ENCAJANDO PIEZAS:

Me desperté tarde la mañana del domingo, gracias a que Mario, tan dulce y solícito como siempre, me trajo el desayuno a la cama, que si no, yo hubiera seguido gustosa durmiendo a pierna suelta, pues seguía muy cansada por el intenso sábado que había vivido.
Mientras comía, Mario se tumbó a mi lado en el colchón y se puso a contarme cómo le habían ido las cosas en el trabajo durante los días que había estado fuera. Yo le escuchaba sólo a medias, pues mi mente estaba puesta en los fabulosos sucesos que habían azotado mi vida en los últimos días.
Bastaba acordarme del rostro de Jesús, para que un embriagador calorcillo recorriera mi cuerpo de la cabeza a los pies, haciéndome desear que ya fuera lunes. Como pude, me las apañé para simular que estaba pendiente de lo que Mario me decía, asintiendo de vez en cuando y procurando tener siempre la boca llena para no tener que contestarle.
Por fortuna, Mario simplemente tenía ganas de desahogarse y no pretendía conversar, por lo que no se dio cuenta de nada. Mientras hablaba, su mano se posó distraída sobre mi muslo, acariciándome dulcemente sobre las sábanas, pero yo no me sentía demasiado juguetona, por lo que no hice caso.
Cuando acabé de desayunar, Mario recogió los platos y se los llevó a la cocina. Yo, un poco a regañadientes, me levanté por fin y arreglé el dormitorio, cambiando las sábanas, bastante revueltas después de haber follado con Mario la noche anterior. Más tarde, los dos nos dedicamos a adecentar un poco el piso, aunque no hizo falta esmerarse demasiado, pues yo ya había estado limpiando la mañana anterior, mientras Jesús iba a charlar con mi vecino, el voyeur pajillero.
Después me duché y me vestí con un chándal y una camiseta para estar cómoda, pero, eso sí, llevando un tanguita negro como ropa interior, pues Jesús se había deshecho de todas mis bragas. Sostén no me puse… total, para estar por casa…
Mario me preguntó que si íbamos a salir a comer fuera, pero yo le dije que no, pues tenía que corregir todos los exámenes de recuperación, pues iba muy retrasada, así que él, amable como siempre, se ofreció a preparar el almuerzo.
Agradecida, recogí mi maletín con todos mis papeles y me encerré en mi despachito, un cuarto pequeño que usaba para estos menesteres.
Tardé un buen rato en ordenar todos los papeles de examen, pues días atrás los metí sin ton ni son dentro del maletín, alterada por haber recibido la llamada de mi Amo.
La mañana se me fue corrigiendo exámenes y tratando de digerir los disparates que algunos de los chicos cometían al resolver los problemas. Me sentí, como supongo les pasa a todos los maestros en estas ocasiones, un poco frustrada al ver que mis clases y explicaciones no servían de mucho, pues había alumnos que no comprendían absolutamente nada de la asignatura.
Afortunadamente, había excepciones, claro, y eran precisamente esas las que me devolvían el optimismo. Chicos que habían mejorado claramente sus resultados, logrando aprobar o mejorar su nota anterior.
Y por encima de todos estaba Jesús.
Me quedé de piedra. Sabía que era inteligente, así que no me remordía mucho la conciencia por tener la intención de aprobarle por la cara. Sin embargo, pronto descubrí que mi ayuda era completamente innecesaria, pues el chico había clavado el examen hasta la última letra. Un sobresaliente perfecto.
Y encima, lo había logrado en menos tiempo que los demás, pues buena parte del tiempo de examen lo había dedicado a que su profesora le hiciera una paja y se tragara su corrida. Menuda guarra era esa tía.
Sintiéndome inexplicablemente orgullosa, seguí corrigiendo exámenes hasta la hora de comer. Creo que los que corregí después del de Jesús tuvieron suerte, pues al sentirme contenta, fui un poco más benevolente con ellos.
Sobre las dos, Mario llamó a la puerta para indicarme que el almuerzo estaba listo. Comimos juntos entre risas, pues la comida se le había quemado un poco, por lo que no paré de burlarme (cariñosamente) de él.
Agradecida por su amabilidad, le besé profundamente a modo de postre y le prometí que esa noche iba a “recompensarle” convenientemente, con lo que sus ojos brillaron de felicidad.
Satisfecha y con la barriga llena, regresé al despacho para terminar con el trabajo, pensando que, si terminaba pronto, podría salir un rato con Mario por ahí para tomar un café y pasar una agradable tarde de domingo juntos, para intentar reforzar un poco los cada vez más tenues sentimientos que me unían a él.
Estuve pensando un rato en ello, a solas en el despacho, antes de reiniciar la tarea. Me daba cuenta de que le quería, de que estaba a gusto con él, pero también comprendía que, a esas alturas, lo que Jesús era capaz de ofrecerme me atraía mucho más que la vida de paz y armonía que suponía estar con Mario. Antes o después tendría que tomar una decisión. ¿Cortar con Mario? ¿O seguir engañándole con Jesús, aparentando que todo estaba bien entre nosotros? Como pueden ver, en ningún momento me planteé siquiera la tercera opción: abandonar a Jesús.
Como buenamente pude, volví a concentrarme en la corrección de exámenes y logré alcanzar un buen ritmo. Pero, cuando eran más o menos las cinco de la tarde, el timbre de la entrada sonó de pronto. Me sorprendí bastante, pues no esperábamos a nadie y no era muy habitual que ningún amigo se presentara un domingo por la tarde sin avisar.
Oí los pasos de Mario dirigiéndose a la puerta y yo, bastante curiosa, me acerqué a la del despacho y la abrí un poquito, para poder escuchar y enterarme así de quien era el molesto visitante.
Oí el sonido de la puerta al abrirse y a Mario saludando cortésmente al recién llegado.
–         Hola, buenas tardes.
–         Buenas tardes – respondió una juvenil voz femenina que me sonaba muchísimo – ¿Es esta la casa de la señorita Sánchez?
–         Sí, aquí es. Y tú eres…
No escuché bien la respuesta, pero mi cerebro trabajaba a toda velocidad tratando de poner rostro a la conocida voz.
–         ¡Ah! – exclamó Mario – ¡Eres alumna de Edurne!
–         Sí, verá, mi padre es vecino de ustedes, vive en este mismo edificio, en el cuarto.
¡Coño! ¡Si era Gloria! En mi mente evoqué el encantador rostro de mi alumna, no una de las más brillantes por desgracia, pero eso sí, con lo buena que estaba y la fama de ligera de cascos que tenía, seguro que no le costaría mucho abrirse paso en la vida. Precisamente, no hacía ni diez minutos que acababa de suspenderle el examen de recuperación. Interesada, asomé la cabeza por la puerta, para escuchar mejor.
–         ¿Y qué queréis, hablar con ella?
–         Sí – respondió la chica – Es que… el otro día hicimos el examen de recuperación. Y mi padre me ha dado mucho la lata durante las vacaciones por el suspenso. Me ha dicho que ni de coña me compra la moto como no las apruebe todas y claro, no podía esperar hasta mañana para ver si he aprobado o no… Y se me ha ocurrido, ya que estaba en casa de mi padre, subir un segundo a ver si la señorita me podía decir la nota. Es que estoy intentando convencerle…
En soltar toda esa parrafada, Gloria no tardó ni 5 segundos. Podía imaginarme la cara divertida de Mario mientras la aturrullada joven intentaba explicarle el por qué de su visita.
–         Iré a ver si quiere recibiros. A propósito, soy Mario, el novio de Edurne.
–         Yo soy Gloria.
Resignada, pues sabía que Mario no iba a negarle la entrada a una cara bonita, regresé al interior del despacho para buscar el examen de Gloria. No me apetecía nada hacerlo, conociéndola, era capaz de echarse a llorar allí mismo por el suspenso, pero no se me ocurría cómo negarme a decirle la nota, pues no había nada malo en ello. Justo cuando lo encontré, llamaron a la puerta del despacho.
–         ¿Edurne? – dijo Mario desde el otro lado de la puerta – Han venido a verte unos alumnos tuyos.
–         Adelante – dije antes de darme cuenta de que había dicho “alumnos” en plural.
Cuando se abrió la puerta me quedé petrificada. Detrás de Mario, acompañando a la bonita Gloria, se encontraba mi Amo Jesús, con una sonrisa de oreja a oreja, mirándome con expresión divertida.
Mario les hizo pasar, un poco sorprendido por la expresión atónita que había en mi rostro.
Gloria, un poquito avergonzada, intentó explicarme el motivo de su visita, hablándome de su padre, de una moto y no sé de qué demonios más, pues yo no le prestaba la más mínima atención, con mis cinco sentidos enfocados en la perturbadora presencia de Jesús.
Tras unos instantes de indecisión, Mario acudió en mi rescate, haciendo pasar a los chicos al interior del despacho. Yo, aún sin saber qué decir, estrujaba entre mis dedos el examen suspenso de la chica, sin saber cómo reaccionar. Hasta que Jesús tomó las riendas de la situación.
–         Pues eso, señorita – dijo de repente interrumpiendo la explicación de Gloria – Como estaba en casa de mi novia y ella me había dicho que usted también vivía en este bloque, se me ha ocurrido subir a ver si era posible que nos dijera usted la nota del examen. Ya sabe, para quedarnos más tranquilos.
¿Su novia? Yo aún me quedé sin habla unos segundos, pero Mario, creyendo que me lo estaba pensando, intercedió a favor de los chicos.
–         Vamos, cariño, no seas tan estricta. No pasa nada porque les digas a estos chicos la nota. Estoy seguro de que no se lo dirán a nadie y, aunque lo hicieran, no creo que nadie considerara que es un trato de favor el simple hecho de decírselo.
–         Por favor, señorita… – me dijo Gloria con expresión suplicante.
Fue justo en ese instante cuando me di cuenta de que Mario no le quitaba ojo de encima a mi encantadora alumna. Y no era para menos, pues la muy zorrita iba vestida de forma bastante provocativa. Llevaba una minifalda a cuadros que dejaba ver perfectamente una buena porción de sus juveniles muslos, combinada con unos calcetines largos que le llegaban por encima de la rodilla. El torso lo cubría con una camisa blanca con varios botones desabrochados y encima de todo una rebeca de color azul. Era justo el look de Britney Spears en su primer videoclip.
Una semana atrás me hubiese molestado mucho que mi novio se comiera con los ojos a una zorrilla como aquella, pero, en aquel instante, nada estaba más lejos de mi mente que los celos porque Mario mirara a otra.
–         Venga, señorita Sánchez – me dijo Jesús mirándome a los ojos – No nos haga suplicar…
Por fin, logré reaccionar y sacudiendo la cabeza, regresé al mundo real justo a tiempo de evitar destrozar los papeles que tenía en las manos.
–         Está bien, está bien – asentí – Supongo que no pasa nada si os adelanto los resultados.
–         Buena, chica – me dijo Mario besándome en la mejilla – Aunque aquí vais a estar un poco apretados ¿Por qué no vamos al salón?
Diciendo esto, se llevó a mis alumnos del despacho, dejándome tiempo para recuperar el aliento y buscar también el examen de Jesús.
Estaba nerviosísima, pues la presencia de mi Amo allí sólo podía tener un significado. Y el hecho de que Gloria le acompañara, dejaba pocas dudas acerca de la relación que les unía. De todas formas, no me había gustado que la llamara “su novia”. Un poco picada, recogí los papeles, apagué la luz y salí del despacho.
En el salón me encontré con los chicos sentados a la mesa que usábamos para almorzar, mientras conversaban animadamente, con Mario sonriendo como un bobo a la guarrilla de Gloria.
Aún con los nervios a flor de piel, me acerqué al grupo y tomé asiento junto a Jesús, que no me quitaba los ojos de encima. Miré a Mario un segundo, asustada por lo que podía pasar, pero él malinterpretó esa mirada, pues pensó que era debida a que no me gustaba cómo miraba a Gloria. Un poco turbado, se disculpó y nos dejó solos, yendo a sentarse en el sofá, donde se puso a ver la tele.
