
15
A las ocho y un minuto, mi móvil comenzó a sonar. Saber que la operación de rescate acababa de empezar y que debía mantenerme al margen, me tenía de los nervios. A través de los mensajes que iban entrando, supe que los operativos que la desconocida había preparado no se circunscribían a España, sino que estaban teniendo lugar por toda Europa. Tengo que confesar que nunca esperé que esa mujer hubiese puesto de acuerdo a las policías de todo el continente bajo el disfraz de la lucha contra el terrorismo islámico.
«Alguien con experiencia en estrategia y versado en combate es quien ha planeado esta acción», me dije al comprobar que se estaba llevando a cabo a la misma hora y en lugares tan dispares como Berlín o Estambul.
Estas sospechas se incrementaron cuando a los pocos minutos pude comprobar a través del teléfono el éxito que estaban teniendo en todos los países:
«Zarqai no se debía esperar un ataque de este calibre», concluí al leer que solo en España habían capturado a veinte de sus seguidores, dejando tres muertos sin que se hubiesen producido heridos en las fuerzas del orden.
Con el alma en vilo esperé a que uno de esos mensajes me informara de la liberación de las secuestradas, pero el tiempo pasaba, los SMS se sucedían y ninguno me notificaba su rescate. Consciente de que no era mi operación y que por tanto una interferencia por mi parte sería podía ser contraproducente, seguí los acontecimientos en la pantalla con creciente pesimismo. A los veinte minutos de empezar todo acabó y los mensajes de felicitación de los líderes de la hermandad por la victoria estuvieron a punto de colapsar mi movil sin que hubiese recibido noticia alguna de las mujeres.

Desmoralizado, decidí llamar a Camilo por si podía informarme de su destino. Llevaba tres intentos fallidos de contactar con él cuando de pronto me llamaron desde un número oculto. Pensando que sería el agente devolviendo la llamada, descolgué:
― ¡Maldito hijo de puta! No es esto lo que habíamos pactado― escuché que me gritaban.
― ¿De qué pacto habla? ― respondí sin saber siquiera quién estaba al otro lado del teléfono.
Con el sonido de tiros entorpeciendo la conversación, mi interlocutor se quejó de solo estar cumpliendo mis órdenes
― ¿Quién es usted y a qué ordenes se refiere? ― todavía creyendo que hablaba con un líder policial, pregunté.
Aunque nunca contestó a mi pregunta, no me hizo falta para saber qué se trataba de Ibrahim. Y es que, dejando la conversación abierta, se lanzó metralleta en mano contra los que le atacaban gritando la conocida expresión “Allahu akba”. Tras un breve intercambio de disparos, unas voces en alemán me confirmaron que el islamista había muerto, dejándome en un estado total de confusión.
«No entiendo nada», reconocí para mí mientras trataba de encontrar un sentido a lo sucedido. Si hacía caso a sus últimas palabras, ese hombre había sido una vulgar herramienta y no el responsable último del secuestro.
Poniendo mi cerebro a funcionar, traté de hallar al cabecilla de ese complot buscando a quién le beneficiaba lo sucedido. La respuesta me llegó de Consuelo cuando me informó que en televisión española había cortado la emisión para dar una noticia donde me mencionaban. Sorprendido, encendí el televisor cuando el comentarista estaba informando al público en general del operativo organizado por el nuevo director del CNI en colaboración con el resto de las agencias europeas.
«Me están otorgando el mérito de lo ocurrido», pensé mientras me metía en internet a ver qué decían al respecto los demás medios de información.
Confieso que aluciné cuando todos los españoles y la mayoría de los europeos abrían sus portadas con la noticia.
«¡Esto está orquestado!», comprendí al comprobar que el “Le Monde” francés, “El Times” británico y el “Bild” alemán incluían incluso una biografía mía.
