto y me despedí de él, previendo que nos veíamos a menudo.  Ya solos, reparé en la sonrisa de la pelirroja.

― ¿A qué ha venido esto? ― dejé caer mientras vaciaba mi copa.

Radiante como pocas veces, contestó:

―Cariño, con ayuda de Consuelo, he llegado a la conclusión que actualmente eres el hombre más poderoso de este país y quería que lo comprobaras por ti mismo.

―Es todavía peor de lo que ya sabes― murmuré casi suspirando: ―La hermandad está extendida por todo el mundo y es un peligro que debemos atajar.

Como es normal, Patricia rogó que me explicara y sin mayor dilación, le conté que la organización había organizado los atentados del Líbano para hacerme acceder a la subdirección del CNI:

―No te creo― contestó impresionada.

Sin ahorrar ningún detalle, le conté lo que había averiguado y que, a través de otra acólita, había entrado en contacto con algo llamado “el consejo”. Para mi asombro, centró sus preguntas en Verónica y directamente quiso saber si me la había follado.

 ― ¡Por supuesto que no! ― exasperado exclamé.

―Asumo que si no lo has hecho es porque debe ser horrorosa― señaló mientras entrelazaba sus dedos con los míos.

―Al contrario, es preciosa― respondí para acto seguido hacerle mostrar mi malestar por el conjunto de amantes que debía hacerme cargo y más cuando sabía que una de sus miembros había visto promovida su carrera por medio de un asesinato.

― ¿Otra diferente? ― preguntó.

Al contestar sí y que hablaba de una ultraderechista checa, lo único que se le ocurrió fue cuestionar a cuantas zorritas íbamos a tener a nuestro servicio.

―No lo sé ni me importa― repliqué furioso.

Percatándose de mi enfado, contestó:

―Pues es importante. Por lo poco que he conseguido averiguar tu amigo creo dos estructuras. Una con la que ejecuta sus planes y que está al alcance de unos pocos elegidos y otra que es la que realmente ejerce el poder.

Asumiendo que la primera era “el consejo”, me quedé pensando en cual podía ser la segunda.

― ¡Mi harén! ¡Las mujeres que se autodenominan mis acólitas! ― grité alucinado

Bajando el volumen de su voz, añadió:

―Amor, Xavi era un ser profundamente hedonista que planteó desde la fundación de la hermandad que funcionara como una secta donde las mujeres con las que compartía cama también la dirigieran. Por eso, todos los seguidores que he contactado han visto natural que yo sea tu segunda.

Todavía no había conseguido asimilar sus palabras cuando, muerta de risa, me preguntó si sabía cuál era el título con el que se referían a ella.

―Ni puñetera idea― balbuceé no entendiendo a dónde quería llegar.

―Los iniciados me llaman de dos formas: Solemnemente soy la almohada donde descansa el Grande entre los Grandes, pero coloquialmente ¡la Papisa!

No pude contener una carcajada al escuchar que usaban el femenino de Papa para hablar de mi segunda y tras conseguir calmarme, le conté que eso cuadraba con la forma en que Verónica me preguntó si me iba a acostar con ella.

―En vez de plantearlo directamente, quiso saber cuándo pensaba ungirla.

Tomándoselo a broma, me rogó que la dejase ser la sacerdotisa que la estrenase para mí. El brillo de sus ojos me alertó de que no vería mal desempeñar esa función y cambiando radicalmente de registro, me puse serio.

―Te pedí que comieras conmigo porque no sé por dónde empezar a disolver o al menos controlar la hermandad. Su existencia de por sí supone un riesgo para el mundo libre.

―Para empezar, tenemos que conocer su funcionamiento y tomar las riendas antes de pensar en actuar― respondió sabiamente mientras llamaba al Maître para que tomara nota de lo que queríamos.

La llegada del empleado del local impidió que continuáramos debatiendo y cambiando el rumbo de la conversación, Patricia quiso que le contara qué me había parecido la experiencia con Consuelo.

―Rara, extraña, inmoral y sumamente gratificante― reconocí rememorando las horas que habíamos compartido nuestras sábanas con ella.

―Te lo digo, porque mientras Rosa sigue en la masía he pensado en que nos acompañe.

Justo cuando iba a dar mi conformidad, recibí una llamada. Al contestar, una voz extranjera de mujer me saludó al otro extremo de la línea.

