Ricardo Redondo se estaba poniendo un whisky cuando vio entrar a Patricia y a su mucama en el salón. Desde el principio se percató de que algo había cambiado en su cautiva. La joven se había recuperado gracias a los cuidados de Antonella, y a tenor del rubor en las mejillas de ambas, supo al instante el tipo de bálsamo usado. En vez de cabrearse, que sin su permiso esas dos hubiesen compartido algo más que un baño le hizo gracia al saber que sus planes se iban cumpliendo al pie de la letra.

  «Qué previsibles son las mujeres», sonrió asumiendo que la hija de su enemigo se había dejado engañar por la bondad de la mulata y que en ese momento la creía de su lado.

Siguiendo con su plan, se las quedó mirando. Al advertir que las observaba, se quedaron calladas con el terror reflejado en sus rostros. No le cupo duda alguna de que al menos su esclava temía que hubiese descubierto su desliz con la españolita.

«Lo extraño hubiese sido que no la hubiera tratado de consolar», se dijo mientras admitía divertido que la sesión de caricias que habían disfrutado les había sentado bien a ambas.

No queriendo romper todavía su precaria alianza, ordenó a su empleada que terminase de servirle la copa. La morena corrió a obedecer mientras él se dedicaba a examinar a su “invitada”. Al ver que Patricia venía ataviada tal y como había ordenado, comprobó satisfecho que ese camisón realzaba su silueta y que, gracias al escote y la apertura hasta medio muslo del mismo, sus pechos y sus piernas quedaban expuestas.

«Parece una puta cara», certificó: «Cuando me canse de ella, sacaré un buen beneficio al venderla. No me costará encontrar un comprador que busque incrementar su harén con una mujer elegante que jamás se haya manchado las manos con un trabajo manual».

 Cuando Antonella le trajo la bebida, se preguntó porque la seguía conservando y meditando sobre ello, comprendió que todavía no había conseguido quebrar su mente.

«Sigue creyendo que llegará un príncipe o una princesa que la salvará de mí», concluyó mientras visualmente comprobaba que la mulata era bellísima y que además de poseer grandes pechos y una cintura estrecha, su piel morena le daba un aspecto de tigresa que todavía la hacía merecedora de su atención.

 Sabiéndose vigilada, la mucama preguntó a su dueño si deseaba algo más, o por el contrario si se podía ir a preparar la cena. Mirándola a la cara, el magnate descubrió que no le apetecía estar presente cuando con toda seguridad castigara a Patricia. Por un momento, éste dudó si debía recriminarle sus actos:

―Vete a cumplir con tus obligaciones― finalmente contestó al saber que no valía la pena descubrir sus cartas.

Aliviada se marchó rumbo a la cocina mientras temía por la joven que dejaba en compañía de su amo.

― Patricia, siéntate aquí―  le dijo señalando un sillón orejero: ― Tengo que hablar contigo sobre tu destino, pero antes, ¿quieres una copa?

            Desconcertada por esa muestra de amabilidad, contestó que sí, que estaba sedienta, aunque en su fuero interno estuviese muerta de miedo. Alargando más de lo necesario el tiempo entre hielo y hielo, Ricardo aprovechó para mezclar con el ron una poción que afianzara el dominio sobre ella y así conseguir que la mente de la joven fuera más receptiva a sus órdenes.  Cuando le dio la bebida, estaba ya tan nerviosa que la cogió con las dos manos y le pegó un buen sorbo al no entender que buscaba el hombre con esa actitud tan serena.  Viendo que había conseguido llevarla hasta un estado cercano a la histeria, Gonzalo apoyó las dos manos sobre sus hombros.

Su atractiva victima sintió un escalofrío al notar como las palmas de su secuestrador se posaban sobre ella, temiendo quizás que desease martirizarla. Contra toda lógica, el maldito esperó a que se relajara antes de seguir con su plan de desestabilizarla. Para ello, todos y cada uno de los detalles eran importantes. Si quería que esa mujer perdiera toda esperanza, debía desmoronar sus defensas.

―Tranquila― comentó al notar que seguía aterrorizada.

 Cuando se percató que aun renuente aceptaba el contacto sobre su piel, empezó a acariciarla los hombros con suavidad. Al sentir esas caricias, ese masaje tan alejado a la forma en que la había estado violando los últimos días, Patricia se desesperó cuando en ese momento Ricardo le recordó, no al salvaje que la había torturado, sino al amoroso padre de su amiga que había conocido en el pasado.

            «¿Qué ha cambiado?», se preguntó cuándo esas carantoñas se prolongaron en el tiempo, y por un momento, soñó que la liberaría.

