Cap. 8― Consolando a Adriana

He de decir que esa tarde sorprendí incluso a la fetichista y lo hice por mera casualidad. Después de hacerle el amor, enlacé sus cadenas con las de Irene, de forma que cada vez que una se movía, la otra sentía una descarga de energía sexual que la ponía bruta. Juro que lo hice en plan de broma, pero sin preverlo descubrí un método de tener controladas y felices a mis mujeres.

―Hay que reconocer que me será útil en el futuro― asentí al ver que ambas caían derrotadas tras el enésimo orgasmo que habían compartido.

Encantado con mi descubrimiento, decidí comprobar si con Johana y Adriana tenía el mismo efecto. Pero asumiendo que faltaban nada más cuatro horas para que la tormenta pasara por la isla, comprendí que debía esperar a la noche para hacer el experimento y dejando a mis dos putitas enlazadas entre ellas, me levanté a dar una vuelta.

Al salir me encontré a la enorme morena organizando un evento para esa noche en mitad de la plaza.

―¿Y esto?― pregunté al ver que habían acumulado montañas de leña en la plaza.

―Adriana ha pensado que la mejor forma para pasar las próximas horas y que la gente no piense en el desastre, es montar una fiesta con fuego al estilo mediterráneo y que su llamas compensen la falta de electricidad.

Mis años pasados en España me permitieron adivinar que se refería a las noches de San Juan en las que la gente bebía, bailaba y se amaba alrededor de una hoguera.

―Me parece una idea estupenda― tras meditarlo unos segundos concluí recordando lo divertidas que eran esas fiestas que se realizaban durante los solsticios de verano.

Al saber que mi presencia distraía tanto a Johana como al resto de sus ayudantes, fui a comprobar que había preparado Akira como responsable de la sala de computo. Como todo el sistema informático se había instalado a buen recaudo en el fondo de la mina,  me dirigí hacia ahí.

Al contrario que la primera vez, los trece pisos bajo tierra me parecieron eternos y al salir agradecí a los dioses que todavía no hubiese llegado la tormenta y siguiera la luz eléctrica.

«Coño y ¿qué va a pasar cuando tengamos que cortar todo el fluido eléctrico?», me dije pensando en que la gente que le pillara allí no iba a poder salir hasta que lo reestableciéramos

Aunque tenía en mente que esa fuera la primera pregunta que hiciera, quedó en el tintero porque al entrar en su oficina, me encontré con que la colombiana estaba llorando entre los brazos de mi sumisa.

―¿Qué le pasa?― pregunté completamente fuera de onda ya que la idea que tenía de Adriana era la de una mujer feliz y optimista.

―Llora por lo que hemos perdido― contestó Akira sin dejarla de consolar.

Mirándome con el dolor reflejado en su rostro, la propia hispana se lamentó:

―Siento estar así, pero me he quedado pensando en que lo que hemos perdido y desde entonces no he parado de llorar.

―Te comprendo perfectamente― contesté con un nudo en mi garganta: ―No sería humana si lo no echaras de menos el Louvre…

―La música de Bebo Valdez― me interrumpió.

―El concierto de año nuevo― dijo Akira.

―Las arepas de la Mulata en Cartagena.

―El suchi de Saito…

Durante Diez minutos estuvimos recitando las cosas que íbamos a echar de menos y solo cuando caímos en que podíamos seguir todo el día y apenas habríamos comenzado, empezamos a reír.

―Ahora toca lo que no vamos a echar en falta. Empiezo yo…¡los políticos!― soltó la oriental.

Alzando su voz, Adriana reclamó a Akira qué era lo que tenía en contra de Irene. Tras un momento de indecisión, la bella oriental comprendió que dentro de nuestro experimento social esa rubia era lo más parecido a un político que teníamos y por ello, riendo replicó:

―No te olvides que si ese cerebrito con tetas es la primera ministro, mi dueño es el presidente.

―¿Y yo que soy? ¿la ministra de sanidad?― preguntó la colombiana.