―Grande entre los Grandes, se me ha informado que ha preguntado por mí y para evitar intermediarios he decidido presentarme. Soy Danka, su acólita.

Si de por si esa llamada fue sorprendente qué decir cuando me anunció que estaba en el aeropuerto de Barajas y que deseaba verme. Tapando el auricular, comenté a mi novia quién era y lo que quería:

―No pensaba ir a trabajar― respondió de excelente humor: ― Cítala en casa para dentro de dos horas.

Aceptando la sugerencia di a la mujer la dirección y colgando el móvil, advertí que, bajo el vestido, mi novia lucía los pezones erizados.

―Asumo que te pone cachonda la idea de disfrutar de esa hembra― declaré señalando el tamaño de sus areolas.

Sin dejarse amedrentar, la pelirroja contestó qué era lo que sabía de ella. Sacando el expediente que me habían mandado sobre la checa, se lo di y se puso a revisarlo:

―Por lo que pone aquí, cree en la supremacía blanca y que hay que echar de Europa a los moros y a los negros.

―Así es. Es la líder de un partido xenófobo.

Mis palabras la hicieron reír:

―Pues habrá que bajarle los humos.

Tras lo cual me rogó que contactara con Verónica y que quedara con la mulata a la misma hora.

― ¿Estás segura de lo que dices? ― pregunté sin tenerlas todas conmigo.

―Por supuesto, qué mejor forma de decirle que no estamos de acuerdo con su forma de pensar que hacer que comparta su estreno con una mujer de una raza que odia.

 Después de comer y sin mayor dilación, nos dirigimos hacia mi piso. Reconozco que estaba nervioso al no saber lo que me encontraría. Para entonces esas dos mujeres nos debían estar esperando y dadas sus diferencias raciales y políticas previa que al menos estarían incómodas. En cambio, Patricia parecía tranquila y a pesar de que intenté imbuirle que teníamos prisa, insistió en pasar antes a comprar “algo”. Asumiendo que mi novia sabía lo que se traía entre manos, acepté ir a la dirección que me decía. Una vez allí, juro que mis ojos estuvieron a punto de salirse de las órbitas cuando la vi entrar en un sex shop.

«¿Qué se propone?», me pregunté mientras aguardaba en la puerta del local.

Diez minutos después apareció con dos bolsas bajo el brazo y a pesar de mi insistencia, se negó a revelar lo que había comprado en ese establecimiento.

―Tranquilo, ¡te gustará! ― fue lo único que la conseguí sonsacar de camino a casa.

Al llegar a mi portal, pregunté al portero si no había llegado nadie preguntando por mí.

―Sí, don Juan. Dos señoritas, una morena y otra extranjera.

― ¿Dónde están? ― quise saber al no verlas.

Un tanto cortado, el joven latino me confesó que las había dejado entrar al piso cuando la mulata le mostró su acreditación oficial.

― ¿He hecho mal? ― musitó preocupado.

Comprendiendo que dado sus orígenes el muchacho tenía un miedo cerval a todo lo que le sonara a policía, me abstuve de echarle la bronca y azuzando a Patricia tomé el ascensor. Ya en mi planta, ni siquiera tuve que meter la llave porque antes de que lo hiciera mi secretaria abrió la puerta.

―Mi señor, he creído más seguro que los esperáramos dentro― curándose la herida antes de tiempo, comentó.

No pude echarle en cara su comportamiento al ver que su vestimenta consistía en una túnica blanca que realzaba su belleza.  Y no fui el único, la pelirroja tampoco pudo decirle nada a esa diosa de Ébano, cuyo cuerpo podía entrever a través de esa tela casi transparente.

― ¿Dónde está Danka? ― finalmente conseguí balbucear.

―Su otra acólita está esperando en el salón― fue su lacónica respuesta.

Obligándome a continuar, aceleré mis pasos en busca de la checa. Al entrar en la habitación, comprobé que la foto del expediente no reflejaba la realidad cuando ante mí apareció una valkiria sacada de un comic de Conan.

«Es espectacular» sonrojado, suspiré al verla.

Todavía más alta que la mulata y a pesar de que sus senos eran bastante menos exuberantes que los de Verónica, por lo poco que pude intuir, la dureza de los mismos compensaba con creces su tamaño.

―Vais vestidas igual― rompiendo el silencio Patricia señaló al comprobar que llevaban el mismo tipo de ropa.

