Las visiones eran cada vez más vívidas; le costaba diferenciar entre el sueño y la vigilia. Los medicamentos la ayudaban en algo a dormir, pero le advirtieron que el proceso de desintoxicación no sería agradable. No es que realmente tuviera alternativa, dado su estado de ingreso. Al menos volvía a soñar, se dijo… después de la balacera recordaba realmente muy poco.
Sintió acercarse a una enfermera. No fue capaz de reconocer su cara, pero al menos el tono de su voz era firme… algo de lo que aferrarse.
– La dosis de la tarde -le dijo escuetamente, mientras le aplicaba la inyección-
El dolor de la aguja le resultó ajeno. Hacía años que se había acostumbrado a la sensación. Miró la lámpara fluorescente del techo y trató de enfocarse en no sentir. Deseaba dormir más que nada en el mundo, pero los remanentes de Cristal en sus venas se lo impedían. Sentía su cuerpo como algo ajeno, y los cambios de humor no la ayudaban.
La enfermera se cercioró que sus esposas estuvieran bien firmes y apagó la luz sin siquiera despedirse, dejándola sola con una larga noche a la que enfrentar.
Era el quinto día; le habían dicho que sería el más difícil…
No le mintieron.
Lo primero fue el sentimiento: la rabia homicida que se alzaba en su cabeza. Si hubiera estado libre probablemente se habría volcado a atacar a quien estuviera a su alcance, pero las malditas esposas no cedían por más que hiciera fuerza. Llegó al extremo de hacerse sangre en las muñecas y tobillos, pero la cama no cedió. Después, comenzaron las visitas. Raúl… su amado Raúl… su cadáver lleno de impactos de bala… Peter, siempre riéndose de su ingenuidad… Danny, su última ilusión… Alfredo, su tabla de salvación… su nueva oportunidad… Gabriel, el hombre que más odiaba… y aquella figura sombría en la esquina… la niña triste… inexpresiva… su hija, Claudia.
Las imágenes comenzaron a cruzarse en su cabeza. Pasado, presente… quizás futuro, no lo sabía a ciencia cierta… gritó, luchó, forcejeó, convulsionó… no supo si quedó inconsciente o simplemente dormida.
Y recordó…
– Desnúdate -fue su saludo-
– ¿¡Perdón!?
– ¿Eres Dolores, no es cierto?
– Sí, sí, Dolores Hidalgo
– No… con ese nombre no me sirves… busca algo más llamativo para los clientes… ahora desnúdate, necesito ver la mercancía.
Tímidamente comenzó a quitarse la ropa. Danny, un hombre en la vida que deseaba dejar atrás, le hizo darse cuenta que la única forma de ganarse el sustento que tendría sería si trabajaba vendiéndose. No quiso aceptarlo en un principio, pero el dinero se termina y, cuando tienes otra boca que alimentar, con mayor velocidad aún.
– Mira, no tengo todo el día. Tengo más chicas que entrevistar y, créeme, las candidatas sobran.
Terminó la labor de forma apresurada. No pudo evitar el llevar sus manos a sus senos, pero la mirada del hombre la hizo bajarlas hasta la cintura.
– Hmmm. Veo que Danny no me mintió. Definitivamente podrías servir. ¿Cuánto llevas en el negocio?
– Dos años -mintió-
– ¿Y cuántos clientes has atendido?
– Yo diría que unos doscientos -volvió a mentir-
El hombre se acercó más y comenzó a revisarla con más detalle. La situación le resultaba bastante incómoda; se sentía como un trozo de carne en el aparador… el hombre dió una vuelta alrededor de ella y, cuando terminó, tomó sus pezones y se los retorció fuerte.
– ¿¡Qué haces, cretino!?
– Cada vez que me mientas te castigaré. Exijo de mis empleados una honestidad total… Es fundamental en este negocio.
Dolores lo miró molesta, pero a la vez sorprendida. Hacía tiempo que nadie la trataba de esa forma… la violencia, medida, le resultó deseable nuevamente.
– Está bien, lo siento… ¿qué quieres saber?
– Todo…
– Muy bien: Me llamo Dolores Hidalgo, dentro de 22 días cumplo los 26 años, tengo una hija. me prostituyo hace dos meses y he tenido 21 clientes
– Demasiado pocos, con razón reaccionas así.
– Por favor, dame una oportunidad… Danny me dijo que trabajas con clientes que pagan bien; te aseguro que puedo hacerlos pasar un buen rato… ya he estado con gente así, simplemente no cobrando.
– ¡Pero vaya desperdicio, mami!. Tienes un cuerpo de diosa y ¿te lo han estado usando gratis?
– Eso es pasado… Por favor… necesito el trabajo.
– A ver -dijo el hombre rascándose la cabeza-… es cierto: Danny siempre tuvo buen gusto en cosas de mujeres, pero tú claramente careces de experiencia.
– Mira… pruébame. Si después de una noche conmigo sigues diciendo lo mismo me voy por donde vine.
– ¡Una noche!… lo siento, mami, pero mi tiempo es valioso -dijo mientras se quitaba el reloj, una imitación de Cartier horrorosa-… tienes una hora; el tiempo corre -dijo poniendo la alarma de su reloj-.
Cerró los ojos y respiró profundamente un par de veces. “Imagina que es Raúl”, se dijo… se concentró en ese pensamiento y dejó que la inundase.
Se acercó a él y lo tomó suavemente por la cintura. Se empinó ante su cara y depositó en sus labios un tímido beso. Deslizó una de sus manos por su espalda mientras separaba sus labios, mirándolo lascivamente y mordiendo su propio labio inferior. No sintió si había logrado excitarlo, pero pudo ver un cierto brillo aprobatorio en sus ojos.
Se lanzó nuevamente en pos de sus labios, esta vez con más ahínco. Subió la mano de la espalda a la nuca y jugueteó con su ondulada cabellera rubia, mientras sus pezones hacían contacto con su camisa. El hombre comenzó a responder, pero sin desear tomar la iniciativa. resultaba claro que se trataba de una prueba y, estuviera disfrutándolo o no, el negocio estaba primero.
Ella se separó y retrocedió lentamente hasta sentarse en la cama. Juntó sus piernas y las puso de lado, proyectando una imagen de inocencia claramente estudiada, mientras apoyaba sus manos en la colcha. Sus labios se movieron sin emitir palabra y lo atrajo hacia sí solamente usando la mirada. El se acercó a ella colaborativo. La mujer comenzó a besar su abdomen mientras magreaba suavemente su trasero y se tomó un par de minutos en comenzar a quitarle el pantalón.
– ¿Siempre te tomas tu tiempo? -inquirió él-
– Casi siempre… quiero que mis clientes disfruten, que vuelvan a desear estar conmigo.
