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Lo bueno de la lluvia era que los mosquitos habían desaparecido, lo malo era que no se había sentido totalmente seca desde que empezó a llover. La lluvia llegaba todas las tardes puntualmente y lo empapaba todo. Ni siquiera el techo improvisado que Tarzán construía todos los días encima de su nido resistía durante mucho tiempo la intensa cortina de agua. Mientras duraba el chubasco aprovechaba para enseñarle los rudimentos del inglés al salvaje y éste se mostraba como un alumno aplicado. En pocos días sabía nombrar casi todo en su entorno y pronunciar frases simples. Eso sí, había sido incapaz de hacerle comprender el concepto del pasado y el futuro. Debido a su convivencia con los animales, sólo vivía y entendía el tiempo presente y sus tiempos verbales se reducían al infinitivo.

Cuando cesaba el chaparrón, normalmente ya entrada la noche, Tarzán hacía un nuevo nido con ramas y hojas más o menos secas y se dormía abrazado a Jane. La joven agradecía el calor que el hombre le proporcionaba pero la excitación que sentía al verse envuelta en aquellos brazos fuertes e ingenuos la sumía en sueños confusos calientes y preñados de culpabilidad.

Los días amanecían cargados de una bruma espesa que lo volvía a empapar todo y que no despejada hasta bien entrada la mañana. Cuando finalmente el sol ganaba la batalla, todos aprovechaban para subir a la parte más alta de la bóveda forestal para tomar el sol y secarse un poco. Al principio Jane se sentía torpe, sus pies reblandecidos por la humedad y acostumbrados a unas botas que no había vuelto a ver desde su baño, le torturaron durante unos días hasta que finalmente se endurecieron y pudo avanzar al ritmo de un chimpancé de seis días de edad.

También consiguió asir una liana por primera vez. Afortunadamente había tomado la precaución de hacerlo sobre el estanque y la consecuencia de no poder soportar el peso de su cuerpo con los brazos sólo fue un refrescante chapuzón.

Al mediodía las nubes empezaban a levantarse y era el momento en que toda la tropa bajaba y se dirigían al árbol más cercano cuya fruta hubiese madurado. Jane seguía a Tarzán por la espesura y él la ayudaba en los lugares difíciles. Cuando llegaban al árbol en cuestión, Tarzán hacía un nido sencillo en diez minutos y exhibiendo una agilidad y una fuerza comparables a la de cualquier otro simio recogía fruta y la traía al nido dónde la comían juntos.

Esos momentos eran los más activos del día. Todos los chimpancés querían los mismos frutos que obviamente eran los más maduros, pero en la mayoría de los casos la competencia se resolvía sin problemas. Los mejores se los quedaban Idrís, Shuma un viejo macho y Tarzán. En ocasiones dos chimpancés se querían apropiar del mismo fruto y se ponían agresivos. La primera vez que vio el revuelo que formaron dos de ellos se asustó, pero luego cuando vio que dos hembras se acercaban a ellos y se ofrecían para copular, se quedó de piedra. El efecto fue instantáneo, los dos machos se agarraron a las hembras se las follaron con apresuramiento y evidentes muestras de placer y se largaron dejando el fruto colgando del árbol*.

Pronto Jane se dio cuenta que las hembras controlaban y dirigían al grupo sutilmente por medio del sexo. Cada vez que surgía un problema o había un brote de agresividad ellas intervenían convirtiendo el episodio en una fugaz y vocinglera orgía. Cuando esto ocurría lanzaba una mirada a Tarzán y veía en él un rastro de decepción ya que en el fondo desde joven había sabido que era distinto y nunca podría participar de esas divertidas reuniones de comunidad. En esos momentos Idrís no tardaba en aparecer y lo reconfortaba con una larga sesión de espulgamiento.

La relación entre Tarzán e Idrís era tan íntima que cuando el hombre aprendió la palabra madre y la señaló no tuvo ninguna duda de lo que quería expresar. La vieja mona siempre estaba cerca de él y trataba de protegerle cuando surgía un problema aunque ya no fuese necesario. Esa actitud no pudo dejar de recordarle a su querido padre empeñado en tratar a Jane como si aún tuviera siete años.

