Esa hora de siesta fue cómo un bálsamo y sintiendo que había recuperado todas sus fuerzas, Gonzalo se despertó para descubrir abrazada a él al bombón que lo llevaba martirizando desde que aterrizó en Madrid. Asustado por las sensaciones que se acumulaban en su cuerpo al sentir la dureza de los pechos de esa monada contra su piel, evitó moverse para no despertarla.

            «¿Qué ocurre aquí?», se preguntó todavía alelado mientras de reojo la miraba descansar.

            El dulce aroma que desprendía lo traía loco y preocupado por si se excitaba tuvo que reconocer que la belleza morena de esa mujer se realzaba sobre el blanco de su camisón.  Recordando que, durante la comida, esa criatura había expresado que lo encontraba atractivo, se vio azuzado a seguir espiando a ese espectáculo de mujer. Todo en ella era perfecto. Sus largas piernas, perfectamente contorneadas, no eran más que un mero anticipo de su magnífico y atlético trasero.

«¡Qué buena está!», tuvo que valorar mientras recorría con los ojos las voluptuosas caderas que tenía a pesar de ser delgada. Supo con un deje de tristeza mientras la miraba que, si no llega a ser la amiga de su hija y por qué no reconocerlo de su tierna edad, jamás hubiera dudado y directamente se hubiese lanzado a amarla.

Nada más reconocer que tenía dudas, se quedó horrorizado al percatarse de que deseaba a esa mujer.

«Una cosa era amarla en sueños y otra muy diferente era desear tocarla», se dijo mientras de reojo disfrutaba de su vientre liso y de sus enormes, juveniles y duros senos.

 Mientras esos calificativos se acumulaban en su mente, asumió que esas dos maravillas además de ser producto de sus genes, eran el resultado de largas horas de duro trabajo en el gimnasio y nuevamente se sintió tentado a tocarlos. Martirizándose con la visión de ese cuerpo semidesnudo al que el encaje que lo cubría no hacía más que resaltar su hermosura, seguía sin comprender qué era lo que veía en él:

 «Debe de tener cientos de pretendientes mucho más jóvenes y atractivos que yo», se dijo al sentir que la colombiana se pegaba involuntariamente más a él, deslizando la pierna sobre su muslo.

El cambio de postura lo aterrorizó al darse cuenta que bajó el pantalón del pijama iba creciendo irremediablemente su apetito demostrando las ganas que experimentaba de tocarla, aunque eso contraviniera todas las normas morales que había mamado.

«Patricia me va a matar», se lamentó mientras en su interior se iba afianzando la idea de sucumbir a la atracción que tanto le perturbaba.

 Prueba de ese lento cambio fue que, sin realmente haber tomado una decisión al respecto, sus dedos comenzaron a recorrer el trasero duro y respingón que lo tenía obsesionado desde que dos días antes y durante la película alucinó poseer. El recuerdo del placer que había experimentado hundiendo su hombría en él lo aguijoneó a subir por su cuerpo con sus yemas.

«¡Dios! ¡Estoy cachondo!», reconoció mientras acariciaba su espalda.

Al oír que de la chavala brotaba un suspiro, se quedó inmóvil.

―Sigue por favor― protestó Estefany haciéndole ver que sus mimos eran bien recibidos mientras se daba la vuelta para facilitar que continuara tocándola.

El trasero de esa criatura rozando su pene y su explícito permiso permitieron que prosiguiera y que sus yemas llegaran hasta esos voluminosos pechos que lo subyugaban.

«Son impresionantes», sentenció al verse sorprendido de ser incapaz de abarcar con la mano la totalidad de su volumen mientras tanteaba con el pulgar uno de sus pezones.

El ritmo acelerado de su respiración hizo saber al maduro que también ella estaba excitada y por eso él mismo jadeó al sentirla presionando su miembro con las nalgas.

―Gonzalo, no sabes cuánto te deseo― fue su tierno saludo mientras con un sensual movimiento de caderas daba cobijo a la erección del padre de su amiga entre sus piernas.

«No lleva bragas», comprendió al sentir la humedad que desprendía su coño sobre su tallo.

