Horas después, Gonzalo despertó con la colombiana abrazada a él. Viéndola dormida, el sentimiento de culpa por la escena que él y su criada habían protagonizado la noche anterior en la cocina, no lo dejaba ni respirar. Asumiendo que, en su caso, se había dejado llevar por el dictado de sus hormonas, le aterrorizaba pensar que Antía sintiera algo por él. En silencio e inmóvil, se puso a repasar los casi diez años que esa preciosidad llevaba viviendo en su casa, empezando por el día en que la conoció cuando se acababa de divorciar.

            «Estuve a punto de no contratarla. Me pareció demasiado joven y bonita», meditó rememorando la chiquilla recién llegada de Galicia que le mandó la agencia: «E imbécil de mí, temí que Alberto se enamorara de ella».

            Al recordar que parte de sus reparos habían sido que su belleza afectara a su hijo y éste cayera embobado en sus redes, se preguntó cuándo se había transformado en la anodina mujer que, ocultando su atractivo, deambuló por su casa tanto tiempo:

            «Fui yo quien la obligó a taparse», rememorando un día en que la descubrió bailando mientras ordenaba el salón y echándole la bronca, la exigió que si quería seguir trabajando en la casa debía de comportarse de manera discreta.

            Como si se le hubiese caído un velo, reparó entonces en sus lágrimas, en su expresión desolada mientras era sermoneada por él.

            «¿Cómo no me di cuenta de la angustia que sintió al sentir que podía echarla de mi lado?», se preguntó.

            A partir de ese momento, descubrió asombrado el cariño sin límite con el que siempre lo trató, en el amor que le demostró mientras lo cuidaba las mañanas de resaca, en su ternura cuando lo veía hundido tras un día funestó en la oficina y sobre todo el dolor de su voz cuando le pasaba el teléfono cuando alguna amiguita preguntaba por él.

            «¡Siempre ha estado enamorada de mí!», concluyó con el corazón a mil por hora al comprender también que para él esa mujer era una pieza esencial en su vida y que no podía pensar en perderla.

            Asustado por la conclusión a la que había llegado, supo que la noche anterior era el punto y final de la relación que hasta entonces habían mantenido y que, si no hacía algo por remediarlo, Antía haría las maletas para no volver. Por ello, zafándose del brazo de su pareja, corrió escaleras abajo en dirección a su dormitorio. Tal y como se había imaginado, observó que había hecho el equipaje y sin meditar sus actos, entró al baño donde la encontró duchándose.

            ― ¡No puedes marcharte! ― exclamó y obviando su desnudez, entró con ella bajo el agua.

            Tras la sorpresa inicial, no se lo pensó dos veces y se metió con ella. Ésta lo recibió con besos. Besos tiernos, pero no por ello menos posesivos, que le supieron a gloria:

            ―Te amo― se escuchó decir mientras confirmaba que esos sentimientos eran compartidos.

            Al escuchar sus palabras, la tierna entrega de la pelirroja se transformó en desenfrenada pasión y antes de que se diese cuenta, lo estaba desnudando mientras pedía que la hiciera su mujer.

―Ya lo eres, siempre lo has sido― contestó mientras hundía la cara entre sus pechos.

Los pezones de Antía recibieron avergonzados sus labios y Gonzalo no pudo más que lamentarse al tomar esos duros y excitados botones entre sus dientes:

―Perdona, ahora sé que debía haberte hecho mía hace años. Fui un imbécil.

Usando sus mismas palabras, respondió:

―Soy tuya, siempre lo he sido.

Al ratificar la meiga lo que ya sabía, no vio necesidad de esperar y tomándola en brazos la llevó hasta la cama.

―Ámame, te lo ruego― sollozó desde las sábanas.

 Respondiendo a su llamada, se tumbó junto a ella y volvió a besarla. Al hacerlo su pene entró en contacto con el tesoro que tanto ansiaba conquistar y lo halló anegado. Urgido por la necesidad de hacerlo suyo, se disponía a poseerlo cuando a su espalda escuchó:

―Ten cuidado. Esa boba, nuestra boba, es virgen.

Girándose hacia la puerta, vio a Estefany que se acercaba sonriendo y no supo que le sorprendió más, si enterarse que su criada jamás había estado con un hombre, que la morena no se hubiese mosqueado con la escena, o que de algún modo lo aceptara. Todavía estaba tratando de aclararse cuando de pronto, llegando hasta el lecho, la colombiana se agachó y la besó diciendo:

―Aunque nunca puedas perdonarme, deja que seamos los dos quienes te amemos.

