28

Con todo listo, Estefany usó un teléfono recién comprado para llamar a Ricardo y quedar en verse. El que durante años había fungido como su padre quiso quedar con ellos en su oficina para negociar. La chavala se negó y propuso verse en un lugar público por miedo a que los intentara secuestrar.  Tras un breve tira y afloja, se citaron en el santuario de Monserrate. Fue la propia colombiana la que propuso ese sitio al saber que a Ricardo le molestaría. Que un nigromante como él aceptar pisar ese templo la descolocó e incapaz de cambiar de opinión, se preguntó el por qué y al colgar, exteriorizó a los demás sus sospechas.  Como Gonzalo y Antía no lo conocían, lo primero que tuvo que hacer fue explicarles que se hallaba en lo alto de una montaña desde la que se contemplaba Bogotá y que había varias formas de acceder, pero las dos más usadas era por medio de un funicular o subiendo a un teleférico.

            ― ¿No se puede ir andando? ―  quiso saber la pelirroja.

            Diana fue la que contestó:

            ― Por poder, se puede. Pero el camino es durísimo y entre otras cosas, son más de 1.100 escalones. Piensa que la altura del cerro es de 3.152 metros sobre el mar.

            El ejecutivo desestimó de inmediato la opción de ir caminando y centrándose en la angustia de la morena, le preguntó qué era lo que temía.

            ― No es lógico que haya accedido a vernos ahí. En suelo sagrado, se sentirá fuera de lugar al no poder hacer uso de sus poderes.

            Sabiendo que sus propias palabras ratificaban que Monserrate era una elección correcta y al no poder dar una razón a sus recelos que sonara convincente, se decidió continuar con el plan cuando Antía sugirió adelantar la marcha y salir de inmediato para así no darle tiempo de preparar una emboscada. A pesar del horrendo tráfico de esa mañana, llegaron con hora y media de adelanto a la base del funicular.

            ― Tenías razón al decir que ir a pie era una locura―  Gonzalo comentó a su nueva pupila cuando el tren comenzó a subir por la empinada cuesta que daba acceso a Monserrate y comprobó lo empinado de su cuesta.

            ― Son casi quinientos metros de desnivel y dos kilómetros y medio de distancia.

A pesar de hallarse en buena forma, el ejecutivo respiró por no tener que enfrentarse a esa subida y con interés se puso a observar a la mezcla de peregrinos y turistas que iba con ellos en el vagón. En particular se centró en descubrir si alguno podía ser un agente de Ricardo y aliviado decidió que al menos en ese momento estaban a salvo al no ver nada que le indicara peligro. Por eso, se puso a disfrutar de las vistas de la ciudad. Al hacerlo comprendió el motivo por el que ese cerro es uno de los mayores atractivos de Bogotá, pero también que se estaba metiendo en la boca del lobo:

«Es una ratonera. Solo hay una salida», pensó mientras en compañía de sus mujeres bajaba del funicular.

Preocupado buscó una ruta alternativa por la que huir en caso necesario. Al no encontrarla, desistió y trató de tranquilizarse observando a Estefany y a Antía. Conscientes del peligro al que se iban a enfrentar y siguiendo el plan que habían elaborado, bruja y meiga estaban preparando el terreno colocando unos hatillos de hierbas a la entrada del templo que hiciera imposible cualquier tipo de magia, incluso la suya. Cuando le contaron sus intenciones, no lo entendió. Y para dar el visto bueno a esa maniobra que le parecía sumamente arriesgada al dejarlas sin poderes, le tuvieron que convencer que era lo más sensato.

― Aunque es una toma de contacto, es mejor que seamos precavidos y no darle oportunidad de lanzarnos un hechizo―  la que había sido su criada comentó.

No muy de acuerdo, reconoció su inexperiencia y poniéndose en sus manos, aceptó que lo hicieran a pesar del riesgo que enfrentarían al asumir que con tanta gente era imposible que intentara secuestrarlos. Sin otra cosa que hacer, se acercó a ver al Jesucristo que se veneraba en esa iglesia. La belleza de esa talla barroca lo envolvió y fijándose en el realismo de sus heridas, temió que ese malnacido hubiese torturado a su hija.

― La salvaremos― leyendo sus pensamientos, Diana susurró a su lado.

Girándose hacia ella, vio en sus ojos una adoración cercana a la idolatría y quizás por primera vez comprendió lo que ellos representaban para esa joven.

«Tras tantos años buscando alguien a quien aferrarse, nos ve cómo el ancla que evitará que su vida siga dando tumbos», meditó molesto por haber embarcado a la rubia en ese fregado mientras sin darse cuenta le acariciaba una mejilla.