Si ya estaba convencido de que había mano negra tras ello, la confirmación fue escuchar durante una conferencia de prensa a la Presidenta de la Comisión Europea vanagloriándose del resultado de esa acción contraterrorista realizada por el nuevo organismo de seguridad continental creado por la fusión de Europol y la Agencia Europea de Seguridad. Curado de espanto, me senté a ver que más decía por si en alguna respuesta a las preguntas de los periodistas podía descubrir quién era la Gran Dama.

«Si ha organizado semejante pifostio, tiene que haber algún motivo», medité con la esperanza de que su nombre saliera a relucir. Menos mal que estaba cómodamente sentado. De no haber sido así, con seguridad me hubiese caído de culo cuando cuestionada por un reportero del “Abc” acerca de quién dirigía ese nuevo organismo, la política alemana contestó:
―Tengo el placer de informarles que ese puesto lo desempeña un español, Don Juan Urbieta…
Con la certeza de que la desconocida había tejido esa maraña de acontecimientos con el único propósito de entronizarme como máximo responsable europeo de Inteligencia, me puse una copa por si las musas del alcohol me daban la inspiración que tanto necesitaba.
«Ninguna de las mujeres con las que me he acostado tiene la capacidad para montar algo así», sentencié y descartándolas, resolví cambiar de enfoque y centrarme en féminas que hubiesen pasado por mi vida. Mujeres cuyo desarrollo profesional les permitiera conocer todos los resortes tanto políticos como militares necesarios, con independencia de si había pasado por mi cama.
Bajo esa óptica, me llegó a la mente el nombre de una antigua compañera de armas, una morena muy guapa que había dejado una prometedora carrera en el ejército para irse a los Estados Unidos donde se convirtió en una altísima ejecutiva de un emporio de Wall Street.
«¡No puede ser ella! ¡Se supone que es lesbiana!», me dije mientras buceaba en la web para rellenar los datos que me faltaban.
Durante una hora, estuve investigando lo que ahí se decía de Mariana Calatayud y poco a poco mis dudas fueron desapareciendo al comprobar que el conglomerado que dirigía tenía sus tentáculos en las mayores empresas de defensa occidentales. Pero lo que derramó el vaso y que me convenció de que era quién buscaba, fue leer en un foro que era la dueña de una empresa de mercenarios presente en los cinco continentes. Seguía tratando de asimilar todos esos datos cuando pasando a mi lado Consuelo se fijó en una foto en mi pantalla donde aparecía ella y comentó que la conocía.
― ¿De qué la conoces? ― conteniendo la ansiedad, pregunté sin alzar la voz.
― Xavi me la presentó como su socia― inocentemente, respondió.
Como al morir, su marido me había nombrado albacea de su fortuna y por tanto conocía al detalle sus inversiones, supe de inmediato que le había mentido:
«Si no es en ninguna de sus empresas, debe de ser en la Hermandad», concluí y revisando los dosieres que había cogido en su casa, localicé la carpeta en la que hablaba de esa mujer: «¿Cómo es posible que no haya empezado por aquí?» me lamenté al leer el apodo escrito en su solapa: «Zorra avariciosa y jamás preñada».
Ya convencido de su identidad, me puse a estudiar los diferentes papeles recolectados por el difunto sobre Mariana para hacerme una idea de a qué me enfrentaba. Confieso que me quedé helado al descubrir en ellos que esa mujer llevaba obsesionada conmigo desde la academia y que, a pesar de no haberla visto en años, ella había dedicado todo tipo de recursos para conocer de primera mano a qué me dedicaba, con quién me acostaba e incluso había dirigido desde el anonimato mi trayectoria profesional.

«Se ha gastado una verdadera fortuna en darme los mejores puestos y en mantenerme vivo», indignado, sentencié al leer que sus sobornos incluían tanto a los mandos de las unidades donde había prestado servicio como a las altas esferas del enemigo.
