25

El destino hizo que Gonzalo confirmara que no era un hombre normal cuando todavía no habían aterrizado cuando la azafata le ofrece ayuda. Queriendo agradecer el detalle, nuestro protagonista le acaricia la mejilla y ante su sorpresa, esa preciosa rubia SE CORRE…

Pocos minutos antes de aterrizaje, Gonzalo vio que Antía y Estefany caían en trance. Preocupado por si con el avión parado seguían en ese estado, se puso a observarlas sin prestar atención a lo que ocurría a su alrededor. Por eso no cayó hasta que fue tarde de que la azafata las miraba con una rara expresión en el rostro mezcla de aprensión y admiración. Pensando que quizás daría por sentado que las había drogado, le hizo una seña para que se acercara mientras buscaba una excusa que darle. Excusa que nunca necesitó porque al llegar a su lado, la joven se arrodilló a sus pies implorando que la perdonara.

-Le juro que no sabía que usted era un brujo poderoso y menos que esas dos bellas jóvenes eran sus pupilas. De haberlo sabido, jamás se me hubiese ocurrido derramar su comida.

Aunque el vuelo era de Avianca y por tanto esa cría era colombiana, le descolocó que reconociese que sus acompañantes estaban en trance. Pero reponiéndose al instante, le preguntó su nombre.

-Soy Diana, señor.

 -Diana, lo primero que debes hacer es tranquilizarte. Fui yo quien te obligó a tirármela encima y por tanto no te tengo nada que reprochar.

El suspiro de la rubia al ver que no le había ofendido, le permitió proseguir:

-Como ves, mis ayudantes están en contacto con los espíritus de sus antepasados y no sé cuándo van a terminar. Si llegado el momento y el avión aterriza, me puedo encontrar en un problema.

-Por eso no se preocupe. Su Diana sabrá qué hacer- contestó mientras se levantaba.

Aunque se había dado cuenta de que esa cría había interpuesto un “su” al nombre, no le dio la menor importancia y permitió que se fuera a cumplir con su labor.  Pocos minutos después, se despertaron y nada más abrir los ojos, histéricas le dijeron que habían recibido una revelación y que por nada del mundo podían seguir con sus planes.

-Tranquilizaos y decidme que habéis visto.

 -El chofer que nos espera un seguidor de Ricardo y si nos montamos en su coche, nos llevará ante él sin estar preparados.

Comprendiendo la razón de su nerviosismo, Gonzalo decidió hacerles caso y estaba planteándolas cómo salir sin que ese hombre les viera cuando alguien le tocó el hombro. Al girarse se encontró con la rubia.

-Como le prometió, su Diana tiene la solución. El aeropuerto de El Dorado es como mi casa… si me acompañan puedo sacarles de él sin llamar la atención de sus enemigos.

Al escuchar que por segunda vez se autonombraba como suya, le hizo saber que sin proponérselo se había agenciado una seguidora y abusando de su nuevo estatus, le preguntó si tenía coche. De inmediato, la azafata respondió:

-Aunque es un utilitario les servirá… y si quiere usted también le ofrezco mi apartamento para que se queden.

Viendo su disposición, se quedó pensando que, si Ricardo había sido capaz de localizar el coche que habían alquilado, a buen seguro sabía en qué hotel habían reservado. Por ello, tras aceptar su invitación, le agradeció el detalle con una suave caricia en su mejilla. Lo que jamás se le ocurrió que ese breve gesto provocara un terremoto en la chavala y que sin necesidad de nada más, se corriera en mitad del pasillo.

-Gracias, mi señor. Ahora debo volver a mi asiento- alcanzó a decir mientras se marchaba apretando las rodillas.

Estefany esperó a perder de vista a su paisana, para reclamarle qué se habían perdido y desde cuándo esa zorra era su acólita. Al ver su cabreo, Gonzalo se echó a reír:

 -Aunque todavía no lo entiendo, al veros en trance asumió que era un brujo y me ofreció su ayuda. No hice nada para que se comporte así.

Llena también de celos, Antía intervino en la conversación:

-Eso no explica que hayas usado tu don para regalarle un orgasmo que recordará toda la vida.

