A la mañana siguiente, cuando despertó en brazos en brazos de la hispana, la vergüenza de haberse dejado llevar por la lujuria volvió con fuerza. ¡Se sentía un puto viejo verde! Incapaz de moverse, mientras sentía los juveniles pechos de Estefany bajo sus palmas, Gonzalo quiso que lo ocurrido hubiera sido un sueño.

«¡Por dios! ¿Qué he hecho?», se torturó mientras en su mente se acumulaban las excusas con las que intentaba disculpar su comportamiento.

Sin entender cómo era posible que hubiese permitido sucumbir a la pecaminosa atracción que sentía por la chavala, temió la reacción de su hija cuando se enterara.

«Lo mínimo es que deje de hablarme y será lo lógico. Nadie perdonará que un viejo como yo haya seducido a una cría tan joven», se dijo sin culpabilizar a la verdadera responsable.

Abochornado hasta el tuétano, recordó que ese sábado habían quedado en que Patricia le presentaría a su chico a la hora de comer.  La comida que él mismo había concertado para castigar a su retoño, se había vuelto en su contra. A toda costa tenía que evitar que la adorable criatura que seguía durmiendo pegada a él, ya que no se sentía capaz de disimular lo que había hecho. Dando vueltas sobre el asunto, trató de hallar un motivo por el que Estefany se auto excluyera y así no tenérselo que pedir. Desgraciadamente, todas las ideas que le vinieron a la cabeza o bien no eran factibles o siéndolo, provocarían la humillación de la pobre chiquilla que creyéndose enamorada había llegado hasta sus sábanas. Cómo lo último que deseaba era hacerle daño y que se sintiera usada por él, decidió tomar el toro por los cuernos y esperar la primera oportunidad decirle que había que evitar que su hija se enterara del desliz.

«Ella es la primera interesada, no en vano son como hermanas», se dijo sin advertir que desde su planteamiento esa decisión tenía un fallo: esa joven bruja no lo veía como un pasatiempo sino como el hombre con el que quería compartir ¡el resto de la vida!

Dio prueba de ello cuando a los cinco minutos, se despertó y viéndose en brazos del que consideraba su galán, comenzó a acariciarle el pecho mientras sonriendo le daba los buenos días de un modo que jamás esperó.

―Mi amor, ¡no sabes los años que llevo soñando con amanecer en tus brazos!

Hasta el último vello de su cuerpo se le erizó al escuchar la ternura de su voz al confesar que la fascinación que sentía por él venía de antiguo y por fin comprendió que había minusvalorado el problema si lo que acababa de oír era cierto. Poniendo su cerebro a funcionar, infructuosamente buscó qué responder que no fuera cruel y dañara su frágil estado de ánimo.

«Acaba de salir, si es que lo ha hecho, de una depresión», balbuceó mientras exteriormente forzaba una sonrisa.

La muchacha leyó como si fuera un libro abierto la incomodidad del hombre que sabía suyo y confiando ciegamente en que lo tenía en su poder, se hizo la tonta y siguió martirizándolo:

―Cuando Patricia me habló de tu obstinación para que, en vez de con ella, me quedara en tu casa, comprendí que también me amabas y que mis sueños se harían realidad.

Gonzalo quiso rebatírselo y que supiese la verdad, pero no pudo. Algo en su interior se lo impedía. Con la respuesta en la punta de la lengua y deseando clarificarle desde ese momento que lo suyo era imposible, no tuvo el valor, el coraje o los huevos de poner la verdad sobre la mesa. Cabreado consigo mismo, susurró si bajaban a desayunar.

―Mi desayuno está en esta cama― contestó la chavala cogiendo entre sus manos la virilidad de su acompañante mientras se deslizaba dándole besos por el cuerpo…

Doña Bríxida mejoraba por momentos y la tranquilidad con la que los médicos valoraban su evolución, permitió a Antía centrarse en su misión. Siendo la última de una larga estirpe de hechiceras que ocultamente había influido en la historia del noroeste de la península, la pelirroja poseía algo que cualquier bruja, chamán o meiga hubiera deseado para sí: una de las más extensas bibliotecas de libros mágicos, pero sobre todo el famoso formulario de conjuros que generación tras generación habían enriquecido las mujeres que le antecedieron. Aprovechándolo y mientras su madre se recuperaba en el hospital, se encerró en el casón de la familia y estudió. Sabía que no se debía engañar por la juventud de su rival y que, bajo su apariencia de niña boba, era una verdadera hija de puta.

