Era una tarde calurosa de mediados de julio. Fue esa llamada la que desencadenó una serie de sucesos que cambiaron mi vida por completo. Me disponía a salir a dar un paseo cuando sonó mi teléfono. Mi primera reacción fue pensar que se trataría de alguno de mi “grupito” de cinco alumnos: Juan, Marcos, Raúl, Antonio y Andrés. Hacía un par de semanas que no tenía contacto con ellos, pero para mi sorpresa, la llamada no era de ninguno de ellos. Era el director del instituto, me llamaba para preguntar si podía ir a la escuela en un rato, que quería hablar conmigo.
Colgué hecha un amasijo de nervios. ¿Cómo podía haberlo pasado por alto? Ese día era cuando salían publicadas las notas de Selectividad. Seguro que el Director quería hablarme acerca de ello. A toda prisa, me cambié de ropa, me arreglé un poco y me dirigí corriendo al Instituto.
Al llegar, me esperaba el Director en su despacho junto con la Jefa de Estudios, aquello no pintaba demasiado bien, a esa cincuentona nunca le había caído bien. Con un nudo en el estómago entré en el despacho.
Salí un par de horas después completamente eufórica. Mis alumnos eran los que habían obtenido mejor nota en la Selectividad de todo el Instituto. Yo, una joven profesora de 27 años, sin experiencia previa, había conseguido de mis alumnos un mejor rendimiento en los exámenes que las otras profesoras con muchos años de experiencia en sus espaldas. Y no solo eso, cualquiera de mis alumnos podría acceder a la carrera que quisieran. Incluso entre las diez notas más altas del país, figuraban tres de mis alumnos. Hasta la Jefa de Estudios tuvo que reconocerme el mérito. El motivo de la reunión era no solo comunicarme eso sino indicarme que la plaza de la profesora que se jubilaba ese año era mía. No me lo podía creer, por fin había logrado mis sueños. Tenía un puesto fijo como profesora para el curso siguiente. Volvería a ocuparme del segundo de bachillerato, volvía a tener el reto de preparar a todo un curso de jóvenes para los exámenes más difíciles de su vida. Pero aquello ya no me intimidaba, me sentía motivada y suficientemente preparada para ello. Esos recientes resultados lo acreditaban.
Aquello no fue todo. El Director me preguntó si me apetecería acompañar a los que durante esos tres meses habían sido mis alumnos en el viaje de fin de curso, programado para la última semana de julio. Aquella propuesta me sorprendió, ni me acordaba que a finales de julio los chicos se iban una semana de fin de curso a París, de hecho el Director nunca me había comentado directamente nada al respecto así que ni pensaba que pudieran contar conmigo.
A decir verdad, mis planes para las vacaciones, hasta ese momento no pintaban demasiado bien. Sin pareja, y bastante desconectada de mis amigos, todo apuntaba a que iba a pasar el verano encerrada en mi piso, salvo para ir un par de días a la playa o alguna excursión. Así que aquella propuesta fue como agua de mayo. ¿Una semana en París, con gastos pagados? Evidentemente que acepté.
Salí completamente eufórica del Instituto, tenía poco más de una semana para preparar la maleta, tenía que llamar a mi madre para darle la buena noticia, y… Había olvidado algo…
En la parada del autobús que me llevaría a casa estaban mis cinco alumnos “favoritos”, esperándome con una sonrisa. “¿Sabrían algo?” era obvio que el encuentro no era fortuito.
-Hola chicos. ¿Esperando el autobús?- Dije con una alegre sonrisa.
-Esperando a nuestra profesora favorita.- Dijo Marcos.
-Te vemos muy feliz hoy, ¿algo que nos quieras comentar?- Añadió Andrés.
Estaba tan eufórica que, olvidando completamente la apuesta que había hecho con ellos, les conté mi reunión con el Director con todo detalle. Ellos escuchaban atentamente pero sin sorprenderse “¿acaso sabían ya algo?”.
-¿No te habrás olvidado de nosotros, verdad?- Dijo Raúl sacándome de mis pensamientos.
-Por supuesto que no- Respondí, tal vez demasiado eufórica- ¿Cuando entonces, esta noche, queréis esperar al fin de semana…?
-No no, esto no funciona así.- Me interrumpió Juan.- Nosotros escogeremos el cuando, y, será una sorpresa para tí.
-Exacto.- Añadió Antonio.- Tu no sabrás nada, hasta que llegue esa noche. Procura estar siempre disponible… y atractiva, nunca se sabe cuando podremos llamar a tu puerta después de cenar.
-Yo de ti empezaría a tomar anticonceptivos.- Concluyó Juan.- Más vale estar preparada.
