“Hola Luís, soy mamá. Esto que voy a contarte es algo que jamás te tendría que haber contado. Pero me veo en la obligación, pues llevo días muy preocupada por ti y mi hermanita.
Se trata del pueblo. Estoy convencida que a estas alturas ya te habrás dado cuenta que ocurre algo anormal. También estoy segura que estás acostándote con la tita Ana. Ella se pone muy enferma en ese pueblo. Tenéis que salir de allí cuanto antes.
Cuando me comentases que ibas a vivirte allí, tuve que controlar el impulso de explicarte por qué estabas en un error. Tal vez guardaba la esperanza de que el pueblo hubiese cambiado. Pero cuando fui al entierro de mi tía Leonor, supe que esto no era así. Sentí en mis venas el fuego, al solo bajarme del coche, y me tuve que ir para no quedar atrapada de nuevo en él.
Hace siglos que el pueblo está maldito. La herencia se ha ido transmitiendo de generación en generación. Todos allí son conscientes de lo que ocurre. Solo le afecta a las mujeres, y no a todas; pero sí a la mayoría. Viven en una excitación constante. Como si el Diablo hubiera elegido nuestra pequeña villa, como sucursal para que el ser humano cometa el pecado carnal, sin censura.
Es como si la tierra fuera parte del infierno y se manifestara a través del sexo de las mujeres que Lucifer ha seleccionado. Sé que suena a ciencia ficción, pero es tal y como te lo cuento. Lamentablemente es así.
La sed de sexo hace que muchas mujeres acaben quitándose la vida, al no ser capaces de saciarse jamás. Habrás comprobado que la gente es reservada y a penas sale de casa. Viven en una lujuria sin desenfreno. Constantemente hay relaciones sexuales entre madres e hijos, abuelas y nietos, entre vecinos. Hay hombres que tienen a sus mujeres amarradas a la cama para que no puedan ver a otros hombres.
En ocasiones las mujeres organizan orgías clandestinas, y las llevan a cabo en la iglesia. Te habrás fijado que la campana de la iglesia nunca llama a misa. No hay ningún sacerdote en el pueblo. Utilizan la casa del señor para llevar a cabo sus brutales orgías donde participan varias mujeres y decenas de hombres. Siempre ante el altar. Como una especie de rito preparado por el diablo, y que las gentes del pueblo llevan a cabo sin saber muy bien por qué.
Hay hombres que son felices con la situación, pero otros viven atormentados. Todos están amenazados de muerte para que jamás le cuenten a nadie lo que ocurre. Por eso odian a los forasteros, no quieren que se descubra su secreto para poder seguir actuando a sus anchas, para que el diablo pueda seguir manejando el pueblo a su antojo.
No hay un patrón claro. Hay mujeres a las que nunca les ocurre. Mujeres a las que les ocurre tardíamente. Y mujeres que caen en el instante. Lo único claro es que solo son infectadas aquellas mujeres nacidas en él, o con antepasados nacidos allí.
Cuando una mujer siente el magnetismo del pueblo, se le enrojecen los ojos y se le transforma la expresión. Mientras más folle más lo necesitará, hasta acabar matándose. Las más afortunadas se esfuerzan y logran huir del pueblo. Muchas somos las que conseguimos huir de aquella pesadilla; entre ellas estamos tu tía Ana y yo. Pero Ana ha vuelto y mucho me temo que ha recaído por completo.
Estoy segura de que mi tía Leonor se quitó la vida por temor al diablo cuando se refleja en Ana. Hubo un tiempo en el que Ana se dejó llevar demasiado, es débil ante la carne y ese pueblo magnifica su frecuente apetito sexual. Se comportaba de forma errática y violenta. Leonor la pilló con dos hombres en un callejón oscuro, una noche de verano. A partir de ahí Ana le hizo la vida imposible. Quiso seducirla varias veces pero la vieja no se dejó. El diablo, a través del cuerpo de Ana, juró que algún día la mataría; pues a Leonor nunca le sucedió. El miedo hizo tomar ese bote de pastillas a esa pobre mujer, no te quepa la menor duda.
Pero mi hermana es una mujer buena, te ruego que la salves, te ruego que la saques del pueblo. Ten en cuenta que no es ella la que se acuesta contigo, es el diablo a través de ella.
Para que entiendas lo duro que ha sido contarte esto, te revelaré un secreto con el que lleva viviendo nuestra familia toda la vida. Mi madre, tu abuela, no murió de infarto como siempre hemos contado.
A sus sesenta años, tras décadas de enfermedad, acabó yéndose con veinte hombres del pueblo hasta la vieja ermita. Se encerraron y ella empezó a follar con todos. Se llevaron dos días encerrados; hicieron con ella lo que quisieron. La tomaron como una mártil de la cruz que los hombres del pueblo siempre han vivido, dejándose convencer para ir todos ellos con ella sola. La follaron y todos se corrieron dentro. A medida que se iban recuperando iban volviendo a follársela. La muy desgraciada estaba feliz. Se llevo muchas horas seguidas chupando pollas, recibiendo por todos lados y tragando semen. Acabaron matándola. Murió de tanto follar. Su cuerpo desnudo lo clavaron en la entrada de la ermita como trofeo de guerra. El mensaje fue claro. “Si no podemos huir del diablo, le mandaremos a sus putas de vuelta”.
Duró poco la rebelión. Se escucharon casos de hombres asesinados. En un mes los veinte que participaron habían muerto en extrañas circunstancias. Eso calmó a los hombres para siempre, aceptando su destino. Prisioneros del pueblo.
Una noche mi hermana y yo decidimos huir. Saciamos nuestra sed con unos amigos de la infancia. Y luego corrimos antes de que los ojos volvieran a enrojecerse. Corrimos como nunca lo habíamos hecho. Pudimos salir del área de influencia, solo necesitamos atravesar el bosque. Jamás nos volvió a pasar. Ella se instaló en Aracena y yo me fui a Huelva, donde conocí a tu padre.
Ahora entenderás por qué los veranos los hemos pasado siempre en Aracena, y a penas hemos pisado el pueblo; a pesar de que éramos de allí y a ti te encantaba.
Sálvate. Salva a mi hermana. Os espero en Madrid. Y recuerda, solo tenéis que atravesar el bosque.
Borra este correo.”
Pulsó el botón de borrar. Siguió un rato pensativo. Escuchó ruido en la puerta de entrada. Salió y había otra nota. Corrió para ver si veía a alguien en los alrededores, pero no hubo suerte.
Regresó y abrió la nota. Que tenía la misma letra y estaba escrito en el mismo tipo de papel que las anteriores.
“Si sabes quien soy ven a mi casa. Esta madrugada, entre las dos y las dos y media, dejaré la puerta de entrada abierta. Solo tienes que empujar. Por favor, trata de que no te vea nadie.”
Luís pensó en Alba. Rompió y quemó el papel. Permaneció todo el día nervioso, su mente empezó a urdir un plan de fuga. Por la noche Ana regresó, pero no vino sola.
Luís escuchó el ruido de la puerta y fue al encuentro de Ana. Pero al llegar al recibidor se quedó de piedra. Ana estaba acompañada de Sara, la joven cocinera de las cabañas. Ambas le miraban sonrientes, pero sus ojos no eran humanos. Estaban encharcados de sangre y a penas movían sus pupilas negras y muy dilatadas.
Sara vestía una minifalda que enseñaba todo. No llevaba nada debajo. Y arriba solo tenía una camiseta muy escotada, sin sujetador. Marcando mucho los dos pezones. Sus pechos eran muy amplios.
Ana vestía con la elegante ropa con la que va al trabajo.

