El enviado de Sadwafa se encontraba confundido y asustado. Las negociaciones de paz con sus vecinos de Yterbegon se encontraban avanzadas y estaba próximo a firmarse un acuerdo. Sin embargo se encontraba preso en el calabozo de estos. Más aún, estaba desnudo y encadenado a una extraña estructura. Apenas podía mover sus manos y sus pies se encontraban totalmente inmovilizados. Su prisión no tenía ventanas, pero estaba cálidamente iluminada. Los primeros instantes de su cautiverio gritó y protestó, pero comprendió que de nada servía esta actitud ante sus indiferentes carceleros, los cuales a los pocos minutos lo dejaron solo en aquel extraño cuarto.

La reina de Yterbegon sabía que tenía poco tiempo. Debía hacer suyo al enviado de Sadwafa en menos de 24hs o sus vecinos sospecharían y todo su esfuerzo y trabajo de los últimos meses habría sido en vano. Por esto es que se encargaría personalmente de él.

La reina era consciente de sus atributos físicos, sus defectos y virtudes. Sabía que tenía pechos algo mayores que el promedio y que estos solían traer a los hombres. Sabía también que sus grandes senos atraían particularmente al emisario sadwafita y ese día serían uno de sus anzuelos.

A pesar de la importancia y dificultad de la tarea la soberana estaba excitada. Toda su vida había estado diseñada para ocupar su rol, el cual cumplía a la perfección. Era justa y su pueblo la adoraba. Pero lo que realmente disfrutaba era lograr poner a las personas a sus pies. El enviado que se hallaba en su calabozo posiblemente fuera el mayor desafío de su vida y eso la mantenía en estado de éxtasis total. La dificultad de la tarea era proporcional al place que obtendría al concretarla. Esto, de todas maneras, no impidió que cada detalle fuera perfectamente planeado. Más bien ayudó a la reina a centrarse en sus tareas. A planear cada movimiento, cada palabra, cada posible respuesta. A escoger con dedicación su ropa. Llevaría un vestido plateado sin mangas, suelto y que la cubría desde la terminación de su esbelto pecho, insinuándolo sutilmente, hasta arriba de las rodillas, guantes a juego, largos, casi hasta su codo y zapatos.

Una vez supo la reina que el enviado estaba capturado comenzó a prepararse. Tardaría una hora en hacerlo, tiempo que la ayudaría a debilitar y calmar a su presa, que estaría solo y confundido ese tiempo. Ingresó calmadamente al calabozo. Observó cada detalle y rincón del mismo. Miró al joven que tenía desnudo y encadenado a pocos metros y sonrió. El enviado se extrañó de ver a la reina en persona acercarse a él. Tuvo incluso algo de miedo

– Relájate, no te haré daño – Dijo finalmente ella acercándose lentamente a su víctima y observando su rostro asustado.

– Es difícil de creer estando encadenado.

– Creeme que es completamente necesario. Si quisiera lastimarte tus brazos y piernas estarían doloridos y no descansados como lo están ahora. Relájate y en poco tiempo olvidarás que estás encadenado.

Era cierto, la confusión, la sorpresa y el miedo le habían impedido notar que sus extremidades, a pesar de estar inmovilizadas, no sufrían ningún cansancio pese al tiempo que llevaba en esa posición.

– Si te portas bien – prosiguió la mandataria – pronto te liberaré

– ¿Si me porto bien? – Respondió el prisionero con tono calmado – ¿A qué se refiere con eso?

– De momento a que te relajes – dio poniendo una mano sobre el torso del enviado. Colocó su dedo índice justo en el centro de su pecho y comenzó a acariciar al emisario a través del guante. Este era uno de sus fetiches a la hora de hacer suyo a un hombre. Le excitaba la forma en que la piel de sus víctimas se erizaba al tacto de la punta enguantada de sus dedos. Miró al enviado a los ojos y este le esquivó la mirada, girando su cabeza. El cuerpo del enviado se tensó al sentir el contacto de la reina.

– Esto no es correcto – protestó luego de unos instantes.

– Yo soy la reina de este lugar y decido que es lo correcto y que no. Pensé que te ayudaría a relajarte.

