
Era un caluroso domingo de verano, muy temprano, cuando abrí la puerta de mi casa pues tocaron el timbre. Era don Augusto; un conocido cerrajero que vive a tres cuadras, con un parecido increíble a Sean Connery, cosa que me vuelve loca. No era alto pero sí fornido. Camisa a cuadros, vaqueros. Suspiré cuando lo vi. Tiene cierta fama en el barrio; muchas señoras están loquitas por él y con razón. —Buen día, señor Augusto. —Buen día, Rocío. Tu papá me ha llamado para que arregle una puerta que da al jardín, ¿me vas a dejar pasar? ¡Dios, solos al […]