            -¡Por dios! Poneros a pensar, nunca he dispuesto de ese poder y ahora tampoco. De haberlo tenido, lo hubiese usado con vosotras.

            Nada más decirlo, supo que iban a ponerlo a prueba. Por eso no se extrañó cuando la morena tomó sus manos:

            -Amor, concéntrate y pídeme que me corra.

            Pensando que era absurdo, Gonzalo obedeció cerrando los ojos y poniendo la mente en blanco, recordó la primera vez que la había poseído y en su placer.

            – ¡Madre naturaleza! – la escuchó gritar y al abrirlos, se encontró a la morenita con la cara desencajada.

            Ni por un momento dudó que estuviese actuando al contemplar cómo se retorcía sobre su asiento.

            – ¡No puede ser! – exclamó tras confirmar que de alguna manera había sido causante de su gozo.

            Descoyuntándose de risa, Antía contestó:

            -Tal y como dijo mi madre, una vez has aceptado que eres brujo tus poderes se incrementaran con el uso.

            Al querer confirmar con ella que eso era así, la meiga se apartó diciendo:

            -Espera que lleguemos a la casa de la zorrita, por favor. No quiero parecer que acabo de follar al pasar el control de pasaportes.

Tras el aterrizaje y tal y como se había comprometido, Diana estaba esperándoles en la sala de recogida de equipaje y mostrándoles una puerta lateral que usaban solo las tripulaciones, los sacó del aeropuerto sin pasar por donde les estaba esperando el chofer de la limusina. Al llegar a su “carro”, un espectacular Toyota que de utilitario no tenía nada, no tuvieron problema en meter sus maletas en la “cajuela” al ser enorme.

– ¿Quiere usted manejar? – preguntó la azafata a Gonzalo dándole las llaves.

La adoración que descubrió en su mirada despertó al niño travieso que llevaba en su interior y tomándola de la cintura, la besó en los labios mientras le ordenaba mentalmente que se corriera. El gemido que pegó ratificó que estaba en sus manos y nunca mejor dicho, porque si no llega a tenerla abrazada, ésta hubiese dado con sus huesos en el suelo.

-Mi señor- consiguió balbucear mientras se desplomaba.

Preocupado por la intensidad de su orgasmo, el hombre la metió en la parte trasera mientras miraba de reojo a sus mujeres buscando una reacción hostil. Afortunadamente, ambas vieron su travesura como una fase de aprendizaje y de excelente humor, pidieron que se alejara de la azafata.

-Si sigues premiándola de esa forma, se hará adicta a tus caricias- comentó Estefany mientras le quitaba las llaves y se sentaba en el asiento del volante.

Al ver la cara del ejecutivo, comprendió que le apetecía llevar ese cacharro y por eso añadió:

-Tu nueva zorrita y yo somos las únicas que conocemos Bogotá y dado su estado, será mejor que yo conduzca.

  Aceptando que era lo más sensato, se acomodó donde el copiloto mientras la pelirroja se ocupaba de intentar que su anfitriona se recuperase.

-Cariño, ¿sabes dónde vamos? – viendo que salía del estacionamiento, Gonzalo creyó oportuno preguntar con toda la mala leche del mundo.

Soltando una carcajada, la morenita encendió el GPS.

-Mira que eres antiguo. Lo normal es que lo tenga grabado.

La pantalla le dio la razón, por lo que, tragándose el orgullo, el cincuentón se hundió en el sillón sintiendo lo poco que compartía con esas jóvenes y que, aunque no quisiera reconocerlo, era un viejo para ellas.

-Joder con la mema, ¡vive en la Cabrera! – exclamó al leer la dirección donde iban.

– ¿Eso es bueno o malo? – sin saber a qué atenerse preguntó.

-Es el barrio más exclusivo de la ciudad, solo los más adinerados viven ahí.

Dando por cierta su afirmación, Gonzalo comprendió la suerte que habían tenido al toparse con esa mujer y girándose, se interesó por ella.

-Ya estoy bien, mi señor- contestó luciendo en sus ojos una admiración todavía más intensa mientras permanecía acurrucada en brazos de la gallega.