            ―No debo confiarme― se dijo al recordar que el día en que Gonzalo apareció con ella en la casa percibió con claridad su poder: ―Esa zorra es peligrosa.

            Por ello, la noche anterior había entrado en contacto con los espíritus de sus ancestros para que la guiaran en su venganza, aunque eso significara que tuviera que pagar un precio. Tras plantear a sus difuntos el alcance de su misión, esperó bajo la luna llena que ellos le respondieran. La única que se dignó en aparecer fue María de Zozaya, la última de las grandes matriarcas que fue condenada a la hoguera por la Inquisición en 1.610.

            ―Madre de la madre de mi madre, gracias por contestar― cayendo postrada ante la aparición, declaró solemnemente usando la formula prevista, que no significaba que fuera su bisabuela, sino que con ella la reconocía como su ascendiente.

            El fantasma, si es que se puede llamar así, al hálito de vida que tomó forma ante ella, respondió:

            ―Hija de la hija de mi hija, mi igual.

            Antía no pudo más que respirar al escuchar que esa famosa hechicera quemada en Zugarramundi por el infausto Carvajal le daba el lugar que necesitaba para plantearle la pregunta que deseaba y necesitaba hacer:

            ―Madre― acortando el trato: ― Antes de enfrentarme a una bruja venida de lo que en tu época se conocía como las Indias, me gustaría saber cómo debo actuar para vencerla y qué debo hacer para matarla.

            El espectro se tomó unos segundos para leer en su mente la verdadera necesidad que le planteaba, antes de contestar:

            ―Los celos son malos consejeros y deberás tener cuidado. Si has sido capaz de descubrir sus poderes sin haberlos siquiera usado, es menester reconocer que la bastarda del criollo al que amé y luego odié lleva en su sangre tanta herencia mágica como tú.

            «¿Bastarda del criollo al que amó y luego odió?», se preguntó y viendo que su antepasada se abstenía de continuar, rehízo su consulta:

            ―Madre, esa mujer ha atacado a una que es sangre de tu sangre y yo, cómo tu heredera, necesito tu consejo para que se enfrente a tu justicia.

― ¿Mi justicia? Hace demasiadas centurias que mis cenizas las esparció el viento, si deseas mi auxilio debes ofrecerme algo más que la venganza.

Desde que decidió consultar a sus antepasados, la treintañera asumió que debería pagar un precio y por eso no le extrañó que doña María fuera lo que quisiera cerrar antes de dar cualquier tipo de consejo.

 ―Amada Madre, ¿dígame qué puedo ofrecer y se lo daré? ― preguntó.

            ―Me conformaría con que me dejes disfrutar de tu vida en tres ocasiones. Acepta que te suplante y toda la sabiduría que llevo acumulada en estos siglos será tuya y haré de ti mi primogénita.

            «¿Dejar que posea mi cuerpo a cambio de cuatrocientos años de experiencia? ― se preguntó y sin valorar más que debía responder, levantándose contestó: ―Madre de la madre de mi madre, acepto. ¡Tómeme!

            La risa de la fue quemada en vida resonó entre los muros del casón familiar:

            ―El momento de reencarnarme brevemente en ti lo decido yo. Mientras llega, te confiero mi saber.

Nada más decirlo, el flujo de información que llegó al cerebro de la gallega la hizo trastabillar. Mientras sus rodillas eran incapaces de sostener su peso y caía a plomo contra el suelo, su mente se vio avasallada por las imágenes y vivencias que la difunta había atesorado durante su vida y después de muerta.

― ¡Qué la diosa me proteja! ¿Qué he hecho? ― gritó al ser plenamente conocedora de la maldad de la mujer a la que había unido su destino…

8

Ajena a que su padre era la posesión que llevaría a dos estirpes mágicas a enfrentarse, en el apartamento que éste le había regalado y del que ni siquiera pagaba gasto alguno porque todo lo asumía él, Patricia estaba tratando de convencer a su novio que era solo una comida:

―Manuel. Ya te expliqué que, para que se quedara con Estefany, mi padre exigió conocerte. 

            ―Ese es tu puto problema, no el mío― sin levantarse del sofá, contestó a lo suyo mientras encendía la PlayStation.

            ―Por favor, no seas niño. Serán poco más de dos horas y luego te prometo que no me quejaré si te pasas jugando el resto del fin de semana.