El gemido de deseo que brotó de la pelirroja evitó que Gonzalo se siguiera luchando contra la urgencia que sentía por hacerla suya, pero en vez de poseerla directamente, se deslizó por su cuerpo dejando un surco con la lengua sobre su piel todavía mojada. Al llegar a su rojizo y cuidado bosque, usó sus dedos para separar los pliegues de su entrada e ilusionado descubrió que la latina, su dulce y autoritaria latina, no había mentido al ver la tenue telilla que confirmaba la virginidad de Antía. Asumiendo que debía ser cuidadoso para que ese día fuera inolvidable, cató por primera vez el sabor de la gallega y lo halló delicioso. Hasta su hombría estuvo de acuerdo alzándose todavía más mientras le daba un primer lametazo.

―Mi amor― sollozó la pelirroja.                                                                         

Al levantar la mirada, no supo si él era el culpable de ese suspiro o si acaso lo había provocado Estefany al verla devorando entusiasmada los pechos de la su criada. Curiosamente, ¡no le importó! Y retornando entre sus piernas, reanudó sus caricias concentrándolas en el inhiesto botón rosado que las esperaba.

Usando la lengua como el pincel de un artista dibujó sobre su clítoris las letras del documento que los haría uno y no tres de por vida mientras a sus oídos llegaban nuevos y más apasionados gemidos de la chavala. Por eso no le pilló desprevenido cuando de improviso del interior de Antía brotó un cálido geiser que impactó contra su cara mientras se corría.

―Cariño mío, a partir de hoy, no necesitaré ningún hechizo para que ambas seamos felices con nuestro hombre― susurró la morena mientras la que había intentado esclavizar gozaba de una serie concatenada de orgasmos.

Sin entender a qué se refería, Gonzalo siguió socavando con la lengua las últimas defensas de la pelirroja hasta que, apiadándose de ella, la bruja le exigió que sellara el destino de todos los de la casa, poseyéndola.

―Hazla eternamente nuestra. Tómala en mi nombre y en el tuyo, para que esta zorra sepa quiénes somos sus dueños.

 Alucinado al ver que, obviando el insulto, separaba todavía más sus rodillas mientras sonreía, comprendió que dándole entrada confirmaba palabra a palabra lo dicho por la latina.

― ¿A cuál de los dos deseas?

―A ambos, al hombre que amo desde que me acogió cuando más lo necesitaba y a la puta que intentó robármelo.

Las risas de la ofendida menguaron sus dudas y tomando la erección que lucía, comenzó a jugar con su glande entre los húmedos pliegues de la mujer que ahora sabía que amaba.

―Por dios, Gonzalo. ¡Cógetela ya! ¡No ves que lo necesita! ― exclamó la morena al ver que sus miedos prolongaban el martirio de Antía.

Lentamente, el maduro fue sumergiendo su virilidad en ella hasta toparse con la frontera física que impedía su avance.  Sin atreverse a traspasar su himen, Gonzalo miró a la pelirroja y tras comprobar en el brillo de su mirada que le daba permiso de continuar, con un breve empujón de sus caderas mandó al olvido la virginidad de la meiga.     

― ¡Por fin! ― rugió al ver dolorosa pero placenteramente asaltada su intimidad. 

Respondiendo a su gritó, la morena se fusionó con ella en su beso mientras azuzaba al que ya consideraba esposo de ambas que continuara tomándola. Éste comprendió cuál era su función y esperando unos momentos a que se acostumbrara, comenzó a moverse con estudiada lentitud. El dolor que sentía la pelirroja no tardó en mutar en placer y mientras su lengua jugaba con la de Estefany, ajustó sus movimientos al ritmo creciente de Gonzalo. Disfrutando con cada penetración, con cada vez que su glande chocaba contra la pared de su vagina se supo en el paraíso y no le importó exteriorizar su gozo mediante alaridos de placer.

Al oírlos, la cría se levantó y abrazando a su hombre por detrás, le rogó que siguiera amando a Antía. Los gemidos de la pelirroja y la presión de los pechos a su espalda, le obligaron a obedecer e imprimiendo ya un ritmo alocado a su galope, fue en busca del placer de los tres.

Por extraño que parezca, la primera en precipitarse en brazos del orgasmo fue la hispana que sintiendo cada empellón como si lo diese y lo recibiera ella se corrió antes que nadie. El segundo en sucumbir fue el maduro que contagiándose del gozo de la morena derramó su semilla en el interior de la gallega. La novicia en esas lides al notar en su vagina las explosiones de su adorado y que su coño se cerraba como si deseara conservar ese blanco regalo en su interior, dando un largo y estridente berrido cayó inmóvil sobre las sabanas mientras experimentaba una felicidad sin par.

«La oveja descarriada de la hermandad tiene ya un hogar», suspiró con una sonrisa de oreja a oreja mientras su esposo y su esposa la besaban dándole la bienvenida.

Durante unos minutos ninguno de los tres hizo nada por reanudar las caricias hasta que, quejándose del tamaño de esa cama, Estefany les pidió pasarse a la que llevaba poco más de un mes compartiendo con Gonzalo. Aceptando la sugerencia, se incorporó y se acercó a ella. Creyendo la colombiana que venía a abrazarla, extendió los manos confiada. Por eso no vio venir el tortazo que la dejó espatarrada en el suelo.