Su postura le reveló que esa criatura buscaba la protección de la pelirroja, quizás por el miedo a lo qué le repararía el futuro. Pero también que extrañamente Antía había dejado atrás sus celos y la había adoptado.

            «Siempre ha repartido cariño al que lo necesitaba», reconoció para sí admitiendo también lo enamorado que estaba de sus rizos.

            Meditando sobre ello, rememoró las veces que su hija había acudido a ella para que le ayudase. Eso le hizo recordar la razón del viaje y lleno de furia, se prometió que haría sufrir a su captor antes de darle muerte…

El apartamento de Diana no defraudó sus expectativas. Moderno y funcional era lo suficientemente amplio para albergarlos durante su estancia. Pero lo que más les sorprendió fue que estuviera situado dentro de una privada fuertemente custodiada. 

«Con el sueldo de una azafata es imposible mantener este tren de vida», pensó Gonzalo al traspasar la puerta y encontrarse de frente con un original de María Berrio, una pintora colombiana tan famosa como cara. Como aficionado a la pintura, sabía que ese cuadro podría llegar a más de trescientos mil euros en una subasta. Al no cuadrarle, se lo anotó y centrándose en lo práctico, le preguntó si podía darse una ducha.

Totalmente sonrojada, la muchacha le mostró el baño. El rubor que lucía en sus ojos mientras abría el grifo debió de alertarle de que esa joven había malinterpretado su pregunta y por ello al verla salir se empezó a desnudar. Acababa de meterse bajo el agua, cuando un ruido le hizo girar y ante su sorpresa vio a Diana con una toalla en sus manos:

– ¿Qué haces ahí? – la sondeó al comprobar que estaba esperando a que saliera.

-Sus pupilas me han informado que es mi deber velar por usted mientras se quede en esta casa.

Al escucharla, los cimientos de su educación se vieron sacudidos al comprender que esa cría estaba asumiendo que su función debía ir más allá de ser su anfitriona. Asumiendo que si la quería de su lado debía de actuar tal y como ella preveía, salió de la ducha sin saber cómo reaccionaría al estar desnudo.  En su anquilosado modo de pensar, dio por hecho que le daría la toalla, pero jamás previó que Diana comenzara a secarlo.

«No entiendo nada», se dijo al notar que, con un mimo cercano a la adoración, la chiquilla iba pasando la franela por su piel sin levantar la mirada. Aun así, lo que más le perturbó fue reparar en el tamaño que habían adquirido sus pezones al hacerlo. Por un momento, dudó si detenerla o dejar que siguiera al percatarse de su creciente excitación.

«Se debe creer en deuda después del placer que recibió de mí», intentó justificar el comportamiento de la azafata, mientras entre sus piernas, su sexo reaccionaba a esa cariñosa manera de secarlo.

Avergonzado por su erección, no dijo nada cuando la vio arrodillarse y tomar su pene delicadamente con una mano, usando la otra para retirar la humedad que todavía envolvía sus testículos.

«Esto no es normal. Estoy abusando de la buena fe de esta niña», se dijo mientras observaba que dos lágrimas pugnaban por brotar de los ojos de la joven.

 Sintiéndose un maltratador, la levantó del suelo y se intentó disculpar por haberla ofendido. Pero entonces, mirándolo como se mira a un dios, ésta respondió mientras lo abrazaba:

-Mis lágrimas no son de dolor, sino de felicidad. Nunca creí que llegaría el día en el que un hombre como usted me acogería a su lado.

Desconcertado al sentir los pechos de la rubia clavándose en él, le hizo una carantoña en la mejilla. Supo de su error cuando pegando un gemido Diana buscó sus labios:

-Quiero pasar a formar parte de su familia y que me tome como su aprendiz en todos los sentidos- rugió totalmente fuera de sí mientras comenzaba a restregar el pubis en su dureza.

Que una veinteañera que apenas lo conocía le estuviera rogando ser suya, lo dejó descolocado y no sabiendo a qué atenerse ni cómo actuar, se excusó diciendo que antes de responder debía de tomar en cuenta a las dos mujeres que ya eran sus “pupilas”.

-Ellas ya me han aceptado y nos esperan en el salón- sonrió al tiempo que le tomaba de la mano.