            Siendo una oferta interesante, el descerebrado que tenía encoñada a la hija de Gonzalo vio que podía exprimirla más y por ello, sin siquiera dignarse a mirar, replicó:

―No me apetece en lo más mínimo conocer a tu viejo. La verdad es que me la sudan tanto él como tu amiga, la panchita.

El racismo que desprendían sus palabras la indignó, pero mordiéndose un ovario pasó a puntillas sobre él mientras figuradamente se bajaba las bragas:

― ¿Qué prefieres? ¿Venir a la comida o que tengamos qué convivir con ella?

Sabiendo que Patricia era una celosa recalcitrante que bebía vientos por él, no tuvo reparo en contestar desternillado:

―Si está buena, tráela aquí. Prometo que no me la tiraré… ¡más de dos veces al día!

Con un enfado de narices, la pelirroja se preguntó por qué todavía soportaba sus desplantes cuando la casa era suya y pagaba los gastos que su viejo se negaba a asumir mientras él ni siquiera tenía trabajo. Humillada, Patricia misma se contestó recordando que Manuel cuando veía que no podía seguir tirando del hilo para congraciarse con ella la tomaba en mitad del pasillo salvajemente:

«Lo quiero y encima folla riquísimo».

Asumiendo su debilidad, casi llorando le imploró que lo acompañara. El tipo, un moreno agitanado cuya única virtud se escondía entre sus piernas se echó a reír y señalando la bragueta de su pantalón, contestó:

―Durante una semana, no te quejaras y como prueba de que aceptas… ¡bájate al pilón! 

Como si fuera una drogadicta en busca de su dosis, Patricia se arrodilló y gateando por la habitación comenzó a maullar mientras se aproximaba al sofá donde su pareja la esperaba descojonada.

―No sé qué cojones vi en ti cuando había zorras mejores en el mercado― decidido a humillarla antes de ceder, comentó.

Por increíble que parezca, Patricia interpretó ese menosprecio como un piropo y creyendo que si la había elegido a ella antes que a otras era porque la amaba, se excitó. A su novio en cambio le asqueó comprobar que su insultó no había conseguido hacer mella en su coraza y que, lejos de indignarse, tomaba su hombría entre las manos para pajearlo.

―Usa la boca. ¡No lo quiero repetir! ― gritó sabiéndose al mando.

Esa nueva humillación increíblemente acentuó su calentura y sintiendo como se humedecían sus bragas, abrió los labios y con estudiada lentitud para que su hombre estuviera contento, se fue introduciendo su tallo hasta el fondo de la garganta.

―Así me gusta, ¡perra! ¡Cómetela!

Tremendamente avergonzada, se terminó de embutir el miembro mientras Manuel disfrutaba descojonado de su sumisión. Con lágrimas recorriendo sus mejillas y el flujo que se desbordaba por sus muslos, empezó a meter y sacar el instrumento de su obsesión.

Éste, tratando de reforzar su dominio, pero sobre todo la humillación de la mujer que lo mantenía, le ordenó masturbarse. En su insana adicción, suspiró al sentir que esa orden era una muestra de que Manuel deseaba compartir el placer que le daría y bajando la mirada para que no viese su alegría, se comenzó a tocar tímidamente.

― ¡Más rápido! ¡Sé que lo estás deseando!

No muy segura de sí era acelerar la mamada o su paja, Patricia aumentó la velocidad de ambas, de modo que mientras convertía la boca y su garganta en una eficaz máquina de ordeño, con los dedos en su sexo, torturó su clítoris con decisión.

―No sabes ni mamar una polla― escuchó que le decía mientras usando las dos manos sobre su cabeza le forzaba los límites de su garganta.

 La indefensa y excitada muchacha no pudo evitar sentir arcadas, pero no hizo ningún intento por retirarse.

― ¡Quiero que te la tragues toda! ― gritó Manuel mientras violaba su boca.

No queriendo fallar a su hombre y necesitando beber el manjar que le daría al correrse, Patricia incrementó el ritmo y la profundidad de su mamada. Las risas del malnacido se avivaron cuando vio a la mujer que financiaba sus vicios convertida en una esclava incapaz de defraudar a su amo.

Por eso, la obligó a meter y a sacarse de la boca su pene a un ritmo desenfrenado mientras él terminaba la partida del FIFA. Al conseguir meter un gol con Messi en la televisión, eyaculó directamente en el estómago de Patricia y haciéndose el agradecido, accedió a acompañarla a comer con su viejo.