 

 

 

Hola Ana. Debías haberme avisado que teníamos visita y habría preparado algo.
No te preocupes sobrinito. Le he hablado a Sara de ti y quería conocerte. Le he dicho lo bueno que eres en la cama. Esta noche dormirá con nosotros.

 

 

 

Luís sintió miedo. Temió por su vida. No se veía capaz de satisfacer a las dos. Un sexto sentido le decía que Ana le había preparado una especie de prueba.
Ana se retiró y Sara se sentó en el sofá del salón. Luís le ofreció algo para beber y ella lo negó moviendo solos los ojos de lado a lado. Había algo de prohibido en ella. Ana regresó completamente desnuda.
Levantó a Luís y lo desnudó. Luego se sentó en el sofá al lado de Sara. La fue desnudando poco a poco. La chica se dejaba hacer. Engulló sus melones y la abrió de piernas sobre el sofá, para comerle el coño. La chica se retorcía como una serpiente ante la humedad de la lengua de la tía de Luís.

 

 

 

Vamos a la habitación.

 

 

 

Luís se sentía excitado. Avanzaron cada una a un lado suyo. Él las agarró de los culos. Duros y deliciosos, mientras avanzaban.
Luís empezó a sentirse extrañamente cómodo y con ganas de esa sesión que iban a tener. Durante un instante sintió miedo y se miró en un espejo del pasillo. Suspiró aliviado al ver sus ojos normales.
Una vez en la cama, Sara comenzó a cabalgar a Luís. Sus cuerpos se acoplaron perfectamente y se dejó llevar por la follada de aquella deliciosa chica. Su piel era blanca y aterciopelada. Su flaqueza recorría todo el cuerpo hasta desembocar en unos pechos grandes y dulces. Como un pequeño río que desemboca en una preciosa cascada.
Sintió que tocaba el cielo con las manos al dejarse llevar por los movimientos, mientras agarraba sus pechos como si fuera lo último que iba a hacer en su vida. A su lado, Ana le animaba con comentarios dulces y cariñosos a su oído.
Sara empezó a cabalgar ahora más erguida. Formando noventa grados con el cuerpo horizontal de Luís. Ana se levantó y se dejó caer, sin sentarse del todo, sobre su cara. Bajó un poco más hasta posar su coño en la boca de su sobrino. Luís lo comió con avidez, moviendo mucho la lengua, casi sin poder respirar. Ana se echó un poco hacia delante para dejarle respirar, quedando a la altura de Sara, la cual no paraba de botar. Le agarró los melones y los lamió despacio. Dejando su lengua recorrerlos lentamente, sintiendo cada poro.
Luís se sentía prisionero. Solo podía dejarse follar y mover la lengua. Se tragó todos los flujos que iba soltando el coño de su tía.
Se corrió un rato más tarde, mientras se follaba a su tía a cuatro patas, Sara estaba abierta ante ella, dejándole comer su exquisito y pequeño, aunque tragón, coño.
Se tomó un respiro. Fue al baño. Al regresar, Ana y Sara seguían con la faena. Ahora estaban acostadas de lado, con el coño en la boca de la otra. Se comían con muchas ganas y tuvieron varios orgasmos a la vez. Siguieron besándose y Ana estuvo amamantando un rato a Sara como si fuera un bebé.