– Bien… detestaría que fueras otra buscadora de dinero que no sabe ni siquiera como mamar una verga
Entendió sus deseos y procedió segura. Le quitó el pantalón, arrodillándose a sus pies con sensualidad y luego le quitó las sandalias. Sus pies se le antojaron atractivos, así que decidió besarlos y lamerlos un poco. Miró hacia arriba y encontró aprobación, aunque no excesiva, así que se movió serpentinamente hacia su espalda mientras con sus manos indagaba dentro de sus boxers: encontró su verga a media asta. Se sorprendió cuando su tacto le reveló la circuncisión del hombre, pero este no hizo ademán de molestias antes las caricias sin lubricación. Alzó las manos hasta los pezones de su amante y desde allí trazó dos rutas curvas, acariciando cada centímetro de su pecho y abdomen. A la hora de liberar el pene de su prisión, lo hizo desde atrás, asiendo el boxer con los dientes y tirando de él hacia abajo con el peso de su cuerpo. Mordió luego suavemente sus nalgas e, incorporándose, pasó a ocupar el frente del hombre. Llevó una mano a su cuello y lo besó, esta vez intensamente, trenzando sus lenguas en un dulce combate de jadeos, mientras que con la otra mano comenzaba una suave paja. Por fin su amante respondió y comenzó a acariciarle las tetas, de forma suave, pero firme.
Se tomó su tiempo en excitarlo, deseaba disfrutarlo también. Prefirió esperar a que estuviera completamente erecto para utilizar su boca en su sexo. Bajó lenta y sinuosa hacia aquella enhiesta verga, dejando una camino de saliva a su paso. Juntó saliva unos segundos y apretó los labios. Quiso que él sintiera como si estuviese profanando una boca virginal… que le hiciera pensar en su ano. Comenzó a forzar su verga lentamente a que entrara en su boca de tal manera que la ilusión fue perfecta, tanto así que comenzó a arrancarle gemidos de genuino placer a su amante. Mantuvo apretados los labios con la fuerza suficiente para que él no perdiera un ápice la erección, mientras jugueteaba con su glande usando su lengua. El mensaje era claro, y él lo entendió.
– Muy bien, mami… si así lo quieres, voy a cogerte la boca
Puso sus manos en su cabello y lo acarició con delicadeza, mientras lentamente comenzaba a penetrar aquella boca. La garganta de Dolores comenzó a ser visitada con más insistencia por aquel glande. No supo bien porqué, pero comenzó a babear de una forma desconocida para ella hasta ahora.
– Bien… veo que te gusta lo que te hago… ahora, ¡traga!
Le incrustó con fuerza el resto de su tranca. La mujer fue tomada por sorpresa totalmente; creía que tenía el control de la situación, pero se equivocaba por completo. El vaivén de las caderas del hombre se hacía todavía más profundo y más rápido, mientras presionaba su cabeza firmemente contra él. Aún así, tuvo la prestancia para no perder el control; era demasiado lo que se jugaba, no pretendía volver con la cola entre las piernas, y menos a estar cerca de su ex-esposo. El hombre comenzó a acariciar su cabeza mientras le hablaba.
– Que maravilla… no te atragantaste… perfecto… no me has rozado con tus dientes… uffff… que delicia, mami… me das mucho placer, para ser una novata eres maravillosa… ya me vengo, sigue, sigue…
Reemplazó sus movimientos por fuertes embestidas en la boca de la mujer, buscando a la carrera el orgasmo. Ella contó once empellones que, contrario a experiencias anteriores, le provocaron una cierta excitación, hasta que pudo sentir cómo el pene del hombre comenzaba a sufrir los espasmos producto de tocar el cielo.
– Uffff, si, mami… veamos como te manejas con una buena corrida
No necesitó que le dieran pistas: el hecho que él le clavara la verga hasta el fondo de la garganta indicaba claramente, según ella, que quería que se tragase su semen, así que eso fue lo que hizo: Esperó que se descargara por completo en su boca e incluso succionó suavemente los restos que pudieran quedar dentro de su herramienta, para luego tragarlos sonoramente en dos mitades. El rostro de él era difícil de leer, pero al menos no se quejó cuando se puso de pie.
– Fue una muy buena mamada, mami… casi me haces olvidar que esto es un examen
– Y, ¿lo hice bien?
– Pues te diré: Te cogí bien la boquita, está claro que eres buena cogiendo, pero no es eso lo que necesito… al menos no es lo único que necesito
– ¡Lo que sea, haré lo que sea!
– Ya te dije, coges bien, pero… ¿que tal eres haciendo el amor?
– No te entiendo
– Eso mismo mami… mis clientes muchas veces son hombres o mujeres solos… a veces prisioneros de una vida sin amor. Para obtener una cogida, sexo, pueden hacerlo llamando a cualquier servicio de acompañantes… ¡y mira que en Miami hay montones!, pero yo no ofrezco sólo eso. Me parece bien que te tomes tu tiempo con tus clientes, y la mamas de maravilla, pero yo necesito más de tí… lo necesito todo.
El comenzó a tomar sus prendas, dispuesto a retirarse, pero ella lo detuvo.
– Me diste una hora
– Así fue, pero no creo que tenga sentido extender esto
– Calla… recién pasan de los 25 minutos.
Lo empujó suavemente a la cama. Él sonrió, quizás divertido por la determinación de la mujer.
Cambió de estrategia y se arrojó sobre él casi desesperada. Tomó su cara entre sus manos y la llenó con una lluvia de besos tal que él no tuvo más alternativa que responder uniendo su boca a la de ella y tomando por asalto su lengua con la propia. El beso fue apretado, con pasión y deseo. Sus piernas se entrelazaron y comenzaron a rodar por la cama, alternando cada tanto sus posiciones. Jugaron así varios minutos, aumentando la temperatura de la habitación mientras la de ellos no se quedaba a la zaga. En un momento de calma, con él encima, lanzaron sus manos a explorar el cuerpo del otro; Mientras ella revolvía su cabello él comenzó a amasar sus tetas con fuerza, arrancándole a la mujer una serie de jadeos que exhaló dentro de su boca. La mezcla de olores pareció volverlo loco. Se separó de ella y se arrancó la camisa y el pantalón casi rompiéndolos, mientras ella lo miraba anhelante, extendiendo sus brazos hacia él.
– Ven, tómame -susurró-
La miró, quizás sorprendido. Esa no era la prostituta con la que había tenido una sesión de sexo oral ni bien hacían 10 minutos. Tenía antes sí una mujer, una mujer deseosa de su hombre. Su miembro no necesitaba tampoco mayores razonamientos: daba botes rítmicamente pareciendo respirar, olfatear la jugosa concha de Dolores. Se concentró en no olvidar que se trataba de un examen, pero todos tenemos nuestros esqueletos en el armario, y él no era la excepción. Logró resistir el llamado de la mujer a duras penas, hasta que ella decidió usar su última arma.
