Esa mañana, Gonzalo no se podía concentrar en su trabajo. Lo ocurrido durante la noche anterior le traía preocupado. Como hombre chapado a la antigua, no comprendía que dos mujeres tan jóvenes se sintieran atraídas por él y menos que estuvieran de acuerdo a compartir su cariño.

«Para ellas, soy un viejo», rumió mientras firmaba unos documentos.

Consciente de la diferencia de edad, se puso a meditar sobre la noche anterior y muy a su pesar reconoció que había sido la mejor de su vida.

«Fue increíble», se dijo rememorando la pasión con la que se habían entregado a él, pero también entre ellas.

Hasta entonces jamás había protagonizado un trío y pensando en ello, comprendió que Antía y Estefany se habían amado sin descuidarle.

«No me sentí excluido en ningún momento», pensó al recordar la pasión con la que los tres dieron rienda suelta a su lujuria durante horas.

Profundizando en lo que había experimentado, recordó que tras quedar exhaustos habían dormido juntos en la misma cama y que esa mañana se había despertado abrazado a ellas. Pensando en ello y siendo sincero consigo mismo, reconoció que se había puesto nervioso y que por un momento temió que, al abrir los ojos, las dos mujeres le echaran en cara lo sucedido:

«Fue al contrario», meditó al rememorar la felicidad de sus rostros cuando le dieron los buenos días y que entre ambas buscaron amarlo nuevamente.

El recuerdo de sus caricias le hizo sonreír y reviviendo la escena, llegó a su mente como se habían aliado para resucitar su maltrecho sexo.

«Parecían encantadas con compartirme y de que yo las compartiera. Es como sintieran que nuestro destino era formar una familia y que quisieran cimentar una relación a tres bandas».

Ese último pensamiento le hizo preguntarse si él también deseaba que esa noche se repitiera sine die convirtiéndolas en sus mujeres de por vida. Sintiéndose un afortunado, la idea le dio vértigo y aterrorizado, supo que esa unión no tenía futuro:

«Dentro de quince años, seré un anciano mientras ellas seguirán siendo jóvenes», sentenció.

No queriendo atarlas a su vejez, decidió que debía hablar con las dos y hacerles ver que tenían que seguir caminos diferentes antes que ese recién estrenado vínculo se hiciera más fuerte. Estaba tratando de pensar en cómo iba a planteárselo cuando de improviso recibió la llamada de Alicia invitándole a comer. Por un momento estuvo a punto de reusar, pero pensando que el destino le estaba dando una nueva oportunidad con alguien de su edad, aceptó verla al mediodía sin saber que la comida sería en su casa. Asumiendo que su amiga daba por supuesto que terminarían en la cama, estuvo a punto de echarse atrás y buscar una excusa, pero entonces echando un brindis al sol únicamente preguntó si quería que llevase algo.

            ―No hace falta, pero si quieres trae una botella de vino― contestó con tono meloso, tono que le hizo saber que no se había equivocado respecto a sus intenciones.   

Como con anterioridad habían retozado juntos y la experiencia siempre había sido satisfactoria, vio en ello la ocasión de demostrarse a sí mismo que llegado el caso podía vivir sin Antía y sin Estefany. Por ello al salir de la oficina, pasó por una enoteca y tras agenciarse un buen Rioja, fue a reunirse con la abogada. Cuando le abrió la puerta y la vio, ratificó por su forma de vestir que si le había invitado era porque necesitaba un revolcón. No en vano, lo había recibido en camisón.

―Estás preciosa― comentó mientras hundía la mirada en su escote.

Nada molesta con el repaso que le dio, su amiga lo saludó con un apasionado beso que despejó sus dudas y menos afectado de lo que le hubiese gustado reconocer, tuvo que soportar que se restregara contra él.

«¿Qué estoy haciendo aquí?», se preguntó al notar que al contrario que en el pasado ese recibimiento no le había puesto cachondo.