El sollozo de placer que brotó de su garganta lo dejó pasmado porque en su interior estaba convencido que la atracción que sentía la chavala era producto de su don recién descubierto. Cómo en teoría estaban en medio de una burbuja libre de magia, creyó que de algún modo habían fallado los esfuerzos de sus acompañantes al respecto y acercándose a Estefany, se lo comentó.

― ¡Por dios! ¿Todavía no te crees que tus niñas puedan estar enamoradas de ti? ―  contestó desternillada.

 Tan segura estaba de la efectividad de sus conjuros que, al ver que seguía dudando, le pidió que intentara influir en alguien como había hecho en el avión.  Buscando un candidato a su alrededor, se fijó en un monaguillo que estaba limpiando el altar.

«Deja todo y vete a ver al cura», pensó.

El nulo efecto de sus intentos apaciguó sus temores, pero creó otros nuevos. Aceptando al fin que las tres mujeres bebieran los vientos por él, se sintió abrumado por la responsabilidad que eso acarraría sobre sus hombros. Temblando de ira, supo que debía de dejar aparcado el tema hasta que liberaran a Patricia y por ello, se puso a repasar en silencio cómo habían previsto vencer a su enemigo.

«Ese cabrón desconoce lo que soy capaz de hacer y así debe continuar», se dijo para que Ricardo se centrara en atacarlas a ellas y así tener la oportunidad de sorprenderle.

Más calmado, buscó alivio en sus creencias religiosas y se puso a rezar al yaciente Cristo en busca de su intersección.

«Patricia es inocente y no se merece lo que le ocurre», suspiró mientras se ofrecía a tomar su lugar: «Estoy dispuesto a morir para que ella se salve», concluyó mientras se levantaba del reclinatorio.

Al contemplar en su reloj que todavía faltaban tres cuartos de hora para la cita, se sintió agobiado entre esas cuatro paredes y con el corazón encogido, decidió salir a tomar aire. Sus prisas no le dejaron advertir que la rubia se había levantado tras él hasta que fuera de la iglesia se le acercó y le preguntó qué le pasaba:

― No lo sé, pero no dejo de pensar que Estefany tenía razón cuando decía que esto es una encerrona―  respondió mientras desde el promontorio observaba a los peregrinos subir por la cuesta.

Fue entonces cuando reparó en dos grupos de hombres cuyo aspecto resaltaba sobre el resto y es que a pesar de no ir uniformados le resultó evidente que no traían buenas intenciones al ver que llevaban chaqueta a pesar del calor que hacía y que todos estaban cortados por el mismo patrón.

«Parecen militares», sentenció observando el ritmo con el que ascendían sin que la caminata les hiciera mella y asumiendo que bajo sus ropas llevaban armas, pidió a Diana que volviese al templo y avisara a sus compañeras que habían caído en una trampa.

Al quedarse solo, Gonzalo comprendió que debía darles tiempo para que pudiesen huir y por eso, en vez de esperarlas, decidió sacrificarse acudiendo al encuentro de sus adversarios. Todavía no se había entregado a la gente de Ricardo cuando a su espalda oyó los gritos de sus mujeres rogándolo que volviera.

― Os quiero―  mirándolas respondió mientras cuatro sicarios caían sobre él.

Totalmente desolada, Antía observó cómo maniataban a su adorado y reaccionando, obligó al resto a tomar el funicular antes de que el resto de sus enemigos llegara al promontorio.  Una vez se cerraron las puertas del atestado furgón se sintieron a salvo, pero pronto descubrieron su error cuando un par de tipos que los acompañaban se pusieron unas máscaras antigases mientras lanzaban una bomba de humo en su interior.

«Nos han capturado», la gallega alcanzó a pensar antes de perder el conocimiento…

Un par de horas después, las tres muchachas despertaron atadas en un salón. Estefany fue la única que reconoció la estancia y supo que se hallaban en la hacienda donde había pasado su niñez. Todavía aturdida, intentó librarse de sus ataduras y tras comprobar que no podía zafarse de ellas, descubrió que ese maldito había aprovechado para despojarlas de sus ropas. Sabiendo que el brujo buscaba con ello que se sintieran humilladas, mantuvo la entereza mientras escuchaba los lloros de Diana y queriendo que reaccionara, le susurró que no se dejara intimidar por su desnudez:

― Desnuda, eres todavía más bella.