Dicho eso, los cinco chicos se despidieron y se alejaron calle abajo dejándome completamente pensativa. Les había prometido una noche entera con ellos, sin normas. En su momento había aceptado sin dudar, los cinco eran atractivos y además ya había tenido sexo con ellos y los había tenido en mi piso. Así que en su momento no me había preocupado demasiado al aceptar esa apuesta. Ahora me daba la sensación que había aceptado demasiado a la ligera. Era obvio que ellos se traían algo entre manos, porqué no querían que supiese con antelación cuando se iban a presentar? Y sobre todo, que implicaría eso de “sin normas”?
Pensando en ello, subí al autobús.
Dos semanas después. París, viaje de fin de curso.
Estuve esas dos semanas impaciente cada noche, esperando en cualquier momento a los chicos, pero no se presentaron. Ni me llamaron. Estaba segura que no se habían olvidado de ello, pero no acababa de entender esa demora, tal vez querían ponerme nerviosa o únicamente querían evitar que saliera con otras personas. Pasé varios días examinando la ropa de mi armario pensando en que ponerme. Descarté los atuendos más atrevidos, no había necesidad de ello. El curso había terminado y no quería que la última imagen que mis alumnos tuvieran de mi fuera vestida como un putón. Así que me decanté por varios pantalones y camisetas, suficientemente ligeras y frescas pero sin ser demasiado provocativas. En cuanto a mi ropa interior, sí que me atreví a seleccionar la más atrevida. Nadie iba a contemplarla pero aún así, me gustaba esa sensación de sentirme atractiva, provocativa. Tal vez algo había cambiado en mi en las últimas semanas de clase. Sentirme objeto de deseo por parte de los chicos me empezaba a gustar cada vez más. Al final mi lado más provocativo pudo conmigo, puse también en mi maleta unos pantaloncitos tipo short y una de mis faldas más ligeras así como una de mis camisetas más escotadas. Tal vez un día me daba el gusto de pasearme lo más provocativa posible con ellos. Al fin y al cabo, París era la ciudad de la pasión ¿no? Sí, en cierto modo, quería ver sus caras de deseo por última vez antes de despedirme de quienes habían sido mis primeros alumnos.
Así que ese día estaba yo, en el Museo del Louvre haciendo alarde de mis conocimientos sobre historia del arte. Tenía a un grupito de quince chicos, todos varones, que no dejaban de seguirme, atentos a todas mis explicaciones, y atentos también al contoneo de mis caderas. Ese día vestía unas sandalias frescas y cómodas que dejaban a la vista la mayor parte de mis pequeños pies, unos apretados pantalones tejanos hasta los tobillos y un top de color blanco que dejaba mi cinturita y mi ombligo al descubierto. Como de costumbre, tenía mi pelo rubio suelto y ondulado.
Pese a mi pequeña estatura (mido poco más de metro sesenta), no tenía problemas para hacerme escuchar. Todos los chicos estaban atentos a mis explicaciones sobre Delacroix y su obra maestra “Libertad guiando al pueblo”. Aunque seguramente no apartaban mucho su mirada de mi bonito culo, que mi pantalón apretado resaltaba especialmente. Sí, mis cinco chicos “favoritos” estaban allí, sin apartarse de mi lado en ningún instante.
Ese día terminé especialmente agotada, nos pateamos todo el museo de arriba a abajo. La verdad es que muchos de los chicos me hacían interesantes preguntas y me solicitaban información acerca de una obra determinada. Era gratificante ver como mostraban interés por la cultura. Y me gustaba pensar que tal vez esos meses conmigo habían despertado ese interés. Finalmente, volvimos al hotel.
Nos alojábamos en un modesto pero céntrico hotel. Desde la azotea del mismo se divisaba la Torre Eiffel y de noche, se contemplaba la Ciudad de la Luz en todo su esplendor. Aquello era fantástico. Los profesores, se alojaban en habitaciones dobles, pero al ser número impar, a mi me habían adjudicado una habitación individual con un pequeño balcón que daba a una bonita avenida.
Justo me había terminado de quitar las sandalias y me disponía a ponerme el pijama cuando escuché que llamaban a la puerta ¿Quién sería? Tímidamente abrí la puerta para encontrarme sorprendida con los cinco chicos.
-¿Qué hacéis aquí?- Pregunté sorprendida
-¿No te acuerdas de nuestra apuesta?- Respondió Marcos. Sin darme tiempo a reaccionar, los cinco entraron en mi habitación y cerraron la puerta. Juan me sujetó los brazos a mi espalda mientras me susurró:
-Shht, ¿recuerdas lo que dijimos?
-Nosotros escogeríamos el cuando.- Añadió Andrés.
-Así que, no te resistas, recuerda que no te puedes oponer a nada de lo que te hagamos.- Dijo Antonio.
-Sin reglas es sin reglas.- Concluyó Raúl.