El hombre pudo ver en aquella penumbra el delicado centellear de las lágrimas que comenzaban a inundar los ojos de la mujer. Observó con cuidado y no eran lágrimas de pena o desesperación por obtener el trabajo. El rubor en sus mejillas y pecho, la hinchazón en los labios mayores y en las tetas, aunadas a aquella tentadora acuosidad en los ojos, gritaban a los cuatro vientos el hecho que la mujer lo deseaba, que de veras lo deseaba. Su vagina parecía gimotear al ritmo de su respiración, invitándolo a tomar por asalto aquella jugosa entrada, a permitirse un momento de debilidad.
Y ya no quiso resistir.
No, no la penetró. Aquello fue mejor, más íntimo, más propio.
Se deslizó sobre ella y sus sexos se acoplaron de forma casi perfecta. Dolores arqueó ligeramente su espalda cuando sintió que su pelvis chocaba con la de él, en una genuina muestra de gozo. Se abrazó al hombre con todo su cuerpo, tratando inconscientemente de maximizar el contacto de pieles. Él gimió en su oreja, complacido por el calor recibido.
– Ámame, aunque sólo sea por esta noche -dijo ella-
Tomó la pierna derecha de la mujer y la levantó hasta ponerla sobre su hombro, buscando hacer sus embestidas más profundas. Dolores levantó su pelvis, curvando así su vagina y haciéndola más estrecha, acto que él claramente apreció. La mujer comenzó entonces un bamboleo con su sexo que él, claramente, no se esperaba. la cadencia del movimiento se incrementaba lentamente y él comenzaba a sentir los primeros avisos de un orgasmo. Mordió delicadamente el interior del muslo de ella y la mujer reaccionó con una contracción en su sexo. Cambió de el hombro donde apoyaba su pierna y pasó a tener a la mujer a su disposición en una posición de tijera. Desde allí lanzó sus manos ágilmente a recorrer las generosas nalgas de Dolores, cosa que su cuerpo agradeció encharcando aún más su vagina.
Mantuvieron esa posición algunos minutos; él no quería venirse aún y ella disfrutaba viendo las expresiones de placer de la cara de él. Cuando alteraron su acuerdo de placer mutuo, fue ella la que terminó de pasar su pierna al otro lado, hasta quedar de espaldas, con él arrodillado detrás de ella. Levantó levemente su culo, lo suficiente para hacer algo de espacio bajo su abdomen. Él no demoró más de un segundo en tomarla por las piernas y atraerla hacia su verga, que esperaba ansiosa el contacto con aquel agujero que tanto placer le daba. La deslizó sobre sus muslos y la empaló decidido. La cogió, la folló, la garchó y la zumbó sin parar hasta que sintió acercarse su orgasmo. Dolores giraba su cabeza para verlo disfrutar de forma tan plena de ella, de su cuerpo, de su aroma, de su sexo. Vio el brillo en sus ojos cuando decidió lanzarse en carrera por el ansiado éxtasis y se apartó de él.
El hombre sintió deseos de matarla simplemente por dejarlo a las puertas del orgasmo, pero Dolores tenía otros planes. Dejó que pasaran un par de minutos mientras se volvía a poner de espaldas en la cama, esta vez con las piernas cerradas, acariciándose en el proceso. Él trató en más de una ocasión el volver al ataque, pero ella, juguetona, le impidió el paso. Masturbó su verga con los pies para no correr riesgos que él perdiera la erección y, cuando notó que su respiración se calmaba un poco, abrió lentamente las piernas, exhibiendo ante él una vulva hinchada y enrojecida; anhelante de acción. Nuevamente extendió sus brazos hacia él y con una voz algo quebrada lo invitó a volver a ella.
– Vamos, te deseo dentro de mí.
Volvieron a fundirse en uno. Se besaron apasionadamente mientras él la penetraba con firmeza y ella hacía lo posible para contraer su sexo y darle más placer. Sintió los pezones de ella rayar sus pectorales casi como cuchillas y eso fue el disparo final que acabó por matar su cordura. Metió sus brazos bajo las axilas de ella y, sacando sus manos por detrás, la asió de los hombros y comenzó a taladrarla frenéticamente. Ella también se abandonó entonces al placer y empezó a responder al ritmo de sus caderas con un frenético bamboleo de sus caderas, buscando aumentar la profundidad de las embestidas de su amante.
La alarma del reloj sonó entonces, avisando que el encuentro debía terminar. Él, con presteza, se quitó el maldito aparato y lo estampó contra la pared, haciéndolo añicos. Ella sonrió, entendiendo que él deseaba acabar propiamente el encuentro, y se concentró en seguir brindándole placer, incrementando lentamente la presión que hacía con su vagina, y simultáneamente sintiendo ella como el calor crecía dentro de su mojado e hinchado sexo. Se concentró en sus sensaciones, despertando recuerdos olvidados acerca de cómo complacer correctamente a un hombre. Se abrazó a él aún más apretado y lo envolvió con sus piernas; quería que se viniera dentro de ella y, se dijo, no era tan sólo por el placer de su amante, sino del suyo propio. Hundió su cabeza en el cuello de su amante, musitando un par de palabras, y comenzó a mordisquearlo, terminando por dar una dentellada más fuerte mientras respiraba agitadamente sobre él. Lamió su sudor con un deseo y lujuria que creía olvidados, pero se vió sorprendida por el asalto de la lengua del hombre, primero en su lóbulo y de allí pasando diestramente a adentrarse en su boca..
Fue el mejor beso que le hubieran dado en mucho tiempo. Pasional, pero a la vez cálido; un beso en el que ella sentía posesión y deseo… un beso que le arrancó el alma y el aliento, sintiendo dentro de ella un calor especial, arrobador, que la cautivaba de formas indefinibles, transportándola a otros tiempos, donde había sido feliz.
Y, por primera vez en más de un año, tuvo un orgasmo real.
Quien primero cayó en las redes del éxtasis fue el hombre. El sentir su aliento en su oreja acabó por inclinar la balanza más allá del punto sin retorno y apenas sintió el mordisco de Dolores su verga comenzó a derramarse. Por un momento sintió como si su tranca se negara a expulsar su leche, para luego sentir una explosión en su entrepierna tan potente que no acertó en un principio a asimilar todo el placer que le causaba. Continuó embistiendo el sexo de la mujer mientras el suyo despedía aún varios chorros de semen; fue entonces cuando notó el orgasmo de ella.
