
Sin dejar de pensar en la desconocida y en lo que podría hacer para liberar a las secuestradas, me pasé la tarde dedicado a mimar al trio de mocosas que me había caído encima. Horas en las que por primera vez me sentí padre. Nada habituado a las carantoñas de féminas de un metro de altura, esa sensación era tan extraña como cautivadora. Contra todo pronóstico, me vi riendo sus gracias y, sobre todo, ¡maleducándolas!
Cómo sería a cosa que Rosa me llegó a recriminar mi falta de criterio:
―No son tus nietas, sino tus hijas. Debes imponerte o te tomarán el pelo.
Aun reconociendo que tenía razón, me resultaba imposible el regañarlas. Por eso cuando se negaron a ir a cenar al querer seguir jugando, opté por lo más sensato… huir como un cobarde y dejar la disciplina a la viuda.
―Ya habéis oído a vuestra madre. Levantad el culo e id a cenar― acudiendo en su auxilio Verónica ordenó con voz tierna pero firme.
Curiosamente, esas tres piojosas criaturas obedecieron y dejando los juguetes, se sentaron en la mesa.
―Gracias, preciosa― Rosa le agradeció la ayuda con una caricia en su mejilla.
Ese piropo unido al roce de los dedos de la mujer que consideraba sagrada provocaron la felicidad de Verónica y mirándola con adoración, contestó que era su obligación.
―Educarlas es deber de Juan y mira… ¡se ha escaqueado! ― replicó mientras me lanzaba una advertencia: ―Sé de uno que, si no se ocupa de bañarlas, esta noche no dormirá con nosotras.
Esa afirmación dirigida a mí fue un misil que impactó bajo la línea de flotación de la mulata y roja como un tomate, comentó que había preparado la habitación de servicio para ella.

―De eso nada. Eres una mujer de la familia y tu puesto está en mi cama.
No pude más que advertir el desconcierto de la mulata y que bajo la blusa, tenía los pezones erizados al responder:
―Mi señora, ese es un honor que no merezco.
Reaccionando a esa muestra de humildad, Rosa se acercó y tomándola de la cintura, le susurró al oído si acoso no la encontraba atractiva.
―Al contrario, usted es bellísima― casi llorando, contestó.
Satisfecha con la respuesta, decidió incrementar la turbación de la muchacha mientras me ponía los dientes largos:
―Después de lo que has sufrido, no sería justo que durmieses sola. Te mereces recibir mi cariño…― comentó y dando su lugar a la desconcertada morena, añadió riendo: ―… siempre que quieras.
― ¡Claro que quiero! ― sollozó ilusionada.
Sellando la promesa con un breve beso en sus labios, Rosa se puso a dar de cenar a las pequeñas.
Todavía sumida en un estado de confusión, Verónica la ayudó mientras se preguntaba si era real o había soñado esas palabras. Desde mi silla, comprendí que, esa noche, mi papel sería de comparsa:
«Debo dejar que Rosa marque el ritmo», me dije recordando que para la mulata era casi una diosa.
Tras una cena en la que la madre de Lara repartió sonrisas y mimos a todos menos a mí, me tocó el turno del baño sabiendo que, si no cumplía, durante las siguientes horas pasaría frío. Para mi sorpresa, la experiencia con esas arpías fue maravillosa y tres cuartos de horas después, aparecí en el salón creyendo que ahí estarían. Al no encontrarlas, pensé que estaban acurrucadas entre ellas y que yo sobraba. Por ello, me serví una copa para darles tiempo antes de ir a la habitación pidiendo refugio.
No llevaba ni medio whisky cuando las vi entrar en camisón.
―Os habéis cambiado― balbuceé impresionado por la sensualidad de las picardías que llevaban puestos: ―Estáis guapísimas.
Todavía seguía babeando cuando Rosa me pidió que les pusiese de beber mientras ella se ocupaba de las canciones. Como seguía paralizado observándolas, tuvo que ser ella quien me hiciera reaccionar y yendo hacia el equipo de música, me soltó un suave azote en el culo diciendo:
―Date prisa. Tus mujercitas tienen sed.