– Discúlpeme, no quise ofenderla. Solo que me es difícil relajarme en esta situación. Continúe por favor.

La reina volvió a colocar su mano sobre el torso de su presa y lo rodeo, de manera de quedar nuevamente frente al emisario. Este nuevamente esquivó verla

– ¿Por qué evitas mirarme?¿No te gusta lo que ves?

– No es eso…

– ¿Qué es entonces? – Dijo la reina tomando suavemente la cara del prisionero y girándola hacia su rostro.

– Su vestido es algo revelador y no me parece correcto estar mirándola.

– Me vestí así especialmente para ti.

– ¿A qué se refiere con eso?

– Sé que te agrada mirarme.

El enviado se avergonzó e intentó nuevamente desviar la mirada. La reina tomó su rostro suavemente con la mano que tenía sobre él y se lo giró hacia ella. Notó que ya estaba cayendo en sus manos, puesto que no opuso resistencia

– Relájate. Me resulta agradable que se fijen en mi. ¿Acaso no me encuentras atractiva?

– Discúlpeme su majestad, me cuesta pensar en usted en esos términos.

– Antes que reina soy una mujer. Además eso nunca te impidió mirarme disimuladamente

El enviado se enrojeció levemente, pero no giró su rostro. La reina volvió a colocar su dedo índice en el pecho de su presa y a moverlo de arriba a abajo con parsimonia. El prisionero no quitaba los ojos de los de su captora. Esta notaba que él seguía tenso. Le estaba empezando a costar mantenerse firme. Sonriéndole finalmente la reina dijo

– Si sigues obligándote a mantener firme la mirada jamás te relajarás.

– Lo siento Su alteza, pero sigue sin parecerme correcto.

– Eso es porque estás pensando demasiado. En ocasiones hay que dejar de lado el pensamiento y hacerle caso a los deseos del cuerpo. Cierra los ojos – el prisionero obedeció – Muy bien. Relaja la respiración. Inhala y exhala con calma.

Poco a poco la respiración del prisionero se hizo más lenta y pesada. La reina no dejó de acariciarle el torso en ningún momento. Cuando lo encontró relajado le dijo que abriera sus ojos. La mirada del enviado se concentró en los pechos de la soberana. Los veía subir y bajar armoniosamente con su respiración, que tenía el mismo ritmo que la suya.

– ¿Qué es lo que desea tu cuerpo ahora? – le preguntó con pausa.

– Desea – dudó si continuar. Una voz cada vez más pequeña le decía que eso no era correcto – ver…

– ¿Mis pechos? – completó la frase la carcelaria llevando sus manos a los tirantes del vestido

– Aha – asintió hipnotizado el joven prisionero.

La reina pasó los tirantes por sus brazos y descubrió con lentitud sus senos. El enviado los miraba maravillado. Quería agarrarlos y chuparlos, pero no se atrevió a moverse. La reina sonrió al ver la actitud de su presa. Volvió a colocar una mano sobre su cuerpo y acercó su boca a la de este despacio hasta unir sus labios en un corto beso. Ambos gimieron al separarse y el pene del prisionero despertó lo suficiente como para no pasar desapercibido a su captora.

– ¿Cómo te sientes ahora que obedeciste a lo que tu cuerpo deseaba?

– No estoy seguro – respiró en forma amplia y calmada – Por un lado me siento bien. Tranquilo y sin ninguna vergüenza. Por otro lado deseo más – La reina sonrió complacida.

– ¿Ves como hacer caso al cuerpo nos ayuda a relajarnos? – el enviado asintió con su cabeza – ¿qué más es lo que deseas?

– No sé si sea correcto decirselo.

– Dímelo. Si no me resulta agradable simplemente no complaceré tu deseo – respondió la captora sabiendo con certeza que era lo que deseaba su prisionero.