            Pero entonces, con voz seria, el colombiano comenzó a hablarle al oído:

― Pati, estoy enfadado contigo. Sé que intentas escapar de mí.

La muchacha intentó protestar al oírlo, pero su captor cortó por lo sano sus quejas apretando un poco más de lo necesario su cuello:

― Me consta lo que tú y Antonella habéis hecho. No intentes negar que has querido seducirla para que te ayudara en tu huida.

La tensión con la que escuchó su comentario y su mutismo confirmaron lo que ya sabía.

― Quiero que sepas que no me molesta y que no me importa que disfrutes de ella cuando yo no la uso.

Estaba mintiendo y ella lo sabía, pero curiosamente se relajó. Lo cual Ricardo tomó como señal para profundizar sus caricias bajando despacio por su escote:

            ― Aunque Antonella es de mi propiedad exclusiva, no pondría objeciones a compartirla contigo si aceptas convertirte en mi amante.

En esos momentos los dedos del brujo que la había sometido ya jugaban con el borde de sus areolas:

―  Pienso que a esa niña le gustas y que le gustaría tenerte en mi cama cuando la poseyera.

Contra su voluntad, la promesa de disfrutar de la morena había hecho florecer los pezones de Patricia y estaban ya duros al tacto, cuando se apoderó de ellos pellizcándolos.  

―   Soy un hombre moderno, abierto a nuevas experiencias― insistió denotando una comprensión que no esperaba.

Aterrorizada por la excitación creciente de su cuerpo al notar las manos de su captor recorriéndole el pecho, quiso rechazarlo, pero no pudo e instintivamente sus caderas comenzaron a moverse siguiendo el ritmo de sus caricias.

«Pronto esta zorra no necesitara estar bajo un hechizo para creerse mía», Ricardo meditó mientras le pedía que siguiera bebiendo de la copa. 

            Al observar que se la había acabado, supo que la poción ya estaba haciendo efecto y sin darle tiempo de pensar, la levantó del sillón y la besó. Patricia sollozó al sentir los labios del brujo e instintivamente respondió con pasión rozando su sexo contra él mientras intentaba despojarle de la camisa. A pesar de odiarle, ¡estaba en celo! Los besos de Antonella, la atracción que sentía por ella y esos inesperados mimos se le habían acumulado entre sus piernas y ¡necesitaba desfogar ese deseo!

Urgida como pocas veces, se arrodilló frente a él y abriéndole el pantalón, liberó su pene de la prisión. Al verlo inhiesto y duro, se sintió deseada. Por eso, mientras su lengua empezaba a jugar con el glande, usó su mano para acariciárselo.

―Cómetelo. Demuestra lo puta que eres― tomándola de la cabeza, le ordenó.

            Contento al verla de rodillas haciéndole una felación, el colombiano se relajó mientras la hija de su enemigo engullía su sexo. Pero rápidamente deseó más y levantándola nuevamente del suelo, le desgarró el camisón. Teniéndola desnuda, comprobó que estaba excitada al reparar que sus pitones lucían en punta y queriendo forzar su entrega, comenzó a toquetearle el clítoris.

― Te gusta, ¿verdad Zorra? ―  insistió sin dejar de torturarla.

Ese insulto la hizo experimentar una extraña desazón y sorpresivamente le pidió ser usada con la voz entrecortada por la excitación. Sabiéndola ya en sus manos y que, con otro par de sesiones, esa españolita se comportaría para siempre como una cachorrita necesitada de dueño, separando los labios con sus dedos, jugueteó con la cabeza del pene en la entrada de su cueva mientras seguía torturando sus pezones con los dientes.

― Por favor―  le gritó la joven moviendo sus caderas para forzar su penetración.

Disfrutando de su claudicación, el brujo se introdujo en ella lentamente para que así su víctima fuera consciente de la forma en que le hundía la verga en su coño y cómo su tallo iba forzando cada pliegue y cada rugosidad de su vulva.

―Mi señor― rugió al sentirse llena.

Presa del momento, comenzó a retorcerse en busca del placer mientras Ricardo iba incrementado la profundidad de sus ataques. Al advertir que lo tenía tan adentro que sus huevos rebotaban contra ella como si fuera un frontón, gritó desesperada que acelerara.

Asumiendo la cercanía del orgasmo de la joven, el colombiano clavó su estoque en ella sin compasión mientras que le apretaba el cuello con las manos. Al experimentar la falta de aire intentó huir, pero el brujo se lo impidió.

―Eres mía y solo mía― le gritó esperando que siendo estrangulada se incrementara su placer en un raro fenómeno llamado hipoxia.