 

 

 

Ea ea, mi niña tiene más tetas que mamá. Pero mamá le da la teta a mi niña.

 

 

 

 
Luís las observaba sentado en una butaca situada ante la cama. Empezó a calentarse de nuevo. Regresó a la cama masturbándose. Al verlo, las dos se tumbaron boca abajo en la cama, una al lado del otro. Levantando solo el culo. Lo movían pidiendo polla. Luís empezó por la que más le gustaba, Sara. Follaba el culo de cada una durante unos dos minutos y luego cambiaba. Así estuvo largo rato.
Ambas se dieron la vuelta y se abrieron de piernas. Ahora hizo lo mismo con sendos coños. Dos minutos con uno y otros dos minutos con otro. La que estaba sin polla, se pasaba los dos minutos refregándose salvajemente con la mano y gimiendo desproporcionadamente.
Tardó muchísimo en correrse. Se sentía orgulloso de su aguante. Cuando por fin le vino les ordenó que lo quería distribuir entre sus caras. Las dos se pusieron de rodillas en el suelo y juntaron sus mejillas con las bocas abiertas. Luís comprobó feliz que el rojo de sus ojos había desaparecido y ahora eran ellas. Ana y Sara esperaban su corrida, las de verdad. Ello le llenó de morbo y disminuyó la paja. Las mujeres se empezaron a besar viendo que la cosa se retrasaba, sacaban mucho la lengua para poderse besar bien. Luís les acarició las mejillas y metió la polla un poco en cada boca. Cuando por fin le vino, la tía Ana y la jovencita Sara se prepararon de nuevo juntando las mejillas y abriendo mucho las bocas con las caras hacia arriba.
La corrida les salpicó en los ojos, el pelo, la frente y la nariz. Lo poco que cayó en sus bocas lo intercambiaron con un beso largo. Se quedaron besándose en el frío suelo. Luís les orinó encima.

 

 

 

Para que estéis calentitas.

 

 

 

Siguieron un rato liándose, mezcladas con el semen y el pis de Luís.
A la mañana siguiente se despertó en la cama junto a las dos. Estaban todos desnudos. Se metió en la ducha, lo recordaba todo como un sueño. De repente se acordó.
“¡ No he ido a casa de Alba!.”
Los días pasaron en aparente tranquilidad. Luís seguía urdiendo el plan de fuga. Mientras tanto, intentaba portarse bien con Ana. Repitieron varias veces más con Sara hasta que Luís le propuso que se fuera a vivir con ellos.
“también salvaría a esa chica”.
Con Sara en casa, Ana se mostró muy interesada en ella. Se acostaban a menudo solas y tenían largas noches de sexo entre ellas. Luís podía escucharlas cada madrugada. Otras veces dormían los tres en la cama de Luís. Y a diario tenía sexo con las dos por separado. Vivían en un desenfreno de sexo oral, anal, follada tradicional y orgasmos. Luís disfrutaba entusiasmado; aunque sin olvidar que el tenerlas contentas formaba parte del plan. Aunque el peligro de que quisieran cada vez más y más, le hacía tener cierta prisa en acelerar la marcha. No iba a ser nada fácil.
Buscó comprador para su negocio, encontrándolo en un multimillonario holandés. Al cual le pareció una ganga el precio que Luís le había puesto a todo. Pero no dijo nada a nadie. No iba a estropear el plan. No hasta que no estuvieran lejos los tres.
Empezó a dar paseos por el pueblo de madrugada. En todos ellos empujaba la puerta de la casa de Alba por si estuviera abierta, nunca hubo suerte. Paseando en la soledad de la madrugada pudo oír respirar al pueblo, como si tuviera vida propia. Era un gemido constante que inundaba cada calle. En cada esquina un chillido. En cada callejón un lamento. Tras cada puerta un océano profundo de secretos, placer y sufrimiento.
Siempre aprovechaba cuando Sara y Ana dormían juntas para dar esos paseos. En los que no sabía muy bien qué esperaba encontrar.
Un día, mientras regresaba con la compra de Aracena, se topó con otra de las notas. Apresurado, dejó caer las bolsas y la abrió con ansia.
“Ven esta tarde. A las cuatro. No te dejes ver, tápate la cara. De madrugada es más peligroso. He oído que andas solo por las calles de madrugada. Planean matarte, nadie me lo ha dicho pero sé que lo planean; no serás el primero. Entra en mi casa a las cuatro en punto. Te espero.”
Sara estaba trabajando y Ana se quedó viendo un rato la televisión. Luís se disculpó, iría un rato a correr.
A las cuatro en punto Luís empujó la puerta de la casa de Alba, la cual cedió. A la misma hora Tomasa observaba a Ana ver una película, a través del ventanal del salón de la casa de Luís.
La casa estaba a oscuras. Todas las persianas estaban bajadas. Luís avanzó hacia la parte trasera de la casa. De repente escuchó como la puerta de la calle se cerraba con llave. Cuando quiso reaccionar, una chica le tapó la boca con la palma de la mano.
“tssssssssssssssssssssssssssss. Ven”.
Le guió hasta la habitación más interior de la casa. Encendió la luz. Luís miró a esa chica. Era más o menos de su edad y muy guapa. Pelo castaño rizado. vestía como si fuera una mujer de los años treinta, aunque llevaba un peinado moderno y tenía un piercing en la nariz.

