Tal y como me había anticipado y yo había aceptado, ochos días después de esa charla, salimos de Dakar rumbo a Brasil a bordo de “El lisboeta”, el barco de su propiedad con sus bodegas atestadas de africanos para su venta. Como la duración prevista del viaje era de unos treinta días, con agrado accedí a comprobé a que don Lope nos cediera un camarote al lado del suyo. Mientras mi morenita se ocupaba de acomodar nuestros enseres en él, me desplacé al castillo de proa a ver la partida. Juro que me sorprendió ver el cariño con el que el propietario se despedía de sus siervas y aceptando que quizás yo me comportaría igual si algún día me despedía de Xuri, preferí mantener silencio para no avergonzarlo.
Para mi sorpresa fue el quien lo sacó, ya que llegando a donde yo estaba sin embarazo reconoció que cada vez se le hacía más difícil dejar su hogar. No me esforcé mucho para saber que se refería a esas dos monadas y a los hijos que había tenido con ellas.
―Tiene usted suerte de disfrutarlas― dije sin un ápice de crítica a su comportamiento.
―Usted en cambio, afronta el viaje con grata compañía― atusándose el bigote respondió haciendo alusión a la morita.
―Doy gracias a Dios por ello, nada me placería más que otorgarle la libertad dejándola en manos de un buen marido― respondí mientras los marineros izaban las velas y partíamos del puerto.
No interpreté el brillo de su mirada, así como tampoco su insistencia en mostrarme parte del ganado humano que llevaba a Brasil para la venta y es que, llamando a su segundo, exigió que le seleccionara los mejores elementos femeninos que llevábamos a bordo. Hoy ya pasado el tiempo, comprendo la razón por la que tuve que asistir al denigrante espectáculo por el cual diez de las negritas me fueron exhibidas de esa forma y su terquedad para que eligiera una que ayudara a Xuri en el quehacer diario. En un principio me negué, pero entonces mi anfitrión me informó que le hacía un favor, ya que al educarla se incrementaría el precio, ya que los posibles compradores verían con agrado que supieran comportarse como criadas. Reconozco que di mi brazo a torcer cuando don Lope me informó que el también escogería a una de ellas para que lo sirviera durante el viaje.
Como hombre reconozco que me fue estimulante disfrutar de la extraña belleza de esos cuerpos morenos, pero como cristiano todavía hoy me arrepiento de haber recreado la mirada en esas desdichadas féminas. De todas formas, no pude más que cumplir con la palabra dada y al contemplar una preciosidad de hinchados senos y esplendido trasero:
―Le parece bien que escoja a esta― comenté al levantar su mirada y ver las facciones tan bellas de las que era dueña.
―Tiene buen gusto, querido amigo― respondió el portugués mientras para su servicio elegía a dos cuyo parecido me hicieron pensar que eran hermanas.
La muchacha de mi elección comenzó a llorar al verse separada de sus compatriotas y no dejó de sollozar cuando llevándola a mi camarote, se la presenté a la morita. Confieso que temía la reacción de Xuri, pero esta lo vio como algo natural y únicamente preguntó cuál era su nombre. Como lo desconocía y era imposible comunicarme con ella, elegí bautizarla con el nombre de la reina regente que gobernaba sobre mis enemigos:
―La llamaremos Mariana.
Ajena al significado, mi esclava tomó de la mano a la aterrorizada chavala y señalándola le repitió el nombre hasta que comprendió que iba a ser así como nos referiríamos a ella a partir de ese instante.
―Mariana― alcanzó a balbucear tras varios intentos.
Quizás queriendo demostrar a la recién llegada su supremacía respecto al amo que compartirían sin siquiera haber dado a la desdichada algo con que taparse, Xuri me preguntó si seguía siendo ella la encargada de darme “los buenos días”
―Por supuesto. Entre las obligaciones de Mariana no estará jamás hacerlo, esa labor es tuya y solo tuya, mi atrevida princesa.
Riendo complacida, quiso comprobar que así era y mientras la joven nos miraba aterrorizada desde un rincón, llevó sus manos a mi entrepierna. La pícara muchacha al comprobar que el crecimiento de mi virilidad no dudó en sacarla de su encierro y arrodillándose ante mí, hizo voto de obediencia hundiéndosela hasta el fondo de la garganta. Es menester reconocer por mi parte que me calentó sobremanera el ser objeto de esa lisonja mientras la color chocolate era testigo de la misma y por eso, tras solo un par de lametazos, pudo más mi naturaleza masculina que la compostura debida de un caballero. Sin reparar en el terror que lucía la africana, levanté las faldas de Xuri y con un rápido arreón de caderas, hundí mi hombría en su interior.
―Se ve que por fin mi señor está recuperado― rugió feliz esta al sentir la violencia de mi asalto.
Su alegría me hizo olvidar a la que iba a ser su ayudante y cogiendo sus atributos en mis manos, comencé a extraer y a meter mi talló con urgencia. Los gemidos de mi esclava caldearon el ambiente mientras la africana era incapaz de mirarnos siquiera, creyendo quizás que al terminar ese diablo de piel blanca dirigiera sus atenciones a ella. Reconozco que ni pensé hacerlo, dado que era hombre de una sola mujer y ya que Elizabeth no estaba a mi lado, su puesto lo ocupaba y lo ocuparía la mujer a la que debía la vida.