―Eso es por mi madre, ¡zorra! ― gritó la meiga y sin compadecerse de ella, abrió un cajón de dónde sacó el bote donde guardaba la poción.

Al lanzarle el recipiente, la joven bruja lo abrió y oliéndolo descubrió en su interior el aderezo que había hecho tan sabrosos sus guisos.

― ¡Serás puta! ¡Me has hechizado! ― exclamó al saberse engañada…

18

A seis kilómetros del chalet, el despertar de Patricia no fue tan placentero. Con el cuerpo molido por la perversa forma en que había sido tomada durante horas, abrió los ojos atada a los pies de una cama y en una habitación que tardó en reconocer. Por unos instantes no supo cómo había llegado allí, hasta que el escozor de la piel de su trasero le obligó a recordar que Ricardo Redondo la había llevado hasta el hotel Ritz diciendo que su apartamento no cumplía los estándares que él exigía para pasar la noche. Ya despierta, aterrorizada, notó que alguien la observaba y al girarse en busca de quién, el dolor que le provocaron las sogas anudadas a su cuello fue un recordatorio del suplicio que había experimentado a manos del padre de su amiga.

            ―Espero que hayas conseguido dormir― oyó que el hombre le decía mientras desayunaba.

            Ni siquiera intentó contestar, la mordaza que todavía llevaba en la boca se lo impedía y por ello, derramando dos gruesas lágrimas, se echó a llorar.

            ―Yo en cambio hace años que no dormía tan bien― siguió hablando encantado al ver el sufrimiento de la chavala que había esclavizado la noche anterior. 

            Y con el recuerdo de los gritos que esa rubia pegó mientras le estrenaba el trasero, se fue a duchar dejándola tirada como un fardo en el suelo del cuarto. Mientras el agua caía sobre su cuerpo, el latino supo que la belleza de su nueva esclava solo era un mero divertimento hasta que recuperara a la joven que había adoptado tras acabar con sus verdaderos padres.

«Para cumplir mi destino, necesito sus poderes», se dijo molesto consigo mismo por no haber culminado su entrega poseyéndola.

Asumiendo que esa morena debía volver a su lado para poderse apropiar de sus dones mágicos, se puso a pensar en el error que había cometido al no incluir el aspecto sexual en su educación.

«Al querer que su magia floreciera antes de hacerla mía, me equivoqué», pensó rememorando lo sucedido el día en que la comunicó que debía culminar su aprendizaje convirtiéndose en su amante. «Nunca me esperé que se negara y menos que echara a llorar diciendo que era mi hija».

Meditando sobre ello, comprendió que también había errado cuando tras rechazarlo, no solo le había contado la verdad de su origen, sino que la había dejado marchar pensando en que recapacitaría en vez de hacerla suya por la fuerza.

«Si la hubiese violado, ahora mismo estaría besando el suelo que piso», concluyó poniendo como ejemplo a la muchacha que permanecía atada en su dormitorio. Aunque seguía resistiéndose, era cuestión de tiempo en que ya no necesitara usar sortilegio alguno para retenerla.

Pensando en ello, salió de la ducha y acercándose a ella, la liberó. Su expresión desolada fue un acicate que avivó su lujuria y con un mero chasquido de dedos, ordenó que lo secara.  Por mucho que Patricia intentó desobedecer se vio cogiendo una toalla.

― ¿Qué carajo esperas? ― la azuzó mientras disfrutaba viendo las lágrimas que corrían por sus mejillas.

Queriendo huir, algo de su interior la forzó a someterse y cayendo sobre sus rodillas, empezó a llorar mientras se disponía a acatar su orden. Su dolor se intensificó al sentir que su interior dejaba de revelarse y una extraña excitación se comenzaba a apoderar de ella cuando comenzó a pasar la franela por la piel del hispano.

«¿Qué me ocurre?», se preguntó al notar la humedad creciente de su entrepierna.

Las risas de Ricardo exigiéndole seguir incrementaron su humillación, pero absurdamente al llegar a su erección, ésta se le antojó irresistible y sin que se lo tuviera que mandar se puso a lamerla como si le fuera la vida en ello. No comprendiendo por qué lo hacía, se sintió obligada a abrir los labios y a incrustar en su garganta la hombría de su señor. Al caer en cómo se había referido a su agresor, se sintió escandalizada y excitada por igual y sin dejar de impregnar con sus babas ese trabuco, notó que su cuerpo era pasto de un incendio.

― ¡No quiero! ― gimió en voz al notar la calentura que la corroía al sentir la verga del padre de Estefany entrando y saliendo de su boca.

 Escuchar a la cautiva exteriorizando su angustia, lo excitó de sobre manera e imaginando que no era ella sino su amiga a la que se estaba follando oralmente, convirtió su pene en un martillo neumático con el que demoler sus últimas resistencias.

―Puta, deja de llorar y disfruta de los mimos de tu dueño― la ordenó mientras con las manos la obligaba a embutirse la totalidad de su miembro.   