La seguridad de la chavala al afirmarlo lo desarmó y dejándose llevar por la casa, llegó con ella a la habitación, donde tal y como le había anticipado Antía y Estefany los aguardaban impacientes.  Al entrar, la pelirroja le pidió que tomara asiento en un sofá mientras preparaban a su neófita. Desconociendo qué se proponían se sentó y se quedó observando cómo entre las dos la comenzaban a desnudar. Contra toda lógica, Diana se mostró encantada de ser despojada de la ropa teniéndolo de testigo.

«No puede ser más bella», sentenció impresionado al ver caer su vestido y comprobar que era dueña de unos senos enormes y duros que lucía con orgullo.

El tamaño y forma de su culo no desmereció a los de sus atributos delanteros y disfrutando de cada centímetro de su piel, Gonzalo esperó interesado el tipo de ritual que estaba a punto de presenciar. Por eso, no le extrañó que una vez estuviera desnuda Estefany tomara de su bolsa un pequeño frasco y extendiéndoselo a él, le conminara a poner sus manos encima.

-Como tu futuro patriarca y con este gesto, don Gonzalo nos da permiso para purificar tu cuerpo- declaró abriendo el recipiente y dirigiéndose a ella preguntó: -Diana, ¿estás dispuesta a dejar tu vida anterior y aceptar entrar en nuestro círculo con la mente abierta?

-Sí, lo estoy. Estoy dispuesta.

Al escuchar su respuesta la morena derramó un poco del contenido en su mano y acercándose, lo untó en la frente de la chavala.

-Tus pensamientos desde ahora deberán centrarse en el bienestar del grupo.

Interviniendo, Antía volvió a cuestionarla:

-Diana, ¿estas dispuesta a entregar tu corazón a esta unión mágica para el resto de tu vida y olvidar todo lo demás.

-Sí, lo estoy, Estoy dispuesta.

Sonriendo, la pelirroja llenó sus yemas con la poción y extendiéndosela por los senos, le informó:

-Tus sentimientos desde este momento pertenecen a tu señor y a nosotras, tus compañeras.

El gemido de placer que brotó de la garganta de la rubia fue tal que el hombre pensó brevemente si en su composición había algún tipo de afrodisiaco.

Alternando funciones en la ceremonia, le tocó a la morena preguntar:

-Diana, ¿estas dispuesta a propagar la estirpe del patriarca y que en tu seno florezcan sus descendientes?

-Sí, lo estoy. Estoy dispuesta- repitió suspirando llena de alegría.

Tal y como tanto la joven como el hombretón previeron, repartió el mejunje por su vientre y por su sexo diciendo:

-Desde este instante, tu cuerpo lleva el nombre de tu patriarca y no conocerás más varón que él.

El berrido que pegó al escuchar esa sentencia fue tal que Gonzalo no albergó duda alguna de que la mujer se había corrido e intrigado miró entre sus piernas. La confirmación de que así había sido le llegó al comprobar que desde su interior un enorme caudal de flujo recorría sus muslos.

El fenómeno no pasó inadvertido a sus “pupilas” las cuales no pudieron más que sonreír mientras la embardunaban de arriba abajo con el potingue:

-Diana. Una vez purificada, ¿estás dispuesta a culminar tu entrada en el círculo mágico adorando a nuestro patriarca como tu verdadero y único amo?

-Sí, lo estoy. Estoy dispuesta- lloró ilusionada.

-Entonces, hermana, ve a recibir sus bendiciones- al unísono declararon las dos brujas.

Gateando hacia Gonzalo, se acercó al sofá donde este aguardaba y suspirando entre sollozos, exclamó:

-Mi señor, soy solo suya y siempre lo seré. Me educaron desde niña para que me reservara al hombre que el destino me tenía reservado y antes de entregarme a usted, quiero que sepa que usted será el primero.

Enterarse de ese modo que Diana era virgen enterneció al hombretón e izándola, la depositó en sus rodillas mientras pensaba en una fórmula con la que contestarla:

-Te equivocas cuando dices que eres solo mía, tus hermanas te han aceptado como una de ellas y, por tanto, también eres y serás suya.