―Eso sí, cómo ese fascista me pregunté de qué vivo, me levanto y me voy…

La hija de Gonzalo Sierra, el gran inmobiliario, se corrió al saber que Manuel la amaba tanto que era capaz de olvidar el odio que les tenía a los capitalistas solo para hacerla feliz…

Queriendo agradar y en cierta forma dar la bienvenida a la nueva pareja de su hija, Gonzalo se decantó por celebrar el encuentro en un restaurante que fusionaba las dos comidas que más le gustaban. Por eso eligió reservar mesa en “La Única” donde bajo la mano experta del chef Andrés Madrigal la cocina mexicana con la española brillaban con esplendor, haciendo de esa experiencia algo sublime. Al no haber sabido cómo evitar que Estefany los acompañara, se vio con ella esperando a la entrada del local en Claudio Cuello la llegada de Patricia y ese tal Manuel.

Asumiendo la hispana que el miedo a que su retoño descubriera la relación que mantenían era el motivo por el cual su “amorcito” no dejaba de moverse en la acera, decidió tranquilizarlo y facilitarle las cosas. Por ello, pocos minutos que llegara su amiga, le pidió que se acercara porque quería decirle algo:

―Amor, no quiero que pienses que me avergüenza lo que hemos hecho, pero creo que es mejor que Paty no se entere todavía de que soy tuya.

Respirando por primera vez esa mañana, el hombretón vio abrirse el cielo ante él y tomándola de la cintura, la besó. Afortunadamente ese beso fue breve. A los pocos instantes de separar sus labios, el Golf de Patricia apareció doblando la esquina de Columela. Lo cerca que habían estado de pillarles, lo hizo reír y acercándose al coche descubrió que el tipo que vivía con su pequeña era poco menos que un “perroflauta”. Que no se hubiese dignado a ponerse una camisa limpia y que llevara una camiseta andrajosa del Che Guevara, pasó a segundo plano cuando vio las rastas que lucía en el pelo. Aunque desde el primer momento, le repelió, se forzó a sonreír y lo saludó.

― ¿Con que éste es el fósil? ― dejándolo con la mano extendida, el que ya había catalogado de parásito preguntó a Patricia.

―Papá, te presento a Manuel.

Gonzalo tuvo que morderse un huevo para seguir mostrando la cordialidad requerida cuando ese cretino chocó su pecho contra él al modo en que en su círculo se saludaban los colegas.

«Menuda mierda de enano», pensó al comprobar que le sacaba casi un palmo de altura y al menos veinte kilos.

El cabreo del ejecutivo no fue nada comparada con el de Estefany cuando en su caso la abrazó de una forma que catalogó de indecente.

«Como no me suelte de inmediato, este gafo va a saber quién soy», se dijo al notar que el novio de su amiga tenía posada la mano en una de sus nalgas, mientras ajena a su comportamiento Patricia le reía las gracias.

Por suerte para el recién llegado soltó a la joven antes de que ella decidiera darle un escarmiento. Aun así, cualquier observador se hubiera percatado del enfado de Gonzalo y de la bruja mientras entraban al restaurant.

«¿Cómo una mujer tan brillante se ha podido enamorar de este tarado? ¡Se nota a la legua que es un inútil sin ningún tipo de iniciativa!», se preguntó la morena mientras tomaba asiento lejos de su hombre para evitar ser descubiertos.

Supo de su error cuando olvidándose de la dueña del piso donde vivía, se puso a tontear con ella mientras padre e hija hablaban de cosas banales en un intento de pasar el trago esperando la llegada del camarero para pedir algo de beber.

― ¿Qué hace un bomboncito como tú viviendo con ese anciano? ― susurró creyendo que era un piropazo digno de un poeta del romanticismo.

Para Estefany fue la gota que derramó el vaso y sin alzar la voz, respondió:

―Aprender qué es un hombre y no un culicagado como tú.

Desconociendo que con ese término la gente de su país designaba a los niñatos, el tipo fue lo suficiente avispado para entender que era un insulto. Pero eso, lejos de calmar la fascinación que sentía por los pechos que podía intuir bajo el discreto vestido de la colombiana, la exacerbó y convencido de su propio atractivo, siguió acosándola con lisonjas salidas de tono:

―Seré un culicagado, pero si necesitas un revolcón sabes que estoy buenísimo.

 ― De necesitar ser culiada, tú serías el último en el que pensara― rabiosa, contestó la bruja mientras pensaba en qué sortilegio usar para que no se le levantara durante un año.

