51
Nuestra partida se demoró una semana por los papeles que tuvimos que arreglar para poder irnos, ya que a los de doña Isabelle y el condado de Salveterra se unieron los de Mary, y es que esa cría resultó poseer una gran fortuna que no solo se debía a sus padres, sino que en gran parte era fruto de su espíritu comerciante.
―Su esclava tiene cierta práctica en los negocios y no se le dan mal― fue la contestación que me dio cuando le pregunté sobre cómo era posible que hubiese multiplicado por cuatro su herencia siendo tan joven.
Tanteando el terreno, pero sin comprometerme le pedí que hiciera un inventario de mis bienes, rentas y demás cuestiones con prontitud, pero sin dejar de lado sus otras obligaciones. Como estábamos solos en el despacho de la mansión, malinterpretó mis palabras y arrodillándose ante mí, creyó que la estaba exigiendo que me ayudara a desahogarme. Por ello, ya estaba intentando liberar mi hombría cuando, muerto de risa, se lo impedí recordándole que ese día ya había descargado las ansias dos veces con mis señoras.
―Perdone, amo. Como desde anoche no me había usado, pensé que me estaba ordenando mimarlo como a usted tanto le gusta― intentando evitar que notara un reproche, se explicó.
―Me parece que te estás aficionando demasiado a la leche de tu amo― desternillado respondí.
El rubor de sus mejillas la delató y como si fuera una niña a la que hubieran sorprendido robando un caramelo enrojeció mientras intentaba negarlo diciendo que solo cumplía con su deber.
― ¿Significa entonces que no te gusta ordeñarme? ― insistí con ganas de perturbarla.
Al escuchar mi queja, cayó postrada y confesó:
―No, mi señor. ¡Adoro hacerlo! Desde que me compró, me levanto todas las mañanas dando vuelta a si tendré la oportunidad que ese día el amo me premie con su esencia
― ¡Levántate inmediatamente y apoya las manos en la mesa! ― grité simulando un enfado que no tenía.
Tiritando, obedeció un castigo que tardó en llegar porque cuando, con la vara en la mano, la despojé de su falda, la visión de sus blancas ancas me hizo cambiar de estrategia y le recordé que todavía la había gozado de esa forma.
―Este trasero solo tiene un dueño y es usted― suspiró al sentir que recorría la piel de sus cachetes usando la fusta.
Había pensado demostrarle que a pesar de su gran fortuna seguía siendo mi esclava dándole una serie de pequeños latigazos y por ello, estaba alzando y la vara cuando la anciana me llegó y me recriminó mi actitud mientras Mary la miraba horrorizada al tener sus nalgas al descubierto.
―Madre, usted no entiende― manteniendo la ficción de nuestro parentesco, respondí.
―Claro que lo hago y por eso insisto. Cuando quieras corregir a una esclava y más siendo tan bella, no debes de usar una fusta, porque podrías dejarle un daño permanente. No te digo que no debas llamarla al orden, sino que lo hagas usando tu mano abierta― me soltó al tiempo que descargaba un doloroso azote sobre ella: ―Lo ves, le ha dolido y puede que esta noche tenga esa nalga morada, pero nada que no se recupere en un par de días.
―Gracias, madre. Se ve que usted tiene experiencia tratando esclavas díscolas.
Sonriendo de oreja a oreja, contestó:
―Más de lo que crees, mi difunto marido era un blando y fui yo la encargada de encarrilar a las hembras que iba trayendo a nuestra cama. Reconozco nada más ver una mujer, si entre sus sueños está que alguien se ocupe de ella y desde hace años, sé que esta criatura andaba implorando dueño. Por eso cuando Tana me habló de que habíais perdido a la cuarta pata de vuestro hogar, le ofrecí que tomarais a Mary como sustituta.
― ¿Tú lo sabías? ― pregunté a la castaña.
Aterrorizada, musitó:
―No, amo. Jamás lo supe hasta ahora.