Ese descubrimiento y su entrega demolieron sus últimos reparos y con el corazón a mil por hora, reunió el valor para deslizar una mano por su cuerpo y llegar hasta su sexo.

«Está empapada», exclamó en su interior al ratificar con los dedos entre sus pliegues que Estefany estaba excitada.

Aun así, le sorprendió que levantando la cabeza de su pecho y con el deseo brillando en su mirada, susurrara:

―Desde siempre supe que debías ser tú quien me hiciera mujer.

Esa confesión debía haberle echado para atrás, pero curiosamente saber que esa criatura era virgen lejos de paralizarlo, lo estimuló a continuar y cogiendo uno de los pezones de la morena entre sus dedos, acercó la cara y lo lamió.

―Quiero ser tuya.

Ese sollozo le permitió intensificar sus caricias y regalando un suave pellizco a la areola de la chiquilla, aguardó su reacción. Estefany, al notarlo, ratificó la urgencia de sentirse mujer acelerando el roce de su sexo contra la virilidad del maduro. Con el coño, ya anegado, presionó su pene con un suave ímpetu dejándole de manifiesto que estaba lista para ser amada.

            ―Princesa, deja que yo sea el que lleve la iniciativa― extrañamente tranquilo susurró al oído de la joven.

            La cariñosa reprimenda del hombre y la promesa que encerraba alegró a la colombiana y mientras le cedía el mando, sonrió sabiendo que, si su amante había dejado atrás sus objeciones, se debía en gran parte al conjuro:

 «Con él, solo he adelantado tu rendición. Tu destino era ser mío».

Ajeno a la manipulación, Gonzalo buscó los besos de la colombiana. La suavidad de sus labios le recordó su juventud y por un momento dudó si continuar al sentirse un viejo.

―Necesito dejar de ser virgen y que me conviertas en mujer― repitió la joven notando su indecisión.

Azuzado por ella y por el efecto del sortilegio que había bebido, forzó la boca de la chiquilla y jugando con la lengua en su interior, aprovechó para apoderarse de las nalgas que tanto deseaba con las dos manos, mientras le insistía en que lo dejara a él actuar.

―Soy enteramente tuya, mi amor― suspiró Estefany al notar que comenzaba a deslizarse por su cuerpo dejando un húmedo surco en su camino a base de tiernos besos y largos lametazos.

Excitada y satisfecha de haber usado sus poderes, gimió como una bebé cuando el aliento de su don Juan a escasos centímetros de su sexo le anticipó que solo faltaban unos instantes para que finalmente se hiciera su dueña:

«Sigue, ¡hunde tu lengua en mi coño! ¡Y reconoce en mí a tu mujer!».

Desconociendo que en cuanto catara el flujo de Estefany cerraría el conjuro que los uniría de por vida, ralentizó la velocidad con la que se acercaba a la meta y alargando el trámite antes de apoderarse del botón que la amiga de su hija escondía entre los pliegues, tiernamente la torturó.

            ― ¿Qué me haces? ¡Por qué paras! ― desesperada por su lentitud, protestó la joven bruja.

Con la necesidad de no decepcionarla y subyugado por el aroma que le llegaba de su vulva, Gonzalo decidió culminar su camino y retirando con delicadeza los labios que escondían el tesoro que tanto ansiaba lamer, con la punta de la lengua, lo rozó. En cuanto el sabor de Estefany impregnó sus papilas la calentura creció en él, convirtiéndose en un incendio. Dominado por una lujuria sin par y sabiendo que solo podía apagarla bebiendo de su flujo, se lanzó desbocado a devorarla mientras notaba que el cuerpo de la chiquilla colapsaba.

―Ya eres mío― escuchó que ésta gritaba sin percatarse de lo que significaba mientras su sed se incrementaba.

Estimulado por su sabor, prosiguió bebiendo de los pliegues de su sexo con la lengua hasta que incapaz de contenerse y seguir amándola con dulzura, llevó una de las manos hasta su pecho y se lo pellizcó. Esa ruda e imprevista caricia profundizó el éxtasis de la inexperta bruja y gritando de placer, buscó el pene con el que tanto ansiaba ser desflorada.

―Por favor, ¡cógeme! ¡Ya no aguanto más! ― rugió desesperada mientras lo acercaba entre las piernas.

