
Aquella tarde había sido una auténtica pesadilla: de compras, acompañando a mi mujer, haciéndole las veces de perchero mientras pasaba las prendas de los colgadores, ojeando una por una, hasta sacar la que le llamaba la atención para endosármela y que se la sujetase mientras volvía a la incansable búsqueda del vestido, blusa o falda perfectos. Y después, la aburrida espera a la puerta del cambiador mientras ella se iba probando los trapitos elegidos, saliendo tras cada quita y pon para solicitar mi opinión. — Esa chaqueta te queda genial —le había dicho una vez—. Ese vestido es muy bonito […]