Confieso que no la creí hasta que la avispada portuguesa me aclaró que la pobre solo se había dejado llevar por su naturaleza cuando, aleccionada por ella, Tanamá le había insinuado que le lamiera su intimidad:
―Su alma de esclava la hizo ver en esas palabras una orden a la que no se pudo negar― y dándole una nueva nalgada, añadió riendo: ―De no ser tan vieja, desde hace tiempo tendría a esta niña besando mis pies y… otras partes de mi cuerpo.
―Desconocía tener una madre a la que le gustaran las damas― reseñé desternillado.
―Hijo, cuando mis huesos me lo permitían, solía llevar a mi lecho un par de buenos mozos, pero la edad no perdona y ahora me tengo que conformar con las moldeables caricias de las hembras.
―Mi santa madre además de sabia es un poco zorra― dije mientras mirando a Mary le preguntaba cómo debía de tratarla.
―Cómo te dije cuando me preguntaste, Mary necesita una mano firme que la trate con cariño.
El suspiro que brotó de la aludida ratificó sus palabras y poniendo en práctica su consejo, tras despedirme de la señora, tomé a la joven de la cintura y la besé por vez primera. La joven se desmoronó al sentir mis labios y con lágrimas de los ojos, me rogó que no fuera tan cruel con ella. Reconozco que no comprendí su respuesta y quise que me explicara su dolor:
―Amo, sus besos deberían estar reservados solo para sus esposas.
Al escuchar que no se sentía digna de ese trato, me hice nuevamente el enojado y agarrando su melena castaña, mordí su boca mientras le preguntaba quién era ella para juzgar mis actos.
―Nadie, mi señor―murmuró.
Dando por sentado que no volvería a mostrar su disconformidad, forcé con mi lengua sus labios mientras amasaba sus glúteos. Tal y como había previsto, Mary respondió con pasión a mis besos y restregándose contra mí, rogo que la tomara.
―Lo haré cuándo, cómo y dónde yo quiera, jamás cuando me lo pidas― contesté dejándola semidesnuda en el despacho.
La alegría que resplandecía en sus ojos cuando abandoné de la habitación me hizo ver que había actuado correctamente y con una sonrisa de oreja a oreja, fui a ocuparme del resto de los preparativos….
Esa misma tarde estaba departiendo tranquilamente con Tana y Grace en el salón, cuando Mary pidió mi permiso para entrar y explicarme las conclusiones que había llegado tras analizar mi fortuna y mis futuras rentas. Al dárselo, arrodillándose frente a sus dueños, comenzó a detallar la valoración que había hecho de las joyas y del oro que había acumulado durante mi vida.
―Amo, solo con eso es usted un hombre rico sin tomar en cuenta el valor de su finca brasileña.
―No cuentes con ella, se la di a Mariana.
―Nunca volveré a discutir su parecer y por ello solo he tomado en cuenta los ingresos de su condado y los que preveo que consiga por administrar la finca que antiguamente pertenecía a su esclava. Solo con ello y deseando que doña Isabelle viva muchos años, usted y sus esposas recibirán una asignación anual de ocho mil libras más que suficiente para vivir desahogadamente el resto de sus días.
― ¿Cuánto proviene de ti? ― pregunté al ver que había enmascarado haciendo un global la cantidad que sus tierras producían.
―Mi señor, eso no es importante, ya que al comprarme lo que yo tenía ahora es suyo.
―Contesta a tu amo, desobediente criatura― le recriminó, Grace.
―Unas seis mil – bajando la mirada, respondió.
Juro que me quedé petrificado al conocer que el setenta y cinco por ciento de mis rentas se deberían a ella. Asustada, pensando que daría por inexistente nuestro acuerdo al saberlo, cayó a mis pies pidiendo que cumpliera mi palabra y que me la llevara a Inglaterra con nosotros. Aunque Tana estaba poco habituada al uso del dinero y por tanto desconocía el verdadero alcance del sacrificio de la joven, supo que debía intervenir y levantándose de su asiento, llegó ante Mary e izándola del suelo, comentó:
―Nuestro Diego te ofreció un hogar y eso vas a tener, ¡nunca lo dudes!