La facilidad de Xuri en alcanzar el gozo quedó de manifiesto en dos ocasiones antes de que su dueño regase su feminidad y por eso permanecí abrazado a ella al terminar, sin caer en la cuenta de que la presencia de la negrita sería algo cotidiano el resto del viaje. Quien sí se percató fue la árabe que tras recuperarse me hizo ver que no era seguro mantenerla desnuda habiendo tantos hombres necesitados de hembra en el buque.
―Préstale uno de tus vestidos― respondí: ―Cuando lleguemos a tierra, te compraré una decena que lo sustituyan.
Con la promesa de darle un ajuar del que nunca había sido dueña, no vio inconveniente en ello y eligiendo el más holgado de todos los que poseía se lo dio a la africana. Al no haber usado nunca nada parecido, Xuri tuvo que ayudar a ponérselo mientras desde la cama, observaba yo las dificultades que ello acarreaba al ser una mujer mucho más alta y con más senos que su antigua propietaria. Mi querida sierva no pudo más que reír al ver lo apretado que le quedaba y la forma en que se le marcaba el trasero.
―Don Lope obtendrá buen dinero cuando venda a esta moza― señaló mientras regalaba un pellizco en las hinchadas ubres de Mariana.
Estuve plenamente de acuerdo. Embutida en ese traje dos tallas menos, la singular belleza de la muchacha quedaba realzada, pero no queriendo azuzar los celos de la joven que debía enseñarle el oficio de criada, me quedé callado.
«El señor en su infinita gloria la ha dado una delantera que hará las delicias de su futuro dueño», pensé sin manifestarlo asumiendo que quien la comprará no tardaría en usarla para satisfacer su lujuria.
Los gritos que nos llegaban del camarote de al lado, nos informaron que el portugués no tenía reparo en malgastar sus energías y sus dineros poseyendo a las dos hermanas que había seleccionado para su uso particular.
―Don Lope está probando su mercancía― muerta de risa y sin apiadarse del destino de las dos jóvenes, comentó la morita mientras la compatriota de esas desdichadas reiniciaba el llanto.
No deseando seguir escuchando a mi bienhechor dando alegría a su hombría, acomodé mis ropas y salí a cubierta. La brisa de esa mañana avizoraba una buena travesía y por ello aposentado mi trasero sobre un bidón de agua, me puse a mirar el viento hinchando el trinquete.
«Ya falta menos para volver contigo, mi Elizabeth», sentencié mientras planeaba mi llegada a tierras brasileñas.
Seguía ensimismado disfrutando del momento, cuando vi al bigotón salir de sus aposentos y demostrando la amistad que me profesaba me preguntó si ya había desflorado a la joven.
―Nunca haría un agujero en su bolsa, las vírgenes cotizan más caro― respondí.
Soltando una carcajada, el hombretón me dijo que no hacía falta y que, si le enseñaba buenos modales en la cama, consideraba que no perdería mucho y que, llegado el caso, podría incluso aumentar su valor si demostraba ser una hembra fogosa y complaciente.
―Para eso tengo a mi esclava― sonriendo contesté.
Aprovechando mis palabras, el dueño del bergantín me anticipó que había tenido el atrevimiento de pedir a Xuri que, ya que tenía que enseñar a mi africana las labores de una casa, hiciera extensivas sus enseñanzas a las dos negritas que había tomado bajo su amparo.
―Ha hecho usted bien, nadie más sensata que ella para servir de maestra― respondí.
Con eso aclarado, nos pusimos a charlar sobre lo que haría nada más atracar en Brasil y directamente me pidió fungir como su socio en esas tierras.
―Mi intención era comprar un hacienda― contesté.
Desternillado de risa, Lope rechazó mis escusas diciendo:
―Mejor, así además de socio será mi cliente. Porque recuerde que va a necesitar de muchos brazos para plantar.
El buen entender de sus palabras me hizo aceptar y sellando el acuerdo con un abrazó, juré servirle de apoyo para todo aquello que necesitase. Tras lo cual, y como era hora de comer, me pidió que le acompañara a hacerlo. Al llegar a sus habitaciones, observé con orgullo que la mesa estaba lista y que, manejando con hierro firme, pero sin maltratar a las tres negritas, Xuri había organizado el banquete.
―No sabe usted la joya que posee― resaltó mi anfitrión al contemplar todo dispuesto.
―Si lo sé― respondí mientras premiaba a la morita con un nada discreto agasajo sobre sus nalgas.
El gemido de placer de la muchacha azuzó a las africanas a hacer algo inaudito y mientras las hermanas ponían sus traseros a disposición del portugués, Mariana hizo lo mismo acercándose a mí.
―Mi señor, la joven espera su premio por un trabajo bien hecho― Xuri susurró a mi oído al darse cuenta de mis reparos a acariciarla.
No queriendo ser un desagradecido, posé por primera vez los dedos sobre la negrita y bajo mis palmas hallé unas formas duras y apetecibles que consiguieron turbar mi ánimo.
―Me gustan más tus posaderas― mordiendo la oreja de mi bella propiedad, contesté sonriendo.
A pesar de saberse en inferioridad contra ese glorioso trasero de piel morena, la morisca no dudó en hacerme saber que si quería esa noche después de hacer uso de ella no le importaría que su amo tomara posesión de la negrita.
―Cariño, con una princesa tengo bastante.
Sin cortarse por la presencia de nuestro anfitrión, la chavala exclamó:
―Entonces, mi señor. ¡Esta noche debe tomarme al menos tres veces!
Don Lope, denotando su envidia, intervino diciendo:
―Si usted ha sido capaz de hacer de esta criatura una hembra tan receptiva, insisto en que aleccione a la chavala que he puesto a su servicio.
