El sonido del despertador lo sorprendió en mitad de un sueño el que Estefany llegaba a su cama en silencio y sin preguntar se acostaba a su lado totalmente desnuda. Lejos de cabrearle la interrupción, al abrir los ojos y percatarse de que nada era real, sonrió y decidió que esa tarde quedaría con Alicia a echarle un polvo.

«Tengo las hormonas a flor de piel, parezco un adolescente», de mejor humor al haberlo decidido, se metió al baño.

Tras la ducha, se vistió y bajó a desayunar donde para su extrañeza, su joven invitada estaba tomándose un café mientras leía el ABC.

― ¿Qué tal has dormido? ― preguntó al verla recuperada.

―Estupendamente, hacía tiempo que… no me sentía tan bien.

Que nuevamente usara la misma frase que la actriz durante su entrega en la película, le hizo sospechar que la joven se estaba burlando de él, pero al ver su mirada franca comprendió que había sido casualidad y mientras la criada le ponía enfrente un plato de frutas, la vio tan interesada leyendo que quiso saber qué era lo que la tenía ensimismada.

Levantando la mirada del periódico contestó señalando un anuncio de una subasta:

―Gonzalo, ¿cómo es posible que subasten este edificio a este precio? ¿No es demasiado barato?

Al ser algo de su actividad, el cincuentón lo cogió y comenzó a leer mientras contestaba:

―El precio de salida no suele ser el de cierre, sino otro mucho más elevado.

Acababa de decirlo, cuando de manera imprevista reparó en que la propiedad que estaban licitando era la misma que él llevaba años intentando comprar, pero que nunca había podido llegar a un acuerdo con su dueño.

«No me jodas, ¡ese cretino debe haber quebrado!», se dijo y recortando la página, ya se iba a toda prisa, cuando recordó que no se había despedido y retrocediendo sobre sus pasos, tras dar a la chavala un beso en la mejilla, le dijo adiós.

―Que te vaya bien el día― escuchó a la colombiana decir ya en el pasillo.

Sin exteriorizarlo, pensó:

«Gracias a ti, seguro».

Nada más llegar a su despacho, llamó a Manuel Guijarro, su director financiero y le pidió saber cuánto dinero le podía conseguir antes de las doce.

― ¿Lo quiere en efectivo?

―No joder. Quiero pujar por esta propiedad― enseñándole el recorte del periódico, contestó: ―pero antes de comprometer unos fondos que luego pudiésemos necesitar, quiero que llames a todos los bancos y me digas cuál es la suma que se comprometen a prestarnos si llegamos a ganar la subasta. 

El pequeño margen de maniobra que le había dado hizo que a las once y media volviese con las orejas gachas y le reconociera solo haber sacado el compromiso del Banco de Santander por seis millones de euros.

―Con eso no tenemos nada qué hacer― malhumorado al ver esfumarse la oportunidad contestó, pero aun así abrió la web donde se subastaba y viendo que las pujas iban en tres millones y medio, la incrementó en un millón.

«No tardarán en sobrepasarme», seguro de perder, se dijo mientras iban pasando los minutos.

Sobre las doce menos cinco, sus temores se hicieron realidad cuando otro pujador ofertó cinco millones. Como solo tenía uno de margen, no lo dudó y tecleó en el tejado cinco cien.

«Ese edificio vale al menos diez», se dijo temiendo que su rival respondiera con una cantidad inasumible para él.

Pero para su sorpresa, la subasta cerró y nadie había superado su puja. Sin llegárselo a creer, llamó a la empresa que lo subastaba y confirmó que se convertiría en su dueño, si depositaba antes de una semana la suma marcada.

«Al final, esta chiquilla me traerá suerte», concluyó y alegre por tamaño éxito decidió llamar a Alicia para celebrarlo entre sus brazos.