Pasada mi sorpresa inicial, os debo confesar que la situación tampoco me parecía del todo molesta. Aquella era la última noche del viaje así que ¿qué más daba si pringábamos un poco las sábanas? ¿Quién se iba a enterar de ello? Quizá mejor incluso en un hotel que no en mi piso, así mañana no tendría que limpiar nada. Al fin y al cabo, ¿París no es la ciudad del amor? Qué mejor forma de terminar el viaje que acostándome con cinco atractivos ex-alumnos.
A decir verdad, notar como me sujetaban los firmes brazos de Juan estaba excitándome, de alguna forma me gustaba sentirme un poco impotente ante ellos, que hicieran lo que quisieran con mi cuerpo, a ver que excitantes ideas tenían en mente.
Andrés empezó a desabrocharme mis pantalones. Por un momento desee que sus manos se entretuvieran un poco en mi entrepierna, pero por alguna razón no lo hicieron. No sin algo de esfuerzo, con el sudor de todo el día esos pantalones se habían adherido a mi piel, me los quitó. Tal vez tenían especial prisa para quitarme sin ropa, yo me dejé hacer sin oponer resistencia. Esa era su noche y se la habían merecido. Juan me levantó las manos por encima de la cabeza mientras Raúl me quitaba el top, quedando vestida únicamente por mi ropa interior.
La poca cobertura que mi braguita brasileña de encaje semitransparente ofrecía sobre mi culito debió excitar a Juan. Enseguida noté como acercaba su cintura contra mi espalda y, bajando ligeramente acercó su entrepierna a mi trasero, frotándolo ligeramente. Yo no sólo me dejé hacer sino que incluso le seguí el juego, moviendo mis caderas de forma que mi culito, que sabía que tanto les excitaba, frotara el erecto miembro del chico a través de su pantalón.
Mientras Antonio me desabrochaba el sujetador, Andrés sacó de una pequeña mochila una cinta con la que cubrió mis ojos. Ahogué un gemido, entre protesta y sorpresa que no pasó desapercibido al chico.
-Así será todo una sorpresa para ti. No sabrás lo que vamos a hacer contigo hasta el último momento.- Me susurró, aquellas palabras me excitaron aún más. ¿Qué travesuras tenían previsto hacer con mi cuerpo?
Juan liberó mis brazos para que mi sujetador cayera al suelo, quedando cubierta solo por mis finas braguitas. Unas hábiles manos empezaron a recorrer mis suaves pechos. Ahora no podía ver qué chico me haría qué, por mi cabeza cruzaron imágenes sobre lo que podrían tener previsto. Uno de los chicos volvió a sujetar mis manos a mi espalda mientras otro recorría mi barriga con sus hábiles dedos. Solté un grito de sorpresa al notar un contacto frío, metálico, en mis muñecas. ¡Me habían esposado!
Intenté protestar, nunca había practicado algo así, ni el bondage, ni las esposas me habían atraído nunca, y no estaba segura que aquello fuera a gustarme. Pese a que les había prometido una noche sin normas, intenté decir algo, aunque cuando abrí la boca, no pude articular palabra. Uno de los chicos había introducido algo en ello, como una pelotita de goma que me impedía hablar.
Primero intenté quitármela pero, obviamente debido a las esposas no pude. Mi frustrado forcejeo pareció divertir a los chicos, escuché sus risas poco disimuladas. Intenté protestar pero pese a que lo intenté, de mi boca no pudo salir ninguna palabra identificable. Aquello los divirtió aún más. Yo empezaba a ponerme nerviosa. Las suaves palabras de Juan a mi oreja me tranquilizaron:
-Sht, tranquila, respira. Piensa en el lado positivo, así nos aseguramos que nadie pueda escuchar tus gemidos- Dijo divertido.- Recuerda que aceptaste una noche sin normas, tu cuerpo está totalmente a nuestra plena disposición, podemos hacer contigo lo que queramos. Y créeme, no solo vamos a disfrutar nosotros.
Aquellas palabras me excitaron aún más. Notaba como mi vagina se endurecía y humedecía. Cogiéndome entre varios chicos, me levantaron y me tumbaron en la cama.
Con la venda en los ojos, no podía determinar cual de los chicos me hacía qué. He de reconocer, que eso daba a la sensación un punto de inquietud estimulante. Tumbada boca abajo en la cama, uno de ellos me iba besando las orejas, el cuello, la nariz… Mientras notaba como otro de ellos me iba quitando mis finas braguitas. Con un ligero movimiento de mis piernas facilité el deslizamiento de la prenda. Ahora estaba completamente desnuda ante aquellos cinco jóvenes. “¿Habrían hecho algo así con alguna otra chica?” pensé por un instante, aunque mi mente pronto se concentró en otra cosa.
Unos hábiles dedos acariciaban mis labios vaginales, notando como cada vez me humedecía más. No poder adivinar sus intenciones, sentirme completamente indefensa, no poder articular palabra… poco a poco iba entrando en ese juego y la libido se apoderaba de mi cuerpo. Sí, que hicieran lo que quisiera, esa noche mi cuerpo sería completamente suyo… Hasta que algo me sorprendió.