No contesté porque en ese momento mis ojos estaban prendados con los enormes montículos que crecían bajo las ropas de Mariana. Esas erizadas areolas no pasaron inadvertidas ante la que ya era su maestra y tomándolas entre sus yemas, comentó:
―Aunque no nos entiende, Mariana sabe que hablamos de ella y parece que la idea usted la enseñe no le desagrada.
Totalmente azorado, comprendí que en su desesperación la africana debía de pensar que mejor congraciarse con el hombre que le había tocado en suerte, en vez de arriesgarse a convertirse en la mascota de otro mucho peor. La premura con la que durante la comida hizo gala para rellenar mi copa antes que cualquier otra confirmó ese extremo, aún antes que Xuri lo exteriorizara diciendo que debía de pensar si no me convenía comprársela a don Lope.
―Con una tengo bastante― respondí molesto.
El brillo cómplice de la mirada que dirigió a nuestro anfitrión debió de alertarme, pero era tanto mi embarazo que no caí en que se había propuesto que adquiriera a Mariana antes de terminar nuestra travesía. Fue entonces cuando el bigotón otorgándola un voto al respecto, le notificó que íbamos a ser socios y que yo me ocuparía de sus asuntos en tierras brasileñas.
―No ha podido hacer mejor elección, mi amado dueño es un hombre honesto que defenderá sus intereses como propios― replicó ésta.
―Lo ve, Robinson. Hasta su bella guardaespaldas alaba mi buen tino― alzando su bebida, brindó el portugués.
Sin nada que exponer en contra, choqué mi copa llena de vino contra la suya de agua, ya que mi anfitrión era uno de esos hombres extraños que reusaba beber cualquier tipo de licor mientras desde su lugar en la creación Xuri sonría satisfecha…
13
Con más copas de las necesarias y en compañía de esas dos mujeres volví a mi camarote. El sopor después de esa comida bien regada, me dominó y cayendo sobre la cama, me quedé dormido. Tan rápido caí en brazos de Morfeo que ellas fueron las encargadas de quitarme las botas y por eso no presencié las primeras clases de mi idioma que Xuri impartió a la negrita. Como tantas veces, soñé con mi amada Elizabeth, con sus besos y con el hijo que había germinado en su seno, hijo que para entonces debía rondar ya los dos años. Saber que me estaba perdiendo su infancia, convirtió mi dormitar en pesadilla. Por eso, me desperté sobresaltado para descubrir a la morita rezando. Conociendo la obligación de que todo buen musulmán debía rezar al menos cinco veces diarias a su dios, no dije nada. Internamente me alegró comprobar que Mariana permanecía al margen y que por tanto no compartía esas creencias.
«Será más fácil revelarle las bondades de Dios», me dije sin caer en que esa función no me estaba reservada y que el deber de bautizarla correspondería al hombre que la comprase.
Aprovechando que no podía verme al estar prostrada hacia la Meca, dediqué esos instantes a admirar a la africana y reconozco que me satisfizo de sobre manera la rotundidad de sus formas que el vestido no podía ocultar. Sus inmensos senos eran solo un anticipo de una cintura de avispa, que rápidamente se extendía para dar forma a unas no menos espectaculares caderas y soñando con algún día posar mis manos en ellas, me vi usándola. De inmediato rechacé esa pecaminosa imagen al percatarme de que el objeto de mi lujuria se removía incómoda sintiendo el ardor de mi mirada.
«Aunque sea una esclava destinada para la venta, no deja de ser una criatura de Dios», sentencié mientras retiraba mis ojos de ella.
Ajena a lo que pasaba por mi mente, Xuri terminó de orar y levantándose del suelo, acudió a mi lado:
―Mi señor debe saber que su nueva esclava ha resultado ser avispada y creo que, al terminar nuestra travesía, ya podrá comunicarse con ella.
Tras lo cual, llamando a la joven, le preguntó en ingles quién era yo. Mariana sonrió:
―Hombre. Amo.
No contenta con ello repitió la pregunta, pero en este caso, queriendo saber quién era ella.
―Mujer, Maestra.
Soltando una carcajada, la señaló. La negrita contagiada por la alegría que demostraba su profesora respondió:
―Hembra, Mariana.
Me quedé alucinado. No tanto por el hecho que hubiese aprendido esas rudimentarias palabras como por el hecho que la morita le hubiera recalcado una sutil diferencia. Mientras se había referido a la musulmana como mujer, la había hecho aprender que la forma correcta para dirigirse a ella era hembra. No tuve que hacer uso de mis estudios para comprender que Xuri veía a la joven como un ser inferior por el color de su piel. Haciendo un examen de consciencia, no tuve reparo en admitir que yo mismo veía a los miembros de su raza como una mercancía con la que se podía negociar. Aun así, también llegó a mi mente las epístolas donde San Pablo nos recordaba que un buen cristiano no debía maltratar a sus sirvientes, sino tratarlos como hermanos y hermanas en Nuestro Señor.
«Si algún día poseo a uno de estos desdichados, me comprometo a que aprendan la fe verdadera», sentencié sintiendo cierta lástima por el futuro de la africana.
Queriendo obtener la gracia del Altísimo, me arrodillé frente a un crucifijo y comencé a orar por el futuro de los hombres y mujeres que se agolpaban en las bodegas pidiendo que sus futuros dueños fueran tan piadosos como yo. Al exteriorizar en voz alta mis rezos, la morita me miró y sin decir nada, obligó a Mariana a arrodillarse a mi lado. Sin nada que recriminar, no pude más que preguntarme los motivos ya que esa morenita no compartía mis credos. Por ello al terminar, directamente quise saber las razones por las que había azuzado a la negrita a hincarse junto a mí.