Sonriendo las aludidas se acercaron y sellando con un beso de cada una sobre sus labios, ratificaron las palabras de Gonzalo mientras por increíble que resultara Diana volvía a alcanzar el orgasmo.

-Soy la esclava de los tres y desde ahora juro que procuraré hacerme acreedora del cariño de mi dueño y de sus esposas.

Notando la tibia esencia de la rubia cayendo por sus piernas, Gonzalo la rectificó:

-No eres únicamente nuestra esclava, sino nuestra dueña y desde este momento prometo amarte como mi igual.

El chillido de felicidad con el que Diana respondió a sus palabras lo azuzaron a tomarla en brazos y a llevarla hasta su cuarto. Una vez ahí tiernamente la depositó sobre la cama, antes de girarse y decir a sus acompañantes:

-Hoy es su día y, por tanto, debemos hacer que sea inolvidable. ¿Os parece bien?

Antes incluso que terminara de decirlo, tanto la morena como la pelirroja ya se habían abalanzado sobre sus pechos. La rapidez con la que se lanzaron sobre ella le hizo gracia y mientras mamaban de ella, la chavala miró al que ya era su patriarca riendo:

-Parece que sus zorras tienen hambre.

Jamás se imaginó el cincuentón ser testigo de esa escena. En su mente, tener dos hembras a su disposición le seguía resultando inmoral, pero al contemplarlas mamando de otra curiosamente le agradó y quizás por ello dejó pasar el modo con el que Diana se había referido a ellas. En cambio, para la bruja ese insulto la enervó y recordando la falta de experiencia de la rubia, decidió darle un mordisco que quedara por siempre en su memoria.

Dejando a Antía ordeñando las ubres de la azafata, se deslizó por ella y separándole las piernas, respondió:

-Hoy es tu día, pero eso no es excusa para que nos faltes al respeto.

Tras lo cual, acomodándose entre sus muslos, comenzó a recorrer los pliegues de su sexo con la boca.

– ¡Por Dios! – gimió al regalarla un largo y profundo lametazo.

La ternura y sensualidad con la que Estefany trataba su coñito después de amenazarla, descolocó a la rubia y más cuando de pronto se percató de que olvidando sus rencillas se afanaba en darle placer. Hasta a Gonzalo le extrañó su fijación y aun más cuando de improviso la morena comenzó a temblar presa de un súbito orgasmo.

«¿Qué le ocurre?», se preguntó al oírla gritar mientras no dejaba de lamer.

Y no fue el único, porque al escuchar el volumen de sus berridos, Antia se debió cuestionar lo mismo, pero en su caso deseando averiguar qué le pasaba a su compañera empapando un dedo entre los pliegues de Diana, lo probó.

– ¿Qué clase de criatura eres? – exclamó abriendo los ojos de par en par.

La receptora de la pregunta ni siquiera la escuchó. Completamente dominada por las sensaciones que estaba experimentando, usó sus manos para forzar aún más el contacto de la morena.

– ¡Coño! ¡Contesta! ¿Qué eres?

Al repetir la pregunta y de nuevo no obtener respuesta, la meiga llevó a su hombre lejos de ellas. La seriedad de su rostro se incrementó al observar que Estefany estaba inmersa en un orgasmo inacabable y que lejos de menguar cada vez era más potente.

– ¡No puede ser! – entre dientes musitó al comprender qué tipo de ser era la mujer que habían aceptado: – ¡Es un súcubo!

A Gonzalo se le desencajó la mandíbula al escucharla y buscando en su memoria lo poco que sabía de esos seres, recordó que absorbían las fuerzas de aquellos con los que se acostaban. Asustado quiso retirar a Estefany de entre sus piernas, pero Antía se lo impidió:

-No debes. Las consecuencias pueden ser desastrosas si cortas el vínculo.

-Entonces… ¿qué hacemos? – preguntó lleno de angustia.

– ¡Calla y déjame pensar! – replicó la pelirroja mientras trataba de serenarse.

Al maduro le resultó durísimo permanecer quieto al comprobar que Estefany empalidecía por momentos y ya estaba a punto de arriesgarse a separarla cuando escuchó:

-Si quieres salvarla, ¡Tienes que follarte a Diana!