Mientras veía a Tarzán interaccionar con sus compañeros de tribu como uno más no podía dejar de preguntarse de dónde podía haber salido.

Kampala era una población pequeña que había crecido en torno a un fuerte que la compañía de África oriental había construido a las orillas del lago Victoria. Al estar a Casi mil doscientos metros de altura el clima no era tan opresivo, aunque en la época de lluvias las calles se convertían en un mar de barro salpicado de pequeñas casas y chozas más o menos ruinosas y atestadas.

El centro de la ciudad lo ocupaban diminutas mansiones ocupadas por funcionarios y militares y el único hotel de la ciudad y por extensión de toda Uganda. Patrick había agradecido la invitación de Lord Farquar para que pasase en su mansión todo el tiempo que quisiese, pero la había declinado amablemente. En pocos días se había dado cuenta de que aún sentía la presencia de Jane en la mansión y no lo podía soportar.

El hotel, sin ser gran cosa, era el mayor edificio de la ciudad por detrás del fuerte, el palacio del gobernador y la iglesia del reverendo Wilkes. Tenía ocho habitaciones y estaba regentado por la viuda del que había sido el primer comandante del fuerte. Como habría hecho su marido, regentaba el establecimiento con mano de hierro y mantenía a sus huéspedes sujetos a una férrea disciplina. Los clientes debían presentarse puntualmente a las comidas y estaba terminantemente prohibido fumar en otro lugar que no fuera el gran salón que había habilitado para ello. Su rostro adusto y curtido por el sol africano reflejaba el fuerte carácter de la mujer, que no tenía ningún reparo en echar la bronca a cualquier inquilino que llegase borracho a altas hora de la noche o que intentase colar una prostituta en su cristiano hogar.

El resultado era que el Hotel Reina Victoria era el único lugar de paz y orden de toda África oriental. Patrick tomó posesión de una amplía habitación en el ala este con vistas al lago Victoria. Con frecuencia se apoyaba en la balaustrada del balcón y se quedaba mirando la ingente masa de agua meditando sobre su futuro sin llegar a ninguna conclusión. Lo único que le causaba algún placer era coger un guía y salir de caza durante todo el día.

Casi siempre daba con algo apetecible que ofrecía a la Sra. Bowen a cambio de la habitación.

En la época de lluvias había poco movimiento y sólo compartía el hotel con un funcionario de agricultura y con la mujer de un sargento que servía en el fuerte. Las veladas nocturnas las compartía con el funcionario, en silencio, con un vaso de ginebra y un puro. Mr. Hart no era muy hablador pero estaba muy bien informado y era un hombre más inteligente de lo que parecía. Con su rostro cuidadosamente afeitado su cuerpo enjuto y sus gafas redondas y pequeñas tenía aspecto de ratón de biblioteca.

Más por educación que por necesitar su compañía Patrick le había invitado esa tarde a acompañarle a una cacería pero el hombre había declinado la oferta alegando que no era un hombre de acción, aunque no dejó de agradecerle la mejora que había sufrido el menú del hotel desde que Patrick estaba alojado.

La tarde era oscura y lluviosa como todas las anteriores, pero eso no detuvo a Patrick que cogió su rifle envuelto en una bolsa de hule y se encontró con Mbasi que le esperaba preparado para marchar a la sabana. El hombre le esperaba pacientemente bajo la lluvia y le guiaba en busca de presas sin hacer preguntas. Mbasi no sabía que lo único que él quería era tener la mente preocupada en cualquier cosa que no fuera Jane y no le importaba. No tenía ni idea de que cada vez que acertaba en el corazón de una pieza él sonreía recordando a los dos facinerosos que había ejecutado en la aldea. Eso le daba un poco de paz, pero al día siguiente tenía que volver a salir de caza, tenía que volver a matar.

Con la práctica y el paso de las semanas había aprendido a seguir un rastro y no necesitaba al pistero, pero lo seguía llevando por precaución ya que en cualquier momento podía ocurrir un imprevisto y un par de manos y ojos de más podían significar la diferencia entre la vida y la muerte. Mbasi se mantenía en un discreto segundo plano, contento con la espléndida paga que Patrick le abonaba al final del día y sólo intervenía para corregir a Patrick las raras veces que éste se equivocaba.