A pesar de las palabras de la reina el enviado no estaba seguro de si le convenía o no decirle lo que anhelaba. Viendo sus dudas la reina sonrió y acercó sus labios al cuello de su víctima y bajó despacio la mano que lo acariciaba hasta su entrepierna. La aceleración de su respiración, que incluyó algunos gemidos y el crecimiento del pene del emisario le hicieron saber que iba por buen camino. El joven por su parte estaba entregándose cada vez más a su lujuria. Sentía a la reina sonreir entre los besos que le daba a su cuello, que poco a poco se convirtieron en suaves y estimulantes mordiscos. Cuando lo encontró lo suficientemente excitado la reina le susurró

– Dímelo

– Deseo – el enviado aún no se atrevía a exteriorizar su pretensión. La reina notando esto volvió a mordisquearle el cuello y a acariciar su esternón – deseo tocarlos – dijo finalmente el cautivo dejando escapar lo último de su resistencia y entregándose totalmente a su lasciva y a la diabólica carcelera que se la estaba generando.

La soberana sonrió y lo besó con ansias. Se separó de él mirándolo a los ojos y llevó una mano hasta las correas que tenían atrapado al sadwafita.

– ¿Vas a hacer todo lo que te diga? – dijo liberando una mano y tomándolo de la muñeca.

– Si Su majestad.

– Muy bien. Espero que así sea – Se acomodó con una pierna al costado de cada lado de su víctima – Vas a mover tu mano solo a través de la mía. Si te portas bien podrás hacer lo mismo con la otra. Hasta que te ordene lo contrario deberás mantener tu mirada fija en la mía.

El enviado asintió y dejó inerte su mano libre. La soberana sonrió nuevamente. Llevó la mano a recorrer el torso del prisionero, recreándose en su pecho y su ombligo. Estaba agitado y le costaba no bajar la vista a los pechos de su captora.

– Muy bien – le dijo antes de besarlo.

Al separar sus bocas movió ambas manos a su pecho. Ambos gimieron ante el contacto. La reina liberó la otra mano repitiendo el proceso. Con las dos manos sobre sus senos empezó a moverlas despacio.

– Puedes apretarlas – dijo después de unos minutos, gimiendo al segundo por sentir el aumento de presión que el enviado ejercía sobre sus tetas. Estaba disfrutando también del esfuerzo del enviado por no bajar la mirada – Creo que es suficiente por hoy – dijo separándose del prisionero, quien dejó caer muertos sus brazos a su costado.

– Deseo más

– Lo sé. También yo. Pero ya no disponemos de más tiempo. Si te portas bien y me lo demuestras en tu próxima visita satisfaceré más deseos tuyos. Puedes dar un último vistazo antes de que arregle mi ropa.

El enviado no desaprovechó la oportunidad de ver nuevamente los grandes pechos de su captora. Llegó a escapársele un “guau” al verlos, lo que hizo sonreír a la reina. Ella se acomodó su vestido y se dio vuelta, fijando su vista en una pequeña cómoda de madera. Se acercó a esta y abrió un cajón, retirando del mismo un objeto que el emisario no alcanzó a ver.

– Casi lo olvido – dijo volviéndose hacia el prisionero – tengo un regalo para ti – levantó su mano derecha, la cual cargaba un extraño artefacto metálico que el joven no reconoció – esto ayudará a tu cuerpo a recordarme – explicó al ver la confusión en su rostro. Se colocó a sus pies e introdujo el miembro del enviado dentro del extraño artilugio – esta llave lo abre y lo cierra – se incorporó y le entregó una fina cadena plateada, de la que colgaba una pequeña llave – colócamela y así mi cuerpo también se acordará de ti. Me es imposible hacerlo con estos guantes – concluyó dándole la espalda.

El emisario intentó acercarse a la reina, pero las esposas en sus pies se lo impidieron “te dije que pronto olvidarías que estabas encadenado” dijo riendose. Luego se colocó al alcance de su presa, quien le colgó con suavidad la alhaja. Por supuesto que se podría haber colocado la cadena sola después, o incluso podría guardar la llave sin que formara parte de ningún adorno, pero le excitaba que sus víctimas le entregaran por propia voluntad la llave de su placer. Una vez que el enviado acabó su tarea la reina se dio vuelta y lo besó en los labios, despidiéndose de su prisionero y saliendo del calabozo.

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