Tras llegar a la conclusión de que mi carrera militar era un fraude y que a pesar de haberme creído “Rambo”, jamás me había enfrentado a un peligro real, tomé el toro por los cuernos y decidí emanciparme de su tutela a partir de ese momento:
«Le voy a demostrar que no soy la marioneta de nadie», sentencié mientras marcaba el teléfono de Mariana que había encontrado en esos documentos.
La rapidez con la que contestó confirmó que la mujer debía estar esperando mi llamada:
―Me tenías preocupada. Pensé que tardarías menos en saber quién soy― comentó nada más descolgar.
El recochineo de su voz consiguió me sacó de las casillas y sin tratar de ocultar mi cabreo, le exigí que liberara a las cautivas.
―No están secuestradas. Son mis invitadas― respondió desternillada.
―Vete a la mierda― repliqué molesto, para acto seguido preguntar qué coño era lo que quería de mí.
― ¿Todavía no lo sabes? ¡Lo quiero todo!
Disimulando la mala leche que corría por mis entrañas, bajé el tono e intentando congraciarme con ella, dejé caer que debíamos vernos para hablar. Aun intuyendo que esa propuesta de paz era forzada, no trató de ocultar la satisfacción que sentía y con voz melosa me citó al medio día en un restaurante de Malasaña.
―Ahí estaré― contesté molesto.
Pensando en usar los recursos del CNI para averiguar más de esa zorra, me dirigí a la oficina. Una vez ahí, tuve que postergar mis pesquisas ya que nada más pisar esas instalaciones todo el mundo con el que me crucé quiso felicitarme por el éxito de la operación. Sin poder revelar que no había participado en ella, me vi desbordado por las muestras de respeto.
«Todo el mundo da por sentado que fui yo quien la planeó», me dije mientras me abría paso entre aplausos.
Lo que más me enfadó fue que mis colaboradores tampoco pusieran en duda mi participación y previendo que mi nombramiento como responsable de la seguridad europea supusiera un empujón en sus carreras, al llegar a mi despacho me hicieran el paseíllo.
―No es hora de celebrar― dije cortando por lo sano esa inmerecida bienvenida y dirigiéndome a una de las secretarias, exigí que llamara a Ordoñez para que viniera a verme.
Cinco minutos después, Camilo apareció por la puerta disculpándose por no haber conseguido rescatar a las mujeres. Asumiendo que en principio no corrían peligro, pasé por alto su fracaso y le pedí que recabara toda la información disponible sobre mi antagonista. Al escuchar el nombre de la persona que me interesaba, dio un respingo y luciendo una enigmática sonrisa, tomo su movil y me mandó un archivo.
―Revise su correo. Hace menos de un mes, su antecesor me ordenó hacer un seguimiento de Mariana Calatayud.
Que Morgado hubiese estado interesado en ella me extrañó, pero antes de decir nada me puse a leer el dossier por si en él hallaba algo que utilizar en su contra. Habituado a los informes de inteligencia, pasé por alto las primeras páginas sabiendo que los datos ahí recogidos podían hallarse con facilidad en la red, me centré primero en las fotos.
«Sigue estando buena», me dije observando lo bien que le habían tratado los años. La monada que conocí de joven había madurado y ahora con treinta y cuatro era un espectáculo.
Que contra todo pronóstico fuera una belleza me perturbó porque eso hacía todavía menos entendible que estuviera obsesionada conmigo.

«Con un cuerpo como ese, puede tener bebiendo de sus manos a quien le apetezca», concluí mientras estudiaba una imagen de ella en bikini que le habían sacado a borde de un yate.
La perfección de su trasero y el tamaño de sus pechos no impidieron que me fijara en el nombre de la embarcación.
― ¿Esta tía de que va? ― exclamé al leer que la había denominado como el bar donde pasábamos las noches libres durante nuestra estancia en la academia de Zaragoza.
Tratando de buscar un sentido, me puse a repasar lo que recordaba de esa época y fue entonces cuando recordé que durante un permiso ella y yo nos habíamos cogido una borrachera tal que al día siguiente se me había borrado lo que habíamos hecho.