Por raro que parezca, su falta de interés provocó que Alicia se excitara y creyendo quizás que la estaba poniendo a prueba, siguió frotándose con mayor ímpetu.

―Llevó como una moto desde que me dijiste que venías― sollozó deseosa de caricias.

Siendo un estupendo ejemplar de mujer, Gonzalo no pudo más que compararlo con las dos bellezas que le esperaban en casa y preocupado, comprendió que no le apetecía echarla un polvo al notar que bajo el pantalón su sexo seguía dormido. Aun así, intentó ponerse a tono acariciándole el trasero.

―Necesito que me folles― rugió al sentir sus dedos recorriéndole las nalgas y arrodillándose ante él, se puso a frotar las mejillas contra su bragueta mientras le echaba en cara el haberla cambiado por una más joven.

Al escuchar la queja creyó que de alguna manera se había enterado de lo suyo con Estefany y eso le preocupó, pero lejos de negarlo contestó:

―Es bastante más complaciente que tú.

Para su sorpresa, Alicia se echó a reír y sacando su pene todavía medio adormilado, le regaló un primer lametón diciendo:

―Nunca has criticado mis mamadas.

Siendo cierto que nunca se había quejado, le pareció fuera de lugar que se enorgulleciera de su pericia y soltando una carcajada, replicó que se las hacían mejores en casa.  Nuevamente, su desgana azuzó la lujuria de la mujer y antes de que pudiera hacer algo por evitarlo, se sumergió su estoque hasta el fondo de la garganta.

― ¡Mira que eres bruta! ― reclamó al sentir la violencia con la que se había apoderado de su miembro mientras se apoyaba en la pared para disfrutar de la hogareña boca de la rubia.

Es más, cerrando los ojos se puso a imaginar que era Antía la que estaba haciéndolo y sin darse cuenta dijo su nombre. Alicia al escuchar que no era ella a quien nombraba supuso erróneamente que lo había hecho a propósito. En vez de cabrearla, se excitó pensando que era un juego y como sabía que era su empleada, contestó:

―Esta chacha está deseando que la empotre su señor.

El desprecio hacía la profesión de la pelirroja lo sacó de las casillas. De haberlo pensado dos veces, nunca hubiese actuado así pero lleno de ira la levantó y con ánimo de castigarla, le desgarró el camisón. Por ilógico que parezca al verse tan abruptamente desnuda, Alicia gimió de placer y poniendo su culo en pompa, lo animó a poseerla diciendo:

―Fóllate a la zorra de tu criada.

La rubia no previó que reaccionara a esa nueva ofensa tan rápidamente y menos que le incrustara de un solo arreón la verga hasta el fondo mientras le recriminaba sus palabras pegándola un sonoro azote.

―Me encanta que me trates como una puta― suspiró sorprendida al sentir como su calentura crecía al ser objeto de esa reprimenda.

Por un breve instante Gonzalo se sintió abochornado por haberla castigado de esa forma, pero entonces le oyó gritar que se la siguiera tirando o le iría con el cuento a sus hijos de que andaba con la fulana que trabajaba en su casa. Sin caer en que la rubia estaba actuando al simular el papel de amante celosa, vio en ello una amenaza e indignado se puso a cabalgarla en plan salvaje aferrado a sus pechos. La brutalidad con la que estaba amartillando su interior la volvió loca y disfrutando como pocas veces en su vida, siguió azuzando su violencia añadiendo a la colombiana a sus insultos. Que incluyera a Estefany lo enervó todavía más y sin dejar de poseerla, Gonzalo comenzó a estrangularla mientras le hacía saber su disgusto.

Lejos de parar, al notar que le faltaba el aire, Alicia siguió amenazándolo con irse de la lengua mientras experimentaba que la calentura de su interior iba alcanzando nuevos límites con el paso de los segundos y que estaba a punto de llegar al orgasmo. Por ello, quizás tardó en reaccionar y tuvo que ser Gonzalo el que se diese cuenta del color amoratado que lucía en el rostro mientras se corría.