La potencia del grito sorprendió hasta a su misma autora y moviendo las caderas, bajó el tono, pero no su exigencia.

―Tómame― le rogó nuevamente.

Gonzalo comprendió muy a su pesar que debía seguir alargando los preparativos para que esa primera vez fuera inolvidable para ella y por eso se entretuvo rozando la entrada que tanto deseaba traspasar con la cabeza de su pene.

― ¡Cógeme de una maldita vez! ¡Te lo ordeno! ― exigió imprudentemente mientras se pellizcaba los pezones.

Sabiendo que había cometido un error al ver la cara de Gonzalo, no le quedó otra que reparar el daño e impregnando de dulzura su ruego, le repitió que la amara. Esa rectificación dio resultado y su maduro galán creyéndose nuevamente al mando se introdujo en ella hasta topar con su himen.

― ¿Estás segura? ― necesitado de su permiso, preguntó.

Con un brusco movimiento de caderas, Estefany mandó al olvido la virginidad mientras sellaba su dominio sobre el padre de Patricia:

―Ya soy tu dueña― gritó de dolor y satisfacción sin saber que a quinientos kilómetros su victoria era sentida por Antía como una derrota.

De haber estado atenta a lo que pasaba a su alrededor y no tanto a la lujuria que la embargaba, se hubiese percatado del enfado de la gallega a través de la distancia.

―Esa porca rouboume o marido! ― exclamó la criada en su idioma natal al sentir como un agravio su estreno.

Ajeno a la rivalidad existente entre las dos mujeres, Gonzalo notó que la excitación de la muchacha crecía y ya sin oposición su pene entró completamente en ella. Y siguiendo el dictado de sus hormonas quiso acelerar la cadencia, pero su mente se lo prohibió y por eso durante unos minutos siguió amándola lentamente. Ese ritmo pausado pero constante llevó a Estefany a un estado cercano a la locura y olvidando toda prudencia, clavó las uñas en el trasero de su víctima mientras le exigía que incrementara el ritmo. Obedeciendo su mandato, pero ciertamente indignado, Gonzalo maximizó la dureza de su asalto tomando entre sus manos los pechos de la hispana.

―Calla y disfruta de tu hombre, ¡puta! ― gritó defendiendo su hombría mientras elevaba al máximo la velocidad y la profundidad de sus embestidas.

Ese imprevisto conato de rebelión intensificó más si cabe la calentura de la inexperta hechicera y deseando no haber necesitado del conjuro para ser suya, chilló descompuesta su placer:

― ¡Por dios! No pares de amarme. ¡Lo necesito!

Satisfecho al oír el ruego de Estefany y deseando que su clímax coincidiera con el orgasmo de la joven, la agarró de los hombros mientras machacaba una y otra vez sus defensas.

            ―Más fuerte, hazme saber quién es mi hombre― gritó la bruja con la respiración entrecortada.

            Obedeciendo tanto a su orden como al dictado de su naturaleza, el hombretón llevó las manos a sus tetas y estrujándolas con fiereza, se dejó llevar derramando su simiente mientras Estefany no paraba de gritar. Contento y aliviado al escuchar sus gritos de placer, siguió poseyéndola hasta que agotado cayó sobre ella.

Satisfecha y realizada al ver su sueño cumplido, la colombiana lo recibió en sus brazos:

―Llegué a tu cama siendo una niña y ahora salgo convertida en tu mujer…

Mientras eso ocurría en el chalet de Madrid, muy lejos, en la habitación de un hospital gallego, Antía estaba llorando al haber sentido en sus propias carnes la forma en que la joven le había arrebatado al hombre que consideraba su marido.

            «Mataré a esa cerda», pensó mientras desde la cama su convaleciente madre la miraba preocupada.

Asumiendo que su retoño iba a plantar batalla a la advenediza, no tuvo más remedio que pedirle que se tranquilizara porque antes de actuar debía obtener la aprobación del consejo de ancianas:

―Hija, hace mucho que fuiste obligada a no hacer uso de tus poderes y si quieres enfrentarte a esa mujer, los vas a necesitar. Si es tu deseo, convocaré el aquelarre que te libere de ese juramento.