Las arcadas de Patricia intentando repeler su ataque aguijonearon su excitación. Deseando que su humillación se intensificara y mientras se dejaba llevar, le hizo saber que debía tragarse el semen que estaba derramando en su interior. La chavala sintió que su ser entraba en ebullición al saborear el blanco fruto de su ignominia y contra todo lo que le dictaba la razón, se vio abrumada por el placer cada vez que notaba una nueva explosión del pene de Ricardo contra su paladar. La intensidad del orgasmo que asoló sus neuronas fue tal que ya sin ser obligada buscó exprimir ese manjar mientras soñaba con ser tomada por él.

Por eso, todavía estaba gozando de los últimos coletazos de placer, cuando incomprensiblemente se puso a cuatro patas frente a su captor para que la usara. El colombiano conocedor de la urgencia que sentía, decidió premiarla con su desdén y dejándola insatisfecha en mitad de la habitación, se comenzó a vestir pensando en cómo hacer llegar a Estefany el triste destino de su amiga. Ni siquiera había acabado de ponerse el cinturón, cuando mirando la desdicha de la joven decidió incrementarla para que ella misma fuera la vía con la que notificar a la bruja su presencia en Madrid.

―Mi hija se va a reír cuando compruebe que ya eres mía.

La rubia sintió que su corazón se partía al oír que ese hombre implícitamente le acababa de decir que había sido traicionada por su amiga y que ésta sabía que su padre la tenía cautiva y que incluso que era algo que lo aceptaba con alegría.

Ricardo, contemplando la derrota en su rostro, se acercó y devolviendo a su víctima el móvil, añadió:

―Si no me crees, llámala.

Con el teléfono entre sus manos, se derrumbó echándose a llorar al saberse sola y que sería incapaz de teclear su número. Por eso, quiso morir. La desesperación que la dominaba no la dejaba pensar y como si fuera un salvavidas al que asirse, la muchacha recordó a la gallega y su cariño. Aferrándose a él, buscó su nombre en la pantalla y la llamó.

Al verla, el maldito que la había secuestrado sonrió creyendo que estaba llamando a su hija para recriminarle su actuación y por eso no tuvo tiempo de reaccionar antes de que Patricia implorara ayuda.

―Antía, estoy en el hotel Ritz donde el padre de Estefany me ha violado. Por favor, avisa a mi padre.

Quitándole el aparato, lo tomó y fue él quien escuchó a la gallega pidiéndola que se calmara y que en ese momento iba a llamar a la policía para que la rescataran.

―No sé con quién estoy hablando, pero yo que usted no lo haría. A no ser que quiera verla muerta. 

Del otro lado de la línea, la pelirroja enmudeció y presentándose le rogó que no la hiciera daño.

―Dígale a su jefe que si quiere volver a ver a su pequeña que me devuelva lo que me ha robado― contestó y sabiendo que no tardaría en hacer llegar el mensaje a Gonzalo, colgó…

En el chalet de Mirasierra, Antía se quedó pensando sobre cómo debía actuar al temer que, si se lo contaba al padre, éste quisiera ir de frente a recuperar a su retoño. Conociéndolo, sabía que no dudaría en dar la vida por ella y por eso decidió, antes de informarle a él, comentárselo a Estefany. No en vano, la colombiana era la que mejor sabía lo que podía ser capaz de hacer el hombre bajo cuyo mando había vivido.  Por eso, reuniendo fuerzas, fue en su busca.

La morena, ajena a los negros nubarrones que se cernían sobre ella, estaba tranquilamente estudiando uno de los libros sobre magia que la meiga atesoraba en su cuarto.

―Cariño, acabo de saber que nuestro enemigo tiene a Patricia en su poder.

Dejando el grueso volumen sobre la mesa, la miró impactada y con lágrimas en los ojos, pidió que le explicara cómo se había enterado. Al explicárselo, la bruja se echó a llorar diciendo que debía canjearse por su amiga.

            ―Ella no es culpable de que mi padre desee mis poderes― sollozó.

            ―No es tu padre, sino el hombre que te adoptó― le recriminó mientras se negaba a aceptar que se entregara, ya que al hacerlo se volvería todavía más peligroso.

            ― ¿Entonces qué hacemos? Tenemos que actuar y liberarla.

La meiga dio por sentado que tenían que hacer algo, pero no sabía el qué. Meditando sobre ello, recordó que el magnate desconocía que ella era una maga al menos tan poderosa como la morena y mucho más educada que ella en las artes mágicas.

―Vamos a por él, pero las dos juntas. Para Ricardo, soy solo la criada y nunca se esperará que yo lo ataque. Haz una cosa, llámale y queda con él en el parque del Retiro en dos horas.

― ¿Para qué quieres ese tiempo? ― Estefany preguntó.

―Para contactar con mi madre y que nos aconseje― contestó mientras sin esperar su respuesta cogía el teléfono y la marcaba.