― ¡Qué hago! ― gritó liberando su cuello al ver lo cerca que había estado de asfixiarla.

El oxígeno al entrar en sus pulmones intensificó su clímax y sucumbiendo en el placer, comenzó a chillar que siguiera follándosela y no parara. Avergonzado por lo sucedido, pero intrigado por sus imprevistas consecuencias continuó poseyéndola sin aminorar el ritmo, lo cual provocó que la abogada encadenara una serie de orgasmos a cuál más intenso.

― ¡Por dios! ¡lléname con tu semen!

Viendo que no estaba molesta sino encantada, continuó forzando su interior con fieras cuchilladas hasta que la presión acumulada le hizo explotar. Al sentir su simiente regando su coño, Alicia se desplomó agotada y si no la llega a sujetar hubiese dado con la cara contra el suelo. Notando que era incapaz de sostenerse en pie, Gonzalo la tomó entre sus brazos y la llevó al sofá para que se recuperara. La sonrisa de satisfacción que lucía su amiga lo tranquilizó, pero aun así le costó comprender que, al reaccionar, se lanzara a besarlo mientras le daba las gracias por el placer que le había brindado. 

―Nunca creí que me gustara tanto que me trataras como una puta y ahora que lo he descubierto, no pienso dejar que pase tanto tiempo sin que me folles― sonrió mientras se acurrucaba a su lado.

Cayendo por fin en que su amiga había interpretado unos celos que no sentía como parte de un juego sexual, se quedó pensando en que al contrario de las jóvenes que lo esperaban, esa mujer lo quería solo en su cama. Cualquier otro se hubiese dado con un canto en los dientes por tener una pareja sexual tan fogosa, pero él no:

“¡Él necesitaba algo que llenara su vida y eso era lo que las dos jóvenes le ofrecían!”.

Por ello, acomodándose la ropa, se levantó y le dijo adiós, un adiós definitivo:

― ¡Búscate a otro!

Hundido tras haberlas puesto los cuernos, decidió volver a casa y reconocer su pecado antes de que pudieran enterarse por otra vía. Aunque condujo lo más rápido que pudo, cuando llegó al chalet y vio las maletas que Estefany y Antía había preparado para el viaje, creyó que Alicia se le había anticipado y que las dos jóvenes eran conscientes de su traición.  Por eso, con el corazón encogido, las buscó por la casa para que lo perdonaran. Las halló en la cocina tomando un café y malinterpretando sus sonrisas, sollozó pidiéndoles una nueva oportunidad.

            ―Sé que me he comportado como un cretino y que tenéis razón en abandonarme, pero os juro que nunca volveré a cometer ese error.

― ¿De qué hablas? ― preguntó la pelirroja al ver su angustia.

            Como ya no podía echarse atrás, lleno de remordimientos, les fue narrando su día y como al llegar a la casa de Alicia, ésta lo había intentado seducir infructuosamente hasta que se metió con ellas.

            ―No sé qué me pasó. Al escuchar que os insultaba, decidí darle un escarmiento y lo cierto es que terminé empotrándola como un bellaco. Sé que es difícil que me creáis, pero al terminar me sentí hecho una piltrafa y decidí venir a confesároslo.

            Increíblemente ambas sonrieron y acercándose a donde él seguía casi llorando, le dijeron que no importaba y que sabían que su arrepentimiento era sincero. 

            ― ¿Entonces no vais a abandonarme? ― confundido por su reacción, preguntó.

            ―Jamás abandonaría al que va a ser el padre de mis hijos. Cuando una bruja se entrega es para siempre― replicó la colombiana.

Interviniendo Antía añadió:

―Lo mismo ocurre con las meigas. Cuando una se une es de por vida y no pienso más que en la familia que los tres vamos a forzar cuando volvamos de Colombia.