―Mi señor, Mariana va a vivir entre cristianos y su vida será más fácil si desde un principio se le educa en sus principios.
―Lo mismo se aplica para ti― respondí.
―Para mí ya es tarde. Creo en Alá y en su profeta. Si es su deseo, me bautizaré. Pero siempre en mi interior seré fiel a las enseñanzas del profeta.
La rotundidad de su respuesta me dio que pensar y reconociendo la inutilidad de una conversión forzada, preferí que mis actos la atrajeran hacía el verdadero mensaje y no mi imposición. Por ello y mientras me levantaba, la atraje hacía mí. Mi bella infiel acudió a mis brazos con presteza uniendo sus labios a los míos mientras urgida por sus necesidades femeninas iba desabrochando mi camisa.
―Mariana, ven y mira cómo deberás desnudar a tu dueño― por gestos, azuzó a la joven a mirar.
La negrita tembló de miedo creyendo que había llegado la hora que tanto temía. Con lágrimas en los ojos, se desembarazó de sus vestidos y llorando se acercó. Para su sorpresa, en ningún momento, la llamé a mi lado y fue Xuri la encargada de despojarme de la ropa. Ya desnudo sobre la cama, la morita se apropió de mi hombría con sus manos y ejerciendo de tutora, hizo ver a su pupila como debía de satisfacer a un hombre.
―Antes de nada, tu amo debe sentirse adorado― musitó mientras estimulaba mi virilidad con caricias de sus dedos.
He de confesar que tener a esa muchacha mirando elevó mi calentura y por ello no vi inconveniente alguno a que la siguiera enseñando:
―Una vez tu dueño destile pasión, debes sacar tu lengua y recorrer su dureza en muestra de sumisión― dijo mientras daba un primer lametazo en mi tallo.
Los ojos de la negrita brillaron al entender esa maniobra y secretamente, me agradó saber que cuando llegáramos a nuestro destino, Mariana tendría los conocimientos necesarios para complacer al hombre que la adquiriera. Quizás por eso, sonreí cuando Xuri separó sus labios y brevemente sumergió mi virilidad en la boca:
―Debes demostrar a tu dueño, lo mucho que te gusta ser suya y que siempre estarás dispuesta a aliviar sus preocupaciones― declaró encantada al comprobar que su alumna no perdía detalle de la lección
Ya sin reparo comenzó a usar su boca para satisfacerme. La rapidez con la que se hundía y extraía mi dignidad de su garganta no impidió que me percatara de que, llevando un par de dedos a su feminidad, Xuri comenzaba a acariciar el volcán que escondía entre sus pliegues antes que ella misma se lo señalase a Mariana:
―Un buen amo desea que su esclava disfrute con él y por eso debes dar aire a tu interior rozando con las uñas este botón― con gestos le reclamó.
La negrita dudó antes de obedecer, pero no queriendo enfadar a la mujer llevó sus yemas al montecillo del que hablaba. Ante su sorpresa y la mía propia, un largo lamento brotó de su garganta al sentir las gratas sensaciones que esa caricia le provocaba.
―Ves lo agradable que es― musitó mientras seguía ella misma haciendo galas de sus enseñanzas hundiendo sus dedos entre las piernas.
La pasión de mi morita y la determinación de la negrita en aprender esas artes amatorias aguijonearon mi hombría y anticipando el placer que me consumiría, lo manifesté. Al escuchar de mis labios la cercanía de la explosión, Xuri llamó la atención de Mariana diciendo:
―Cuando tu amo vaya a descargar su simiente, una amorosa sierva no debe desaprovechar el regalo. Tiene la obligación de hacerlo suyo y no desperdiciar ese preciado don dejando que se pierda cualquier gota.
Y convirtiendo en hechos sus palabras, esperó a que derramase mi esencia para con la adoración a la que me tenía acostumbrado dedicarse a absorber en su boca las detonaciones de mi virilidad mientras la africana seguía con interés las explicaciones. He de decir a su favor que creí ver en su mirada que su atención iba más allá de lo lectivo y que la mecha de su lado femenino había prendido en su interior.
«Es bueno que aprenda a dar y recibir placer. Eso hará subir su precio», sentencié viendo el sudor que recorría los pechos de Mariana, prueba irrefutable de que esas lecciones la habían afectado.
Xuri debía ser de mi misma opinión porque mientras me ayudaba a vestir, no dudó en comentar que esa noche le tocaba enseñar a su pupila como una esclava entregaba el cuerpo a su amo. Desternillado de risa, pregunté a mi adorada árabe si acaso estaba aprovechando el adiestramiento de la negra para obtener el placer que le brindaba el ser mía. Entornando los ojos y con un pícaro movimiento de pestañas, respondió:
―No dude mi amo que su princesa lo usará. Nada hace más feliz a su sierva que sentirlo en su interior.
Con una sonrisa, acomodé mi ropa y salí a contemplar el anochecer, sabiendo que al retornar ese precioso ejemplar me daría de motu propio “las buenas noches”. Ya sobre cubierta, observé que una manada de delfines acompañaba al barco. Como esos animales eran considerados portadores de buena suerte, supe que Dios en su bondad nos llevaría a buen puerto. Comprendí que mi confianza era compartida por la tripulación al oír sus risas mientras desplegaban todo el velamen del buque para beneficiarse de la brisa constante de la tarde.