Nervioso ante la perspectiva de poseer a esas dos bellezas, les serví esa primera copa mientras en los altavoces comenzaba a sonar una canción lenta. tango.

―Baila conmigo― oí que me decía.
Sonriendo, me acerqué y tomándola de la cintura, comenzamos a bailar. sin importarle la presencia de mi secretaria, la viuda pegó su pubis contra mi sexo al tiempo que empezaba a restregar su coño contra mí.
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«¡Quiere ponerme cachondo!», pensé y no queriendo excitarse antes de tiempo, intenté retirarme un poco, pero ella me lo impidió llevando la mano hasta mi trasero.
Con la copa entre sus dedos, Verónica se emocionando. Excitada, decidió unirse a nosotros. Cogiendo una de mis manos, se la colocó en el pandero mientras nos abrazaba. Sonriendo al ver su entrega, Rosa no quiso quedarse atrás e imitándola llevó la otra a sus nalgas. Disfrutando de ambos traseros por igual, las atraje hacia mí y me puse a bailar. Esa maniobra, obligó a que las dos pegaran sus pechos una contra la otra y aprovechándolo, la madre de Lara decidió regalarle un suave pellizco en una teta.
― ¡Mi dueña! ― Verónica susurró.
En la siguiente vuelta, deseando quizás devolverle esa caricia, agarró entre sus dedos una de las areolas de Rosa y apretó. Mientras ese sutil duelo ocurría, no me enteraba de nada al tratar de evitar que advirtieran la erección que lucía entre mis piernas. El que la mulata se la hubiese devuelto, le hizo reír:
―Serás puta― comentó mientras sin cortarse le deslizaba los tirantes, dejando al descubierto sus pechos.
Al comprobar la calidad y cantidad de sus ubres, añadió que para ser tan joven estaba bien dotada. Verónica no hizo ningún intento de ocultarlos y simulando un cabreo que no sentía, contratacó liberando la delantera de su agresora. Viendo que esa lucha no me incumbía, aplaudiendo me senté en el sofá―
―Estáis preciosas. ¡Bailad para mí las dos juntitas! ― añadí mientras bebía de mi copa.
Picada en su orgullo, Rosa agarró con sus manos el trasero de la mulata y pegándole un buen magreo, señaló que se notaba la cantidad de ejercicio que hacía:
―Tienes el culo durísimo.
Al escuchar el piropo, Verónica sintió un pinchazo en la entrepierna, pero no quiso o no pudo rechazarla. Sin perder la iniciativa, la viuda deslizó los dedos hacia el sexo de la acólita. Recordando el bosquecillo que lucía, quiso jalar de los vellos púbicos de la chavala, pero lo único que se encontró fue con un sexo totalmente depilado. Recuperada de la sorpresa, le preguntó cuándo se había depilado mientras metía una de sus yemas entre esos pliegues:
―Esta tarde, no quería que me viera hecha un mono― respondió sorprendida.
Tras recuperarse, pensando quizás que lo que quería la mujer que adoraba era que yo viese a Rosa metiéndole mano, no tardó en separar sus rodillas y suspirando, sollozó:
―Soy suya.
Esa afirmación de entrega, recordó a la viuda los sentimientos que albergaba la chavala hacia ella y sin dejar de acariciar con sus yemas el clítoris de Verónica, replicó:
―Esta noche tomaré posesión de lo que es mío.
Tal era la excitación de las dos que ninguna se percató que desde el sofá yo sonreía. La mulata no se esperaba esa promesa y mientras disfrutaba de la forma en que la estaba masturbando, decidió cambiar de estrategia. Exteriorizando la calentura que experimentaba, llevó sus labios a los de su diosa mientras le decía:

―La razón de mi vida es servirla.
Al sentir el beso, Rosa intuyó que la muchacha no tardaría en correrse. Al ser lo que iba buscando, forzó su boca con la lengua mientras seguía torturando su botón. Sintiéndose realizada, mi secretaria dejó que la mujer jugueteara un rato en el interior de su boca antes de llevar una de sus manos hasta el pecho de su señora. Tras encontrar su pezón erecto, vio la oportunidad de devolverle la calentura que ya se acumulaba en su entrepierna. Decidida a devolverle el placer, la fue besando por el cuello con la intención de apoderarse de él.