El destino hizo que la abogada estuviera inmersa en un asunto legal de enorme importancia y lamentándolo mucho, le dijo que no. Por lo que al salir del trabajo sobre las siete, no le quedó otra que volver a su casa. Allí se topó con Estefany esperándolo en la puerta, vestida igual que Halle Berry en la película. No creyendo en las coincidencias, la saludó temeroso mientras intentaba evitar hundir sus ojos en el profundo escote de la blusa de tirantes que llevaba puesta. Aun así, no pudo evitar caer en la tentación y mientras la niña le preguntaba por su día, buceó con la mirada entre sus pechos.

«¡Como está la condenada!», exclamó mentalmente mientras veía crecer dos gruesos botones bajo esa tela morada.

Completamente desconcertado por la reacción involuntaria de la chavala, preguntó por Antía.

―Está en la cocina preparando uno de sus platos preferidos― con sus mejillas todavía coloradas al sentirse descubierta, respondió.

Intrigado por esa respuesta, Gonzalo se acercó donde la treintañera se debatía entre fogones y alucinado descubrió que la colombiana no había mentido al tomar de una fuente una croqueta y descubrir que estaba hecha con queso de cabrales.  Ese sabor lo retrotrajo a su infancia y a su aldea perdida en los picos de Europa.

«No puede ser», pensó mientras una lágrima corría por sus mejillas: «Es la receta de Mamá».

Sintiéndose niño después de tantos años, no pudo dejar de coger una segunda y mientras saboreaba ese manjar, se preguntó cómo era posible. Sin pensarlo dos veces, preguntó a la pelirroja de donde había sacado la idea, pero sobre todo quién le había dado la receta.

―Fue la chiquilla. Por lo visto, recordó que un verano en Santander la llevó a un chiringuito donde usted se hartó de comer este tipo de croquetas.

Aunque no lo recordaba, lo dio por bueno e impulsado por el hambre tomó la tercera antes de volver donde la cría a darle las gracias. La colombiana al escucharlo, sonrió y como si fuera una práctica habitual a la que no pensaba renunciar, le pidió si después de cenar podía quedarse dormida como la noche anterior.

―Fue la primera vez en semanas que pude descansar― comentó al ver su cara de espanto.

La desolación de su rostro pensando que se iba a negar lo enterneció y siendo consciente de lo poco apropiado que era permitir que esa cría descansara usando su muslo como almohada, iba a ceder cuando en el último momento le informó que no le apetecía ver la televisión, sino leer.

―Entonces, perfecto. Te prometo no incordiar mientras disfrutas del libro.

 Que le hubiera malinterpretado y viera en su respuesta una aceptación, lo dejó sin argumentos y se quedó callado. La cría parecía satisfecha y sin despedirse, se dirigió hacia su cuarto. Gonzalo, que para entonces no entendía nada, se percató que de espaldas el parecido con la actriz era todavía más patente y que incluso la forma con la que caminaba embutida en esa minifalda, se la recordaba.

«Quizás sea todavía más guapa», se dijo buscando unas diferencias que no veía y siniestramente excitado al recordar la escena, prefirió ponerse una copa.

Sin darse cuenta, escogió entre todas las botellas de su bar una de Jack Daniels. Al dar el primer sorbo, fue cuando cayó en la cuenta de esa elección y asustado como pocas veces al saber que era la misma bebida con la que los protagonistas se habían emborrachado, decidió no tentar la suerte y tirándola en el baño, rellenó su copa con vodka.

«Esto es ridículo. Ha sido casualidad», meditó menos convencido que horrorizado.

Se acababa de sentar para disfrutar de la copa cuando por la puerta apareció su criada y tomando asiento frente a él, le preguntó de dónde había sacado a esa extraña joven. Su pregunta lo cogió con el pie cambiado cuando sabía a ciencia cierta que la treintañera conocía perfectamente que era la amiga de su hija Patricia.

―Señor, no se lo digo porque no sea encantadora, que lo es, sino porque parece conocer cada uno de sus gustos como si hubiese vivido siempre en esta casa. Por ejemplo, hoy cuando acomodaba su ropa en el armario me equivoqué y puse una de sus camisas de sport junto a las de trabajo, con dulzura me reprendió diciendo que usted tiene tan aprendido dónde van que ni siquiera se fija en la que toma.