La azafata la miró sin comprender la razón de sus palabras, pero al menos dejó de llorar. Durante muchos minutos, permanecieron postradas sin que ninguno de sus captores apareciera en escena y eso lejos de tranquilizarlas, incrementó su desasosiego al asumir que quizás Gonzalo estuviera muerto. Por eso cuando de improviso se abrió la puerta y vieron cómo dos hombres entraban llevando a su amado, se sintieron aliviadas a pesar de ser notorio que había sido torturado y que apenas se podía mantener en pie.

― Está vivo―  sollozó Antía sin reparar en la llegada de su enemigo acompañado de Patricia y de una joven negra.

― Por poco tiempo―  rugió satisfecho el nigromante mientras se acercaba a ellas.

A pesar de la difícil situación en que se hallaba, la meiga tuvo los arrestos de observar a la hija del que consideraba su marido y supo al ver su cara que venía drogada. Asumiendo que nada podía esperar de ella, miró a la desconocida que la acompañaba y por su vestimenta comprendió que era la sumisa de ese maldito.

«Debe ser su favorita», en silencio, decidió viéndola como otro enemigo.

Esa sensación se incrementó al contemplar la tranquilidad que mostró cuando Ricardo se acercó y se puso a valorarla como si fuera ganado:

― Antonella, ¿qué te parecen las hembras que he apresado? ¿Crees que se merecen un lugar en mi cama? ―  preguntó mientras le manoseaba los pechos.

― Amo, son muy guapas. Seguro que sabrá darles buen uso―  la escuchó decir mientras se arrodillaba a sus pies.

El colombiano recogió su respuesta desternillado y dejándola en paz, centró su atención en la rubia. Diana gritó despavorida al ser puesta en pie:

― Por favor, nada tengo que ver con ellos.

La traición que denotaban sus palabras engañaron al nigromante y queriendo saber quién era y por qué estaba con sus enemigos, se lo preguntó:

― Soy la azafata que les sirvió en el vuelo. Le reitero que no sé qué ocurre aquí y solo quiero volver a casa.

Dando por cierta esa afirmación, se olvidó de ella y centrándose en la muchacha que había educado, le pidió que le traspasara voluntariamente sus poderes.

― Jamás. ¡Antes prefiero la muerte! ―  desde el suelo, contestó Estefany.

― Eso no es incompatible―  muerto de risa, respondió el que había sido como su padre y repitiendo la pregunta, le hizo la misma oferta a Antía.

Tal y como anticipó, la meiga negó saber de lo que hablaba.

― ¿Crees que no sé quién eres? ―  cuestionó sin dar la mínima importancia a su respuesta.

― Soy solo la criada de Gonzalo―  insistió mientras intentaba mandarle un sortilegio que lo incapacitara.

Para desgracia de la gallega y a pesar de la fuerza que imprimió al hechizo, esté solo hizo tartamudear al nigromante.

― Cómo no tardarás en darte cuenta las sogas que te mantienen inmóvil están bañadas en sangre de recién nacido y eso hace imposible tu ataque.

Asustada hasta el tuétano, la pelirroja comprendió que no mentía y que por tanto nada podía esperar de su magia. A pesar de saberse indefensa, no quiso darle el placer de que la viera indefensa y revelando su naturaleza, le aseguró que, si la mataba su madre, vengaría su muerte. 

― No creo que ni todo el aquelarre en pleno pueda hacer nada contra mí cuando tenga vuestros dones―  comentó de vuelta este mientras comenzaba a vaciar sobre sus cuerpos una vasija.

Tanto Estefany como ella se percataron de inmediato de la clase de líquido que estaba derramando sobre ellas:

― Veo que habéis reconocido el aroma de Patricia―  rugió el maldito al ver sus caras mientras se desnudaba: ― Como ambas la habéis amado, usaré su flujo para arrebataros vuestros dones.

Ninguna de las dos puedo hacer nada por evitar que el malnacido se acercara y que, cogiendo en primer lugar a la morena, de un solo empujón hundiera su pene en ella.

― Maldito degenerado, ¡soy tu hija! ―  chilló mientras el hombretón comenzaba a cabalgarla.

― ¡Sabes que no! Y aunque así fuera, sería lo mismo―  replicó eufórico el brujo sin dejar de acuchillarla con su estoque.

El asco de Estefany al ser violada no evitó que su cuerpo reaccionara y que contra su voluntad el placer llamara a su puerta cuando en su mente se vio amada por Gonzalo.

― Resiste―  le gritó Antía: ― Estás bajo el influjo de un sicótico. No es nuestro marido quien te está poseyendo.

