No era una situación corriente y eso la tenía intranquila. Su amigo Lorenzo la había llamado asustado y nervioso, pidiendo verla en un lugar y a una hora a la que nadie pudiese verlos. Le temblaba la voz, pero no quiso decirla nada más por teléfono, decía que podían estar escuchando…

Y allí estaba Ana Castor, aparcando su coche en un descampado en las afueras de la ciudad, esperando. Hacia bastante frío y le molestó haber llegado antes que Lorenzo, pero no tardó mucho más, en unos minutos su coche aparcó al lado del suyo.
– Buenas noches Lorenzo. – Saludó ella, afable.
El hombre estaba pálido, tembloroso e incluso había perdido peso. Eso chocaba con la imagen que tenia de él, Lorenzo Barahona siempre había sido un hombre fuerte y seguro de sí mismo.
Se habían conocido cuando Ana acabó la carrera de periodismo, fue una de las primeras personas a las que entrevistó y, a pesar de la diferencia de edad (el rondaba los 50 y ella no había llegado a 30 todavia) habían entablado una fuerte amistad. El estaba metido de lleno en política y había acabado trabajando de diplomático en representación al país, ella había sabido abrirse paso en el periodismo, su belleza, inteligencia y desparpajo la habían ayudado a alcanzar rápido el éxito, ahora mismo trabajaba como presentadora de un programa de investigación.
Lorenzo miraba intranquilo a todos los lados, agarró a Ana por el brazo y la atrajo hacia el coche.
– Sssshhh. Más bajo. No quiero que nos oiga nadie. – Dijo el hombre.
– ¿Oirnos? ¿Quien va a oirnos aquí? – Pero igualmente hizo caso a su amigo y bajó la voz. – ¿Qué ocurre? Casi no te reconozco… Me estás asustando.
– Las tienen… Ellos las tienen
– ¿Las tienen? ¿Qué tienen?
– ¡A todas! Sssshhh. – Se mandó callar a si mismo cuando levantó la voz. – Ellos las tienen. No puedo hacer nada.
– ¿Quienes son ellos? Si no hablas más claro no llegaremos a ningún sitio.
Lorenzo cogió aire, volvió a mirar a los lados e intentó calmarse.
– X-Xella Corp. – Dijo en un susurro. – Las tiene…
Ana había oído ese nombre antes, pero todo eran habladurías… Jamás se había demostrado que existiera.
– ¿Xella Corp? ¿Que tiene?
– A ellas… Mis niñas…
A la periodista se le hizo un nudo en la garganta, ¿Sus hijas? ¿Las habían secuestrado? Las conocía desde hacía tiempo, dos díscolas jóvenes con las que se llevaba muy bien e, incluso, alguna vez había salido de fiesta con ellas.
– ¿Tus hijas?
– Y-Y a Helen…
– ¿Cómo ha ocurrido? – Preguntó la chica, alarmada. – ¿Están bien?
Un coche pasó por la carretera colindante al descampado y Lorenzo casi se lanzó al suelo para ocultarse.
– N-No puedo decir más, no puedo avisar a la policía. Eres mi única esperanza.
– Pero… ¿Qué quieres que haga yo? – Lorenzo estaba subiéndose a su coche mientras la escuchaba.
– ¡Ayudame a encontrarlas! Un indicio, una pista… ¡Lo que sea!
Ana se quedó mirándole, ¿Le estaba pidiendo que investigase a una corporación de la que él mismo tenía miedo?
– Por favor… – Suplicó el hombre. – Me tienen maniatado… Solo tú puedes ayudarme…
Ana pensó en su mujer y en sus hijas, siempre había tenido buena relación con esa familia y la habían ayudado en lo que habían podido…
– Esta bien. – Murmuró. – Te ayudaré…
– Muchas gracias, de verdad, me alivia mucho que hagas esto por mí y, por favor, Ana… Ten mucho cuidado…
Diciendo esto se montó en el coche y arrancó, dejándola sola en aquel vacío lugar.
Una ráfaga de aire frío la hizo estremecer.
“¿En que demonios me he metido?”