Viendo su cabreo, Manuel prefirió no seguir tentando al destino y cambiando su atención se centró en la charla que mantenían del otro lado de la mesa. Al escuchar que Gonzalo estaba hablando del incremento que estaban sufriendo los activos inmobiliarios y olvidando que gran parte de los ingresos de Patricia venían de la empresa de su viejo, la radicalidad política de la que hacía gala y que, según él le hacía irresistible, comentó:

―Habría que guillotinar a todos esos explotadores y así el mundo sería mejor.

Sin poderse contener, el ofendido tomó la palabra ante el horror de su hija:

 ―Muchacho. No es necesario decir lo que se piensa, pero si pensar lo que se dice.

Mientras Estefany sonreía orgullosa del sopapo que le había dado con esa diplomática respuesta, Manuel no se dio por aludido e incrementando su metedura de pata, insistió:

―La riqueza no debe estar en manos de unos pocos, sino de la clase trabajadora.

            Sin dejarse intimidar, Gonzalo se echó a reír:

            ―No puedo estar más de acuerdo. Como ejemplo, te expongo mi caso. Tenía dieciséis años cuando mi padre murió y para mantener a mi madre, tuve que ponerme a trabajar mientras seguía estudiando.

Aunque en ningún momento se había metido con él, esta vez intuyó el menosprecio que ese magnate sentía por su figura y con ganas de que ese capullo sufriera viendo el poder que tenía sobre su hija, tomando su mano, comentó:

―Patricia no se queja de los trabajitos que le hago por las noches.

Tal y como había sido su deseo, Gonzalo se quedó horrorizado al contemplar la felicidad con la que Patricia recogía el guante: y que, obviando su presencia, en vez de cachetearlo, ¡lo besaba!

«¡Pero qué clase de boba he criado!», se dijo mientras lanzaba la servilleta sobre la mesa y se levantaba con intención de irse del local.

Cayendo en lo que había hecho, pero ante todo temiendo quedarse sin apoyo financiero, su hija corrió tras él dejando a Estefany con su novio. Mientras éste se reía disfrutando de su victoria, la bruja decidió tomar cartas en el asunto. Sin alzar la voz y con tono tierno, se encaró:

―Mamaguevo, no tienes idea de a quién te enfrentas.

― ¿Una zorra necesitada de polla? ― replicó Manuel todavía desternillado.

―En lo de zorra has acertado, en lo segundo no. Gonzalo me da la que necesito.

― ¿No jodas que te andas tirando al viejo?

―Como ya te he reconocido, sí y no tengo queja de su desempeño.

―Eso es que no has probado lo bueno – señalando su entrepierna, contestó muerto de risa.

Sin dejar de sonreír, la joven llevó su mano a la bragueta del que se sentía un seductor:

―Disfruta de tu ultima erección, porque cuando se te baje dudo mucho que se te vuelva a repetir.

Alucinado por la rapidez con la que su pene reaccionó a ese tierno masaje, creyó que Estefany se le estaba insinuando y separando las rodillas, la azuzó a seguirle pajeando. Para su sorpresa e incredulidad, la muchacha separó sus dedos y señalando la puerta, le hizo ver que su novia volvía acompañada del padre.

―Piensa rápido una excusa con la que explicar a esa tonta que la tengas tiesa.

Abochornado, usó la servilleta para ocultar el estado de su miembro mientras se volvían a sentar en la mesa. Notando que el ejecutivo seguía furioso, decidió bajar el tono por si, al hacerlo, eso le diera la oportunidad de robarle la amante, que no era otra que la mujer que con solo un roce de sus yemas había conseguido ponerle tan bruto.

Con su mástil pidiendo guerra, el rastras no pudo disfrutar del pulpo a las brasas con salsa ranchera que se pidió y con ganas de aliviarse, apresuró la despedida para que, en mitad del parking, Patricia le hiciera una mamada. Tras su primera eyaculación, se quedó gratamente sorprendido de seguir erecto y por eso exigió que le hiciera una segunda. Cuando tras esa, su pene seguía manteniendo tanto su dureza como su verticalidad se empezó a preocupar recordando la profecía de la morena.

«¿Qué me ha hecho?», se preguntó mientras se incrementaba el dolor que sentía en los huevos.

Aterrorizado, urgió a Patricia a acelerar y nada más cruzar la puerta del piso que compartían, la empotró contra la pared esperando que ese tercer asalto consiguiera al fin relajar su sobreexcitado atributo. Su nerviosismo se incrementó al dejarla tirada y satisfecha mientras contemplaba la ausencia de respuesta y que su verga seguía tan dura como antes.