–         A ver, señorita – dijo Gloria sentándose a mi otro lado, de forma que yo quedaba en medio de los dos alumnos – ¿He aprobado o no?
Mientras decía esto, Jesús me dirigió una mirada muy significativa. Temerosa de no haberle entendido, guardé silencio, pero Gloria, muy entusiasmada cogió su examen con el suspenso bien visible en tinta roja y dio un gritito de alegría:
–         ¡Estupendo! ¡Un notable! – exclamó ante mi sorpresa.
Mientras gritaba, se abalanzó sobre mí y rodeándome el cuello con los brazos, me estampó un sonoro beso en la mejilla.
–         ¡Gracias, señorita! ¡Es usted estupenda!
En ese preciso instante, la mano de Jesús apretó con fuerza mi muñeca. Me puse tensa bajo su contacto, sabiendo lo que venía a continuación. Con firmeza, Jesús tiró de mi mano, arrastrándola debajo de la mesa, aprovechando que el cuerpo de Gloria nos tapaba de la vista de Mario, aunque éste estaba enfrascado en la tele.
En un segundo, mi mano fue apretada contra la entrepierna del chico, notando perfectamente la dureza que se ocultaba bajo el pantalón. Excitada por el morbo de la situación, no dudé un segundo en sobar su dura polla por debajo de la mesa, mientras con el rabillo del ojo controlaba que Mario no nos pillara.
Entonces Jesús le hizo un simple gesto a Gloria con la cabeza y ella, entendiéndole perfectamente, se levantó de la mesa y dando saltitos se aproximó al sofá donde estaba Mario, dejándose caer sentada a su lado.
–         ¡Mario, he aprobado! – exclamaba la chica dando pequeños botes sobre el sofá, provocando que su faldita se agitara y lograra borrar de un plumazo el interés de mi novio por lo que emitían por televisión.
Comprendiendo la maniobra de distracción, aproveché sin dudarlo para abrir la bragueta de mi excitado alumno para dejar expuesta su enhiesta verga, que comencé a pajear lentamente, sopesando y sintiendo su embriagadora dureza en mi mano, mientras miraba divertida cómo mi novio desnudaba con la mirada a la diabólica ninfa.
Jesús, satisfecho por mi comportamiento, me dedicó una de sus seductoras sonrisas, permitiendo que yo le sobara el falo con una mano mientras con la otra le enseñaba su examen, con un soberano 10 estampado en la primera hoja.
Yo, más tranquila, apenas prestaba atención a las maniobras de seducción que Gloria estaba utilizando con Mario, pero he de reconocer que debían ser muy eficaces pues mi novio ni siquiera sospechó que, a menos de dos metros de donde se sentaba, su modosita novia le estaba pelando la polla a un chaval.
De repente, Mario habló, sobresaltándome un poco.
–         ¿Os apetece un café? – dijo el buen anfitrión – Así podremos celebrar el aprobado.
–         ¡Genial! – exclamó Gloria entusiasmada – ¡Déjame que te ayude!
–         ¡Vale! ¿Cómo os gusta tomarlo?
A pesar de que Mario se había puesto de pié y nos miraba, mantuve la sangre fría y no solté mi presa ni un momento. Jesús, impertérrito, contestó a Mario que lo tomaba solo, con una cucharada de azúcar.
Como sabía perfectamente cómo lo tomaba yo, se marchó a la cocina, seguido de cerca por la entusiasta Gloria, que parloteaba sin parar. En cuanto hubieron salido del salón, Jesús se levantó de golpe y me agarró por la cintura, metiéndome la lengua hasta la tráquea.
Sin decir nada más, me dio bruscamente la vuelta, haciéndome quedar de espaldas a él. Empujándome, me echó contra la mesa y me bajó el pantalón del chándal de un tirón junto con el tanga. En menos que canta un gallo, colocó su espolón en la posición adecuada y me la clavó hasta las entrañas, tapándome la boca con la mano para ahogar mis gritos.
–         He echado de menos tu coñito esta noche – me susurró al oído acercando su rostro al mío.
Yo no pude contestarle con la boca tapada, pero estoy segura de que los líquidos que chorreaban entre mis muslos eran respuesta suficiente.
Con fuerza y firmeza, como a mí me gustaba, Jesús empezó a follarme el coño sin compasión. Yo literalmente aullaba de placer contra su mano, con la mente en blanco, sin importarme un carajo que volviera Mario y nos pillara.
El martilleo inmisericorde de aquella dura barra de carne, unida a la extremada excitación que me embargaba debido a la morbosa situación, provocaron que el orgasmo me devastara con rapidez. Desmadejada sobre la mesa, soporté un par de minutos más los culetazos de Jesús contra mi grupa, mientras sentía cómo su polla llegaba cada vez más adentro.
Cuando por fin se corrió, sentí cómo su fuego se desparramaba por mis entrañas, llenándome por completo, estremeciendo hasta la última fibra de mi ser. Con pena noté cómo la polla de mi Amo se retiraba satisfecha de mi interior, dejándome medio desmayada sobre la mesa.
Tardé un par de minutos en recuperarme lo suficiente como para incorporarme, mientras Jesús esperaba tranquilamente sentado en su silla a mi lado, al parecer tan indiferente como yo a que Mario pudiese volver.
Cuando me sentí capaz, me incorporé y, con torpeza, me subí el tanga y el pantalón del chándal, sintiendo cómo el semen de Jesús desbordaba mi vagina y resbalaba por la cara interna de mis muslos.
Segundos después de que me sentara, Gloria regresó de la cocina portando una bandeja con tazas y una jarra de café. Echándonos una mirada divertida, dejó la bandeja en la mesa y volvió a sentarse a mi lado con una sonrisa de oreja a oreja. Instantes después, regresó Mario con expresión un poco turbada y se sentó al otro lado de la mesa, sirviéndonos el café.
No recuerdo muy bien de qué charlamos, pues mi mente estaba centrada únicamente en Jesús, mientras sentía cómo su semilla rezumaba entre mis piernas.
Un rato después, los chicos anunciaron que se marchaban, lo que me contrarió un poco, pues al tener a mi Amo tan cerca, mi libido había vuelto a dispararse y no bastaba con un solo orgasmo para quedar satisfecha. Por desgracia, no había forma de que Jesús volviera a follarme en ese momento sin descubrir el pastel, por lo que tuve que conformarme.
Mario y yo les acompañamos a la puerta para despedirles, felicitándoles a ambos por haber aprobado el examen de recuperación. Aprovechando que Mario estaba un poco distraído por llevar a la pizpireta jovencita agarrada de su brazo, Jesús me llevó aparte un segundo y me dijo en voz baja:
–         Mañana por la mañana, Gloria pasará a recogerte para que vayáis juntas al instituto. Quiero que pases todo el día con ella y que obedezcas todas sus instrucciones.
–         Entonces, ella es una de tus esclavas – pregunté estúpidamente.
–         No preguntes tonterías – respondió Mario secamente.
–         Sí, Amo.
Y se marcharon.
Esa noche, la tigresa cachonda asaltó de nuevo al pobrecito piloto. Me follé a Mario con violencia en todas las posturas que se me ocurrieron, mientras rezaba para que no se diera cuenta de que el motivo de que estuviera tan  cachonda no era él precisamente.
No importaba, pues él también se mostró más intenso de lo habitual, supongo que porque en su cabeza bailaba la imagen de una jovencita guarrilla vestida de colegiala de película porno.
Fue una buena sesión de sexo. Pero con Jesús era mejor.
………………………..
Por la mañana me desperté agotada, apagando con pereza el despertador. Mario, derrengado, dormía como un tronco a mi lado y ni siquiera escuchó cómo me levantaba y me daba una ducha.
Estaba acabando de vestirme, cuando el timbre sonó, volviéndome a poner en tensión.
¿Qué sería lo que Jesús me había preparado para ese lunes?
Queriendo evitar que el timbre despertase a Mario y tener así que enfrentarme a sus preguntas, me apresuré en acudir a abrir la puerta, encontrándome, como ya esperaba, con Gloria y con su sonrisilla sarcástica.
–         ¿Aún no estás lista? – me preguntó a modo de saludo.
–         No, estoy a medio vestir. Y todavía no he desayunado.
–         Pues termina de vestirte y vayámonos.
–         Espera un segundo, Gloria, no tardo ni 5 minutos en prepararme un café y nos vamos. Todavía es temprano.
–         He dicho AHORA – respondió la chica en tono severo.
Sus palabras me frenaron en seco, estremeciéndome. La miré y percibí el brillo cortante en su mirada, lo que me hizo comprender que más me valía hacerle caso. Recordé las palabras de Jesús diciéndome que debía “obedecer” las órdenes de Gloria y supe lo que tenía que hacer.
–         De acuerdo, Ama – le respondí sin pensar.
–         No seas estúpida – me replicó ella – Yo no soy tu ama. Soy Gloria. Es sólo que hoy tienes que hacerme caso en todo, pues debo explicarte una serie de cosas e ir a un par de sitios. Así que no pierdas tiempo y haz lo que te digo.
Asintiendo con la cabeza, regresé al baño y terminé de acicalarme y vestirme lo más rápido que pude. Enseguida me reuní con Gloria y juntas tomamos el ascensor al sótano y cogimos mi coche, sin mediar palabra. Una vez en el coche, Gloria pareció relajarse un poco y empezamos a charlar animadamente.
–         Ji, ji – me dijo de pronto – Si a principios de curso me hubieran dicho que la “Dama de Hielo” del instituto iba a convertirse en miembro del grupito de Jesús, no me lo habría creído ni en mil años.
–         ¿Dama de Hielo? – pregunté yo, aunque ya había escuchado ese mote anteriormente.
–         Sí, es como te llaman muchos chicos en el insti. “Está muy buena y yo me la follaba, pero seguro que la polla se me quedaba congelada” – me dijo riendo – Eso decía el otro día un compañero de clase.
–         ¿En serio? – respondí divertida – ¿Y quién fue?
–         ¿Ves? Por eso te llaman así. Ya estás maquinando para atrapar al alumno y castigarle.
–         Vale, vale… No te chives… Aunque, podríamos cambiar tu notable por un sobresaliente ahora mismo – bromeé – Ya sabes, como en la peli esa, “quid pro cuo”
–         ¡Ah, no! Mis labios están sellados. Además, no debemos abusar. Nadie de la clase iba a creerse que he sacado un sobresaliente. ¡Pensarían que estábamos liadas!
–         Menuda putada para ti – respondí – ¡Liarte con la “Dama de Hielo”!
–         Bueno, no sé si eso sería tan malo – respondió ella con una curiosa mirada en los ojos – ¡Por lo poco que he visto, la “Dama” es bastante ardiente!
–         ¿Lo poco que has visto? – pregunté extrañada.
–         ¡Digo! ¡Me quedé alucinada cuando te comiste la polla de Jesús en el examen! ¡No podía creer que te atrevieras!
–         ¡¿Nos viste?! – exclamé incrédula.
–         ¡Coño, claro! Yo sabía que Jesús iba a hacer algo contigo ese día. Y cuando vi que se sentaba atrás, no a mi lado como siempre y que tú también te ibas para allá y empezabas a gritarnos que no nos moviéramos, ya no tuve dudas. Así que os espié con disimulo… ¡y no veas si me pusisteis cachonda! A lo mejor hubiera aprobado la recuperación yo solita si no me hubierais dado el espectáculo. ¡Tuve que hacerme una paja en el baño al salir del examen y todo!
–         Madre mía, qué vergüenza – dije sin poderlo evitar.
–         ¿Vergüenza? Cariño, si vas a entrar a formar parte de nuestro grupito será mejor que te olvides por completo de lo que es eso.
–         Ya, ya, si lo entiendo…
–         Aunque la verdad, no creo que tengas problemas con eso – dijo Gloria.
–         ¿Por qué dice eso?
–         ¡Porque te he visto en acción! Mira, cuando yo empecé con Jesús pasaron meses hasta que me atreví a hacer cosas semejantes con él. En cambio tú, las haces como si tal cosa desde el primer día. ¡Eres una guarra! – me dijo riendo la joven.