——————

Los siguientes días los pasó buscando como comenzar su investigación. Primero realizó búsquedas simples por Internet que obviamente, fueron infructuosas, la información no podía estar al alcance de cualquiera. Después comenzó a tirar de sus contactos. Conocía gente que la había servido bastante información en sus otras investigaciones, policías, gente metida en política, periodistas, criminales… La mayoría no aportaban nada de valor pero, poco a poco, juntando las distintas informaciones recibidas pudo ir montando una pequeña base sólida sobre la que indagar. Parece que las leyendas acerca de aquella extraña corporación podían ser más reales de lo que parecía en un inicio.

La investigación comenzó a absorber todo su tiempo, de tal manera que incluso cogió una excedencia en su trabajo. Comenzó a preocuparse de verdad por el paradero de las hijas y la mujer de Lorenzo, si era verdad todo lo que había descubierto sobre Xella Corp no veía manera de liberarlas…
Encontró hilos de historias en los que la gente desaparecía, mayormente mujeres, y de repente se acababa la información, como si desapareciese del mapa y nunca hubiese existido. Mujeres vendidas como esclavas sexuales, como mujer trofeo, como sirvientas… ¡Cómo mascotas!
Realizaban sus trabajos de manera quirúrgica, nunca dejaban cabos sueltos pero, aun así, Ana no iba a parar. Su testarudez y perseverancia la llevaron a descubrir varios nombres y lugares relacionados con Xella Corp. Creyó encontrar la localización de varias de sus sedes, operaban en un gran número de países, varios en Sudamérica, en USA, multitud de países en Europa, África y Asia… No se lo podía creer… ¿Cómo era posible que una organización tan extendida estuviese tan oculta?
Incluso llegó a encontrar un documental sobre ellos… ¡Un documental! Todos los nombres y caras habían sido cambiados y ocultados pero, según la información que había encontrado todo cuadraba. En la primera parte del documental se veía como una joven periodista comenzaba a realizar un reportaje, visitaba las instalaciones, conocía los métodos que utilizaban para someter y esclavizar a sus presas. La segunda parte era todavía más dura, en ella, la propia periodista era capturada, sometida y vendida al mejor postor. Era estremecedor ver como doblegan su voluntad y convertían a aquella joven en una esclava…
Un escalofrío recorrió su cuerpo, ¿En que lío se estaba metiendo?
La investigación la obsesionaba, no hacia más que pensar en Xella Corp. Cuanto más avanzaba más irreal y peligroso le parecía todo, ¿Qué había hecho Lorenzo para cabrear a alguien tan poderoso? Tenia que acabar con esto, tenia que parar antes de que fuese demasiado tarde, antes de meterse en problemas pero, ¿Cómo hacerlo? No podía dejar de pensar en la familia de Lorenzo, tenia que hacer todo lo posible por ayudar y… No podía negar que la atraía lo que estaba descubriendo. Cada vez que tiraba un poco más de los hilos obtenía nueva información, nadie había llegado tan lejos como ella, ¿Cómo dejarlo pasar? Su profesión y su curiosidad la obligaban a seguir.
Esa noche había quedado con un informador. Ivan González, un miembro de la policía, le había dicho que podía indicarle varios burdeles que pertenecían a la corporación. Como era obvio quería que todo fuese discreto, así que la citó por la noche en un lugar poco concurrido. Ana se veía ridícula, había acudido ataviada como si estuviese en una película de cine negro, ¿Cómo se le había ocurrido ponerse así? Una gabardina marrón la cubría hasta por encima de las rodillas ocultando su esbelto cuerpo y unas enormes gafas cubrían su rostro, aun no habiendo sol. Llevaba su negro pelo recogido en una coleta. Cuando se encontró con Ivan éste parecía nervioso, no paraba de mirar a todos los lados, balbuceando. No tardó en darle la información que buscaba, nada menos que 7 burdeles en la ciudad. Se despidieron y Ana se fue satisfecha, había dado un pequeño paso más en su investigación.
La mujer se montó en su coche distraída, pensando en la manera de acercarse a aquellos antros sin llamar demasiado la atención cuando un ruido la sobresaltó. Fue demasiado tarde. Unas manos se cernieron sobre ella desde el asiento de atrás. No le dio tiempo a gritar antes de sentir un doloroso pinchazo en el cuello. Después vino la oscuridad…
————
Se sentía bien, extrañamente bien.