Esa advertencia no sirvió de nada porque para la morena quien la tenía sujeta y la poseía era el padre de Patricia:

― Amor mío―  sollozó mientras se corría.

Ese brutal orgasmo asoló sus defensas y gozando la ilusión de estar en brazos del hombre que amaba, nada pudo hacer para evitar que sus poderes fueran fluyendo a través del miembro que tenía incrustado en su interior.

― ¡Ya son míos! ―  gritó satisfecho el nigromante al ir acumulando con cada penetración un porcentaje de los mismos y por ello siguió violándola hasta que notó que se los había drenado por completo.

Entonces y solo entonces, centró sus atenciones en la pelirroja. La cual trató de mantenerse cuerda cuando separándole las rodillas notó que los pliegues de su coño eran cruelmente forzados.

― Conmigo no te será tan fácil―  sollozó intentando postergar lo inevitable.

El nigromante ni siquiera se tomó el esfuerzo de rebatir sus palabras y llevando la cara entre sus tetas, comenzó a morderle los pezones mientras se apoderaba de ella. La brutalidad de su tortura la hizo aullar e intentando que Gonzalo se despertara, le pidió ayuda. Supo que además de sus heridas, su amado estaba impedido por un hechizo cuando sonrió al ver que su enemigo la estaba violando.

La desesperación cundió en ella con esa sonrisa y sintiendo que su cuerpo era pasto de las llamas, hizo un último esfuerzo por mantener la cordura.

«Debo concentrarme y no dejarme llevar», meditó asustada al sentir que la humillación se iba convirtiendo en gozo y que, contra su voluntad, la excitación la estaba dominando sin remedio.

― Madre, ¡auxilia a tu hija! –inútilmente imploró mientras todas las células de su cerebro se sumían en el placer.

Ese lamento anunció al brujo su derrota y acelerando la velocidad con la que penetraba en ella, aulló satisfecho al sentirla inminente.

― ¡Dios! ¡Qué poderosa es esta zorra! ―  exclamó con alegría al experimentar que a pesar de sus intentos los dones mágicos de la pelirroja iban fluyendo hacia él.

El empujón que llevó a su completa claudicación fue observar a Gonzalo besando a Diana como si su destino no le importara. Vencida y exhausta, nada pudo hacer para contener el trasvase de sus poderes y como una cáscara vacía se derrumbó en el suelo mientras oía a su agresor exigiendo a la rubia que se acercara al que iba a ser su nuevo dueño.

Dejando de lado a Gonzalo, Diana acudió a su mandato maullando como gata en celo. Ricardo estaba eufórico y sin haber asimilado todavía lo que había arrebatado a sus legítimas dueñas, no vio nada extraño en que la azafata se le ofreciera voluntariamente poniéndose a cuatro patas. La belleza de ese trasero despertó su lujuria y a pesar de haber poseído a dos mujeres antes, hundió su erección entre esas blancas nalgas.

― Fóllame―  rugió Diana al sentir su sexo horadado.

La entrega de la muchacha debió de alertarle, pero era tal su estado de euforia que no vio el peligro que entrañaba y afianzándose en sus pechos, comenzó a poseerla con fiereza.

― Hazme tuya―  suspiró la rubia como si su vida dependiera de ello cuando notó como el glande del colombiano rellenaba su vagina.

Impresionado por la presión que ese coño ejercía sobre su pene, la obligó a cambiar de posición y que ella misma se empitonara dejándose caer sobre él. Nuevamente, la joven no puso reparo alguno en obedecer y empalándose, comenzó a mover sus caderas al ritmo que le marcaba.

― ¡Qué maravilla! ―  Ricardo suspiró al sentir el interior comenzaba a ordeñarlo de una manera jamás sentida.

Excitado como hacía años que no recordaba, el brujo se apoderó con los dientes de sus pechos cuando la rubia se los ofreció como ofrenda y fue entonces cuando se percató del peligro, pero incapaz de contener la lujuria siguió poseyéndola a pesar de ya ser consciente de su verdadera naturaleza.

― Eres un súcubo―  chilló sin dejar de martillear su interior.

― Lo soy. Y tú eres mi víctima―  la escuchó decir mientras incrementaba la velocidad de su galope.

Indefenso ante ella, Ricardo notó desde el principio como Diana iba drenando sus fuerzas y experimentado en carne propia lo que habían sentido Antía y Estefany nada pudo hacer por contener la marea que salía de su cuerpo.

― No pares de follarme―  ordenó la azafata mientras trataba de absorber la energía que iba fluyendo hacia ella.