Enternecida pero aun furiosa por haber permitido que esa latina le robara el amor de su jefe por no haber tenido el coraje de hacerle ver que lo amaba, se tomó unos segundos en contestar mientras meditaba si debía renunciar a su existencia como una mujer normal.

―Madre, usted mejor que nadie sabe los motivos que me llevaron a apartarme del camino que marcaba mi herencia― sollozó derrumbándose en la silla aceptando implícitamente que la liberara.

Comprendiendo tanto su dolor pasado como el actual, doña Bríxida supo que debía olvidar el papel de madre para actuar como meiga. Y sin mayor prolegómeno, entrando en trance, se comunicó con el resto de sus hermanas:

―Como sabéis, he sido víctima de un ataque mágico. Aunque sus consecuencias no son irreparables y me recuperaré, he decido que no quede sin respuesta…

Ya con la atención de todas sus acólitas y mientras su hija no paraba de llorar al saber que no tardaría en oír lo que durante años había anhelado, la anciana prosiguió:

―Está decidido. Cuando esa mujer atacó a la matriarca nos atacó a todas y por ello os pido que juntas levantemos la prohibición a la más fuerte de nosotras para que, en nuestro nombre, nos vengue.

Desde Abadín, un pueblo de Lugo, la segunda en jerarquía protestó:

―Maestra, recuerde los esfuerzos que tuvimos que realizar para contener a su hija cuando abusando de sus dones intentó imponernos su voluntad.

―Sabela, lo recuerdo bien. No en vano fui la primera en sufrir su insensatez, pero eso fue hace mucho tiempo. Lejos de nosotras, Antía ha madurado y es hora que recupere la libertad de actuar.

La mujer de la que hablaban no pudo evitar echarse a temblar al rememorar cómo con apenas veinte años quiso saltarse todos los escalafones y erigirse en la líder indiscutible de la hermandad. Sin otra opción para demostrar a las meigas que había cambiado, dejó caer sus defensas y se abrió a ellas.

Una tras otra, las veinte mujeres examinaron a la exiliada en busca de algún rencor y al no encontrarlo, disolvieron el mágico impedimento que contenía sus poderosos dones.

―Antía, arrodíllate y acepta la misión que te encomendamos. Ve a Madrid y venga la afrenta.

― ¿Qué desea el aquelarre que haga con la bruja? ― preguntó desde el suelo y con la cabeza agachada en señal de sumisión.

―Una vez la hayas vencido, tráela para que acepte entrar a formar parte de nuestro círculo como la última de nosotras.

― ¿Y si se niega?

―Entonces, ¡mátala!

Reparando los muros de su mente para que nadie se advirtiera el rumbo de sus pensamientos, internamente supo que no le daría la opción de unirse. Pero acatando externamente el mandato, proclamó:

―La bruja que ha osado atacarnos será nuestra hermana o morirá…

6

Esa misma tarde, Antía se reunió con las cinco meigas llegadas de sus bases repartidas por Galicia que su madre había mandado para apoyarla. Tras saludarlas y en mitad del claro de un bosque se desnudó ante ellas. La lozanía que conservaba su cuerpo a pesar de las tres décadas que llevaba viviendo sorprendió a sus hermanas y mientras preparaban la ceremonia con la que pedirían su protección a Dios y a la madre naturaleza, no dejaron de alabar la forma y el volumen de sus atributos femeninos.

            ―Si no llego a saber qué es imposible, hubiera jurado que has hecho uso de tus poderes para evitar que los años hubiesen hecho mella en tus pechos― impresionada por la verticalidad y dureza de sus tetas, comentó Sabela.

            Asumiendo que era un piropo y no una recriminación por parte de la segunda de su madre, la pelirroja contestó muerta de risa:

            ―Además de magia, existe algo que se llama ejercicio.

            Confirmando el sentir general y su total sintonía al acogerla como hermana, Aldara, la meiga de Lodeiros añadió:

            ―No comprendo cómo teniendo ese pandero, diste opción a que la bruja se te anticipara. Si yo tuviera uno medianamente parecido, no necesitaría de ningún conjuro para retener a mi Xosé.