–         Oye, no te pases, que soy tu profesora – le espeté un poco picada.
–         En eso te equivocas, Edurne – respondió ella sonriente – Puedo hablarte como me dé la gana. Ahora mismo eres una simple aprendiz de esclava, por lo que mi jerarquía es superior a la tuya.
–         ¿Jerarquía? – pregunté sin entender.
–         Dentro del grupo. Jesús mantiene una jerarquía entre sus mujeres. Cuando una ingresa en el grupo, empieza por abajo y después, con su comportamiento, puede subir o bajar de rango.
–         Parece el ejército.
–         Parecido, sólo que no hay rangos iguales. No hay chicas de igual rango, todas tenemos que obedecer a las que tenemos por encima y podemos ordenar lo que sea a las que tenemos por debajo.
–          ¿Y por qué este sistema?
–         Porque funciona. Verás, al principio no era así, pero se daba el problema de que había rencillas entre nosotras.
–         ¿Rencillas?
–         Sí, peleas. Chica, es obvio, todas las que estamos en el grupo estamos enamoradas de Jesús…
Un escalofrío recorrió mi espalda.
–         ¿Enamoradas? – repetí estúpidamente.
–         Sí, enamoradas. O al menos sentimos algo muy intenso por él. ¿Acaso no te sucede a ti?
–         He de reconocer que sí – respondí tras meditarlo un segundo.
–         Pues eso, un grupo de chicas disputando por el mismo hombre, hacían que surgieran celos, peleas… la cosa no funcionaba.
–         E instauró el sistema de rangos.
–         Exacto – asintió Gloria – Y funciona realmente bien.
–         Pero, si una quiere fastidiar a una de rango inferior… puede hacer lo que le venga en gana.
–         Sí, es cierto. Pero piensa que Jesús hace muy frecuentes cambios en los rangos y que, si un día puteas a alguna, a lo mejor al día siguiente ella puede putearte a ti, así que procuramos no jodernos mucho las unas a las otras. Ya te digo… funciona.
–         Y oye… – dije un poco nerviosa.
–         Dime.
–         ¿Y no nos vio nadie más?
–         ¿A Jesús y a ti durante el examen? No, no lo creo.
–         ¿Estás segura?
–         Bastante. Imagínate, un rumor así habría corrido como la pólvora.
–         Sí, tienes razón – asentí más tranquila.
Nos callamos un par de minutos, pues había un poco de tráfico y tuve que concentrarme en la conducción. Aproveché para digerir todo lo que Gloria acababa de contarme, lo que no me costó mucho, pues no había nada que me costara asimilar. Mi único deseo era seguir junto a Jesús y no me importaba si para ello tenía que obedecer las órdenes de unas cuantas chicas.
–         Bueno – dije más tranquila – Supongo que ésta es una de las cosas que debías explicarme hoy, ¿verdad?
–         Exacto.
–         Oye, no he podido evitar darme cuenta de que el tono estúpido e infantil que usabas ayer al hablar ha desaparecido… – le dije.
–         ¿Te molesta?
–         ¡Oh, no! ¡Para nada! Prefiero con mucho conversar con una mujer que escuchar las tonterías de una niñata sin cerebro.
–         ¿Eso te parecí ayer? – rió ella.
–         No te ofendas, pero sí.
–         ¡Si no me ofendo! Más bien es un halago. Quiere decir que tengo dotes de actriz.
–         ¿De actriz?
–         ¡Claro! Ayer interpretaba un personaje. Colegiala guarrilla…
Empezaba a comprender.
–         Jesús vino a casa y me dijo que era necesario distraer un poco a tu novio. Así que adopté ese personaje. Todavía no conozco a ningún tío hetero que sea capaz de no despistarse cuando la colegiala guarrilla está cerca.
–         Madre  mía – dije riendo – ¿Y qué pasó?
–         ¿Estás celosa?
Volví a meditarlo un segundo.
–         No sé. Quizás un poco. Pero la verdad es que, estando Jesús allí, no me paré a pensar en Mario ni un segundo.
–         Te comprendo – dijo ella.
–         Bueno, pero entonces, ¿qué pasó?
–         Ja, ja, ja, ja… Así que no te importaba…
–         Ya te he dicho que un poco sí…
Gloria me miró unos segundos antes de contestar.
–         ¡Bah! No te preocupes. Me limité a enseñarle un poco de carne y él se aturrulló por completo. Pero no pasó nada.
–         ¿Y qué hubiera pasado si él hubiera intentado propasarse?
–         Pues que le habría dejado. Me habían ordenado entretenerle como fuera para que os quedarais los dos a solas durante un rato. Así que si lo hubiera intentado…
No completó la frase. No hacía falta.
–         O sea – continué – Que cuando entre definitivamente en el grupo seré el último mono y todas podréis hacer conmigo lo que os venga en gana.
–         Casi.
–         ¿Casi? – la interrogué.
–         Hay una chica que siempre está por debajo de los demás. Ella es la última de todas.
–         ¿Por qué?
–         Luego te lo cuento.
–         Vale.
–         Y además, no es cierto que podamos hacer lo que queramos con las que están por debajo. Si alguna se pasa, Jesús puede bajarte el rango rápidamente, con lo que podrías pasarlo bastante mal.
–         ¿Y cuál es tu rango? – pregunté con curiosidad.
–         ¿Ahora mismo? Soy el número dos.
–         El uno será Esther, ¿verdad?
–         En efecto.
–         ¿Y cuántas chicas hay en el grupo?
–         ¿No lo sabes?
–         Si lo supiera, no te preguntaría.
–         A ver un segundo – dijo Gloria mientras hacía sus cálculos – Contigo seremos siete.
–         ¿Siete? No son tantas… – dije sin pensar.
–         ¿Te parecen pocas? Pues no es nada fácil para Jesús encargarse de un grupo de mozas lozanas como nosotras, no te creas…
–         Pero todas nos dedicamos a complacerle a él…
–         ¿Y él te ha dejado alguna vez insatisfecha? Profe, Jesús es nuestro Amo y hacemos lo que nos ordena, pero si estamos con él es porque nos da a todas lo que necesitamos. Y por lo menos a mí, lo que me gusta es que me folle bien follada.
–         Supongo que tienes razón – dije encogiéndome de hombros.
–         Pues claro.
Seguimos charlando de cosas intrascendentes hasta que llegamos al instituto. Era temprano, pues faltaba más de media hora para que empezaran las clases. Yo me preguntaba por qué habíamos ido tan pronto y la respuesta no tardó en llegar.
–         Acompáñame – me dijo Gloria una vez hube aparcado.
Sin hacer preguntas, la seguí al interior del edificio. Gloria llevaba en las manos su carpeta con los apuntes de clase y una bolsa de plástico. En vez de dirigirnos a la zona de las aulas, fuimos a la parte trasera, donde estaba el gimnasio. Cuando llegamos al fondo del edificio, Gloria, tras mirar a los lados para asegurarse de que no había nadie por allí cerca, sacó una llave del bolsillo y abrió la puerta de un pequeño cuartillo, que yo sabía se usaba como almacén de material de limpieza.
Efectivamente, tras entrar en el cuartucho (muy pequeño, de un par de metros de ancho por dos de largo, más o menos), pude verificar que así era. Era un sucio cuchitril, con estanterías metálicas en las paredes, llenas de botes de productos de limpieza, rollos de papel, trapos y cosas por el estilo.
Para acabar de completar el cuadro, la única luz existente provenía de una solitaria bombilla que colgaba de un cable suspendido del techo en el centro de la habitación.
–         ¿Qué coño hacemos aquí? – pregunté un poco preocupada.
–         Ahora lo verás – respondió Gloria mientras hacía una llamada por el móvil y colgaba antes de permitir que su interlocutor contestara.
Yo estaba con la mosca detrás de la oreja, temiéndome lo peor, pero Gloria se apresuró a tranquilizarme.
–         Jesús me ha dicho que ya te contó que sus chicas tienen ciertas… “obligaciones” para obtener ciertos “beneficios”, ¿verdad?
–         Sí, así es – respondí recordando la charla en cuestión.
–         Pues bien, te he traído para que veas cómo desempeño una de mis obligaciones – me dijo mientras dejaba su carpeta y la bolsa en uno de los estantes.
–         ¿Y cuál es?
No le dio tiempo a contestar, pues, en ese preciso momento, la puerta del cuartillo se abrió y apareció en el umbral el conserje del instituto, un vejete de sesenta y pico años que debía estar a punto de jubilarse.
El hombre se quedó parado un segundo mirándome, sorprendido de mi presencia allí, pero Gloria intervino enseguida.
–         Tranquilo, Mariano – le dijo – Ella está sólo para mirar. Cosas de Jesús.
¿Mirar? Comenzaba a intuir por donde iban los tiros.
–         Vale, no me importa – dijo el conserje – ¿Las has traído?
–         Claro, como siempre – respondió la chica.
Yo aún no sabía lo que estábamos haciendo allí los tres en ese cuartillo, pero empezaba a tenerlo claro.
–         Venga, sácatela, que las clases empiezan ya mismo y esto se va a llenar de gente.
–         Sí, sí, lo que tú digas – dijo Mariano un tanto cohibido – Pero ya sabes que aquí detrás no viene nunca nadie….
Mientras hablaba, Mariano había comenzado a forcejear con su cinturón y en menos que canta un gallo, se había bajado los pantalones y los calzoncillos hasta los tobillos, enarbolando una erección bastante respetable. No estaba nada mal dotado el Mariano.
Gloria, sonriente, se agachó un poco y, ni corta ni perezosa, agarró el cimbreante nabo con su manita y empezó a administrarle una experta paja.
–         ¡Uffffffff! – resopló Mariano al sentir el contacto de los juveniles dedos sobre su verga.
–         Te gusta, ¿eh? – dijo risueña Gloria, mientras seguía cascándosela.
–         Ya… ya lo sabes – balbuceaba Mariano mientras se agarraba a los estantes con las manos para no caerse.
Yo contemplaba atónita la escena, con los ojos bien clavados en la formidable erección del conserje. La mano de Gloria se deslizaba sobre la polla con habilidad, haciendo unos elegantes giros de muñeca que, al parecer, le encantaban al vejete.
–         ¿Ves? – dijo Gloria mirándome – Esta es una de mis tareas. Los lunes vengo temprano y le doy a Mariano una enjabonadita rápida, ya sabes, para que empiece la semana con energía. ¿Verdad Mariano?
Él asintió con una especie de mugido.
–         A cambio, tenemos acceso al instituto siempre que nos dé la gana. Una copia de la llave maestra, acceso a los despachos de los profesores, el gimnasio… lo que nos haga falta…
Ahora entendía las misteriosas desapariciones del conserje cada vez que Jesús me pillaba en el instituto. Las piezas empezaban a encajar.
–         Alguna de las tareas que tengo que hacer no son muy agradables, pero esta no está nada mal, pues Mariano es muuuuuuy amable y su pichita es bastante respetable – dijo la zorrilla dándole un cariñoso apretón al endurecido nabo.
–         Sí… – resoplaba Mariano – Yo estoy aquí para servir…
–         Ji, ji, ji – se reía Gloria sin dejar de meneársela – ¿A que mi Mariano tiene una buena polla, Edurne?
La muy guarra me miraba sonriente mientras decía esto. Mariano, por su parte, al oír mi nombre, había abierto sus ojos y me miraba con lujuria.
–         Sí, sí – asentí avergonzada – Está muy bien.
–         ¡Y está durísima! ¡Y sin pastillitas ni nada! ¡Mariano está hecho un campeón!
El campeón resoplaba como un fuelle; parecía que iba a darle una apoplejía de un momento a otro.
–         ¿Cuántos años tienes ya,  Mariano? – le preguntó Gloria acelerando el ritmo de su manita.
–         Se… sesenta y dos – farfulló el tipo.
–         ¡Sesenta y dos! ¡Y se le pone como un leño! ¡Mi padre tiene cuarenta y tres y ya he visto que tiene las pastillitas azules en un cajón! ¡Eres un monstruo, Mariano!
El vejete simplemente se reía resollando.
–         ¿No quieres tocarla, Edurne? ¡Verás lo dura que está!
