Tras haber sido violada, Patricia no se quejó cuando el magnate la encerró en una habitación. Al contrario, vio en quedarse sola una liberación. Agotada y desolada, se acercó al pequeño catre y tumbándose en él, comenzó a preguntarse de quién era la voz que había escuchado en su cerebro y que tanto la había consolado.

            ―Ya me conoces― oyó nuevamente en su interior.

            Confusa, abrió los ojos para comprobar que nadie le acompañaba.

            ―No es así, pero gracias― suspiró creyendo que era producto de su imaginación.

            Una carcajada retumbó en su mente:

            ― ¿Tan fugaz es tu memoria que has olvidado a la dama que te amó en la morada de tu progenitor?

            ―Tú no eres Antía― replicó al fantasma que le hablaba en su mente.

            ―Ciertamente no lo soy, pero eso no significa que tu bello ser no haya sido objeto de mis lisonjas.

            La joven cautiva se quedó pasmada al reconocer el anticuado modo de expresarse con el que se dirigía a ella y extrañamente tranquila, contestó:

            ―Sigo sin saber quién eres, pero gracias. Tu ayuda me permitió soportar la tortura.

            ―Mi pequeña damisela, solo te puedo decir que soy tu amiga y que siempre me tendrás a tu vera cuando lo requieras.

            Esa voz consiguió calmar sus nervios y abriéndose a ella, preguntó qué quería ese hombre de Estefany.

            ―El criollo es un ser aborrecible carente de sentimientos que anhela para sí los dones mágicos de esa dulce criatura.

― ¿Dones mágicos? Pero si es una chavala normal.

―Te equivocas, mozuela. Estefany es bruja desde niña. Por la herencia recibida de sus antepasados, dispone de grandes poderes.

  Aunque su torturador ya se lo había comentado y no tenía motivos para dudar ella, Patricia seguía sin creerlo. Le parecía imposible que su amiga fuera capaz de realizar magia y más aún que se lo hubiese ocultado.

―Me hubiese dado cuenta. La conozco desde hace años y nunca le vi realizar nada extraordinario.

―Te comprendo, pero piensa en las veces que estabas triste y esa joven te llamó para consolarte sin necesidad de que le dijeras nada. Medita sobre todas las ocasiones en las que de improviso tus problemas desaparecieron después de estar con ella. Estefany lleva protegiéndote desde que la conoces.

Sus palabras le hicieron pensar en Manuel, su antiguo novio y por primera vez dio credibilidad a la mujer que le hablaba. Ya dudando, se pudo a meditar sobre las personas que habían sido importantes en su vida y tras pensar en su padre, fijó su atención en su adorada pelirroja.

―Antía también me ha ayudado siempre― susurró.

―Lo sé. A través de ella he llegado a ti y si consigo hablarte a través de los siglos mediante el vínculo que nos une.

―No entiendo. ¿Por qué dices a través de los siglos? ― preguntó justo cuando se abría la puerta de la habitación.

La entrada de una mulata vestida como una mucama de antaño cortó el contacto y disimulando su turbación, prestó atención a la recién llegada que en silencio se acercaba a ella. La trasnochada vestimenta de la morena no impidió que Patricia se percatara de su belleza y que esas ropas no podían ocultar unas atrayentes y voluptuosas curvas.  

―El amo me ha ordenado que la prepare para la cena― murmuró la chavala mientras la ayudaba a incorporarse.

Intimidada por su propia desnudez, Patricia dejó que la llevara hasta el baño y tapándose los pechos, quedó de pie mientras la empleada de Ricardo llenaba el Jacuzzi. Ésta, tras comprobar que el agua estaba a la temperatura ideal, fue a por la muchacha y tiernamente le tendió la mano para que se apoyara en ella mientras entraba en la bañera.

―Gracias― musitó la joven extrañada de que alguien en esa casa fuese dulce con ella.