―No cariño― dije yo cogiendo uno de sus enormes pechos entre mis manos― eres mi vaca lechera particular.

El gemido de deseo que surgió de su garganta me hizo continuar y atrayéndola hacia mí, comencé a amasar su trasero mientras le susurraba lo mucho que me gustaba.

―Primor, para o no respondo― gimió al sentir que metía mi mano por debajo de su falda.

Asumiendo que tenía que apoyarme, Akira se unió a mi ataque y arrodillándose, hundió su cara entre las nalgas de la morena.

―Tu zorra me está chupando el ojete― dando un suspiro me informó Adriana.

―Como la sumisa que es, sabe lo que su dueño desea en cada momento― respondí mientras mordía uno de sus gruesos y negros pezones.

―Lucas, nunca me han roto el trasero― un tanto preocupada me informó.

Pasando olímpicamente de sus miedos, repliqué:

―Eso es algo que voy a solucionar ahora mismo.

Akira incrementó la profundidad con la que su lengua forzaba el virginal esfínter de la hispana al oírme decir que iba a tomarla por ese agujero mientras Adriana por su parte intentaba tranquilizarse.

―Por favor, ten cuidado― dijo temerosa de las consecuencias de mi asalto.

Riéndome de ella al ver su espanto, contesté:

―Tranquila preciosa, piensa que mi pene es un estoque y que lo nuestro es un duelo… pararé ante la primera sangre.

Mi recochineo no le hizo gracia alguna e intentó protestar, pero entonces y contra todo pronóstico, Akira le soltó un sonoro azote mientras hundía uno de sus dedos en su trasero.

―Tu puta me está sodomizando sin mi permiso― protestó Adriana al notar que no contenta con haber traspasado su entrada trasera, la oriental estaba metiendo en su culo el dedo gordo de su mano.

Soltando una carcajada, repliqué:

―Te equivocas. En este momento, mi puta eres tú y Akira solo te está preparando para mí.

―Mi señor también está errado― me rectificó la oriental incrustando un segundo dedo en la hasta entonces inexplorada entrada de la morena:― Adriana es nuestra putita ya que somos los dos los que vamos a hacer uso de ella.

Tener dos dedos hurgando en su interior hizo temblar a Adriana y con los nervios a flor de piel, nos imploró que tuviésemos cuidado.

―Lo tendremos, zorra― contestó Akira― Tendremos cuidado en no parar hasta que este hermoso culo esté destrozado de tanto usarlo y mirándome a los ojos me pidió que me la follara mientras terminaba de relajarle el ojete para mí.

No tuvo que repetírmelo otra vez, sentándome en una silla, obligué a Adriana a empalarse con mi verga mientras la que se había presentado ante mí como sumisa, usaba un tercer dedo para hurgar dentro de ella.

―Primor, me encanta sentir tu hombría llenándome por completo― musitó en mi oído buscando mi favor.

Con su característico acento, la oriental contestó por mí:

―Mas te va a gustar cuando estés preñada y le cueste entrar.

Curiosamente el que le hablara sobre el día en que se quedara embarazada, calentó a la colombiana y pegando un sollozo, le dijo si creía que ya estaba lista. Revisando su esfínter, Akira contestó:

―Apóyate sobre la mesa. En esa postura te dolerá menos.

Asumiendo que la japonesa tenía razón, Adriana puso su pecho sobre la mesa mientras separando sus nalgas, me ofrecía su rosado y virginal agujero. He de decir que me quedé pasmado al ver la rotundidad del trasero de la morena y pasando mis manos por sus cachetes, embadurné por última vez mi verga en su coño para acto seguido posando mi glande,  empecé a recorrer las rugosidades de su ano.

Esperaba todavía resistencia por su parte, pero en vez de quejarse, pegando un aullido Adriana me confeso que estaba hirviendo y que deseaba sentir por fin lo que se sentía al ser usada por atrás.

Solté una carcajada al escuchar que para entonces deseaba lo mismo que yo.

―Desde que te conozco, he soñado con romperte el culo― susurré mientras alternaba las caricias entre su sexo y su ojete.

