
Cuando llegué a la cabaña disminuí el paso, haciendo que el caballo caminase con sigilo entre la maleza que rodeaba el camino de acceso. Todo iba bien hasta que relinchó sin aviso previo, descubriendo mi posición a pocos metros de la casa y haciendo que mi mano derecha se deslizase ágilmente dentro de la alforja para empuñar la pistola sin sacarla a la vista. Me quedé quieta delante de la escalera que llevaba a la puerta principal, observando en todas direcciones sin bajarme del caballo y sin alcanzar a ver nada, ¿qué coño ocurría? ¿A qué estaba jugando Furhmann? […]