Estaba relajada, dejándome llevar completamente por las caricias de esas hábiles manos cuando noté algo duro y frío intentando penetrar en mi ano. Aquello me sobresaltó. Intenté incorporarme pero unas fuertes manos me lo impidieron. Con mis manos intenté impedirlo, pero esposada como estaba, no podía hacer nada. Intenté gritar, pedirles que se detuvieran, que nunca había practicado sexo anal, que no iba a gustarme, pero de mi boca tan solo salieron implorantes gemidos, ahogados por la mordaza, que divirtieron a los chicos.
-Tranquila, relájate o no entrará.- Me susurró Marcos a mi oreja.- Recuerda que esta noche las normas no las pones tu. No luches contra ello o no lo vas a gozar.
Forcejeé de nuevo, intentando incorporarme, intenté protestar, decirle que no, que de ninguna manera me gustaría eso. ¿Cómo podían estar tan seguros que me terminaría gustando? Otra voz me susurró de nuevo.
-No queremos hacerte daño, sólo vamos a pasarlo bien, todos, tu incluida. Créeme. Relájate y deja que entre, si pasados unos minutos te sigue haciendo daño, te prometo que te lo quitamos.- me dijo Andrés a mi oreja.
Aquello me tranquilizó un poco, al menos no pretendían hacerme daño. Aunque no entendía qué placer esperaban que encontrara en ello. Aún así, me relajé de nuevo, abriendo mis piernas y intentando facilitar en todo lo posible que el “plug-in” que iban a introducirme entrara de la forma más fácil posible. Sólo esperaba que cumplieran su palabra y, pasados esos minutos, me lo quitaran.
Mordí con fuerza la bolita de goma, notaba como mi saliva escapaba por la comisura de mis labios, a medida que notaba como el “plug” se iba introduciendo poco a poco en mi culito. He de reconocer que era una sensación extraña, era incómodo notar como el grueso objeto iba entrando dentro de mí, pero a su vez, el tacto frío del metal no era del todo desagradable. Pasados los primeros segundos, mi cuerpo dejó de rechazarlo y finalmente aquel objeto entró del todo. Solté un suspiro de alivio al notarlo finalmente dentro de mí. Los chicos me dejaron, aunque escuchaba su respiración, muy cerca mío.
Me quedé unos instantes tumbada en la cama, inmóvil, asimilando aquello. Pasado el primer momento de tensión, he de reconocer que no era tan desagradable como imaginaba. No era doloroso, pero tampoco cómodo del todo. Notaba como presionaba, era una sensación completamente nueva para mí. Si los chicos esperaban que les suplicara que me lo quitasen, se llevaron una decepción, no lo hice. ¿Les gustaba verme así? A mi no me desagradaba del todo, ahora quería experimentar como se sentiría el sexo con ese objeto dentro.
Sin saber muy bien por qué, me pusieron de pie. Notaba como uno de los chicos ponía algo alrededor de mi cuello, como un colgante pero algo más grueso, escuché también algo parecido a un tintineo metálico. “¿Qué pretendían?” ahora sí que no entendía nada. Un ruido inconfundible volvió a despertar mis temores. ¿Estaban abriendo la puerta de la habitación? Volví a forcejear, intenté escapar, esconderme en algún rincón. Pero un tirón en el cuello impidió que pudiera dar ningún paso atrás. ¡Me habían sujetado con algún tipo de correa!
-Venga profe, no te vas a echar atrás ahora ¿verdad?- Dijo Andrés- Que ahora viene lo mejor.
-Te aseguro que no hay nadie, venga, confía en nosotros.- Añadió Antonio.
-Fuiste tu quien aceptó eso, recuerda que estás a nuestra total merced por esta noche.- Dijo Raúl mientras notaba un pequeño tirón en el cuello como impulsándome hacia adelante.
-Cada minuto que pases aquí, dubitativa, es una oportunidad para que alguien pase por delante de esta puerta- Dijo Juan divertido.
-No querrás esperar a que alguien te vea así, ¿verdad?- Finalizó Marcos.
Suspiré profundamente. Al parecer, no tenía otra opción, ¿si me negaba a seguir su juego, iban a tenerme así, desnuda delante de la puerta durante toda la noche? Sólo confiaba en que realmente ahora no hubiera nadie en el pasillo. Por alguna razón, no estaba muy convencida de ello. Pero no tenía muchas alternativas. Maldita sea la hora en que acepté esa maldita apuesta. Pero ahora en mi situación, no había nada que pudiera hacer para oponerme a ellos. No podía más que seguirles el juego, como una gatita obediente. Así que, para su deleite, empecé a andar hacia el pasillo.
Por suerte, la venda ocultaba las lágrimas de frustración que notaba aflorar en mis ojos. Aquello no me podía estar pasando. Era lo más humillante que me había sucedido nunca. Viéndome totalmente desnuda e indefensa, andando sujeta como una perrita por un sitio público. Mi cuerpo temblaba como una hoja.