Mariano, encantado con la idea, clavó sus suplicantes ojos en mí, lo que me hizo gracia. Pensé en acceder, pero, al no estar Jesús presente, algunas de mis inhibiciones volvían a aflorar, así que atiné a negarme.
–         No, no, no te preocupes. Estoy bien así – respondí como una imbécil.
–         ¿Entonces por qué la miras tanto? – insistió la chica – ¡Estoy segura de que te apetece sobarla un poco!
–         No, no…
–         Te he dicho que la toques – ordenó Gloria, repentinamente seria, mientras dejaba libre la verga del viejo.
Un estremecimiento me sacudió al percibir el tono perentorio en la voz de Gloria. Como una autómata, estiré la mano y agarré la dura barra de carne del conserje, que me miraba con los ojos desorbitados.
Me gustó.
Aunque no me habían ordenado nada, reanudé la paja a Mariano, pero mi estilo era más lento que el de Gloria, deslizando mi mano muy despacio por toda la longitud de la polla del vejete. Era verdad que estaba durísima, podía sentir cómo palpitaba en mi mano; me estaba poniendo un poquito cachonda.
Mariano, por su parte, estaba a punto de caramelo. Mi inesperada intervención le había llevado a niveles altísimos de excitación y estaba a punto de correrse. Me disponía a culminar la faena cuando Gloria me detuvo.
–         Espera, déjale. Yo me encargo.
A regañadientes, solté la dura polla del viejo. El pene daba pequeños saltitos espasmódicos, señal inequívoca de que iba a disparar su carga de un momento a otro.
–         Me han ordenado a mí que Mariano se corra. Es mi tarea – dijo Gloria a modo de explicación mientras volvía a empuñar el arma.
Yo me aparté un paso, pues no sabía a dónde podían ir a parar los disparos, aunque Gloria parecía tenerlo todo controlado. Entonces, Mariano balbuceó unas palabras:
–         Glo… Gloria… por favor… ¿me dejas?
–         ¿Cómo? – dijo la chica haciéndose la sorprendida – ¿No te ha parecido bastante que te la toquen dos mujeres en vez de una?
–         Por favor… – insistió Mariano, suplicante.
–         ¿Y qué me das a cambio?
–         Lle… llevo 10€ en la cartera…
–         No seas idiota. Sabes que no quiero tu dinero. Haremos una cosa. Habla con Manolo, el del bar y que nos invite a las dos a desayunar en el recreo.
–         Cla… claro – asintió Mariano.
–         Bueeeeeno. Entonces vale.
Con la mano izquierda, pues la derecha seguía ocupada, Gloria se subió el jersey hasta el cuello, dejando al aire sus turgentes senos enfundados en un precioso sostén de encaje blanco. Con habilidad, soltó el broche de la parte delantera, de forma que el sujetador se abrió de golpe, descubriendo sus juveniles pechos. En ese momento, vi que de uno de sus pezones colgaba el corazoncito que la marcaba como esclava de nuestro Amo. Mariano, sin perder un segundo, disparó su mano hasta posarla en las tetas que tan gustosamente se le ofrecían y las acarició y sobó con delicadeza.
Y, claro, se corrió.
Mientras Mariano bufaba y resoplaba como un tren diesel subiendo una cuesta (eso sí, sin soltar las tetas ni un segundo), Gloria, con la habilidad que da la experiencia, apuntó la rezumante polla hacia abajo, con lo que los espesos goterones de semen cayeron directamente al suelo.
El cuerpo de Mariano se agitaba con los espasmos del orgasmo, especialmente en la zona pélvica, que se movía sin control mientras se le vaciaban los huevos por completo.
Por fin, las últimas gotas salieron de la ya menguante polla y Gloria, ya acostumbrada a esas situaciones, la soltó, procediendo a limpiarse las manos con un rollo de papel que cogió de un estante.
Cuando se recuperó, Mariano volvió a vestirse con aire avergonzado, como si una vez culminada la tarea, se diese cuenta de lo que había estado haciendo.
Gloria, una vez aseada y con la ropa arreglada, cogió la bolsa de plástico que había traído consigo y se la alargó a Mariano, que la agarró con presteza. Con los ojos brillantes, el vejete abrió la bolsa y sacó su contenido: un puñado de bragas usadas.
–         Un momento, ese tanga es mío – protesté al reconocer la braguita que Jesús me había pedido el sábado cuando me marché de su casa.
–         ¿En serio? ¿Son tuyas? – exclamó Mariano entusiasmado.
–         Sí, son mías. Me las…. – traté de contestar.
Sin esperar a mi respuesta, Mariano se llevó las bragas a la cara y aspiró profundamente. Yo le miraba alucinada, viendo cómo el viejo olisqueaba mi olor corporal como si le fuera la vida en ello.
–         Déjalo – me dijo Gloria poniendo su mano sobre mi brazo – Es parte del trato. Aunque normalmente no se entera de a quién pertenece la ropa interior que le damos. Pero eso ha sido fallo tuyo.
Todavía un poco aturdida, dejé que Gloria me sacara de aquel armario. Antes de salir, la chica se aseguró de que no hubiera moros en la costa y, tras recordarle a Mariano que nos debía un desayuno, se despidió de él hasta el lunes siguiente.
Tardé un par de minutos en recuperarme lo bastante del shock como para volver a dirigirme a Gloria.
–         ¿Y esto lo haces todos los lunes? – fue lo único que se me ocurrió preguntar.
–         Sí, así es – asintió Gloria – Y no te creas que me importa hacerlo. Mariano es un tipo muy amable y simpático. Nunca intenta propasarse y respeta los términos de su acuerdo con Jesús al milímetro. La única putada es tener que darme un madrugón por la mañana.
–         Comprendo.
–         Yo lo veo un poco como hacerle un pequeño favor a un anciano. Me recuerda a mi abuelo.
–         ¿También se la meneabas a tu abuelo? – bromeé.
–         ¡No, tonta! – respondió Gloria riendo – Aunque he de reconocer que era un poco viejo verde. Le gustaba demasiado sentarme en sus rodillas.
–         Bueno, eso es normal en un abuelo con su nieta.
–         Sí. Pero es que no empezó a hacerlo hasta que cumplí los quince – respondió Gloria entre carcajadas.
Como yo tenía que ir a la sala de profesores y Gloria a sus clases, nos despedimos hasta la hora del desayuno, que tomaríamos en el bar del instituto, cortesía del pervertido de Mariano.
Las clases de la mañana fueron bien e incluso la hora que tenía libre antes del recreo pasó muy deprisa, pues la dediqué a actualizar las actas de notas con los alumnos que habían aprobado los exámenes de recuperación.
Cuando terminé, era casi la hora del recreo, así que le llevé las actas al jefe de estudios. Me quedé parada al ver que estaba charlando con el director, pero hice de tripas corazón y me acerqué a los dos hombres, entregando los papeles.
No me gustó nada la sonrisilla socarrona con la que me miraba Armando, pero aguanté el tirón como pude y me marché de la sala, dirigiendo mis pasos al bar.
Gloria ya me esperaba allí y había logrado guardarme sitio en una de las mesas. Para disimular, me había llevado una copia de su examen de recuperación, aunque Gloria me dijo que no era necesario, pues había comentado con algunos compañeros que su padre vivía en mi mismo bloque y que fuera del trabajo yo era muy enrollada, por lo que estábamos empezando a hacernos amigas.
–         Así no le extrañará a nadie si alguna mañana me traes al insti en el coche – dijo riendo.
–         Muy lista – concedí.
–         ¡No te quejes! ¡que lo estoy haciendo por ti! ¡Poco a poco, lograré que pierdas la fama de “Dama de Hielo”!
–         Vaya, gracias – respondí riendo.
Me sorprendí en ese instante al darme cuenta de que Gloria me caía bastante bien. Una vez abandonada la pose de niñata pijilla y estúpida, descubrí que era una chica bastante más inteligente de lo que yo pensaba y, sobre todo, enormemente directa.
Charlamos un rato sobre nosotras, conociéndonos un poco más. Ya sabía que sus padres estaban divorciados, por lo que Gloria orbitaba entre los pisos de ambos. Últimamente pasaba más tiempo en casa de su padre (en mi edificio) pues, al parecer, su madre se había echado un novio nuevo y a Gloria no le gustaban las miraditas que el tipo le echaba.
Yo, por mi parte, le hablé un poco de mi relación con Mario, de mis estudios y de mi familia. Pronto estuvimos las dos contándonos cosas personales, pero, cuando la conversación iba a empezar a derivar hacia Jesús, sonó el timbre del fin del recreo y tuvimos que marcharnos a clase.
Como me tocaba precisamente con la clase de Jesús y Gloria, fuimos juntas hacia el aula y fue entonces cuando Gloria me dio mis siguientes instrucciones.
–         La nuestra es tu última clase del día ¿verdad? – me dijo.
–         Sí, los lunes, a última hora, no tengo clase, así que suelo marcharme a casa.
–         Estupendo. Pues cuando acabemos la clase me voy contigo.
–         ¿Te vas a saltar la última hora?
–         Pues claro. Es gimnasia y como ves, no me he traído el chándal – dijo abriendo los brazos para que observara cómo iba vestida.
–         Vale, ¿y adónde vamos?
–         Primero de compras y después a almorzar. Luego ya veremos.
–         ¿De compras? – inquirí.
–         Exacto.
Llegamos a la clase y nos sumergimos en la algarabía de alumnos charlando y gritándose unos a otros. Tras poner orden y lograr que todos se sentaran, impartí la materia del día bastante contenta y relajada.
 Jesús, tras intercambiar unas palabras con Gloria, me miró sonriente y me guiñó un ojo, lo que hizo que me ruborizara como una colegiala.
La clase pasó volando y, cuando acabó, todos los chicos recogieron sus cosas para ir al patio a clase de gimnasia. En la algarabía que se organizó, nadie se dio cuenta de que Gloria y yo nos marchábamos juntas camino del aparcamiento, sin olvidarnos eso sí, de despedirnos subrepticiamente de nuestro Amo Jesús.
Para evitarme complicaciones posteriores, aproveché para llamar a Mario con el móvil, para avisarle de que no iba a almorzar. No hubo problema, pues él también iba a salir con un compañero y estaba a punto de llamarme para decirme que no venía a casa. Un problema menos.
Una vez en el coche, Gloria me dio la dirección de un conocido centro comercial y allí nos marchamos retomando nuestra conversación.
–         ¿Y también todos los lunes le llevas bragas usadas al conserje? – le pregunté tras unos minutos de charla.
–         Sí. El pobre tiene un fetichismo incurable por la lencería femenina usada. Muchas veces le digo que debe tener antepasados japoneses – me respondió.
–         Sí, alguna vez he escuchado por la tele que en Japón esas cosas son muy normales.
–         Digo. ¿Y no has visto los vídeos con las cosas que hacen?
–         Alguno.
–         Una vez Jesús me enseñó uno alucinante en el que habían puesto una caja enorme en mitad de la calle. Por fuera era como de espejos, pero desde dentro se veía la calle perfectamente. ¿Entiendes lo que digo?
–         Sí, desde dentro se veía a la gente, pero desde fuera no se podía ver el interior de la caja.
–         Exacto, como en los espejos de las ruedas de identificación en las pelis de policías.
–         Sí ya sé.
–         Pues eso. Dentro de la caja, había una pareja de chinos…
–         Japoneses – la interrumpí.
–         Bueno, lo que sea… – dijo ella agitando una mano – Pues eso… En la caja había un agujero grande por el que la chica sacaba la cabeza a la calle y charlaba con los transeúntes. Mientras, el chino se la follaba a lo bestia dentro de la caja y la tía aguantaba el tirón poniendo unas caras de gusto que te cagabas, mientras la gente, que se imaginaba lo que estaba pasando dentro, le daba palique a la tía como si nada.
–         ¡Joder! – exclamé sorprendida.
–         ¡Y eso no es lo mejor! Cuando el tío se iba a correr la quitó del agujero y se le corrió en toda la boca. ¡Y la tía volvió a sacar la cabeza y a seguir charlando con la gente mientras la lefa le resbalaba de los labios! ¡Increíble!
