8

Tras la borrachera sexual que protagonizamos esa noche, llegó la resaca y al despertarme, seguía todavía somnoliento cuando escuché que mis dos acólitas se levantaban dejándonos a Patricia y a mí todavía en la cama. Aprovechando su marcha, desperté a la pelirroja y le pregunté qué pensaba de las jóvenes.

―Me imagino que no te refieres a si están buenas o si me lo pasé bien amándolas― contestó mientras se incorporaba.

Sonriendo al ver la naturalidad con la que hablaba de la orgía que habíamos realizado, comenté si no le resultaba extraño que Danka, una extremista de ideas racistas, hubiese compartido sabanas y caricias con una mulata sin quejarse. Tras meditar el tema durante unos instantes respondió que solo podía explicarse si no compartía las ideas de su partido y que su afiliación al mismo se debiera a una orden directa de Xavi.

―Hay otra razón posible― respondí.

― ¿Cuál?

―Que su adoctrinamiento sea tan potente que, a pesar de creer en la supremacía blanca haya tenido que dejarla de lado para complacerme.

Mis palabras la hicieron dudar y pensando en ellas, replicó que la única forma de saberlo, era preguntárselo directamente. Admitiendo que era sobre todo lo más rápido, la azucé a acompañarme a la cocina donde por el ruido ese par estaba preparando el desayuno. Poniéndose en pie y sin siquiera ponerse un camisón que tapara sus atributos, me siguió por el pasillo.

Antes incluso oír sus voces, el olor a café recién hecho nos confirmó que se habían anticipado a nuestros deseos.

―Qué hambre tengo― susurró a mi lado.

Con un gesto, la hice callar porque quería escuchar de lo que hablaban.  Al obedecerme, llegó a mí con claridad las risas de Verónica comentando a su compañera lo feliz que se sentía siendo mi concubina.

―No sé por qué lo dudabas. Fuimos educadas para que nuestros cuerpos procreasen la estirpe que dominará el mundo y era nuestro destino― respondió la centroeuropea.

―Aun así, me ha sorprendido sentir tanto placer de manos de un hombre que apenas conozco.

―Claro que lo conocías. ¿O no te acuerdas de cómo disfrutábamos juntas en la residencia de la hermandad mientras nos ponían videos de él y del antiguo jerarca?

―Eran tus dedos los que me daban placer― suspiró la morena mientras sin disimulo restregaba su sexo contra el trasero de la rubia.

―Sabes bien que no… ¡no era lo mismo cuando nos acostábamos solas! No me puedes negar que nuestros orgasmos eran más intensos imaginando que don Juan nos veía.

Desternillada de risa, le dio la razón y preguntó a su reconocida amante qué opinaba de la papisa:

―Como aperitivo está bien, pero me encantaría tener la oportunidad de someterme a nuestra verdadera dueña. No me imagino lo que podríamos gozar en manos de doña Rosa.

―Yo tampoco. Desde que desperté, no he podido pensar en otra cosa. Si disfruté tanto con la novia de nuestro señor, el placer que sentiría en manos de la que será su esposa… ¡ser suya sería algo glorioso!

Al oírlas miré a Patricia para ver cómo le había afectado que la consideraran un segundo plato. Tal y como había anticipado, estaba molesta pero extrañamente tranquila tras conocer que en la hermandad consideraban a la viuda por encima de ella.

― ¡Qué equivocadas están estás zorritas si piensan que voy a dejarme arrebatar el puesto! ― la oí musitar mientras entraba en la cocina.

Reconozco que en mi caso tardé más en recuperarme. La idea que una mujer tan buena y carente de maldad fuese la primera en el escalafón de esa secta era algo que no me cuadraba.

«Es imposible. De ser así, no fue una víctima de Xavi sino su más estrecha colaboradora», me dije sin dar crédito a tal disparate.

Por ello, me quedé sin habla cuando mi novia les anticipó que iba a necesitar su ayuda para preparar una fiesta:

 ―Aprovechando que Rosa viene a Madrid, me gustaría organizar un convite donde la plana mayor de la organización nos conozca.

― ¿Estará la señora? ― Danka preguntó confirmando lo que habíamos oído.

En su tono descubrí, además de ilusión, sorpresa.

«¿Qué extraño?», recuerdo que pensé.

Patricia también se percató, pero en su caso no se pudo contener e imprudentemente quiso saber el motivo de su extrañeza.

―Don Xavi nunca quiso presentarla. Según él, su mujer y su hija estaban incluso un peldaño por encima de él y que nadie era digno de conocerlas.

Reculando de inmediato, mi novia replicó:

―Tenéis razón. No he dicho nada. Mejor le pregunto antes, no vaya a ser que la señora se moleste conmigo.

No tuve que ser un genio para comprender ese paso atrás. Patricia se había dado cuenta que la intención de Xavi había sido asegurar la pervivencia de su esposa y de su retoño por muchos cambios que hubiese en la organización y que realmente no era la cabeza de la misma. Con ello en mente, volví a preguntarme por el papel de Consuelo, la otra pareja del difunto, ahora que el jefe era yo.

«No debió ser fácil para ella ceder la jefatura y dármela a mí», me dije recordando que había ejercido de gran jefa durante la enfermedad de Xavi.

Como si me hubiese leído los pensamientos, la mulata me pidió permiso para contactar con ella.

―No hace falta, ya forma parte del harén de nuestro dueño― contestó por mí, Patricia.

Juro que me quedé blanco al oír el modo en que se había referido a mí cuando de todas las mujeres que conocía esa pelirroja era la más independiente y más celosa de su libertad. No tuve ocasión de seguir exprimiéndome el coco con sus motivos y es que, susurrando en mi oído, me informó que le siguiera la corriente. Al aceptar, volvió a la habitación y trayendo su bolso extrajo dos collares de su interior.

―De rodillas― exigió a las crías.

Blanca y morena, española y centroeuropea, respondieron de inmediato cayendo postradas ante ella.

―Juradme lealtad― sin darles tregua les requirió.