―Cuando supe que mi hermana iba a estar presente cuando conociera a nuestro señor, creí que era lo apropiado.

Que la supuesta supremacista se refiriera de ese modo a una mujer de raza negra, me descolocó y acompañado de mi novia, me senté en el sofá sin tener claro cómo actuar. Quienes sí sabían cuál era su lugar fueron las dos jóvenes que arrodillándose ante la que consideraban mi segunda, le rindieron honores jurando que la servirían con la misma fidelidad que a mí.

Reacomodando con rapidez los planes en su cerebro, Patricia les extendió las manos para que se las besaran. De inmediato, esos dos bombones certificaron con un beso su entrega mientras en silencio las observaba.

―Madre única, es un honor presentarnos ante usted vírgenes― susurraron ambas al unísono.

Aunque la mulata ya me lo había anticipado, juro que nunca preví que esa tarde fueran dos las mujeres que debía estrenar y por ello, me sorprendió la naturalidad con la que Patricia se tomó esa información.

―Hijas mías, mi esposo y yo estamos esperando.

Al llamarlas así, fue cuando caí en cómo la habían nombrado y pensando en ello, me pregunté por qué Consuelo no lo había hecho. La respuesta me la dieron ellas mismas:

―Madre, sabemos que para hacernos merecedoras de que usted nos adopte antes debemos demostrar nuestra pureza― suspiró Danka mientras dejaba caer su túnica.

 Imitando a su compañera, Verónica añadió:

―Madre, hasta que seamos ungidas por usted y que su marido ratifique la nuestra adopción poseyéndonos, somos menos que nadie.

Sin poder contener la curiosidad, pregunté qué serían luego.

―Seremos sus acólitas de pleno derecho― suspiró ilusionada la eslava: ―Hijas de su esposa y concubinas.

No habiendo obtenido todas las respuestas, pregunté si conocían a Consuelo Mercado.

―Aunque todavía no nos la han presentado, ambas sabemos quién es la que fue la esposa de nuestro fundador.

Aunque en mi cara debieron ver mi sorpresa, ninguna lo comentó y mientras en mi interior, me cuestionaba la idoneidad de la abogada para ser la tercera pata de la organización, las chavalas se acercaron a Patricia ofreciéndose a ser examinadas. La pelirroja debió intuir sus miedos y asumiendo que no era presentable el hacerlo en mi presencia, les pidió que la esperaran en nuestro cuarto.

―Cariño, ¡son unas niñas! ― musitó en mi oído al verlas desaparecer por el pasillo.

Me alegró intuir que mi novia era reacia a estrenarlas y estando de acuerdo, bajando también el volumen de mi voz le recomendé que se buscara una excusa si pensaba en postergar su entrega.

―Ya me gustaría, pero ambos sabemos cómo se tomarían el rechazo…

Ese susurro me hizo recordar el maldito proceso de adiestramiento al que habían sido sometidas y las posibles consecuencias si se creían indignas de ser nuestras.

―Tienes razón. Solo te pido que seas dulce con ellas― respondí poniendo en sus manos el amargo cáliz de ser la primera persona que las acariciara.

―Lo seré― sonrojada, contestó antes de dejarme solo.

Sin otra cosa que hacer más que esperar, me dirigí al mini bar y me puse una copa. Con ella en la mano, me quedé pensando en el capullo de Xavi, centrando mis iras en que hubiese tenido dos mujeres. Una oficial a cuyo matrimonio asistí que era Rosa y la otra, Consuelo.

Meditando sobre ello, comprendí que la abogada había dado por supuesto que conocía el nexo que le unía con el fundador de la hermandad al recordar sus palabras reconociendo que jamás pensó que pudiese sustituir a mi amigo en su corazón hasta conocerme.

«Por eso, siendo una sumisa de nacimiento, fue capaz de hacerse valer. Debió ser ella quien dirigió la organización durante la enfermedad de su amante», concluí.

En ese momento llegaron a mis oídos unas risas. Intrigado, apuré la copa y fui a ver lo que ocurría. Confieso que por el pasillo no iba preocupado dada la alegría que denotaban esos gritos, pero jamás se me pasó por la cabeza encontrarme con mi novia haciendo cosquillas a las muchachas mientras comparaba sus anatomías. Impactado por la hermosura de sus cuerpos diversos y gratamente sorprendido, me quedé de pie admirándolas.

«Son preciosas», pensé mientras reparaba en sus diferencias.