14
Durante la cena, Xuri volvió a ejercer las funciones de gobernanta asesorando a las tres negritas sobre la forma en que debían servir la cena, pero sobre todo en el modo que debían comportarse al tratar a sus dueños y por ello, no dudó en abofetear a una de las hermanas cuando en un despiste derramó un poco de sopa sobre don Lope.
―Límpialo con la boca― excediéndose en sus maneras exigió a la abochornada muchacha.
La cual después del correctivo no se atrevió a negarse a obedecer e hincándose frente al negrero, usó su lengua para recoger su error. El portugués no vio nada de malo en la desproporcionada reprimenda y pacientemente esperó a que la joven hiciera desaparecer la mancha para a continuar exclamar:
― ¡Menuda joya posee! ¡Vale su peso en oro!
Tanto su familiar como la esclava bajo mis órdenes aprendieron en carne ajena y esmeraron sus cuidados para no repetir el error mientras la causante de ese inesperado halago se ruborizaba en mitad del camarote. Un tanto perplejo por su reacción, metí una cucharada del guiso en la boca para no decir nada que luego me arrepintiera. La morisca que bien me conocía advirtió mi enfado y quitando la sopera a Mariana, fue ella quien rellenó mi plato tratando de congraciarse con su amo.
―Si algo le ha molestado, debe castigarme― susurró en mi oído sin querer que nuestro anfitrión la oyera.
La adoración de su tono y la humildad de sus palabras me hicieron recapacitar al comprender que estaba cumpliendo con la labor que le habíamos asignado y que era preferible un tortazo a tiempo, a un latigazo por parte del hombre que en Brasil la comprara. Por eso, llevando mis manos a su trasero, la premié con una suave caricia. Xuri al sentir mis yemas recorriendo esa parte de su anatomía, sollozó:
―Mi señor es demasiado bueno con su esclava.
El tamaño que adquirieron los pechos de la criatura despertó la hilaridad del bigotón. Con sonoras carcajadas y bastante mal gusto, señaló esas protuberancias diciendo:
―Querido amigo. Viendo que la forma en que esta joven añora sus caricias, si al llegar a nuestro destino la negra que he puesto bajo su amparo siente lo mismo al ser tocada, creo que sería un desperdicio venderla y me la quedaré para mi uso.
Para mayor embarazo, Mariana supo que hablábamos de ella y acercándose a mí con ojos temblorosos, puso su cuerpo a mi merced.
―Amo, está esperando sus yemas― sin mostrar celo alguno, comentó la mora.
Venciendo mis reparos, pasé la mano bajo su falda y me recreé durante unos instantes explorando sus muslos ante la atenta mirada del negrero. El gemido gozoso de la africana no pudo más que sorprenderme y por ello dediqué otros segundos a recorrer la extraordinaria tersura de su piel.
―Venid a mí― rugió el bigotón llamando a las hermanas.
Al tenerlas a su vera, don Lope no vio inconveniente en imitarme e introduciendo sus manos por los vestidos de las africanas, se apoderó de sus traseros. Fue entonces cuando Xuri se vio impulsada a revelar uno de mis secretos y en voz alta, nos azuzó a concentrar nuestras caricias en el botón que escondían entre los pliegues. Mientras yo obedecía obnubilado al percibir el jadeo con el que la negrita disfrutaba de mis mimos, don Lope pidió a la árabe que le mostrara de qué hablaba. Mi sierva no dudó en colocar una de las propiedades del portugués sobre la mesa y obligándola a separar las rodillas, abrió los labios de la muchacha señalando el montículo al que se refería.
El negrero no dudó en explorar el descubrimiento y al llegar el sollozo de placer de su víctima, exclamó:
― ¡Voto a Dios que en mis cuarenta años de vida y más de un centenar de hembras jamás me había percatado de su existencia!
Orgullosa de haber sido ella quien se lo hubiese revelado, sonriendo, musitó otro consejo:
―Señor, cuando no tenga fuerzas ni ganas de perder el tiempo en despertar sus ansias, puede obligar o bien que ellas se lo estimulen o bien que una se lo haga a la otra.
Dirigiéndose a mí, el bigotón declaró entre risas que esa noche las haría practicar entre ellas antes de tomarlas. Xuri disfrutando al ver qué valoraba su aportación puso la guinda del pastel comentando que el placer se acumularía en ellas más rápido si las hacía usar la lengua en vez de los dedos. Soltando una carcajada, el portugués aseguró que así lo haría. No pude oír sus risas al sentir en mis yemas la humedad que desbordando la feminidad de Mariana corría por sus muslos. Interesado en esa reacción, seguí masajeando a la negrita hasta que pegando un chillido de gozo sus piernas flaquearon y cayó postrada a mis pies. Asustada por la claudicación de su cuerpo, la chavala se levantó de inmediato mientras a sus oídos llegaba la alegría de su profesora en esas lides diciendo que su pupila había disfrutado por primera vez en manos de su amo.
Mi embarazo se incrementó cuando, viendo el bulto que lucía bajo el pantalón, Xuri no se cortó al decir lo mucho que la joven iba a disfrutar esa noche cuando se entregara a mí. El jolgorio con el que portugués escuchó sus palabras me impidieron rectificarla haciéndola ver que jamás participaría en el estreno de esa desdichada.
«Eso deberá ser responsabilidad de su nuevo dueño», pensé mientras llamándola al orden le pedía que rellenara mi copa.
―Mariana hacer― escuché que la negrita decía mientras acercaba la jarra de vino y me servía.
