Esa primera mañana abrí mis ojos al escuchar que Aurora, tras liberar a las zorras, les ordenaba que nos trajeran el desayuno a la cama.
―Daros prisa, no vaya a ser que vuestro dueño quiera usaros antes de que mi nieto se despierte.
Me hizo gracia comprobar que Sonia palidecía al pensar en la posibilidad de que su hijo la pillara siendo usada por mí y relamiéndome de ante mano, supe que iba a aprovechar esa vergüenza frecuentemente mientras la viuda de mi hijo viviera a mi costa.
«Le da pavor que alguien sepa que es mi esclava y más que ese alguien sea mi nieto», medité en silencio y asumiendo que tendría tiempo de abusar de ella, pregunté a mi ex si se había dado cuenta de que nuestra nuera disfrutaba cuando humillábamos a su madre.
― Sí, pero creí que era el rencor que siento por las dos lo que me hacía imaginarme tal cosa. Pero si tú también lo has notado, tiene que ser cierto.
―¿Por qué crees que la odia tanto?
―No tengo ni idea. Lo curioso es que desde que la conocemos había demostrado una fidelidad total hacia su madre, pero en cuanto hemos rascado un poco todo ha cambiado. Algo le ha debido haber hecho y conociendo a Teresa, nos podemos esperar cualquier cosa.
Por mi mente pasó de todo, desde abusos a malos tratos, desde envidias a problemas de deudas, desde amantes compartidos a mutuas cornamentas, y por ello antes de que volvieran con nuestro almuerzo, había decidido averiguar que había sido lo que había roto la sintonía entre esas dos.
―Hazme un favor― pedí a mi ex: ―En cuanto lleguen, quiero que te dediques a humillar a tu consuegra.
Descojonada de risa, Aurora me pidió permiso para ser extremadamente perversa.
―Me sentiría defraudado si no usaras tu maligna y desalmada imaginación para putearla― respondí.
―Haré que te sientas orgulloso de mí― replicó satisfecha mientras con una sonrisa de oreja a oreja comenzaba a restregar su cuerpo con el mío.
Contagiado de su buen humor, la regalé con un azote en el trasero mientras le decía al oído que se atuviera a las consecuencias si seguía comportándose como una fulana.
―Amor mío, ¿apenas te das cuenta lo puta que soy?― suspiró evidenciando su calentura.
He de decir que estuve a punto de recriminarla o al menos interrogarla por el hecho de que se refiriera a mí de ese modo: Aunque habíamos firmado una tregua y en ese momento se podía decir que éramos amantes, no podía olvidar que nos habíamos divorciado.
Justo cuando estaba a punto de preguntar por ello, Sonia y su madre hicieron su aparición por la puerta, trayendo nuestro desayuno. He de reconocer que me gustó comprobar que seguían desnudas.
―Ponedlo en la mesa― ordené mientras le daba una bata a Aurora y yo me ponía otra, ya que quería, al vestirnos, dejar clara la distancia que ponía entre nosotros y ellas.
Mi ex no esperó mucho para putear a nuestra consuegra, ya que al ver que me sentaba en la única silla, cogiéndola del pelo la obligó a ponerse a cuatro patas y servirle de asiento.
―Cachorra, ponme un café― pidió nada más aposentar su trasero en la espalda de Teresa.
Sonia no dudó un segundo en obedecer, pero para su desgracia al servirlo en nuestras tazas se acercó demasiado a mí y abusando de su cercanía, me dediqué a acariciar su trasero mientras preguntaba a la que había sido su suegra si estaba cómoda.
―Mucho, cariño. Esta zorra está tan sobrada de carnes que resulta ser un asiento muy satisfactorio.
El odio que sentía nuestra nuera por su madre quedó en evidencia al sonreír y deseando que no olvidara que era mi puta, llevé mi mano hasta su entrepierna. Ahí me encontré con la sorpresa de que la viuda de mi chaval tenía el coño totalmente encharcado. Pude haber revelado a mi ex ese extremo, pero en vez de ello busqué entre esos húmedos pliegues su botón y una vez hallado, me dediqué a acariciarlo.
Mi nuera estaba preparada para que usando todo tipo de violencia abusara de ella, pero no para que delicadamente la masturbara. Por ello y sin poder hacer nada por evitarlo, se vio dominada por una serie de placenteras sensaciones que de no mediar algo terminarían en orgasmo.
―Por favor― susurró mientras intentaba zafarse de mi acoso.