―Madre― bajando la cabeza en señal de respeto, musitó Verónica: ―Soy y seré su hija hasta el fin de mis días.

Cerrando el primer de los collares alrededor de su cuello, mi novia miró a la checa y tras descubrir la emoción que la embargaba, la azuzó a imitar a la mulata.

―Madre― con dos lagrimones recorriendo sus mejillas, repitió: ―Soy y seré su hija hasta el fin de mis días.

A pesar de la alegría que mostraban, me percaté que su sumisión era diferente a la que había mostrado Consuelo y que mientras ellas nos miraban con adoración, la entrega de la abogada era diferente y que a pesar de someterse lo hacía casi de igual a igual.

«Estas dos nos ven como algo inalcanzable mientras que ella se considera parte de nosotros», concluí divertido al recordar el modo tan particular con el que se había declarado nuestra sumisa.

Sin saber hasta dónde llegaba mi poder sobre ellas, decidí que era un buen momento de explorar sus límites y actuando como un perfecto cretino, bromeé dejando caer que quizás no volvería a acostarme con ellas a pesar de los buenos momentos que habíamos pasado juntos. Al escucharlo, ambas lo creyeron y pensando en que de alguna forma me habían fallado, se lo tomaron a la tremenda.

―Mi señor, mátenos antes. No podríamos vivir sin sentir su amor – casi al mismo tiempo, aunque usando diferentes palabras comentaron.

El dolor de su tono me hizo recular y ejerciendo ese dominio que nunca pedí, respondí como jamás hubiese soñado jamás. Tomándolas de la cintura, mordí sus labios riendo:

―Si algún día, os mato… será a polvos.

Cambiando totalmente de actitud, se echaron a reír y mientras restregaba sus cuerpos contra el mío, la mulata susurró que se ofrecía voluntaria para ese tratamiento. Su desbordada alegría me recordó la realidad de su adoctrinamiento y sintiéndome por enésima vez una mierda, pedí que nos dieran de desayunar.

La cabrona de mi novia aprovechó para vengar la afrenta sufrida y desternillada, les echó en cara el tenernos hambrientos. El nerviosismo de esas criaturas al ser reprendidas se intensificó cuando de pronto recibí una llamada de Rosa.

―Hola, ¿cómo está mi señora? ― contesté simulando una dependencia jerárquica que no tenía.

Lo que no anticipé y por eso no silencié el altavoz del móvil, fue que la viuda se echase a reír y a través del teléfono, se pusiese a coquetear conmigo diciendo las ganas que tenía de estrenarse conmigo.

―Uff― escuché a la mulata suspirar.

Al girarme hacia ella, me sorprendió ver que tenía los pezones totalmente erizados al igual que su compañera. Mientras seguía meditando sobre la razón de esa reacción, Rosa no paraba de insinuárseme. Su insistencia al teléfono intensificó la extraña calentura de las dos chavalas hasta que cayendo ambas al suelo se comenzaron a correr dando gemidos.

― ¿Con quién estás? ― al escucharlos desde el otro lado de la línea, me preguntó.

―Conmigo, pero cariño no pares de hablar. Me encanta oírte― comentó mi novia al ver que no contestaba.

― ¿Te cuida bien nuestro esposo? – ajena a lo que ocurría, divertida suspiró pensando que quizás nos había pillado haciendo el amor.

―Muy bien. Ahora mismo estamos aleccionando a dos pupilas… es a ellas a las que oyes.

Entendiendo que de nada servía ocultar que las dos crías estaban sumidas en ese imprevisto orgasmo, quise matar dos pájaros de un tiro y comprobar también cuál sería la reacción de la viuda ante las que se consideraban sus seguidoras. Avisándole de quiénes nos acompañaban, encendí la cámara y le mostré a las acólitas gozando, añadiendo que ella se lo había provocado con la voz:

―Son muy monas― sonrió sin creerme al ver sus cuerpos desnudos, pero entonces observó que su piropo había incrementado los gemidos de las dos bellezas. Recordando su propia experiencia, quiso verificar si era verdad y me pidió que les acercara el altavoz a sus oídos.

― ¿Con cuál quieres probar primero? ― anticipando lo que iba a ocurrir, contesté.

―Con la rubia―  sin dudar, respondió.

Antes de pasársela, le expliqué en voz baja que para esas criaturas ella era alguien inalcanzable, una especie de Diosa.

― ¿En serio? ― todavía confusa, preguntó.

―Te lo juro― afirmé mientras se la ponía al aparato.

Al hacerlo, curiosamente, cambió de tono y adaptando un tono serio, pidió a la centroeuropea que le dijera su nombre.

―Danka, su excelencia. Soy su servidora.

Tras escuchar de sus propios labios que, para esa niña, ella era quien yo decía, añadió:

―Eres una zorrita preciosa… córrete para mí.

Pegando un alarido, la chavala se derrumbó presa del placer.  La sonrisa que ese gemido provocó en la viuda me alertó que le gustaba el papel y por eso no me extrañó que me pidiera pasarle a la mulata.

―Lúcete para mí― le exigió con tono duro ante la consternación de la chavala.

Temerosa de fallar, mi acólita bajó los brazos y mostrando la belleza de su piel morena, se atrevió a sonreír.

―Pellízcate los pechos.

Desconcertada, obedeció llevando las yemas al derecho y al hacerlo, sintió que un abismo se abría frente a ella.

―Castígate el otro con más fuerza― susurró mezclando autoridad y ternura.

Temblando de arriba abajo, cumplió la orden sin prever que sus piernas iban a flaquear al alcanzar un nuevo clímax.

―Mi dueña― balbuceó mientras su cuerpo se incendiaba.

―No pares de correrte hasta que yo te lo diga― consciente del orgasmo que la embargaba, Rosa comentó sin dejar de mirarla.

Juro que me sorprendió comprobar que esa mujer tan apocada para tantas cosas había sido capaz de asimilar tan rápido el poder que tenía sobre ellas.