Al entrar al agua, los arañazos producto de las penurias a la que había sido sometida comenzaron a escocerle y no pudo evitar comenzar a llorar.

―Tranquila, señorita― consciente de que esas heridas eran resultado de la lujuria de su dueño, comentó la mulata mientras usaba una esponja para enjabonarla: ―Deje que su Antonella la mime.

 Cortada por esas imprevistas caricias, permaneció inmóvil sin levantar la mirada. En su fuero interno temía que la actitud serena de la mujer fuera otra manera que Ricardo hubiese organizado antes de volverla a torturar. Ajena al miedo que lucía en sus ojos, la mulata siguió cuidándola con ternura mientras de reojo observaba que los pechos de Patricia eran imponentes a pesar del maltrato y contra su voluntad, sintió que las aureolas rosadas de la joven pedían a gritos ser besadas. Asumiendo que si lo hacía sería castigada, siguió admirándola mientras le pedía que se relajara. La joven cerró los ojos al escucharla y eso le permitió reparar en la hermosura del monte que escondía entre las piernas.

«Es precioso», escandalizada con la atracción que sentía, pensó al comprobar que lo llevaba exquisitamente depilado.

La mulata se había convertido en bisexual bajo el dominio de su amo y tuvo que reconocer que la hembra que estaba bañando la atraía y solo el miedo que tenía a don Ricardo evitó que ansiosamente se lanzara a devorar ese sexo, que estaba tan cerca, pero a la vez tan lejos.

«Pobrecilla», pensó sabiendo que esa noche la niña que estaba aseando iba a ser el juguete con el que el dueño de la hacienda satisficiera su lujuria.

Eso le hizo recordar el funesto día en que la compró y la cruel forma en que la abusó de ella durante semanas hasta que se cansó de ella.

«Va a necesitar todo el consuelo que pueda darle», se dijo mientras inconscientemente se ponía a recorrer con la esponja los muslos de la española.

Para entonces, Patricia estaba disfrutando del baño y de las tiernas caricias de la mulata. Desde que había descubierto que las mujeres le gustaban, siempre había tenido la fantasía que una la masturbara en el agua, pero el terror a su reacción evitó que se lo pidiera cuando como una descarga eléctrica sintió como la mano de la mulata recorría su sexo al enjabonárselo.

«No debo excitarme», murmuró para sí totalmente aterrorizada.

La temperatura del agua había conseguido calmarla, relajarla, pero el contacto de las manos de Antonella había avivado su deseo. Se volvía a sentir la mujer que había sido antes de caer en manos de ese maldito, con sus apetitos y sus deseos, una mujer que usaba y disfrutaba del sexo. Por ello, no pudo evitar un gemido cuando en su imaginación vio a esa mujer entreteniéndose con sus pechos antes de acomodarse entre sus piernas.

«Está solo cumpliendo órdenes», insistió sospechando que bajo la profesionalidad con la que la bañaba, la morena escondía una sensualidad encubierta.

Temblando ya excitada, soportó como un suplicio el resto del baño y aliviada, obedeció cuando la criada le pidió incorporarse y salir de la tina. Ya de pie, intentó esconder su calentura mientras la secaba. Pero la suavidad de la toalla al recorrer su piel, el aliento de la criada al agacharse entre sus piernas, hicieron que la humedad inundara su cueva. Lejos quedaba la humillación y el dolor sufridos, diluidos por su deseo, por la necesidad de ser tocada, de ser amada por esos labios gruesos que la consolaban, separó los muslos. Cualquiera que hubiese contemplado la escena, hubiese caído en que ambas deseaban lanzarse en brazos de la otra y que temerosas de dar el primer paso, la dos estaban preparadas para amarse.

