Me siento como en el fondo de un inmenso foso… La luz no llega salvo ligeros destellos que, por lo que parece, mis párpados no logran detener… ¿Por qué no consigo abrir los ojos?  Mis sentidos van volviendo a mí poco a poco pero mis movimientos continúan ausentes, como si mi cuerpo no respondiera a mi cerebro o bien mis músculos estuvieran absolutamente embotados…  Mis oídos captan el mundo a mi alrededor pero las frases llegan cortadas… como si estuviera tratando de establecer una comunicación a larga distancia que cada tanto se interrumpe…
        “…haciendo lo posible…………… las posibilidades están pero son remotas……………..sólo queda esperar…………en la mayoría de los pacientes no……………”
          ¿Quién está hablando?  Desconozco esa voz… ¿De qué habla exactamente?  ¿En dónde estoy?  Necesito moverme… necesito ordenarle a mi cuerpo que se mueva… pero por más que lo intento sigo ahí, como presa de la inercia de un sueño profundo que se niega a abandonarme en la mañana… ¿Estoy dormido?  ¿Estoy despierto?  ¿Qué tan dormido?  ¿Qué tan despierto?
          “¿Y durante cuántas semanas puede estar alimentándose con suero?”
            ¡Esa voz sí la conozco!  ¡Es la de Liz!  Es decir… de quien iba a convertirse en mi esposa en poquísimos días… ¿Iba?  ¿Por qué dije “iba”?  ¿Qué pasó?… Un cúmulo de recuerdos entremezclados parece asaltar mi cabeza formando una nebulosa indefinible… Imágenes, voces y rostros se entrecruzan… Y un auto… Sí, un auto… Luces de frente en la ruta… Algo me enceguece: estruendo… y casi a continuación…silencio.
           “No hay un límite – explica la voz que había escuchado yo al principio, la cual es evidentemente masculina -.  Podemos mantenerlo con el suero y el respirador artificial tanto tiempo como sea necesario, pero claro, es importante que entienda que su situación es muy delicada… Quiero decir con esto que está en un estado que lo hace extremadamente frágil ante cualquier mínimo inconveniente dada su nula capacidad de reacción”
              Un silencio se produce tras las palabras del hombre que habló, sea quien sea éste… Puedo escuchar la respiración de Liz…entrecortada, como si estuviera al borde del sollozo pero lo contuviera.
             “¿Y qué… posibilidades hay de que vuelva en sí? – preguntó al cabo de un rato.
            Ahora fue el hombre quien hizo un largo silencio antes de hablar…
            “Eso… es algo que desconocemos, señora… Su esposo…”
            “Mi novio” – le corrigió Liz.
            “Su… novio no da señales de actividad alguna después del accidente.  Y está atravesando un coma cuatro…”
          ¿Accidente?  ¿Qué accidente?  ¿De qué hablan?.. Ah, sí, súbitamente un destello de recuerdo parece encenderse en mi mente… Un auto, sí… un auto de frente… Dos luces encandilándome dirigidas hacia mi rostro… Pierdo el control… El auto se desvía y comienza a correr terraplén abajo por el costado de la ruta… Voy hacia una alcantarilla… Puedo verla, sí… puedo verla…
           “¿Hay gente que sale de un coma cuatro?” – intervino una tercera voz sumamente quebrada, a la cual reconocí como de mi madre.
           “La hay, sí… Nada está dicho… La cuestión acá es como vaya evolucionando en los próximos días… La contusión ha dañado seriamente el cerebro y desconocemos aún hasta qué punto la lesión pueda haber provocado un daño permanente”
           “¿Qué significa en este caso daño permanente?” – indagó Liz.