«Es como si ya estuviese habituada a ejercerlo», pensé mientras volvía a sospechar que no era la mujer indefensa que nos había hecho creer.

Supe que algo parecido debía estar meditando Patricia al observar la forma en que miraba la escena. Mis sospechas se incrementaron cuando soltando una carcajada, la viuda se dirigió a mí preguntando si ya me las había tirado.

― ¿Tú que crees? ― respondí tratando de comprender el motivo de su pregunta.

―Me imagino que hasta por las orejas― soltando una carcajada, replicó.

De alguna forma comprendí que tanta satisfacción no era normal. Aun así, no me esperaba que hablando a Verónica le preguntara si estaba en sus días fértiles.

―No, mi señora. Acabo de pasar la regla.

Demostrando una indignación que no sentía, comenzó a vociferar diciendo que eso no podía ser.

―Lo siento― alcanzó a musitar la centroeuropea.

―Ponme a mi marido.

Acojonada, me pasó el teléfono. Su tono duro cambió de inmediato al hablar conmigo. Destilando ternura, comentó lo mucho que le apetecía vernos y que contaba las horas que le faltaban para llegar a Madrid. Ese brusco giro en la conversación me cogió con el pie cambiado.

―Yo también tengo ganas de estar contigo― sin mentir, reconocí mientras escuchaba los continuos gemidos que salían de la garganta de Verónica al seguir corriéndose.

―El miércoles os quiero para mí. Necesito que estemos solos los tres― suspiró haciéndome ver que incluía a Patricia en el paquete, pero también que no deseaba tener otros acompañantes.

―No te preocupes― cogiendo el móvil, la pelirroja contestó: ― Esa noche será nuestra y de nadie más.

Al confirmárselo, Rosa melosamente murmuró lo mucho que le apetecía hundir la boca entre sus muslos mientras yo la poseía. Esa imagen provocó que mi novia se excitara y con los pezones erizados contestó que le pondría el coño a su disposición si ella hacía lo propio.

―No lo dudes. Cuando nuestro hombre me haya tomado, mi cuerpo será tuyo.

Interviniendo en la conversación, dejé caer que al menos tendría algo que decir al respecto.

―Cariño, no te pongas celoso. Siempre serás el hombre de la casa, aunque tus esposas se mimen entre ellas.

Ignorando mi cabreo, Patricia añadió que me tenía muy visto y que lo que realmente le apetecía era recibir los mimos de un cuerpo de mujer.

―Sois unas zorras― grité al escuchar las risas del aquelarre que se había confabulado en mi contra.

Mi exabrupto intensificó su escarnio y desternilladas comenzaron a comentar cómo se explorarían, cómo se acariciarían y los mordiscos que se darían mientras me tenían a dieta. Estaba a punto de mandarlas a la mierda cuando de repente escuché a Danka decirme al oído:

―Mi señor, siempre podrá descargar su ira en nosotras. ¡Para eso estamos sus acólitas!…

Esa mañana tras dejarlas, cuando llegue a mi oficina en el CNI, una de mis secretarias me informó que el director quería verme de inmediato. El nerviosismo de esa monada era tal que comprendí que Alberto Morgado no debió ser muy sutil al requerir mi presencia. Como en teoría no había hecho nada que pudiese molestarlo, ingenuamente crucé el pasillo sin advertir la tormenta que se avecinaba.

«Debe haber surgido un problema que no conozco», me dije mientras tocaba su puerta.

De inmediato, escuché que me daba permiso para entrar y al hacerlo intuí su furia, pero jamás que me preguntara de sopetón qué relación me unía a Danka Balusek.

―La conocí ayer…― comencé a decir.

El cabreo de mi superior era tan intenso que, sin dejarme terminar, me soltó que no me creía ya que esa mujer había pasado la noche en mi apartamento. Todavía no comprendo que las musas se apiadaran de mí y que se me ocurriera inventarme una salida:

―Ayer cuando me dio esos informes para que los estudiara, no me cuadró la versión de que la muerte del político checo era responsabilidad rusa y aprovechando mis contactos, pedí a esa mujer que viniese a verme―  comenté para acto seguido aclarar que si había pernoctado en mi piso había sido para evitar que su estancia en la capital se hiciese pública si se registraba en un hotel.

Más tranquilo, pero en absoluto convencido, quiso saber qué conclusión había obtenido de ella:

―Creo que no ha tenido nada que ver con la muerte de su jefe de filas y se ha comprometido en colaborar con nosotros para aclararla― mentí.

Como viejo zorro experto en esas clases de lides, Morgado quiso saber que le había prometido a cambio.

―Poca cosa…― comenté mientras buscaba algo creíble que decir―… me comprometí en buscarle una cita sin publicidad con la ministra.

― ¿Con qué objeto? ― rugió molesto: ―La jefa nunca accederá a reunirse con alguien al que la prensa acusa de neo nazi.

―Lo sé y por eso debe ser discreta. Pero creo que dadas las encuestas que han publicado sobre la intención de voto a doña Paloma le interesa tender un puente por si esa mujer forma parte del futuro gobierno checo.

Mi jefe comprendió que con discreta quería decir secreta y aceptando mi puesto de vista, insistió en que primero debía reunirse con él antes de pensar en hacerlo con la titular de defensa. Sin opción a negarme, únicamente pregunté donde quería que la citara pensando que me iba a decir en esas instalaciones.

―Ni a ella ni a mi nos conviene que nos vean en público― comentó antes de sugerir que, aprovechando que se alojaba ahí, la cita tuviese lugar en mi piso.

Un tanto preocupado por usar mi hogar, acepté y me comprometí en organizarla. Fue entonces cuando me dijo que preparara todo para las dos y media y así ocultar la reunión al resto del CNI bajo el amparo de una comida entre colegas.

 ―Disculpe, pero no tengo servicio ni nadie que nos cocine― contra la pared, murmuré.

―Ya que estuvo presente en la reunión de anoche, dile a Verónica que te ayude a preparar todo― fue su respuesta.