Mientras la escuchaba explicar a doña Bríxida lo sucedido la colombiana recordó que esa anciana debía de odiarla al saber que estaba detrás de su ictus y por eso, se quedó aterrorizada cuando Antía le pasó el móvil diciendo que su vieja quería hablar con ella. Esperándose al menos una reprimenda, lo acercó al oído y tras presentarse, no supo qué decir cuando esa señora le hizo la última pregunta que se hubiese imaginado:

― ¿Amas a mi hija?

Con el alma en un puño, se quedó pensando.

―Sí― consciente por primera vez de sus sentimientos, impresionada, contestó.

― ¿Estás dispuesta a abandonar el lado oscuro de la magia y entrar en nuestra hermandad?

―Sí― nuevamente respondió.

―Entonces, hoy he ganado una hija. Ve con ella y vence al maligno.

Incapaz de contener su alegría, la joven bruja se puso a sollozar al sentirse parte de una familia tras toda una vida de huérfana.

―Madre, desde ahora, juro que dedicaré mi existencia a luchar a su lado, aunque eso me acarree la muerte.

La anciana supo que era sincera y pidiendo que le volviera a pasar a Antía, la aconsejó leer el libro que había escrito doña Maria de Zozoya antes de enfrentarse a su adversario. No queriéndole contestar que dudaba que tuviera la oportunidad de hacerlo, la informó donde lo podía encontrar porque jamás lo había visto.

―Lo sé, mi pequeña. Pero no te preocupes, previendo que ibas a necesitarlo te lo metí en la maleta disimulando su contenido bajo las tapas de un libro de cocina.

No tuvo que darle más detalles al rememorar que antes de dejar Galicia, su madre había insistido en que se llevara una recopilación de recetas y despidiéndose de ella, cortó la comunicación.

―Llama a nuestro adversario y queda donde pactamos― dijo a Estefany mientras salía corriendo a su cuarto por el libro que le había aconsejado leer.

Al volver con él bajo el brazo la llamada con el magnate había terminado y la morena estaba llorando.

― ¿Qué te ha dicho? ¿Has conseguido quedar con él? ― preguntó la gallega.

―Sí, pero no en el Retiro. Me verá en dos días en… ¡Bogotá!

19

Durante casi una hora, las dos mujeres estuvieron discutiendo sobre la conveniencia de llamar a Gonzalo a su oficina e informarle. Pero, tras ver los pros y contras de lo que conllevarían, ambas decidieron que no debía enterarse porque el decírselo no les supondría ninguna ayuda y, al contrario, se convertiría en un estorbo al saber que insistiría en acudir con ellas a la cita.

            ―Como no tiene ningún tipo de poder mágico, su presencia no nos aportaría nada― concluyeron.

Conscientes de ello, se metieron en internet y sacaron dos billetes a Colombia. Como su vuelo no saldría hasta el día siguiente, vieron oportuno seguir el consejo de la anciana y leer juntas el libro que les había recomendado. Por ello, se sentaron juntas en el sofá y se lanzaron a su lectura. Desde el inicio, se percataron que eran las memorias de la pareja:

“Como antigua abadesa del convento de María Auxiliadora, yo, María de Zozoya quiero a bien rasguear estas letras por si en una ulterior época sirven de iluminado camino a todas aquellas que se vean inmersas en mis mismas tribulaciones. Sabedora de mi infortunio y que mis días están prestos a acabar, he de recalcar que no aborrezco al verdugo que prenderá la pira donde entre gran sufrimiento feneceré, sino a la mano oculta que la guiará para hacer de mí su venganza.

Por ello, es menester que emprenda esta mi historia relatando mis orígenes hijodalgos, que mi sangre no viene contaminada de raza morisca ni judaica y aunque ya no importa soy resultado de una larga estirpe de mujeres que han visto en la magia la azada de la que me valí y se valieron para paliar las penurias de sus convecinos. Se han referido a mi persona como bruja, me han acusado de amancebarme con cuanta doncella se ha cruzado a mi paso. Han creído necesario denigrar mi obra señalando que he practicado magia negra, que he sacrificado infantes en un altar a mayor gloria del maligno.

La primera acusación no puedo negarla, estoy orgullosa de ello. Las demás imputaciones que han versado sobre mí, mi deseo es refutarlas. Mi actuar jamás se ha gobernado por un espíritu libidinoso y aunque asevero haber destilado emociones carnales por mi amada Rosana, mi apetito quedó satisfecho con ella y, por ende, jamás busqué otros labios de fémina alguna que no fuera ella.

Que se me calumnie de nigromancia debería despertar mi hilaridad, pero si no lo hace es menester a que los que consuman ese pecado son los mismos que me enjuiciaron.  El más notorio entre ellos es don Benigno Carvajal, el hombre con el que contraje nupcias siendo todavía mozuela y que fue el instigador del proceso por el que me veo rea y por el cual seré ajusticiada por la Santa Inquisición.