            Sonrojada por el piropo, Antía tuvo que reconocer que durante todo el tiempo que había permanecido viviendo con su jefe había mantenido sus encantos ocultos bajo el uniforme de criada para que se enamorara de ella y no de su cintura estrecha o de su voluminoso culo.

            Usando sus mismas palabras, Ximena, la meiga que vivía en Villanueva de Arosa replicó:

            ―Además de magia, existe algo llamado hormonas y si las hubieses dejado actuar, ese hombre estaría babeando por ti y nosotras no tendríamos este problema.

            Molesta de que indirectamente, la oronda le echase la culpa de la llegada desde la otra orilla del Atlántico de la arpía que quería robar su hombre, se puso en mitad del pentagrama que habían dibujado sobre el prado esparciendo sal traída desde la costa de la muerte por Rosalía, su meiga.

            ―Estoy lista para recibir vuestras bendiciones― musitó tumbándose con los brazos y las piernas en cruz.

            Acercándose las cinco ocuparon cada una los extremos de la estrella de cinco puntas. Anxela, la última de ellas y meiga de la Sierra del Candán comenzó el ritual repartiendo entre sus hermanas las cinco rojas brevas que había personalmente cortado de una milenaria higuera de su bosque natal. Tras lo cual, haciendo una incisión en forma de cruz en la que todavía conservaba, untó con la carne del fruto las piernas de su hermana mientras recitaba:

―Con tres te veo, con cuatro te ato, con cinco, la sangre te riego y el corazón te parto.

Imitándola, Sabela aplastó la breva en los brazos de la pelirroja, rezando:

―Cristo, míranos y en virtud de nuestro ruego, libra a nuestra hermana de todo mal. Y dale el poder para que, enfrentando al enemigo, oh, Justo Juez, si este si trae ojos, que no la vea.

Sumándose a su ruego, Ximena esparció la breva que portaba sobre el pecho de la mujer mientras añadía:

―Si trae manos, que no la toque; si trae armas, que no le hagan daño.

Interviniendo, Rosalía exprimió la suya y dándosela a beber a la hermana que yacía sobre la hierba, proclamó:

―Santa Cruz de Mayo, cuando vaya a casa de su marido, ayúdale en la misión que tu aquelarre ha ordenado y evita que la seguidora de tu hermano Satanás pueda vencerla.

Aldara, la última en actuar, hundió la breva en el sexo de la encargada de ejecutar la misión, proclamando:

―Antía, somos cinco las que te hacen entrega a los poderes místicos, uniéndote a ellos disfruta de las caricias que te den.

Ya todas juntas gritaron “Amen” mientras en el suelo la oveja descarriada que había vuelto al corral era asaltada, zarandeada y golpeada por un brutal orgasmo que no terminó hasta que cayendo sobre la hierba e incapaz de soportar la crueldad de placer al que se vio sometida, se desmayó entre balbuceos…

A quinientos kilómetros, sola en el cuarto principal de la casa de la que se sabía ya dueña y mientras su amado se bañaba, la bruja nacida en Antioquia se estaba limando las uñas de los pies cuando notó como si fuera una brisa los efectos del sortilegio que Antía y sus hermanas habían realizado en su contra.

A pesar de su corta edad, la chavala no era ninguna tonta y de inmediato se puso a buscar por el chalet el origen de la amenaza sin entender qué había hecho para granjearse la enemistad de alguien y menos de una persona dotada de poderes místicos.

«¡Qué raro! He notado el aliento de la magia cayendo sobre mí» meditó extrañada al ser incapaz de detectar quién o quiénes la amenazaban.

Aun así, decidió no tentar la suerte y sacando de su bolso, las imágenes de los santos que desde niña velaban por ella, frotó con ellas los dinteles y los pomos de cada puerta y de cada ventana de la casa para que nadie con genes mágicos pudiera traspasarlos sin haber obtenido su permiso. Tras lo cual sabiendo que en el interior de esos muros se encontraba a salvo, fue en busca de su hombre.

Mientras subía por las escaleras, sonrió al recordar qué gratamente le había sorprendido su desempeño y cómo había disfrutado cuando demostrando su carácter Gonzalo la había amado con dureza a pesar de estar hechizado.