Desconociendo los motivos, Patricia solo sabía que no podía respirar y llena de espanto, se revolvió tratando se zafarse. Pero la fortaleza de ese maldito hizo vanos sus intentos mientras pensaba que iba a morir. Cuando más horrorizada estaba, desde su interior, una enorme descarga eléctrica escaló por su cuerpo y explotó en su cabeza.

―Me corro― gimió al notar su sexo licuándose.

Para entonces su agresor se había olvidado de su propósito inicial y encantado al sentir el flujo de su cautiva envolviéndole el pene, se puso a acuchillarla con mayor frenesí hasta que consiguió explotar dentro de ella, dejándola exhausta.

  «Otra puta más en mi haber», pensó mientras la veía caer al suelo.

Sin hacer ningún intento por retenerla, la observó desplomarse y olvidándose de ella, preguntó a Antonella si su cena estaba lista. Desde la puerta la mulata respondió que sí. Girándose hacia ella, supo por el color de sus mejillas que la esclava había permanecido atenta de sus andanzas.

«Seguro que ha estado mirando y que se le ha mojado su tanga», se dijo malinterpretando el brillo de sus ojos. Y es que donde el colombiano había visto calentura, lo cierto es que lo que había era indignación. Indignación que el mismo fomentó al comentar a la morena muerto de risa que todavía no había hecho lo honores al culito de su invitada.

«¡No se lo merece! ¡Es una niña!», exclamó para sí con ganas de consolarla.

Ajeno a ello, con su empleada abriéndole paso, se fue al comedor a cenar. Tras sentarse en la mesa, Ricardo decidió que había llegado la hora de hacerle ver su molestia a la mulata:

― Antonella, creo que me debes una explicación. ¿Quién te dio permiso para usar mi mercancía?

La mujer le miró asustada. Sabía que la había descubierto y que se avecinaba un castigo:

― Nadie― contestó y sin necesidad de que le dijera nada más se fue desnudando.

Patricia que los había seguido en silencio, observó pálida como su supuesta aliada se arrodillaba en la alfombra con el culo en pompa para recibir el escarmiento.  Y aunque deseaba protestar, decidió callarse no fuera que sus quejas incrementaran la violencia del sujeto.

Supo que había hecho bien cuando sacando una fusta de un cajón, el maldito cruelmente le azotó y Antonella recibió la reprimenda en silencio.

«No ha hecho nada», se lamentó viendo las nalgas de la negrita temblar anticipando cada golpe.

Sin poder hacer nada por evitarlo, Patricia se mantuvo muda tratando de asimilar lo que sentía. Y es que por mucho que le costara aceptarlo, por una parte, estaba espantada por la violencia con la que estaba fustigando a la mujer, pero por otra no podía dejar de reconocer que algo en su interior la había alterado: Ver a la muchacha que la había consolado en posición de sumisa y sus nalgas coloradas por el tratamiento, ¡había humedecido su entrepierna!

Para su desgracia, el maldito no la había olvidado y cansado tras descargar esa tunda sobre Antonella, decidió ocuparse de ella y hacerle ver quien mandaba:

― Zorra, ¿te apetece un poco de vino? ― le preguntó mientras cogía de la hielera una botella de blanco.

Que le ofreciera de beber la dejó fuera de juego, pero como temía decir que no, respondió afirmativamente. Lo que nunca previó fue que ese sujeto enfriara las nalgas de su compañera de infortunio derramando una buena cantidad del afrutado líquido sobre ellas y menos que cogiéndola del pelo, le ordenara que bebiera.

            Obedientemente, la cautiva empezó a sorber el vino que goteaba por el trasero de la muchacha. Al principio sorbió despacio, como temiendo el hacerla daño, sin saber que el esmero con el que pasaba la lengua sobre su atormentada piel iba a provocar que unos pequeños gemidos de placer surgieran de la garganta de la mucama.

Al escucharlos, Patricia se vio impulsada por una urgente necesidad y sus incursiones se fueron haciendo cada vez más atrevidas ante la atenta mirada del colombiano. Es más, viendo que Antonella recibía con gozo sus lengüetazos, usó las manos para separarle los cachetes y así que le resultara más fácil el obtener con su boca las gotas de ese elixir que se habían deslizado por el oscuro canalillo que formaban.  Cuando la mulata notó esas caricias no se pudo aguantar y sin ningún recato le pidió que siguiera, reconociendo voz en grito lo mucho que le gustaba sentir una lengua en su hoyuelo trasero.

Viéndolas excitadas y listas, el brujo comprendió que tras el palo debía venir la zanahoria y acomodando a su esclava sobre la mesa, puso su pubis a disposición de la otra.

―Cómetelo― la apremió.