Obedeciendo a su dictado, usó sus manos para forzar el contacto con ese ser, aunque sabía que ello conllevaría su muerte y gozosamente aceptó su destino. Lo que la joven nunca previó fue ser incapaz de contener en su interior los dones que le estaba robando y cuando creía que iba a colapsar y que sus neuronas iban a terminar siendo incineradas, recordó la presencia de Gonzalo:

― Ámame- le pidió llamándolo a su lado.

Como un autómata sin voluntad, el maduro se colocó tras ella y separando sus cachetes, sumergió su pene en el rosado esfínter de la muchacha. Nada más traspasar las fronteras de su trasero, Gonzalo despertó del sueño y comprendiendo qué era lo que ocurría aceleró las incursiones mientras llorando de alegría Diana agradecía su ayuda.

― Posee a tu mujer y toma su regalo―  rugió la chavala al sentir sus dos entradas horadadas mientras le traspasaba la energía que estaba arrebatando al malnacido.

El vigor del cincuentón le permitió ir asimilando los dones que estaba recibiendo y con nuevas ansias siguió galopando sobre ella con decisión.

― Mi señor, mi patriarca, mi amor―  sollozó la de Bogotá agradecida al notar que la tensión de su interior iba menguando hasta hacerse soportable.

Mientras su adversario y ese engendro disfrutaban, Ricardo se iba consumiendo poco a poco. Pero curiosamente eso no le importó y vio en esa forma de sucumbir algo sublime. Lo que ni él, ni Gonzalo o Diana previeron fue que cuando daba su último aliento Antonella se acercara y sacando un estilete, se lo hundiera a su antiguo amo en el corazón diciendo:

― No te mereces morir de placer, sino como el cerdo que fuiste en vida.

El fallecimiento de su adversario los devolvió a la realidad y viendo el estado de Antía y de Estefany quisieron recargarles las baterías amándolas. Pero cuando las estaban liberando de sus ataduras, Doña Mariana hizo su aparición:

-Alejaos de ellas.

A pesar de no saber quién era, ambos obedecieron y encarándose a la recién llegada, se prepararon para el combate pensando que era otra adversaria. La fantasma se echó a reír al ver su valentía y presentándose como amiga, les hizo saber Antía y Estefany habían cambiado:

― Esas damiselas has perdido sus poderes. Si yacéis con ellas, sería su fin. Ninguna de las dos podría soportar la experiencia y les drenaríais las pocas fuerzas que les quedan.

― ¿Hasta cuándo? ―  preguntó Gonzalo confiando que al recuperarse todo volviera a la normalidad.

El espectro respondió:

― Jamás volverán a ser quienes fueron. Es mejor que os hagáis a la idea y las dejéis irse en paz y que se consuelen entre ellas. Si no lo permitís, os terminarán odiando ya que vuestra presencia les recordará lo que perdieron.

La sentencia que acababan de oír cayó como una granada en ambos y mirando a las convalecientes, prefirieron no arriesgarse cuando Antonella se ofreció a cuidarlas.

― Sé que mi dueña estará de acuerdo cuando se reponga de las drogas que circulan por su cuerpo―  comentó señalando a Patricia que seguía con la mirada perdida sin enterarse de nada.

            Impresionados por el amor que leyeron en los ojos de esa negrita, comprendieron que no les quedaba más que despedirse y acercando a las antiguas brujas quisieron hacerlo con un beso. Pero al rozar Diana con los labios la frente de Antía, la pelirroja palideció al sentir que le costaba hasta respirar.

― Diana, mejor nos vamos. Ya tendremos tiempo de hablar con ellas―  le aconsejó el que ya era algo más que su patriarca.

Al girarse hacia él, la rubia descubrió que el maduro había desaparecido y que era un hombre joven quien le tendía la mano.

― ¿Cómo es posible? ―  preguntó mirando a la fantasma.

― Cuando matasteis al criollo, tu hombre y tú habéis heredado su longevidad. Os espera una existencia larga. Solo os advierto que no malgastéis los siglos que compartiréis juntos causando el mal sino ejerciendo el bien, o volveremos a vernos―  contestó la difunta antes de desaparecer entre brumas.

            Conscientes de la losa que había caído sobre ellos, Gonzalo tomó de la cintura a Diana y juntos salieron de la habitación para no volver jamás a las vidas de las mujeres que dejaban en esa hacienda.

            ― ¿Dónde te apetece ir? ―  preguntó el muchacho a su pareja.

―  Donde quiera mi amado brujo….

FIN

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