Aurora no tardó en darse cuenta de lo que le ocurría y sin intervenir, decidió cumplir con su misión. Por ello y recordando que se había comprometido en humillar a la zorra sobre la que estaba sentada, me comentó que su consuegra además de una zorra era evidente que les pegaba a las dos bandas.
―¿Por qué lo dices? ―pregunté mientras cogía el hinchado clítoris de mi nuera entre mis yemas.
Consciente de la paja que estaba haciendo a nuestra enemiga, me guiñó un ojo antes de contestar:
―Mejor te lo enseño.
Tras lo cual, cogió a “silla” de la melena y se sentó en la cama. Una vez ahí, separó las piernas y le ordenó que me mostrara lo bien que se le daba el comerse un coño. Con dos lagrimones corriendo por su mejilla, su víctima se agachó y sacando la lengua, le dio un primer lametazo.
―Se le nota que no es el primer chocho que se come― murmuró mi ex bastante menos serena de lo que le gustaría estar.
Mi nuera se estremeció al observar la vergüenza que estaba pasando su madre e instintivamente con sus caderas adoptó el ritmo con el que la estaba masturbando.
―Puta, fóllame con tu lengua o tendré que castigarte― escuché a Aurora decir.
Esa orden dirigida a mi consuegra creó un tsunami en su hija, la cual incapaz de seguir disimulado sollozando me rogó al oído que mis yemas siguieran pajeándola. Cómo la noche anterior ya había conseguido que esa zorra se corriera, comprendí que no era conveniente ni prioritario que Sonia volviera a hacerlo. Dejándola en paz, retiré mis dedos de su coño y me concentré en observar cómo mi ex abusaba de su progenitora.
―Necesito correrme― suspiró la rubia al sentir que abandonaba la paja.
―Ese es tu problema, no el mío― contesté riendo.
He de confesar que había previsto que esa zorra intentara usar sus dedos para masturbarse, pero jamás se me pasó por la cabeza que, arrodillándose frente a mí, me bajara la bragueta y tras sacar mi verga de su encierro, me pidiera permiso para hacerme una mamada.
Comportándome como un cerdo, dejé que me diera un par de lametazos antes de con todo lujo de violencia, rechazar sus maniobras diciendo:
―¿Qué coño haces? ¡Aléjate de mí!
Sonia acostumbrada a que su marido la considerase una diosa, se sintió completamente humillada al saber que su suegro no la consideraba digna ni siguiera de comerle la polla y por eso, llorando a moco tendido, se fue de la habitación.
Aprovechando su huida, me acerqué a donde estaba Aurora disfrutando con su madre.
―¿Qué hago con esto?― pregunté a mi ex con mi pene erecto entre mis manos.
―Fóllate a este gallo desplumado – replicó mientras con su mano presionaba la cabeza de la viuda contra su sexo.
No me hice de rogar y con ganas de doblegar la resistencia de esa mujer, acercando mi glande, mordí una de sus orejas mientras le preguntaba desde hacía cuanto que le ponía los cuernos a su marido con mi hijo.
Confieso que lo dije en plan de guasa, pero al escuchar su rotunda negativa algo en mí me informó de que esa conjetura era cierta y soltando una carcajada, hundí mi estoque en ella.
―Aurora, ¿sabías que esta zorra se andaba tirando a tu retoño?― pregunté mientras con un sonoro azote iniciaba mi galope.
Sin llegárselo a creer, mi antigua esposa y actual amante tiró del pelo de su consuegra y le exigió que le aclarase ese extremo.
―Yo no quería, él me violó― llorando Teresa sintiéndose acorralada se defendió.
Que acusara a mi hijo de haber abusado de ella me indignó y recreándome en su trasero, marqué el ritmo de mis caderas con dolorosas y sonoras nalgadas.
―Eso no es cierto― escuché que Sonia decía desde la puerta: ―Hace una semana descubrí una carta que Manuel te había escrito donde te echaba en cara que, una noche en que había llegado borracho, habías aprovechado acostarte con él.
―Él me violó― insistió la muy cabrona: ― Tengo pruebas.
Sin dar su brazo a torcer, mi nuera llorando replicó:
― Si te refieres a las fotos comprometedoras que le sacaste, sé que fue un montaje para chantajearlo y así satisfacer tus sucios apetitos. No podías soportar que un hombre, aunque fuera tu yerno, mirara a tu hija en vez de a ti.
Sin olvidar que por su culpa Manuel había dejado de hablarme, sentí pena de esa rubia al escuchar la traición de la madre y dejando que observara su castigo, llevé a rastras a Teresa hasta el patio del cortijo. Una vez allí, la até desnuda a un poste y a pesar de que solo hacía cinco grados en el exterior, abriendo el agua, dirigí el chorro de agua helada a su cuerpo desnudo.