El amor que sentía por Patricia no impidió que me fijara en que era la más baja de las tres y que las otras dos la sacaban media cabeza.

«Es una pigmea a su lado», sonreí al ver que se ponía de puntillas para besarlas.

La temperatura de esa escena subió muchos enteros cuando Danka respondió al beso abrazando a la que sentía su madre y ésta la premiaba frotando los pechos contra los de ella. Siendo las dos blancas como la nieve, la piel de mi novia era mucho más sonrosada.

―Madre, no es justo. Yo también soy su hija― sollozó la mulata reclamando los mismos mimos.

Tomándola de la cintura, la atrajo hacia ellas y hundiendo la lengua en su boca, le concedió el deseo. El gemido que brotó de su garganta fue lo suficientemente expresivo para que desde la puerta me diese cuenta y por eso no me extrañó que se repitiera cuando la checa se apoderó de uno de sus negros pezones con los labios.

―Hermana mía― suspiró al sentirlo.

La diferencia de color se hizo más evidente al ver a Danka aferrada a su pecho y he de reconocer que me excitó. Pero no fui el único, porque mi novia tampoco permaneció inmune a la imagen de la rubia mamando de la mulata y no queriéndose quedar sin su porción se apoderó del otro. Ese doble ataque derritió a Verónica y pegando un largo suspiro, les rogó que siguieran amándola.

―Todavía no me has demostrado que eres digna de que te adopte― riendo a carcajadas, Patricia le espetó justo antes de empujarla hacia la cama.

La morena casi enmudeció al verme en la entrada del cuarto y completamente colorada por la postura que tenía que adoptar para exhibir su virginidad, se abrió de piernas.

―Nunca he estado con varón alguno, puede comprobarlo.

Queriendo que ese trance fuera lo menos molesto e impulsada también por su espíritu juguetón, mi novia se quejó que no llevaba gafas y llamando a la checa, le pidió si podía confirmar que el himen de Verónica permanecía intacto. Danka comprendió que bromeaba y acercando la cara a los muslos de la mulata, respondió que ella tampoco podía corroborar su existencia.

―Mete la lengua y búscalo― divertida al ver el susto de la examinada al poner en duda que siguiera inmaculada, ordenó.

La rubia no dudó en obedecer y hundiendo la cara en el coño de su compañera, con delicadeza buscó la telilla que confirmaría que era pura. El sollozo de placer con el que recibió ese húmedo agasajo azuzó la sed de la eslava y durante un minuto, hurgó entre sus pliegues devorando golosamente el fruto que brotaba de la mulata. Los gemidos y suspiros de Verónica fueron in crescendo al sentirse amada y estaba a punto de correrse cuando de pronto Danka paró:

―Madre, no lo encuentro. Dudo que sea digna― guiñando un ojo, declaró.

Al no haber visto el gesto, mi secretaria palideció y casi llorando, le rogó que siguiera buscándolo porque ahí estaba. Siguiendo con la broma, mi novia se puso seria y de muy mala leche, comenzó a recriminarle el haber echado por tierra la posibilidad de ser su hija.

―Le juro que me he conservado intacta para su marido― con lágrimas en los ojos sollozó creyéndose la burla.

―Eso habrá que verlo―mientras se agachaba entre sus piernas y sin variar el tono, replicó.

Compadeciéndome de ella, pero sabiendo que no debía intervenir y dar por terminada la broma, pensé que eran un par de cabronas mientras en la cama Verónica esperaba a que Patricia le separase los pliegues para volver a insistir que era virgen. Haciendo oídos sordos a su desesperación, mi novia sacó la lengua y probó el sabor de la morena, antes de insinuar que quizás Danka se hubiese equivocado.

―Madre, sé que se equivoca y que si esa zorra niega su existencia es por qué no quiere compartir su cariño― gritó sintiéndose ya más segura.

   Lo que jamás previó fue que, al escuchar el menosprecio hacia su compañera, mi novia cerrara los dientes dolorosamente sobre su clítoris. El grito de dolor de la mulata quedó en nada cuando su cuerpo colapsó dominada por un orgasmo tan súbito como imprevisto. Y cuando digo imprevisto, no exagero ya que tomándola desprevenida un chorro de flujo golpeó la cara de Patricia antes de darse cuenta de lo que ocurría.

―Menuda forma de correrse―  comentó al sentir ese cálido caudal cayendo por sus mejillas.

