
Al otro día cayó por la fábrica Luciano, el hijo de Hugo. Para mi desgracia, no vino esta vez con compañía familiar, lo cual le dejaba un mayor margen de maniobra. Y, de hecho, del modo más obvio posible, prácticamente se abalanzó sobre mi escritorio apenas llegó. Yo lo saludé cortésmente como también lo hicieron el resto de las chicas pero la realidad era que él tenía los ojos clavados como dagas sólo en mí. Lo suyo parecía ser una obsesión perversa; ésa era exactamente la sensación que me había dado dos días antes al conocerlo, sólo que en aquel […]



