―Coño, Antía. Cualquiera se hubiese dado cuenta de que estaba fuera de sitio― respondió sin darle importancia.

―Quizás, pero hay otros detalles que no me cuadran― y sacando del bolsillo, un papel se lo puso en las manos: ―Fíjese en la lista de la compra que hoy elaboró y dígame si alguien que no le conozca a conciencia es capaz de hacerla.

Leyendo con detalle la misma, no vio nada extraño y así se lo hizo saber.

― ¡Por dios! ¿No se ha dado cuenta? Sabe la marca de desodorante que usa, las frutas o las verduras que prefiere, los cortes de carne que le entusiasman e incluso algo tan privado como el tipo de antiácido que toma cuando se le pasan las copas.

Siendo extraño, no le pareció descabellado que con ganas de agradar hubiese hablado con Patricia y comentándoselo a la mujer, volvió a quitarle hierro. La pelirroja, nacida en la Galicia más profunda, reveló su creencia en lo sobrenatural diciendo:

―Puede ser, pero a mí me parece que esa niña es capaz de leer los pensamientos como una meiga.

Al escuchar esa memez, se echó a reír provocando el cabreo de la gallega. La cual indignada se marchó farfullando de vuelta a la cocina que la cena estaba lista. Pensando en las croquetas, fue a avisar a la muchacha. Cuando iba a pasar a su habitación, recordó cómo la había pillado duchándose y prefirió tocar antes de entrar.

―Ya salgo― la oyó decir mientras la puerta se entreabría y a través de la rendija, veía que se estaba subiendo la falda.

Casi se desmaya al comprobar no tanto la perfección de su trasero, sino que llevaba el mismo tipo de tanga de la escena erótica que se había visto protagonizando con ella en su alucinación. Sin esperar a que saliera, bajó totalmente confundido las escaleras. Mientras esperaba su llegada, comprendió que, por alguna razón al darse cuenta de lo mucho que le impresionó ver a Halle Berry haciendo el amor, Estefany había decidido imitarla. Por eso cuando la cría llegó, la recibió con uñas y sentándose en la mesa, apenas habló durante la cena.

Si la hispana se dio cuenta de su cabreo, no lo demostró. Es más, demostrando que además de guapa tenía una cabeza perfectamente amueblada, comentó las noticias de la jornada haciendo especial hincapié en una en la que el locutor había hablado de una compañía que iba a salir a bolsa al día siguiente:

―O mucho me equivoco o ese valor va a subir como la espuma.

Aunque parte de su dinero estaba invertido en ese tipo de valores, no le prestó atención y siguió cenando. Al terminar, pidió a Antía que le preparara un café y se fue al salón. Una vez allí, de la estantería donde tenía los que todavía no había leído, cogió uno al azar y sentándose en el sofá, se puso a ojearlo. Al ver que trataba sobre el inconfesable amor entre un maduro y una joven, pensó en tomar otro. Pero entonces, trayendo ella el café, apareció Estefany y tras dejarlo sobre la mesa, se tumbó en la posición de la que había hablado.

Sintiéndose contra la pared y observando de reojo que tenía ya los ojos cerrados, comenzó a leer. Muy a su pesar, no tardó en verse subyugado por la historia y a la tercera página ya se había olvidado de la chavala. Sus temores volvieron con fuerza, al comprobar francamente acojonado que en ese libro el autor con pelos y señales reseñaba lo que había sentido él al descubrirla enjabonándose en la ducha.

«¡Es imposible!», exclamó para sí y releyendo el mismo pasaje una y otra vez no halló nada que difiriera de lo que había vivido.

Intrigado, aceleró la lectura para quedarse horrorizado cuando vio en blanco y negro que el ejecutivo se hacía rico siguiendo los consejos de su musa sin que esta le pidiese a priori nada sexual a cambio. Recordando la subasta de la mañana se vio reflejado y siguió leyendo.  Ya en el segundo capítulo, la joven cambió de actitud y un buen día al llegar de la oficina, el maduro se la encontró semidesnuda esperándolo en la puerta. Tan impactado se quedó el protagonista al verla en negliggé que nada pudo hacer para evitar que agachándose lo descalzara mientras le informaba de lo mucho que su cachorrita lo había echado de menos.