Para Dolores, aquello le fue extraño. Casi pierde el control sobre sí misma, dado lo ajeno que le resultaba lo que sentía. Estaba acostumbrada a fingir sus orgasmos… incluso con su ex-esposo, sus orgasmos no pasaban más allá de lo que sentía cuando se masturbaba. no había tenido un orgasmo genuino desde que muriera su primer esposo, y este la tomaba por sorpresa. Notó como todos sus sentidos eran sobrepasados y entró en aquel divino estado de placer total, sintiendo las fuertes contracciones de su concha mientras la mezcla de jugos y leche que la llenaban comenzaba a derramarse hasta las sábanas. No supo cuánto tiempo pasó hasta que volvió a la tierra, pero su amante no se había quitado de encima; continuaba penetrándola suavemente mientras su verga se deshinchaba, mientras besaba delicadamente su cara, enjugando su sudor y sus lágrimas. Respondió a sus atenciones y estuvieron calmándose mutuamente varios minutos, hasta que él se tendió a un lado de ella.
– ¿Y bien? -preguntó una saciada Dolores-, ¿pasé la prueba?
– No -respondió él tranquilamente-
– ¿¡Qué!?… ¿¡cómo!?… pero…
– Sí, fue un sexo excelente, y no dudo que tus clientes estén complacidos contigo
– ¡Pero no puedes negar que lo deseaste!… ¡lo disfrutaste!
– Si mami, pero no hiciste lo que te pedí
– ¡Claro que lo hice, no me vengas con pendejadas!… ¡te hice el amor!
– No cariño, no me hiciste el amor
– ¿¡Cómo que no!?… puse sentimiento, puse deseo… ¡puse mi corazón en ello!
– Ya mami, pero hay un problemita
– ¿Que problema puede haber?… Ya veo, ¡tú lo que querías era cogerme gratis!, eres un cabrón, un hijo de la chingada, un…
– ¿Qué crees que pensarán tus amantes si les susurras “¡Oh Raúl!” en medio de una cogida?
Ella se detuvo en seco… no se dió cuenta, pero ante la mención recordó perfectamente haber dicho esas palabras… se había dejado llevar por lo intenso del encuentro y su mente la había transportado hasta su primer esposo, el único hombre al que le había hecho el amor.
Había perdido
Ocultó su llorosa cara entre sus piernas unos segundos y luego atinó a salir de la cama.
– Tienes razón -dijo disculpándose-, lamento haberte hecho perder tu tiempo
– Ya te dije, no puedo contratarte
Quiso retirarse, pero él la detuvo
– ¿Dónde vas?
– De vuelta a casa, a ver qué hago… ¿dónde más?
– Espera, te dije que no puedo contratarte, pero no te dije que te fueras
– No te entiendo
– Mira mami, según el reloj de la pared estuvimos cogiendo una hora y nueve minutos.
– ¿Y?
– Que yo no altero mis decisiones así como así. Te di una hora de plazo, pero fui yo quien decidió darte más tiempo. Eso me demuestra que tienes potencial.
– ¿Entonces?
– Entonces, no puedo contratarte… ahora, pero quiero proponerte un trato: llama a ese teléfono mañana -dijo extendiéndole una tarjeta que únicamente tenía un número-, a las una de la tarde me parece bien. Duerme y descansa, no quiero que decidas nada con la cabeza o la concha caliente. Si aceptas no quiero lloros después; te advierto que detesto que mis empleados rompan su palabra, lo suelen pagar caro.
Tomó la tarjeta y lo miró. Volvía a ser el cabrón, el proxeneta que había conocido al principio… la escena se nubló en su mente mientras creyó que veía algo de luz… la niebla se aclaró y le mostró lo que hizo al día siguiente.
Cuando llamó por teléfono él le indicó que lo esperara en un estacionamiento de un centro comercial. No tuvo mayores aprehensiones, considerando que era mediodía y la cantidad de gente le daba seguridad. La recogió en un sedán color negro, bastante discreto y casi nuevo, a juzgar por el olor del interior. Se saludaron sin siquiera un beso en la mejilla y él condujo hacia la zona de Coconut Grove, donde entraron a una mansión que estaba siendo remodelada. Condujeron hasta la parte trasera donde había una construcción al borde del mar; parecía una unidad de almacenamiento de dos pisos, pero claramente había también material de construcción desperdigado por allí. Detuvo el auto, tomó un maletín del asiento de atrás y le indicó que bajara y lo acompañara dentro, subiendo al segundo piso por una escalera lateral.
Lo siguió dentro, hallando en el lugar una mesa y dos sillas, bastante simples, como único mobiliario. Él le indicó con un gesto que se sentara, e hizo lo propio, al otro lado de la mesa. Una vez cómodos, le explicó su propósito.
– Verás mami, lo que quiero es que te cases conmigo.
Ella, claramente sorprendida, no hizo ningún comentario.
– No se por donde empezar, así que si te mareas me detienes y me pides que te explique, ¿bien? -continuó-. Ayer, de verdad, me impresionaste. No porque hayas sido la mejor mujer con la que haya cogido, sino por tu determinación. Cierto, tu cuerpo es un deleite y no niego que lo pasé divinamente, pero comparada con mis chicas diría que no superas a más de un par de ellas, y yo necesito lo mejor… pero, hay un trabajo que puedo darte ahora, si logramos llegar a un acuerdo
– Y dime -dijo reponiéndose-, ¿de que clase de acuerdo estamos hablando?
– Mira, por una parte, te quiero entrenar. Estoy seguro que en unos años serás la mejor de mis chicas, te divertirás un montón y ganarás mucho dinero… y lo mejor de todo, yo también ganaré mucho dinero con esa conchita tuya, mami.
– ¿Y la otra parte?
– Que me puedes servir de otra forma. Necesito arrendar algunas propiedades, esta entre ellas, y no quiero que mi nombre aparezca en ninguna parte, ¿me entiendes?
– ¿Ser tu palo blanco?
– ¡Vaya!, veo que también eres lista, mami.
– Empiezo a entender… ¿y que es lo que me ofreces?
– En rigor, te ofrezco el mundo mami. Para empezar, te ofrezco este apartamentico para que vivas tú y tu hija. No es muy lujoso pero tiene todo lo necesario, y me aseguré que tuviera todo para cuidar la belleza de quien lo ocupara. La parte de abajo aún es un espacio de carga, pero podrás hacer con ella lo que quieras. Tiene una bonita vista al mar, está cubierto por unos setos que lo ocultan de la casa principal y tiene salida independiente a la calle, así que nadie te molestará… me dijeron que incluso cabe un carro pequeño por la callecita, y quien sabe, si reúnes suficiente dinero hasta puedes comprar un yate y lo amarras en el muelle.