Hacía pasitos pequeños, con miedo a tropezarme. La mullida alfombra del pasillo causaba pequeñas cosquillas en mis pies descalzos. Quien fuera que sujetara la cadenita atada a mi cuello iba guiándome pasillo a través. En cualquier momento una puerta podría abrirse y entonces sería mi ruina, ¿qué pensaría cualquier persona que me viera paseando desnuda, atada como si fuera una mascota, entre cinco chicos? O peor, ¿qué sucedería si me viera un profesor? Sabía que el pasillo no tenía más de quince metros, pero a mi esa distancia se me estaba haciendo eterna. ¿Dónde pretendían llevarme? ¿Qué pensaban hacerme? por desgracia, mi mordaza impedía formular ninguna pregunta.
-Espabila un poco, vas muy lenta. Piensa que en cualquier momento podría salir alguien de la habitación- Me susurró Antonio con voz traviesa, como si anhelara que alguien abriera una puerta.
Uno de los chicos, no supe quién, me pellizcó el trasero. Sorprendida, hice un par de pasitos rápidos. Escuché las risitas de los chicos. Al parecer aquello les gustó, así que para apremiar mis pasos, iban pellizcándome el culo, a cada pellizco daba un ágil paso. Y así, entre pellizcos llegamos a un punto en que me hicieron detener. ¿Dónde estábamos? Estaba tan nerviosa que me era imposible orientarme. Tanto podría estar frente a las escaleras, como enfrente a una habitación. Un sonido inconfundible me situó. Estábamos frente a los ascensores.
Obediente, entré en el ascensor, suspirando aliviada cuando noté que el ascensor subía. Por un momento, tuve miedo de que fueran a pasearme por la calle completamente desnuda y esposada. Al cabo de unos instantes, la puerta del ascensor se abrió y una ola de aire fresco me puso la piel de gallina. Sin duda alguna estábamos en la azotea del hotel. Solo deseaba que no hubiera nadie más allí. Los chicos me confirmaron que estábamos solos y de nuevo me hicieron andar. Ahora era el césped artificial que recubría la azotea lo que me provocaba cosquillas en los pies.
El aire fresco de la noche me relajaba de nuevo. En las noches previas, había subido más de una vez a esa azotea a contemplar las hermosas vistas nocturnas de París. En ninguna de esas ocasiones había subido allí ningún otro cliente del hotel. Empecé a tranquilizarme. ¿Tener sexo en una azotea en pleno centro de París, con vistas a la Torre Eiffel? Yo creo que sería la fantasía de cualquier chica. La situación, y las suaves caricias de los chicos, volvieron a excitarme. Tuve la esperanza de que me quitaran la venda de los ojos para que pudiera gozar de las vistas de la ciudad, así como de sus cuerpos, pero para mi decepción prefirieron seguir teniéndome a oscuras.
Me tumbaron boca arriba en el suelo. El césped artificial era suficientemente tupido como para que no notara el duro suelo contra mi espalda, no era una sensación incómoda. Escuché sonido de ropa, los chicos se empezaban a desnudar, y yo privada de poder disfrutar con dicho espectáculo. Uno de ellos empezó a acariciar mis muslos, acercándose a mi lugar más íntimo, y al notar mi húmeda vagina, separó mis piernas. Yo me dejé hacer sin oponer resistencia. Sí, estaba totalmente excitada y ahora mismo deseaba que me penetrara uno de ellos. Me concentré en las sensaciones, en el duro miembro del chico entrando sin dificultad dentro de mí. ¿Sería capaz de adivinar cuál de los cinco era el que ahora mismo gozaba conmigo? La mordaza ahogó un gemido cuando noté el miembro totalmente dentro de mí. No usaba preservativo, pero no era un problema. Hacía semanas que, siguiendo su consejo, tomaba precauciones.
Con suaves movimientos el chico empezó a penetrarme, no tardé en acompañar sus movimientos con el de mis caderas. Aquello era muy estimulante. ¿Cómo os lo podría explicar? El “plug” que llevaba en el ano ya hacía rato que no me molestaba. De hecho aquel juguete hacía presión sobre mis músculos vaginales, haciendo que notara mucho más la penetración del chico, multiplicando el estímulo sobre mi cuerpo. Sí, aquello era demasiado. No tardé en alcanzar un orgasmo, bastante antes que el chico se corriera dentro de mí. Instantes más tarde, el chico se derramaba dentro de mí.
Esa era la primera vez que tenía sexo sin preservativo, fue una sensación totalmente nueva y estimulante notar como el espeso y cálido líquido del chico inundaba mi interior. Noté como retiraba su miembro, y yo que quedé allí, tumbada en el suelo con las piernas abiertas, recuperando el aliento.