―Sigue― murmuró agradecida al notar que se ponía a mordisquear su botón.
Alborozada al oír esa sensual orden, la mulata no pudo reprimir un gemido de placer y mirando hacia mí, buscó mi apoyo.
―Ya has oído, sigue amando a mi mujer― señalé.
Mi permiso la tranquilizó y sin el riesgo de que sus actos me molestaran, se entregó en cuerpo y alma a complacer a la viuda. Tomando los pechos de Rosa nuevamente entre sus labios, incrementó las caricias de sus dedos sobre el ya erecto botón de la mujer. Ese doble estímulo provocó que un calambrazo recorría su cuerpo al ritmo con el que la estaba pajeando.
«Esto se está poniendo interesante», pensé mientras mi amiga contratacaba cogiendo uno de los pezones de Verónica entre sus dientes y pegándole un suave mordisco, intentaba que se contagiara de la misma calentura que ya la atormentaba. El gemido de placer que brotó de su garganta le dio los ánimos suficientes para atreverse a aprovechar la ventaja para obligar a la muchacha a rebajarse a lamerle los pechos. Azuzada por la lujuria, la mulata se lanzó como una posesa a chupar los duros senos de su dueña.
―Continua, ¡me encanta! ― boqueando reconoció.
Mi secretaria se sintió recompensada al escucharlo y disfrutando de los aullidos de placer de su señora, incrementó la intensidad con la que mamaba de sus pezones. Instintivamente, Rosa se defendió dejando caer sobre las negras nalgas de Verónica un sonoro azote. Ese azote terminó de asolar lo poco que le quedaba de cordura y antes que se diera cuenta, se vio desgarrando el coqueto tanga que llevaba su señora.
―Me costó treinta euros― protestó al verlo hecho trizas y llevando sus dedos a las bragas de encaje de la mulata, se las destrozó.
Desde el asiento, no pude más que sonreír al ver la evolución de ese baile y comprender que ambas estaban disfrutando de ese sensual enfrentamiento:
«A este paso van a llegar a las manos», me dije rellenando mi copa.
A pesar de ello, me sorprendió que, al verse desnuda, Verónica olvidara quien era su oponente y que, aprovechando su altura y peso, violentamente la tumbara contra su voluntad en el suelo.
― ¡Zorra! ― gritó Rosa al sentir que no contenta con ello, las yemas de la chavala se sumergían entre sus pliegues.
Confieso que aluciné al observar que, abusando de su fuerza, la mulata la obligaba a separar las rodillas mientras hundía la cara entre las piernas de su indefensa víctima.
«¿Cómo va a terminar esto?», me pregunté», viéndola saborear el fruto prohibido que la viuda escondía entre sus piernas.
Tan sorprendida como yo, Rosa tuvo que reconocer el placer que sentía cuando Verónica recogió entre sus dientes el ya erecto clítoris que el destino había puesto en su camino y con un celo enfermizo, se ponía a disfrutar de su sabor:
― ¡Puta!
Pasando por alto que su propio cuerpo se estaba viendo afectado en demasía con el roce de la tersa piel de su adversaria, la mulata vio en ese aullido un aliciente para seguir y retomando la iniciativa, introdujo dos yemas dentro del coño de su señora mientras la premiaba a base de lengüetazos.
―Puedo ser una puta, pero ante todo soy su sierva― cesando brevemente en el ataque, refutó la morena.
―Ahora mismo, no eres su acólita sino su amante― comenté desternillado desde el sofá.
Azuzada por mí y por la humedad que empapaba sus dedos, con nuevos ánimos, siguió pajeándola mientras Rosa palidecía al saberse incapaz de contener el placer que amenazaba con explotar en su interior.
«¡Todavía no! ¡Necesito más tiempo!», pidió a su cuerpo que esperara mientras recordaba que ella misma se volvía loca cuando se acercaba el clímax y le mordían el clítoris.
Decidida a vender cara su derrota, consiguió girarse y poner el coño de la mulata a su alcance. En un arranque de desesperación, cerró sus dientes sobre el hinchado botón de la mujer.
―Mi señora― sollozó Verónica desprevenida.