Se dirigieron al oeste alejándose de las orillas pantanosas del lago y se internaron en una pequeña meseta que se elevaba sobre la planicie circundante. El suelo estaba más seco y firme y avanzaron con más rapidez. Patrick no sacó el rifle de su funda hasta que tuvieron a una manada de cebras a la vista. Los dos hombres se quedaron parados mientras los animales miraban en derredor olisqueando el ambiente nerviosos. Afortunadamente la lluvia ahogaba sus ruidos e impedía que su olor llegase hasta los animales por lo que la aproximación fue fácil. Se pararon a unos ciento treinta metros y se tumbó preparado para disparar.

Las cebras parecieron presentir algo ya que levantaron la cabeza y miraron dirección a los hombres. Fue ese el momento que eligió un viejo león solitario para lanzarse sobre los animales desde el lado contrario. El ataque fue fulminante y en unos segundos una cebra estaba pataleando inútilmente en el suelo mientras el león buscaba su garganta con sus mandíbulas.

El resto de los animales huyeron en estampida mientras el viejo león comenzaba a comer el hígado de su víctima. Patrick levantó el rifle y apuntó al león dispuesto a cobrarse ese trofeo pero Mbasi con un toque en el brazo le señaló un tumulto a la izquierda y le dijo por señas que esperara.

De entre la espesa cortina de agua surgieron tres hienas acompañando su llegada con sus típicas risas.

El león levantó la cabeza y rugió con fuerza tratando de intimidarlas, pero estás no se dejaron amilanar y se acercaron al cadáver aún caliente. Ante la irada sorprendida de Patrick vio como tres hienas se atrevían a disputarle la presa a un león de más de doscientos kilos.

-¿Cómo han llegado tan rápido? –pregunto Patrick en un susurro.

-Su olfato es finísimo, y son muy inteligentes bwana. No me extrañaría que hayan estado siguiendo al león para arrebatarle la comida.

-¿No van a esperar a que termine el león? Yo creí que eran unos cobardes carroñeros.

-No bwana, en realidad comen de todo, aunque es verdad que no desdeñan ningún cadáver por podrido que esté, arrebatan la caza a otros depredadores e incluso cazan ellos mismos aprovechando las horas más oscuras de la noche.

Mientras los dos hombres hablaban, las hienas habían flanqueado al león y comenzaron a acosarle aprovechando la superioridad numérica. El león se revolvía e intentaba alcanzar alguna pero los bichos le esquivaban fácilmente. Tras unos diez minutos de acoso y unos cuantos dolorosos mordiscos en los cuartos traseros el león se rindió y abandonó la presa.

Patrick no disparo al león, ya no le parecía un trofeo tan majestuoso. Con un gesto de resignación recogió el arma y acompañado por Mbasi tomo el camino de Kampala.

-Nunca hubiese creído eso de las hienas, todos los libros de zoología que he leído están equivocados.

-Los libros no son útiles Bwana, Mbasi no necesita leer para conocer la naturaleza. –dijo orgulloso. –Las hienas son animales muy inteligentes. En algunos lugares incluso llegan a un acuerdo con los hombres, que les entregan su basura y sus cadáveres a cambio de que no les ataquen a ellos o a su ganado.

-¿Algo así como si fueran perritos? No me lo creo.

-Incluso unos pocos han conseguido domesticarlas con la ayuda de unas pociones secretas.**

-¡Cuentos de viejas! –exclamó Patrick despectivo.

-También hubiese dicho lo mismo de lo que acaba de ver si no hubiese sido usted testigo Bwana. –replicó el guía con una sonrisa dentuda.

Después de tres noches encerrados en el camarote sudando, gimiendo, chupando, mordiendo y acariciando, habían subido a cubierta y estaban disfrutando de la puesta del sol tropical tumbados en sendas hamacas. Avery no se podía imaginar de dónde podía haber salido esa furia sexual pero no recordaba haber disfrutado nunca tanto del sexo. Mili era una amante experta y complaciente y su cuerpo joven y exuberante le hacía olvidar durante sus sesiones de sexo maratonianas la pérdida de Jane, pero el resto del tiempo sólo pensaba en su niña, en los ratos buenos y no tan buenos que le había hecho pasar…

-¿Estás bien, Avery?