¿Alguna vez habéis tenido sexo con cinco chicos a la vez? Es algo realmente intenso. Yo aún no me había recuperado que ya tenía otro miembro completamente erecto dentro de mi vagina. Mi cuerpo no tardó en reaccionar a los impulsos. Si no fuera por la mordaza, seguramente mis gemidos se habrían escuchado desde la azotea contigua. Los chicos ahogaban sus gemidos de placer en mi cuerpo, mordiéndome los pezones, succionándolos, besando mi cuello, mis orejas… notaba sus lenguas y sus labios recorrer cada parte de mi cuerpo.
Pasado un rato, no pude determinar si había sido una o varias horas, cinco chicos habían eyaculado dentro de mí. Aquella fue la experiencia sexual más intensa que había sentido nunca hasta ese momento. Mi cuerpo sudaba, yo me sentía totalmente agotada, y era incapaz de llevar la cuenta de las veces que había alcanzado el clímax. Pensé que ya habían terminado y que me iban a quitar las esposas, pero estaba equivocada.
¿Recordáis lo que los he comentado de tener sexo con cinco chicos? Pues justo se habían corrido todos, que uno o dos ya volvían a estar en plena forma. Noté como uno de ellos me desabrochaba la mordaza. Por fin podría hablar, que alivio, fue lo que pensé erróneamente. Apenas un chorro de saliva descendía por mis labios e intentaba desagarrotar mi mandíbula, noté como uno de ellos insería un duro miembro en mi boca. No era la primera vez que hacía algo así, de forma que sabía perfectamente lo que tenía que hacer. Así que empecé a succionar aquél cálido miembro usando toda mi habilidad con la lengua y los labios. No debía hacerlo mal pues al cabo de no mucho el chico se corrió dentro de mi boca entre gemidos de placer. La rápida eyaculación me cogió de sopetón e, instintivamente, tragué todo aquel espeso y cálido fluido. Aquello debió sorprender a los chicos pues noté como exclamaban de admiración.
Instantes después, tenía otro miembro dentro de mi boca. Y por cierto, aquello empezaba a excitarme de nuevo, así que, insinuándome con los movimientos de mi cuerpo, indiqué a los chicos que mi cintura suplicaba atención. No tardaron en captar el mensaje y al cabo de poco tuve otro miembro entre mis piernas haciéndome gozar de placer.
Os debo confesar, que llegó un punto en que me fue imposible determinar si realmente estaba con cinco chicos o había más personas en esa azotea. Las penetraciones, en mi vagina y en mi boca eran muy constantes y seguidas. Claro que en ese momento para mí no era ningún problema, mi cuerpo lo demandaba a gritos. Pero, o aquellos chicos estaban realmente en muy buena forma, o juraría que aquella noche gozaron de mi cuerpo más de cinco personas. Aún hoy, de vez en cuando se lo pregunto a los chicos y como única respuesta recibo una enigmática sonrisa.
Hubo un momento en que noté como alguien retiraba mi “plug in” de mi trasero. Hasta me había olvidado que lo llevaba, y algo más cálido se introdujo en él. En cualquier otra circunstancia, habría protestado por ello, me habría opuesto con rotundidad, pero en ese momento estaba demasiado exhausta para negarme a nada. Además, nunca nadie me había penetrado por allí, llevada por la excitación del momento, hasta me parecía estimulante que usaran mi último orificio disponible. Así que me acomodé lo máximo que pude y disfruté del momento. Porque sí, contra todo pronóstico, he de decir que lo gocé. Y aún hoy lo sigo disfrutando de vez en cuando.
A diferencia de lo que os he contado hace unos instantes, sí que os puedo asegurar que sólo cinco personas me penetraron por el trasero. Noté cinco eyaculaciones dentro de mí. Finalmente, los atléticos chicos quedaron exhaustos, dejándome recuperar el aliento tranquilamente, tumbada en el césped artificial de la azotea, con las manos aún esposadas y con la venda que me impedía ver nada. Mientras respiraba agitadamente, notaba como mi vagina, mi culo y mi boca chorreaban un espeso y cálido líquido. Nunca había experimentado nada así (y nunca me habría imaginado haciendo aquello). Pero exhausta como estaba, debo decir que lo había disfrutado intensamente.
No se cuanto tiempo estuve así, tumbada en el suelo, respirando pesadamente dejando que los fluidos se deslizaran por mi cuerpo. Había perdido la cuenta de la cantidad de veces que había alcanzado el clímax. Al cabo de un rato noté como me incorporaban, recostándome en una tumbona de la azotea. Alguien acercó algo a mi boca, algo duro. Intenté protestar.
-Tranquila, tranquila… Lo has hecho muy bien, has estado genial.- Era la voz de Marcos tranquilizándome.- Bebe eso, necesitas recuperar fuerzas.
-Solo es una bebida energética, necesitas rehidratarte, créeme.- Dijo Juan mientras los otros estallaban en risitas.