Dejando el libro sobre la mesilla, Gonzalo cerró los ojos y se imaginó a Estefany actuando como la musa. Contra su voluntad, se vio levantándola del suelo y metiendo las manos bajo el sugerente camisón. Por raro que parezca, le pareció sentir la calidez de la piel de la hispana bajo sus yemas y su pene reaccionó adquiriendo un grosor que no recordaba. Fue entonces, cuando sin previo aviso tuvo que volver a la realidad al escuchar un gemido a su lado.

―Por favor, sigue imaginando― con la cabeza todavía sobre su muslo oyó a Estefany suspirar.

Dominado por una extraña lujuria al notar que seguía dormida, cerró de nuevo los párpados y en su mente, la empotró contra la pared mientras le desgarraba el tanga.

―Hazme tuya― percibió el sollozo de la joven mientras en su cerebro jugaba con los pliegues de su feminidad.

Excitado y sintiéndose culpable, se imaginó su pene tomando posesión de la joven lentamente y a ella retorciéndose al sentir su vagina avasallada de esa forma. Sin llegarlo a comprender notó como terminaba de incrustárselo como si fuera real y preso de lo que estaba experimentando, comenzó a cabalgarla con decisión.

― ¡Me encanta! ― sobre su muslo, chilló la morena entusiasmada cuando en su imaginación la acuchillaba sin pausa.

Ya sin ningún pudor, la sujetó de los pechos mientras aceleraba sus embestidas. La Estefany de su sueño no solo no se quejaba, sino que colaborando con él comenzaba a mover desenfrenadamente el trasero al ritmo que su tallo le marcaba. Sin llegar a ser consciente de que lo que hacía en su mente era sentido por la chavala, siguió poseyéndola una y otra vez alternando cada embestida con un pellizco en sus pezones.

― ¡No pares de follarme! ― llegó a sus oídos el alarido de la joven mientras en su cerebro le soltaba el primero de una serie de azotes.

Azuzado por sus gritos siguió castigando sus nalgas al tiempo que como si fuera un martillo neumático su hombría iba demoliendo una a una las defensas de la mujercita en su imaginación.

―Me corro― escuchó que balbuceaba la real mientras la otra sucumbía al placer salpicando con flujo sus piernas.

En ese instante, para Gonzalo, la escena era tan vivida que incluso le pareció oler el aroma a sexo que desprendía cada vez que la empalaba y contagiándose de su placer, su pene explotó derramando su imaginaria semilla en el interior de Estefany. Al eyacular en ella, la chavala se retorció en un nuevo orgasmo y cayendo lentamente al suelo, comenzó a reír diciendo:

―Hoy sí que voy a dormir como una bebé.

Entonces y solo entonces, el cincuentón abrió los ojos para descubrir que, sobre su muslo, la chavala sonreía. Cortado como pocas veces, trató de disimular y lo primero que se le ocurrió fue preguntar qué era lo que había dicho.

Desternillada de risa, la joven se levantó y acomodándose la minifalda, contestó:

―Lo sabes bien, mi amado maduro.

Pálido hasta decir basta, la vio caminando hacia la puerta con las piernas abiertas como si estuviera escocida tras haber follado salvajemente y antes de marcharse por el pasillo, se giró y lanzándole un beso, añadió:

―Esta noche, intenta no soñar conmigo, ¡me has dejado agotada!…

4

Ya en la soledad de su cuarto, Gonzalo intentó infructuosamente dar sentido a lo que había vivido minutos antes, pero al no conseguir una explicación racional decidió que no había existido y que todo era producto de un sueño. Aferrándose a eso, se desvistió e intentó dormir mientras se repetía como un mantra que su imaginación le había jugado una mala pasada y que se debió quedar traspuesto sin darse cuenta. Aun así, cada vez que su mente divagaba y se veía a punto de amar a la amiga de su hija, haciendo un esfuerzo la echaba de su cerebro y se obligaba a pensar en otra cosa.