 Pálido comprendí que sus fuentes también le habían informado de la presencia de la mulata y no pudiendo objetar, me despedí de él y salí rumbo a mi despacho.

«Tengo que hablar con ellas y planear qué vamos a decir para ocultar la intervención de la hermandad en el asesinato», me dije mientras me dirigía a mi puesto de trabajo.

Al llegar a la subdirección, vi que mi secretaria ya había llegado y haciéndole una señal le pedí que me siguiera. Cualquier avezado observador hubiera descubierto la alegría de la morena mientras entraba conmigo en el despacho. Cualquier otro excepto yo, que no me percaté de nada hasta que cerrando la puerta la chavala se lanzó en mis brazos. Reconociendo la excitación que me provocó el roce de sus pechos, la llamé al orden y le expliqué que el uso que deseaba hacer de ella no tenía nada de sexual.

―Morgado sabe que pasasteis la noche en mi casa y quiere reunirse con Danka.

La tez de la cría perdió su color al oír mis palabras. Temiendo que nuestro superior la cambiase de departamento al asumir que éramos amantes, se puso a llorar:

―Aunque deje de ser su secretaria, no me eche de su lado. Nací para servirlo.

El intenso dolor de la criatura me impactó y compadeciéndome de ella, le explique que su fachada seguía en pie porque don Alberto había dado por supuesto que su presencia la noche anterior había sido en calidad de ayudante.

― ¿Entonces mi trabajo con usted no corre peligro? ― ilusionada preguntó.

―Tenemos tres horas para inventarnos una versión que explique porqué Danka se trasladó a Madrid para verme o seremos dos los que pasemos a engrosar la lista del paro― respondí mientras le regalaba una caricia.

Verónica tomó como un reto el problema y poniendo sus neuronas a funcionar, ella sola elucubró una solución al menos arriesgada:

―Quizás debamos reconocer su participación en el magnicidio y justificarlo en la deriva pro rusa del muerto. Aunque en un principio esa confesión puede ir en su contra, si movemos bien nuestras bazas podemos hacer pensar al director que la tiene agarrada de los ovarios y que la puede convertir en su peón.

Siendo inteligente, me parecía un riesgo excesivo y así se lo hice saber. Reculando buscó otra explicación:

―Como el jefe de la inteligencia checa es uno de nuestros hermanos podemos hacerle saber que Danka es una de sus colaboradoras y que la muerte del político fue orquestada por su organización. Él nunca lo reconocerá, pero tampoco lo negará y eso en nuestro mundo es una confirmación.

Que ese hombre fuera miembro de la hermandad era un dato que desconocía y que en ese momento no podía comprobar, pero asumiendo que era verdad decidí mezclar ambas explicaciones en una sola:

―Danka le va a reconocer que trabaja como infiltrada desde hace años para el servicio secreto de su país y que este decidió hacer desaparecer al líder del partido para que la nombraran presidenta del mismo y así evitar que se radicalizara aún más.

―¿Le parece que llame a Novak Dušek y que esté también?

Mirando el reloj, dudé que diera tiempo:

―Inténtalo.

La chavala ya se marchaba cuando la paré en seco:

―Se me olvidaba. Llama a un catering que prepare comida para cinco.

― ¿Cinco? ¿Quién es la quinta persona que va a ir?

―Una mujer de piel negra tan bella como lista.

― ¿La conozco? ¿Me puede decir su nombre? ― luciendo una sonrisa preguntó.

Descojonado, le lancé un cuaderno mientras le avisaba que en cuanto tuviese un momento iba a castigarla con una serie de azotes para que se lo pensara dos veces antes de retarme:

―Eso no es un castigo sino un premio― sonriendo, la preciosa morenita declaró antes de irse a cumplir con su misión….

9

Poco antes de reunirme con Morgado para llevarlo a la cita, desde casa, Verónica me confirmó que su homólogo checo había aterrizado en Barajas y que llegaría a tiempo para la comida. Sabiéndolo, me acerqué a su despacho y viéndolo todavía reunido con unos subalternos, discretamente que teníamos que hablar. Despidiendo a sus visitas, preguntó qué era lo que pasaba.

            ―Nuestra cita me acaba de comunicar que va a estar presente su jefe.

            ― ¿De quién hablas? ¿No se supone que ella ha sido nombrada líder de su partido?

            ―Así es y aunque le sorprenda, esa mujer me ha dicho que pertenece al BIS.

― ¿Te refieres al servicio de información y seguridad checo?

―Sí, y la persona que se ha apuntado a la comida es su director.

―¿Me estás diciendo que Novak Dušek en persona va a asistir?― alucinado me cuestionó.

―Me acabo de enterar y he venido corriendo a advertirle― comenté a sabiendas de que mentía.

            Supe intuir en su rostro que no se esperaba ese giro de los acontecimientos, pero reaccionando a la sorpresa, tomó su maletín y me azuzó a darme prisa porque no quería llegar tarde.

            ―Después hablamos, ahora debemos irnos.

            Ese después resultó casi inmediato porque nada más subirnos al coche oficial me atosigó a preguntas sobre qué narices se iba a encontrar cuando se vieran.

            ―Creo que ese hombre viene con la intención de evitar que sigamos investigando la muerte del opositor a su gobierno― dejé caer.

Eso mismo debía pensar porque se abstuvo de hacer ningún comentario el resto del viaje sobre el hombre y orientando la conversación hacia la chavala, me soltó si estaba tan buena como en el expediente.

―No, ¡está bastante mejor! Ya la verás, pero de antemano te advierto que es un bombón.

―Eso dicen mis fuentes, pero viendo su foto me parece exagerado.

―No te dejes engañar. Te puedo asegurar que esa rubia es capaz de levantar un muerto de su tumba― sonreí satisfecho por el rumbo de la charla.

―Tendré que fiarme de tu buen juicio― replicó y entrando en confianza, me preguntó si ya me la había tirado.

―Para nada― respondí sabiendo que estaba sondeando mi profesionalidad: ―Es demasiado joven para mí.