          “Hmmm… digamos que existe la posibilidad de que quede en un estado vegetativo de por vida…”
Mi madre rompió en sollozos y, aunque no podía ver a Liz, me di cuenta de que debía haber bajado la cabeza y estaría también al borde del llanto, tal como quedó demostrado por la actitud del hombre que hablaba…
           “Pero le repito señora… señorita… Es algo que sólo sabremos en la medida en que los días vayan pasando y veamos cómo responde a los estímulos… Hoy por hoy no podemos arriesgar un pronóstico certero…”
           Mientras siguen hablando, las imágenes siguen acudiendo a mi mente… Voy a la alcantarilla, sí, voy hacia ella… De pronto… sólo hay vacío…, vacío…, vacío… Me siento flotar… ¿En dónde estoy?  No lo sé, pero mi cabeza se comienza a poblar de imágenes del pasado… Mi nombre es Lucas, tengo treinta y dos años y soy ingeniero en sistemas… Trabajo para una empresa multinacional pero a la vez tengo un local de servicio técnico de computación que, gracias a algún dinero ahorrado, pude instalar a unas cinco cuadras de casa… Mi trabajo, desde ya, no me permite hacer demasiada presencia física en el lugar pero, por suerte, tengo el apoyo de Gastón, un empleado tan fiel como brillante, un chico de apenas diecinueve años que, a pesar de su corta edad, es lo que podría decirse un prodigio absoluto en la materia…

         ¿Y quién es Liz? Ah, mi novia… ¿se los había dicho?  No lo recuerdo… El caso es que mi soltería se prolongó por largo tiempo y, poco a poco, fui viendo como mis viejos amigos del colegio o de la vida se iban casando o bien formaban parejas estables en tanto que yo nunca “sentaba cabeza”.  Hasta que apareció Liz… Hacía sólo un año y medio que estaba con ella pero puedo asegurarles que fue suficiente: desde el día en que la conocí supe que Liz era distinta.  Empleada administrativa de una empresa que era clienta de aquella en que la que yo trabajaba, dueña de un particular encanto y educación al hablar, una conversación versátil que se puede adaptar a cualquier entorno y a cualquier persona, y todo ello sin hablar de una figura envidiable, unos hermosos ojos marrones y una cabellera castaña que le luce particularmente bien cuando lleva el pelo suelto y planchado.  Chica seria… no crean que fue una fácil conquista, no porque se pusiera en difícil, sino porque se trata de una gema a la cual hay que manipular con cuidado de que no se dañe en el proceso de conocerla.  No es, según ella misma lo ha manifestado, gran amante de las salidas nocturnas salvo, obviamente, las que hacemos juntos cada tanto.  Mujer difícil para los hombres: tratará a todos con respeto, pero jamás se mostrará como una chica fácil y regalada… Ah, tenía veinticinco años cuando la conocí… Veintiséis en este momento…
        Liz fue motivo suficiente para cortar una ya dilatada y tardía soltería.  Lo teníamos todo listo… Faltaban sólo tres días para casarnos… Ambos teníamos muchas expectativas puestas en ello, no sólo por el evento y la fiesta en sí, sino por el hecho de que iniciaríamos una nueva vida, desconocida por cierto para mí pero que se avizoraba como prometedora al lado de una persona que, por fin, sentía que llenaba un montón de ausencias que ninguna mujer había llenado antes.  Era, decididamente, la mujer junto a la cual quería compartir el resto de mi vida.  Ni se me  cruzaba la posibilidad de que tal destino pudiese quedar trunco: no lo veía en mí, no lo veía en ella… Pero el destino suele burlarse de nosotros… Y en ocasiones nos lo hace notar andando en auto por la ruta…
         Cada vez que los recuerdos vienen a mi cabeza sólo nado en un mar de felicidad porque realmente ella fue y es el motivo de un cambio trascendental en mi vida.  Es por tal razón que, cualquiera sea la situación en la cual hoy me halle, no puedo menos que sentirme gozosamente embriagado con esas imágenes… Y en esa borrachera de los sentidos los días aquí pasan… y cada tanto vuelvo a tomar contacto con la realidad.  Pero… ¿qué es realidad y qué es sueño en todo esto?  ¿Y si es un sueño del cual voy a despertar?  Pero las voces parecen tan reales… No soy consciente del paso del tiempo… ¿Cuánto llevo en esta situación? ¿Días? ¿Meses?  Ahí está nuevamente la voz del hombre que antes hablara, a  quien definitivamente tendré que llamar “médico”…
           “…puede respirar por sus propios medios… ese es el único reflejo que en este momento le encontramos… – está diciendo -.  Por esa razón es que lo hemos sacado de terapia intensiva…”
          ¿Cuántos días han pasado?  La última vez habían dicho que yo tenía puesto un respirador artificial.  ¿Es verdad todo esto?  ¿En dónde estoy?