―Llévame al hospital― rogó ya con lágrimas en los ojos al sentir un sufrimiento insoportable.

Solo entonces, su novia fue consciente de lo que sucedía y sin tiempo de acomodarse la ropa, volvieron al Golf y lo llevó a las urgencias de la Paz donde el médico residente tras inyectarle algo para el dolor comentó a la pareja que sufría priapismo isquémico.

― ¿Eso qué significa? ― preocupada preguntó Patricia.

No queriendo asustarlos en demasía, el galeno explicó que ese fenómeno era resultado de la incapacidad de la sangre para salir del pene y que, siendo una patología grave, existía tratamiento. Al exigir Manuel que detallara lo que iban a hacerle, el sanitario explicó que debían drenar la sangre clavándole una jeringa en el glande mientras lo trataban con medicamentos vasoconstrictores y que solo en el hipotético caso que siguiera sin responder, habría que pasar por el quirófano para redirigir el flujo de sangre y que ésta pudiera volver a circular.

―Ese es el último recurso, pero no lo recomiendo por las posibles secuelas.

Temblando de pies a cabeza, Manuel se puso en sus manos mientras en la mente volvía a oír la amenaza de la colombiana en la que profetizó que esa sería su última erección. Por eso cuando a la media hora y tras un cóctel de fenilefrina y cuatro extracciones le avisaron del peligro de que su pene se gangrenara, aterrorizado, accedió a que le metieran cuchillo…

9

Al llegar al chalet, Estefany se ocupó de tranquilizar a Gonzalo entregándose a él y por eso estaba más tranquilo cuando recibió la llamada de su hija llorando desde el hospital para comunicarle que su novio estaba en el quirófano. Sintiendo pena por su retoño, la prometió ir de inmediato y colgando, miró a la espléndida criatura que esperaba desnuda en su cama. Sin prisa alguna y olvidando su promesa, se lanzó entre sus piernas, de forma que no llegaron hasta una hora más tarde a consolar Patricia.

Ya en los pasillos de la Paz, la muchacha se hundió en un abrazo al ver a su viejo y desconsolada, le explicó lo que ocurría y las complicaciones que podían derivarse de la operación. El ejecutivo no exteriorizó la satisfacción con la que recibió que su amado yerno pudiera llegar a sufrir una disfunción eréctil permanente e hipócritamente la consoló haciéndole ver que Manuel era un hombre muy joven y que no tardaría en volver a ser el de siempre.

«Cariño, ya puedes buscar otro macho, el que tienes ahora será un puto eunuco de por vida», desde un rincón y sin intervenir, pensó la morenita sin rastro alguno de remordimiento. Para ella, el conjuro que había mandado a ese malnacido era una muestra de amistad hacia la su amiga al evitar un futuro desgraciado al lado de ese mequetrefe: «En cuanto se dé cuenta que no te va a poder satisfacer, la vergüenza le hará dejarte y ¡jamás volverá!».

Por eso, cuando pasados noventa minutos lo bajaron a la habitación y Patricia se fue a hablar en compañía de su padre con el médico para que les contara el resultado de la intervención, aprovechó para acercarse al convaleciente y susurrando al oído, ser ella quien se lo anticipara:

―A partir de este momento, la única forma que puedas volver a sentir que se te para, será cuando un maromo de dos metros te culee. Te aconsejo ir añadiendo una “a” a tu nombre para hacerte a la idea de que pronto todo el mundo te conocerá como “Manuela la maricona”.

Los chillidos de terror del pobre tipo hicieron intervenir a las enfermeras y solo chutándole un analgésico en vena consiguieron que no se quitara la vía que le habían puesto en el brazo.

«Eso te ocurre por meterte con el hombre de una bruja», tomando su bolso, lo dejó dormido y se fue a consolar a Patricia que lloraba en brazos de su padre destrozada al haber recibido la noticia del irreversible estado de su novio…

Al extremo noroeste de España y en ese mismo momento, Antía estaba que no salía de júbilo, ya que el cardiólogo que atendía a su madre le acababa de confirmar que si seguía con la misma evolución podría llevársela a casa en un par de días.

            ―Todo va satisfactoriamente y aunque doña Bríxida deberá tomarse la vida con calma las próximas semanas, no preveo que le quede ninguna secuela del Ictus.    