Sé que no me creyó o al menos no estaba seguro. Por eso haciendo un brindis al sol, añadí:

―Además sospecho que sus intereses van por otro lado.

― ¿Acaso esa monada es lesbiana?

―No sé qué decir, pero ayer parecía encantada de contestar las preguntas de Vero más que las mías― comenté desviando sus sospechas hacia mi secretaria.

Juro que jamás preví que ese burócrata contestara:

―Debes hablar con ella para que la seduzca. Si conseguimos sacarle fotos con una mulata, la tendremos en nuestras manos.

No tuvo que explicar el motivo de su petición, ya que como lideresa de un partido xenófobo sus seguidores podrían perdonar un desliz con una mujer, pero jamás con una de otra raza. 

―No sé si estará dispuesta a hacerlo― musité simulando una vergüenza que no sentía.

―Por lo que me han dicho, esa niñata te mira con ojos tiernos y quizás con que le prometas un premio, acceda.

Alucinado de que mi jefe se hubiese atrevido a insinuar ese intercambio de favores, me hice el ofendido y alzando la voz, mostré mi inconformidad.

―Ni de broma me acostaría con una subordinada.

Desternillado de risa, respondió:

―No fastidies. Esa cría es un pibón. Si tanto te molesta el color de su piel, anúdale una bandera y todo por la patria.

Que pensara que era un racista me indignó y defendiéndome con uñas y dientes, le expliqué que mis pegas venían motivadas por tener novia y por la raza de la muchacha.

―No será la primera vez que te sacrifiques por el bien común― sonriendo añadió.

―Hablaré con Verónica, pero no prometo nada― cediendo, me comprometí.

Morgado sonrió al verme claudicar y cambiando de tema, quiso que pensara en la utilidad que podríamos sacar a la checa.

―Tenerla como topo nos permitirá saber de antemano que se mueve en la ultraderecha europea― ilusamente contesté.

―Deja de pensar como militar, ahora eres un político. Si la tenemos en nuestro poder, podemos aprovechar para que su gente actúe según nuestros intereses.

―Reconozco que me he perdido.

―Joder, el próximo año España presidirá la Unión y el gobierno quiere un mandato sin estridencias. Si conseguimos que el ala más ultra del parlamento de Estrasburgo no de la lata, lo tendremos hecho.

No tuvo que insistir y asumiendo que, según se decía entre los pasillos, nuestro presidente quería hacer cambios en los órganos comunitarios, respondí:

―Me imagino que quiere que no se muestren tan abiertamente eurófobos y que no se opongan a dotar de más poder a Bruselas.

―Ya lo has captado― concluyó dando por terminada la conversación.

Como la hermandad tenía en su ideario una Europa unida y fuerte, no vi problema en ello y aunque no era partidario de la fusión total de los países miembros, tampoco me desagradaba una unión menos burocrática y con más potestades.

Al llegar al parking de mi edificio, repasó lo que quería de mí y con la certeza de que iba a cumplir sus directrices subimos a casa. Allí nos esperaba su colega de profesión acompañado de las dos chavalas. De inmediato comprobé que el encargado de inteligencia checo me miraba con adoración y temiendo que mi jefe se diese cuenta, me mantuve en segundo plano mientras se saludaban.

―Cuanto tiempo― escuché a don Alberto decir mientras le estrechaba la mano.

―Demasiado― fue la respuesta de su interlocutor mientras presentaba a la que en teoría era su pupila.

Tras darle un discreto repaso, mi superior me preguntó dónde podía reunirse con Novak Dušek y cediéndole mi despacho, únicamente pregunté si consideraba mi presencia oportuna.

―Mejor no― replicó haciéndome ver que no quería testigos de lo que ahí iban a hablar.

Aceptando el ser excluido, estaba aprovechando el estar solos para comentar a mis acólitas las órdenes de Morgado cuando de improviso comenzamos a oír que la conversación subía de volumen y que los dos hombres estaban discutiendo.

«Putísima madre. Van a terminar como el rosario de la aurora», pensé al escuchar que el español gritaba al checo que eso era incomible y que se negaba de plano a mantener silencio sobre el magnicidio.

Sabiendo que era una pantomima y que quería vender caro su mutismo, estaba tranquilo. No así las dos chavalas que cada vez más nerviosas qué íbamos a hacer al respecto. Con todo bajo control me dediqué a tomarlas el pelo y simulando que estaba tan preocupado como ellas, dejé caer que quizás se debían tirar al director del CNI por el bien de la organización. Lo que jamás me esperé es que, soltando una carcajada, la morena me soltara que si quería someter sexualmente a Morgado eso sería función mía.

― ¿Estás diciendo que es gay? ― balbuceé sorprendido.

Sin dejar de reír, me informó que si me hubiese dignado a leer el archivo que sobre él me había dado ya lo sabría.

―Por eso, pedí a Novak que viniera. Al fin de cuenta ese par han tenido más de un escarceo entre ellos― Danka añadió.

Que el checo fuera también homosexual me pilló nuevamente desprevenido pero que encima fueran amantes, era algo que jamás se me había pasado por la cabeza. Seguía pensando en ello cuando los gritos comenzaron a bajar de volumen y fueron sustituidos por otra clase de ruido.

―Parece que están llegando a un acuerdo― comentó mi secretaria con una sonrisa al reconocer el tipo de sonido que estaban haciendo.

Era tan evidente que ese par se estaba dejando llevar por la pasión que me abstuve de decir nada y preferí preguntar que tenía preparado para comer.

―Solomillo de rubia y de segundo revuelto de acólitas― contestó tomando a la checa de la cintura.

            Confieso que me hizo gracia su salida de tono y que hubiera entrado al juego si en ese justo momento no hubiera aparecido mi jefe en el salón con la mirada medio perdida. Pensando que la expresión de su cara se debía al arrebato de pasión que acababa de protagonizar, no lo tomé en cuenta y junto al resto nos dirigimos hacia el comedor. Es más, no me percaté de que algo raro ocurría hasta que su homologo, olvidando los convencionalismos de nuestra profesión, le pidió que se sentara a su lado llamándolo “cariño”.