Si de por sí, ese mordisco había sido una carga de profundidad en la mente de la morena, se sintió llevada al cielo cuando Rosa comenzó a azotar su culo.
―Mi señora― repitió al notar el latigazo de placer que recorría su cuerpo y feliz, se dejó llevar por las explosivas sensaciones que la embargaban.
Desde mi privilegiado puesto de observación, vi que al mismo tiempo que ella se corría, la arpía que tenía entre las piernas hacía lo mismo quizás con mayor énfasis. Los gritos de ambas retumbaron en las paredes del salón al ritmo que sus cuerpos convulsionaban sobre la alfombra. Sin saber a ciencia cierta quien había ganado y quien había perdido, observé la belleza de esa escena lésbica y es que, sellando la paz, volvieron a entrelazar sus cuerpos en una danza tan ancestral como prohibida.

Una vez liberadas de sus prejuicios, unieron sus bocas con renovado ardor durante unos segundos hasta que con una sonrisa Rosa susurró en el oído de su rival que podía darle la revancha en la cama ya que la había vencido sobre la alfombra:
―Mi señora, ¡ha sido usted la primera en correrse! ― muerta de risa, contestó la mulata.
Viendo que no llegaban a un acuerdo, me pidieron que declarara quién había ganado. Para no decantarme por una de ellas, preferí optar por el empate. Ese fallo no satisfizo a ninguna y ambas protestaron airadamente. Observando su terquedad, propuse una solución:
―Como la noche es larga, pienso que lo mejor es que mañana veamos cuál de las dos ha conseguido que la otra se corra más veces.
Ayudando a la acólita a levantarse del suelo, Rosa contestó:
―Acepto― y dirigiéndose a la mujer que llevaba asida de la cintura añadió: ― Cariño, te aviso que en el amor y en la guerra todo vale.
― ¿A qué se refiere? ― Verónica preguntó.
―A esto― luciendo una sonrisa de oreja a oreja, la aludida chascó los dedos: ― Ahora ¡córrete!
Indefensa ante esa orden, su acólita obedeció….
Ya de madrugada, el sonido de un mensaje entrando al movil me despertó. Algo me dijo que era importante y medio adormilado, decidí leerlo. Al descubrir que me había llegado de un número que no tenía registrado, decidí abrirlo. Reconozco que tuve que repasarlo un par de veces al ver que era de la desconocida:
«¿Esta tía de que va?», me pregunté indignado al leer su contenido y es que, tras señalar que nuestro destino era estar juntos y autonombrarse como “mi” Gran Dama, me informaba que había puesto en marcha la maquinaria para recuperar a las miembros de “nuestro” harén que habían sido secuestradas.
Que diera por sentado que iba a ser mi pareja y se atribuyera la propiedad de esas mujeres me molestó, pero aún más su advertencia para que me abstuviera de actuar, no fueran a chocar nuestros esfuerzos. Cabreado hasta decir basta, marqué a Camilo, el agente al que había encargado la investigación, para que me informara de sus avances.
-Tal y como ordenó, las cuatro escuadras se han desplegado y esperan que den las ocho para atacar- respondió.
-¡De qué coño hablas!- exclamé.
Confuso, contestó:
-De los Geos que vía email me ordenó lanzar contra las bases que usted había localizado de nuestro enemigo.
Lleno de ira, le informé que yo no había sido el responsable del correo.
-¿Entonces quién?
-La puta que se hace llamar mi Gran Dama- repliqué.
No sabiendo a qué atenerse, Ordoñez me pidió instrucciones sobre cómo actuar y si debía retirar los operativos. Todo mi cuerpo me pedía hacerlo, pero asumiendo que eran parte de un plan global, le pedí que no lo hiciera y que me mantuviese informado.
-Así lo haré- afirmó, despidiéndose.