 

 

 

¿eres Alba?

 

 

 

La chica se puso a la defensiva.

 

 

 

Joder, ¿cómo sabes mi nombre?.
Me lo dijo Tomasa.

 

 

 

Alba se relajó.

 

 

 

No debiste acostarte con ella, no debiste hablar con ella. No debiste venir al pueblo.

 

 

 

Mientras tanto, Tomasa llamó al timbre. Ana bajó el volumen de la tele y acudió a la puerta.
Luís se sentó en una silla. Su respiración era acelerada. Alba se sentó frente a él.

 

 

 

No tienes ni idea de lo que es este pueblo.
Algo sí sé. Mi madre es del pueblo…… me lo ha contado.
¿Y cómo es que sigues aquí?.
Planeo fugarme con mi tía. Ella está infectada. También me llevaré a una chica.

 

 

 

Luís se fijó en los ojos de Alba, eran azules y muy bellos. Ni rastro de color rojo.

 

 

 

¿Tú estás bien?
Sí, a mí nunca me ha pasado.
¿Y por qué sigues aquí?
Porque Tomasa ha jurado matarme si alguna vez me ve fuera de esta casa.

 

 

 

Ana abrió la puerta y se encontró a una mujer de unos cuarenta y cinco años. Alta y entrada en carnes, guapa. La miró de arriba abajo. Notó como el coño se le abría como una flor.

 

 

 

Hola. Soy Tomasa. Vivo en el pueblo. Vengo a ver si el señor Luís me da trabajo en su dehesa.
Pasa cariño. El señor Luís no está. Pero yo pudiera ofrecerte algo,….. aunque está muy difícil pues no tenemos nada libre.

 

 

 

Tomasa se sentó en el sofá mientras Ana preparaba algo de café. Antes de prepararlo se cambió y se puso un fino camisón blanco, que dejaba todas sus piernas al aire, y bajo las alas de la parte de arriba una camiseta blanca ajustada y escotada.

 

 

 

No te importará que me haya puesto cómoda ¿Verdad?.
Para nada, está en su casa. ¿Es usted la señora de Luís?.
Soy su tía. Encargada del negocio. He enseñado a Luís todo cuanto sabe en negocios…. Y en otros asuntos.

 

 

 

Tomasa seguía su plan a la perfección. Debía aparentar que no sabía nada de la infección, Ana no se acordaría de ella. Cuando se fue del pueblo solo era una niña.

 

 

 

Verá usted. Yo no tengo marido, pues mis gustos son diferentes al del resto de las mujeres. Vivo de lo poco que me quedó de la herencia de mis padres. Necesito trabajo como sea. Haré cualquier cosa para conseguirlo.

 

 

 

Vestía una falda larga y un chaleco algo escotado. Conocedora de sus encantos, se había agarrado bien los pechos para que pareciesen más grandes aún, y se abultaran bastante en el escote. La falda era de corte clásico pero al cruzarse de piernas dejó uno de sus muslos al aire.
Ana la miró con vicio y sus ojos se enrojecieron. Había picado en la trampa y Tomasa lo sabía.
Alba sirvió una jarra de vino dulce con dos vasos. Tomó aire y comenzó a hablar.

 

 

 

No sé que te habrá contado Tomasa de mí, pero seguro que es falso. Lo cierto es que ella sufre esa extraña infección, aunque es muy lista y sabe disimularlo. Sabe más que el diablo, que se supone que las controla.

 

 

 

Luís bebió el vino de un tirón y se echó más. Se mareó levemente, todo aquello era una mala pesadilla.

 

 

 

Cuando yo era niña, Tomasa empezó a follar con mi padre. Siempre supo elegir una víctima para sus calentones. Intenta disimularlo. Se echa una especie de colirio que ella misma fabrica, el cual le quita la rojez. Además, suele ir a calmarse con un caballo robado, que tiene amarrado en algún lugar del bosque.

 

 

 

Eso le sonó familiar a Luís. Rió irónicamente cuando yo tenía dieciséis años mi madre los descubrió. La pobre nunca se dio cuenta. Pensaba que Tomasa era una no infectada, como ella. Ambas hablaban a menudo de cómo poder combatir al pueblo sin tener que abandonar sus raíces. Se hicieron muy amigas. Pero no se enteraba que su marido follaba a Tomasa una vez al día durante años y años. Hasta que los pilló.
 
Sigue.
 