Enjuagándose las lágrimas con su vestido, la muchacha se tranquilizó y queriendo hacernos ver que conocía perfectamente cuál era mi verdadera identidad, replicó:
―Lo siento, no volveré a dudar de don Diego ni de su alter ego Robinson Crusoe― para acto seguido ya con una sonrisa en los labios preguntarnos si los amos necesitaban algo más de ella o podía marcharse a terminar de hacer el equipaje.
Soltando una carcajada, le di permiso de ausentarse para a continuación recordarle que esa noche acudiera desnuda a nuestro lecho.
―Allí, estaré― meneando su trasero, respondió.
52
Doña Isabelle insistió en acompañarnos a Georgetown para despedirnos y durante el viaje no se separó de Lana, demostrándole el amor de una abuela. Por eso no me extrañó que al embarcar la anciana se echase a llorar y me pidiera encarecidamente que una vez resueltos los temas que me llevaban a Inglaterra, volviera a Guayana.
―Quiero volver a ver a mi hijo y a mi nieta antes de morir― llena de tristeza comento.
Sabiendo que su afecto era real y que en su corazón yo había sustituido al hijo que perdió no pude negarme.
―Madre, juro que haré todo lo posible por retornar― comenté dándole un sincero abrazo.
Mis dos señoras no dudaron en imitarme por el cariño que se había creado entre ellas, pero lo que realmente me impactó fue observar que Mary se lanzaba a comérsela a besos al saber que su presencia en el barco se debía a su intervención.
―Señora, le debo la vida. Gracias a usted tengo una familia.
―Calla y lárgate ya― respondió la anciana con ternura.
Sin desear alargar la despedida, me embarqué hacia la patria de la que partí treinta y cinco años antes. Los cuarenta y cinco días de travesía nos sirvieron para afianzar la relación que nos unía y sobre todo para que cada uno se amoldara al papel que tendríamos que mantener frente a terceros una vez que pisáramos tierras británicas. Prueba de ello, fue la actitud que mantuvieron mis dos esposas durante el viaje. Buscando no despertar las suspicacias de la tripulación, contratamos dos camarotes y de puertas afuera, mantuvimos la ficción de ser los condes de Salvaterra. Nadie del buque sospechó nada. Sabiendo que hasta que no adquiriéramos una casa donde poder dar rienda a nuestra peculiar forma de vida, Grace se desempeñó como la señora mientras Tana ejercía de su dama de compañía. La demostración de que todo el pasaje se lo había creído vino por parte de un joven Lord que, prendado de la belleza de la caribeña, se pasó todo el trayecto intentando un acercamiento con ella, llegando incluso a preguntarme si la morena tenía algún pretendiente en Inglaterra. En el caso de Mary, nadie puso en duda que era nuestra criada, dada la rapidez con la que buscaba servirnos cada vez que salíamos a cubierta. Otra cosa era en la intimidad de nuestros aposentos donde Grace compensaba con creces la supuesta subordinación de Tana cediéndole a ella el mando cuando llegábamos a la cama. Su entrega competía con la sumisión de la guayanesa y eso le hizo más llevadero el viaje a la antigua sacerdotisa al sentirse amada.
Mi caso era totalmente diferente ya que sabía que me iba a encontrar con mi amada madrastra y el hijo que había abandonado en busca de un porvenir. Por ello, con cada día, con cada amanecer se iba incrementando mi nerviosismo al no saber cómo me recibirían después de tantos años y cómo afectaría eso a nuestro hogar. Conscientes de ello, mis esposas intentaron tranquilizarme asegurando que recibirían con los brazos abiertos a Elizabeth. Aun así, la espera se hizo insoportable, llegándonos a afectar a para todos y mirando hacia atrás hoy sé que Mary se convirtió en una pieza esencial en nuestro rodar ya que su simpatía y sumisión funcionaron de aceite que evitó que nuestros engranajes chirriaran. Ejemplo de lo que hablo fue la noche anterior a nuestra llegada cuando confieso que estaba con los nervios a flor de piel y la castaña me sorprendió disfrazada de gatita.
― ¿Y eso? ― pregunté muerto de risa.
Sin responder extendió ante mí, otro disfraz hecho con sus propias manos. No pude más que reír al ver que lo que había confeccionado para mí.
