24

A diez mil metros sobre el mar, Gonzalo estaba aprovechando el viaje en avión para que Antía y Estefany le contaran el alcance y la naturaleza de sus poderes. Como recién se había enterado de su existencia, todo lo que le decían le parecía una memez. En su cuadriculada mente no entraba que esas mujeres fueran repartiendo conjuros a diestro y siniestro. Pero la gota que derramó el vaso de su paciencia fue cuando, avergonzadas, le reconocieron que ambas lo habían hechizado para llevárselo a la cama.

            ― ¡Menuda estupidez! La magia no ha tenido nada que ver. Solo un eunuco se negaría a acostarse con dos bombones como vosotras― contestó sin dar crédito alguno a su afirmación.

Cuando Antía iba a hacerle ver su error, la colombiana le guiñó un ojo mientras respondía:

―Entonces, ahora que nos has probado, dinos: ¿Cuál de tus bombones resultó más dulce?

Al escuchar la pregunta, se echó a reír y contestó que antes de dar una opinión necesitaba volverlos a catar. Ante esa respuesta y aprovechando que no había nadie más sentado en primera clase, Estefany se encaramó sobre él y se sacó un pecho para dárselo a probar. Lo que quizás jamás se esperó la joven fue que divertido con su ocurrencia Gonzalo cediera y que tomara entre sus dientes su pezón.

― ¡Qué bruta me pones! ― rugió al sentir el mordisco del hombretón y meneando las caderas, buscó compartir con él su excitación.

La pelirroja no se quiso quedar al margen e imitando a la hispana, puso a disposición de su amado uno de sus senos mientras le exigía recibir el mismo trato. Como no podía ser de otra forma, desternillado con la competencia que mostraban, también se lo mordió.

―Ahora que nos has probado, ¿A cuál de tus putas te apetece follarte antes? ― Antía murmuró.

― ¡Por dios! ¡Tenemos público! ― contestó aludiendo al resto del pasaje.

La morena, mirando hacia turista, contestó:

―Por eso no te preocupes, ¡están dormidos!

El ejecutivo realmente creyó que bromeaban y por eso no se quejó cuando comenzaron a acariciarlo. Comprendió su error cuando de pronto vio que le bajaban la cremallera y liberaban su pene:

― ¡Joder! Parad.

Lejos de hacerle caso, lo empezaron a masturbar. Al tratar de protestar, Estefany, poniendo un dedo en su boca, le susurró que las dejara continuar. La insistencia de ambas en complacerle disolvió sus dudas y relajándose en el asiento, las permitió seguir mientras él mismo comenzaba a participar en el juego disfrutando masajeándoles las tetas.

Al sentir los mimos en sus areolas, la morena se despistó y cuando se dio cuenta Antía se le había adelantado sumergiendo el pene que pajeaban en su boca:

―Zorra, yo iba antes― airadamente se quejó.

Haciendo oídos sordos, la gallega prosiguió con la mamada mientras la otra seguía echando pestes. Al darse cuenta del nulo efecto que tenían sus protestas, decidió cambiar de estratagema:

―Tienes suerte de que no estemos en un hotel― dijo mientras le metía mano bajo la falda.

― ¿Qué me harías que no puedes hacer aquí? ― desternillada preguntó.

La colombiana respondió con un sonoro azote sobre sus ancas. El sonido de esa nalgada unido al gemido que pegó la pelirroja llamaron la atención de una azafata. La cual salió del reservado de la tripulación a comprobar que había pasado por si alguien necesitaba ayuda.

― ¡Qué ocurre aquí! ― más que preguntar, exclamó al toparse con la escena.

Avergonzada por ser pillada con la polla de Gonzalo en su boca, Antía intentó disculparse y sacándosela de la garganta, murmuró perdón mientras su hombre se tapaba. De todo el grupo, la única que permaneció tranquila fue la causante del alboroto. Y es que, al contrario del resto, sonriendo contestó:

―Creo que está claro, estamos relajando la tensión con un poco de sexo.

Por raro que parezca, el descaro de esa respuesta hizo reír a la empleada de la aerolínea y en vez de montar un escándalo, solo les aconsejó no ser tan ruidosos para no perturbar el sueño del pasaje. Estefany viendo su reacción, esperó a que volviera a su asiento para preguntar a la meiga qué narices le había hecho para que se comportara así.

―Yo nada, pensaba que habías sido tú― respondió.