Mi madre se puso histérica y amenazó con matar a los dos. Tomasa no aceptó que aquella mujer se pusiera así. “no atiendes a tu marido como es debido y te enfadas con una mujer que le da lo que necesita”. Es lo que le dijo, recuerdo esas palabras porque presencié las escena escondida. Tomasa cayó presa de una furia inhumana. Estranguló a mi padre y acuchilló a mi madre con un cuchillo jamonero. Los enterró en su patio.
 
¿Tu dónde estabas?.
 
Mi madre me pidió que la acompañara a casa de Tomasa para pedirle un poco de pan. A esa hora la tienda estaba cerrada y se suponía que mi padre andaba de cacería. Cuando entramos, oímos gemidos que provenían de la caseta del patio. Estaban follando sobre una pila de jamones. Mi madre enloqueció y yo me escondí tras una amplia butaca situada en una esquina, al lado de la puerta de entrada.

 

 

¿lo presenciaste todo?
Sí. Cuando intenté huir ella me gritó. Me quedé paralizada en mitad del patio. Me dijo que si no decía nada perdonaría mi vida, y que si se me ocurría abandonar el pueblo no pararía hasta matarme. Cuando me lo dijo sus ojos no eran normales. Es como si me lo dijera una especie de diablo a través de ella. La creí. Durante todos estos años ha estado viniendo a acostarse conmigo cada vez que le ha apetecido. Se sacia conmigo y con el caballo. Y disimula con el colirio para el resto del pueblo. Solo yo sé que está infectada. Eres la primera persona a la que se lo cuento.
¿Y por qué lo has hecho?
Cuando vi que te estabas viendo con ella temí que su infección se disparara. Llevaba años sin acostarse con un hombre. En las últimas semanas ha venido a verme más a menudo. Cada vez me pide más, temo que acabe matándome. Tenemos que huir como sea. Los dos estamos en peligro.

 

 

 

Ana se sentó al lado de Tomasa con una respiración muy agitada.

 

 

 

No te voy a engañar. No hay trabajo. Pero si eres una buena mujer conmigo, yo te buscaré algo.

 

 

 

Le acarició los pechos sobre el chaleco, pasando su mano por el abultado escote.

 

 

 

Tienes unas tetas excesivamente grandes. ¿Son naturales?.
Sí. Todo es de la Tomasa.
Nunca he visto unas así en mi vida. Las mías son pequeñitas mira.

 

 

 

Ana se levantó y se despojó del camisón; quedándose solo con unas estrechas bragas blancas. Sus pechos pequeños quedaron al alcance de tomasa.

 

 

 

Me encantaría que fueran como las tuyas. ¿me dejas verlas?.
No se. ¿encontraría trabajo?
Sin duda. Estás en tu día de suerte.

 

 

 

Tomasa se levantó y dejo caer su falda. Se quedó en tanga. Luego se despojó del chaleco y sus pechos bailaron por todo el salón. Permaneció de pié junto a Ana, que flipaba sentada en el sofá.
El espectáculo era morbosamente grotesco, como Tomasa. Unos pechos descomunales y debajo, un coño peludo mal tapado por un pequeño tanga, el cual desaparecía dentro de la raja de su amplio culo flácido.
Sin decir nada se arrodilló sobre el sofá delante de Ana. Plantándole los pechos en la cara.

 

 

 

¿No te parecen demasiado grandes?.
Para nada. Son el cielo para mí.

 

 

 

Refregó su cara entre ellos. Los lamió, escupió, masajeó y mordió a placer. Luego la sentó y la abrió de piernas. Aguantó la respiración y se sumergió en el mar de pelos de su coño. Lo lamió con avidez y se dejó embriagar con el aroma que soltaban los flujos que de él manaban. Como si fuera la entrada al infierno. La entrada a una eternidad de sexo y lujuria.
Se la llevó a su cama. Ana estaba perdida en sus pechos y Tomasa empezó a gemir, y a gemir, y a gemir. Las voces eran atronadoras. Juntaron sus coños haciendo la tijera. Ambas se movieron con destreza, poseídas por el diablo.
Tras un largo rato se follaron con los consoladores que guardaba Ana. Tomasa le llenó el culo y el coño. Y ana pudo meter los dos más grandes que tenía, a la vez, en el chocho de la Tomasa.
Ana estaba entregada y feliz. El rojo de sus ojos iba desapareciendo poco a poco. Tomasa llevaba el ritmo de la sesión, realmente lo llevó desde el principio.

 

 

 

Túmbate boca arriba, abre la boca y no te muevas.

 

 

 

Ana obedeció. Tomasa se puso en cuclillas sobre su pecho y le orino en las tetas. El pis le resbaló por el abdomen mojando su sexo, y recorrió las piernas hasta las rodillas. Luego se movió hasta dejar su ano a la altura de la boca.

 

 

 

Abre bien la boca, puerca.

 

 

 

 
Hizo fuerzas. Tras varios pedos, salió un mojón alargado. El cual entró en la boca de Ana con la misma lentitud con la que salían del culo de la Tomasa.
Ana lo masticó y tragó. No sin vomitar varias veces seguidas. Tomasa se tumbó a su lado y la besó. Ana llenó de vómitos y mierda las inmensas tetas y luego las lamió.
Tomasa empezó a mirarla con asco. Ana la miraba feliz.