Mientras él hablaba, recorrió el lugar. Claramente no era originalmente un espacio habitable, pero el trabajo hecho sobre él era suficientemente bueno. No se habían gastado un dineral, pero era acogedor y tenía todo lo necesario. Tampoco le mintieron acerca de sus necesidades para la belleza: el baño era de lujo, los ventanales amplios mostraban que estaban a metros del mar, poseía un muelle que claramente no estaba siendo utilizado y, en la azotea, había suficiente espacio para tomar el sol alejados de los mirones… Si bien es cierto las instalaciones distaban de ser lujosas, eran amplias y cumplían a la perfección con todo lo necesario, y la locación era simplemente soñada.
– ¿Supongo que de la mansión ni hablar? -dijo Dolores-
– No mami -rió él-, por ahora ni lo sueñes. Esa es para mis clientes… para hacer “reuniones de trabajo”
– Ya veo… pero, ¿dijiste que querías entrenarme?
– Por supuesto, ¿no supondrás que puedo hacer uso de tí así como estás?… no corazón, claro que no. Tendrás que aprender, y yo me encargaré que lo hagas. Aprenderás no sólo a coger como Dios manda sino que haré de tí una diosa del placer que será tan deseada que tendrás a los hombres a tus pies… si es que te dedicas a ello. Aprenderás también idiomas; veo que dominas bien el español y el inglés, pero quiero que llegues a hablarlos sin acento. Quiero que también domines el slang de los países que te vayan a aportar más clientes… no quiero que le digas a un español que te “coja” y él te levante y tú te quedes esperando el vergazo. Aprenderás además chino, japonés y alemán; te perdonaré un poco de acento, son idiomas difíciles para una latina, pero no el que no sepas lo suficiente… si aprendes algo de francés te regalaré un carro; nada ostentoso, pero te garantizo que no te decepcionará.
– Eso es lo que me pides… ¿que es lo que me prohibes?
– Chica lista, cada vez me gustas más. Lo primero es que espero que cumplas conmigo como esposa en la cama. Te usaré cuando y como yo quiera, además de tus sesiones de entrenamiento. Te convertiré en el coño más deseado de la costa este, pero te exigiré fidelidad: querré saber con quien te acuestas y con qué frecuencia. Eres libre de enamorarte de quien quieres, no es mi culpa si eres tan tonta, pero no permitiré que eso entorpezca tu trabajo, ni el sexo conmigo. Una vez que haya acabado de entrenarte seguirás siendo mi esposa, pero también serás una de mis chicas, así que esperaré de tí lo mismo que de ellas: dinero a montones, información privilegiada y el mejor sexo que me puedas dar. Por mi parte, te daré protección, dinero, lujos y placeres que ni siquiera sabes que existen. Podrás adquirir los bienes que quieras y puedas pagar; quedarán a tu nombre, nos casaremos con separación de bienes. Acerca de los vicios que tengas, o que adquieras, será exactamente lo mismo: tú te los pagas, pero si veo que afectan tu trabajo sólo te lo advertiré una vez, si no lo controlas… bueno… digamos que te estoy ofreciendo un contrato con el diablo.
– En resumen: Me ofreces seguridad a cambio de poseerme por completo
– Mami, mami… ¡veo que nos llevaremos muy bien!
– No te adelantes, aún no he aceptado. ¿Qué hay de mi hija?
– Me importa un bledo. Si quieres incluso le doy mi apellido. Te daré el dinero suficiente para que la críes, pero mantenla escondida del mundo; nada le baja el valor más a una chica que el que se sepa que tiene hijos… si quieres enviarla lejos, ocultarla o entrenarla para que sea tu sucesora, a mí me da igual.
Miró por la ventana y sopesó sus alternativas… al menos el hombre estaba siendo honesto con ella.
– Bien… acepto, ¿qué tengo que hacer?
– En verdad mami -dijo el hombre sacando un montón de papeles- quiero que leas y firmes esto. Es un detalle de lo que ya te expliqué, con el agregado que me reservo el derecho de alterar sus cláusulas como bien me parezca… no te preocupes, también prometo que, si lo hago, será solamente para mejorar lo que ahí está escrito.
– ¿Supongo que te das cuenta que esto no tiene ninguna validez legal?
– Por supuesto, muñequita, pero eso no tiene importancia para mí… lo que me interesa es que lo firmes sin sentirte obligada, que lo cumplas a cabalidad… y que sepas que si lo desobedeces habrá consecuencias. Recuerda, la ley no me importa demasiado.
Él le extendió un lápiz cuando ella terminó de leer
– Última oportunidad para arrepentirse, mami -dijo guiñando un ojo-
– Dame acá -sonrió ella-… sólo te pido que tratemos de ser buenos socios
– Tienes mi palabra
Firmó.
Apenas terminado, el hombre le entregó otro legajo de papeles, esta vez con un aspecto bastante más oficial.
– Bien mami, esto es tu primera orden: Son los papeles de tu cambio de nombre. Firma.
Los leyó rápidamente. Por medio de ese formulario su nombre cambiaba, oficialmente de “Dolores Hidalgo” a “Cony Cruz”.
– Maravilloso, mami… Cony… ahora, vamos por un juez de paz, que me muero por la noche de bodas.
– Creo que te falta algo -dijo Cony-
– ¿Que cosa, mami?… lo que sea que falte lo vemos esta tarde, ya te puedes ir mudando acá.
– Falta lo principal, tonto: tu nombre, no sé cómo te llamas
Él se puso de pié, miró a la cara de la mujer y dejó escapar una carcajada al percatarse de su omisión. Se acercó a ella y la tomó por la cintura sin miramientos
– Alfredo, Alfredo Carmona
– Bueno, Alfredo, cariño… ¿qué quieres que haga tu Cony?
– Lo primero -dijo Alfredo dándole una nalgada- será ir a casarnos; pasarás a ser Cony Carmona hoy mismo.
Se separó de ella y se dirigieron al automóvil. Ese fue el día en que Dolores desapareció para dejar paso a Cony.
La lucidez volvió esporádicamente a su cuerpo abstienente. No supo con seguridad si las largas sombras eran visiones provocadas por la fiebre que al parecer ganaba terreno sobre su cuerpo, si eran producto de la total falta de sueño o si eran parte de la realidad.
Los pinchazos de las agujas que le suministraban medicamentos se confundieron en su mente con los recuerdos de sus años locos, cuando tuvo el dinero y el poder que le hizo creer que podría ser dueña del mundo. Alfredo cumplió su promesa y ella se dedicó como una poseída, tanto así que a los tres años de firmar su enlace él consideró que Cony podía comenzar a trabajar. Fue allí cuando las cosas comenzaron a cambiar. Ahora, después de todo este tiempo, podía verlo, pero en aquel momento fue incapaz de prever el desastre que comenzaba a conjurarse.