Ya más tranquila, acerqué mis labios a la botella y bebí, bebí con ansiedad, pues aunque en ese momento, llevada por la excitación no lo notara, mi cuerpo realmente necesitaba hidratarse. Al notar como el azúcar hacía su efecto en mi organismo, noté como poco a poco volvían mis fuerzas. Unos minutos después, ya podía andar.
Los chicos, para mi sorpresa, retiraron la venda de mis ojos, permitiéndome contemplar las primeras luces del amanecer sobre la ciudad. Os debo confesar que, pese a las circunstancias (sí, seguía esposada y tenía una cadena atada sujeta con un collar en mi cuello) fue la experiencia más romántica de mi vida. ¿Algunos de vosotros habéis contemplado el amanecer sobre la Torre Eiffel? Es algo realmente espectacular. Los cinco chicos empezaron a besar cada parte de mi cuerpo mientras no dejaban de decirme que había estado genial y que era la mejor profesora que habían tenido nunca. Yo estaba completamente ruborizada, sin saber que decir.
Al final me quitaron las esposas y, mientras me aliviaba mis muñecas, me quitaron también el collar. Con cuidado de que no nos viera nadie, volvimos dentro del hotel y me llevaron de nuevo a mi habitación. Como unos caballeros, me recostaron en la cama. Antes de que abandonaran la habitación, les susurré que siempre sería suya. Que me tendrían siempre a su plena disposición. ¿Por qué dije aquello? Sinceramente no lo se, tal vez fuera el agotamiento, o el éxtasis, lo cierto es que en ese momento, esas palabras salieron de mi boca con total naturalidad.
Aún pude dormir un par de horas antes de que tuviera que reunirme con el resto de alumnos y profesores en el desayuno. Me duché y antes de vestirme contemplé mi cuerpo en el espejo de la habitación. El collar casi no he había dejado marca en el cuello, pero sí lo habían hecho los múltiples besos y chupetones que me habían dado. Mis muñecas tenían la marca de las esposas y por todo mi cuerpo había rastro de apasionados besos y traviesas mordidas de los chicos. Y mi cara, parecía un zombie, con unas ojeras como si no hubiera dormido en años. Me vestí y cubrí mi cuello con un pañuelo para disimular los chupetones. Con algo de maquillaje traté de disimular mis ojeras lo mejor que pude. Me puse pantalones largos y una camisa también de manga larga para disimular los rastros de la pasión desenfrenada sobre mi cuerpo.
Llegué la última al salón dónde se servía el desayuno. Los cinco chicos no me dirigieron la palabra, cosa que realmente agradecí, me hubiera sido imposible mantener una conversación normal con ellos después de lo sucedido esa noche. Sí que noté que el Director, otros profesores y algunos alumnos me dirigían curiosas miradas. Seguramente fuera porque no ofrecía mi mejor aspecto, aunque me volvió a asaltar esa duda que de vez en cuando aún me corroe por dentro “¿realmente sólo había estado con cinco personas esa noche?”.
Afortunadamente, ese era el último día de viaje. ¿Qué queréis que os cuente más? Me pasé todo el viaje de vuelta dormida, completamente agotada. Pero mi historia no termina aquí.
Varias semanas después. Finales de agosto
Había perdido la cuenta de las horas que llevaba atada a la mesa del comedor de mi piso. Llevaba tres días enteros encerrada en el piso con los chicos. Se habían presentado por sorpresa un viernes por la mañana y hoy, domingo por la tarde seguíamos allí. La comida la encargábamos a domicilio para no perder tiempo en ir a comprar. ¿Y qué hacíamos? Creo que ya os lo podéis imaginar, probé todas las posturas y fantasías sexuales posibles. Esta vez fui yo quién insistió que dieran rienda suelta a sus más oscuras pasiones y no se pusieran límites. Había hecho con ellos cosas que ni tan siquiera imaginaba que fueran posibles. Y también me humillaron de casi todas las maneras posibles. Solo os diré que en varias ocasiones (tanto de día como de noche), me habían paseado, cual mascota a cuatro patas por el vestíbulo y las escaleras del bloque. Sin saber por que, no me opuse a ello, tal era el control que tenían ellos sobre mí. Y múltiples humillantes cosas más que me hicieron, y que aún me siguen haciendo. Pero volvamos dónde estábamos.
Finalmente me desataron, agotada, me derrumbé en el suelo hecha un ovillo. Uno de los chicos me trajo un cuenco con comida que devoré ávidamente. Sí, en cierto modo en esos días me había convertido en algo similar a una perrita sumisa para ellos. Y sí, disfrutaba siendo su perrita sumisa. ¿Cuantas de vosotras podéis presumir de haber tenido durante tres días seguidos a cinco atractivos chicos a vuestra plena disposición, satisfaciendo vuestros deseos sexuales hasta la extenuación?