―Dame caña, primor― oí que me gritaba al sentir que mi sexo se iba lentamente introduciendo en su interior.

Acercándose a ella, Akira le mordió los labios mientras le decía:

―Leña es lo que te vamos a dar.

Haciendo honor a sus palabras, la japonesa empezó a marcarme el paso con azotes sobre la hispana. Me pareció una buena idea y colocándolo en su sexo, de un solo empujón le embutí mi miembro hasta el mango. Adriana se retorció como una local creer que la había partido por la mitad,  pero haciendo caso omiso a sus deseos, seguí desflorando con decisión su ano.

―Me duele― gritó la morena.

―Tranquila, pronto comenzarás a sentir placer― le dijo Akira mientras se subía a la mesa para poner su coño en la boca de la suramericana.

Esta comprendió que se requería de ella y lanzándose entre las piernas de la amarilla, sacó la lengua para sorber la esencia de la diminuta mujer mientras bajando su mano, se empezaba a masturbar en un intento de acelerar ese trámite.

No perdí mi oportunidad de disfrutar de ella y siguiendo el ritmo que me marcaba mi sumisa, me dediqué a demoler las últimas reticencias de la morena.

―¡Qué gozada!― me informó meneando sus caderas y sin dejar de torturar su clítoris.

Ese gemido me hizo comprender que el dolor había pasado y que el placer la estaba dominando. Asumiendo que ya no le haría daño, decidí incrementar la velocidad de mis penetraciones, por lo que fui acelerando hasta que ese trote suave se convirtió en un desbocado galope.

―Primor, ¡me matas! – gritó con la respiración entrecortada.

Sabiendo que esa muchacha estaba a punto de correrse y decidí profundizar en su doma y cogiendo sus pechos con mis manos y usándolos de agarraderas, me lancé en tromba hacia el horizonte.

Forzando aún más su postura, Akira tiro de su melena mientras yo no dejaba de empalarla. Ese doble y rudo trato elevó su calentura hasta límites insospechados y chillando de placer, nos informó de que se corría.

―Hazlo, pero no pares de comerme― le exigió la oriental.

Como si hubiese abierto una espita, al correrse su flujo corrió libremente por sus piernas impregnándonos con su aroma a hembra saciada y eso me dio alas para seguir apuñalando con mi escote su culo alargando sin querer su orgasmo.

Nuevamente unos chillidos llegaron a mis oídos, pero esta vez fueron los de mi oriental que incapaz de contenerse más se había dejado llevar.

―No pares de moverte― grité contagiado y sintiendo un clímax pocas veces sentido,  eyaculé en el interior de la morena, para acto seguido tumbarme a su lado sobre la mesa.

―Primor, eres un maldito perverso. No te da vergüenza abusar de la zorra de tu sumisa nada más terminar de romper mi culo― escuché que me decía.

La sonrisa de Akira no tuvo desperdicio y mientras me recuperaba, buscó los besos de la colombiana ….

Cap. 9― Mi pequeña y dulce negrita se entrega nuevamente a mí

Todavía no me había recuperado de hacer el amor a mi adorada Akira cuando Adriana empezó a meternos prisa diciendo que solo teníamos diez minutos antes de que el programa que había diseñado clausurara esas instalaciones.

        ―Lucas, todo aquel que esté aquí después de eso no podrá salir hasta dentro de una semana y aunque tenemos víveres suficiente para aguantar ese encierro, no creo que sea algo que quieras soportar.

Entendiendo que el plan buscaba proteger los elementos eléctricos de la mina, ayudé a la japonesita a vestirse y acompañado de mis dos mujeres, tomé el ascensor apenas cinco minutos antes de que dejara de funcionar.

En la salida, nos esperaba Johana. Supe de la angustia que había pasado al no saber si nos daría tiempo de salir cuando con lágrimas en los ojos sollozó en mi oído:

―Pensé que mi señor se había olvidado de mí.