Durante unos instantes, ambas se quedaron pensando y fue la pelirroja la que se atrevió a formular la duda que había aflorado en ellas:

―Gonzalo, ¿alguna vez te han pillado en una situación tan embarazosa? Y no me refiero solo a lo sexual, sino a cualquier cosa. No sé, ¿siendo niño te han cogido copiando en un examen? ¿Viajando sin billete en el metro?…

Sin advertir el verdadero motivo de su interrogatorio, éste soltó una carcajada antes de contestar:

―Por supuesto, nunca he sido un santo.

―Cuéntanos una de ella y qué te pasó.

El interés de la pelirroja lo alertó de que esa pregunta no era tan inocua como parecía y haciendo recuento de sus pasadas experiencias, seleccionó una de las peores experiencias que le habían pasado.

―Debía tener como veinticinco años cuando en un viaje con amigos me enrollé con una rusa que resultó ser la esposa de un traficante de armas.  

― ¿Y? ― casi al unísono preguntaron las dos.

Despelotado tras tantos años, no tuvo reparo en narrarles que el cornudo les había encontrado en la cama.

―Siendo un mafioso, ¿cómo es que sigues vivo?

―Realmente no lo sé, pero por fortuna la cosa no llegó a mayores.

― Gonzalo. ¿Qué coño pasó? ― insistió la colombiana.

―Aunque lo lógico hubiera sido que me hubiese pegado un tiro, al ver a su esposa en mis brazos, el tipo se echó a llorar y eso me dio tiempo para huir. Tuve suerte de que fuera un pánfilo.

 Las risas de sus acompañantes le cabrearon y con tono duro les pidió que le explicaran de qué se reían. En vez de contestar directamente, Antía le preguntó qué había pensado cuando apareció la azafata y los pilló.

―Coño, ¡lo que cualquier persona en la misma situación! ¡Que se tranquilizara y comprendiera que no habíamos hecho mal a nadie!

― ¡Confirmado! ― exclamó la morena mirando a su compañera: ―Nuestro hombre es un influyente.

Al no entender a qué se refería con ese término, muy molestó, les exigió nuevamente que se lo aclararan. Tomando la palabra, muerta de risa, la gallega contestó:

―Cariño, ¿recuerdas que mi madre nos advirtió que tú también tenías poderes? ― al contestar que sí con la cabeza, continuó: ―Lo que tu llamas suerte, no lo es… Cuando te encuentras en una situación límite, buscas una salida influyendo en los demás, aunque sea inconscientemente.

No aceptando de primeras lo que le acababa de decir, el hombretón se puso a revisar todas las ocasiones en las que la vida le había puesto en peligro ya sea física como económicamente y asustado comprendió que en todas y cada una de ellas la suerte le había sonreído.

― ¡No puede ser! ¡Tiene que haber otra explicación! ― verbalizó mientras un escalofrío recorría su cuerpo.

Viendo que su determinación flaqueaba, las mujeres que tenía al lado no lo dejaron descansar y le pidieron que practicara su don por si les era útil en el futuro. Aunque ninguna mencionó directamente el futuro enfrentamiento con Ricardo Redondo, al ejecutivo le quedó claro que si quería liberar a su hija debía al menos intentarlo.

― ¿Por dónde empiezo? ― respondió todavía incapaz de reconocer que fuera capaz de influir en otra persona.

Adjudicándose la labor de maestra, Estefany le aconsejó comenzar con cosas sencillas.

―Para ti es fácil. Todo esto forma parte de tu vida desde niña.

La angustia del tono de su respuesta le informó que tenía que guiarlo paso a paso y conociéndole, comentó:

―Pídele un whisky a la azafata, pero no le digas la marca. ¡Concéntrate y piensa en tu preferida!

Haciendo caso a su sugerencia, la llamó y siguió al pie de la letra sus instrucciones. Para su sorpresa, no tuvo que especificar cual quería y en un minuto se vio con un Chivas en la mano.

―Ha sido casualidad― exclamó al quedarse solos: ―Estamos en primera y este whisky es el “Premium” más común.

La pelirroja intervino diciendo:

―Sí y no. Lo normal es que te hubiese preguntado, pero tú mismo has facilitado las cosas al sugerirle mentalmente ese. Si hubieses elegido un Glenrothes de 25 cinco años el experimento hubiese resultado diferente. Cuanto más normal sea lo que le pides a un sujeto, menos reticente se mostrará a ser influido.

Al escuchar el razonamiento de la pelirroja, se quedó callado y planeó hacer una prueba sin que ellas lo supieran, no fuera a ser que lo ocurrido fuera motivado por la intervención de alguna de las dos. Como viejo zorro fogueado en muchas lides, pacientemente esperó la oportunidad. Ésta llegó como a la hora cuando la misma empleada llegó con el carrito de la cena.