«Tengo que soltarle un poco para que me demuestre lo cerdo y pervertido que puede llegar a ser», sentenció sintiendo la humedad creciente de su sexo mientras se acercaba a él.

Desconociendo en absoluto que pronto se vería inmerso en mitad de la lucha entre dos tipos de magia, su hombre se estaba enjabonando los brazos cuando la vio desnuda y pellizcándose los pechos entrando al baño. De inmediato, su pene se alzó por tercera vez y por ello rugió de alegría cuando sin tenérselo que pedir, Estefany se metió en la ducha.

― ¿Has echado de menos a tu dueña? ― relamiéndose los labios, preguntó.

No intuyendo que esa monada de ojos verdes hablaba en serio al decir que era de su propiedad, se echó a reír:

―Sí, mi bruja. Soy tu siervo y tu ausencia me resulta dolorosa.

Encantada por su respuesta, la colombiana se empezó a acariciar las tetas mientras lo miraba. Incapaz de rehusar tamaña invitación, un bramido salió de su garganta al ver el sensual modo en que se las estaba estrujando.

―Tienes unas ubres enormes que llaman a ser ordeñadas.

Descojonada por el exabrupto de su pareja, Estefany cogió ambos senos con sus manos y mostrándoselos como si fueran un trofeo, comentó:

― ¿Acaso no te gustan?

Pensando que su comentario la había molestado, suspiró:

―Son maravillosas.

            La dueña de esos turgentes senos se rio al comprobar el nerviosismo de Gonzalo y dando una vuelta completa sobre el plato de la ducha, brevemente modeló para él antes de preguntar:

― ¿Y qué parte de tu ama te gusta más?

―El culo― admitió su hombre incapaz de retirar la mirada de esas oscuras y duras nalgas.

Estefany, con la confianza de saberlo en su poder, tiró de él y restregando su piel mojada contra su pecho, esperó a que intentara meterle mano para rechazarlo:

            ―Nadie te ha dado permiso para tocarme.

Haciendo ver a la joven que le parecía absurdo e innecesario pedir algo así, el ejecutivo agachó la cabeza y mientras comenzaba a mordisquearle un pezón, musitó entre dientes:

―No necesito tu autorización, putita mía.

Sorprendida por el insulto y entusiasmada por la audacia de ponerse a mamar de su pecho sin pedirle autorización, no solo no se quejó, sino que emitiendo un gemido de placer riendo declaró que su anciano era un descarado.

―Ancianos, ¡los cerros y reverdecen! ― chilló cambiando de teta mientras con la mano libre buscaba el tesoro que escondía entre las piernas.

La bruja cada vez más excitada separó las piernas para darle acceso libre a sus pliegues. Su amante demostró la vasta experiencia que tenía, cuando al encontrar el clítoris, usando dos yemas comenzó a torturarlo. La víctima de tan inesperado agasajo, dando un grito, le pidió que fuera más tierno.

―Haberlo pensado antes de meterte en la ducha, ahora calla― contestó el maduro.

Estefany sonrió sabiendo que, con solo un movimiento de sus pestañas, ese hombre que se sentía tan macho caería a sus pies. Pero como siniestramente le daba morbo hacerse la indefensa y simular que él llevaba el mando, abrió más si cabe las rodillas mientras gemía pidiéndole perdón. Viendo en ella señales claras de que le estaba gustando ese trato, Gonzalo certeramente retorció un poco más el botón haciendo emerger de su garganta un sollozo.

― Eres una zorra ninfómana – le soltó al notar que su coño se empapaba producto de esas maniobras.

Esa dulce reprimenda y sus reiterados insultos la convirtieron en una hembra hambrienta de sexo y sorprendida por la violencia de su lujuria, ella misma separó sus labios mientras le gritaba:

―Cógete a tu puta, ¡no esperes más!

Sin hacer caso a su calentura, el maduro paseó dos dedos por la raja de su coño antes de introducirlos en su interior. El aullido que Estefany pegó al notar esa súbita violación, le aconsejó tratarla con dureza.

― ¿Sabes que tienes un culo precioso? ― preguntó.

La sonrisa que brotó en su cara al escuchar el piropo, desapareció cuando le dio la vuelta y separando los dos cachetes que lo volvían loco, jugueteó con una yema en su entrada trasera.