-… ¿Esta todo preparado? …
Su mente nadaba entre brumas, el sueño la invadía.
-… Tantas veces en la tele…
Pero no quería dormirse, disfrutaba de esa sensación placentera de la duermevela.
-… Es preciosa, pero le hacen falta unos retoques…
No recordaba cuanto tiempo hacia que no estaba tan relajada.
-… ¿Cree que será posible? Un poco más grandes, no demasiado…
Últimamente el trabajo la absorbía, no hacia otra cosa.
-… Perfecto, vaya informándome con los avances…
Pero había algo más, algo que no lograba recordar.
-… ¿Qué programación usaremos?…
Algo…Había algo más…
-… Un switch… Estupendo…
¡Lorenzo! Se acordó de repente, llevaba semanas investigando y… ¡El coche! ¿Qué había pasado? Recordaba haberse montado en el coche… Pero nada más…
Intentó abrir los ojos solo para darse cuenta de que le resultaba muy difícil. Sentía frío. Frio y hambre. Poco a poco los párpados comenzaron a separarse y de inmediato se volvieron a cerrar ante le penetrante luz que vio.
-… Mira… Se está despertando…
Entonces cayó en la cuenta de las voces, había alguien más allí, con ella. Intentó de nuevo abrir los ojos, soportando la luz que la cegaba y pudo ver a los dos hombres que charlaban a su lado. La estaban mirando fijamente.
– ¿Qué tal te encuentras, pequeña?
Ana intentó moverse pero algo se lo impedía. Movió la cabeza con dificultad y vio que estaba atada y desnuda sobre una especie de camilla. La cabeza le daba vueltas, todo movimiento suponía un enorme esfuerzo. La luz que la cegaba estaba directamente sobre ella, ¿Estaba en algún tipo de hospital?
– No hagas esfuerzos, relájate y todo será más fácil. – Le decían las voces.
– ¿Q-Qué ha pasado? ¿Donde estoy? – Le costaba demasiado hablar, dejó caer la cabeza sobre la almohada.
– Ssssshh… Todo a su tiempo pequeña. Relájate.
El hombre que hablaba se acercó y la acarició el pelo. Intentó apartar la cara pero estaba demasiado débil y confusa. El otro hombre se acercó al una pequeña pantalla que había al lado de la camilla.
– Voy a aumentar la dosis. – Dijo, mientras toqueteaba unos botones.
Unos segundos después, el sopor invadió a Ana.
– ¿L-La dosis? ¿De que…? – Pudo decir, antes de dormirse por completo.
———–
Cuando volvió a despertar se sentía algo más despejada, de modo que pudo pensar bien la situación en la que se encontraba. Estaba atada y desnuda en un lugar desconocido, ¿Cómo había llegado a esa situación? Al intentar pensar en ello la cabeza comenzó a dolerle de nuevo.
Miró alrededor, veía la luz sobre su camilla, una pantalla se ordenador a un lado, varias vías inyectadas en su brazo… ¿Qué la estaban haciendo? El pánico la invadió, ¿Había tenido un accidente con el coche? Pero eso no explicaría por que estaba atada y desnuda…
Siguió mirando alrededor y lo que vio la dejó helada, en la sala había varias personas, el hombre que había manipulado la pantalla anteriormente y que supuso seria un doctor, porque llevaba una bata, y lo que la hizo extrañarse más: había varias “enfermeras” por llamarlas de alguna manera, pero nadie las habría calificado así… Parecía sacadas de un desfile de Victoria Secret’s, estaban subidas en zapatos de tacón kilométrico y ataviadas únicamente con lencería fina. Mostraban sin pudor sus voluptuosos cuerpos mientras iban de un lado a otro manipulando el instrumental.
– ¿Q-Qué es esto? – Preguntó asustada.
El doctor giró hacia ella y se acercó.
– ¿Ya te has despertado?
– ¿Quienes sois? ¿Qué queréis de mi?
