
24 A diez mil metros sobre el mar, Gonzalo estaba aprovechando el viaje en avión para que Antía y Estefany le contaran el alcance y la naturaleza de sus poderes. Como recién se había enterado de su existencia, todo lo que le decían le parecía una memez. En su cuadriculada mente no entraba que esas mujeres fueran repartiendo conjuros a diestro y siniestro. Pero la gota que derramó el vaso de su paciencia fue cuando, avergonzadas, le reconocieron que ambas lo habían hechizado para llevárselo a la cama. ― ¡Menuda estupidez! La magia no ha tenido nada que ver. […]