            «¿Qué ocurre aquí?», me pregunté al escuchar ese apelativo que denotaba que entre ellos eran algo más que colegas.

            Mis sospechas se intensificaron cuando Morgado tomó asiento junto a él y permitió que lo tomara de la mano. Meditando sobre esa súbita salida del armario, me lo quedé observando.

            «Está drogado», concluí horrorizado al comprobar que permanecía con la boca abierta mientras miraba a su alrededor.

            No tuve dudas de que alguno de esos tres le había dado algo, pero seguía sin comprender por qué lo habían hecho y sobre todo la utilidad de ello hasta que de pronto Novak se dirigió a mí como jerarca de la hermandad.

            ―Grande entre los grandes, es un honor compartir con usted la misma mesa.

            Todavía en la inopia, creí que estaba aprovechando que su homologo hispano no se enteraba de nada para demostrarme su fidelidad. Pero entonces Danka tomó la cara de Alberto entre las manos y comenzó a recitar el ideario de la hermandad.

            ―Una Europa unida bajo un único mando es el único modo de que recupere su prestigio y su poder. Somos diferentes pero iguales. Desde Suecia a Portugal todos formamos parte del mismo destino.

Hasta el último vello de mi cuerpo se erizó al escuchar que mi superior repetía el mensaje con la misma entonación que había usado la checa:

―Una Europa unida…

―Juan Urbieta es la luz que nos guiará al resurgir que todos deseamos. Nuestro deber es amarlo y obedecer sus designios.

―Juan Urbieta es la….

―Sus seguidores formamos parte de una Santa Hermandad que bajo su tutela conseguirá devolver a Europa al puesto que se merece― siguió diciendo la rubia casi gritando.

―Sus seguidores formamos…. –como un loro replicó Morgado.

Alucinado comprendí que estaba siendo testigo de su adoctrinamiento y no sé qué me sorprendió más si la rapidez en la que cayó en trance o la facilidad con la que estaban grabando en él esas directrices. Molesto dejé de escuchar y levantándome de la mesa, me serví una copa mientras trataba de anticipar las consecuencias que tendría ese lavado de cerebro en mi carrera.

―Era necesario. Morgado se estaba acercando demasiado y terminaría sospechando de nuestra existencia― a mi oído susurró la mulata.

Preso de la ira, la tomé del brazo y llevándola a otra habitación, hice la pregunta que me llevaba atormentando:

― ¿No te das cuenta que tu amor por mí también es producto de la misma sumisión química? ¿Cómo puedes estar contenta sabiéndolo?

―Mi señor, nací para ser su acólita y soy feliz siéndolo― con una sonrisa contestó.

Desconozco por qué me exasperó tanto esa respuesta y todavía menos sé que me llevó a desgarrar su vestido mientras le replicaba que no quería a mi lado alguien sin voluntad.

―Se equivoca mi señor. Gracias a usted, soy libre― contestó convencida mientras se frotaba contra mí.

Impulsado por la sinrazón de sus palabras, quise hacerla cambiar de opinión demostrándole que podía ser un hombre perverso y llevando mis garras a sus pechos, con lujo de violencia me deshice de su sujetador.

―Use a su esclava para calmarse― murmuró con los pezones erizados al verse casi desnuda.

Ni siquiera intenté comprender su entrega y despojándola de las bragas, la empujé contra la pared. Lejos de molestarle el ser tratada como objeto, gimió al sentir mi pene presionando su entrepierna:

―Deme su cariño. Necesito saber que le soy útil.

Tal despropósito me cabreó aún más y tomándola en brazos, hundí mi erección en ella.

―Preñe a su acólita― sollozó al sentir mi glande abriéndose camino entre sus pliegues.

 Con saña y sin cariño comencé a cabalgarla mientras unas lágrimas corrían por sus mejillas. Realmente pensé que estaba consiguiendo mi objetivo al ver que con cada penetración se incrementaba sus llantos hasta que de pronto la escuché correrse.

― ¡Sígame haciendo tan dichosa! ¡Riegue mi vientre!

Por alguna razón, mi corazón se llenó de orgullo al asimilar que esas lágrimas eran de alegría y acelerando el ritmo de mis caderas continué machacando su sexo. Cogiendo sus pechos, los usé de ancla y sin pensar en otra cosa que no fuera mi placer, seguí forzando su interior cada vez más rápido.

―Soy la hembra donde mi señor libera su sufrimiento― chilló al sentirse realizada.

Ese grito abrió la puerta del malnacido que había en mí y aferrándome a su pelo, comencé a marcarle el compás con una serie de dolorosos azotes. Cuanto más fuertes eran mis nalgadas, mayor era el caudal que brotaba de ella y con el sonido del chapoteo de mi pene golpeando su vagina, busqué explotar en el interior de la morena.

― ¡Dios! No pares, te lo ruego― bramó descompuesta al notar que su cuerpo vibraba con una intensidad nunca sentida.

Olvidando cualquier tipo de límite, acuchillé su coño una y otra vez con la melodía sonora de sus gemidos resonando en mi piso.

― ¡Muévete y ordeña a tu amo! ― la espeté dominado ya por mis hormonas.

Cumpliendo mis deseos, dotó a sus caderas de un movimiento circular que exprimió mi verga de una manera nueva y gritando de placer, externé mi gozo pidiéndole más pasión. Obedeciendo esa orden, se apoyó en la pared y llevando una de sus manos a mis testículos, comenzó a presionarlos como si deseara exprimirlos. El dolor que sentí con ese apretón terminó de volverme loco y prueba de ello fue el mordisco que le regalé en el cuello en un intento que los soltara. Contra todo pronóstico, al clavar mis dientes en su negra piel, Verónica se zambulló en un nuevo orgasmo. Orgasmo que dejó en ridículo sus anteriores clímax y cayendo desplomada en el suelo comenzó a temblar como en un ataque epiléptico.

Horrorizado, pedí auxilio.