– Vaya… Estoy un poco decepcionado… Creí que serias capaz de atar cabos tu solita… Has estado metiendo las narices en asuntos demasiado grandes para ti, pequeña.
– ¿Q-Qué?…
Entonces lo recordó todo, había ido a hablar con Ivan, se montó en el coche y entonces alguien…
– ¿X-Xella Corp? – Preguntó asustada.
El hombre simplemente la sonrió y la guiñó un ojo, como si todo esto no fuese más que una situación divertida.
– ¿Por qué hacéis esto? ¡Dejadme ir! – Por su cabeza pasaban las horribles historias que había descubierto en su investigación, no podía estarle pasando esto. – ¡Me encontrarán! ¡Me buscarán y me encontrarán! ¡No podéis secuestrar así! ¡Lo pagareis!
– Permitame que lo dude, señorita Castor. – El hombre que acompañaba al doctor el otro día entró por la puerta. – Nosotros siempre conseguimos lo que nos proponemos…

Ana se quedó sin habla, no por la aparición de hombre, sino por su compañía… ¡Era Helen Olsen! ¡La mujer de Lorenzo!

– ¡Helen! – Exclamó Ana, pero la mujer no le hizo ningún caso, como si no estuviese allí.
La mujer de su amigo estaba ataviada de la misma manera que las enfermeras que rondaban por la sala, tacones altísimos y fina lencería de encaje, con la excepción de dos objetos, una bola de plástico que llevaba amarrada a la boca, y una especie de collar de perro, del que salia una cadena que sujetaba distraidamente el hombre.
– Vaya, parece que os conocéis. – Dijo éste.
– ¿Qué habéis hecho con ella? ¿Y sus hijas? ¡Helen! – Gritaba desesperada la periodista.
– Solo hemos hecho de ella una mujer más feliz. – El hombre se acercó a Ana. – Igual que haremos contigo.
Se situó entre las piernas de la joven y llevó la mano a su sexo. Inmediatamente un relámpago de placer invadió el cuerpo de la chica, aunque casi no la había tocado.
– Iñaki, ¿Cómo va la reprogramación?
– Al 60%. – Contestó el doctor.
– Estupendo… – Diciendo esto introdujo de golpe dos de sus dedos en el coño de Ana, y los extrajo empapados en sus flujos.
“¿Qué me está pasando?” Pensó la chica. “Nunca me había sentido así… Apenas me ha tocado…”
El hombre acercó los dedos a la boca de la chica, que pudo notar el olor de su sexo. Apartó la cara tanto como la permitían los amarres.
– ¿No quieres? No te preocupes… Dentro de poco te encantará…
Y diciendo eso, el hombre quitó la mordaza a Helen con una mano mientras le ofrecía los dedos húmedos con la otra, la mujer los devoró ávida, chupandolos y lamiendolos hasta dejarlos impecables. Ana empezó a temblar de terror, ¿Qué habían hecho con Helen? La recordaba como una mujer sobria y educada, y ahí estaba, lamiendo unos dedos que habían estado dentro de su coño… ¿Le harían lo mismo a ella?
– Es hora de empezar con la siguiente parte del proceso, Helen, ¿Por qué no haces los honores?
“¿La siguiente parte del proceso? ¿De que coño habla?”
Helen se arrodilló entre las piernas de la chica y, sin mediar palabra, comenzó a lamer su coño con ansia.
– Ooohhh. – Ana se retorció de la impresión y el placer. Intentó moverse para impedir que la mujer continuara pero estaba muy bien atada, así que no tuvo más remedio que intentar aguantar.
Estaba confusa y excitada, no era la primera vez que la hacían sexo oral, ni mucho menos, pero nunca había tenido unas sensaciones tan intensas, ¿La habrían drogado para aumentar su sensibilidad?
No tardó mucho en llegar el primer orgasmo, que vino acompañado de sonoros gemidos que Ana no pudo esconder.
– Eres una niña muy ruidosa. – Comentó el hombre. – Vamos a solucionar eso.
Y, acercándose a ella, le colocó una bola de plástico en la boca como la que llevaba Helen. No evitaba que siguiera gimiendo pero al menos ahogaba el ruido.