Con Patricia ya seca, Antonella no podía prolongar el placer que sentía viéndola y acariciándola desnuda, por lo que cogiendo de un cajón un camisón de un cajón, se lo empezó a poner. La muchacha levantó los brazos para facilitar su maniobra, pero sin querer su pecho golpeó la cara de la criada al hacerlo. La criada tuvo que cerrar sus piernas, para que su deseo siguiera siendo algo privado y que la joven no supiera de su calentura. Pero la suavidad de esos senos blancos sobre su mejilla, provocó  que soñara con abalanzarse sobre ella y tumbándola en la cama como una loca apoderarse de su sexo. El miedo que tenía a la reacción de dueño de la hacienda si se enteraba, la convenció de no intentarlo y con el sudor recorriéndole la piel, la sentó en frente de un espejo, y empezó a peinarla.

«Si me entrego a ella, el amo nos castigaría a las dos», pensó mientras el cristal le devolvía la imagen de un escote que además de mostrar la rotundidad de sus formas, transparentaba el color rosado de sus areolas.

El llanto de la joven que estaba acicalando la devolvió a la realidad:

― Señorita ¿por qué llora? ―  preguntó sin esperar respuesta al saber perfectamente qué le ocurría, qué provocaba su desamparo.

― Le odio―  contestó la muchacha, comparando el trato que había recibido de su captor y el que le estaba dando esa criada.

― Por favor, contrólese. No debe oírla― apiadándose de ella, musitó en voz baja la mulata: ―Si la escucha, la hará sufrir. ¡Lo sé en carne propia!

Consciente de que sería así y que ese malnacido aprovecharía su debilidad para torturarla, dejó de llorar y preguntó:

― ¿Desde cuándo estás en su poder?

Aunque sabía que no debía de contestar, Antonella decidió ser honesta con la chiquilla porque, al fin y al cabo, ambas iban a compartir un destino común:

―Tenia dieciséis años cuando me compró al hombre que creí que era mi novio. Llevo sirviendo en su casa y siendo de su propiedad desde entonces.

Patricia, la miró desconcertada al escuchar su respuesta. Aunque sabía por propia experiencia lo perverso que podía ser el padre de Estefany jamás había caído que su estancia en ese lugar podía eternizarse en el tiempo.

― ¿Qué edad tienes? – asustada preguntó.

Al contestar que veintitrés, se echó a llorar:

― ¡Llevas siete años aquí!

―Así es, señorita― respondió mientras intentaba ocultar su dolor peinándola.

― ¿No has intentado huir?

Con dos lágrimas surcando sus mejillas, la mulata sollozó:

―No tengo donde ir.

La rendición que mostraba ante su destino indignó a la española y sin saber cómo esa monada se tomaría la propuesta, le insinuó que si la ayudaba a escapar tendría un hogar a su lado.

―No soy nadie y usted es muy bella― susurró la criada con un raro fulgor en sus ojos sin llegárselo a creer.

 Por un momento, Patricia se quedó callada mirándola y recordando el placer que había experimentado al sentir cómo recorría su cuerpo al bañarla nuevamente la humedad invadió su sexo. Temiendo que se riera de ella, decidió que valía la pena arriesgarse. No muy segura de lo que hacía, aprovechó su cercanía para tomar su mano y poniéndola sobre su pecho, decir:

― Si conseguimos huir, me encantaría que vivieras conmigo para que yo te cuidara.

Antonella se quedó petrificada al sentir bajo sus dedos los senos de Patricia y pegando un gemido, suspiró que la ayudaría a escapar pero que no la acompañaría.

― ¿No te gusta la idea de que vivamos juntas? ― insistió al notar que, a pesar de su indecisión, la mulata estaba acariciándola.

Excitada, la morena sollozó:

―Me he acostumbrado a ser esclava y no sabría cómo vivir sin tener a alguien al que obedecer.

 Al escucharla, Patricia comprendió que no era una excusa y que esa atractiva mujer hablaba en serio al decir que necesitaba un amo. Meditando sobre ello, se vio mimándola mientras la ayudaba a rehacer su vida y dando un salto al vació, se giró hacia ella.