La adoración que intuí en su mirada me hizo estremecer al ser consciente de la desesperación que sentiría en el mercado de esclavos cuando fuera vendida a otro y no queriendo participar en ello, decidí que no me veía con fuerzas de contemplar ese momento. Por tanto, me hice la firme promesa de no estar en la puja donde cambiaría de manos. Xuri debió de comprender mi angustia porque llegando a mi lado, susurró que faltaba mucho para llegar a Brasil y que mientras tanto podía y debía de disfrutar del momento.
―Durante el viaje, seremos dos hembras las dispuestas a complacerle― recalcó enternecida.
Obviando el desatino de sus palabras al saber que eran de buena fe, me despedí de nuestro anfitrión y me dirigí hacia mi camarote en compañía de las dos mujeres que el destino había puesto en mi poder. Tanto la morisca como la negra me ayudaron a despojarme de la ropa y ya permanecía desnudo postrado en el catre cuando luciendo un desparpajo impropio de una esclava, me preguntó si le daba permiso para enseñar a Marian como desnudar a una dama.
―Su Elizabeth agradecerá mis enseñanzas― musitó dando por hecho que me quedaría con ella.
El recuerdo de mi pelirroja zarandeó mi corazón y por ello no pude negarle ese capricho. Satisfecha con su amo, Xuri se plantó frente a la africana y llevándole las manos hasta su pecho, le hizo ver mediante gestos lo que esperaba de ella. La joven comprendió que debía desnudar a su maestra y sin quejarse comenzó a desabrochar los botones del vestido mientras desde mi posición y ya de vuelta a la realidad, no perdía detalle. Por ello reparé en los miedos de Mariana mientras lo hacía, pero también en la provocativa mirada de la morita.
«Está disfrutando al sentirse una dama», me dije mientras entre mis piernas crecía mi apetito.
Al liberarle los pechos, Xuri aguijoneó a su alumna a recorrer con la lengua esos montes que yo adoraba y confieso a mi pesar, que no me resultó indiferente observar la delicadeza con los que recorrió las areolas de su maestra. De haber contemplado el pastor de mi iglesia esa escena hubiese entrado en cólera, pero en mi caso esas caricias entre dos miembros del mismo sexo no despertaron mi enojo, sino mi entusiasmo. Y como un adicto al vino pidiendo al mesonero otra jarra, exigí que continuaran cometiendo esa felonía.
―Ya has oído a nuestro amo― obligando a despojarle de las enaguas comentó mi mora.
Mariana enrojeció al ver que su mentora separaba las piernas exponiendo el tesoro que escondían a sus lisonjas. Dudando brevemente, cogió el botón que había aprendido a tocar y comenzó a estimularlo.
―Me encanta― suspiró con esa suave tortura la mujer a la que debía la vida.
Los gemidos de su maestra tranquilizaron a la africana y con mayor énfasis buscó el gozo de su compañera de infortunio mientras en la cama crecía sin parar mi hambre de caricias. Ajena a la calentura de su amo, Xuri usó sus manos para acercar la boca de la negrita y ésta de nuevo comprendió lo que se pedía de ella, y sacando la lengua, regaló un lametazo a lo largo de su humedad.
― ¡Qué rápido aprende su hembra! ― presionando la cabeza de ella contra su sexo rugió la mora.
Asumiendo quizás que era mejor no contrariarla, Marina siguió lamiendo sin parar hasta que de improviso un manantial brotó entre las piernas de su instructora.
― ¡No pares! ― le imploró ya inmersa en el gozo.
La certeza de que estaba contenta impulsó a la negrita a continuar y desde el catre puedo atestiguar que admiré sus maniobras con algo de envidia. Por ello, no vi problema en llamar a la morita. La fogosidad de mi esclava la hizo saltar sobre mí y usando mi hombría como ariete, derribó sus defensas hundiéndosela de un golpe hasta lo más profundo de su interior.
―Mi señor, tome con gallardía a su princesa― sollozó mientras ponía sus dos urgidos cantaros a disposición de mis labios.
Cayendo en la tentación, me apoderé de sus pechos mientras mi tallo era zarandeado por el grácil cuerpo de la morena. Al sentir mis dientes mordisqueando sus areolas, Xuri se descompuso y elevando las plegarias al cielo, se derrumbó mientras a los pies de la cama Marina nos observaba. El genuino gozo de mi sierva no me dejó ver que la negrita se había empezado a tocar entre las piernas. Desconociendo ese detalle, cambié de posición y poniendo a la árabe mirando a la pared, sumergí mi virilidad con fuerza en ella. El berrido de felicidad que pegó al ver violentada su feminidad me impulsó a acelerar la velocidad de mis caderas.
―Lo amo y siempre lo amaré― bramó sin apuro alguna pidiendo que descargara mi tensión sobre su trasero.
La urgencia de la mujer en recibir esas duras caricias me volvió un bellaco y marcando el ritmo que deseaba que adoptaran sus caderas, azoté con sonoras nalgadas sus cachetes. La violencia de esa forma de amar no asustó a la joven que nos contemplaba y por vez primera, llegaron a mis oídos sus gemidos. Con la mirada fija en los ojos de Mariana, usé a mi antojo el cuerpo de mi montura mientras era conocedor que la joven e inexperta negrita sentía como dadas sobre ella cada una de mis embestidas y por ello, no me extrañó escuchar que ambas féminas compartían su gozo al mismo tiempo. El cúmulo de sensaciones y el saber que de alguna manera había satisfecho las necesidades de esas dos bellezas me hicieron derramar mi esencia en el hogareño interior de la mora, sabiendo que la negrita envidiaba la pasión con la que su amo había tratado a esa mujer.