La joven intentó decirle a la mujer de su amigo que parase, que entrase en razón, pero de su boca solo salían ruidos ininteligibles. Comenzó a sudar, el esfuerzo por liberarse y el sofoco por el placer recibido comenzaban a hacer mella.
Había perdido la noción del tiempo y de los orgasmos que había experimentado cuando el hombre se acercó al Helen y le tocó el hombro.
– Para. – Le dijo, e inmediatamente la mujer apartó la boca del coño de Ana. – Es hora de que descanses.
Ana sintió alivio, por fin había acabado esa maratón de orgasmos, estaba agotada.
– Isabel, tu turno.
El hombre se dirigía a una de las enfermeras que, solicita, ocupó el lugar de Helen.
– Mmmppfff.
Ana intentó luchar, la desesperación se adueñó de ella, pero fue inútil y agotamiento hizo que se desmayara.
Ni siquiera durante su sueño pudo escapar de esas sensaciones que la habían llevado a la desesperación. Por su cabeza desfilaban escenas de sexo y depravación en las que ella era la protagonista. Soñaba que se corría una y otra vez, se abandonaba al placer pero, en este caso, era ella la que lo buscaba. Era participante de orgias salvajes en las que era follada sin cesar por hombres sin rostro y, cada vez que llegaba un orgasmo, sentía una sensación placentera de plenitud y felicidad.
Un fuerte orgasmo y un gemido ahogado por la mordaza la despertó. Estaba empapada en sudor y por los bordes de la mordaza escapaban sus babas. Levantó lentamente la cabeza sólo para ver como ahora era otra chica la que estaba dando buena cuenta de su coño, ¿Cuantas habrían pasado ya entre sus piernas? Prefería no saberlo, solo quería que todo acabase de una vez… Pero notó algo más, había algo extraño en lo que estaba viendo, ¿Qué podría ser? Entonces cayó en la cuenta, sus tetas casi no la dejaban ver a la chica que estaba ante ella, ¿Habían crecido? ¿Cómo era posible? Creía estar segura de que no la habían operado pero…
– Ya es suficiente, Mónica. – Dijo el doctor. – Marcelo, llevamos un 80%.
– Perfecto. – Dijo laconicamente el hombre.

Ana sintió un verdadero alivio cuando la chica se levantó y regresó a sus tareas, por fin la dejaban tranquila pero, inmediatamente, un fuerte desasosiego la embargó, ¿Qué estaba ocurriendo? ¿Por qué se sentía así?

– ¿Qué tal te encuentras? – Preguntó el tal Marcelo. – ¿Cansada?
Se acercó a ella y le quitó la mordaza. La mandíbula de la chica crujió al volverse a articular. El hombre comenzó a recorrer lentamente el cuerpo de Ana con los dedos, se tomó su tiempo en los pezones, que rápidamente se pusieron duros como piedras. Un escalofrío recorrió el cuerpo de la periodista, calmando el desasosiego que sentía.
– ¿Q-Qué me estáis haciendo? – Balbuceó mientras el dedo avanzaba inexorable hacia su coño. – P-Para… Dejadme en paz…
Pero la realidad era que ese contacto la calmada, la hacia sentir bien, cada centímetro que avanzaba el dedo era un punto más de bienestar y placer en la mente de Ana.
Marcelo rozó el clitoris de la periodista y apartó el dedo.
– Mmmmhhhhh. – Ana no lo quería admitir, pero estaba frustrada. La sensación de desasosiego volvía a su ser con más fuerza que antes.
– ¿Qué te pasa? ¿No querías que parase? – Decía el hombre, con sorna.
Ana le miraba con una mezcla de odio y deseo.
– ¿Qué me habéis hecho? ¿Por qué me siento así? – La chica intentaba juntar sus muslos para matar la calentura de su sexo, pero seguía fuertemente atada.
– ¿Cómo te sientes? – Marcelo introdujo el dedo en el coño de Ana, arrancando un gemido de su boca. – Yo te veo bien. – Sacó el dedo.
– Nooo. – La chica no podía contenerse más. – Por favor…
– ¿Por favor? ¿Por favor que?