― ¿Acaso me ves así? ― comenté mientras me vestía de león.
La chavala, maullando muerta de risa, replicó que sí y que esperara a ver los que había cosido para sus amas. Intrigado por saber cuáles eran los de mis señoras, me senté. La espera duró poco y al cabo de cinco minutos, confieso que babeé al verlas aparecer por la puerta de conexión entre los camarotes.
― ¡Estáis preciosas! ― exclamé al contemplar a Grace convertida en tigresa y a Tana siendo una pantera.
Sus escuetas vestimentas, apenas compuestas por unas tiras de tela, realzaban la sensualidad de sus cuerpos y más cuando rugiendo como las felinas que representaban, se acercaron a mí.
―Mi rey ya tiene a su jauría al completo― musitó Mary en mi oído tras avisarme que habían dejado a Lana durmiendo en el otro camarote y mientras me daba tres collares de cuero.
Al mirarlos, me percaté rápidamente de su origen ya que eran los que usualmente se les colocaba a las esclavas rebeldes en los países americanos. No sabiendo a qué atenerme, me quedé con ellos en las manos mientras mis señoras seguían rugiendo amenazadoramente.
―Amo, tiene que colocárnoslos para hacernos ver que el que manda en la sabana también manda en nuestras sábanas― insistió la joven mientras se unía a ellas maullando.
Sabiendo que esa pantomima debía tener un sentido y que con ello querían decirme algo, me acerqué a la rubia e intenté ponérselo cuando de pronto las tres se lanzaron sobre mí y comenzaron a darme mordiscos.
― ¿Qué os pasa? ― pregunté mientras rechazaba su ataque.
―Soy la felina más fuerte y te tendré― gruñó la tigresa lanzándose sobre mí.
―Soy la felina más ágil y serás mío― dando un rugido, la acompañó la pantera en su ataque.
Sin otra posibilidad para rehuir sus garras, las abracé y tumbándolas sobre las camas, usé mi peso para inmovilizarlas.
―Aproveche para anudárselos en el cuello o volverán a atacarlo― manteniéndose al margen, me aconsejó la gata.
Viendo que no me quedaba otra, decidí participar en el juego y cogiendo a Tana le coloqué el primero de los collares. La morena se quedó quieta al sentir esa prenda alrededor de su pescuezo mientras la rubia mordía con fiereza mi brazo. El dolor me hizo reaccionar y tomando a la tigresa de la melena, tiré de ella y soltándole un cachete en el trasero, le puse el segundo. Tal y como había ocurrido con la caribeña, al notar que se lo abrochaba al cuello dejó de debatirse y se mantuvo inmóvil.
― ¿Tú quién eres? ― mirando a Mary pregunté sosteniendo el último en mis manos.
―Soy la felina más hogareña y que le ruega sus caricias― maulló mientras se acercaba gateando.
Al contrario que las otras, la guayanesa no hizo intento alguno de atacar y rozando su lomo con mi pierna, me rogó que le pusiese el collar. Sin entender todavía la finalidad de ese juego, le hice caso y tras ceñir en su cuello el tercero, esperé sus reacciones. La primera en reaccionar fue Tana que restregándose contra de mí, susurró:
―El león es el rey de la manada y lo que él decida será aceptado por sus felinas.
Imitando a la morena, Grace se levantó y encaramándose sobre mis piernas, comentó:
―Si nuestro macho decide aumentar su harén, todas sus hembras acatarán sus órdenes.
Mary que se había quedado expectante a mis pies, maulló con dulzura:
―Si trae a una leona para que sea nuestra madre, beberé también de sus pechos.
Fue entonces cuando finalmente comprendí que con ese paripé querían que no dudara que dado el caso aceptarían a Elizabeth dentro de nuestro clan y por ello tomándolas de los collares, busqué sus besos. Pero entonces actuando coordinadamente, las tres buscaron el despojarme del disfraz empezando por mi pantalón.
―Tenemos sed, mi fiera― bufó la pantera mientras liberaba mi tallo.
― ¡Danos de beber! ― exigió mi tigresa hundiendo la cara entre mis piernas.