El dolor de su tono me enterneció y acercándome a ella, levanté la cabeza, me puse de puntillas y la besé:

― Mi adorada negrita es demasiado importante y sexy para que me olvide de ella.

 La felicidad de ese bello, aunque extraño saco de músculos se incrementó por mil cuando pasando mi mano por su duro trasero, comenté:

―Llevo soñando con oírte berrear de placer todo el día y esta noche pienso hacerte mía.

―Mi señor, eso va a ser imposible― la militar contestó.

Creyendo que me habían organizado algo después de la hoguera me molesté y alzando la voz, le dije que fuera lo que fuese lo que la zorra de Irene había planeado, que lo olvidase.

―No es eso… digo que es imposible que vuelva a hacerme suya porque ya lo soy en cuerpo y alma…― y exagerando su actuación se desgarró la camisa diciendo: ―Si mi señor no me cree, le voy a pedir a Suchín que me tatúe en el pecho que soy propiedad exclusiva de mi amo, el único hombre que me ha tenido y me tendrá, Lucas Giordano.

Sonreí al ver que la respiración agitada de esa mujer y acercándome a ella, no tuve que agachar la cara para que mis labios se apoderaran de su pezón y tras mordisquearlo unos segundos, levantando mi mirada, repliqué:

―Tengo una duda.

―¿Cuál mi señor?

―Si te dejo embarazada esta noche, será por la tormenta o porque mi negrita además de un poco putilla está cachonda y en sus días fértiles.

―No sé cómo lo ha adivinado pero su negrita está ovulando.

―Entonces si hoy te poseo, hay muchas posibilidades de dejarte preñada.

 ―Sí, mi señor. Habría muchas posibilidades de que me embarace.

―¿Y te gustaría? – insistí al no saber interpretar la expresión de su rostro.

―Ser madre de un hijo de usted me haría enormemente dichosa… ¿realmente está pensando en hacerlo?― preguntó como si no llegara a considerarlo posible.

Agarrándome nuevamente a uno de sus enormes senos con la boca, respondí.

―Siempre que mi negrita me deje mamarle sus tetitas, me da morbo pensar en el volumen de tus tetas mientras alimentas a mi hijo.

―Mis pechitos y todo el resto de mi diminuto cuerpo pertenecen a mi señor― respondió muerta de risa.

Incrementando mi acoso, acaricié el trasero de la militar mientras le preguntaba si tenía tiempo de echar un polvo antes de tener que organizar el encendido de la hoguera. Johana me sorprendió al contestar sin dejar de reír si se ponía a cuatro patas ahí mismo o su dueño prefería que lo hicieran en la casa.

―¿Tenemos tiempo de ir y volver?

―No― respondió la musculosa mujer mientras se quitaba los pantalones que llevaba.

―¿Qué haces?― exclamé descojonado al ver que hincaba sus rodillas frente a mí.

―Ofrecerme a mi señor― replicó y cogiendo las bragas con su mano derecha, las hizo trizas sin dejar de sonreír.

Tanto Adriana cómo Akira, aprovecharon la escena para en plan de guasa poner en duda mi hombría, pero lo que realmente me empujó a poseer a la morena fue escuchar a la japonesa decir:

―Acostumbrado a un coño pequeño como el mío, nuestro hombre teme que su pene naufrague en el de ella.

Cabreado hasta el tuétano por el desprecio que en cierta forma eso suponía sobre la que también era mi mujer, agarré del pelo a la oriental y llevándola hasta la negra, le ordené que metiera su lengua en el interior de Johana.

Admitiendo su error y con lágrimas en los ojos pidió perdón tanto a mí como a la enorme militar, pero entonces dando un azote con todas mis fuerzas sobre sus ancas, le exigí que obedeciera.

―¿Qué quiere que haga?― preguntó mientras masajeaba su enrojecido trasero.

―Te he pedido que metas la lengua en el chumino de Johana― repetí descargando un nuevo y doloroso azote.

Sin hablar ni ofrecer cualquier tipo de resistencia, Akira separó las nalgas de la mujer y acercando la cara a su sexo, le dio un primer lametazo.