«Solo me acuerdo de las risas de Xavi metiéndose conmigo por la forma en que había tonteado con ella», me dije y por primera vez, comprendí que durante esa velada habíamos hecho algo más que beber demasiado.
Sospechando que nos habíamos enrollado y que producto de ello, Mariana se había encaprichado conmigo, concluí que debía andarme con pies de plomo para que no pasara de la atracción al odio. Preocupado, pero teniendo al menos algo a que agarrarme, seguí leyendo el dossier. Así comprobé que sus empresas eran proveedoras de armamento de la mayoría de los países de la OTAN y muy en especial de España.
«De ahí el interés de Morgado en ella», concluí.
El capítulo donde se detallaban sus operaciones financieras y de lobby dio paso a su vida personal y fue entonces cuando realmente aluciné, ya que a pesar de que nadie le conocía una relación seria, esa mujer siempre decía que tenía novio desde su paso por el ejército. Y es que el autor del informe dando credibilidad a sus comentarios señalaba que al menos dos semanas al año, desaparecía de la vista pública y se iba de viaje. Ya con la mosca detrás de la oreja, repasé las fechas de sus ausencias con mis vacaciones y ¡cuadraban!
«Ésta loca me ha estado persiguiendo por medio mundo», sintiéndome espiado concluí antes de leer en la siguiente página mi nombre como el de un serio candidato a ser su amante.
Intrigado sobre cómo el CNI había llegado a esa conclusión, busqué los nexos y no me resultó raro que hubiesen comparado las identidades de aquellos que hubiesen estado en los mismos hoteles que ella.
«Yo hubiera dado por hecho que éramos pareja», pensé tras comprobar que durante los últimos cinco años habíamos pasado las vacaciones en los mismos lugares.
Desmoralizado al no haberme percatado de su obsesión por mí, levanté la mirada de esos papeles y a bocajarro pregunté a Camilo, si le habían llegado rumores o habladurías sobre Mariana que no hubiese puesto por escrito.

―Usted mejor que nadie debe conocerla, no en vano llevan años juntos― contestó desconociendo por completo qué tipo de relación nos unía.
El cachondeo de su tono me advirtió que sabía algo y que por prudencia se abstenía de comentarlo. Tanteando el terreno, pedí que no se anduviera con rodeos y que me dijera lo que conocía de ella.
―Si va al documento anejo, sabrá de lo que hablo.
Lleno de curiosidad abrí el archivo que decía y casi me caigo de culo al comprobar que esa mujer tenía por costumbre contratar una vez al mes los servicios de un prostituto especializado en dominación y que para colmo bien podía ser mi gemelo.
― ¿Esto está verificado? ― pregunté usando la jerga del departamento.
―Al 100%, y si no me cree, revise los pagos mensuales que le hace al sujeto― contestó muerto de risa: ―Su amiga es aficionada a los juegos de rol y a que la manden.
Asumiendo que esa información valía su peso en oro, despedí a Camilo y ya solo en el despacho, me metí en internet a verificar en persona la página web donde ese hombre se promocionaba. Tras comprobar que entre sus servicios había una serie de prácticas de dominación y sumisión cercanas al sadomasoquismo, no vi nada malo en abusar de mi puesto. Llamando a uno de los hackers que teníamos contratados, le pedí que localizara desde donde operaba. Cinco minutos después y su localización real en mi movil, salí de las instalaciones del consejo rumbo a su casa en compañía de dos uniformados.
Al ver al chalet donde vivía, supe que a ese malnacido le iba de cojones y que por nada en el mundo querría perder ese nivel de vida. Así fue, en cuanto me vio llegar se cagó en los pantalones al reconocerme como el hombre que representaba a solicitud de su clienta. Por eso, apenas tuve que amenazarle para que cantara la clase de sexo que practicaba con ella.
«Joder con Marianita», sonreí sorprendido al escuchar de sus labios que, en sus encuentros sexuales, ella se comportaba como sumisa, dejando que el vividor la usara del modo que le venía en gana.