           Tanto Liz como mi madre parecieron recibir como buena señal el que estuviera recuperando al menos parte de mis reacciones a los estímulos.  Pero… ¿por qué estoy yo oyendo todo?  Eso es obviamente algo que ellos no saben… Quiero abrir mi boca y decirles… gritar… Pero no hay caso: mi lengua, como todo el resto de mi cuerpo, no responde a las órdenes que emanan de mi cerebro…
             En determinado momento se produce un silencio en derredor, por lo menos silencio en lo que tiene que ver con el entorno próximo circundante, ya que a mis oídos no paran de llegar los inconfundibles sonidos que identifican a los pasillos de los hospitales, pero parece evidente que en la habitación ha quedado una sola persona; puedo reconocer el taconeo en el piso: es Liz, yendo y viniendo… Mi Liz: aun sin verla puedo imaginarla con su elegante atuendo de oficina porque seguramente vendrá de su trabajo y ello me da la pauta de que deben ser más de las seis de la tarde, precaria ubicación temporal que puedo yo tener en este ciego mundo en que me hallo… Los oídos se nos van aguzando en la medida en que se convierten en nuestros únicos intermediarios con el mundo circundante… y me parece increíble estar reconociendo el bailoteo de los dedos sobre el teclado de su teléfono celular… Está llamando a alguien…
           “¡Hola!… ¿Cómo estás?… – se producen cada tanto los consabidos instantes de silencio después de cada frase, señal de que alguien contesta -… Y… ahí andamos, remándola como se puede… No, no, por ahora está estable… Lo sacaron de terapia porque respira por sus propios medios… No es para ilusionarse mucho pero es algo, qué sé yo… Y… sí… ¿Vos, Gasti?  ¿Cómo estuvo tu día?…”
             Gasti… está hablando con Gastón… Claro, es más que probable que ese pobre chico esté encargándose de todo lo referente al negocio al estar yo en el estado en que me encuentro…
            “Sí… yo también te extraño mucho…”
            Si mi corazón sigue funcionando, estoy seguro que durante unos segundos debió haberse detenido… Gastón y Liz se conocen desde ya… pero… ¿tanta confianza?  ¿Qué es eso de que lo extraña mucho?  Siento impulso de crispar los puños y de abrir los ojos… pero mi cuerpo… por supuesto, sigue sin responderme…
            “Y… – sigue diciendo Liz -.  Yo… hoy me voy a quedar acá… Entendeme…”
            ¿Entenderla?  Le está diciendo que se iba a quedar la noche cuidando a quien es su novio y su por ahora trunco esposo… ¿Y él tiene que entenderla?  ¿Entender qué?
            “Jaja… Sí… Ya sé Gasti… ya sé… Yo también tengo ganas de verte esta noche pero… ya habrá oportunidad… disculpame… Dale, dale… sí, sí, quedate tranquilo… Ajá, está bien… Listo, listo… Te mando un besito… ¡Yo también!  Chau chau…”
             Y cerró el diálogo con un inconfundible “chuic”… Esto tiene que ser un sueño… Tiene que serlo… Una pesadilla… El destino, que se burló de mí en la ruta al tronchar mi casamiento y mi felicidad, ahora se complace en dejarme inmóvil sobre una cama de hospital escuchando palabras que taladran mis oídos y me desgarran por dentro… Pero no puede ser real, claro que no… Yo voy a despertar de esto…
            Las horas pasan.  Todo parece discurrir con normalidad.  Como suele ocurrir en los hospitales los ruidos de los pasillos se van apagando poco a poco en la medida en que llegan las sombras de la noche pero cada tanto el silencio se ve interrumpido por alguna enfermera desplazando algún carrito o bien por algún timbre de llamada desde alguna habitación… Se nota que ya es noche cerrada… Alguien se acerca… Oigo los pasos y luego los goznes de la puerta al entreabrirse…
            “¿Cómo va todo?  ¿No vas a intentar dormir un poco?” – reconozco la voz; es el mismo médico al que escuchara tantas veces antes hacer anuncios sobre mi estado y mi evolución.  Ahora resulta que la tutea…
          “No puedo dormir en una silla, no hay caso” – responde Liz, entremezclándose sus palabras con un bostezo y una aparente sonrisa.
           “Podés usar la otra cama… No hay problema”
           “Pero… ¿y si llegara algún interno en la noche?”
           “No va a llegar – responde lacónicamente el médico, por cuya voz ya deduzco para esta altura que es un hombre joven, tal vez de la edad de Liz, o sea que debe haberse graduado hace muy poco -.  Ya me encargué de eso…”
           “¿De qué?” – pregunta Liz.