Todavía horrorizada, Verónica encadenó placer y miedo cuando de nuevo experimentó la lengua de mi novia hurgando dentro de su coño.

―Tranquila. Estábamos bromeando cuando afirmábamos no encontrarlo.

Dejándose llevar por la tensión, la mulata juró venganza mientras su gozo se incrementaba y desde mi privilegiado puesto de observación la veía temblar sobre las sábanas.

            ―Madre, por favor. No me haga sufrir más y dígame si soy digna― sollozó no creyendo lo que le decía la eslava.

            ―Eres… deliciosa― replicó sin dejar de devorarle el coño.

            Aunque ese piropo intensificó el rio que brotaba de sus piernas, no le sirvió y llorando insistió en que necesitaba saber que iba a ser adoptada. Patricia, finalmente, compadeció de ella y llamándome a su lado, me rogó que tomase posesión de ella. Para entonces, mi erección era hasta dolorosa y por eso vi como un regalo esa petición. Despojándome de la ropa, acudí a la cama, el altar donde mi secretaria esperaba ser ungida por mí.

            ―Mi señor― suspiró al contemplar el tamaño de mi pene.

            El miedo que leí en sus ojos me hizo recordar que era su primera vez. Consciente de ello, me tumbé a su lado con la idea de acariciarla y así facilitar su trance, sin prever que al sentir mis manos recorriendo su cuerpo Verónica se echase a llorar.

            ― ¿Qué te ocurre pequeña? ― mi novia preguntó al oírlo.

            Antes de poder responder, la morena comenzó a temblar y ante nuestros ojos explotó presa del gozo. La intensidad de su orgasmo nos dejó sin habla e impresionados contemplamos cómo la cara de la joven se desencajaba producto del placer. Curiosamente ese estado se contagió a la otra novicia y sin necesidad de que nos ocupáramos de ella, Danka se estremeció mientras un incendio asolaba su cuerpo.

―Gracias― alcanzó a chillar dominada por las sensaciones que afloraban en ella.

Absorto y paralizado, observé a Patricia tirar de ella. La rapidez con la que se desarrollaba todo casi me impidió comprender de primera qué se proponía la pelirroja cuando la tumbó encima de la mulata.

―Nuestras niñas están esperando ser ungidas― murmuró echando mano de mi erección.

Los reparos que tenía de estrenarlas me hicieron cambiar de objetivo y colocando a su matriarca sobre ellas, de un solo empujón hundí mi sexo dentro de ella. Curiosamente todas sin distinción sintieron como mi pene entraba en sus coños. Ante mi sorpresa y al unísono las tres se pusieron a exigir que las siguiera amando. La sintonía de sollozos y gritos se intensificó cuando comencé a cabalgar sobre Patricia.

―Montanos y haznos tuyas― gritó mi novia consciente de que en su paranoia las dos vírgenes se sentían amadas por su señor.

Parcialmente repuesto, supe que no me quedaba otra y mientras aporreaba el interior de mi novia, acaricié los pechos de las otras con la intención de que no se sintieran excluidas. Mis yemas recorriendo esos senos tan diferentes en tamaño y pigmentación demolió mis reticencias. Elevando el ritmo y la profundidad de mis embestidas descubrí en sus rostros una felicidad compartida.

―Sois mías― chillé entusiasmado al asumir plenamente su propiedad.

La mulata y la rubia se vieron sacudidas por un nuevo torbellino de placer al oírme y mientras yo seguía martilleando el interior de Patricia se vieron inmersas en un placer aun mayor que las hizo babear y retorcerse sobre las sábanas. Todavía no comprendo que fue lo que me pasó, pero al notar que mi novia se corría sentí la necesidad de continuar y viendo el cuerpo de Verónica a mi alcance, decidí formalizar su entrega. Con mi pene todavía chorreando del flujo de la pelirroja, le separé las piernas y de un solo empellón, hundí la totalidad del mismo en el interior de la muleta.

―Siga amando a sus concubinas― aulló al sentir que su himen pasaba a mejor vida mientras buscaba los labios de la checa.

Por extraño que parezca Danka fue la siguiente en alcanzar el orgasmo y totalmente entregada, respondió mordiendo dulcemente la boca de mi secretaría. Ni siquiera necesité acelerar para que contagiada por el placer de sus compañeras, la morena fuese absorbida por tanto estímulo y maullando de alegría, todo su ser se desbordó llenándonos con su flujo mientras caía semi desmayada en el colchón.