―Me encantaría ser tu dueña y que tú fueras la muñequita que me mimara por las noches― le soltó mientras tomándola de la cabeza la acercaba a sus pezones.

 Aunque el miedo a don Ricardo seguía allí, Antonella no pudo rechazar la atracción que sentía por esas rosadas areolas y sacando la lengua, comenzó a lamerlas ya totalmente entregada. Enternecida por la pasión que denotaba al mamar de ella, la secuestrada comprendió que debía afianzar su dominio y dulcemente le ordenó que se masturbara.

―Mi señora― suspiró mientras la obedecía por primera vez.

Al contemplar cómo separaba los muslos y se ponía a tocarse, decidió ayudarla y sustituyendo los dedos de la morena por los suyos, se levantó y la besó. La ternura con la que la lengua de la muchacha jugaba dentro de su boca mientras le rozaba con los dedos su clítoris fue algo que la mulata nunca esperó sentir y de improviso se vio inmersa en un placer tan dulce como intenso.

―Soy y seré su esclava, pero ahora debo prepararla. No quiero ser la culpable de que el amo la haga sufrir más de lo que ya tiene planeado― separándose, sollozó apesadumbrada al saber lo que le tenía reservado.

Ver que esa monada de piel morena bebía los vientos por ella la permitió afrontar sus penurias con nuevos ánimos y mientras se dejaba maquillar por ella, vio necesario insistirle en lo felices que serían viviendo juntas en Madrid.

― ¿No tiene allá un marido? ― preguntó Antonella.

―Ni lo tengo ni lo necesito― contestó la que ya se sabía su dueña y demostrando que así era, le dio un tierno azote sobre sus formadas posaderas mientras añadía: ―Para las noches frías, tendré a ¡mi dulce negrita!

La ilusión con la que la mucama acogió sus palabras le hizo saber que a pesar de su desesperada situación tenía una aliada…

22

En su chalet, Gonzalo seguía intentando digerir que la razón por la que su hija había sido secuestrada por el padre de Estefany era el deseo de este por apoderarse de los poderes mágicos de la morena. Como europeo del siglo XXI se le hacía cuesta arriba reconocer la existencia de la magia y más en manos de alguien que lo amara tan profundamente como esa muchacha. Por ello, no las creyó de primera y ambas tuvieron que demostrarle que podían bucear en su pasado.

«No es posible», se dijo cuándo, tanto Antía como la colombiana, comenzaron a narrarle escenas de su vida que eran imposible que supieran.

Por ello, sin ceder, les pidió otra prueba por que con esa no les bastaba.

―Gonzalo, mi amor. ¿Cómo podemos convencerte? ― preguntó la gallega asumiendo lo difícil que les resultaría vencer su incredulidad.

 Mirando a la pelirroja, respondió:

―Para que crea que sois dos brujas, necesitaría que hicierais algo que rebasara la lógica… no sé… haced algo que no pueda rebatir.

Tomando el testigo, Estefany le tomó del brazo y lo sacó de la casa sin decirle nada. Convencido de que nada de lo que hicieran podría hacerle cambiar de opinión, se dejó llevar por la calle hasta la casa de al lado. Una vez allí, la amiga de su hija le pidió que intentara abrir la puerta de su vecino.  Mirando la cadena que cerraba las dos hojas, respondió que no era Superman.

― ¿Si consigo abrirlas de par en par sin siquiera tocarlas sería suficiente para creernos? ― argumentó la joven.

Asumiendo que era algo imposible, contestó que sí con una sonrisa en sus labios. Al oír su respuesta, la chiquilla se concentró y durante un minuto no ocurrió nada.

― ¿A qué esperamos? ― satisfecho comentó.

―Amor, aguarda un poco― estaba insistiendo la pelirroja cuando el camión de la basura apareció por la esquina.

Pensando que la espera sería en vano, se sentó sobre un coche aparcado mientras veía a los empleados municipales recoger las bolsas depositadas en la acera.