            Por eso, cuando en la mañana, bajó a desayunar y se encontró cara a cara con la hispana, intentó simular una tranquilidad que no sentía depositando un fraternal beso en su frente.

            ― ¿Has conseguido descansar? Se te nota agotado― preguntó con un cariño y una ternura más propia de una novia que de una invitada.

            Con los nervios a flor de piel, no quiso reconocer que apenas había pegado ojo y bebiéndose de un trago el café, se despidió de ella y huyó hacia la empresa. De camino a la misma, recordó el comentario que había hecho sobre la empresa que iba a comenzar a cotizar y tomando el teléfono, llamó a su corredor de bolsa para que le comprara cien mil euros de esa startup.

            ―Es una apuesta arriesgada― le comentó el financiero haciéndole ver el peligro que suponía invertir en tecnológicas de nueva creación.

            Como esa cría le había hecho más que doblar su dinero al avisarle de la subasta, consideró que valía la pena el riesgo e insistió que las adquiriera en su nombre.

            ―No se hable más. Te envió los comprobantes de la transacción en cuanto los tenga― molesto por que su cliente no hubiese seguido el consejo, contestó el agente y colgó.

            Al no ser una cantidad que le quitara el sueño, Gonzalo olvidó el tema y llegando a la oficina se embarcó en resolver los asuntos pendientes, entre los que estaba poner en venta el edificio que había comprado, aunque todavía no le hubiese dado tiempo de escriturar su compra. Curiosamente, no tardó en encontrar un inversor interesado y pactando un precio cercano a los once millones, comprendió que no solo había hecho el día sino el año.

            «Jamás he ganado tanto en una sola operación», se dijo mientras pensaba en cómo compensar a la colombiana.

            Sin ganas de seguir trabajando y dado que era viernes, guardó su portátil para dar así por terminada su jornada laboral. Amalia, su secretaria, lo vio marchar y sonriendo, le deseó que un buen fin de semana. Ya en su coche, comprobó en su reloj que todavía le daba tiempo para llegar a una joyería y enfilando la calle Ayala, aparcó cerca de Goya. Caminando por esa calle comercial, entró en Durán donde saludando a una empleada que conocía le pidió ayuda sobre qué comprar.

            ― ¿Qué edad tiene la homenajeada? ― fue su única pregunta.

            Un tanto cortado contestó que sobre veinticinco. Que no supiera sus años con seguridad hizo ver a la eficaz vendedora que su conocido tenía un affaire y sabiendo que sería presa fácil, le sacó un muestrario con las joyas más caras de la tienda.

Gonzalo se vio incapaz de elegir una y pidiendo auxilio a las musas, cerró los ojos para imaginar cual elegiría Estefany. De inmediato a su mente, le llegó la imagen de la hispana llevando un collar de raso negro con un colgante de forma rara. Al describírselo, la señora comprendió que la destinataria era una joven de piel morena que el día anterior había estado chismeando en la tienda y sacándolo de un cajón, lo puso a su disposición avisándole que además de ser su precio elevado era un símbolo mágico.

Al reconocerlo cómo el que había visualizado en el cuello de su invitada, se hizo el despistado mientras preguntaba si podía decirle qué representaba:

―Según su autora, que es un poco excéntrica, simboliza la unión de la mujer lo luzca con el autor del regalo.

Por un momento, dudó si comprarlo. No le apetecía si quiera figuradamente unirse a Estefany y por eso dejándolo sobre el mostrador, insistió que le mostrara otros parecidos. Por desgracia ninguno de los que puso a examen lo convenció y señalando el primero, sacó la tarjeta y lo pagó sin reparar en los cuarenta y cinco mil euros que costaba tras haber ganado millones con su información.

Con el broche bajo el brazo, volvió a su casa donde la cría le comentó nada más entrar que estaban solos porque Antía se había tenido que ir urgentemente al pueblo.

― ¿Ha pasado algo con sus padres? ― preguntó sabiendo que ambos eran ancianos.