  ―Nuestra otra hembra necesita tu consuelo― todavía con la respiración agitada, Patricia me aconsejó.

Asumiendo que era así y que debía repartir mi cariño entre ellas, saqué mi extensión de la guineana con la intención de desflorar a la europea. Curiosamente, la rubia miró aterrorizada el tamaño de mi atributo.

―Soy la última esclava de mi señor― suspiró al ver que lo acercaba a ella.

Recordando su falta de experiencia, comprendí que para ella era un desconocido y con una tranquilidad que todavía no comprendo comencé a jugar con mi glande a la entrada de su vagina al tiempo que le susurraba que para ella sería el honor de recibir mi semilla. Esas palabras dichas sin pensar, provocaron un terremoto en la muchacha y con lágrimas en los ojos, me confirmó que estaba en sus días fértiles.

―Mejor, estoy deseando que nos des un hijo― exclamó con un raro brillo en los ojos mi novia.

En cualquier otro momento, la perspectiva de ser padre me hubiese echado para atrás, pero en ese instante hasta la última célula de mi cuerpo vio lógica la paternidad e introduciéndome lentamente en ella, me topé con su virginidad.

―Me darás muchos, no solo uno― susurré mientras con mi ariete rasgaba esa telilla tan sobrevalorada.

La felicidad que demostró al hacerla mía fue impactante, pero aún más que a su lado Verónica se volviese a correr al sentirse coparticipe de ese estreno.

―Besa a tu hermana― ordené mientras mi virilidad se hundía hasta el fondo del útero de la checa.

 No necesité insistir y todavía dominada por los estertores del clímax, la mulata se puso a morder los labios de su compañera mientras Patricia se reía a carcajadas:

―Menudas dos putas calenturientas nos legó tu amigo.

Por el tono comprendí que lejos de estar preocupada o celosa, la pelirroja estaba encantada con la idea de compartir algo más que el mando de la hermandad con ella y por eso no me extrañó ver que se levantaba de la cama y abría la bolsa donde había guardado las compras de esa tarde. Lo que sí me resultó novedoso fue contemplar que sacaba un arnés.

― ¿Qué vas a hacer? ― pregunté mientras se adosaba ese artilugio a las caderas.

Muerta de risa, contestó:

―Son dos y necesitas mi ayuda para que no se enfríen.

Antes de darme tiempo de reaccionar volvió al colchón y colocando a Verónica a cuatro patas, forzó su interior con ese trabuco de plástico.

―Madre, ¡por fin soy su hija! ― gritó feliz al sentir esa enormidad capeando en su interior.

Ese berrido y la satisfacción que encerraba me permitió concentrarme en la checa e incrementando la velocidad de mi asalto, busqué cumplir la promesa de sembrar su vientre con mi semen. Como si fuéramos una maquina creada a tal efecto, Patricia y yo acompasamos nuestros movimientos de forma que cuando yo sacaba mi pene de la rubia, ella se lo incrustaba a la mulata.

―Más rápido, ¡papisa! ― le urgí al ver la cercanía de un nuevo orgasmo en mi montura.

 Que me refiriera a ella mediante ese título la hizo reír y soltándole un doloroso mandoble al culo de Verónica, la exigió que se moviera. La carcajada de alegría de mi secretaria al recibir tal estimulo desbordó mis previsiones y denotando una lujuria al alcance de pocas convirtió su trasero en una batidora.

―Mi señor, yo también quiero sentir su cariño de esa forma― sollozó Danka envidiando la serie de azotes que estaba recibiendo su compañera.

 Nadie se escandalizará al leer que no dudé en complacerla y que alternando nalgadas en sus blancos cachetes cumplí sus deseos con presteza. El sonido de nuestras manos resonando en los culos de las novatas marcaron nuestro ritmo y sellaron de cierta forma su entrega. Por eso ya ambas se habían visto inmersas un par de veces en el gozo cuando finalmente exploté esparciendo mi simiente en el interior de la centroeuropea.

―Hemos sido ungidas y nuestro destino esta ya escrito― suspiraron mientras sonreían satisfechas al ver agotados a sus dueños.

Satisfecho busqué sus besos y atrayéndolas hacia mí, les avisé que la noche era larga y que pensaba usarlas hasta la extenuación….

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