―Le encanta que simule que soy usted y que la trate como una vil fulana― añadió mirando de reojo a mis acompañantes.
Lejos de enfadarme la obsesión de esa mujer, me divirtió y sin mostrar mis intenciones, seguí interrogándolo para que desembuchara todo aquello que me pudiese servir para contratacar y librarme de su acoso. Así me enteré de sus más íntimos secretos, secretos que había ocultado al mundo y que por nada del mundo desearía que alguien sacara a la luz. Tras averiguar todo lo relevante y comprender que nada más podía sacar de él, con tono duro, le avisé que, si no quería perder todo lo que había conseguido como gigolo, esa conversación debía quedar entre nosotros.
―No se preocupe― escuché que decía mientras me iba.
Ya en el coche de vuelta, me costó asimilar que una ejecutiva conocida por ser un tiburón en los negocios y capaz de manipular a la gente a su antojo pudiese tener al mismo tiempo esas inclinaciones. Temiendo quizás que fuera solo un divertimiento, decidí actuar con prudencia y no revelar mis cartas directamente, no fuera a ser que, dándolo por sentado, me llevase un revolcón

«Esa tipa es peligrosa», pensé sabiendo que aun así debía sondear si era cierto.
Acababa de llegar a mi despacho cuando mi teléfono comenzó a sonar. Al mirar la pantalla del móvil, vi que era Rocío quien llamaba:
― ¿Pasa algo? ― pregunté.
―Están aquí― casi tartamudeando respondió.
― ¿De qué hablas? ― insistí no muy seguro del significado de sus palabras.
―Patricia y Consuelo… ¡acaban de aparecer en el piso!
La noticia de su liberación me pilló con el pie cambiado al no esperármela. Tras unos segundos sin saber qué decir, le pedí que me pasara a mi novia. Al escucharme, la viuda le pasó el teléfono:
―Mi amor, creí que jamás iba a volver a oír tu voz― susurró Patricia.
― ¿Cómo te encuentras? ― quise saber recordando que según sabía había resultado herida en el enfrentamiento.
―Adolorida y cansada, pero estoy bien.
Por el sonido de su voz, supe que mentía y que sus heridas eran todo menos superficiales. Sabiéndolo, sugerí que se fuese a dormir.
― ¿No vienes?
―Ahora no puedo, tengo una cita a la que no puedo faltar― contesté absteniéndome de dar detalles.
―Ten cuidado, esa mujer se cree tu dueña― demostrando que sabía con quién había quedado, señaló.
No quise confirmarle nada y despidiéndome de ella, prometí ir a verla en cuanto me liberara.
―Vuelve con nosotras― cortando la comunicación, se despidió llorando.
Parcialmente aliviado al saberlas a salvo, me puse a cavilar sobre las posibles razones por las que Mariana había decidido perder la baza de tenerlas en su poder. Asumiendo que esa zorra no daba un paso en falso:
«Si las ha dejado libres, es porque le conviene», me dije y es que aun aceptando que era un gesto de buena voluntad, también comprendí que su propósito era ponerme receptivo para manipularme mejor.
«Menuda sorpresa se va a llevar», sentencié ―mientras volvía a ponerme a revisar su expediente…
16
Habituado a seguir un protocolo de seguridad cada vez que me reunía con alguien de poca confianza, decidí llegar con tiempo a la cita y así poder revisar el local antes que ella llegara. Una vez allí y tras hablar con el maître, conseguí que nos diera una mesa del fondo desde la que podría controlar la llegada de una visita no deseada. Acababa de sentarme cuando la vi entrar. Las fotos no le hacían justicia. En persona, esa zorra era todavía más atractiva. Consciente de su atractivo, sonreía a los presentes dejando claro que era una mujer acostumbrada a mandar.
«La verdad es que, si no fuera un peligro, no me importaría nada tener con ella un escarceo. Realmente está buenísima”, sentencié molesto.