Observando en esas líneas que la versión era la misma que les habían contado al ser poseídas por ellas, continuaron leyendo con total interés:

Con dolor rememoro, el funesto amanecer en que mi reverenciado padre y mi aún más amada madre instaláronme en sus manos pensando que era un buen partido y que junto a ese noble de rancio abolengo su creatura sería dichosa. He de manifestar sin afeamiento alguno que enturbie mi descernimiento que durante un breve lapso mi existencia fue feliz y bajo su amparo perfeccioné mi saber en las artes que heredé de mis predecesoras.

Ese radiante periodo alcanzó su culmen el día en que llegó a nuestro hogar una damisela arribada de ultramar a la que acogí como criada sin saber que ultimaríamos bebiendo de amor entre nos. Doña Rosana María Guajardo y Esquivel llegó siendo una chiquilla insensata a la que debía como su ama rectificar constantemente para hacer de ella una buena doméstica, pero he de confesar que no tardó en demasía en convertirse en mi adorado con la que descubrí el significado verdadero de lo que era amar.

Llegadas a esa página, se miraron entre ellas y tomándose de la mano, continuaron con la lectura queriendo ver cómo María y Rosana habían terminado siendo amantes:

Con total devoción por el anhelo que conllevamos, debo narrar que un buen día tras una de sus continuas travesuras estaba intentando reformar su proceder cuando tuve a bien hacer escarnio en su trasero colocándola sobre mis piernas. Sabiendo justo mi actuar, levanté el vuelo de su vestido y no apiadándome de ella, di rienda a mi enfado propinando duros mandobles sobre sus prietas posaderas. Los gritos de la doncella pidiendo mi perdón no menguaron mi castigo y menos cuando alborozada comprobé que ese ser atormentado me rogaba que siguiera de castigando su felonía con mayor rudeza. Dominada por una sensación en la que jamás me había visto envuelta, sentí que era mi deber prolongar e incrementar los golpes con la que la estaba educando al contemplar su gozo.

―Menuda hija de perra fue tu antepasada― rugió muerta de risa Estefany al leer el rudo modo en que estaba educando a su criada. 

Y no fue hasta que la piel que estaba locamente martirizando ya sangraba cuando avergonzada vi necesario calmar su sufrimiento. Avergonzada por mi proceder y deseando compensar el dolor que la había causado, la llevé hasta mis aposentos donde poniéndola sobre la cama usé mis labios para paliar los daños de mi insensatez. 

―Mi dulce señora― recuerdo su voz al sentir mis besos en la zona que había agredido tan ruinmente: ―No se compadezca de esta su sierva y véndala al mejor postor antes de seguir.

―En cambio la tuya fue una puta masoquista que disfrutaba con los golpes de la mía― contestó Antía al saber el efecto que habían tenido estos en ella.

Al escuchar sus necias palabras en las que me pedía que me desprendiera de ella, quise acallar su boca con la mía y por primera vez me sentí impulsada a adorarla. Sé que Rosana era víctima de los mismos impulsos cuando obviando el papel en la casa llevó sus manos a mis senos y sacándolos de mi corpiño se puso a mamar de ellos como si fuera mi querubín.

El gozo sin par que nubló mi entender me impulsó a despojarme del resto de la ropa y ya desnuda, la azucé a imitarme. La ternura de sus besos y la calidez de su piel restregándose contra la mía fueron el acicate que necesité para irme deslizando por ella hasta llegar a la unión de sus muslos. La hermosura del tesoro que debía haber permanecido oculto a los ojos de todo buen cristiano y por tanto a los míos me pareció la manzana de la que hablaban las sagradas escrituras y sabiendo que conllevaría mi expulsión del paraíso, no pude más que hundir la cara y como Eva la mordisqueé.

Para entonces colombiana y gallega eran incapaces de seguir leyendo al sentirse reflejadas en el escrito.

El dulce sabor que descubrí entre sus piernas fue el elixir con el que tanto había soñado y mientras a mis oídos el sonido de sus sollozos llegaba, seguí pecando con doloroso interés. Cuanto mayor era mi afán en sacar el manantial que manaba de la moza, mayor era el caudal que brotaba de ella e impulsada por una lasciva sed que necesitaba saciar seguí devorando su virtud mientras la joven gemía desconsolada al ser objeto involuntario de mi lujuria.

― ¿Gemía desconsolada? La muy zorra se estaba corriendo― desternillada comentó Estefany sin caer que estaba hablando de su antepasada.

―Debe ser cosa de familia― respondió Antía, pellizcando uno de los pezones de la morena: ―Tú eres igual de calentorra.

No pudo ni negarlo ni evitar pegar un suspiro al sentir las yemas de la pelirroja sobre sus pechos y bastante más avergonzada de lo que era habitual en ella, quiso seguir leyendo, aunque no pudo. Por mucho que intentaba concentrarse en el libro, todo su ser estaba atento a las caricias que estaba recibiendo, por lo que dejando de disimular se dio la vuelta y besó a la criada.