Asintiendo le informó que a la madre le había dado un ictus y que estaba en el hospital. Gonzalo no pudo más que sentir pena por la pobre mujer y tomando el teléfono y marcó su número para que se tomara el tiempo que considerara necesario para volver.

―Según los médicos, en cosa de dos semanas podré llevarla a casa― contestó ésta ratificando de esa manera lo que ya se temía, que su ausencia sería larga.

―No hay problema y no te preocupes, ahora mismo te ingreso dos meses de sueldo por anticipado para que al menos no tengas que preocuparte por el dinero.

Para su sorpresa, tras agradecerle el detalle, su fiel empleada le alertó que se anduviera con cuidado con la joven por que le parecía muy raro que su llegada coincidiera con la enfermedad de su vieja. Asumiendo que eran los nervios los que guiaban sus palabras, evitó reírse y mientras pensaba que era absurdo achacar a la amiga de su hija un accidente cerebrovascular ocurrido a quinientos kilómetros, contestó que lo tendría en cuenta y colgó.

Al ver que la aludida seguía plantada junto a él, recordó que le había comprado un broche y se lo dio haciéndole saber que gracias a su avispado comentario sobre la subasta había hecho un negocio estupendo.

―Es lo menos que puedo hacer por el hombre que me ha acogido en su hogar― respondió la cría mientras lo abría.

Su cara de alegría fue total cuando vio en qué consistía el regalo. Y sacándolo del estuche, lo puso en sus manos para acto seguido pedirle si podía ser él quien se lo abrochara. Al ser su presente, Gonzalo lo vio normal y dijo que por supuesto. Lo que no fue tan normal fue que la joven se arrodillara para facilitar que se lo pusiera y menos que tras cerrarlo en torno a su cuello, Estefany se echase a llorar.

― ¿Qué te pasa criatura? ― preguntó horrorizado pensando quizás que la depresión había vuelto.

Pero entonces, abrazándolo, contestó:

―No sabes la ilusión que me hace este regalo y que hayas sido tú quien voluntariamente y sabiendo su significado, me hiciera llevarlo.

La excitación que sintió al tenerla entre sus brazos no fue óbice para que aterrorizado lamentase no haber escogido otra joya, pero decidido a no revelar que la empleada de Durán le había prevenido de que la mujer a la que se lo diese quedaría unida a él se abstuvo de comentar nada al respecto y únicamente quiso saber dónde le apetecía que le llevara a comer.

―No hace falta ir a ningún sitio. Sabiendo que vendrías con hambre, he cocinado un plato de mi tierra― alegremente respondió y meneando su maravilloso pandero en dirección a la cocina, le pidió que se sentara a la mesa.

El olor que le llegaba le anticipó que era alguna clase de marisco y como era algo que le encantaba, comenzó a babear aún antes que su imprevista cocinera le plantara en frente una cazuela con camarones, calamares, ostras, varias variedades de pescado, llegando al extremo de incluir langosta.

―Se ve delicioso― comentó.

―Mejor sabrá― contestó Estefany mientras esperaba a que Gonzalo lo probase.

  Metiendo la cuchara, probó primeramente el caldo y en él descubrió que además de todos esos ingredientes, llevaba leche de coco, verduras y demás especias.

― ¡Está cojonudo! ― exclamó al sentir la explosión de sabores en su boca.

― ¿A qué no sabías que además de ser una monada soy una cocinera de lujo?

Al oír el modo que se auto alababa con picardía, no quiso quedarse atrás y mirando el prominente escote donde lucía el broche que le acababa de alabar, contestó muerto de risa:

―Lo primero es evidente, lo segundo lo acabo de comprobar… ¿qué otras maravillas me quedan por descubrir?

Colorada como un tomate al sentir la descarada mirada en sus pechos, bajando la cabeza como si estuviese avergonzada, suspiró:

―Debo decirte que, además de guapa, simpática y estupenda chef, soy un poco bruja.

Creyendo que iba de guasa y que había usado esa palabra para definirse aludiendo a la fama que tenían las mujeres entre los hombres, se echó a reír:

―Dime algo que no sepa. ¡Eres una bruja preciosa capaz de hechizar a cualquier bobo que se te antoje!