 

 

 

Gracias por darme tu mierda. Soy feliz. Tendrás el mejor trabajo.
Eres una asquerosa puerca de mierda.
Ummm sí. Seré tu puerca si lo deseas.
Eres una puerca quita novios, y voy a matarte.

 

 

 

La cara de terror de Ana desapareció bajo la almohada que Tomasa sostenía. La apretó con fuerza hasta que dejó de patalear. Luego, tras comprobar que estaba muerta, se dio una ducha, se vistió y se fue sin la más mínima señal de arrepentimiento.
Luís pidió más vino. Su cabeza bullía.

 

 

 

Escúchame Alba, tenemos que salir de aquí. Ahora voy a irme. Me inventaré una historia relacionada con el trabajo, para que Ana acceda a acompañarme. Antes la follaré fuerte para que no este muy infectada en el momento de irnos. Haré lo mismo con Sara. Les pediré un trío y luego las montaré en el coche. Eso será esta madrugada. Estate preparada sobre las cuatro. Pararé el coche junto a tu puerta con la puerta del copiloto abierta. Ana y Sara estarán detrás, amordazadas si fuese necesario. Móntate rápido y nos iremos a toda prisa.
Es peligroso, no nos dejarán ir tan fácilmente.
Correremos ese riesgo. Estate lista a las cuatro de la madrugada. No te cargues de equipaje. Yo te ayudaré económicamente en tu nueva vida. Estoy forrado.

 

 

 

Alba le pidió con las manos que se callase. Luís se quedó en silencio, no escuchaba nada.

 

 

 

¿Qué pasa?

 

 

 

Le susurró.

 

 

 

Es Tomasa, está entrando en su casa. Vamos, en cuanto entre tendrás que irte corriendo, si te ve estamos perdidos.

 

 

 

¿Cómo pudo oír el ruido de una llave en una cerradura?. Luís comprendió que aquella chica había desarrollado un sentido del oído sobrenatural. Atormentada por su diabólica vecina de enfrente.
Alba se asomó tímidamente a la ventana desde la que había observado a Luís aquella madrugada. Luís estaba en la puerta preparado para salir.

 

 

 

¡Ahora!

 

 

 

Luís se enfundó en su discreto chándal y salió andando calle arriba a paso ligero. Camino de su casa.
Al llegar a casa le extrañó el completo silencio. Llamó dos veces a su tía, sin obtener respuesta.
Subió por las escaleras. Imaginaba que se lo estaba montando con Sara sobre su cama. Pero al entrar en su habitación se le desencajó la cara y se le partió el alma.
“Por Dios tita, ¿quién te ha hecho esto?”.
Una inmensa pena cayó sobre él como la niebla sobre el bosque. Lavó el cadáver con mimo y le vistió. Lo maquilló y lo peinó. Lo enterró en mitad del bosque.
“En este pueblo no hay culpables ni asesinos”. “Los vivos han de abandonarlo”.
Lloró un rato la tierra removida en la que se había convertido su tía. No tenía ganas de investigar ni denunciar. Las pocas fuerzas que le quedaban las pensaba emplear en fugarse con Sara y Alba.
Cuando Sara llegó tras la agotadora jornada laboral, preguntó a Luís por Ana con los ojos enrojecidos.
“Pobre desgraciada”.

 

 

 

Ana fue a las cabañas. Un cliente quiso algo de ella. Vendrá mañana.
Ummm sí ¿eh?. Pues no me ha dicho nada, la muy perra.
¿Cómo dices?.
Nada, nada. Cosas nuestras. Seguro que hasta mañana no vuelve. Pues estamos solos tú y yo, Luís.

 

 

 

Luís no cenó. Solo bebió vino. Sara comió con mucha hambre. Tras la cena se desnudó y buscó a Luís.

 

 

 

Vamos cabronazo, dame caña, no aguanto más.

 

 

 

Luís la folló con vigor. Sin ganas pero con intensidad. Hasta que no le desapareció el rojo de los ojos, no se detuvo. Se obligó a eyacular tres veces sobre su blanquecino, flaco, joven y pechugón cuerpo. Toda una bella chica si no estuviera infectada.
Cuando acabaron de follar Luís miró el reloj. Eran las tres y media de la madrugada.

 

 

 

Sara. Vístete y coge algo de equipaje. Nos espera un avión en Sevilla a las siete de la mañana. Vamos a promocionar nuestro negocio en una feria de turismo de Florencia.

 

 

 

Sara puso cara de extrañeza.

 

 

 

Ana no me ha comentado nada, y nos hemos llevado toda la mañana follando.