 Aunque en pocas ocasiones, Patricia había devorado la femineidad de una mujer, se lanzó como una fiera sobre ella y separando con los dedos los labios inferiores de Antonella, se apoderó de su clítoris mientras que con la otra mano le acariciaba los pechos, desconociendo que eso era lo que el brujo estaba buscando, ya que, en su retorcida forma de pensar, después de su merecido castigo, esa comida de coño era un premio con el que gratificaba la fidelidad de su esclava.

Nuevamente, el brujo interpretó incorrectamente sus ojos y donde vio deseo por él, realmente era por la que consideraba su amante. Por eso no le extrañó que la abrazara con las piernas y que al notar que sus senos eran acariciados, su sexo se licuara. Desconociendo la realidad de sus sentimientos, el culo de Patricia moviéndose mientras amaba oralmente a su esclava, le pareció sumamente atractivo y separándole las nalgas, decidió tomar posesión de él.

Al sentir el contacto de las manos de Ricardo, Patricia levantó el trasero sabiendo que era inevitable que ese maldito la poseyera y mientras notaba el dolor de ser ensartada, instintivamente sus dientes se apoderaron del botón de placer de Antonella. Ese cruel mordisco desarmó a la morena y dejándose llevar por el gozo comenzó a maullar dulcemente mientras su amo forzaba con decisión el esfínter de su amada. Ésta berreó al notar ese pene desflorando su trasero y el volumen de sus gritos azuzó a su agresor, el cual no esperó a que se acostumbrara para comenzar sus embestidas.

Completamente adolorida, Patricia se había olvidado que tenía que seguir consolando a Antonella y ésta tirándole del pelo volvió a acomodar la boca de la mujer en su sexo mientras le susurraba que fuera fuerte. Su voz fue tan tenue que Ricardo creyó que se lo decía a él y respondiendo a la súplica de su esclava, incrementó la velocidad con la que sodomizaba a la joven.

            En cambio, para la verdadera destinataria de sus palabras fueron un acicate que le permitió resistir y no paró de lamer y mordisquear el clítoris de su aliada mientras su culo era tomado violentamente. Su insistencia en el oral rindió sus frutos y babeando notó que la mulata estaba cercana al clímax. Deseando que Antonella se sintiera amada, aumentó el ritmo de su lengua al sentir los primeros espasmos de placer de la mulata.

―Córrete, no te contengas― le gritó al ver manar un ardiente geiser del interior de la mujer mientras como posesa buscaba no desperdiciar ni una gota de ese manjar.

El altivo animal que la estaba violando nuevamente cayó en el error de creer que se lo decía a él y por eso le permitió que siguiera amándola sin advertir que si el propio cuerpo de la sodomizada empezaba a disfrutar tampoco era por su causa.

― ¡Dios! ― gritó agradecida cuando Antonella se levantó para ayudarla a pasar el trance y separándole los labios, introdujo dos dedos en su vulva.

            Para entonces, Patricia había olvidado que estaba siendo sodomizada y sintiendo solo que la mulata le estaba haciendo el amor, sin ninguna cortapisa gritó que siguiera, que era su puta.

― ¡Qué rápido te has dado cuenta! ― rugió Ricardo acelerando todavía más su ritmo sin reparar en que no era su pene rompiéndole el culo el que estaba dándole placer sino los mimos de su esclava.

Para entonces las caricias de la mulata habían conseguido su objetivo y notando que en desde lo más profundo de su ser el gozo se apoderaba de ella, la española dejó de luchar y su cuerpo se empezó a convulsionar derramándose en un torrente de líquido que recorrió sus muslos hasta que cayó agotada sobre el suelo. Excitado por los gritos, su agresor siguió cabalgándola satisfecho al ver una sonrisa en sus labios y denotando lo poco que sabía de las mujeres, ordenó a la mulata que la humillara con un beso.

Como no podía ser de otra forma, Antonella obedeció y por ello cuando su amo derramó su simiente en los intestinos de Patricia, la secuestrada no se sintió humillada sino premiada.

―Gracias― suspiró agradecida a la mucama.

El brujo estaba tan seguro de su dominio que contestó:

―No me las des. No soy tu amante sino tu dueño.

Tras lo cual y habiendo saciado sus necesidades sexuales, comentó que estaba cansado y que se iba a dormir. La mulata, que conocía a la perfección a su dueño, aprovechó para preguntarle donde debía llevar a descansar a la invitada. El magnate no lo dudo:

―Contigo. Desde esta noche, es mercancía usada y su puesto es en la habitación de los esclavos.

Disimulando su alegría, Antonella protestó diciendo que su catre era muy pequeño y que, si lo tenía que compartir, al día siguiente se despertaría agotada.

―Ese no es mi problema― contestó Ricardo dejándolas solas…

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