           “De que nadie ocupe esa cama”
           “¿De verdad? – es fácil descubrir en el tono de Liz cuando habla sonriendo -.  ¡Sos un genio Javier!”
            Definitivamente el tuteo es ahora recíproco y permanente… y no se dan una idea de cuánto me molesta.
            “Sí – explica él -.  Presenté un estado de situación solicitando que el paciente no esté acompañado en la pieza con el argumento de que así lo requiere su pronta recuperación”
             “Genial – acuerda ella -.  ¿Tenés que quedarte esta noche?”
             “No – detecto un lamento en el tono de él -.  Hoy no me toca… Por eso me gustaría saber si vas a necesitar algo”
            Una leve pausa se produce antes de que Liz responda.
             “De momento no… Je, ya bastante hiciste con conseguirme la cama disponible…”
           Otra vez se produce un silencio… ¿Qué es lo que no puedo ver?  ¿Qué está pasando?  ¿Detecto ligeros guiños cómplices en las palabras o es sólo una sensación mía?
             Permanecen hablando un rato.  ¿Cuándo se va él?  ¿Hay necesidad de que le cuente tanto ella sobre las cuestiones de su trabajo, los problemas de la oficina?  ¿Y de que él le hable de las frustraciones amorosas recientes con un tono deliberadamente compungido que pretende, claramente, servir de señuelo para atraer a una mosca?
             Por fin se va… Hay un beso de despedida… No te irrites, Lucas, fue en la mejilla, se notó… Lo importante es que él se fue… En la habitación quedo sólo yo… y ella… como siempre debió ser… Como se suponía que iba a ser apenas tres días después del fatídico accidente que me había arrojado sobre una cama de hospital en coma cuatro…  A propósito, ¿en qué estado estará mi cuerpo?  No hay, desde ya, forma de saberlo… ¿Y qué si mi rostro ha quedado totalmente desfigurado y ella ya no quiere mirarme?  ¿Podré caminar?  ¿Y si he quedado impotente?  ¿Cómo puedo estar seguro de que mi zona genital se mantiene indemne?  Ella está recostada sobre la cama de al lado… pude darme cuenta del momento en que se echó sobre la misma por el crujido del material ya que, seguramente, no le han puesto sábanas considerando que, de acuerdo a las palabras dichas por el joven médico, no se espera paciente alguno para ocuparla…  No está durmiendo a pesar de todo… Durante algún momento mira la televisión… A un volumen muy bajo para no molestar a los de otras habitaciones… En algún momento pueden identificar mis oídos que ha tomado su teléfono celular… y está marcando un número… Se producen unos segundos de suspenso una vez que sé que ha ya finalizado el marcado y aguarda una respuesta al otro lado…
           “Hola… ¿Gasti?….. ¿Qué hacés bombón?”
           Ahora sí me siento profundamente irritado…  Mi corazón late con fuerza; puedo oírlo, ¿cómo puede ser que nadie más lo advierta o que el resto de mi cuerpo no responda en consecuencia? Me viene a la cabeza aquel personaje de Poe que no podía creer que los demás no escucharan lo que él sí…  Quiero crispar los puños… No puedo… Mis músculos tienen que despertar… Tienen que hacerlo ya…
           “Y… sí… yo también te extraño mucho mucho… Y si no fuera así, no te hubiera llamado, ¿no te parece, tonti?”
            Todo mi cuerpo se tensa… Necesito despertar… necesito hacerlo… ¿Por qué tanta crueldad hacia mí?  No puedo creer lo que oigo… ¿Liz haciéndome esto?  ¿Y Gastón?  ¿Desde cuándo tienen algo?
             “Ya sé, bombón… Pero bueno, falta poquito para mañana a la noche… Tengamos paciencia, ¿sí?… Además lo bueno de esto es que cuanto más tiempo pase te voy a agarrar más caliente, jiji…”
              Quiero moverme… no soporto más… ¿Por qué tanta crueldad conmigo?  ¿Qué fuerza del más allá se complace en privarme del movimiento pero a la vez permitirme escuchar?  ¿Quién es el que se divierte tan sádicamente conmigo?