Danka no tardó en llegar y en vez de socorrer a la mulata que se debatía sobre la alfombra, se echó a reír.

―Joder, ayúdala― le reclamé.

Desternillada de risa, la joven política contestó:

―No puedo ni quiero. Jamás me atrevería a interrumpir el gozo de su acólita. Llevamos toda la vida esperando a sentirlo y sé que su placer durará horas.

― ¿De qué coño hablas? ― indignado quise saber más.

―Siendo unas crías, Xavi nos explicó que llegaría el día en que usted nos haría disfrutar de un placer sin límite y que rozaríamos el cielo al ser suyas.

Tal absurdo, renovó mi ira al saber que era parte del condicionamiento impreso en sus cerebros y pegando un portazo, desparecí rumbo hacia mi cuarto…

Seguía intentando vislumbrar a solas las consecuencias de lo sucedido y que mi jefe se hubiese convertido en miembro de la hermandad, cuando mi teléfono móvil comenzó a sonar. Al leer en su pantalla que era Consuelo la que llamaba, descolgué:

            ―Don Juan, tengo que verle. Ha ocurrido algo en importante y el consejo me ha pedido que le pregunté cómo debemos actuar.

            Sabiendo que esa mujer había dirigido en la sombra la organización y que, si había tomado la decisión de llamarme, eso solo podía deberse a que no quería apechugar con la responsabilidad de decidir algo que luego no me gustara, le pedí que fuera a verme.

―En este momento, su casa no es segura. Mejor venga usted a la mía.

Entendiendo que no quería hablar con personas presentes, accedí y tras averiguar la dirección, salí hacia allá sin despedirme de nadie. La experiencia me guió a tomar el metro y saliendo en la estación de Nuevos Ministerios usar otro transporte y coger un taxi, asegurándome en todo momento que nadie me seguía. Tras cambiar dos veces más de vehículo, una hora después me bajé a una manzana y a pie hice el final de mi trayecto, convencido que mi presencia allí era desconocida para todos los que no fuéramos ella y yo.

Ya en su portal, llamé al telefonillo.

―Sube, aquí te espero― contestó mientras abría la puerta.

Tomando el ascensor, aparecí en la planta donde la rubia me esperaba. Sin decir nada, me hizo pasar a su piso. Tras cerrar el pestillo, me llevó al salón y a bocajarro me informó que a través de unos contactos la Hermandad se había enterado de un atentado que haría cimbrar la Unión Europea.

― ¿Tenemos algo que ver? ― pregunté para descartar que fuera obra de la gente que se autoproclamaba como seguidora mía.

Comprendiendo mis sospechas, Consuelo afirmó que jamás se les hubiera ocurrido preparar algo tan grande sin preguntar primero.

― ¿En qué consistirá y qué es lo que tanto temes? ― quise saber parcialmente aliviado.

Presa de un histerismo que me preocupó, se tomó unos momentos antes de contestar que un grupo anarquista con ramificaciones en Rusia tenía previsto atacar el parlamento europeo al día siguiente aprovechando una sesión plenaria en la que estarían casi todos sus miembros. No hizo falta que me explicara las consecuencias de una matanza así y sentándome en un sofá, le pedí que me trajera una cerveza mientras me ponía a pensar qué hacer y cómo evitarlo.

Ya de vuelta con la bebida, me entregó un dosier donde con pelos y señales se detallaba tanto el plan como la identidad de los terroristas. Tras ojearlo y comprobar que esos locos tenían previsto causar la mayor cantidad de víctimas posibles, dejé caer la posibilidad de avisar a las autoridades belgas para que ellos se ocuparan de acabar con la amenaza.

―No tenemos la seguridad de que no haya un topo en la policía de Bruselas― comentó: ―Debemos ser nosotros quien se ocupe de borrarlos del mapa.

Sin admitir que me daba respeto saltarme la legalidad y que prefería hacerlo por cauces normales, le pedí que me ampliara la información y que me dijera de que efectivos disponíamos en esa ciudad.

―Anticipándome, en este instante, está volando a la capital de Bélgica un destacamento de limpieza y si usted lo autoriza en tres horas podemos borrarlos del mapa.

― ¿De cuántos hablamos? ― pregunté alucinado con el eufemismo que había usado para referirse a un grupo de asesinos.

Creyendo que no me refería a los miembros de la Hermandad, sino a los que preparaban el atentado contestó:

―Prevemos unas quince bajas de ellos y ninguna de los nuestros.

Como militar estaba acostumbrado a la violencia y a mandar a mis hombres a la guerra, pero que lo hicieran en mi nombre no era lo mismo. Aun así, comprendí que esas muertes eran un precio minúsculo que tendría que asumir para evitar el caos que supondría la desaparición de todos esos políticos.   

―Quiero hablar con el líder que coordina la operación.

Al escuchar mi deseo, la expresión de Consuelo me alertó que nunca previó que antes de autorizar le pidiese entablar contacto con la persona al mando.

―No me has oído, ¡ponme con él! ― insistí al percibir su rechazo.

Todavía renuente, intentó hacerme cambiar de opinión aludiendo a que eso podría desconcentrarlo y que era preferible que me lo presentara una vez hubiese realizado la misión.

―Te ordenó que contactes y me lo pases ¡ya!

Viendo mi cabreo, comprendió que debía obedecer y aterrorizada, marcó en su móvil un teléfono pidiéndome perdón por anticipado. Malinterpretando sus temores y pensando quizás que el encargado de esa operación de castigo iba a ser un militar que alguna vez hubiese estado a mis órdenes, le quité el teléfono.

―Dime preciosa, ¿qué es lo que quieres? ― escuché al otro lado de la línea.

Mi enfado se incrementó al reconocer la voz y sin entender lo que pasaba, miré a Consuelo:

―No estoy para bromas… quiero hablar con el sicario que has mandado y no con Patricia.

Aterrorizada, se echó a mis pies mientras reconocía que mi novia era la que iba a llevar a cabo el ataque. Todavía desconozco cómo fui capaz de aislar esa traición del asunto que traíamos entre manos. Pero lo cierto es que, con tono duro, retomé la conversación exigiendo que me contase qué preparativos habían hecho y cómo habían planteado el asalto a la base de los terroristas.