Sabiendo que el destino de Patricia, Consuelo y Danka pendía de un hilo y que cualquier movimiento de mi parte podía ser perjudicial, decidí intentar dormir. Desgraciadamente, me resultó imposible. No podía dejar de pensar, de tratar de averiguar quién era la mujer que manejaba los hilos de la hermandad. Desesperado al no hallar en mi vida una pista que me permitiera sospechar de nadie, decidí despertar a Rosa que permanecía acurrucada junto a mí. Todavía somnolienta, la viuda de Xavi creyó que deseaba reanudar los besos de la noche anterior. Al rechazarla y decirle que necesitaba su ayuda, se fijó en la mulata que seguía desnuda al otro lado de la cama y se levantó:
-¿Dónde Vas?- quise saber al verla ponerse una bata.
-Amor, deja que siga durmiendo. Tras el tute que le dimos, debe de estar agotada.
Siguiéndola a través del piso, llegamos a la cocina y mientras preparaba café, me preguntó qué quería de ella.
-Nadie me conoce y sabe de mis correrías mejor que tú- respondí para acto seguido pedirle que me ayudara a repasar las mujeres que habían pasado por mi alcoba por si entre los dos podíamos descubrir quién era la desconocida.
Comprendiendo al fin las razones de su abrupto despertar, se echó a reír y cogiendo un papel y un bolígrafo, sugirió hacer una lista antes de nada para no olvidarnos de ninguna. Asumiendo que era lo más sensato, comencé a enumerarlas por orden cronológico, empezando por las últimas.
-Antes de Patricia, salí con Maria y antes de ella, con Milena…- iba enumerando nombres mientras ella los anotaba en el folio.
Aun sabiendo que Rosa había seguido mis andanzas, me sorprendió que varias veces me rectificara añadiendo a alguna que mi memoria había olvidado. Pero lo que realmente me dejó petrificado fue, cuando finalmente terminamos, el número de féminas que había en esa lista.

-Son treinta y cuatro- murmuré asumiendo que quizás había más.
A pesar de la seriedad del asunto, la expresión desolada de mi cara la hizo reír y quitando hierro a mi desaforada vida sexual, comentó que debíamos empezar a descartar a las candidatas menos probables.
-Yo borraría a todas aquellas cuyos trabajos no cuadren.
-¿A qué te refieres?- todavía avergonzado, pregunté:
Tachando el nombre de Lizeth, respondió:
-¿No esperarás que una vedette, cuya mayor virtud era tener las tetas operadas, pueda ser la Gran Dama?
-También tenía un culo estupendo- repliqué muerto de risa al comprender que tenía razón y cogiendo la lista, descarté a otras cinco por motivos parecidos.
Tras rebajar la lista a veintiocho, todavía eran demasiadas. Buscando otra característica que las descartara, señalé:
-Yo me olvidaría de las que hayan tenido familia. No tendría sentido que la mujer que buscamos ya tenga hijos naturales.
-Estoy de acuerdo- contestó y mientras eliminaba a otras tres, añadió: -Por el motivo contrario borra también a Paloma.
-Me he perdido- reconocí.
-Juan, seguimos en contacto y hace tres años que se casó con su novia polaca- respondió muerta de risa.
-No lo sabía- confesé.
-También quita a Ivanna. Se quedó tan tocada cuando cortasteis que se metió a monja.
-¿Estás de coña?- pregunté al no cuadrarme que esa fiera insaciable capaz de agotar a cualquier hombre se hubiese retirado del mercado para refugiarse en un convento.
-Para nada. Estuve presente cuando tomó los votos.
Alucinado, la taché con lo que aún quedaban veintitrés.
-Sin ser determinante, ¿te parece que eliminemos a las casadas o que tengan pareja estable?- propuse no muy seguro.
-Sí, pero ponles un asterisco. No podemos descartarlas totalmente.
Con esa precaución, excluí a otras ocho.
-Ya solo quedan quince- murmuró en el preciso instante en que Verónica aparecía por la cocina y preguntaba qué hacíamos.
Al explicárselo, sugirió tachar a todas aquellas que actualmente tuviesen menos de veinticinco años y que pusiésemos un asterisco a las menores de treinta.
-¿Y eso por qué?- cuestionó Rosa.
Sirviéndose un café, la mulata nos explicó que, si tomábamos en cuenta que la Gran Dama llevaba maniobrando en segundo plano al menos seis años, deberíamos asumir que por entonces no era una niña.