–         Madre mía, espero que a Jesús no se le ocurra hacer algo como eso.
–         Ya te digo. Eso mismo le dije a él cuando vimos el vídeo y me miró con una sonrisilla que me acojonó bastante.
–         ¡Joder! – exclamé, haciéndonos reír a las dos.
Finalmente llegamos al centro comercial, en cuyo parking dejamos el coche. Dejándome guiar por Gloria, fuimos a la zona de las boutiques y la chica me condujo como una flecha hasta una de ellas, cuyo nombre no daré por si algún lector lo reconoce.
Entramos en el establecimiento y pude ver que era una elegante tienda de ropa femenina. A primera vista tenían de todo, elegantes trajes de noche, ropa más juvenil, vestidos de temporada… y una amplia sección de lencería.
Yo me había fijado en alguna ocasión en la tienda cuando venía de compras al centro comercial, pero nunca me había decidido a entrar, pues mi sueldo de profesora chocaba frontalmente con los precios de los vestidos que había en el escaparate.
Nada más entrar, una bonita joven vestida con sobriedad se acercó para atendernos, pero, al fijarse en Gloria, se detuvo y, tras saludarla, dijo que iba a avisar a su jefa.
–         Veo que aquí te conocen – le dije mientras esperábamos.
–         Sí. Soy amiga de la dueña.
–         Esto… Gloria – dije un poco titubeante.
–         Dime.
–         Esta tienda… Es un poco cara ¿no?
–         Sí que lo es.
–         Pues eso, cariño, yo no gano mucho y…
–         ¡Anda, no seas tonta! – me interrumpió – ¡No te preocupes por eso!
Un poco desconcertada, vi cómo se aproximaba a nosotras la que debía ser la encargada de la boutique. Era una mujer de unos cuarenta años, pero increíblemente bien llevados, guapísima, de ojos almendrados y con una mata de pelo negrísimo recogido en un moño muy profesional. Vestía un traje de falda y chaqueta que debía costar lo que yo ganaba en un mes.
Pero lo que realmente impresionaba de aquella mujer era el formidable par de tetas que abultaban su camisa. A ojo, debían de medirle120 centímetrosde contorno, si es que no me quedaba corta debido a que llevaba los botones de la parte baja de la chaqueta abrochados, comprimiendo un poco su pecho.
–         ¡Gloria, cariño! – saludó acercándose – ¡Cuánto me alegro de verte! ¡Me tienes abandonada!
–         ¡Hola, Natalia! ¿Cómo estás? – respondió Gloria besándola en ambas mejillas – Perdona que no haya pasado últimamente por aquí. Ya sabes, los exámenes y eso…
–         Nada, nada, no tienes excusa – bromeó la mujer – Sólo vienes a verme cuando necesitas algo…
–         Vamos, vamos, Nati, no te pases. Si nos vimos la semana pasada ¿no te acuerdas? Cuando comimos con Yolanda.
–         ¡Ah, es verdad! Y por cierto, ¿no vas a presentarme a tu amiga?
–         ¡Oh! Disculpa. Esta es mi profesora del instituto, la señorita Sánchez.
–         Edurne, por favor – saludé yo estirando la mano.
Natalia ignoró mi mano por completo y acercándose a mí, me estampó dos ligeros besitos en las mejillas, mientras yo notaba cómo sus formidables aldabas se estrujaban contra mis pechos, de los que yo me había sentido tan orgullosa hasta hacía dos minutos.
–         Yo soy Natalia. Encantada de conocerte. Las amigas de Gloria son mis amigas. ¿Y bien, nena, qué necesitas esta vez? – dijo la mujer volviéndose hacia mi alumna.
–         No he venido por mí. Necesitamos algo de ropa para mi amiga Edurne.
–         ¿Para ella? – dijo Natalia algo extrañada –
–         Sí, para ella.
–         ¡Ah, comprendo! Venid por aquí.
La siguiente hora me la pasé acompañada de las dos mujeres escogiendo y probándome ropa. Yo aún seguía nerviosa, pues cuando lograba atisbar el precio de alguno de los modelitos, no podía evitar que la sangre se me helara en las venas.
Gloria, con toda confianza, se metía al probador conmigo para ayudarme a vestirme y yo enseguida perdí el pudor, como si fuéramos amigas de toda la vida.
Finalmente escogimos tres conjuntos, uno de minifalda de color gris y chaqueta a juego, con camisa blanca, un vestido largo de color verde y un precioso vestido de noche negro que casi me hizo caer de culo al mirar el precio.
–         Estás preciosa con éste, querida – me dijo Natalia mientras me miraba al espejo.
–         Gracias – respondí encantada.
–         Bueno, Natalia y ahora tráenos lencería. Mi amiga necesita reponer de todo. Braguitas, sostenes, medias… Ya sabes lo que a mí me gusta.
–         ¿Lo que a ti te gusta? – dijo Natalia.
–         Sí, ya sabes… Como si fuera para mí.
A esas alturas, Natalia sabía perfectamente mi talla, así que se marchó a por la lencería. Aprovechando que la mujer salía de la zona de los probadores, decidí insistirle a Gloria sobre el tema del dinero.
–         Gloria, ¿cómo voy a pagar esto? ¡Para poder pagarme este vestido tendría que estar sin comer un mes!
–         Te he dicho que no te preocupes – respondió ella distraída – Ahora quítatelo que tienes que probarte la ropa interior.
–         ¿Probármela? – dije extrañada – pero la lencería no se prueba.
–         Aquí sí. ¡Vamos, desnúdate!
Otra vez el tono perentorio.
Obediente, me quité el vestido y lo colgué de una percha, quedando vestida únicamente con mis braguitas y el sujetador. Gloria me echó un vistazo apreciativo tan intenso, que hasta sentí el calor de su mirada sobre mi piel.
En ese momento, se abrió la cortina del probador y entró Natalia, cargada con un montón de cajas que Gloria le ayudó a depositar en el asiento que había en el probador.
Me sentí un poco avergonzada, allí en bragas delante de aquella mujer a la que conocía desde hacía un rato. Percibiendo mi incomodidad, Gloria intervino, mostrándome lo que yo debería haber comprendido sola.
–         Y bien, ¿a qué esperas? ¡Desnúdate que vamos a probarte algunos conjuntos!
–         Pero, ¿no basta con la talla? Normalmente en las tiendas no permiten que una se pruebe la ropa interior.
–         Cariño – intervino Natalia – Esta tienda es especial ¿no te habías dado cuenta?
–         La verdad es que eres un poco espesita para ser maestra, Edurne – me zahirió mi alumna – Anda Nati, enséñaselas.
Ni corta ni perezosa, Natalia se desabotonó la chaqueta por completo y sin dudar un segundo, se subió el suéter dejando al aire el más formidable par de domingas que había visto en mi vida. Mientras yo la contemplaba con la boca abierta, la dependienta soltó el broche del sujetador y sus monumentales tetas quedaron libres, botando a su aire en el interior del probador.
En sus gruesos pezones, aparecía lo que debería de haber imaginado mucho antes: un par de piercings de acero representando un corazón atravesado por una espada. Lógico.
Lo único distinto en aquellos adornos era que llevaban un pequeño aro en la parte inferior, colgando de la base del corazón. No sabía por qué y no me atreví a preguntar.
–         Número 3, te presento a la futura número 6.
–         Encantada – dijo burlona Natalia, estrechándome enérgicamente la mano, lo que hizo que sus tetas botaran sin control.
Yo, aún estupefacta, le devolví el saludo sin quitarle ojo de encima a sus senos, lo que hizo que las dos mujeres se carcajearan a mi costa.
–         Oye, seguro que ésta es hetero, ¿no? – dijo Natalia – Como no me quita ojo de las tetas…
–         Sí, querida, doy fe de ello. Aunque a lo mejor también le gusta el rollo bollo…
Avergonzada, aparté la vista mientras las dos esclavas se reían de mí. Afortunadamente, no se pasaron mucho y enseguida retomamos la sesión de lencería.
Me obligaron a probarme varios conjuntos de ropa interior de lujo, braguitas de encaje, tangas, medias, sostenes… todo de gran calidad, bastante superior a lo que solía comprarme. Ellas no abandonaron el probador en ningún momento, sentadas muy juntitas en el asiento del cuartito, mientras hacían comentarios bastante descarados sobre mi anatomía. Mientras charlaban, Gloria le había pasado una mano por encima de hombro a Natalia y jugueteaba distraídamente con uno de los piercings, lo que no parecía molestar en absoluto a su dueña.
Estuvimos cerca de una hora allí metidas, hasta que finalmente juntaron un considerable montón de lencería fina, incluyendo un par de bodies de color negro que resaltaban especialmente mis senos.
–         A Jesús le va a encantar todo esto – me dijo Gloria guiñándome un ojo.
–         Doy fe – aseveró Nati mientras se abrochaba el sostén y se recomponía la ropa.
Por fin, salieron juntas, dejándome sola para que me vistiera, una vez finalizado el espectáculo. Eran más de las tres y mis tripas rugían de hambre.
Cuando salí, me encontré con que ambas me esperaban charlando junto a la caja registradora. Gloria iba cargada con un montón de bolsas, de las que me entregó la mitad, para repartir el peso.
–         Bueno, Nati, gracias por todo. Ya te avisaré cuando quedemos para la cena.
–         Estupendo. Oye, ¿por qué no coméis conmigo y con Yoli? Debe estar al llegar.
–         Lo siento guapa, no podemos – respondió Gloria – Tengo que presentarle a Kimiko y seguir explicándole el tema.
–         Bueno, qué se le va hacer. Pues otro día.
–         Claro, Nati, sin problemas. Nos vemos – dijo la chica volviendo a besar a la tetona en las mejillas.
–         Y a ti te digo lo mismo, Edurne – dijo la mujer dirigiéndose a mí – A partir de hoy, ésta es tu casa, puedes venir siempre que quieras.
–         Muchas gracias – atiné a decir, aún un tanto avergonzada.
–         Estoy segura de que seremos buenas amigas – se despidió Natalia besándome a mí también.
–         Hasta la semana que viene entonces – dijo Gloria.
–         Adiós.
Nos marchamos dejando a la exuberante mujer despidiéndose desde la puerta de su tienda. Gloria iba risueña, moviendo de un lado a otro las bolsas como si bailara. Yo me moría por hacerle un montón de preguntas, pero decidí esperar hasta el coche.
Cuando salimos del parking conduciendo (nos salió gratis, pues Natalia nos había sellado el ticket), no aguanté más y comencé el interrogatorio:
–         O sea que Natalia es una del grupo, ¿no? – empecé torpemente.
–         Es obvio.
–         ¿Y todo lo que hemos comprado lo paga ella? – pregunté, pues era consciente de que Gloria no había pagado nada.
–         Más o menos.
–         Pero, esto es pasarse ¿no? ¿Has visto el montón de ropa que llevamos? ¡El vestido de noche vale cerca de 1500€!
–         Pues mejor para ti…
–         Pero…
–         Pero nada – me cortó Gloria – Ella es una más de las esclavas de Jesús. Su tarea es proveernos a todas de ropa, especialmente de lencería. Cuando seas iniciada tendrás una cuenta abierta en esta tienda de 3000€ mensuales.
–         ¡¿3000?! – exclamé incrédula.
–         Ya me has oído. Bueno, la verdad es que casi nunca lo gastamos todo, pero ese es el límite que Jesús nos impuso. Todas intentamos no abusar, claro, pero siempre que te apetezca, puedes pasarte por aquí a pillar ropa. Y si algún mes te pasas del límite, pues pagas lo que sea y punto. Natalia te hará descuento de todas maneras. ¿No te habló Jesús de los beneficios que tenía estar con él?
–         Pero, no lo entiendo… ¿De qué vive? Si anda regalando ropa.
–         Ya veo que no lo entiendes. Jesús lo ordena así y ya está. Mira, el marido de Natalia es precisamente el jefe del padre de Jesús. Es director de una compañía y gana miles de euros al mes. Le puso esta tienda a su esposa para que tuviera algo en lo que entretenerse y le da igual si gana o no dinero. Además, la tienda es bastante famosa y factura un montón todos los meses, por lo que no se nota si regala algo a unas cuantas chicas un par de veces al mes.