― ¿A qué vais? ¿Le ha pasado algo a tu padre? Decidme la verdad, ¡quiero saberla! ― insistió preocupado por su súbita marcha.

Comprendiendo que de nada servía mentir al hombre que amaban, le pidieron que se sentara mientras le preparaban un té. No tuvo que esforzarse mucho para comprender que lo que le iban a contar no era bueno y sumisamente tomó asiento.

― ¿Qué ocurre? Sea lo que sea, lo tenemos que afrontar juntos…

21

A ocho mil kilómetros de Madrid, Ricardo Redondo acababa de llegar a su mansión llevando como rehén a la hija de su enemigo. Aunque Patricia era atractiva y pensaba seguir haciendo uso de ella, su interés no era sexual. Para él, esa joven era un mero instrumento con el cual obligar a que Estefany volviese al redil y obligarla a traspasarle sus poderes. Pero en su ruin modo de pensar, ya que la tenía a mano, lo lógico era no desperdiciar la ocasión de disfrutar saciando sus oscuras apetencias. Con tiempo de sobra para atormentarla mientras esperaba a la mujer que había educado como suya, observó el desamparo que lucía y satisfecho decidió que había llegado la hora de jugar con ella.

-Desnúdate.

Dominada por el miedo, la cría obedeció y dejando caer los tirantes del vestido, aguardó sus instrucciones. El miedo reflejado en sus ojos y su indudable belleza le divirtió:

-Acércate.

Como un autómata sin voluntad, la joven dio un paso hacia él sin intentar siquiera taparse los pechos al saber que si mostraba de indecisión o rechazo lo único que conseguiría iba a ser dolor. La resignación de su cautiva satisfizo al cincuentón y atrayéndola hacia él, le agarró de las nalgas mientras se ponía a chupar sus pechos. Con ganas de llorar Patricia se quedó inmóvil sabiendo que no debía revelar el asco que sentía por ese hombre. Su actitud sumisa exacerbó la lujuria del cincuentón al sentirse su dueño y deseando que su terror creciera, mordió los pezones de Patricia riendo:

-Cómo me gustaría que tu padre te viera en este momento.

Que ese maldito mencionara a su viejo la hizo reaccionar e intentó abofetearle. Pero lo único que consiguió fue divertirle aún más.

-Cuánto más luches, mejor- respondió al tiempo que la empujaba contra una mesa.

Indefensa, cerró los ojos al sentir que la colocaba con el culo en pompa y violentamente le separaba los cachetes.

-Por favor- sollozó asumiendo que iba a forzar analmente.

Durante unos segundos, el colombiano jugó con su pene en el hoyuelo de la chavala antes de penetrarla. Su pasividad le permitió hundir dolorosamente la verga en el culo de patricia mientras ésta se ponía a llorar. Sus berridos al ser horadada incrementaron la euforia del malnacido que, sabiéndose al mando, empezó a cabalgarla mientras azotándola con las manos abiertas le marcaba el ritmo.

-Muévete, zorra – rugió entusiasmado con la cerrazón del ojete que estaba asaltando.

Los gritos de la joven con cada estocada azuzaron al hispano y sujetándola de los hombros, aceleró su monta con mayor énfasis al notar que se derrumbaba.

-¡Haz disfrutar a tu amo!

Llorando, Patricia deseó que su suplicio terminara y que Ricardo dejara de machacarle el trasero. Por eso cuando notó que se corría llenando de semen sus intestinos, vio en el orgasmo del hombre una liberación. Pero entonces, el cincuentón la obligó a arrodillarse ante él y pasándole la polla por la cara, la hizo separar los labios.

-Chupa- le ordenó mientras se la metía hasta el fondo de la garganta.

Las arcadas de la joven lejos de contrariarlo le animaron a continuar y comenzando a follarle la boca, le exigió que dejara de llorar.

-Limpia tu mierda.

Con lágrimas en los ojos, obedeció y desesperada comenzó a lamer el pene del hombre aquel mientras rezaba que alguien la socorriera.   