«Soy un cerdo que te está mirando las tetas. ¡Haz algo para castigarme!», pensó concentrándose en ella al ver que venía con una bandeja en la mano.

Aunque le resultó extraño el color de sus mejillas al acercarse, nunca esperó que tropezándose le derramase su contenido sobre la ropa. Por eso, no pudo parar de reír mientras la rubia le pedía perdón por ser tan torpe.

―No se preocupe― uniéndose a sus risas, comentó Antía: ―Seguro que se lo tenía merecido…

La luz del sol entrando a través de la ventana despertó a Patricia esa mañana. Al darse cuenta de que no estaba sola y que a su lado dormía Antonella, suspiró recordando la calidez de sus besos, la ternura con la que la noche anterior la había mimado y, sobre todo, la forma en que había manipulado a su secuestrador para que las dejase dormir juntas.

«Es preciosa», se dijo aprovechando su descanso para observarla.

Totalmente desnuda y ajena a que estaba siendo admirada, la mulata estaba usando su pecho como almohada.  Por un momento, estuvo a punto de despertarla, pero decidió hacerlo para así darse un banquete visual con ella. Durante más de media hora estuvo explorándola con la mirada. Cuanto más la miraba, más difícil le resultaba recordar algo tan bello. Era perfecta, dueña de unas piernas eternas culminaban en un duro trasero, el cual pedía ser acariciado.

«No tiene ni un gramo de grasa», babeó al centrarse en su vientre y hallarlo no solo duro y firme, sino rematado por dos bellos pechos que se notaba que nunca habían dado de mamar.

Lo que más le impresionó fue ver a la luz del día sus pezones. Grandes y oscuros eran algo sublime, unas obras maestras que tentaban a cualquiera. Reteniendo las ganas de mordisquearlos, siguió su examen y pasó a su cara. Los rasgos africanos de su rostro eran finos y bellos.

«Está buenísima», concluyó al notar que su interior ardía por las ganas de reanudar los escarceos que había protagonizado unas horas antes.

Cuando ya era evidente su calentura, de improviso, Antonella abrió los ojos. Sus negras pupilas reaccionaron al verla y levantándose de un salto abandonó la habitación. Preocupada por si había hecho algo que la molestase, la española decidió quedarse en la cama sin saber qué hacer y esperando quizás que se le bajara el calentón que llevaba. Por eso, seguía en la cama cuando al cabo de tres minutos, la mucama volvió con el desayuno.

Viendo que no se había molestado en taparse y que desnuda le traía un café y unos huevos revueltos, avergonzada se tapó con las sábanas.

«A su lado, soy una piltrafa», se lamentó preocupada por si esa mujer se hubiese cansado de su palidez.

Su nerviosismo se incrementó cuando la joven se arrodilló junto a ella y le rogó que empezara a comer como si eso fuera lo más natural del mundo. Ese comportamiento le hizo recordar que Antonella le había pedido la noche anterior ser su esclava y ella había accedido.

― ¿No quieres acompañarme? – preguntó señalando el plato.

Sonriendo, la joven abrió su boca haciéndole saber que quería que su ama le diese de comer. Alucinada, cortó un trozo de arepa y llenándola de huevos, se la dio.

―Gracias, mi señora― contestó mientras cogía entre sus dientes el regalo para acto seguido volverse a arrodillar, satisfecha de que hubiese compartido la comida con ella.

«No puede ser», pensó al ver su postura y recordarle la de una sumisa que había visto de una película.

Consciente de estar siendo observada, la mulada llevó los pechos a su espalda mientras echaba los pechos hacia adelante.

«Por dios, ¡me estoy volviendo a poner cachonda!», Patricia murmuró para sí.

Su calentura no pasó inadvertida a la chavala y queriendo intensificarla, se giró poniendo el culo en pompa mientras le decía si deseaba que su negra la ayudara a bañar.

―Una ducha fría es lo que necesito― rugió divertida al comprender lo que encerraba esa invitación.

Susurrando melosamente, Antonella respondió que era una pena desperdiciar el baño de espuma que le había preparado. La dulzura de su voz la convenció y cediendo, puso como única condición que ella se metiera también en la bañera:

―No me merezco que sea tan buena conmigo― protestó.

            Haciendo uso del poder que ella misma le había conferido, Patricia acalló sus quejas:

―Calla y obedece a tu dueña. Si digo que te vas a bañar conmigo, eso harás.