Apoyándola, Rosa comentó:
-No creo que ande demasiado desencaminada. Para que Xavi se haya fijado en ella y la haya sumado a su proyecto, en esa época debería de haber destacado ya en su profesión.
Al no poder poner un “pero” a ese argumento, borré a diez de las candidatas al no cumplir el requisito de edad.
-¡Eres un maldito asaltacunas!- desternillada señaló la viuda al ver que quitaba tantas de un golpe.
Contraatacando, pregunté a Verónica cuántos años tenía. Al contestar que veintitrés, sonreí mirando a la viuda:
-No soy el único al que le gustan las jovencitas, ¿verdad? Sé de una que tampoco le dice no a la carne joven.
Sin darse por aludida, Rosa se echó a reír y tomando la lista, me preguntó qué sabía de las cinco mujeres que quedaban y cómo las había conocido. Comenzando por la primera, expliqué que Azra había sido una interprete que había tenido en Bosnia.
-¿Cómo terminaste con ella?
-Más bien, ella terminó conmigo cuando me vió confraternizando con el enemigo.
-Cuando dices confraternizando, me imagino que te cazó en la cama con otra.
Un tanto avergonzado, reconocí que fue así, que no aguantó pillarme con Katarina, una ortodoxa de origen serbio de veintidós años a la cual ya había eliminado por su edad.
-Descartémosla entonces. No me cuadra que la mujer que andamos buscando sea celosa y menos que se deje llevar por prejuicios religiosos.
Al ser de su misma opinión, borré también a Judith una alemana con la que acabé básicamente por no ser judío.

Con solo tres candidatas sobre el papel, no hallé ninguna razón para excluirlas. Ya que todas daban el perfil. Por eso, les hablé de la primera de ellas, una ejecutiva húngara de nombre Dorina, con la que había tenido una tormentosa relación llena de sexo y a la que había dejado por ser demasiado intensa:
-Terminé hasta las narices de su mal carácter- comenté: -Estaba todo el dia cabreada.
-¡Cómo si tú fueras un santo!- murmuró Rosa para a continuación decirme que yo también tenía mala leche.
Aceptando esa crítica y sin ánimo de discutir, pasé a comentar de Sibylla. Una ateniense que cuando la conocí estaba dando sus primeros pasos en política.
-La investigaré- anotando sus datos, Verónica comentó.
-¿Y Karina quien fue? Nunca te oí hablar de ella- preguntó Rosa leyendo el nombre de la última de las candidatas.
A regañadientes, les conté que esa mujer era una agregada de la embajada rusa de Viena con la que tuve un affaire hasta que me llegó el rumor que pertenecía a la inteligencia de su país.
-Por ahora, es la mejor posicionada… ¿qué más sabes de ella?
-Según me dijeron, lleva dos años en Moscú medio liada con un ministro.
-¿Tienes una foto? –insistió sin descartarla.
-Puedo buscarla en VKontakte, el “Facebook ruso”- respondí esperando por mi bien que no fuese ella, ya que esa mujer era una obsesa del control.
Tras localizarla en el movil, se la enseñé.
-¡Está buenísima!- exclamó la viuda mirando la foto: -Parece sacada de una revista.
Estaba a punto de reconocer que era así y que quizás era la mujer más bella con la que había estado cuando al fijarse en ella, Verónica nos dijo que había que no podía ser la Gran Dama.
-¿Por qué lo dices?- pregunté.
-Es imposible que sea Karina Petrova- volvió a recalcar sin dar más datos.
Molesto, reclamé que me dijera las razones por la que la excluía ya que por edad, formación y carácter era la mejor candidata que teníamos.
-Hace un par de meses, vi su expediente en el CNI y por eso sé que no puede ser ella- contestó totalmente colorada.
-¡Me quieres decir de una puñetera vez qué sabes de ella que la descarta!- exclamé con ganas de estrangularla.
Preocupada por mi reacción, replicó sin mirarme a los ojos:
-No puede ser la madre biológica de las trillizas, ya que Karina Petrova, antiguamente Kontantin Petrov, es una conocida espía transexual del FSB.
-¡Pues follaba como los ángeles!- me disculpé mientras escuchaba las carcajadas de mis acompañantes…