Al comprobar que había llegado, se acercó contorneando su cintura. La sensualidad que trasmitía, dejó embobados a todos los clientes varones del restaurante. Yo no fui una excepción. Completamente absorto, vi cómo recorría la sala. Mientras se acercaba, tuve que recordar la personalidad de esa mujer y los problemas que me había creado. Aunque me había preparado mentalmente para no parecer un payaso cuando la tuviese enfrente, tengo que confesar que me resultó imposible al tener que admitir que era pura lujuria y babeé como todos. Si el diablo hubiera decidido crear un ser que llevara a la perdición a los humanos, la hubiese tomado como modelo. Guapa, atlética y con clase.
―Juan, ¡qué ilusión el verte! ― comentó mientras me regalaba un beso en la mejilla.
Tratando de confundirla, sonreí y pasando una mano por su cintura, la atraje hacía mí:
―Estas preciosa― le solté mientras le devolvía un rudo beso en los labios.
Extrañada por ese recibimiento, sus ojos color miel dejaron entrever una mezcla de curiosidad. No en vano, nunca y tras tantos años de no vernos, nunca previó algo así. Pero reponiéndose al instante, pegó su cuerpo contra el mío mientras se quejaba de que estuviésemos en un lugar público.
―Si tanto te incomoda, podemos ir a tu casa― contesté sin sospechar que su proximidad iba a provocar que mi sexo se irguiera bajo el pantalón.
Siendo para ella evidente mi erección, busqué que nadie más se diese cuenta que estaba empalmado y agarrándola del brazo, la obligué a sentarse mientras caballerosamente, le preguntaba qué quería tomar.

―Un vino blanco― respondió.
Llamando al camarero, pedí que le trajera su consumición y para mí, ordené una cerveza. Con tranquilidad, aguardé a que volviera con nuestras bebidas. Con ellas sobre la mesa, entré al trapo:
― ¿Me puedes explicar por qué estás obsesionada por mí y desde cuándo?
Debió prever que le iba a hacer esa pregunta, porque riendo contestó:
―Desde que me desvirgaste en la academia.
―Jamás te follé― respondí totalmente alucinado aunque eso confirmara mis sospechas.
Riendo tras tanto tiempo, me sacó del error:
―Por supuesto que sí, lo malo es que ibas tan borracho que al día siguiente no te acordabas.
―Nunca lo supe― contra las cuerdas, reconocí.
―Eso no te libera de tu obligación. Esa noche me hiciste tuya y desde entonces espero que cumplas tu palabra.
― ¿De qué hablas?
Desternillada, me informó que entre polvo y polvo le había jurado que tendríamos un futuro juntos.
―Era el alcohol el que hablaba― protesté.
―Aun así, fue la palabra de honor dada por un cadete. Yo nunca lo olvidé y por eso cuando Xavi me contactó, acordé colaborar con él si me garantizaba que tú cumplirías esa promesa.
Con ganas de abofetearla, pregunté si era razón suficiente para fundar una sociedad como la Hermandad:
―La Hermandad es solo un instrumento para que seamos los dueños del mundo. Lo importante somos tú y yo.
Tratando de rebajar el tono de la conversación al considerarla una loca, le comenté que por qué no había ido de frente y me había contado lo sucedido.
―Cariño, tus conquistas se miden por docenas. Para ti, las mujeres son de usar y tirar. Nunca te hubieses quedado conmigo.
― ¿Y de este modo sí? ― pregunté ya cabreado.
―Por supuesto. Con la inestimable ayuda de tu amigo y mientras él creía que su función era devolver el poder a Europa, he creado las bases de tu rendición.
―No te entiendo― reconocí.
―Amor mío, dediqué estos años a estudiarte. Sin que te dieses cuenta te sometí a todo tipo de exámenes psicológicos y ya conociendo cómo funciona tu mente, te di lo que jamás hubieses conseguido por ti solo.
―Me he vuelto a perder― nuevamente confesé.