― ¿Qué haces? ― protestó indignada.

―Cómo te dije, tienes un culo precioso y voy a rompértelo― susurró a su oído mientras introducía el dedo en su interior.

Contra todo pronóstico, esa amenaza despertó un aspecto de su carácter que desconocía tener y totalmente excitada con ser objeto de esa práctica, en vez de rechazarla, solo pidió a su amante que fuera cuidadoso con ella.

― ¡No voy a dañar algo que es mío! ― gritó antes de ponerse a relajar el esfínter de la latina mientras con la otra mano estimulaba su clítoris.

―Oh, ¡oh! ¡Dios mío! – gimió tan abochornada como excitada al valorar en su medida el placer que le producía ese trato mientras intentaba forzar mis caricias presionando su culo contra el que en realidad era su esclavo.

Haciendo honor a su palabra, Gonzalo cogió una botella de aceite Johnson que había en un estante y echando un buen chorro sobre sus dedos, exigió a la joven que se separara las nalgas con las manos. La bruja obedeció de inmediato y dando su aprobación, le imploró como una damisela en peligro que lo hiciera con cuidado.

―O te quedas quieta, o lo dejo y desgarro tu precioso trasero. ¡Puta! ― le amenazó al ver que no paraba de menear las caderas y acto seguido le dio un azote.

Impactada al sentir esa dura caricia comprendió que, contra todo pronóstico, le gustaba y poniendo cara de zorrón, imploró a su don Juan que la premiara con otra nalgada.  Muerto de risa, se negó y mordiéndole una oreja, la informó de que iba a follársela en plan salvaje. Como respuesta, Estefany presionó las nalgas contra su pene, demostrando de nuevo su aceptación.

 Gonzalo, que no quería hacerle más daño del necesario, siguió relajando su esfínter hasta comprobar que se encontraba suficiente relajado. Entonces y solo entonces, llevando su pene hasta él comenzó a introducirlo lenta y suavemente su glande en el interior del virginal trasero. Estefany chilló de dolor al experimentar que su entrada trasera había sido traspasada pero no hizo ningún intento de separarse. Al contrario, esperó a que se disminuyera su dolor para echar hacia atrás su culo provocando que el tallo de su violador se le incrustara hasta el mango. Estimulada por el sufrimiento y llevada a la locura, exigió a su siervo que hiciera uso de él como viera oportuno.

―Tú lo has querido― rugió entusiasmado mientras retomaba el vaivén de sus caderas con auténtica pasión.

Totalmente apabullada por ese ritmo alocado, la bruja permitió que la erección de Gonzalo deambulara libre en su interior. Es más poseída por un salvaje frenesí y haciendo uso de sus poderes, le ordenó que incrementara su dureza.  Sin darse cuenta de ser manipulado, usó sus pechos como apoyo y acelerando la cabalgó como si fuera una potra. Estefany, totalmente descompuesta, gimió su placer cuando, excediéndose, el maduro acercó su boca al hombro de la bruja y se lo mordió con fuerza. Su grito de dolor no le intimidó y clavando los dientes en su carne, forzó su espalda mientras con los dedos mimaba curiosamente su excitado clítoris.

― ¡Qué maravilla! ― suspiró la latina al sentir el pene violentando su conducto mientras la masturbaba dulcemente con la mano y retorciéndose como una anguila, informó a su amante que se corría.

Esa confesión mientras se apoyaba en los azulejos de la ducha gritando que no parara de amarla, lo volvió loco y acelerando sus embestidas, eyaculó en ella al oír que, aullando como una loba en celo, se corría.

Agotados se separaron y comenzaron a besarse cuando desde la habitación, escucharon que les llegaba el sonido del teléfono.

―No contestes, deja que suene― pidió Gonzalo al verla salir de la ducha.

―Puede ser importante― pensando que quizás se había pasado al provocar el ictus de la madre de la criada y que esta había fallecido, lo descolgó.

Al escuchar quien llamaba, sin importarle mojar la cama, se sentó y comenzó a charlar animadamente con Patricia, su mejor amiga y aunque ella no lo supiera, ¡su hijastra!…

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