– Acabad con esto… No pares… No me dejes así… Por favor…
– No entiendo lo que quieres decir. – Se situó a su lado y comenzó a acariciar los pezones erizados de la chica. – Hace unos minutos querías que parasemos.
– No por favor… No quiero… Ya no… – Su sexo ardía, el contacto en sus pezones la estaba volviendo loca.
– ¿Y que gano yo? ¿Qué harías con tal de que calmase tu ansia?
– Lo que sea… Haría lo que me pidieras…
Marcelo sonrió. En segundos había bajado sus pantalones y tenia su polla erecta ante la cara de la periodista. La chica quedó en estado de shock, la tenía a escasos centímetros de su boca, podía olerla, casi sentía como palpitaba ante ella. Un deseo visceral nacía desde lo más profundo de su ser y la impulsaba a algo que no quería hacer, ¿O si? Abrió la boca y se acercó con lentitud a su objetivo y, cuando sus labios tocaron el glande de aquel hombre, su cuerpo se relajó, la paz volvió a ella y la extraña sensación desagradable que había estado sintiendo dejo paso a un placer casi onírico.
– 90%. – Oyó decir al doctor.
¿Qué querría decir con eso? Daba igual, lo único que la importaba en ese momento era la polla que tenía entre sus labios. Comenzó a lamerla desde la dificultad de su posición, buscando llegar lo más lejos posible. Marcelo se acercó y situó su miembro sobre la longitud de su cara, y sus huevos sobre su boca. Ana no necesitó más indicaciones y empezó a lamer los también. Su lengua viajaba una y otra vez de los huevos al glande, recorriendo el duro tronco que tenia ante ella. El hombre la sujetó la cara entonces e introdujo el rabo de golpe en su boca. Ana comenzó a estremecerse. El placer que sentía era tan grande que pensaba que se iba a desmayar de nuevo, ¿Qué la estaba pasando?
– 95%.
– Suéltala. – Ordenó Marcelo a una de las chicas.
Rápidamente Ana se vio liberada de sus ataduras y levantada de la camilla. La chica que la había liberado la colocó de pie, con las piernas algo separadas y el torso apoyado en la camilla. La petiodista no podía soportar la excitacion que la invadía y comenzó a masturbarse frenéticamente.
– ¿No puedes aguantar ni un segundo sin tocarte? – Decía Marcelo desde detrás de ella. – Vas a ser una buena perra.
Y, diciendo esto, apartó la mano de la chica e introdujo la polla de golpe en su coño. Ana iba a explotar, nunca en la vida había sentido un placer semejante. Se dejó caer sobre la camilla derrotada, abandonada a los múltiples orgasmos que estaba recibiendo.
– 98%.
¿Cómo podía correrse tan seguido? ¿Cómo podía desear lo que la estaban haciendo? Cada embestida que recibía era una bendición, deseaba que no acabase nunca.
Pero Marcelo estaba a punto. Sacó el rabo y obligó a la chica a arrodillarse. Introdujo de nuevo la polla en la boca ansiosa de la periodista, que pudo notar el sabor de su sexo que anteriormente había intentado evitar.
– Tragatelo todo, perra. – Dijo el hombre sin más, y abundantes chorros de semen brotaron de su polla, haciendo que Ana se atragantase. Pero esto no impidió que la chica obedeciese, no dejó caer ni una gota.
Tragarse el semen de su hombre fue la gota que colmó el vaso, Ana estalló en oleadas de placer que la llevaron al desmayo, cayendo derrotada en el suelo y perdiendo la consciencia.
– 100%. – Consiguió escuchar, antes de que todo se volviese negro.
—————–

Ana despertó en su cuarto, estaba contenta por que hoy regresaba a su trabajo de nuevo después de lo que ella pensaba que habían sido unas vacaciones relajantes.

Salió de la cama desnuda, pues había descubierto que la resultaba mucho más cómodo dormir sin nada encima y tropezó con el vibrador que había estado usando antes de dormir. Lo había comprado hace poco y, desde entonces, se había convertido en su mejor entretenimiento, ¿Cómo había podido vivir sin uno? Ya estaba pensando como seria el siguiente que se iba a comprar.