               “Jeje… Obvioooo, nene… – continúa -.  Yo también voy a estar más caliente……………..Epaaaa,je…y, sí……..ya sabés…….para lo que quieras, bombón”
                La charla sigue durante algún rato más; por momentos gira sobre temas “intrascendentes” como el trabajo o incluso mi propio estado de salud; Liz parece adoptar un tono compungido cuando se refiere a mí pero esa sensación se evapora cuando pocos instantes después se advierte que la conversación vuelve a adquirir un cariz lascivo… ¿Cómo pude estar tan ciego?  ¿Hará mucho que sostienen una relación clandestina?  Finalmente se despiden… Un largo beso de ella arrojado al celular es el cierre y luego el clásico “yo también”… La tortura cesa, al menos en parte… Es decir, los clavos han dejado de infligirme dolor físico pero el dolor sigue por dentro… Ella ahora está en silencio… Al rato la respiración se le vuelve algo más acompasada y monótona y momentos después está durmiendo…
            Ya han pasado dos días de la charla por teléfono con Gastón.  Anoche ha estado aquí mi madre y todo ha estado “tranquilo”.  Sin embargo, mi cabeza no ha dejado ni deja un momento de transportarse hacia algún punto afuera de este maldito hospital y de este cuerpo que me retiene como prisionero… No sé cuál será ese punto, tal vez la casa de Gastón, tal vez un albergue transitorio junto a la colectora de la autopista, tal vez el asiento trasero del auto de él o del nuestro, tal vez mi local de computación, tal vez nuestra propia casa… y nuestra propia cama… ¿Y qué estarán haciendo? …
           De pronto reconozco la voz de Liz; ha vuelto después de dos días.  Ayer no me ha visitado para nada… ¿Muy entretenida tal vez?  No pasan unos instantes y ya la estoy oyendo hablar con el doctor… con Javier, maldito buitre… El “chuic” en la mejilla es cada vez más efusivo cuando se saludan… y más prolongado también… Hablan por poco rato ya que él, por fortuna, tiene que irse a atender a otro paciente: en ese breve rato le pregunta a Liz cosas sobre cómo estuvo su día o sobre su trabajo y yo me pregunto qué mierda le importa… Pero lo cierto es que Liz contesta solícita a cada una de sus preguntas y lo hace con la misma naturalidad que lo haría en cualquier charla entre amigos; no hay visos de que mi novia lo esté sintiendo como un interrogatorio… Él se marcha, pero promete regresar a la noche, cosa que, por supuesto, me intranquiliza…  Ella queda en la habitación; durante algún rato se escucha el entrar y salir de enfermeras; jamás hay señales de que la cama de al lado esté ocupada o de que haya alguien más en la pieza: el doctorcito cumple con la promesa que hizo a mi novia de no permitir que se ocupe la cama contigua…
          Luego los ruidos cesan y la calma se apodera del lugar, señal inequívoca de que el horario de visita ha concluido y, una vez más, resuenan  los pasos en los corredores, pero cada vez de manera más esporádica.  Liz tiene el televisor encendido con el volumen muy bajo.  En algún momento se advierte que sus dedos están pulsando el maldito celular y comienzo a temer otra tortura… Y una vez más no me equivoco:
           “¿Qué hacés, bombón? – Liz mantiene el tono de voz lo suficientemente bajo como para no llamar la atención de las enfermeras que andan por los pasillos -… Bien, ¿vos?… Y… dolorida, nene… hoy me costó estar sentada en el trabajo, jaja… ¡Me diste como en bolsa!…….Jajaja… sí…¿y qué pretendés si me dejaste la cola a la miseria? ¡Sos un guacho!… ¡Sí, jaja… obvio que la tenés grande, bombón!”
             No puedo creerlo… Le hizo la cola… Siempre me decía que no le gustaba esa práctica… La charla sigue durante un rato más y ella se mantiene divertida todo el tiempo y matizando con toques de picardía que remiten a algún momento compartido entre ambos. Me siento explotar, me siento morir… de hecho, quisiera hacerlo, pero hasta eso me está impedido…
           Por suerte resuenan pasos en el corredor…
           “Te tengo que dejar, bombonazo… viene alguien – anuncia Liz que también ha detectado los pasos -… Sí, lindo… yo también te quiero… besito… luego hablamos… muack!!”