«No debo ceder a la tentación de su piel», me dije cuando ya parcialmente recuperada Xuri la llamó a nuestro lado.
La alegría con la que se despojó del resto de la ropa y acudió a nuestros brazos contrastó con mi ceño fruncido y por eso tuvo que ser mi esclava la que, recriminando mi falta de entusiasmo, me rogara casi llorando que la abrazara. Totalmente turbado con su reacción, acogí a la desdichada mientras ratificaba en mí la determinación de no usarla. A la joven no le debió importarla o al menos no hizo gala de ello cuando posando su cabeza susurró:
―Mariana, hembra de amo.
El suspiro de la joven hizo reír a la morisca que, reconociendo mis reparos a poseerla, le dijo mientras le hacía una caricia en la mejilla:
―Pequeña, todavía no ha llegado tu hora.
Todavía recuerdo hoy mi lucha interior para evitar disfrutar de su piel mientras me llegaba el penetrante olor de hembra dispuesta y sucumbiendo parcialmente a la tentación que para mí suponía los duros glúteos de esa negrita, posé mi mano en su trasero atrayéndola hacia mí.
―Mariana, hembra de amo― escuché que repetía mientras sacando fuerzas de mi interior cerraba los ojos e intentaba dormir.
15
La mañana de nuestro segundo día de travesía me sorprendió todavía abrazado a las mujeres y abusando de su sereno dormitar, congratulé mi vista en sus esplendidas anatomías. Siendo Xuri dueña de un cuerpo menudo mientras Mariana era portadora de unas exuberantes formas, no supe cual despertaba mayor atracción en mí, si la piel morena de mi adorada esclava o la joven que don Lope había puesto momentáneamente a mi servicio. Recorriendo con mis yemas la piel de ambas, me percaté del tacto diferenciado y mientras la de la árabe era tersa y suave, la elasticidad de la africana era algo que me impulsaba a explorar. Cediendo a mis impulsos, recorrí brevemente los hinchados senos de Mariana. La involuntaria reacción de sus areolas encogiéndose me hizo profundizar en el pecado y usando dos de mis yemas apreté su pezón, deseando ver aflorar leche de ellos. El sollozo de la joven me hizo comprender que estaba despierta y aumentando mi turbación, al ver que la miraba, sonrió. Por un momento lamenté esa felonía pensando en la desgracia que había caído sobre sus hombros cuando fue capturada, pero entonces viendo que había parado de acariciarla y mientras ponía sus atributos en mi boca, la negrita suspiró el que parecía haber convertido en grito de guerra:
―Mariana, hembra de amo.
Como por arte de magia, mi hombría renació de sus cenizas mientras me apoderaba de ellos. La cría lejos de rechazar mis labios mostró su alegría al verse objeto de unos mimos que no estaban reservados a ella y restregando su cuerpo contra el mío, quiso que supiera que estaba lista para ser mía.
―Lo siento, solo tengo una princesa― comenté enternecido al saber que en su desesperación esa joven buscaba el consuelo de mis yemas.
Para entonces, Xuri se había despertado y en vez de enfadarse por las caricias que estaba brindando a la africana, prefirió darme los buenos días en la forma que estaba acostumbrada. Al sentir su lacia melena barriendo mis reparos de mi corazón, me dispuse a disfrutar de la humedad de su boca, pero entonces la negrita profundizó nuestro pecado llevando mis dedos hasta su gruta. La ensortijada selva que escondía su feminidad me llamó la atención y sintiendo su llamada, busqué en esa maraña el negro botón que escondía.
El sollozo de la criatura al experimentar quizás por última vez mis yemas me hicieron caer en la lujuria e incrementando mi felonía me dediqué a masajear su inexplorado hoyuelo mientras la morenita engullía mi virilidad llena de gozo.
―Hembra de amo, Mariana, hembra de amo― repitió con desesperación moviendo sus caderas.
Reconozco que me costó digerir el haber sido el causante de su placer cuando de improviso explotó gritando. El aroma agridulce que destiló en ese instante aumentó la presión que sentía y a consecuencia de ello, derramé mi semilla en la boca de mi adorada. Xuri debía estar esperándolo porque, tras asegurarse que recogía en su boca toda mi esencia, hizo algo que me dejó temblando. Incorporándose sobre el catre, se acercó a la joven para a continuación y abriendo los labios, compartió con la negra esa blanca cosecha.
La alegría con la que Mariana recibió el regalo y el hambre que demostró pidiendo a su benefactora más, me hicieron reír y recordando el consejo que le había dado a don Lope, obligué a cada una de esas dos bellezas a explorar la vulva de la otra con la lengua. Para mi sorpresa la primera que accedió a hacerlo fue la africana y con el sonido de sus jadeos resonando en el camarote, me vestí y fui a desayunar.
Allí me encontré con el naviero, el cual al verme me exteriorizó el magnífico resultado que la artimaña de mi esclava había provocado y que, a buen seguro en esos momentos, sus dos negritas debían estar con la boca entre las piernas de la otra.
―Pues ya son cuatro― comenté mientras el cocinero ponía unas gachas en el plato.