―No eres ningún bobo― nuevamente con las mejillas rojas de vergüenza, replicó: ―Eres un hombre adorable y tremendamente sexy.

El camarón que Gonzalo estaba a punto de llevarse a la boca se le cayó y levantando su mirada, la observó y se percató de que lo decía completamente en serio. No sabiendo cómo actuar, ni qué decir, volvió al recoger el sabroso manjar y se lo comió haciendo como si no hubiese escuchado la opinión que tenía esa criatura de él.

«¿No se da cuenta de que tengo la edad de su padre?», se preguntó sin exteriorizarlo: «¡La llevo más de veinte años!».

Sabiendo la lucha interior de su acompañante, la morena sonrió:

«Antes de darte cuenta, estarás entrelazando tus piernas con la mías mientras me susurras palabras de amor».

Ajeno a que las intenciones que albergaba hacia él, al terminar de comer, en vez de un café prefirió un té con el que bajar el banquete que se había dado. La chavala recordó que la noche anterior había dormido poco y le aconsejó que se fuera a recostar mientras se lo preparaba. Asumiendo que necesitaba esa siesta, la considero casi obligatoria y se fue a su dormitorio. Mientras se desnudaba para ponerse el pijama, en la cocina Estefany se puso a calentar agua. Cuando comenzó a hervir, se despojó del tanga que llevaba tres días usando y lo metió en la olla:

―Con esta agüita de calzón, mi hombre me entregara su corazón― tomando el broche entre sus manos, recitó el sortilegio que le uniría por siempre a ella: ―Con el agua de mis calzones, me dará sus posesiones. Con la esencia de mis pantaletas, se volverá loco con mis tetas. Con el sabor de mi braga, clavará en mí su daga.

Durante cinco minutos lo tuvo burbujeando para asegurarse de que la prenda había desprendido todas sus propiedades y sacando del fuego el recipiente, llenó una taza. Donde tras colocar una bolsa de té, se lo llevó a su presa. Medio dormido, Gonzalo se lo bebió sin saber qué tipo de mejunje era mientras la amiga de Patricia lo observaba.

«Es por tu bien. Desde que te conocí el primer verano, decidí que terminaríamos juntos», pensó y asumiendo que debía dar tiempo al conjuro para actuar, feliz cómo no recordaba, se fue a cambiar de ropa para culminar su estreno.

Al cabo de media hora, salió ataviada únicamente con un camisón blanco que simbolizaba su pureza para que el que sería su amante supiera que ningún varón podía adjudicarse el mérito de haberla desvirgado. Con ello en mente, se acercó a donde yacía dormido su destino y abrazándose a él aguardó su despertar. Ya con la cabeza apoyada sobre el pecho desnudo del hombre que consideraba suyo, se puso a susurrar en su oído:

 ―Estabas haciendo el amor a la zorra de tu esposa la primera vez que supe que eras mío y juro que no comprendí que la madre de Patricia no estuviera disfrutando mientras la poseías. No era justo ni para ti, ni para la chiquilla de veinte años que alborozada descubrió la excitación mientras veía a ese hombretón intentar satisfacer a su hembra.

Mirándolo todavía dormido se sintió libre de comentar al saber que, aunque no pudiese oírla, su mensaje quedaría grabado en el cerebro:

―Yo hubiese dado mi vida por ser la mujer que estaba siendo amada en tu cama. Ganas me dieron de sacarla de los pelos y volviendo a tu lecho, poner mi cuerpo a tu disposición, pero era imposible porque seguías enamorado de ese putón.

El sonido de su respiración le permitió continuar a pesar de las dos lágrimas que amenazaban con aflorar en sus ojos:

―Ese día decidí renunciar a mi padre, a mi país, a todo, por ti. Desde la distancia, fui yo la que te mandó el mail con las pruebas de su traición. Cinco años esperé a que estuvieses listo para recibirme. Cinco años en los que soñé con este momento en el que finalmente vas a unirte a mí…

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