Su historia fue típica: Bastó que se viera con el dinero suficiente en sus manos para comenzar a caer nuevamente en los vicios que había conocido con su primer esposo. Había jugado desde hacía años con las drogas y el alcohol, pero, de acuerdo a lo que ella creía, nunca permitió que la dominaran; además, tenía excelentes ganancias en el negocio, tanto así que pudo adquirir, mediante una corredora de bienes raíces, algunas propiedades en otros estados, mismas que puso en arriendo… se aventuró incluso a invertir (y perder) en la bolsa e incluso realizaba sus propios trabajos en el primer piso de su apartamento. Chequeó con su esposo y él le dió el visto bueno, siempre que no contraviniese su acuerdo ni le quitara clientes a su cartera. Puso también a su hija en un régimen de semi-internado, pudiendo así olvidarse de ella por largos períodos… la vida le iba de maravillas; nada podía salir mal.
Aún así, lo tenía bajo control, se repetía… hasta que apareció en su vida Gabriel.
La despertó el sonidos de sus propios quejidos. La neuralgia se hacía cada vez más insoportable y, por algún motivo, ahora le molestaba también la luz. La enfermera tomó su pulso y procedió a darle el alta sin fijarse en más detalles, así que una guardia la tomó de forma muy poco delicada y la llevó casi a rastras a la que sería desde ahora, y hasta que algún juez dijera lo contrario, su celda.
– ¡Abran la 38!
El grito de la carcelera casi le revienta los tímpanos, tanto así que estuvo a punto de perder el conocimiento. Lo que fuera que le habían dado en la última dosis le hacía más daño que bien.
– ¡Love, tienes compañera nueva!
Una cabeza se asomó desde la cama superior, dió una mirada a Cony y volvió a mirar el techo.
– Cony Cruz, aquella es tu nueva compañera, Lexington Love.
– Lexie… llámame de otra forma y tendrás problemas.
La guardia se retiró y cerraron la puerta. Cony no dijo palabra. La actitud de la joven dejaba claro que llevaba un tiempo en la cárcel, pero que tampoco era una reo curtida; si así hubiera sido simplemente la hubiese ignorado… Cony había tratado con ex-presidiarios y conocía bien esa mirada.
– Toma la cama de abajo -dijo Lexie asomándose nuevamente-, tampoco parece que fueras capaz de subir.
Cony musitó un “gracias” que no supo si fue oído y se recostó, buscando nuevamente el tan elusivo sueño, pero sólo encontró más visiones.
Ocho años después de su matrimonio, las cosas iban de maravilla. Dinero, influencias y placeres le llovían a montones, pero un día, al regresar a aquel apartamento donde inició su relación con Alfredo, se encontró con una sorpresa: Su hija, Claudia, estaba allí con un par de cajas.
La niña se acercó tímidamente y le extendió una carta, aguardando temerosa. En ella las autoridades de la escuela le explicaban, someramente, que dado el claro retraso de aprendizaje y comunicación de la joven, su nobilísima institución educativa se veía forzada a buscar para la muchacha otros rumbos educativos, idealmente en algún establecimiento preparado para lidiar con niños con necesidades especiales. Agradecían también los continuos aportes en dinero de Cony e incluso deslizaban la posibilidad de seguir recibiendolos, aún cuando la joven Claudia ya no formara parte del alumnado. Le informaban también que se habían tomado la libertad de inscribirla en una escuela que cumplía con los requisitos necesarios y que estaba a unos 20 minutos en coche desde su casa y se despedían con sus mejores deseos para ella y su pequeña hija.
Ni siquiera notó que la niña llevaba allí en casa varios días, que probablemente había pasado hambre y que estaba sucia. En el fondo, el sólo verle la cara le recordaba que era ella la responsable de la muerte de su amado Raúl, algo que jamás podría perdonarle.
Y, no contenta con eso, la niña resultó ser una anormal… una vergüenza, un monstruo, un desperdicio. Apenas hablaba y no reaccionaba ante nada, sólo ante sus golpes. Se “informó” en internet y determinó que su hija tenía autismo, así que la trató siempre como si tuviera la plaga… mal que mal, muchos “estudios científicos serios” aseguraban que el autismo era contagioso. Según ella, bastante hacía con cerciorarse que la niña recibiera educación y que no le faltara nada.
Pero esta vergüenza no la podía soportar: La habían expulsado de aquella escuela tan cara… seguramente sus clientes se enterarían que tenía una hija retrasada.
Levantó la mano para golpear a la niña y esta cubrió su cabeza con sus brazos… entonces sonó el timbre.
– No te alegres, condenada mocosa… una vez que atienda pondremos las cosas en orden -le dijo-
La niña corrió a esconderse
– Buenas tardes -le dijo un hombre de traje-, ¿es usted la señora o señorita Dolores Hidalgo?
– Erm… no -respondió dudosa-, mi nombre es Cony Carmona
– ¡Mierda, justo cuando pensé que la había encontrado!
– ¿Es muy importante?
– Más que importante, es urgente: Debo hacer efectiva una herencia y el plazo vence hoy a medianoche.
“Herencia”… palabra capaz de cambiar actitudes en un abrir y cerrar de ojos. Cony había aprendido a actuar bastante convincente durante esos años. Escogió una historia para convencerlo, y no le fue demasiado difícil.
Se mostró algo asustada. Miró hacia afuera y, a la entrada de la calle de servicio vio un sedán y una camioneta… nada realmente sospechoso… puso ojos llorosos y preguntó
– ¿No viene usted de parte de Peter?
– ¿Quién?
– Peter, Peter Avery, mi ex-esposo
– No… ¿señora?
– Sí, señora, pero mi nombre original es Dolores Hidalgo
– ¿Tiene usted alguna identificación que lo acredite?
– Antes de eso -Cony lo examinó-, ¿quién es usted?
– ¡Oh, perdón!… lo siento -dijo extrayendo una tarjeta de presentación-, mi nombre es Alexander Emery, y represento al bufete “Baker & Williams” de Boston. Hemos sido mandatados por el estado para intentar, in extremis, dar cumplimiento a la última voluntad de Mariana Hidalgo.
– ¿Mi prima?… ¿Marianita está muerta?
– Lamento haber sido yo quien se lo informara, pero sí. Mariana Hidalgo falleció hace casi 5 años.
La noticia la afectó de forma genuina, aunque no extrema, Mariana fue una prima muy querida en su infancia. Buscó en una pequeña caja de seguridad sus documentos y se los mostró al abogado, quien prosiguió.