Se situó frente al espejo a observarse, realmente tenia un cuerpo precioso. No reparó, sin embargo, en los brillantes aritos que adornaban sus pezones, ni en el aumento de tamaño de sus tetas, habría jurado que siempre habían estado allí. Si que sabía, en cambio, que había cambiado de estilo de peinado. Ahora llevaba el pelo corto, casi rapado a la altura de la nuca y más largo en la parte delantera, según su opinión ahora estaba bastante más sexy.
Abrió su armario y comenzó a elegir la ropa que se pondría. Comenzó a sacar prendas, indecisa ante la cantidad de ropa que tenía y que todavía no había estrenado pues, la semana anterior, decidió que había que dar un giro a su estilo y además de cortarse el pelo renovó todo su vestuario. Tiró toda su antigua ropa y arrasó con la mitad de las tiendas que encontró, buscando prendas más juveniles y sexys.
Finalmente se decidió por una minifalda ajustada y un top escotado. Se miró en el espejo y se sintió realmente bien, atractiva y contenta consigo misma.
Cuando llegó a su trabajo, no se le escapó que todos los hombres se daban la vuelta a su paso, se sentía preciosa y deseada y eso la gustaba. Se presentó en el despacho de su jefe para notificarle su vuelta.
– Buenos días, jefe. – Saludó alegre.
– Buenos días. – Contestó el hombre, sin siquiera levantar la vista de su escritorio. – ¿Ya acabaste esa investigación tan urgente que tenías entre manos?
– ¿Investigación? ¿Qué investigación? Me tomé un tiempo para relajarme y desestresarme, eso es todo.
– ¿No dijiste que…? – El hombre levantó la vista y vio el nuevo aspecto de su presentadora. – Ya… Ya veo yo para que necesitabas un tiempo… – Dijo, observando el aumento de tamaño de las tetas de la chica.
– ¿Eh?
– No te preocupes, no diré nada… Y ahora vuelve a tu puesto que hay que seguir con el programa.
La nueva imagen de la periodista Ana Castor fue la comidilla de los estudios durante los próximos días y, cuando se emitió su siguiente programa, de las redes sociales. A nadie se le escapó el nuevo y exuberante aspecto de la chica, las revistas hicieron reportajes especulando a que cirujano había ido, por qué razones se había operado y si había un hombre junto a la mujer de moda. La audiencia del programa se multiplicó, sobre todo entre el público joven. Ana estaba en la cresta de la ola, ni siquiera ella se explicaba el por qué del cambio que había dado, solo disfrutaba del momento.
Un día, llegaba a su casa con las bolsas de la compra en la mano y se encontró un hombre en su puerta. Le resultaba vagamente familiar, pero no sabia decir de donde.
– ¿Puedo ayudarle? – Preguntó con cautela.
– A mi no, pero tengo un amigo que quiere que le hagas un pequeño favor, te está esperando dentro.
– ¿Qué quiere decir? ¿En mi casa? Me está asustando, váyase de aquí o llamaré a la policía.
Ana sacó el móvil del bolso y se dispuso a marcar.
– Oh, vamos, déjate de tonterías. Si eres “Una perrita obediente”
Los ojos de Ana se volvieron vacíos y dejó caer las bolsas al suelo. De inmediato comenzó a despojarse de las ropas, quedando sólo los zapatos de tacón, las medias y una preciosa lencería de encaje.
– Ahora entra ahí y obedece a tu hombre en todo lo que te pida.
Los ojos de Ana recuperaron la vida y una expresión de lujuria apareció en su rostro. Atravesó el umbral de la puerta dejando allí a Marcelo, satisfecho de lo bien que había salido todo. La frase gatillo había funcionado perfectamente, lo que le permitía cambiar la personalidad normal de la chica, por su nueva y flamante personalidad de esclava. Cuando acabase el servicio no se acordaría de nada, no recordaría lo que había hecho, ni con quién, ni donde había estado. Lo único que quedaría en su mente era una profunda sensación de bienestar y de trabajo bien hecho.
El hombre observó las ropas tiradas en el suelo y pasó sobre ellas, esquivandolas mientras pensaba en lo mucho que le gustaba su trabajo.
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