―Yo beberé después de mis dueñas― sonrió la gata viendo que no quedaba hueco para ella.
Asumiendo que Mary era la que lo había planeado, la icé sobre mí y colocando su feminidad en mi boca, la premié con lametazo. El sollozo de la muchacha al sentir mi lengua jugando en su interior me azuzó a continuar mientras mis esposas se afanaban en busca de su sustento.
―No me merezco sus atenciones, mi señor― maulló dichosa al sentir que mi húmedo apéndice se introducía dentro de ella.
―Los últimos serán los primeros― recordando las palabras de nuestro señor, rectifiqué a mi humilde sierva.
Que usara ese pasaje para corregirla demolió sus reticencias y moviendo sus caderas, me rogó que bebiera del riachuelo que brotaba de ella. Su penetrante aroma en mis papilas incrementó mi sed y con gran ansia traté de calmarla lamiendo sus pliegues mientras Tana y Grace seguían tomando posesión con sus bocas de mi hombría. No tardé en advertir que mis lisonjas la estaban afectando de sobre manera y deseando gratificar su humildad, bebí del fruto de sus entrañas al escuchar sus gemidos de gozo.
―Su esclava os ama, mi señor― la oí berrear mientras derramaba su aroma sobre mi cara.
Que esa joven reconociera que su entrega incluía unos sentimientos que jamás se había atrevido a confesar me hizo actuar y cambiando de postura, la puse a cuatro patas dejando sin su sustento a mis amadas. Las dos no se quejaron cuando de un solo empellón empalé a Mary y lanzándose sobre sus pechos, comenzaron a mordisquearla con la clara intención de derrotarla. No tuvieron que insistir mucho porque la castaña al sentir nuestro triple ataque se derrumbó casi de inmediato con sonoros gritos de placer.
―Mis amados dueños me han vencido― sollozó totalmente exhausta sin prever que, levantándola del catre, Grace me pidiera que hiciera uso de ella nuevamente, pero en esta ocasión por su entrada trasera.
A Tana, la idea le pareció correcta y viendo en su cara el miedo que sentía por ser usada de esa forma, usó las manos para separar sus nalgas y mostrarme en plenitud ese tesoro que se había mantenido inmaculado hasta ese momento, mientras le decía que debía hacernos entrega de él. La belleza de ese cerrado rosetón exacerbó los ánimos de la rubia y reclamando su lugar, hundió su lengua en ese virginal agujero.
―Soy la esclava de la lujuria de mis amos― rugió al notar el mimo con el que le estimulaba el trasero.
Con gran pericia, Grace usó su boca para relajar esa entrada y tras dejarla completamente embadurnada con sus babas, me informó que ya estaba lista para ser franqueada. Aun sabiendo que la muchacha disfrutaba del dolor, no creí necesario violentarla con rapidez y por ello, me entretuve jugando con mi tallo en esa cavidad mientras mis esposas me azuzaban a tomarla.
―No hagas sufrir a nuestra gatita― comentó la caribeña al advertir las ganas que tenía de ser usada de esa forma.
Aguijoneado por mis señoras, decidí dar el paso y poniendo mis manos en sus caderas, lentamente sumergí mi talló en ella. No me quedó duda de su sufrimiento al ver sus lágrimas y por ello, esperé a que se acostumbrara a esa dolorosa invasión, pero entonces haciendo un alarde de valor, Mary se echó hacia atrás hundiendo la totalidad de mi trabuco en sus intestinos.
― ¡Por dios! ¡Es mejor de lo que pensaba! ― exclamó impactada por la mezcla de placer y dolor, y antes de que pudiera hacer algo por evitarlo comenzó a moverse sacando y metiendo con rapidez mi virilidad.
La estrechez de su conducto y sus gritos me hicieron acrecentar mis cuidados y reteniendo su alocado cabalgar, la obligué a aminorar su ritmo mientras Tana aprovechaba para colocarse frente a ella.
―Dame tu cariño― le pidió poniendo su intimidad a disposición de la joven.