            Mientras yo no dejo de maldecir para mis adentros (por cierto, no puedo de ningún modo hacerlo de otra forma) alcanzo a percibir que en el exacto momento en que ella corta la conversación, los pasos se han detenido muy posiblemente bajo el vano de la puerta.  Después de tantos días en este lugar, los oídos se me van acostumbrando y aguzando, de tal modo que ya tengo un “plano auditivo” de la habitación… En principio, la llegada de alguien es un alivio para mí ya que significa que la charla entre Liz y Gastón, tan cruel para mis oídos, se verá interrumpida al menos por unos instantes… Pero esa sensación se esfuma cuando reconozco en las palabras del recién llegado la voz del médico, de Javier… Creo que ahora estoy peor que antes; al menos de Gastón la separaba una línea de telefonía móvil… En cambio, entre ella y el doctorcito habría sólo unos pocos pasos de distancia…
           “ ¡Hola!” – le saluda ella con un deje en la voz que no puede ocultar alegría ante la presencia.
           “Hola…” – le corresponde él y tengo la sensación de que trata de imprimir a su saludo un toque de sensualidad… Me irrita profundamente…
           “¿Ya terminaste hoy?” – pregunta ella.
            “Tengo que permanecer esta noche”.
            “Ah… ¿de guardia?”
            “Casi… no es exactamente lo mismo pero hay un paciente muy delicado cuyo estado tengo que supervisar durante esta noche.  En lo personal no creo que llegue a mañana… Y si lo hace no creo que llegue a pasado…”
            “Ay – se lamentó ella -.  Pobre familia… qué horrible”
            “Sí…”
           Se producen unos segundos de silencio que logran ponerme nervioso…
            “Y… ¿por qué no estás en la pieza del paciente?” – pregunta ella.
             “Si no va a pasar de esta noche o a lo sumo de mañana, ¿qué sentido tiene?” – responde él con una lógica de lo más perversa.
            “Ah…” – concede Liz quedando aparente e increíblemente conforme con la explicación… Comienza a quedarme claro que ambos están en el lugar del sanatorio en el cual quieren estar…
            “Estás hermosa” – suelta él a bocajarro.
             El silencio que sigue evidencia que el piropo tomó con las defensas bajas a Liz.  Podría esperarse que ella le ponga en su lugar por pasarse de la raya y desubicarse… pero a esta altura ya no sé qué puede esperarse… En efecto, cuando finalmente brota una respuesta de los labios de ella lejos está de sonar rebelde o esquiva sino más bien sumisa y entregada…
             “Gra…cias” – balbucea.
              Hiervo por dentro.  Como un volcán encerrado en un envase corporal.  Como si mil ríos de lava pugnaran por salir de mi interior… Escucho clarísimo el sonido del picaporte.  Él cerró la puerta… Una vez más el silencio más atroz se apodera del lugar… Mis sentidos tratan de captar la escena…
             “¿Te pusiste un poco nerviosa o me pareció a mí?” – pregunta él.
              “Pe… ¿perdón?”  – tartamudea ella.
              “Que me pareció que te pusiste un poco nerviosa cuando cerré la puerta”
            “Hmmm… eeeh… no, no…no es eso…” – sigue tartamudeando Liz.
            “Si no te sentís cómoda, me voy” – espeta él con un deje de caballerosidad que, sin embargo, muestra indicios de perversa amenaza.
            “No… – se apresura a contestar ella -, no te vayas por favor”
            “¿Qué dijiste?”
           “Que… no te vayas… por favor”
            “Me gustó ese por favor – dice él, con aire soberbio -.  Decí la verdad… te morís de ganas de que te dé una buena cogida, ¿no?”
            Alcanzo a detectar en Liz un respingo; suelta una especie de exclamación ahogada, como si hubiera aspirado aire al ser pillada por sorpresa.  Creo que si hay un momento en el cual Liz debería ponerle los puntos a ese maldito hijo de puta, es ahora…
          “S… sí” – responde ella, una vez más balbuceando.
          “¿Sí qué?” – repregunta él con un tono de voz infinitamente más seguro.  Evidentemente se mueve sobre un terreno que ya conoce bien y en el cual está más que claro que lo deben acompañar los éxitos.  Tal vez tenga una larga lista de esposas o novias de pacientes internados o incluso de viudas rendidas a sus pies.  Es su juego y mal que me pese y aun sintiendo todo el odio que siento dentro, está bien claro que lo sabe jugar…
            “Quiero… que me cojas…” – responde Liz.
            “Por favor…” – agrega él.
             Una vez más se produce un momento de silencio.  Finalmente Liz habla.
            “Quiero que me cojas… por favor”
                                                                            CONTINUARÁ
 

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