― ¿Qué le vamos a decir a Gonzalo para explicar que nos vamos juntas? ― preguntó mientras le mordía los labios.

Al sentir sus tiernos mordiscos, contratacó lamiendo las mejillas de Estefany:

―Deja de jugar y piensa― suspiró excitada.

A pesar de la urgencia por planificar su marcha, ninguna de las dos pudo evitar caer en los brazos de la otra y dejando a un lado el resto, se comenzaron a besar.

― ¡Te necesito!

Antía no necesitó oír nada más y empujándola contra la pared, se arrodilló a sus pies. La belleza de la hispana la tenía absorta y metiendo la cabeza bajo su vestido, la empezó a devorar. En cuanto, Estefany sintió sus manos bajándole la ropa interior y a su lengua recorriendo los pliegues de su coño en busca de su clítoris, separó las piernas.

―Zorra― gimió al notar que un dedo se introducía en su interior mientras que con los dientes mordisqueaban su botón como si de un hueso de aceituna se tratara.

Necesitada de desfogarse, forzando su cabeza, le pidió que se diera prisa, que le urgía correrme en su boca. Al oírla, la gallega profundizó sus caricias, lamiendo y penetrándola con la lengua mientras sus dedos se concentraban en el vértice de su coño. Hambrienta, recibió las primeras oleadas de placer.

―No pares― con las piernas temblando, musitó.

― ¡Puta!¡Córrete! ¡Hazlo ya! ― su pareja le gritó consciente de que necesitaba alcanzar el gozo.

El insulto la espoleó y acelerando sus movimientos, se dejó llevar en volandas a un intenso éxtasis. Al saborear el flujo de la brujita, la pelirroja se trastornó y, totalmente poseída por la pasión, buscó su propio placer, masturbándose. Una arrodillada y la otra de pie, se corrieron gritando y gimiendo sin pensar en nada que no fuera el orgasmo que las embargaba.

―Llévame a la cama― suspiró la morena, necesitada de más caricias, mientras la ayudaba a levantarse.

Al llegar a la habitación, la ropa les sobraba y se comenzaron a desnudar presas de la excitación.

― ¡Qué bella es la guarra que me embrujó! ― Antía murmuró al verla ya desnuda sobre las sábanas.

Estefany sonrió y dando una palmada en el colchón, la llamó a su lado mientras se ponía a gatas sobre la cama.

―He sido mala y me merezco unos azotes― poniendo su culo en pompa, recalcó.

Sin llegarse a creer que quería que le diera una azotaina en su trasero, pero interesada en comprobarlo, Antía se puso a su espalda y le dio una sonora palmada en sus nalgas. Estefany no se quejó. En más, levantó un poco su trasero pidiendo más.

― ¿Quieres guerra? ― divertida susurró a la colombiana mientras le soltaba otro azote, éste más duro.

Como la mujer de la que descendía había hecho en el pasado, su amante se mantuvo impertérrita, sin moverse. Eso provocó que ya con confianza y usando ambas manos, empezara a castigar sus cachetes alternativamente cada vez más fuerte.

«No puede ser que le guste», pensó cuando con la piel colorada la escuchó gemir de placer.

Sorprendida e interesada, se percató de que su sexo manaba de placer goteando sobre las sábanas.

«Está disfrutando», comprendió y para cerciorarse, introdujo dos dedos en su vulva.

La prueba que buscaba no tardó en llegar al comprobar la cantidad de flujo que manaba de ella cuando se puso a hurgar en su interior. Satisfecha, se llevó los dedos a la boca y probó su textura sin imaginarse que al verla haciéndolo, pegando un grito, Estefany se desplomara sobre el colchón y menos que empezara a correrse retorciéndose como una posesa.

El orgasmo de la hispana incitó su imaginación y dejándola sola sobre la cama, corrió a la cocina por unos aditamentos que deseaba probar en ella. Al volver, Estefany seguía tumbada y eso le permitió ir colocando estratégicamente una a una las fresas que había traído sobre su piel. Satisfecha del resultado, Antía cogió el bote con la nata y con un cuchillo fue untando, cada fruto con cuidado, evitando que rebosara en exceso y si lo hacía, usando el filo, recogía lo sobrante mientras la joven se mantenía quieta todo el tiempo. Viendo en su respiración agitada hasta qué grado esas maniobras le estaban afectando, comentó:

―Las fresas se ven deliciosas en ti. Solo espero que no se te ocurra cambiarlas de sabor llenándolas de flujo.

Tras avisarla que debía evitar excitarse, cogió entre los labios la que había colocado en su boca, pero al retirar la nata con la lengua, la morena creyó que quería un beso.

―No te muevas.

 Estefany cerró imperceptiblemente las piernas al oírla mientras la pelirroja comenzaba a degustar los trozos de su cuello. Alertada de que debía abstenerse de moverse, con las venas marcadas por la tensión, soportó estoicamente que se comiera las fresas que nacían en sus clavículas.