Luciendo la mejor de sus sonrisas, añadió:
―Te he dado un futuro, una familia, unos hijos y un harén.
Todavía manteniendo algo de calma, le di las gracias para acto seguido señalar que ahora que ya lo tenía cómo pensaba asegurarse que no la dejara en la estacada o decidiera deshacer su obra. Mi pregunta la hizo llorar de risa:

―Mejor que nadie sabes que no tienes otra salida. ¡La hermandad seguirá contigo o sin ti! O aceptas llevar conmigo su jefatura y los que amas tienen un porvenir, o renuncias y te atienes a las consecuencias.
Al recordarme algo que ya sabía, me indigné y tratando de llevar de nuevo el agua a mi terreno, la espeté con ganas de hacerle reaccionar:
―Solo tengo una duda. No sé si estrangularte o follarte contra la mesa.
No debía esperarse esa burrada y poniéndose colorada, contestó que si le daba a elegir prefería la segunda opción. Sin darle un respiro, metí las manos bajo su falda mientras le preguntaba de qué color eran sus bragas.
―Llevo un tanga rojo― confesó con una mezcla de enfado y morbo.
― ¿Y qué esperas para enseñármelo? ― le solté con toda la mala leche del mundo.
― ¿Tú de qué vas? ― protestó airadamente al escucharlo.
En vez de responder, llevé mis yemas a su entrepierna y sin cortarme en lo más mínimo por estar en un lugar tan concurrido, empecé a recorrer esa tela de encaje. Como accionada por un resorte, Mariana intentó cerrar las piernas, pero se lo impedí.
―Hasta este momento, yo he bailado al son que tocabas, pero eso se ha terminado. No soy un hombre que se deja dominar― añadí riendo al sentir que la humedad se hacía presente entre sus muslos.
Humillada pero excitada a la vez, estuvo a punto de salir huyendo. Cuando ya pensaba que iba a marcharse, en vez de hacerlo, puso su bolso en sus piernas para ocultar al público que atestaba el lugar que la estaba masturbando y contestó:
―Vas a pagar esto.
Descojonado al verla tan azorada y señalando el sudor de su escote, seguí tocándola mientras esa morena miraba a su alrededor temiendo en cada instante que alguien se percatara de lo que estaba sintiendo. Sé que me porté como un verdadero cabrón, pero os tengo que reconocer que disfruté de cómo su cabreo se iba transmutando en deseo y el deseo en placer. El primer síntoma de su calentura fue que a tenor de mis caricias comenzara a costarle el respirar.
― ¿Te gusta? ― susurré a su oído mientras mis dedos se habían apoderado de su clítoris.
No pudo contestar. Mordiéndose los labios, se retorció al sentir que jugaba con su botón mientras cerraba los ojos para evitar que me diera cuenta que estaba a punto de correrse. Desgraciadamente para ella, al cerrar los parpados, se magnificaron sus sensaciones y sin poderse reprimir, su cuerpo colapsó en un callado orgasmo.
―Ves como no era tan difícil― sonreí sacando la mano de entre sus piernas.
Sabiendo que tenía que hacer algo o definitivamente iba a quedar en mi poder, me miró desafiante y llena de ira, me retó diciendo que si eso era lo único que sabía hacer. Comprendiendo que debía aprovechar su enfado, le solté:
―Tienes razón, vete al baño y espérame ahí.
Supe que estaba indignada y confusa, pero también excitada. Durante casi medio minuto, la ejecutiva se debatió entre la rabia y su tendencia sumisa. Finalmente venció el placer verse dominada por el que tanto tiempo llevaba añorando.
―Eres un hijo de puta― gruñó.