–         Madre mía.
–         Jesús piensa que incluso es muy probable que el marido de Nati use la boutique para blanquear dinero, pues dice que es bastante corrupto, así que imagínate.
–         Joder…
–         Pues eso, Natalia es sin duda la más amable de todas las chicas del grupo y no le importa que vengamos a llevarnos ropa si es para hacer feliz a nuestro Amo.
–         ¿En serio? ¿Más amable que tú? – pregunté jocosa.
–         Cariño… Tú todavía no me has visto cabreada.
Tardé un par de minutos en digerir todo aquello, hasta que Gloria rompió el silencio.
–         Te he visto bastante cortada en la tienda. La verdad, no me lo esperaba.
–         No creas, normalmente soy así. Me avergüenzo con facilidad.
–         Ya veo, pero Jesús es capaz de sacar a flote tu lado más salvaje – concluyó ella.
–         Ni te lo imaginas – respondí sin pensar.
–         Claro que me lo imagino. A todas nos pasa igual.
Tras un segundo de pausa, me di cuenta de que no sabía a dónde íbamos, por lo que interrogué a Gloria.
–         ¿Adónde crees que vamos? ¡A comer! ¿Acaso no tienes hambre?
–         Pues la verdad es que sí.
–         ¡Estupendo! ¿Te gusta el sushi?
–         Sí, bastante – asentí.
–         Pues de coña, pues vamos al restaurante de Kimiko.
–         ¿Kimiko? Antes te he oído mencionar ese nombre. ¿Quién es?
–         ¿Tú quién crees?
Mi cerebro, un poco menos embotado, fue capaz esta vez de procesar mejor la información.
–         Otra esclava – sentencié.
–         ¡Premio!
–         Y tiene un restaurante japonés donde vamos a comer gratis.
–         ¡Coño! ¡Por fin espabilas! ¡Pareces Sherlock Holmes! – rió ella.
–         ¿En serio?
–         ¡Lo has clavado, chata! Vamos a presentarte a la número cinco.
Hice mis cuentas mentales.
–         A ver, seríamos Esther la número uno, tú la dos, Natalia la tres, Kimiko la cinco y yo la siete, ¿no es así? – le pregunté.
–         No. Tú serás la seis. Hay una chica que es siempre la última. Luego la conocerás.
–         ¿Y por qué?
–         Luego, si tenemos tiempo, te lo explico.
–         Vale – asentí – ¿Y la número cuatro?
–         No la has conocido por poco. Es Yolanda, la hija de Natalia.
–         ¿Su hija? – grité alucinada.
–         ¡No chilles, coño! – exclamó Gloria algo molesta – Sí, su hija, ya me has oído.
–         ¿Jesús se está follando a la madre y a la hija? ¿Y a ellas les parece bien?
–         Si tu madre tuviera un par de tetas como las de Natalia y Jesús quisiera follársela ¿tú se lo impedirías?
La idea de que mi Amo quisiera zumbarse a mi madre no entraba en mi cabeza, pero la de que ella tuviera aquellas ubres de vaca me parecía todavía más remota, pues mi madre es delgadísima y pequeñita, pesando apenas 45 kilos.
–         Bueno, supongo que no – concedí no muy convencida.
–         Pues Yoli está casi tan bien dotada como su madre.
–         ¿De veras?
–         Te lo juro. Entre las dos hacen que me sienta muy pequeñita, no sé si me entiendes.
–         A mí ya me ha pasado simplemente con ver a la madre – dije riendo.
–         Tienes razón. Con la madre basta.
–         ¡Menudo par de campanas! – exclamé divertida.
–         ¡Cierto! ¡Una casi espera escucharlas repicar!
Nos reímos un buen rato, mientras Gloria me hacía gestos indicándome la dirección. A una indicación suya, busqué aparcamiento, encontrándolo en zona azul, por lo que tuvimos que pagar un par de horitas en el parquímetro, por si las moscas. Por desgracia, no todo iba a salirme gratis ese día.
Dejando la ropa en el maletero del coche, caminamos un par de calles hasta un restaurante japonés del que había oído hablar. En un par de ocasiones había intentado que Mario me llevara, pero él odia el sushi.
–         Oye – le dije a Gloria – ¿No es un poco tarde para ir a un restaurante?
–         Normalmente lo sería – respondió Gloria mirando su reloj y viendo que eran cerca de las cuatro – Pero en éste sitio nos atienden siempre que queramos.
–         Y no nos cobran nada – concluí.
–         Lo vas pillando.
Entramos al local, que me impresionó por lo exquisitamente decorado que estaba. Tenía el aspecto de un restaurante tradicional japonés, nada de los locales chillones y funcionales en que había estado otras veces.
El centro lo ocupaba una enorme barra cuadrada con una plancha rodeándola, para que el cocinero pudiera preparar la comida delante de los clientes. Las paredes estaban decoradas con láminas clásicas japonesas, pero nada de geishas y samurais con katanas, sino con motivos florales y escenas de la naturaleza. Todo muy zen.
Al fondo había varios reservados, con puertas hechas con papel de arroz, para reuniones de grupos más numerosos. La atmósfera que desprendía el local era de tranquilidad absoluta y de paz.
Un chico asiático muy joven nos saludó al entrar y, como había pasado en la boutique, tras reconocer a Gloria se marchó en busca de la tal Kimiko. Cuando la chica apareció, pude confirmar una vez más que, a Jesús, desde luego no le gustan feas (aunque esté mal que yo lo diga).
Kimiko era sencillamente preciosa. Más o menos de mi edad, bajita, de 1,60 aproximadamente y bastante delgada; su pelo, muy negro como el de Natalia, iba recogido en el tradicional peinado japonés, sujeto con dos palillos. Parecía una muñequita de porcelana.
Tras las presentaciones de rigor, durante las que Kimiko no paró de hacerme reverencias que yo devolví con torpeza, nos condujo hasta uno de los reservados del fondo. Nos dejó solas unos segundos, en los que supongo encargó la comida y enseguida volvió a reunirse con nosotras.
–         Kimiko – le dijo Gloria – ¿Por qué no comes con nosotras? Conociéndote, seguro que todavía no has almorzado.
–         ¡Oh! No quisiera ser una molestia.
–         ¡En absoluto! Insisto – repitió la chica – Así podréis conoceros mejor.
Un poco avergonzadas, pues ambas conocíamos el secreto que nos unía, esperamos a que nos trajeran la comida. Poco a poco, fuimos empezando a charlar, más que nada por combatir el tenso silencio que se había producido. Por una vez, eché de menos el incesante parloteo de Gloria, pues la chica permanecía callada, observándonos divertida.
–         Entonces, ¿este establecimiento es tuyo? – le pregunté.
–         Sí, así es. Este humilde local pertenece a mi familia y yo soy la encargada de dirigirlo.
–         Pues es un sitio precioso. He tenido ganas de venir muchas veces, pero mi novio no es muy aficionado al sushi.
–         ¿Tu novio? – preguntó con interés.
–         Sí – dijo Gloria interviniendo groseramente – A mi profesora no le basta con el rabo del Amo Jesús, así que tiene otro más para que se la folle por las noches.
–         ¡Gloria! – exclamé escandalizada.
–         ¿Qué pasa? ¿No es verdad? – respondió la chica con descaro.
Me sentí avergonzada por el exabrupto de la joven y, al parecer, lo mismo le sucedía a Kimiko, pues su pálida piel había enrojecido enormemente.
–         Bueno – continué tratando de aliviar la situación – Es cierto que tengo pareja desde hace tiempo, pero ahora que el Amo ha aparecido en mi vida, no tengo muy claro de si seguiré con él o no.
–         Simplemente, haz lo que el Amo te ordene – me dijo Kimiko mirándome con simpatía – Es lo más fácil.
–         Pues tienes razón, esperaré a que él me diga lo que hacer – respondí, sorprendida de que algo tan obvio no se me hubiese ocurrido antes.
En ese momento abrieron un panel de la pared y dos camareros entraron portando bandejas de sushi y sashimi, acompañadas con botellitas de sake frío.
Como me pirro por el sushi y tenía un hambre de lobo, me concentré en disfrutar de la comida. Sin duda, era el mejor sushi que había probado en mi vida, lejos de esos sucedáneos que sirven en los restaurantes chinos y woks en que había estado.
Encantada, no paré de ponderar las virtudes del cocinero y la exquisitez de la comida, lo que hizo que mi interlocutora, sonriente, enrojeciera de nuevo mientras me hacía nuevas reverencias.
No me di cuenta en ese momento, pero el hecho de que Kimiko y yo congeniáramos, no le gustó demasiado a Gloria, por lo que trató de fastidiar un poco.
–         Oye, Kimiko, me he dado cuenta de que no nos das el tratamiento debido, ¿por qué?
Kimiko se puso muy seria, callándose de repente.
–         ¿Y bien?
–         Tiene razón, Gloria-sama – dijo la japonesa agachando la cabeza.
–         Así está mejor. No te olvides de que soy la número dos.
–         No lo olvido. Espero que me perdone.
–         Gloria –intervine – No creo que sea necesario…
–         ¡Tú te callas! – me espetó – Parece que también has olvidado cual es tu lugar.
Me quedé helada. Tenía razón. Me había relajado pasando un día de compras con Gloria, pensando que nos estábamos haciendo amigas, pero, en realidad, lo único que nos unía era la devoción por nuestro Amo.
–         Lo siento Gloria – me disculpé – No volverá a pasar.
–         Bueno, no pasa nada. Sigamos comiendo, que es cierto que está muy rico.
En un violento silencio, continuamos almorzando. Gloria, feliz por haber dejado claro quién mandaba y volviendo a llevar la voz cantante, fue la encargada de romperlo.
–         Y bien, Kimiko, ¿cómo van los preparativos para lo de la semana que viene?
–         Perfectamente, Gloria-sama. La noche del martes de la próxima semana el local permanecerá cerrado al público. Acondicionaremos la sala grande con las comodidades que Esther-sama me ha solicitado y prepararemos también comida occidental para las invitadas a las que no les guste la japonesa.
–         Muy bien.
–         Ya he cursado las invitaciones para todas.
–         Estupendo. ¿Ves? Cuando haces las cosas bien no me enfado contigo. Has hecho un buen trabajo.
–         Domo arigato, Gloria-sama.
–         ¡Muy bien! ¡Me encanta que me hables en japonés!
Un poco más relajadas, continuamos comiendo. De todas formas, Kimiko no decía nada y se limitaba a contestar cuando nosotras nos dirigíamos a ella, siempre con la cabeza gacha, sin atreverse a mirarnos a los ojos. Me dio pena.
–         No sé si debo preguntar – me atreví a decir – Pero, ¿a qué os referís con lo del martes?
–         ¡Coño, es verdad! ¡Tú aún no lo sabes! – exclamó Gloria.
–         Que no sé el qué.
–         Cuéntaselo, Kimiko.
–         De acuerdo, Gloria-sama. El martes que viene es el cumpleaños del Amo.
–         ¿En serio?
–         Sí, el Amo alcanza la mayoría de edad.
–         ¡Vaya!
–         Esther-sama ha organizado una cena en mi humilde local a la que asistirán todas las honorables compañeras del Amo.
–         ¿Yo también? – pregunté.
–         Por supuesto. El Amo me llamó esta mañana y me dio su dirección. Hace un rato he echado su invitación al correo, Edurne-san; la recibirá en un par de días.
–         ¿Y qué voy a regalarle? – pregunté súbitamente angustiada.
–         Si me permite la sugerencia, Edurne-san, todas nos hemos puesto de acuerdo en hacerle un regalo en común.
–         ¡Estupendo! – exclamé con alivio – ¿Y qué es?
–         Un coche.
–         ¿Un coche? – exclamé atónita.
–         Así es. Obviamente, cada una de nosotras colabora de acuerdo a la medida de sus posibilidades.