Grace se encaramó sobre ella para competir por los favores de Mary, la cual no dudó en congraciarse con ambas alternando con la lengua entre las vulvas de las dos mientras yo comenzaba ya sin reparo alguno a cabalgar sobre ella. Fue entonces cuando realmente me percaté que era la cuarta pata de nuestro matrimonio y que tal como había pronosticado doña Isabelle su papel sería vital en el futuro.
―Come de nuestras amadas mientras tu marido y dueño te toma― pegando un azote sobre las ancas que estaba poseyendo, le grité.
Mis palabras le provocaron gran alegría, pero no por ello las aceptó:
―Sois mi amo, no mi esposo.
Volviendo a castigar sus cuartos traseros, comenté:
―Como tu dueño, puedo hacer de ti mi señora. ¿O acoso no lo deseas?
Y para dar mayor énfasis a mi pregunta, mordí su cuello mientras Mary se derrumbaba llena de placer y dicha…
53
Cuando el once de junio de 1687 Londres apareció en el horizonte, estaba con Lana en cubierta. Mi niña supo de inmediato que ese momento era importante al advertir las lágrimas de mis ojos y mientras la gente se arremolinaba a nuestro alrededor, me preguntó la razón de mis lloros. No pude ni contestar al estar dominado por la emoción. Llevaba más de tres décadas sin pisar la tierra en que nací y temía que al volver me sintiera un extraño. A Grace le pasaba lo mismo, había salido de Inglaterra con su madre y su recién estrenado marido y volvía a los diez años, sin ninguno de los dos acompañada por un nuevo hombre y la hija que había tenido con él. En cambio, para Tana y Mary, era la primera vez que iban veían la capital del imperio y ambas estaban sobrecogidas por el tamaño de esa urbe.
―Amor mío, es más grande de lo que me había imaginado― comentó la caribeña totalmente impresionada por el tamaño de las edificaciones que contemplaba.
Asumiendo que para ellas la multitud que se agolpaba en el muelle era al menos perturbadora, decidí que me esperaran en el buque con Rodrigo mientras me ocupaba de alquilar un carruaje. El español protestó diciendo que ese era su cometido, pero fui inflexible al saber siendo español verían en él alguien al que estafar. Lo que no me esperaba fue que tras tantos años fuera mi acento me hiciera acreedor de las malas artes de esos pillos y tuve que hablar con cinco conductores antes de alcanzar un precio que, aunque elevado, no fuera un despropósito. Por ello tardé una hora en volver al barco y cuando lo hice llegué enfadado.
―Don Diego, la avaricia está en todos los corazones― comentó mi secretario usando la identidad que había usurpado y con la que había entrado a mi patria.
Sin ganas de contestar, organicé el desembarco de nuestro equipaje con él y el Big Ben ya marcaba las doce cuando salimos del muelle en dirección al lugar donde nos hospedaríamos. Como por entonces no sabía siquiera en que ciudad fijaríamos nuestra residencia y sabiendo que el dinero no iba a ser problema, decidí ir a una posada de lujo para que nuestra estancia en la capital fuera al menos cómoda. Como el Londres que me encontré difería en mucho el que abandoné, tuve que confiar en el chofer y afortunadamente, al llegar a “The Half Way House” no tuve queja y por ello más contento bajamos a inscribirnos. Como no podía ser de otra forma al vernos llegar con ese volumen de equipaje y ataviados con nuestras mejores ropas, vieron en nosotros un buen cliente y rápidamente no dieron el ala izquierda del primer piso solo para nuestro uso. Eso nos permitió acomodarnos a nuestro gusto y mientras Rodrigo se organizaba en la habitación más cerca de la escalera, el resto ocupamos los cuartos de la zona noble.
Ya instalados, Mary se ocupó de reservar sitio para comer en la taberna de la planta baja y gracias a ello, era la una del mediodía cuando nos sentamos los seis alrededor de una mesa. Mientras para mí el sabor del guiso que pedimos me retrotrajo a mis tiempos mozos, para Tana la combinación de especias le resultó extraña: Por eso apenas probó bocado y fue la encargada de preguntar qué planes tenía.