―He dicho que se la metas, no que la chupes― lleno de ira reclamé.

No sé si a la oriental le dolió más mi indignación o el hecho que no le soltara un nuevo mandoble, lo cierto es que sollozando como una Magdalena usó su lengua para penetrar hasta el interior de la morena.

―Otra vez― exigí mientras comparaba riendo el pálido y diminuto cuerpo de la japonesa con la exuberante anatomía de Johana: ―O tendrás que dormir a la intemperie durante un año.

Mi amenaza azuzó la acción de su lengua y sin dejar de follarla con ella, se dedicó con pasión a morder, lamer y torturar el clítoris de su compañera.

―Señor, como esta puta siga devorando mi coño así, ¡me voy a correr!― me anticipó la militar.

Me reí y mirando a la colombiana, le ordené que ayudara a su amiga. Adriana no necesitó que repitiera esa orden y metiéndose debajo de la comandante, tomó uno de sus pezones entre los dientes mientras con la mano pellizcaba el otro.

Johana al sentir ese triple ataque, no pudo más y pegando un largo y penetrante aullido, se dejó llevar por el placer.

―¿Qué coño hacéis? ¡Nadie os ha dado permiso para dejar de hacer lo que estabais haciendo!― de muy mala leche exigí al ver que satisfechas con haber hecho que la morena se corriera tanto Akira como Adriana habían parado.

De inmediato, las dos reanudaron sus caricias y viendo que había llegado mi momento, sacando mi miembro, empalé a la morena.

―¡Fóllese a su negrita! ¡Mi señor!― exclamó llena de felicidad Johana.

Ni que decir tiene que le hice caso y es que esa mole de mujer tenía un chocho tan pequeño y estrecho que me volvía loco.

―Me encanta hacerlo, ¡nunca lo dudes!― proferí y a modo de banderazo de salida, me agarré a sus ubres.

Adriana al ver que me apoderaba de las tetas de la morena, cambió de objetivo y uniendo su lengua a la de Akira, se dedicó a torturar el erecto botón que Johana escondía entre sus pliegues.

―¡Si paráis os mato!― amenazó la militar a sus dos compañeras al sentir que nuevamente el gozo se iba acumulando entre sus piernas.

Me hizo gracia esa amenaza, pero aun mas que llegando por el camino, Irene y Suchín empezaran a aplaudir al oír los gritos de placer que daba la militar cada vez que hundía mi estoque en su interior.

―Mira la cara de puta que pone la yegua de nuestro amo― comentaba la rubia.

―¡Y cómo relincha!― contestaba muerta de risa la tailandesa.

―Reíros zorras, pero es a mí a quien nuestro dueño está domando― bramó enfadada y con las venas hinchadas la gigantesca mujer.

 ―Mi pequeña, concéntrate en ti y en el placer que te regalo― le pedí tirando suavemente de su pelo.

Esa dulce reprimenda y el hecho que la llamara mi pequeña desarboló a Johana y como un barco con las velas rotas en un temporal, se dejó zarandear por mí mientras unía un orgasmo con el siguiente.

―¡Preñe a su negrita!― sollozó presa del placer.

Haciendo caso a esa tierna, aunque inmensa mujer, me dejé llevar esparciendo mi simiente en su fértil sembrado con la esperanza que a raíz de esa tormentosa y fatídica noche surgiera un nuevo amanecer en forma de mi primer hijo.

Johana al sentir mis aldabonazos en su útero cayó rendida dándome las gracias.

―Cariño, soy yo quien debe agradecer que una mujer tan bella como tú, me haga caso y por ello te informo que Irene y Suchín serán tus esclavas personales hasta que vuelva la electricidad y ya que poca cosa pueden hacer sin luz, te sugiero que les ates con sendas correas para que te acompañen cuando vayas a comprobar las diferentes instalaciones. ¿Te parece bien?

―Sí, mi adorado y querido amo― respondió la morena mientras a un par de metros mi asistente y su amiga tailandesa palidecían.

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