– En casos como este -prosiguió el abogado- el estado hace todo lo posible por ocultarlo, pero nosotros estamos atentos
– No… no entiendo.
– Se lo explicaré brevemente. Mariana se casó y se divorció. Obtuvo un buen arreglo de aquello, recibiendo una fuerte suma de dinero para ella y un fideicomiso para su hijo.
– ¿Un hijo?
– Si, pero no nos adelantemos. Darle los detalles del caso ahora sería largo, pero el hecho es que su padre, un europeo rico y sin familia, falleció en un accidente de tráfico hace unos años, y no pudimos encontrar ningún pariente vivo en el país, además de usted. Por su parte, la señora Hidalgo se hizo asesorar bien y su testamento es claro, por lo que el estado debe esperar a que se cumplan 5 años sin reclamarlo para pasar a tomar posesión de los bienes de la señora Hidalgo… estamos hablando de bastante dinero, y el Tío Sam es el mayor buitre que pueda llegar a conocer.
Cony podía oler que no le estaba diciendo todo, pero le siguió el juego.
– Resumiendo: Si acepta usted la patria potestad del muchacho podrá usted también acceder, de forma indirecta, a los bienes heredados al joven por la señora Hidalgo
– Explíquese por favor -inquirió Cony-
– El dinero de la señora Hidalgo, a su muerte, pasó a formar parte del fideicomiso de su hijo, Gabriel Hidalgo (Antes Gabriel Jackson). que se le entregará cuando cumpla 24 años… tanto el dinero como el resto de los bienes han de ser administrados por su albacea, salvo cierto monto destinado a la manutención básica del joven, que se le entregará mensualmente, y el dinero necesario para pagar cualquier gasto médico que el joven pudiera tener… ahora, ¿está usted de acuerdo en aceptar la potestad?
Los ojos del abogado de veían suplicantes
– Muy bien -dijo Cony jugando con el lápiz-… ahora dime lo que no me estás contando.
– Por favor, firme.
– Mira, veo tu desesperación, así que aquí hay gato encerrado… ¡o me explicas todo o no firmo ni carajo!
– Está bien, señora Carmona… El muchacho es… extraño -dijo sacando un cartapacio de su maletín-
Se lo dió a leer a Cony. Si su hija tenía problemas, el muchacho no se quedaba a la zaga: Problemas del crecimiento, déficit comunicacional, trastornos de personalidad, hipersensibilidad a la luz solar (causado por un caso de porfiria leve), déficit de melanina, trastorno obsesivo compulsivo, hipersensibilidad a los olores y trastorno del sueño eran sólo algunos de los problemas.
– Le doy mi palabra que no es tan malo como se lee. Ninguna de sus condiciones son invalidantes. Además, todos sus gastos están pagados
Cony ya tenía experiencia leyendo contratos. El premio era grande, muy grande… el sólo hecho de pasar a usufructuar durante ocho años de un apartamento frente al mar en Miami Beach le hizo acelerar el pulso, eso sin contar el dinero, que era administrado por una firma de inversiones y, de acuerdo a los reportes, no hacía sino crecer. Notó también que, dadas las condiciones, no le sería muy difícil declarar interdicto al muchacho y quedarse con todo… cierto, había querido mucho a su prima, pero incluso ella le dió la espalda cuando murió Raúl… aún así, quiso presionar su suerte.
– Mira, por lo que veo me piden que me haga caso de un semi inválido, y yo no obtendré ninguna ganancia… además, mi hija ya tiene problemas y no sé si pueda atender al muchacho.
– ¡No se preocupe!, el joven es totalmente funcional. Los reportes de servicios infantiles indican que no necesitaba supervisión alguna. Además, su escolaridad está garantizada en una institución especializada al sur de la ciudad. Por otra parte, el estipendio mensual del joven es de algo más de tres mil dólares… en efectivo.
– No, lo siento, es demasiada responsabilidad para mí.
La tensión podía cortarse en el aire
– … Puedo ofrecerle un incentivo de cincuenta mil dólares, libres de impuesto… es la mitad de mi comisión -dijo derrotado-
Cony supuso que, en realidad, no sería más de un cuarto, pero no quiso seguir presionando.
– Está bien -dijo- haga los preparativos.
El abogado simplemente se asomó fuera e hizo una señal.
– El tiempo apremia -dijo escuetamente-
Entraron en el lugar tres personas más. Uno de ellos portando una maleta y una especie de gran saco de dormir, otro que procedió a revisar el lugar y preguntar algunas cosas hasta quedar conforme y un muchacho alto y delgado… daba la impresión de que si lo golpeaban podría quebrarse. El primer tipo siguió trayendo algunas cosas, y lo último que hizo fue entregarle un laptop al muchacho, quien lo abrió, esperó que la pantalla se pusiera blanca e hizo una señal afirmativa.
– Cierto -le dijo el abogado en voz baja-… tiene cierta fijación con su computador: puede estar horas “tecleando” frente a esa pantalla en blanco… no intente quitárselo, podría ponerse violento
Cony puso cara de resignada, pero, aparte de la posibilidad de obtener ese dinero, hubo otra cosa que la motivó a firmar: si el muchacho era tan independiente como le decía podría encajarle el cuidado de su hija, ¡y gratis!… seguro que entre fenómenos se entenderían.
La persona que revisó todo resultó ser un oficial judicial, quien, constatando que se cumplieran las condiciones mínimas requeridas, procedió a dar por válida la firma, indicando los trámites posteriores necesarios. Actuó también como ministro de fé para el improvisado contrato verbal entre Cony y el abogado, cobró sus “honorarios” por aquella visita a terreno y se largó feliz de la vida.
Acompañó al abogado a su hotel a firmar algunos papeles. Cuando recibió una llamada de su esposo con la información del trabajo de esa noche le explicó someramente el porqué no podía atender y que ya hablarían mañana.
Firmó… uuuf, ¡vaya que firmó! Tres veces, por ambas caras, arriba y abajo de la hoja firmó.
Quizás fue la adrenalina, o la excitación de aprovecharse de una oportunidad única, pero Cony comenzaba a sentir deseos de sexo. Quería algo rápido y caliente… una explosión de placer lo más intensa que pudiera… lo quería ahora… lo quería en ese instante.
Miró hacia Alexander y se encontró con un tipo joven, de menos de 30 años, bien vestido -sin caer en la ostentación- y suficientemente atractivo… el típico abogado estadounidense con deseos de arrasar en el mundo legal… decidió empezar al asalto sin demora.
