
Sin que mis años me sirvieran para saber cómo salir del embrollo en el que inconscientemente Jacinto me había metido, me vestí con la ropa que la joven me había elegido y sin desayunar, salí de la casa. Ya estaba en el coche cuando corriendo Lidia se acercó y me dio el café que me había preparado con una sonrisa: -Hasta esta tarde, mi señor. Mi desolación se incrementó al notar la ternura de su voz y comportándome como un insensible, cogí la taza, me la bebí de un trago y sin dar las gracias, salí rechinando ruedas […]