-Mozuela, no desesperes. La ayuda viene en camino- escuchó en su mente.

La ternura de la voz de la mujer que hablaba en su cerebro le hizo concebir esperanzas y conteniendo las arcadas que sentía al retirar sus excrementos del pene de su agresor, le preguntó quién era.

-Una enemiga del que te agrede- fue su respuesta.

Sin llegar a comprender cómo era posible que estuviera oyéndola cuando no había nadie más en la habitación, se puso en sus manos y mentalmente le rogó que se diera prisa en auxiliarla porque no sabía cuánto iba a soportar en manos de Ricardo.

-La mujer que amas ya está en camino, pequeña.

-¿Antía?

-Así es, dulce damisela.

Creyéndola indefensa y temiendo que cayera en poder de ese desalmado, sollozó pidiéndola que no viniera, que prefería morir a ponerla en peligro.

-No temas. Tu amada es dueña de un gran poder y con mi ayuda podrá liberarte.

Ajeno a que su víctima estaba manteniendo una conversación con una adversaría de su pasado, el magnate decidió aumentar su sufrimiento y dejándola tirada sobre la mesa, sacó una cuerda y comenzó a atarla. La tranquilidad con la que se dejó inmovilizar con las piernas abiertas de par en par a las cuatro patas de mueble le debió de alertar de que algo ocurría, pero nublado por el deseo de torturarla se echó a reír.

-Veo que has aceptado tu destino- comentó mientras sacaba de un cajón dos velas.   

La angustia de la criatura cuando le incrustó la primera en el ojete le aguijoneó a continuar y encendiendo la segunda, derramó un par de ardientes gotas sobre su pecho.

-Maldito- sollozó al sentir la quemazón en sus pezones y como acto de defensa, se imaginó que no era él sino la gallega quien estaba martirizándola.

Curiosamente, ese pensamiento la hizo estremecer y mientras el maldito iba dejando un reguero de cera por su cuerpo gimió de placer. Esos jadeos sorprendieron a Ricardo e intrigado con esa reacción dejó caer más a la altura de su pubis. Al reconocer en los nuevos gemidos de su víctima que estaba disfrutando, se excitó y sintiéndose poderoso llevó su pene hasta el coño de Patricia y se lo clavó.

-Amor mío- suspiró la rubia sintiendo que era la meiga quien la tomaba.

Asumiendo que esa reacción era resultado del sortilegio que la mantenía en su poder, la empotró contra la mesa con fiereza. Sin entender que estuviera disfrutando con esa violación, continuó martirizándola con nuevas embestidas. Embestidas que increíblemente la joven recibió con gozo y sincronizando sus caderas con ellas, comenzó a gritar que no parara de amarla.

— No te estoy amando, sino follando- respondió molesto y deseando humillarla, le avisó que iba a correrse en su interior.

La chavala ni siquiera lo escuchó. Estaba tan concentrada en imaginar que era la pelirroja quien la tomaba que, al sentir las explosiones de semen en su vagina, se dejó llevar por un orgasmo tan brutal como inesperado. La ira del sujeto se magnificó al ver su gozo y dejándola atada sobre la mesa, fue a mojar su frustración con una copa. Mientras se servía los hielos la oyó suspirar a una tal Antía que siempre sería suya. Cayendo entonces en que Patricia había adjudicado su placer a otra persona y que con ello había podido soportar el castigo al que la había sometido, se acercó a donde seguía debatiéndose y le preguntó quién era esa mujer.

-Mi amada, la criada de mi padre.

Con una mezcla de indignación por no haber conseguido el propósito que buscaba al torturarla y de alivio al no considerar a una empleada doméstica como un peligro, añadió a la gallega a la lista de adversarios a los que tendría que hacer frente.

«Si quiero llevarla a la desesperación, tengo que romper el vínculo que le une con ella», concluyó mientras terminaba de servirse el ron…

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