 

 

 

Luís no tenía ganas de dar explicaciones. Buscó un objeto contundente y se lo estrelló contra la cabeza. Sara perdió el conocimiento.
La amarró hasta inmovilizarla y metió en una maleta algo de su ropa. A continuación la introdujo en el asiento trasero del coche.
A las cuatro menos cinco minutos de la madrugada arrancó el coche con cuidado. Avanzó con los faros apagados por las desiertas y siempre mojadas calles de piedra del pueblo. Tuvo cuidado de no acelerar más de la cuenta, tenía que pasar desapercibido. Cuando llegó a la calle de Alba, suspiró.
“joder, que todo salga bien”.
Se detuvo justo en la puerta. Alba no salía. Luís se puso nervioso. Miró en la parte de atrás, Sara seguía inconsciente, le tomó el pulso, estaba viva. Sobreviviría.
Miró la casa de Tomasa y le pareció ver moverse algo tras las cortinas.
“Vamos Alba, sal de una vez”.
De repente escucho el rugir de una puerta abriéndose despacio. Contento, miró hacia la casa de Alba, pero permanecía cerrada. Asustado, se giró hacia la puerta de la casa de Tomasa, estaba entreabierta.
Se bajó del coche y lo cerró con llave para que Sara no pudiese salir. A continuación entró muy despacio, y en silencio, en casa de Tomasa.
Un olor a velas perfumadas le embriagó. Muy despacio, avanzó hasta la alcoba donde estuvo la primera vez con Tomasa, siguiendo un tenue resplandor. Allí encontró a Tomasa totalmente desnuda. Embadurnada de aceite, y masajeando el cuerpo desnudo de Alba, la cual también estaba embadurnada de ese aceite perfumado.
Luís tuvo una erección incontrolable. Ambos cuerpos eran majestuosos. El cuerpo de Alba era verdaderamente bello. El brillo de las velas reflejado en los cuerpos llenos de aceite, y el olor embriagador, le provocaron una excitación mayúscula.
Alba también tenía un busto bastante grande. Más bello que el de Tomasa. Y su sexo estaba muy depilado. Ambas miraron a Luís con cara de deseo.

 

 

 

¿Buscabas a alguien?

 

 

 

Dijo Tomasa.

 

 

 

Pasaba por aquí y vi la puerta abierta.

 

 

 

Luís no acababa de entender la situación. Miró a Alba. Sonreía dulcemente pero movía levemente los labios. A Luís le parecido entender “sigue la corriente”.

 

 

 

Ven con nosotras.

 

 

 

Dijo Alba con voz aterciopelada y dulce. Tras decirlo se metió los pechos de Tomasa en la boca y los lamió como un sediento lame una sandía en mitad del desierto. A continuación mojó sus manos en una cuba de aceite, que tenían sobre una mesita al lado de la cama, y lo expandió sobre los brillantes y brillosos pechos de la cuarentona.
Luís se desnudó y se unió. Guiado por una fuerza sobrenatural que tiraba de su polla. Más enorme que nunca. Con el capullo muy rojo.
Tomasa y Alba lo acogieron con dulzura. Le besaron y le hicieron un sexo oral relajado y de altísima calidad, tras haberle llenado todo el pene de aceite. Se alternaron en cabalgarle y le llenaron de aceite todo el cuerpo. Para después lamérselo de arriba abajo, hasta los dedos de los pies. Las dos lenguas recorrieron traviesas todo su cuerpo y a Luís le pareció ver las estrellas en el techo mal pintado de esa vieja habitación.
Ahora Luís se centraba en trabajar el culo de Tomasa, la cual recibía las embestidas posada como si fuera una inmensa perra. Alba acarició sus cuerpos con las manos llenas de aquel aceite mágico y de rico aroma.
Alba abrió un pequeño bolso y sacó unos cigarrillos. Encendió uno y lo fumó un poco. Se lo dio a probar a Luís y a Tomasa. Fumaron y fumaron. Poco a poco Luís sintió que su mente volaba. Se hicieron sexo oral los unos a los otros. Luís intentó darle otra calada pero Alba se lo impidió agarrándole la muñeca y diciendo que no con un ligero movimiento de cabeza.
Tomasa estaba tumbada boca arriba, con los ojos cerrados y sonriente. Alba inició otra mamada a Luís, animó a Tomasa a que le acompañara. Ambas mujeres recorrieron la polla con sus lenguas y se besaron constantemente dejando la polla en medio. Ahora Alba se subió a cabalgar a Luís. Acarició y lamió sus hermosos pechos. Amplios y bien puestos. Tomasa miraba agachada como el coño de Alba engullía la polla de Luís en un movimiento lento pero continuo. Tenía el cigarrillo en las manos. Le daba una calada y le lamía los testículos, dejando emanar el humo en torno al paquete y el coño de Alba, la cual seguía follando con parsimonia.

 

 

 

No fumes nada del cigarrillo que voy a sacar dentro de un rato.

 

 

 

Alba se lo susurró muy bajo a Luís. Estaba mareado y alucinaba un poco. Alba le folló más fuerte y le dio dos bofetadas para intentar espabilarle un poco. Se incorporó y dejó a Tomasa follar un rato.
Tomasa botaba y botaba, con sus cántaros recorriendo el cuello, el pecho y la cara de Luís. Alba llegó con un nuevo cigarrillo y se lo dio a Tomasa. La mujer lo cogió con ganas y le dio dos profundas caladas mientras seguía moviéndose sobre Luís.
Apretó fuerte y siguió fumando. Mientras más fumaba más fuerte le follaba. Cuando Luís empezó a correrse, ella puso los ojos en blanco. Luís la agarró fuerte por las nalgas y empujó hacia arriba clavándosela profundamente mientras se corría dentro.
Cuando terminó, Tomasa cayó desplomada sobre Luís. Alba la apartó. Estaba profundamente dormida.