―Como no he tenido contacto alguno con Elizabeth ni con Charles, he pensado en pasar por la tienda de mi padre a ver si sigue abierta antes de ir a la casa donde vivían por si mi hijo ha continuado con el negocio y así hablar con él primero.
Aunque todos comprendieron que en cierto modo esa elección se debía al miedo que sentía de ir a ver a mi amada madrastra, nadie se opuso y tras terminar el almuerzo, la familia en pleno nos dirigimos hacia Charing, el barrio comercial donde se hallaba antiguamente ese establecimiento. Al enfilar la calle principal, mi corazón me latía apresuradamente, muestra inequívoca del nerviosismo que sentía. Mis palpitaciones llegaron a su máximo al descubrir que seguía abierto y que en su fachada aparecía el nombre del hijo que abandoné. Sin saber cómo me recibiría preferí presentarme como el conde de Salvaterra cuando pregunté por el señor Crusoe.
―Tranquilo, cariño― susurró en mi oído Grace al contemplar mi tensión.
Cuando cinco minutos después apareció el bebé que nunca conocí convertido en un hombre, dos lágrimas afloraron en mis ojos al ver nuestro parecido.
―Señor conde, ¿a qué se debe su presencia? ¿en qué le puedo ayudar?
Tan impactado estaba al enfrentar mi pasado que ni siquiera pude hablar y tuvo que ser Rodrigo el que interviniera diciendo que su patrón había sido un buen amigo de la familia y que deseaba saber si doña Elizabeth podría recibirle.
― ¿Conoce usted a mi madre? ― intrigado preguntó sintiendo mi mirada fija en él.
―Fue íntimo de su hermano Robinson y deseo darle noticias de él― replicó el español asumiendo que no sabría su verdadero origen y que por tanto para mi hijo yo había sido su hermanastro, al notar que era incapaz de articular palabra.
El joven pelirrojo creyó que desconocía su idioma y por ello, dirigiéndose al empleado, comentó que sería un placer acompañarme a ver a su anciana madre mientras miraba el séquito que me acompañaba. No tuve duda que me veía como al típico noble que había hecho fortuna en las indias y por tanto un posible cliente para su negocio, cuando dejando todo en manos de su segundo salió con nosotros a la ajetreada acera.
―Señor conde, ¿qué me puede decir de Robinson? ¿Sigue vivo? ― quiso saber, dando por sentado que así era.
Su voz era tan parecida a la mía que incluso Lana en su niñez estaba impresionada y rompiendo mi mutismo, contesté:
―Señor Crusoe, debe permitirme guardar silencio hasta ver a doña Elizabeth porque es ella la que debe conocer el destino de su hijastro antes que nadie.
Mis palabras despertaron sus suspicacias y molesto, nos guio hasta la casa que había sido mi hogar donde sin llamar entró en busca de su madre. El ruido de un bastón no alertó de su llegada y temiendo la reacción de la mujer que había añorado tanto, acomodé mi ropa muerto de miedo, pero lleno de esperanza. Mi mundo se derrumbó al abrirse la puerta y aparecer mi madrastra del brazo de un hombre de su edad. En sus ojos descubrí la alegría de reconocerme, pero también el apuro que sentía al toparse de frente con su antiguo amante, el verdadero padre de su hijo.
―Señora― conseguí balbucear mientras me arrodillaba a sus pies y besaba su mano.
La exuberante pelirroja se había convertido en una venerable anciana y completamente cortada, me presentó al señor en que se apoyaba como su marido, temiendo quizás una indiscreción por mi parte.
―Doña Elizabeth me gustaría hablar con usted a solas de Robinson― le pedí hundido.
Con el permiso de su hijo y de su esposo, me llevó al salón y cerró la puerta antes de echarse a llorar.
― ¡Estás vivo! ― exclamó sin atreverse a dar un paso y acercarse al que hombre que había amado en su juventud y por el que había pecado.
Sabiendo por sus ojos que mantenía su amor por mí, comencé a relatarle mi vida y los veintiocho años que había pasado varado en la isla pidiendo su perdón.
―No debería haberme ido― sollocé presa del desánimo viendo que permanecía alejada de mí.