–         Claro, tía – intervino Gloria – Yo no puedo poner tanta pasta como por ejemplo Natalia, que está forrada, así que pon lo que puedas y punto.
–         Cla… claro – respondí insegura.
–         Si le parece bien, Edurne san, ahora le doy un número de cuenta en el que

podrá efectuar el ingreso. No es preciso que ponga su nombre, así no se sabe quien ha puesto cada cantidad.

–         Bien pensado – dijo Gloria – Seguro que es idea de Esther y no tuya.
–         Así es – dijo Kimiko con humildad.
Empezaba a molestarme la actitud de Gloria hacia Kimiko, pero ¿qué podía hacer?
–         Por cierto – continuó mi alumna – Has dicho antes que Jesús te ha llamado, ¿verdad?
–         Así es. El Amo ha tenido a bien llamarme esta mañana por teléfono.
–         ¿Y ha sido sólo para darte la dirección de Edurne? ¿No podíamos encargarnos Esther o yo misma de eso?
–         El Amo también me ha anunciado que esta noche pasará por mi humilde morada.
–         ¡Vaya! ¡Así que esta noche le apetece la japo! Entonces, ¿las llevas puestas?
–         Hai, así es… – respondió Kimiko toda colorada.
–         ¡Quiero verlas! ¡Enséñanoslas!
Yo no sabía de qué demonios hablaban, así que, cuando Kimiko se puso lentamente de pié y empezó a desnudarse, me quedé de piedra.
En cuanto se sacó el jersey, comprendí a qué se refería Gloria. Bajo la ropa, Kimiko iba completamente desnuda, pues, en vez de ropa interior, llevaba atada al cuerpo una cuerda que describía complicadas líneas sobre la pálida piel de la chica. Sus pequeños senos, aprisionados por la cuerda, apuntaban al frente con los pezones muy duros. Su vagina, por otra parte, estaba abierta por una cuerda incrustada en medio, deslizándose también entre las nalgas.
Colgando de cada labio vaginal, aparecían dos corazones de acero a modo de piercing. Como los que llevaba Natalia, ambos disponían de un pequeño arito en la parte inferior.
–         ¿Ves esos aros? – me dijo radiante Gloria, leyéndome el pensamiento.
–         Sí – respondí.
–         De ahí se le ata una cadenita y se puede estirar de ellos.
–         ¿Y no le duele?
–         Supongo. ¡Pero a esta furcia es lo que le pone! ¡Menudo descubrimiento hizo Jesús con ella! ¡A ésta le da igual que se la follen, lo que la calienta es que la aten y la humillen!
–         Gloria, no sé si… – dije avergonzada.
–         ¿No te lo crees? ¡Tócale el coño y verás que está empapada! ¡Y mira esos pezones como rocas!
–         Pero…
–         ¡Que se lo toques!
Mirando compungida a Kimiko a modo de disculpa, introduje mi mano entre los muslos de la chica y palpé con cuidado el chochito japonés, lo que la hizo estremecerse, supongo que porque tenía la zona muy sensible.
–         Qué, ¿está mojada o no?
–         Sí que lo está – respondí en voz baja.
–         ¡Y eso no es lo mejor! ¡Kimiko, dile a Edurne quién te ha atado así para el Amo! Porque claro, esto no ha podido hacérselo ella sola.
–         Ha sido Yoshi-chan – respondió Kimiko avergonzadísima.
–         ¿Y quién es Yoshi-chan, eh? ¡Díselo a Edurne!
–         Mi hermano. Yoshi es mi hermano.
–         ¿Lo ves? ¡Menuda puta!
Estaba alucinada. Me daba cuenta de que me estaba sumergiendo en un mundo sórdido del que quizás no podría escapar nunca. Y lo peor era que me encontraba a gusto, estaba excitada.
Una vez satisfechas las ganas de humillar a la pobre Kimiko, Gloria permitió que se vistiera. Kimiko se veía avergonzada, por lo que mi simpatía por ella aumentó notablemente, no sé si por pena o por qué.
Gloria, muy satisfecha de sí misma, la miraba triunfante en silencio, mientras la pobre chica se vestía.
Una vez arreglada y a una señal de Gloria, Kimiko avisó a sus empleados para que despejaran la mesa. Nos ofreció tomar una copa de licor pero Gloria contestó que no podíamos, pues eran las cinco pasadas y teníamos una cita a las seis.
Nos despedimos y Kimiko me entregó una tarjeta del restaurante y un papel con un número de cuenta. Subrepticiamente, deslizó en mi mano otra tarjeta, esta vez con su número personal, procurando que Gloria no lo viera.
Nos despedimos entre obsequiosas reverencias, que al parecer divertían mucho a Gloria, pues la obligó a repetirlas varias veces.
–         ¡Espero que te lo pases bien esta noche! – le gritó socarrona mi alumna desde la puerta.
Y salimos.
Fuimos hacia el coche sin mediar palabra, pues yo iba bastante molesta con Gloria por su forma de comportarse con Kimiko y ella, a su vez, iba sumida en sus propios pensamientos.
–         ¿Adónde vamos? – le pregunté mientras abría las puertas del coche.
–         Regresamos al centro comercial.
–         ¿A la boutique? – dije extrañada.
–         No. A un centro de estética. También está allí.
–         No me digas que…
–         Sí. Allí trabaja Rocío. Ella es la eterna última de la lista. Vamos a ponernos guapas y a que nos den un buen masaje.
–         Y supongo que allí tampoco pagaremos nada – dije con filosofía.
–         Exacto.
–         ¿Y la tal Rocío es la dueña del negocio?
–         ¿Quién? ¿Rocío? ¡Ni de coña! Allí es el último mono.
–         Entonces, ¿cómo?
–         Luego le damos tus datos para que te hagan socia del centro de estética. Cuando te vayan a pasar el cobro, Rocío se encarga de anularlo. De todas formas de vez en cuando, para disimular, te cobrarán algo, pero poca cosa.
–         ¿Y no la pueden pillar?
–         Por lo que me ha explicado es difícil que la pillen, por lo visto el encargado es un poco gilipollas y mientras Rocío sigua follándoselo, no va ni a sospechar.
–         ¿Se acuesta con el jefe para que nosotras no paguemos? – exclamé.
–         Órdenes de Jesús.
–         Pero él me dijo que no era normal que nos obligara a acostarnos con otros hombres, que quería a sus chicas para él – insistí preocupada.
–         Y así es. Pero es que Rocío es un caso especial.
–         ¿Por qué?
–         Ya te lo contaré.
Tratando de digerir la nueva información, me callé un rato, concentrándome en el tráfico. Gloria, que no podía estar callada dos minutos, retomó la charla.
–         Vas muy callada – me dijo.
–         Tengo mucho en qué pensar – respondí sin hacerlo.
–         ¿Te ha molestado cómo he tratado a Kimiko?
Desvié la mirada hacia ella un segundo por toda respuesta.
–         Puedes hablar con franqueza. No te preocupes – me dijo para tranquilizarme.
–         Pues entonces te diré que creo que te has pasado un montón con ella. No había necesidad de humillarla de esa forma. No somos precisamente nosotras las más adecuadas para juzgar a nadie por tener unas preferencias sexuales “especiales”…
–         Es cierto.
–         Y se veía que la pobre lo estaba pasando mal.
–         Sí, pasándolo mal, pero cachonda perdida.
–         Bueno, como tú digas, pero creo que te has pasado.
Gloria guardó silencio durante unos minutos, meditando mis palabras, hasta que decidió cómo continuar.
–         Ya te dije antes que las relaciones entre las chicas eran complicadas a veces.
–         Ya veo – asentí.
–         Kimiko y yo nos hemos llevado bastante mal desde siempre.
–         Y tú aprovechas que ahora estás por encima de ella para putearla.
–         ¿Putearla? ¡Eso no ha sido nada!
–         Pues a mí me ha parecido que lo pasaba mal.
–         ¿Mal? ¡Mal lo pasé yo cuando esa puta me obligó a acostarme con su hermano! ¡No sabes lo que es que te metan una polla como la suya cuando no quieres!
Me quedé estupefacta, pero la respuesta no tardó en acudir a mis labios.
–         No te creas, niña, que a lo mejor sí que lo sé.
–         ¿El qué? ¿Te quejas por la polla de Armando? ¡Cuando veas la de Yoshi ya me contarás!
Permanecimos en silencio. Me di cuenta de que Gloria estaba muy enfadada, tanto que hasta los ojos le brillaban por las lágrimas.
–         Vale, vale, lo siento – me disculpé – No tengo ni idea de lo que ha pasado antes entre vosotras, ni de qué te ha hecho…
–         ¡Bah! No te preocupes – dijo ella desviando los ojos hacia la ventanilla.
–         No te enfades, que hoy lo estábamos pasando muy bien.
–         Si no me enfado – dijo ella infantilmente, haciéndome recordar que todavía era una cría de 17 años.
Tras unos segundos de violento silencio, decidí bromear un poco para aliviar la tensión.
–         ¿Tan grande era el pene del tal Yoshi? Tenía entendido que los asiáticos la tenían pequeña.
–         Eso es un mito.
–         ¿En serio? ¿Y cómo la tenía?
Por toda respuesta, Gloria separó las manos dejando un buen espacio entre ambas, tanto que pensé que exageraba.
–         ¡Dios mío! ¿Y te metió todo eso?
–         Me llegó hasta el estómago…
–         ¡Joder! ¡No me extraña que estés cabreada!
Nos miramos a los ojos y nos echamos a reír. Estaba contenta de haber solucionado el mal rollo con Gloria, pero en mi interior, seguía pensando que se había pasado humillando a Kimiko delante de una extraña, con lo que mi simpatía hacia la japonesa no disminuyó.
–         Y prepárate tú – me dijo entonces – Porque pronto vas a conocer a Yoshi.
–         ¿Y por qué? – pregunté sorprendida.
–         Es el que nos hace los piercings. A través de él conoció Jesús a Kimiko. Y normalmente cobra “en especie”.
–         Bueno, no sé si Jesús te lo habrá dicho, pero yo me voy a hacer un tatuaje, no un piercing…
–         No te preocupes, Yoshi es un experto tatuador.
Tragué saliva, repentinamente inquieta.
Llegamos al centro comercial y volvimos a meter el auto en el parking. Gloria me llevó esta vez a la planta superior, donde estaba el centro de estética. Era un lugar enorme, perteneciente a una franquicia, y tenía de todo, gimnasio, spa, sauna, peluquería, clínica láser. Ocupaba prácticamente toda la planta superior del edificio.
Nos dirigimos a la recepción, donde una bellísima chica nos saludó con una sonrisa, preguntándonos si teníamos cita. Gloria le dijo que sí, dándole nuestros nombres y la chica confirmó nuestra reserva, con Rocío y con una tal Romina.
Mientras esperábamos sentadas en unos sillones junto a la recepción, le pregunté a Gloria algo que llevaba un rato reconcomiéndome por dentro:
–         Perdona, Gloria, no sé si debo preguntarte esto…
–         Dispara.
–         ¿Cuánto vas a poner tú para el regalo de Jesús? No es por nada, pero es que no tengo ni idea…
–         ¿Yo? Unos 2000€. Pero no te preocupes, si no puedes poner tanto no pasa nada. De hecho, Jesús ni sabe que le vamos a comprar el coche, ha sido todo idea de Natalia y Esther, que son las que más pasta tienen.
–         No, no, creo que algo así puedo permitírmelo. El otro día me gané un extra…
–         Sí, sí, ya me lo contó Jesús. A propósito, ¿cómo tienes el culo? ¿Aún te duele?
–         Estoy mejor, gracias – respondí ruborizada.
–         La primera vez es jodida, pero luego se le va cogiendo el gusto.
–         ¿En serio? – respondí dudosa.
–         De verdad. Y mejor que te acostumbres pronto, pues a Jesús le encanta el anal y anda loquito porque te recuperes para poder encularte.
–         ¡Oh!
Me di cuenta de que la recepcionista no se estaba perdiendo detalle de nuestra conversación, pues nos dirigía disimuladas miradas de asombro. Gloria también se había dado cuenta, pero no le importó en absoluto.