 

 

 

Vámonos, corre. ¡Vístete!.
¿Qué le pasa?
Puse veneno en ese cigarrillo. Tardará en despertarse, si lo hace. Vámonos por favor, antes que amanezca.

 

 

 

Miró el reloj, estaba a punto de amanecer.
Se vistieron y salieron en silencio de la casa. El coche seguía en mitad de la calle y Sara seguía en el asiento de atrás, aturdida.
Arrancó el coche con sumo cuidado y lo dejó rodar en primera. El pueblo seguía en silencio y no había nadie en la calle. Parecía un pueblo fantasma.
Luís y Alba aguantaban la respiración a medida que el coche avanzaba despacio. Sara seguía despertándose muy lentamente.
Encararon la última calle del pueblo. Era cuesta abajo. Al fondo el bosque, con la vieja carretera comarcal adentrándose en él como una serpiente. Dejó el coche en punto, para no hacer ruido, y lo dejó rodar calle abajo.

 

 

 

¡Cuidado!.

 

 

 

Gritó susurrando Alba. Al final de la calle se dibujaron tres figuras blancas borrosas y difusas.
Luís puso en marcha el motor y encendió las luces para poder ver. Ante ellos aparecieron tres mujeres jóvenes. Vestidas únicamente con una bata blanca y larga, hasta los pies. Con la cuenca de los ojos vacías, de las que brotaba un pequeño hilo de sangre, que derramaba por sus mejillas.
Era como si estuvieran ante las guardianas del infierno.
Luís cerró con seguro todas las puertas del coche.

 

 

 

Ni se te ocurra bajarte.

 

 

 

Avanzó muy lentamente. Las tres misteriosas figuras femeninas levantaron sus manos pidiendo que se detuviesen.
Se detuvo justo antes de llegar a ellas.
Rodearon el coche, como analizándolo. Una de ellas empezó a dar gritos cuando vio a Sara. En seguida las otras dos empezaron a chillar también. Luís miró por el espejo retrovisor y pudo ver a una muchedumbre que avanzaba corriendo calle abajo. Con antorchas.

 

 

 

¡Arranca, por lo que más quieras!. ¡Vámonos de aquí!.

 

 

 

Luís aceleró con fuerza dejando a las tres mujeres atrás. Cuando se adentraron en el bosque, volvió a mirar por el espejo retrovisor. No había nadie.
El coche seguía avanzando rápido a través de la tortuosa carretera que atravesaba el bosque. De repente miró por el espejo retrovisor central, dándose un susto de muerte.
Sara se había incorporado y ahora era como una de esas tres mujeres. Sus ojos estaban huecos y chorros de sangre salían a borbotones de ellos. Gritaba amargamente. Intentando que Luís detuviese el coche. Alba cerró los ojos y se tapó los oídos. Luís ignoró en la medida de lo posible a la chica.
“El objetivo es atravesar el bosque”.
Sara, o el demonio a través de ella, aumentó los decibelios de sus chillidos y empezó a intentar librarse de las cuerdas que la amordazaban. La sangre no paraba de brotar de la cuenca de sus ojos vacíos, ahora lo hacía a chorros, pringando todo el coche.
Tras una pronunciada curva hacia la derecha, Luís pudo ver como la hilera de árboles terminaba al final de una larga recta.
“Ahí termina el bosque, y nuestra pesadilla.”
Cerró los ojos y pisó a fondo el acelerador. Sara empezó a librarse de las cuerdas, mientras sus chillidos empezaban a romper los cristales del vehículo.
El coche alcanzó su objetivo.
Pasaron unas horas cuando sara sintió como un radiante sol calentaba su cara. Abrió los ojos. Pudo ver un cielo azul, limpio. No recordaba la última vez que pudo ver un cielo así. El coche en el que se encontraba no tenía ventanas¿Dónde estaba?.
Se incorporó. El coche avanzaba lentamente por una carretera bien asfaltada. Luís lo conducía. En el asiento de copiloto dormía una mujer que no conocía.

 

 

 

No temas Sara. Estás en buenas manos. Todo pasó. Somos libres.

 

 

 

La voz amable de Luís le hizo sentir felicidad.

 

 

 

En unas horas llegaremos a Madrid. Duerme un poco más si lo deseas.
Gracias.

 

 

 

Y de nuevo se quedó dormida. Todo había sido una pesadilla.
Cuando llegaron a Madrid Luís llevó a su casa a las chicas.

 

 

 

A dormir, mañana iniciamos una nueva vida.

 

 

 

Telefoneó a su madre, la cual se mostró muy feliz de la noticia. Aunque se quedó preocupada por el “ya te contaré” que le soltó su hijo cuando le preguntó por su hermana.
Luís cenó algo y tomó una copa de ron. Pronto se fue a dormir, preso del más puro agotamiento.
En mitad de la madrugada sintió un movimiento en su cama. Se despertó de un brinco y encendió la luz de la mesita de noche. Alba estaba sentada a su lado.

 

 

 

Ah, eres tú.
No podía dormir, me preguntaba si tienes hueco para mí en tu cama.

 

 

 

Luís sonrió y le hizo hueco en la cama.
Pero su sonrisa se heló cuando Alba se acostó y lo miró de frente.
FIN.
 
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