Supo lo acertada que había estado al dirigirle esas palabras cuando vio que por arte de magia los pezones de la mulata se erizaban.

«Le pone bruta que le mandé», comprendió.

Probando sus sospechas, extendió la mano para ver cómo reaccionaba la mucama. Tal y como esperaba, Antonella besó su palma pidiéndole perdón por ser tan burra y terca, añadiendo después que se había hecho acreedora de un castigo.

―Colócate a cuatro patas sobre la cama.

La felicidad con la que le oyó le hizo saber que para esa mujer no era una amenaza sino un premio y por ello, nada más colocarse en posición descargó sobre su nalga derecha un azote.

―Mi señora, su sierva debe saber quién manda― se quejó por la suavidad del mismo.

 Comprendiendo su error, Patricia le regaló no una sino una serie de nalgadas cuya intensidad fue incrementando al escuchar que en sus gemidos además de dolor había placer.

―Veo que a mi zorra le gustan los azotes― gritó impresionada.

―Mi señora. No me gustan, pero si son suyos ¡me entusiasman!

La confesión de la cría de tez morena la hizo percatarse de la brutal forma en que la había tratado y viendo el color rojo de sus glúteos, se sintió fatal. Queriendo compensarla, se acercó a ella y sacando la lengua comenzó a recorrer la piel rojiza de su trasero.

―Siempre soñé con tener un ama como usted― aulló Antonella al sentir ese húmedo consuelo mientras sorpresivamente se corría.

Que esos lametazos convirtieran su coño en un manantial fue algo que nunca se hubiese imaginado, pero lejos de molestarle le agradó y concentrándose, comenzó a beber del cálido flujo que brotaba.

―No siga, por favor. Debo ser yo quien la mime― descompuesta gritó la mulata sin llegárselo a creer.

 ―Calla, puta. ¡No ves que me estás interrumpiendo! ― replicó mientras con los dientes se ponía a morder con dureza el clítoris de su esclava.

Que la fustigara de esa manera, desarboló las defensas de la mucama y llorando de gozo, rogó que al menos le diera la oportunidad de devolverle el placer. Al escucharla Patricia, no se lo pensó dos veces. Tirándola sobre la cama, se encaramó sobre ella y restregándole los pliegues de su sexo en la cara, le exigió que no parara de comérselo hasta que se lo dijera.

A Antonella, jamás una orden de su antiguo amo le había parecido tan tentadora como la que acababa de recibir y por ello, olvidando el pasado, se lanzó a satisfacer los deseos de la española.

―Sigue, putita mía ― bramó al sentir que su interior era hoyado con pasión por la lengua de la morena: ―Complace a tu señora.

Azuzada por sus palabras, la mulata comprendió que junto a ella sería feliz y no queriendo que nada echase a perder ese futuro, decidió que si tenía oportunidad sería la encargada de matar a don Ricardo mientras saboreaba la dulce esencia de la mujer que el destino había puesto en su camino.

«Se lo jura la negra que la adora. Antes muero que permitir que ese malnacido le siga torturando», prometió en silencio para que nadie, ni siquiera Patricia la oyera.

Desconociendo que con ello iba a afianzar la decisión de Antonella, dejándose llevar por el orgasmo, Patricia le informó que, si algún día vivían juntas, su almeja pararía a formar parte de su dieta. Al sentir derramándose sobre su cara el gozo de su adorada, la mulata se volvió loca y con una sed que no había sentido mordió sus pliegues como si quisiera exprimirlos.

Ese gesto fue definitivo y disfrutando de un modo nuevo, la europea unió  un clímax con el siguiente hasta caer agotada. Su claudicación no detuvo a la morena, sino que la aguijoneó a continuar.

―Me vas a matar, ¿no te das cuenta que estoy medio muerta?

Levantando la cabeza de entre sus muslos, la mucama respondió antes de volver a su posición inicial:

―Usted misma me ordenó que no parara de comérselo hasta que me lo dijera y eso hago.

Al asumir que esa inteligente mujer se estaba burlando de ella, la cogió de la melena y acercándola, mordió los labios de su boca:

―Tendré que enseñarte a leer mis deseos, pero mientras tanto… ¡prepárame el baño!

La morena se levantó de la cama meneando el trasero y ya en la puerta de la habitación, se giró diciendo:

―Siento recordarle que soy dura de entendederas y que además de burra soy terca, por lo que si tardo en aprender mi culito siempre estará dispuesto a recibir su ira.  Desternillada de risa, Patricia recogió su nueva guasa lanzándole una almohada…

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