Botó un lápiz y se inclinó lascivamente a recogerlo, mostrando su bien formado culo a menos de un metro del abogado, mirándolo coquetamente mientras se volvía a erguir. La mirada de Alexander fue inquisitiva, y ella contestó llevando sus manos hacia abajo para usar sus brazos y exhibir su pecho, invitándolo con la mirada.
No era la primera “firma de contrato” de Alexander.
Se abalanzó sobre ella besándola, mientras sus manos comenzaba a remover su blusa. Cony contestó el beso colgándose de él con brazos y piernas. Así la llevó Alexander hasta el escritorio y, cumpliendo lo que exige aquel ritual, echó a un lado todas las cosas que había sobre él, para luego poner a Cony sobre el mismo. Se separó de ella y comenzó a quitarse su camisa, mientras Cony terminaba de quitarse la blusa y subía su falda. No quiso privarse del placer de sentir al abogado rasgando sus pantimedias y a su vez Alexander no la hizo esperar.
La primera embestida vino cuando ella aún no tenía tiempo de calentar motores debidamente. Alexander, después de romper las pantimedias simplemente echó a un lado la tanga de Cony y sin demora aquella ansiosa verga se clavó por completo en las carnes de su amante.
– Veo que la información no estaba equivocada… ¡Eres una puta de tomo y lomo!
– ¡Si, soy una puta!… ¡la mejor de Miami!
– ¡Mi puta!
– ¡Si, tu puta!… ¡toda tuya!… ¡tu perra!
Alexander magreó sus tetas con fuerza, mientras Cony se retorcía de placer
– Más fuerte, cabrón… ¡méteme tu tranca hasta el fondo, que me vengo!
El abogado obedeció, aún a sabiendas que así no aguantaría demasiado. Atrajo un poco a Cony hacia sí y comenzó a taladrarla frenéticamente.
– ¡Sí, sí, sí!… ¡sigue maldito hijo de la chingada!
– ¿Te gusta dure, eh, puta?
– ¡Sí, duro!… ¡me gusta tu verga, maldito!, ¡me vengo con tu verga!
– Ya me vengo, perra… ¿dónde la quieres?
Por toda respuesta Cony simplemente disfrutó de su orgasmo y cruzó las piernas tras el culo de Alexander, quien descargó su leche lo más profundo que fue capaz… Cony, sin embargo, no había dado por finalizada la batalla
Apenas el abogado se separó de ella la mujer se puso de rodillas y metió el rezumante pene dentro de su experta boca, comenzando la labor de devolverle la vitalidad. Enrolló su lengua alrededor del glande y succionó con fuerza, casi forzando a volver a levantarse a aquella tranca. Alexander estaba en la gloria, tanto así que ni siquiera acertaba a insultarla como hacía unos minutos… simplemente se limitaba a acompañar los movimientos de su cabeza con suaves caricias… nunca le había hecho una mamada así de buena, y no sabía cuándo podría volver a disfrutar de ella, así que simplemente se dejó llevar, hasta que, a los pocos minutos, las pulsaciones de su pene le dijeron a Cony que se estaba viniendo
– Dámela toda, cochino… quiero beberme tu leche
Se descargó por completo dentro de ella, pintando de blanco el interior de su boca, partiendo en su garganta y terminando en sus labios. Una gota alcanzó a escapar por una de las comisuras, pero Cony la atrapó diestramente con su índice y lo chupó gustosa. Volvió a mamar el pene de Alexander, esta vez cerciorándose de limpiarlo bien y succionando los restos de leche de su interior… jugueteó también traviesamente con un dedo cerca del ano del abogado, encontrándose con que su pene reaccionaba positivamente.
– Veo que te gusta emplearte por completo
– Hey, preciosa… un buen abogado tiene que saber satisfacer las necesidades de sus clientes.
– Mira eh… me has dado una idea
Dió una última mamada, asegurándose de dejar el pene bien mojado con su saliva. Se puso en pié y se tumbó sobre el escritorio, mostrando su culo en gloria y majestad.
– No se si te quedan ganas… o fuerzas… pero a mí no me alcanza con la entrada y el plato de fondo… se me antoja el postre.
Separó sus nalgas mientras hablaba. Los ojos de Alexander no daban crédito al ofrecimiento. Pensó en negarse, considerando que dejaría el lugar echo un asco después del lance, pero el ver como el ano de Cony se abría sin ayuda, dejando un agujero oscuro de un par de centímetros que parecía invitarlo cual canto de sirena, despedazó todas sus dudas. Más aún, su verga se puso a tope cuando Cony repitió la maniobra, abriendo y cerrando a voluntad ese excitante agujerito.
– Ven, te quiero dentro de mí… si mi concha te gustó te juro que mi culo te volverá loco.
Fue todo lo que necesitó. La cabalgó con furia, casi con locura, jalandola del pelo y clavando las uñas de la otra mano en sus nalgas y sus tetas. El placer que le daba Cony con su ano era increíble. Apretaba y soltaba su esfínter con una maestría que él no había encontrado jamás. Trató de controlarse, pero los gemidos y berridos de Cony no hacían la cosa más fácil, menos aún cuando en un momento ella giró la cabeza para mirarlo y en sus ojos se dibujaba un orgasmo avasallador. Chilló y puñeteó el escritorio con fuerza, mientras las oleadas de placer la recorrían.
– ¡Sigue, sigue! -gritó a Alexander-… ¡reviéntame el culo, pinche cabrón!… ¡llévame a otro orgasmo!
– Como sigas así no aguanto… ¿quieres más placer?… ¡mastúrbate, puta!
– ¡Dios, eres un genio!… ¡me tienes tan estúpida con tu verga que no se me había ocurrido!
Cony llevó sus dedos a su clítoris y Alexander la acompañó penetrando su vagina y juntos la endilgaron directo a su tercera corrida, tan monumental que no alcanzó a gemir como deseaba, sino simplemente volvieron los puñetazos al escritorio, esta vez acompañados por espasmos en sus piernas y una generosa ración de fluidos escapando de su concha. Alexander, viéndola rendida, cargó todo su peso sobre el culo de Cony y en unas pocas estocadas descargó también su leche dentro de ella y la llevó, ya casi sin fuerzas pero totalmente satisfecho por las “negociaciones”, hasta su cama.
La noche fue fructífera, tanto en papeleo como en sexo. Despertaron alegres, adoloridos y abrazados al día siguiente, pasado mediodía. La llevó al apartamento que “heredaría” y ella quedó encantada. Volvieron a tener sexo, esta vez “probando la acústica” del lugar. A ella le gustaba gritar sus orgasmos, y Alexander no la defraudó en ganas. Cuando no pudo responder con su verga la lengua y los dedos hicieron un buen trabajo.
Quedaron satisfechos, había sido un buen negocio.