El desatino de su propuesta lo indignó y elevando el tono de su voz, respondió de qué serviría ponerse en peligro.

 -La súcubo te ha jurado fidelidad. Eres al único que no chupará el alma. Para ella, ¡eres intocable!

Seguía dudando cuando de pronto notó que el placer que asolaba a su amada iba mutando en dolor y con el corazón encogido, comprendió que no podía dejar de intentarlo.

– ¿Cómo lo hago sin romper su unión? – únicamente cuestionó mientras se acercaba a la cama al reparar en que la cabeza de la morena le impedía hacerlo.

Comprendiendo el problema, la pelirroja le ayudó cambiando la postura de Estefany para dejarle el camino libre. Nada más verlo, hizo de tripas corazón y posando el glande entre los pliegues de Diana, gritó mientras de la penetraba:

-Espero que no te equivoques.

El berrido de la rubia al sentir cómo su himen era desgarrado retumbó en la habitación, pero en vez de rechazarlo usó sus piernas para retenerlo.

-Mi señor- rugió la súcubo rindiéndole pleitesía.

Impresionado por la intensidad de su chillido, Gonzalo se quedó paralizado y tuvo que ser Antía la que lo azuzara a continuar mientras nuevamente se lanzaba a comerle los pechos:

  -Ámala, ¡lo necesita!… ¡Lo necesitamos todos!

 Sin entender por qué la pelirroja se había unido comenzó a poseerla y mientras poco a poco iba acelerando, se percató de la extraña sensación que le envolvía cada vez que la penetraba. Y es que además de que la vagina de ese ser se cerraba como un guante sobre su pene, al cabalgarla, experimentaba una creciente euforia.

– ¡Me encanta! – reconoció en voz alta mientras martilleaba su interior con decisión.

Dominado por un nuevo ímpetu, se aferró a los hombros de Diana para incrementar la profundidad y el ritmo de sus embistes sin advertir que una luminosa esfera se iba formando alrededor de la cama.

-¡No pares! ¡Sigue amándola! – escuchó como entre sueños mientras sumergía su pene en ella.

Para entonces, Gonzalo estaba embriagado de pasión y solo podía pensar en gozar del espectacular cuerpo de Diana y que ésta disfrutara.

– ¡Córrete! ¡puta mía! – exclamó mientras posaba las manos sobre sus sienes.

Nunca pensó que al estar unidas su orden provocara el colapso de las tres mujeres y menos que por su propia naturaleza el cuerpo de la rubia funcionara de amplificador que tomando su gozo lo distribuyera maximizado al resto. Es mas no se percató de lo sucedido hasta que de pronto la luz que los envolvía se hizo tan brillante que lo cegó antes de apagarse. Al reponerse de la impresión, se percató de la sonrisa que lucían todas mientras se estremecían de placer justo cuando su pene explotaba derramando su esencia en la súcubo.

Sin entender qué había ocurrido, siguió machacando el interior de la azafata hasta que no pudo más al ver que las tres reaccionaban como una sola a sus ataques.

– ¡Por Dios! ¡Ha sido increíble! – suspiró la rubia mientras buscaba los besos del hombre que la había estrenado.

Su alegría fue tan contagiosa que Antía y Estefany no dudaron en acompañarla intentando que Gonzalo las volviera a amar. El maduro estaba tan confundido que rechazando su renovado interés pidió que alguien le explicase lo que había pasado.

-Amor, has cerrado el círculo y extendido tu protección a nosotras- contestó la meiga.

– ¡No entiendo! – se quejó mientras Diana les miraba llena de extrañeza:

-Te pedí que la amaras, sabiendo que eras inmune a sus poderes. Lo que no sabía es que, al corrernos con ella, adquiriríamos la capacidad de disfrutar de Diana ya sin peligro.

– ¿De qué peligro habláis? – preguntó la rubia demostrando que no era consciente de su propia naturaleza.

La pelirroja, besándola en los labios, contestó:

-Aunque te tengo que avisar de lo que hemos descubierto en ti, ¿te importa que lo dejemos para después?… Me he quedado con ganas de comerte el coñito mientras tú devoras el mío.

-Estoy de acuerdo. Sea lo que sea lo que quieres contarme, ¡puede esperar!

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