Tan sorprendida como yo y en vez de centrarse en la pregunta, la pelirroja intentó explicar su papel al mando de esa tropa de asesinos.

―De eso hablaremos a tu vuelta, ahora quiero conocer el plan― con ganas de llorar mientras mi mundo se desmoronaba, contesté.

Recomponiéndose de inmediato, Patricia enumeró todo lo que sabían de la nave que tomaría al asalto y la resistencia que esperaban encontrar. La profesionalidad y los detalles que usó para contármelo, me hizo saber que no iba a ser la primera operación de ese tipo que comandaría.

―Acaba con ellos y vuelve con vida― ordené lleno de ira.

La mujer creyó intuir en mis palabras que podía perdonarla y llorando, me aseguró que su amor por mí era real. Imprimiendo a mi respuesta de todo el odio que fui capaz, contesté:

― ¡Zorra! Si te he pedido que vuelvas sana, ¡es porque quiero matarte con mis manos!

Tras lo cual, estrellando el teléfono contra la pared, me bebí de un trago la cerveza y mirando a Consuelo, demandé que me dijera si había algo que debía saber antes de pedir al consejo que la hiciera desaparecer. Asumiendo que, dado mi estado, esa amenaza no era baladí, se levantó del suelo y salió del salón.  Los dos minutos que tardó en volver los aproveché para poner en orden mis ideas y comprender que Xavi seguía maniobrando desde la tumba y que había preparado todo para que mi destino fuera sustituirlo.

Aun así, nada me preparó para ver llegar a la rubia en compañía de mi ahijada.

― ¿Qué hace Lara aquí? ― en plan energúmeno le grité mientras se la quitaba y la abrazaba.

―Padre, no soy Lara sino Luisa― muerta de risa, la criatura contestó mientras me daba un beso.

No sabiendo a qué atenerme, la observé con mayor detenimiento y descubrí que no mentía al ver unas sutiles diferencias que en el primer vistazo no había advertido y dando por sentado que era hija de Xavi, dirigí mi ira hacia su madre antes de caer en cómo me había llamado la pequeña.

― ¿Quién has dicho que soy? ― mutando en ternura mi tono, le pregunté.

Llena de alegría, me volvió a besar antes de hacerse la sabionda y contestar que era su papá:

―Tengo tus fotos en mi cuarto. Estaba esperando conocerte. Hace poco, mamá me avisó que pronto ibas a volver a España a vivir con nosotras.

Con ganas de hacer realidad la amenaza, hice de tripas corazón y manteniendo toda la cordura que pude, pedí a Luisa que me mostrara su habitación. Guiado por la chiquilla mientras Consuelo permanecía en el salón, llegué a donde dormía. Allí comprobé que no había mentido y que, en un estante, había una extensa colección de instantáneas que resumían mi carrera militar. Todavía alucinado me acerqué:

― ¡No puede ser! ― exclamé mientras un rencor creciente nacía en mi interior.

Aun asumiendo que Xavi se las había proporcionado, me seguía pareciendo imposible porque ni siquiera yo conocía la existencia de varias de ellas. Cogiendo al azar una en la que estaba disparando en mitad de una refriega, traté de recordar quién había estado presente ese día en el que unos partisanos serbios nos habían atacado.

«No había nadie más que los hombres de mi pelotón y dado el ángulo en que la tomaron no pudieron ser ellos», me dije horrorizado.

Si no había sido ninguno de los míos, la única explicación es que había sido un enemigo.

«No me puedo creer que haya sido una escaramuza preparada por la Hermandad sólo para sacármela», concluí indignado recordando que a raíz de la misma el sargento que me acompañaba había resultado herido. Disimulando la ira que me consumía, tomé una muñeca y dándosela a la chavala, le dije que se quedara allí porque necesitaba hablar con su madre.

De vuelta al salón, no me pude contener y directamente, le espeté qué clase de locura era esa y cómo era posible que su hija y la de Rosa fueran idénticas. Aterrada, la rubia sollozó que habían sido engendradas por inseminación artificial. Eso explicaba su parecido, pero no el motivo por el que esa cría sostenía que yo era su padre. Ante mi nueva pregunta, contestó:

―Porque lo eres.

― ¡Mientes! ― me defendí zarandeándola con furia: ― ¡Son hijas de Xavi!

Sin quejarse del daño que le hacía, al temer por su vida, tuvo que aclarármelo:

―Ya estaba enfermo cuando decidió tenerlas y como la terapia le había dejado estéril, usó tu esperma.

―Jamás me he prestado a eso―  acababa de replicar cuando de pronto recordé que, siendo todavía un cadete, nuestro mando me había obligado a donar semen al laboratorio de la unidad.

Comprendiendo que de nada le servía mentir al ser algo fácilmente demostrable, di por bueno que era así. Pero entonces me surgió otra duda:

―Si usaron mis espermatozoides para fecundar un óvulo, ¿quién fue la donante, la verdadera madre de las gemelas.? ¿Tú o Rosa?

Cumpliendo la primera ley de Murphy que sostiene que por muy jodida que esté la cosa es susceptible de empeorar, la rubia respondió:

―No fuimos nosotras. Solo Xavi sabía qué mujer permitió el nacimiento de las trillizas.

― ¿Cómo que trillizas? ¿Hay otra?

Al darse cuenta de su error y que desconocía que hubiese una tercera, decidió que no podía seguir ocultándolo:

―Su antecesor quería garantizarse que su obra siguiera a través nuestro. Al haberlo elegido su heredero, creyó oportuno que sus tres esposas concibiéramos a la vez un hijo tuyo.

― ¿Quién fue su tercera zorra? ― pregunté.

Temiendo quizás que echara a todas de mi vida, con voz casi inaudible, respondió:

―Patricia, tu novia.

Desmoralizado por la nueva traición de la pelirroja, hui de ahí dando un portazo…

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