–         ¡Ah! – dijo de repente la joven – Aquí están.
Nos levantamos y saludamos a las dos chicas que venían. Ambas eran muy guapas, vestidas con el uniforme del centro de estética, pantalón y camisa de enfermera blancos. Me sorprendió enterarme de que Rocío era la más joven de las dos, más o menos de la misma edad que Gloria. Romina, por su parte, era una mujer muy alta, rumana creo a juzgar por el acento, que tomaba nota profesionalmente, mientras Gloria le explicaba lo que habíamos venido a hacernos.
Rocío, por su parte, permanecía en un discreto segundo plano, sin atreverse a mirar a Gloria directamente, aunque a mí me echaba disimuladas miraditas.
Una vez concretados los tratamientos a recibir, Gloria me indicó que me marchara con Rocío, mientras que de ella se encargaría Romina.
–         Trátamela bien, Rocío – le dijo mientras se alejaba – ¡Ya sabes, tratamiento completo!
Con un educado gesto, Rocío me indicó que la siguiera, lo que hice obediente. Me condujo a través de unos sobrios pasillos con puertas a los lados, que supongo que llevarían a las diferentes salas de tratamiento.
Por fin, Rocío abrió una de las puertas y se apartó para que yo pasara primero. Me encontré en una sala pintada de blanco, con una camilla de masajes en el centro. A un lado había un enorme espejo y un sillón. En la otra pared, unos estantes estaban a rebosar de toallas blancas y junto a la camilla, una mesita con ruedas estaba llena de botes y potingues.
–         Desnúdese y túmbese en la camilla. Cúbrase con una toalla. Yo regresaré en unos minutos.
Tras decir esto, Rocío salió de la sala cerrando la puerta. Yo eché un vistazo a mi alrededor y, un poco cohibida, comencé a quitarme la ropa, que deposité en el sillón.
Una vez desnuda, me contemplé en el espejo, constatando que las marcas de las sesiones con Jesús estaban comenzando a desaparecer. Tras acariciarme distraídamente un pecho como suelo hacer, me tumbé boca abajo en la camilla, cubriendo mi trasero con una toalla.
Tras esperar un par de minutos, oí que llamaban a la puerta y, después de que yo diera permiso, Rocío se asomó para asegurarse de que estaba lista.
–         ¿Puedo pasar? – preguntó cortésmente.
–         Sí, claro, adelante.
Ella entró cerrando la puerta tras de sí. Muy profesional, ordenó los botes que había encima del carrito y cogió uno que tenía un expendedor como los del jabón líquido y se lo guardó en un bolsillo que tenía en la cadera; de esta forma, le bastaba con bajar la mano y presionar el botón para echarse un chorro de crema en la mano.
–         Coloque la cara en el hueco, por favor.
Yo obedecí y puse mi rostro contra la almohadilla circular de la camilla, con lo que mi vista quedó clavada en las baldosas del suelo. Enseguida noté las cálidas manos de Rocío, embadurnadas de aceite, deslizándose por mi espalda. Tras unos segundos en los que extendió la crema sobre mi piel, comenzó el masaje propiamente dicho, empezando por los dorsales para ir subiendo hasta los hombros y el cuello.
Era bastante buena y pronto empecé a sentir cómo la tensión que últimamente acumulaba en los músculos se desvanecía. Sus manos se deslizaban con habilidad por mi espalda, deshaciendo nudos y refrescando músculos. De vez en cuando, sus manos resbalaban por mis costados, rozando levemente mis senos apretados contra la camilla, lo que me provocaba unas cosquillitas deliciosas.
Me relajé por competo, disfrutando enormemente de aquel soberbio masaje. Al rato, Roció abandonó mi espalda y se dedicó a mis pies, presionando en los puntos justos para aliviar la tensión. Mis pantorrillas y mis muslos fueron acariciados con vigor y delicadeza, aproximándose cada vez más a la parte tapada por la toalla.
–         ¿Quiere que la masajee bajo la toalla?
Tan bien lo estaba haciendo que no tardé ni un segundo en responder.
–         Sí, por favor. Quita la toalla si te estorba – dije sin pensar.
Rocío descubrió mi culo, dejando caer la toalla al suelo. Sus manos se posaron en mis nalgas, que pasó a amasar con intensidad. Notaba perfectamente cómo la chica separaba mis nalgas al masajearlas, con lo que imaginé que estaría obteniendo un panorama perfecto de mi ano y de mi coñito, pero me daba igual, al fin y al cabo ella era como yo.
Giré la cabeza para mirar nuestro reflejo en el espejo y pude ver cómo la preciosa chica me amasaba una y otra vez el culo, deslizando sus manos entre mis muslos hasta casi rozar mis labios vaginales.
Ella alzó entonces la cabeza, encontrándose nuestras miradas en el reflejo del espejo. Yo le sonreí un poco atontada, pero ella no me devolvió la sonrisa, sino que me preguntó:
–         El Ama Gloria me ha dicho que el tratamiento completo, ¿lo quiere así, Ama Edurne?
–         Sí, sí, por supuesto – respondí sin pensar – Pero no hace falta que me llames Ama. Puedes llamarme Edurne.
–         No, no puedo – respondió la chica.
Mientras decía esto, una de sus manos completó el viaje hacia el norte entre mis muslos, frotando directamente sobre mi vulva. Sorprendida, di un respingo levantando la pelvis de la camilla, lo que ella aprovechó para meter la mano bien adentro entre mis muslos. Su otra mano, mientras, presionaba sobre mi culo para impedir que me levantara.
–         Pe… pero ¿qué haces?
–         El tratamiento completo – contestó ella simplemente.
Completamente embadurnado de aceite, su inquieto dedo corazón penetró en mi vagina fácilmente, haciendo que mi cuerpo se estremeciera de placer. Con gran habilidad, Rocío empezó a masturbarme dulcemente, haciéndome notar cómo sus juguetones dedos se hundían una y otra vez en mi intimidad.
Poco después, otro de sus dedos comenzó a acariciar suavemente la zona clitoriana, haciéndome morder la sábana de la camilla de puro placer.
Rocío, con dulzura, tiró de mi cuerpo para hacerme quedar a cuatro patas sobre la camilla, para tener mejor acceso a mi coño. Yo, sin dudar, le hice caso, aunque mantuve el torso abajo, con la cara apretada contra la almohadilla para ahogar mis gritos y jadeos.
Entonces, aprovechando que estaba abierta de piernas para sentirla mejor, Rocío aprovechó para deslizar suavemente un dedo de la otra mano en el interior de mi culo. Me tensé como la cuerda de un arco al sentir la súbita intromisión, pero me relajé enseguida al darme cuenta de que no me dolía en absoluto, sino que sentía sólo placer.
Poco después, me corrí como loca, mientras Rocío acariciaba mi clítoris describiendo suaves movimientos circulares con los dedos de una mano sobre él, mientras el dedo corazón de la otra mano se agitaba dulcemente en mi culo.
Me derrumbé extenuada sobre la camilla y Rocío, muy diligente, me ayudó a tumbarme boca arriba, reanudando el masaje sobre mi cuerpo, esta vez por la zona delantera.
Yo estaba desmadejada, dejándome hacer, mientras sus expertas manos recorrían hasta el último centímetro de mi piel, extendiendo el cálido aceite por mis senos, mis muslos, mi vientre… Una delicia.
Pero me di cuenta de que seguía cachonda. Cada vez que sus manos se deslizaban por mis pechos y rozaban mis durísimos pezones, sentía un estremecimiento que me llegaba hasta el alma. Necesitaba más.
Entonces caí en las cosas que me había contado Gloria.
–         Rocío – le dije.
–         ¿Sí, Ama? – respondió ella.
–         Según me han contado tú eres siempre la última en el escalafón, ¿verdad?
–         Sí, así es Ama Edurne.
–         ¿Y estás incluso por debajo de mí, aunque yo todavía no sea miembro del grupo?
–         Sí, Ama. Yo debo obedecer incluso a las aprendices del Amo Jesús.
–         O sea, que debes hacer lo que yo te mande, ¿no?
–         Sí.
El diablillo juguetón de mi cerebro estaba  los mandos en ese momento.
–         Pues entonces, cómemelo – le ordené mientras me abría de piernas al máximo sobre la camilla.
Sin dudarlo un segundo, Rocío, que estaba a la cabecera de la camilla, la rodeó y se colocó entre mis abiertas piernas. Ya he dicho antes que no soy lesbiana, pero entre que me acordaba con placer de la sesión con Esther y que estaba cachonda como una perra, no dudé en obligarla a que me comiera el coño.
Y desde luego, ella no se quejó.
Con habilidad, Rocío hundió su cara entre mis muslos, chupándome el coño con pasión  sin importarle que estuviera empapado de aceite y de flujos. Me hizo ver las estrellas cuando un par de sus deditos se clavaron en mi vagina, mientras mi clítoris era lamido y chupeteado con habilidad.
Enloquecida por el placer, mis caderas se agitaban espasmódicamente, golpeando sus mejillas con mis muslos, que se abrían y cerraban de forma incontrolada. No le llevó más de un par de minutos llevarme a un nuevo orgasmo, que me dejó derrengada sobre la camilla.
–         ¿Desea algo más, Ama? – me preguntó Rocío saliendo de entre mis piernas y limpiándose la boca con la manga del uniforme, como si acabase de darse una comilona.
–         No, no, nada más – resollé – Puedes seguir con el masaje.
Obediente y profesional, Rocío continuó masajeándome durante unos diez minutos más, hasta que sonó un suave timbre que marcaba el final de los 45 minutos de rigor.
Tras ayudarme a levantarme, Rocío me entregó un albornoz blanco e hizo que me lo pusiera. Una vez abrochada la bata me calzó unas zapatillas y me condujo fuera de la sala.
–         Luego podrá volver a por su ropa – me dijo.
Yo sólo asentí con la cabeza.
Volvió a llevarme por los pasillos, hasta que llegamos a la zona de las piscinas. Me condujo hasta una habitación en la que había un jacuzzi, en el que me esperaba, totalmente desnuda, la pequeña Gloria.
–         ¿Qué tal ha ido? – me dijo mi alumna mientras daba un sorbo a un batido de frutas que tenía junto al borde del jacuzzi.
–         Ha sido fabuloso – respondí quitándome el albornoz y deslizándome en el agua junto a la joven.
Total, ya me había visto desnuda aquel día cuanto había querido en los probadores.
–         Ya veo, ya. Te han aplicado el tratamiento completo ¿eh? – dijo ella, burlona.
–         ¿Tú que crees?
–         Rocío, tráele a Edurne otro batido.
Sumisamente, Rocío se marchó y nos dejó solas.
–         Oye, en estos sitios ¿no se exige llevar bañador?
–         No te preocupes, este jacuzzi es privado y no va a venir nadie.
–         ¡Ah, vale!
–         Por cierto, cuéntame cómo te ha ido con Rocío.
Durante un rato, sólo hablé yo, describiéndole con todo lujo de detalles la sesión de masaje.
–         Vaya – dijo Gloria cuando hube acabado – Ya vas cogiéndole el truco a esto.
–         Gracias.
–         Y no me refiero tan sólo al tema de los rangos, sino al de contar tus aventurillas.
–         ¿Por qué dices eso?
–         Verás, una cosa que le gusta mucho a Jesús es que le contemos las situaciones eróticas o sexuales en las que nos veamos mezcladas. Se pone muy caliente. Es bueno que se te dé bien hacerlo, pues te lo pedirá muy a menudo.
–         ¿Y a ti que tal se te da?
–         Me defiendo.
–         Pues, ¿por qué no me cuentas cómo empezaste con Jesús? Total, tú ya sabes cómo me fue a mí porque él te lo ha contado ¿no?
–         No hay problema, aunque te advierto que no es nada especial. Empezamos hace 3 años, como una pareja de adolescentes normal y corriente. Salimos juntos y eso.
–         No me lo creo – dije sonriendo.
–         En serio. Pero no hay problema, te lo cuento…
Y comenzó a narrarme su historia mientras veíamos cómo Rocío se aproximaba con mi batido en una bandeja.
Continuará.
                                                                                TALIBOS
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