«Esto es ridículo», exclamó para sí sintiendo que era una pérdida de tiempo.

Acababa de hacerlo cuando de pronto, el conductor del vehículo aceleró, pero en vez de meter primera, puso reversa y con gran estruendo tiró no solo la puerta sino una gran parte de la verja.

―No has sido tú, sino ese inútil― pálido exclamó al ver cumplida la profecía.

―Gonzalo, por supuesto. Ese hombre cometió un error que yo provoqué. Una bruja se aprovecha de su entorno y lo tuerce a su favor. ¿Cuántos años lleva pasando el camión de la basura por esta calle sin romper nada? ¿No te parece al menos extraño que justamente haya ocurrido cuando yo lo necesitaba?

No pudiendo negar ese aspecto, Gonzalo siguió sin dar su brazo a torcer y señalando a un corredor, les pidió verlo tropezar.

―Para eso, no necesito magia― muerta de risa, respondió Antía.

El sujeto jamás esperó que, al pasar al lado de la pelirroja, ésta se levantara la camisa y le mostrara los pechos desnudos. La sorpresa le hizo trastabillar y mirando embelesado las pecas que lucían esas tetas, cayó sobre los adoquines del paseo.

―Has hecho trampa― rugió divertido al verlo en el suelo.

―Para nada, he aprovechado mis atributos femeninos para cumplir tu deseo. Pero te comprendo y por eso, te doy otra oportunidad para que elijas otra cosa más difícil.

En esta ocasión, el hombretón se lo pensó mejor antes de hablar y en compañía de las dos, caminó por el barrio buscando qué prueba ponerles. Debía ser algo tan extraordinario que no le cupiera duda si lo conseguían y por eso aguardó paciente a que se le ocurriera. El destino quiso que mientras se acercaban a un centro comercial Gonzalo se diera cuenta del inminente desprendimiento de una cornisa sobre una anciana que estaba tomando el sol en un banco. La cual debía ser dura de oído porque, a pesar de gritarle que se alejara, siguió sentada:

―Sálvala mientras nosotras la sujetamos― le ordenó Antía.

La seguridad de su voz permitió al hombretón reunir el valor y agarrando a la buena señora la puso a salvo. Acababa de dejarla en mitad de la avenida cuando un ruido atroz le informó de lo cerca que habían estado de morir. Al mirar a sus acompañantes, observó en ellas las secuelas del esfuerzo que habían realizado.

―Volvamos a casa, tenemos que hacer mi equipaje. ¡Me voy con vosotras! ― comentó mientras la gente se arremolinaba a su alrededor alabando su valentía. Ya no necesitaba más evidencias, aunque le costase reconocerlo, ¡la magia existía!…

Como el vuelo de Avianca no salía hasta las tres de la tarde, Gonzalo ocupó el resto de la mañana en hablar con Tomás Guijarro, su segundo en la compañía, sobre lo que tenía que resolver en su ausencia. Conocedor del día a día de la empresa, el financiero lo tranquilizó diciendo que no se preocupara y que se divirtiera.

             «¿Divertirme? ¡Si tú supieras!», pensó el ejecutivo mientras colgaba la llamada.

Al no servir de nada el comentarle el verdadero motivo de su estancia en Colombia, el treintañero asumió que era un viaje de placer, jamás sospechó que su jefe iba a cruzar el charco a intentar liberar a su hija. De haberlo sabido, quizás ese bonachón hubiese insistido en acompañarle, ya que era evidente para todos que secretamente estaba enamorado de Patricia.

 «Si consigo traerla de vuelta, organizaré una cena entre ellos», se dijo viendo en ese ejecutivo un candidato para su retoño.

Con ese pensamiento en mente, fue a buscar a las dos mujeres a las que amaba. Quería hablar con ellas sobre los peligros que iban a correr. Pero cuando las encontró en el salón, se encontraban en trance y no queriendo romper su concentración, se sentó a observarlas desde el sofá.