Se empezaba a hacer tarde y mañana a primera hora tenía que acudir a la escuela para la primera reunión a fin de preparar el curso entrante. No sabía qué planes tenían ellos, si querían quedarse otra noche más, no iba a impedírselo. Tampoco es que estuviera en posición de impedirles nada.
Marcos extrajo de una bolsa un paquete pequeño. “¿Otro regalo?” pensé. No iba mal encaminada.
– Ábrelo.- Me dijo.
Abrí el pequeño envoltorio ante la atenta mirada de todos. Y para mi sorpresa no, no era un juguete sexual. Se trataba de una fina argolla de plata que se cerraba con un pequeño candado. La examiné detenidamente. En la cara externa, con finas letras, había grabado el nombre de los cinco chicos. Era evidente que aquello no les había salido barato. Los miré intrigada.
– En la antigua Roma, las esclavas debían llevar en todo momento una argolla con el nombre de sus dueños- Dijo Juan sin tapujos.
– Así se diferenciaban de las ciudadanas libres, y en caso de intentar escapar era fácil identificar a sus propietarios- Complementó Antonio.
Así que era eso, pretendían que me convirtiera en su esclava sexual. Los miré dubitativa.
– Póntelo, a ver como te queda.- Añadió Andrés.
Sin saber muy bien porque, me puse aquella fina argollita alrededor de mi cuello. Raúl la cerró el candado. Me miré frente al espejo. Realmente no me quedaba mal, era una fina línea plateada sobre mi piel. Tampoco me molestaba. Únicamente el pequeño candado le daba un aspecto sospechoso, pero no llamaba la atención. Si nadie se fijaba atentamente, los cinco nombres tampoco se leían a primera vista.
– La llave la vamos a tener nosotros.- Dijo Antonio.- No te lo vas a quitar nunca, excepto con nuestro consentimiento.
– ¿Qué pretendéis?- Pregunté intrigada sobre dónde iba a conducir aquello. Juan tomó la palabra.
– Ahora que vas a dejar de ser nuestra profe, no queremos perder el contacto contigo.
– Exacto.- Añadió Marcos.- Queremos que siempre estés disponible para nosotros. Salvo cuando estés dando clase claro.
– Que en cualquier momento que nos apetezca, podamos llamarte, o presentarnos de improvisto aquí, y repetir el plan de esos días.- Dijo Raúl.
– Y no solo eso, también queremos que estés a nuestra plena disposición para llevarte a donde queramos, para hacerte lo que deseemos. Tenemos muchos planes para tí.- Añadió Andrés.
Estuve callada unos minutos, intentando asimilar todo aquello.
– Osea, ¿queréis que sea algo como vuestra putita personal?- Otra vez las palabras salieron solas de mis labios.
– Eso lo has dicho tú, no nosotros.- Remató Antonio.- Pero, ¿qué dices a ello?
Me quedé sin palabras, estuve unos instantes balbuceando expresiones inconexas, hasta que finalmente pude articular unas palabras de forma coherente.
¿Que por qué acepté convertirme en su sumisa? Llegados a este punto, después de todo lo que habían hecho conmigo, poco más podían hacerme ya. De facto, durante esos meses me había convertido, efectivamente en su putita sumisa. Me habían usado como habían querido, y en cierto modo, yo les había usado a ellos para conseguir el trabajo de mis sueños. ¿No es eso una forma de prostitución? Mis palabras solo fueron sino una aceptación de una situación que ya era una realidad.
“Hizo profesión de puta” había escrito un día en la pizarra de clase. Hacía una eternidad para mí. Al final, aquella frase parecía dirigida a mí. Sí, más que profesora, se podía decir que ese año me había convertido en una prostituta.
Y supongo que ahora os preguntaréis si soy feliz con esa situación. ¿Lo dudáis? Tengo un trabajo que me apasiona y además, a mis 27 años tengo cinco chicos más jóvenes y realmente atractivos a mi plena disposición. Sí, hago lo que ellos desean, cumplo todas sus peticiones, pero, ¿quién me obliga a ello? Realmente se puede decir que disfruto tanto o más que ellos. Gracias a ellos he descubierto un mundo totalmente nuevo para mí. De vez en cuando salimos de noche, a otra ciudad, dónde nadie nos conozca y me llevan a clubs de striptease amateur o a locales de BDSM exhibiéndome como la esclava sumisa que soy. Alguna vez me visten con un arnés de cuero cubren mi rostro con una máscara y me llevan a pasear por el campo, atada a una correa como si fuera una mascota. Son tantas y tantas experiencias nuevas que no quiero saturaros con ellas.
Aunque esos últimos días, estoy un poco preocupada, siento que estoy poniendo en riesgo mi trabajo. Hay una extraña sensación, como un “sexto sentido” que me advierte de algo. Pero supongo que ya os habréis cansado de escuchar mi vida. ¿O no?
¿FIN?