Los gritos de mi consuegra lejos de conseguir que me apiadara de ella, azuzaron mi venganza y recreándome en su desgracia, metiendo un extremo de la manguera en su coño, limpié cualquier rastro que hubiera de mí en su interior. Tras lo cual y dejando a esa zorra temblando a la intemperie, me metí a desayunar.
Los continuos gimoteos de mi consuegra no consiguieron agriarme el desayuno y solo tras terminarme el café, accedí a ver como seguía esa pedazo de hija de puta. Tal y como había previsto y deseaba, Teresa tenía la piel amoratada mostrando los efectos del frio. Sabiendo que ese castigo no era suficiente, pero no queriendo que la palmase antes de satisfacer mis deseos de venganza, la metí la casa. Llevando a esa arpía al baño, la introduje en la ducha y abriendo el agua caliente, se quedó llorando sola bajo el grifo.
Su hija no hizo ningún intento por ayudarla y solo nos habló para informar a mi ex que Manolito estaba llorando. Aurora agradeció que la información y corriendo fue a consolar al chaval sin importarle que me quedara solo con esa guarra.
―Suegro, aunque sé que me odia, necesito que me perdone― dijo con tono apenado al ver desaparecer a mi ex por la puerta.
Por supuesto que no la creí y sacando el consolador con mando a distancia con el que la puteé durante el viaje, la atraje hacia mí. Ella creyó que la iba a besar, pero en vez de ello, mordí sus labios mientras introducía ese aparato en el interior de su coño:
―Quiero que lo lleves siempre, ¿me has entendido puta?― susurré vilmente en su oído.
Para mi sorpresa al encenderlo, en vez de quejarse, Sonia me sonrió diciendo:
―Suegro, gracias. Sabía que, siendo el padre de mi marido, nunca me dejaría insatisfecha.
Que mencionara a mi difunto hijo, me cabreó y más cuando de alguna forma estaba insinuando que mi comportamiento actual le recordaba al de él. Deseando averiguar exactamente que había querido decir, decidí coger el toro por los cuernos y preguntárselo.
―Al poco de casarnos, Manuel descubrió mi naturaleza y me enseñó a aceptarla.
―¿De qué coño hablas?
Mirándome a los ojos, me soltó que mi retoño la había sorprendido masturbándose en el salón de su casa mientras veía una película de contenido sado.
―Me imagino que se rio de ti― comenté sin dar mayor importancia al tema.
―Algo así― respondió.
Supe que esa zorra había contestado de esa forma deseando quizás que le siguiera preguntando y aunque sabía que era parte de su juego, al estar involucrado Manuel, no pude dejar de pedirle que se explicara.
―En realidad le encantó enterarse de que su mujer tenía una inclinación sumisa y al igual que usted, me obligó a hacerle una mamada .
―Deja de mentir. Eras tú la que tenía dominado a mi chaval. El pobre bebía de tus manos― encarándome con ella le espeté.
―¡Qué poco conocía a Manuel! Él era como usted, un hombre que sabía hacerme bailar a su antojo y si no lo veía, era porque nunca le perdonó que se separara de su madre.
Sus mentiras me tocaron en lo más hondo y lleno de ira, me acerqué con ganas de estrangularla. Aunque en un principio se asustó al ver mis intenciones, Sonia esperó arrodillada su castigo.
Incapaz de contenerme, cerré mis manos alrededor de su cuello y comencé a apretar. La viuda de mi hijo buscó con sus manos el mando que había dejado sobre la mesa y mientras la asfixiaba, lejos de intentar huir, puso el vibrador que llevaba incrustado en el coño al máximo.
Si no llega a ser porque Aurora entró en ese momento, a buen seguro la hubiese matado, ya que cegado por el dolor no me percaté del color amoratado del rostro de esa fulana.
―¡Suéltala!― me pidió: ―No merece la pena ir a la cárcel por ella.
Al escucharla, quité mis manos y la viuda de mi hijo se desplomó como un títere sin dueño. Asustado la miré y fue entonces cuando descubrí que no estaba muerta y que como la puta rastrera que era, se estaba retorciendo de placer tirada en el suelo.
―Gracias, por hacerme reaccionar― dije a mi ex y sin saber que decir ni que pensar, salí huyendo de ahí al no querer enfrentarme con la posibilidad de que mi hijo no hubiese sido su víctima sino su verdugo…