Las risas del bigotón retumbaron sobre cubierta. Demostrando una locuacidad rara en un hombre de su profesión, aprovechó el momento para revelarme los intríngulis de su negocio:
―A la salida de Dakar, llevábamos las bodegas repletas y considerando la merma de un veinte por ciento que inevitablemente se producirá, no dudo en asegurarle que llegaremos a puerto con trescientos veinte esclavos que vender. Considerando un precio de dieciocho libras por cabeza, conseguiré en este viaje no menos de cinco mil ochocientas y eso sin contar a las diez jóvenes que al ser hembras en edad de procrear tienen un valor más elevado.
― ¡Es una fortuna! ― grité admirado.
Don Lope no se dejó impresionar por mi berrido y haciendo cuentas, comentó que, si a eso le descontaba el costo que había tenido que afrontar y el salario de los treinta hombres que custodiaban la mercancía para que no se amotinaran, la cifra era mucho menor.
―Solo entraran a mi bolsillo, unas mil setecientas. Por eso le necesito. He pensado en aumentar las ganancias comprando Ron en Brasil, con el que pagaré los próximos embarques en África, dada su carestía en esas tierras. Usted se ocupará de conseguirme barato el licor mientras yo me responsabilizó de todo lo demás.
Asumiendo que con un par de años dedicándome a esa labor, podría volver a mi patria a reclamar la familia que había dejado ahí, cerré mi entrada en el tráfico de seres humanos sin ningún tipo de embarazo.
«Elizabeth, se acerca el momento en que nos reunamos», sentencié dando un abrazo a mi socio, el negrero.
Sin ocultar mi alegría, tras el desayuno, volví al camarote y me satisfizo comprobar que las dos mujeres seguían compartiendo las caricias que les había pedido. No resistí la llamada del trasero de la morisca y sin quitarme siquiera, los pantalones hundí mi estoque en él. El doloroso sobresalto de Xuri duró poco y tal como llegó se fue, dejando que acuchillara sin pausa esa entrada trasera mientras sobre la cama, Mariana nos miraba embelesada. Los berridos de su maestra la hicieron reaccionar. Queriendo participar, se dedicó a mordisquear los senos de mi adorada mientras el objeto de mi lujuria veía zarandeada su anatomía con fiereza.
―Te amo Robinson― suspiró llena de gozo al saberse mía.
Los sentimientos de mi esclava que tanto me habían alegrado en el pasado, en ese instante me parecieron fuera de lugar y por segunda vez desde que la conocía soñé con un buen hombre al que engatusársela tras liberarla.
―Te buscaré un marido― exclamé mientras sembraba sus intestinos con mi lujuria.
No supe apreciar el dolor con el que recibió mis palabras debido a que, mientras mi amada árabe salía medio desnuda a cubierta, el magnífico ejemplar de belleza africana se puso a cuatro patas sobre la cama diciendo:
―Mariana, hembra de amo.
No pudiendo hacer nada por menguar el fervor que sentía por mí esa criatura, la cogí entre mis brazos y llevando mi boca a la suya, mordí sus labios diciendo:
―No seré yo quien profane tu honra.
Al saberse rechazada, la negrita se echó a llorar y sin nada que decirla, acomodé mis ropas y salí a cubierta en busca de la mora. Mi preocupación se tornó en enfado al verla salir del camarote del capitán y arrastrándola de un brazo, exigí que me explicara que había hecho en los aposentos del portugués.
―Preguntar a don Lope si mantenía su oferta y si llegado el caso en que usted me liberaba, se casaría conmigo.
La ingenuidad de la cría y la traición de mi socio me indignó y llevándola cogida del brazo, entré a enfrentarme con mi antiguo amigo. No supe que decir al verlo postrado orando al modo musulmán. Fue entonces cuando cayó el velo que cubría mi entendimiento y comprendí que las dos mujeres que había creído sus siervas eran en realidad sus esposas y que la prole que habían dado a luz, no eran unos bastardos sino los legítimos herederos de ese hombretón.
―Don Lope usted es un converso, un seguidor de Mahoma― exclamé impresionado.
―Así es, pero le ruego discreción. No es bueno para el negocio que se sepa que soy mahometano― bajando la voz, comentó.
Sin haberme repuesto de ello, le exigí que me aclara sus intenciones con mi esclava. Mirando a la aterrorizada muchacha, contestó:
―Llevo enamorado de ella desde que la vi defender con uñas y dientes a su dueño. Véndamela usted, para que pueda liberarla y convertirla en mi tercera esposa.
Dejándolo con la palabra en la boca, volví a mi camarote y busqué el broche de mayor valor, para acto seguido volver con ellos:
―No puedo vender a una mujer que considero libre― y poniendo en manos de la traidora la joya, proseguí: ―Xuri, acepta este presente como regalo de bodas y a usted, le aseguro que lo mataré con mis manos si algún día me entero que la ha hecho desgraciada.
―Juro dedicar mi vida a hacerla feliz y me comprometo desde ahora en poner mi cuello a disposición de su daga si falto a mi promesa.
Ya salía por la puerta cuando me retuvo la que había fungido como mi mujer y sin importarle la presencia de su sonriente novio, me dijo al oído:
―Te amo Robinson y siempre te amaré, pero supe que mi destino no estaba a tu lado cuando entre sueños y a pesar de mis caricias, seguías pronunciando el nombre de tu Elizabeth. Solo deseo que te hagas rico en compañía de mi futuro marido y puedas retornar a sus brazos.
Tras su inesperada confesión corrió en busca del consuelo de don Lope, recibiéndola éste con un abrazo. Sin nada más qué hacer ni qué decir, volví sobre mis pasos y ante el desconcierto de Mariana, su amo se derrumbó sobre la cama y empezó a llorar…