-Oh si sólo estaba pensando…

-En Jane, -le interrumpió Mili cogiéndole de la mano y apretándosela con cariño –yo también pienso a menudo en ella. Lo pasábamos tan bien juntas, era todo vitalidad. Pero hay que seguir adelante la vida es demasiado corta y Jane querría que disfrutases de ella al máximo.

-Sí, Jane disfrutaba de todo lo que la vida podía proporcionarle. Sus estallidos de furia eran formidables pero nunca la veía enfadada por mucho tiempo, decía que estar enfadado era una pérdida de tiempo, que no se ganaba nada con ello. –Dijo Avery –Aún recuerdo la rabieta que pilló cuando le dije que te iba a traer para que fueras su dama de compañía. Dos días antes la había pillado en el establo besándose con el mozo de cuadra.

-Entre repentinamente en el establo y allí vi a ese joven rufián metiéndole la lengua hasta el gaznate, sobando a mi niñita y haciéndola jadear de deseo. El chico era mayor de edad y sólo las súplicas de Jane impidieron que llamase a la policía. Aquel día tuve una bochornosa charla sobre el sexo con mi hija. Creo que me aturullé tanto en mi explicación que la pobre salió de la biblioteca más confundida de lo que lo estaba antes de entrar. –Continuó Avery con una sonrisa nostálgica – Afortunadamente tuve la genial idea de traerte a casa. La bronca fue monumental, tengo que decir que en buena parte fue culpa mía, hasta ese momento jamás había impuesto mi voluntad y se lo tomó como un atentado contra su libertad. Lo curioso es que tres días después se acercó a mí y me dio las gracias. Creo que hasta ese momento no se había dado cuenta de lo sola que se sentía en la mansión.

-Me acuerdo perfectamente del día que llegue Hampton house. Me costó ganármela un tiempo pero cuando vio que la diferencia de edad entre nosotras no era un obstáculo y se dio cuenta de que no estaba allí para vigilarla sino para evitar que hiciese algo de lo que pudiese arrepentirse toda la vida, me aceptó y me quiso como a una hermana. Espero que no sufriese mucho. –Dijo Mili compungida –No puedo dejar de pensar en ella, allí sola, en medio de la espesura, rodeada de animales salvajes dispuestos a despedazarla.

-No hables de eso por favor –dijo Avery con la voz entrecortada –hablemos de cosas divertidas. Es la mejor forma de recordarla.

-Lo siento pero estoy tan triste por ella que necesitaba compartirlo…

-Lo sé, lo sé, querida. –dijo apretando su mano cálida y suave y besándosela.

Los labios de Avery se demoraron más de lo normal y bastó el aliento del hombre y el calor de su boca para provocar el deseo de Mili. Él se dio cuenta de cómo el suave bello del brazo de Mili se erizaba y se sintió complacido y excitado a la vez. Con una mirada pícara, Mili metió la mano por debajo de la manta que lo abrigaba de la fresca brisa del ocaso y comenzó a acariciarle el paquete. Avery miró nervioso alrededor pero le dejo hacer a la mujer.

Le abrió los botones y le bajo la bragueta con habilidad y con una sonrisa juguetona comenzó a acariciarle el miembro duro y caliente. Mientras jugaba con el pene de Avery arrancándole roncos suspiros de placer Mili sentía que estaba perdiendo el control. Se estaba enamorando de aquel hombre y eso no había entrado en sus planes, eso no le gustaba. Mientras le pajeaba fantaseaba con tenerle otra vez dentro empujando salvajemente y haciéndola vibrar. Con una mueca de sus labios deseó que ese viaje no terminara nunca. Cuando llegasen a Inglaterra Avery recobraría la cordura y embarazada o no, volverían a ser amo y sirvienta y no estaba segura de poder soportarlo. Lo que le había parecido una buena idea al principio, darle un hijo para poder quedarse en Hampton house como ama de llaves y tener una vida desahogada ahora no le parecía tan buena… Ahora lo quería todo.

Avery tomo el gesto de Mili como una invitación y la besó. La lengua de él interrumpió sus cavilaciones y cogiéndole de la mano le levantó y le guio de nuevo al camarote.

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