Como para un neófito como él todo lo relativo a la magia era cuando menos extraño, se examinó interesado a las mujeres. Lo primero que le extraño fue lo inexpresivo de sus rostros. Conociéndolas como las conocía, no entendía que, siendo tan pasionales, sus caras no reflejaran emoción alguna. Estudiándolas, se concentró en descubrir cualquier cambio en sus facciones que revelara lo que en ese momento pasaba por sus mentes. Al hacerlo, comenzó a notar cada cuando respiraban, cómo las venas de sus cuellos se inflaban con cada pálpito de sus corazones y sin darse cuenta siquiera, se puso a explorar su interior. Estudiando su cuerpo, advirtió que sus pulmones y su corazón se ralentizaban mientras en su cerebro crecía una rara quietud.

Sorpresivamente comenzó a oír unas voces a lo lejos. Buscando su origen, se centralizó en ellas y pudo reconocerlas.

 «Son Antía y Estefany», se dijo mientras abría los ojos y ante su sorpresa vio que nada había cambiado y que, a pesar de seguirlas escuchando, ninguna de las dos movía los labios.

Extrañado, volvió a concentrarse y entonces le llegaron claramente:

―Señora― escuchó a la colombiana: ― Aunque no nos gusta, nuestro hombre insiste en acompañarnos y no sabemos qué hacer para convencerle de que se quede.

― ¿Por qué dudáis? ― la voz contestó: ―Está en su derecho en desear ayudar a liberarla. Piensa que Patricia es su hija. 

Le alegró el apoyo de esa voz anónima, pero decidió permanecer callado para así averiguar de lo que hablaban y conocer los peligros que preveían.

―Madre, nos vamos a enfrentar a un brujo muy poderoso y la presencia de Gonzalo no nos beneficia― Antía declaró apoyando a Estefany.

Al oírla, comprendió que era doña Bríxida con la que hablaban y recordando que esa anciana era la líder de un aquelarre de meigas, quiso escuchar su respuesta.

―Hija, creo que no has caído en que el tal Ricardo ve a vuestro hombre como un enemigo y, por tanto, querrá vencerlo. Mientras lo hace, parte de su atención estará enfocada en él y no en vosotras.

―No puedo estar más de acuerdo― contestó para sí el aludido.

Las tres que conversaban se quedaron en silencio y demostrando que lo habían oído, al unísono comenzaron a hablar entre ellas sobre cómo era posible que Gonzalo estuviera en ese plano astral. La mayor de ellas reaccionó examinando al intruso y soltando una risotada, comentó ante la incredulidad de las otras dos:

―Por lo visto, nos hemos equivocado al partir de una suposición errónea.

―Madre, ¿a qué te refieres? ― su hija se atrevió a preguntar.

Desternillada, desde su aldea, la gallega contestó señalándolo:

―Hemos dado por hecho que era un hombre normal sin cuestionarlo. Con solo analizar que dos mujeres como vosotras os sintierais tan atraídas, ¡me debería haberme hecho pensar! Debería haber sabido que vuestro amor por Gonzalo se debía a que es un latente.

― ¡No es posible! ― refutó Estefany más como instinto que por convencimiento mientras Antía permanecía callada.

Sabiéndose descubierto, el propio maduro decidió pedir que le aclarara que significaba ser un latente. Sin dejar de sonreír, la meiga replicó:

―Si estas bobas se han enamorado de ti es porque en tus genes corre la magia y aunque hasta ahora ninguna nos hayamos dado cuenta, eres un hechicero en ciernes. Es más…ha bastado que tu niña esté en peligro para que tu faceta sobrehumana esté aflorando. Para confirmar mis sospechas, ¡necesito examinarte!

Sin saber a qué atenerse, pero asumiendo la importancia de ese escrutinio, el sorprendido hombretón abrió su mente de par en par…

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