            Que su madre necesitara su ayuda durante al menos diez días, la cabreó ya que eso le daría tiempo a su enemiga a cimentar aún más el dominio que ya estaba ejerciendo sobre su jefe, al cual secretamente llevaba amando desde el día en que la contrató. Pero sacando lo único positivo era que esa zorra se confiaría y no la vería llegar cuando usara sus dones mágicos para recuperar lo que era suyo…

Como la antioqueña previó, al salir del hospital, Manuel dejó salir la frustración que sentía cada vez que iba a mear y observaba el lamentable estado de su anterior orgullo, descargándola contra Patricia. Y a pesar de que ésta intentó en todo momento hacer más llevadera la situación, su presencia suponía el doloroso recuerdo de lo que había perdido. Mientras su relación iba en picado, era exactamente lo contrario lo que pasaba en el chalet, donde poco a poco Gonzalo se fue olvidando de los reparos que para él suponía estar con una mujer a la que le llevaba más de veinte años y que para colmo era la mejor amiga de su hija.

Por eso, se volvió una rutina llegar apresuradamente a casa para descubrir que se le había ocurrido a esa bella para alegrarle la vida. Y es que cuando no le sorprendía con un disfraz de fulana que hubiera avergonzado a cualquiera de ese gremio, directamente lo recibía en pelotas o atada a los barrotes de la cama. Una de esas ocurrencias tuvo lugar la tarde en que su hija le llamó para comunicarle que Manuel le había dejado una nota echando toda la culpa de lo que le sucedía a Estefany y que se iba a una comuna de Almería a recuperarse.

―Ni siquiera ha tenido el detalle de decírmelo a la cara― la abandonada sollozó al otro lado del teléfono, mientras él estaba dándose un banquete con la nata que convenientemente distribuida por el cuerpo de la hispana tenía para cenar.

Sin ocultar ya su alegría y ejerciendo de padre, Gonzalo cargó contra el que hasta entonces era su novio haciéndole ver que además de ser un desecho humano, ni siquiera era lo suficiente hombre para terminar con ella en persona.

―Es lo mejor que te puede haber ocurrido― añadió antes de pasarle a su amiga para que ella la terminara de consolar.

Lo que nunca previó fue que al recibir el móvil le hiciera una seña pidiendo que continuara con la faena que Patricia había interrumpido mientras hablaba con ella. El morbo de disfrutar del blanco montículo que la morenita lucía entre las piernas, sabiendo que su hija estaba al otro lado del teléfono fue tal que no lo dudó y sumergiendo la lengua entre sus pliegues, la usó como cuchara con la que lentamente se puso a recolectar ese dulce.

―Tienes que buscarte un hombre a tu altura que se atreva a dejarlo todo para hacerte feliz― la oyó decir mientras tomaba entre los dientes su clítoris.

Azuzado por el descaro de la joven, quiso castigarla y mientras seguía charlando comenzó a mordisquearlo con decisión. Supo que iba a ponerla en un aprieto cuando vio el tamaño que habían adquirido sus pezones y sin dejarla de devorar decidió añadir más leña pellizcándolos.

Comprendió que Patricia debía de haberse echado a llorar, cuando la hispana comentó:

―Cariño, sé que ahora te parece muy duro. Pero siendo tan guapa, no tardarás en encontrar otro galán que te mime. El mundo está lleno y solo hay que saber buscarlos.

El temblor de su voz le alertó que la situación podía desmadrarse, pero haciendo oídos sordos a lo que dictaba su razón, metió su pene en ella para dar otra vuelta de tuerca a la situación. La facilidad con la que la empaló dejó clara la intensidad de lo que estaba sintiendo y su calentura. Aprovechando que no podía quejarse, ni repeler su ataque sin descubrirse, comenzó a meter y sacar su pene de ella con un ritmo pausado y firme.

―Tienes que dejar de quejarte y reemplazar a ese niñato con un tipo que te haga enloquecer cada vez que te coja.

Que hablase de sexo con Patricia teniéndolo a él entre sus piernas, lo cabreó e incrementando el compás de sus caderas, convirtió su trote en galope con intención de castigarla.

―Una verga con la que aliviarte las ganas es lo que necesitas, pero si te interesa mientras la encuentras no me importaría volver a ser yo tu juguete cómo hacíamos en Paris― oyó decir alucinado a la hispana.

Sin llegarse a creer que su retoño hubiese compartido un escarceo lésbico con ella, se terminó de indignar y elevando al máximo la velocidad de sus penetraciones, se lanzó desbocado a acallar la conversación con nuevas y profundas cuchilladas de su miembro.

― ¿Por tu papá no te preocupes? No escucha. ¡Debe estar por el jardín! ― comentó mientras su coño era sometido a tal tratamiento.