―Eres una zorra perversa― rugió al saberse a su entera disposición.

Con cuidado para que no se cayeran, Antía siguió devorando el resto que había colocado sobre su piel, rebañando la crema sin dejar más que el rastro húmedo de su saliva mientras su amante, con la piel de gallina, no emitía el menor ruido.

Encantada por su completa sumisión, la pelirroja al recoger la cosecha de sus pechos no se conformó con el fruto, sino que, mordisqueando pacientemente sus pezones, buscó que excitarla aún más y que se corriera antes de llegar al que decoraba su sexo.

―No aguanto más― musitó ésta maravillada por las sensaciones que experimentaba.

―Tienes prohibido moverte y hablar― respondió la gallega segura de que si antes, al torturarle delicadamente los pechos, no había fallado, cuando con la boca recogiera de su ombligo el enorme fresón que había colocado en su interior, iba a sucumbir.

«Se va a correr», pensó cuando ya estaba a escasos centímetros: «No va a poder aguantar».

Pero sorprendiéndola, como si fuera una estatua griega, Estefany soportó impasible las crueles caricias de la lengua de su amada.

«Lo está consiguiendo», se dijo la pelirroja mientras terminaba de masticar la fruta antes de lanzarse sobre la última etapa de su viaje.

Su propio sexo estaba sobre excitado y le dolían los pezones, prueba de que le urgía terminar para que la boca de la morena saciara el hambre que la estaba consumiendo. Por ello, estuvo a punto de masturbarse, necesitaba el contacto de unos dedos acariciando su atormentado clítoris.

«¡No debo hacerlo!», se repitió insistentemente al notar que su olor la estaba volviendo loca y que era ella, la que realmente lo estaba deseando: «Tengo que obligarla a que se corra».

Por ello, prosiguió el camino y separando las piernas de la morena, abrió el hueco que requería. Aprovechando su entrega, siguió bajando por su cuerpo mientras con la lengua retiraba la nata de su pubis sin llegar todavía a la frontera de sus labios.

«¡Cómo la deseo!», pensó al recoger con los dientes la fruta incrustada en la entrada de su gruta.

Sabiendo que era una de sus últimas oportunidades de hacer que se corriera, usó la áspera piel de fresón para acariciar el clítoris de su amada. Envalentonada al oír un leve gemido, abrió sus pliegues y usando la lengua a modo de cuchara recorrió todo su sexo. Para entonces, la excitación de Estefany era palpable, sus labios estaban completamente hinchado y su botón erecto.

«Estoy a punto de correrme», reconoció preocupada mientras introducía un dedo en su vagina: “Tengo que darme prisa”.

Deseosa de vencer, profundizó su acoso añadiendo dos yemas más al tiempo que mordisqueaba su clítoris con los dientes. Cabreada al ver que como le había obligado a no excitarse y que la morena estaba cumpliendo a rajatabla sus instrucciones, comprendió que tenía que hacer algo o habría perdido. Desesperada, se levanté y cogiendo un cepillo de la mesilla, de un solo golpe se lo incrustó hasta el fondo.

― ¡Maldita! ― la colombiana gritó al sentir asaltada su cueva, pero siguió sin correrse.

Sintiéndose perdida, la pelirroja comenzó a sacar y a meter el mango sin importarle el sufrimiento de Estefany porque para entonces no podía pensar más que en vencer. Por ello, mojando dos dedos en su propio flujo, embadurnó el inexplorado camino trasero de su amante, relajándolo.

«No va a permitirme usarla de esta forma», se dijo tratando de auto convencerse mientras untaba de nata otro cepillo y sin mediar palabra, se lo introdujo unos centímetros en su interior.

«¡Se está dejando!», pensó sorprendida.

Penetrándola alternativamente por ambas entradas, fue acelerando sus maniobras al sentir que sus propios pechos y su coño estaban a punto de explotar hasta que, alborozada, la escuchó gemir. Entonces sin mostrar piedad alguna, aceleró hasta el límite la cadencia de sus movimientos al percatarse de que Estefany se estaba desmoronando.

Viendo que todavía podía ganar, pero que debía de usar todas sus armas acercó la boca a su clítoris y lo mordió. Su amante no aguantó sentirse violada y mordida y dando un grito de angustia se vació ante sus ojos.

― ¡Sigue! ―rogó absorta en su placer: ― ¡Lo necesito!

Ese ruego fue la confirmación de su victoria y por eso no le importó seguir buscando su placer hasta que, desplomándose sobre las sábanas, quedó vencida pero extrañamente contenta.

― ¿Sabes que pienso vengarme? ― riendo le preguntó entornando los ojos.

―Lo sé, pero ahora calla y ámame.

La colombiana sonrió al escuchar su pedido y separándole las piernas, se concentró en cumplir escrupulosamente su deseo…

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