―El señor lo dispuso así y no podemos hacer nada por remediarlo― contestó ella mientras finalmente me tomaba de la mano.
El cariño que me mostraba me hizo llorar como un niño al pedirle consejo sobre cómo debía presentarme ante nuestro hijo y si le parecía bien que le revelara mi verdadera identidad.
―Tanto Charles como Víctor, mi marido conocen nuestra historia y sería injusta con ellos, si les ocultara que has vuelto― respondió y antes de pedirles a ambos que pasaran con nosotros, me recordó que estaba casada ante la ley de Dios.
―Lo sé y lo acepto, y por eso, quiero presentarme ante mi hijo y mostrar mis respetos a tu marido― contesté explicándole brevemente que yo estaba unido a las tres mujeres que me acompañaban.
Lejos de escandalizarse, Elizabeth comprendió mi situación sabiendo que era producto de las penurias que había pasado y tras rogarme que buscara un momento para irme a confesar, pidió tanto a su familia como a la mía que estuvieran presentes cuando les contara el contenido de nuestra conversación. Curiosamente el que más nervioso se mostró fue su marido y viendo que rápidamente buscó su mano, comprendí que se había dado cuenta de quién era yo antes que se lo dijera.
―Charles, te presento a tu padre― con una seguridad que me dejó acomplejado, comentó una vez estábamos reunidos en la misma sala.
El hombretón se quedó con la boca abierta al escucharla y aprovechando su silencio, le narré las vicisitudes que había pasado durante mi ausencia, quien eran las damas que me acompañaban, el por qué usaba el título de conde, pero sobretodo que la niña que venía con nosotros era su hermana.
―Siento haberte ocultado quien era, pero era tu madre quien debía contártelo― añadí mientras veía a Lana lanzarse en busca de sus brazos.
La pequeña con su actitud demolió sus reparos y mientras la acariciaba, me preguntó qué era lo que deseaba de él.
―Sé que has hallado en Víctor al padre que yo no fui y por tanto no espero que me trates como tal, pero mi deseo es conocerte ya que eres mi primogénito y por tanto algún día heredarás parte de mi fortuna.
Teniendo mucho que digerir antes de darme una contestación, me pidió tiempo. Tiempo que por supuesto le di sin acercarme. Fue su padrastro el que, interviniendo, le pidió que fuera un buen hijo y me abrazara mientras pedía al servicio que le trajera una botella de su mejor oporto para celebrar que la familia se había reunido tras tantos años.
Al oír al bonachón, Charles buscó mis brazos y juntos lloramos sin decir nada.
Durante horas, fui objeto de un cordial interrogatorio por parte de ellos y sé que gran parte del éxito de la velada se lo debo a mis tres mujeres, las cuales demostraron no solo simpatía, sino también gran inteligencia para saber cuándo hablar y cuando callar para que su presencia no provocara el rechazo del hombre en que se había convertido mi retoño. Especial importancia tuvo Mary, la cual, como encargada de mi fortuna, tuvo los suficientes arrestos para sentar las bases de nuestra futura relación al hacerle partícipe que yo lo deseaba como socio para afrontar nuevas aventuras.
― ¿Qué aventuras? ― no dudó en preguntar Charles.
―Tu padre debe cerrar todos los capítulos que ha dejado abiertos y en cuanto busquemos un buen colegio para Tana, tiene que ir a conocer que ocurrió con Xuri y con Mariana… y abrir nuevas líneas de negocio para la casa Crusoe― contestó.
Mientras hablaba, miré asustado a Tana y a Grace. Al ver el agrado con el que recogían el testigo comprendí que mis tres bellas arpías habían hablado entre ellas y que a escondidas ya habían decidido que mis viejos huesos volvieran a surcar los mares.
―Padre, si ese es su deseo, me gustaría cuidar yo de mi hermana― replicó mi hijo sin soltar a la chavala que jugaba entre sus brazos.
―Todavía falta mucho para que eso ocurra, pero gracias― contesté sabiendo que, en cuanto compráramos una casa, mis señoras me harían abandonar nuevamente la patria donde nací….
FIN