Algo debió contestar su hija, porque Estefany se echó a reír y contestó:

―Me encantaría tenerte en mi cama para consolarte.

Antes de que Gonzalo pudiera darse cuenta del giro de la conversación, se desembarazó de él y poniéndose a cuatro patas, encendió el altavoz mientras añadía que la había obedecido.

―Zorra, usa las manos para abrirte el culo.

Aterrorizado vio que la morena volvía a obedecer.

―Ya estoy haciéndolo, mi ama.

―Toma el consolador de la mesilla y clávatelo.

«¿Qué coño hace?», se preguntó cuándo en vez de coger ese instrumento la joven tomó su verga y se la incrustó.

―Dios, ¡qué grande es! ― suspiró demostrando a su interlocutora que seguía sus instrucciones.

―Dale vuelo, ¡puta! ¿O prefieres que llame a mi padre para que sea él quien te encule? ― desde su piso, Patricia la amenazó.

―Por favor, ¡llámalo! ― rugió la latina mientras comenzaba a mover su trasero.

―Imagina que es él quien te tiene ya empalada y pídele que te folle como la zorra que eres.

Sin revelar que era algo que estaba haciendo en realidad, sollozó:

―Gonzalo, usa a tu esclava mientras tu niña nos escucha.

Aguijoneado por el morbo sin igual de esa situación, el maduro tomó impulso en los hombros de Estefany e inmerso en la lujuria, retomó el ritmo con el que la había estado penetrando mientras oía que Patricia se comenzaba a pajear.

― ¿Crees que no me había dado cuenta de que deseabas ser la puta que consuele a mi viejo?

Haciéndose la descubierta, la latina lo confirmó:

―Me encantaría volverme tu madrastra y darte un hermanito.

La carcajada de su hija al escuchar la burrada lo dejó paralizado, pero aún más oír su respuesta:

―Siento decirte que mi padre lleva un buen tiempo tirándose a la criada.

Girándose cabreada, por señas preguntó a su amante si era cierto. Al ver en su rostro que no era así, replicó:

―Dudo que se la ande culeando, pero de ser cierto la olvidaría por mí. ¡Yo estoy mucho más buena!

Descojonada con los celos de su amiga al interpretar el papel de amante de su padre, le explicó que, aunque no se lo creyera, bajo el uniforme de chacha la pelirroja era una mujer de bandera.

―Tiene unos pechos al menos tan apetitosos como los tuyos― se rio mientras la impulsaba a demostrarle que viejo se la estaba empotrando.

― Gonzalo demuestra a la zorra que nos escucha como suena tu polla entrando en mi culo― contestó mientras llevaba el móvil a su trasero.

Creyendo que el chapoteo de su verga era producto del consolador sodomizándola, Patricia se excitó de sobremanera y demostrando la calentura que la dominaba, la obligó a cambiar de agujero.

―Metete en el coño la polla de mi padre para que te preñe cual ganado.

La latina no puso reparo alguno en cumplir su deseo y clavándoselo hasta el fondo comenzó a berrear que la embarazara mientras su cuerpo caía en el placer. La certeza de que en ese momento Patricia había sucumbido igualmente al escuchar sus gemidos fue el último empujón que Gonzalo necesitó para dejarse llevar y explotar en su interior.

― ¡Como echaba de menos estos juegos en los que simulábamos ser amantes! ― mientras derramaba su semen en la latina, declaró Patricia tranquilizándolo sin desearlo.

Viendo la cara del maduro, Estefany aprovechó para aclarar la verdad y tomando el móvil, susurró:

―Nunca lo hemos hecho realidad, pero ya sabes que por ti ¡me haría lesbiana!

Las carcajadas de Patricia mientras colgaba lo dejaron pensando si con ellas había aceptado o no la propuesta de la morenita que le sonreía desde la cama. Es más, estaba a punto de echarle la bronca por cómo lo había usado para satisfacer la imaginación de su retoño cuando ésta, entornando los ojos, le preguntó si le gustaría que sedujera a la gallega y así una noche apareciera en su cama.

―Ni se te ocurra, Antía además de buena persona es una chica inocente que no debe saber ni lo que es follar― contestó horrorizado al ser algo que nunca se había planteado y que tampoco deseaba.

  Para su desgracia no supo interpretar el fulgor de los ojos de Estefany al hablar de la supuesta castidad de la criada y menos que la bruja ya hubiera decidido usar sus dones para que entre ambos la estrenaran…

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