Sin saber a ciencia cierta qué iba a hacer, la vi levantarse y dirigirse hacia el servicio ubicado al final del local. Apurando mi copa, la observé mientras se marchaba. Sus pasos eran inseguros, su mente protestaba por mi trato. Pero al sentir que la humedad anegaba su cueva, la mujer comprendió que deseaba con locura entregarse a mi juego y por eso, al cerrar la puerta se puso a esperar que llegara. Buscando ahondar su excitación, la dejé unos minutos sola y cuando comprendí que había llegado el momento, me acerqué donde estaba y tocando en su puerta, le exigí que me abriera.
Al ver sus ojos inyectados con una lujuria sin límite comprendí que estaba dispuesta. Sin hablar me bajé los pantalones y sacando mi miembro de su encierro, le di la vuelta y comencé a jugar con mi glande en su sexo. Mariana estuvo a punto de derretirse al sentir mi verga recorriendo sus pliegues. Agachada sobre el lavabo, solo podía imaginarse lo que ocurría a su espalda.

― ¿Qué me vas a hacer? ― preguntó al sentir que le separaba los cachetes.
Tras comprobar que estaba empapada, cogiendo un poco de su flujo, embadurné su esfínter.
―Demostrarte quien manda― respondí.
Según el prostituto, en dos ocasiones había tenido sexo anal con ella a pesar de que era algo que le encantaba. Por eso no me extrañó que, sin tenérselo que pedir, esa maldita separara sus nalgas con sus manos para facilitar mi labor. No había metido ni medio dedo en el interior de su ojete cuando escuché sus primeros gemidos. Incapaz de contenerse, moviendo su cintura, Mariana buscó profundizar el contacto. Al sentir su entrega, llevé otro dedo a su interior y recorriendo sus bordes durante unos instantes, relajé sus músculos.
―Fóllame ya ― gritó fuera de sí.
No tuvo que repetírmelo dos veces, acercando mi glande lo puse sobre su entrada trasera y forzando con una pequeña presión de mis caderas, lo fui introduciendo a través de ese rosado anillo. Poco a poco, mi extensión fue desapareciendo en su interior mientras, apretando sus mandíbulas, Mariana hacía verdaderos esfuerzos para no gritar.
―Ufff― exclamó a sentir que finalmente había terminado ― ¡Es enorme! Creí que no iba a caberme.
Contra toda lógica, el culo de esa morena había absorbido tanto el grosor como la longitud de mi miembro sin quejarse y felicitándola con un pequeño azote, empecé a moverme. Lentamente en un principio, fui incrementando el ritmo mientras ella no dejaba de susurrar en voz baja lo mucho que le gustaba. Os tengo que reconocer que no me había dado cuenta que mientras metía y sacaba mi pene de su estrecho conducto, la morena se las había ingeniado para con una mano masturbarse sin perder el equilibrio.
―Más duro― me pidió dando un grito.
Fue entonces cuando recordé que según el informe a esa mujer le iba la caña y por ello aceleré mis caderas, convirtiendo mi tranquilo trote en un alocado galope.
―Los años que llevo soñando esto― gimió al sentir mis huevos rebotando contra su sexo.
La entrega de esa mujer me dio alas y olvidando cualquier tipo de prudencia, seguí apuñalándola sin compasión mientras le estrujaba los pechos.
―Mi destino ha sido siempre ser tuya― chilló descompuesta al verse empalada.
Esa exclamación me recordó su papel en el secuestro y con renovado ímpetu, mi pene forzó más allá de lo concebible su trasero. La causante de tanto dolor aulló al notar que su esfínter había sobrepasado su límite, pero en vez de apartarse dejó que continuara cabalgándola sin descanso.
―Puta, ¡muévete! ― grité al sentir que se aproximaba mi propio orgasmo y con la tarea hecha, me dejé llevar derramándome en el interior de su culo.
Tras unos minutos de reposo, nos acomodamos la ropa y disimulando, salimos del servicio. Se veía a la legua que Mariana estaba encantada. Aun así, lo que jamás imaginé fue que, de camino hacia la mesa, esa zorra me dijera que esa noche firmaríamos definitivamente la paz cuando con ayuda de mis putas ella desvirgara mi culo…
