
-Tu nombre. Me incorporé, aturdida por los golpes, completamente desnuda. Escupí un esputo sanguinoliento al suelo de la sombría celda. -Nash. El puñetazo se clavó en mi estómago, dejándome sin aliento. Volví a caer de rodillas. -No, escoria. Tu nombre es “escoria”. Repítelo. ¿Cuál es tu nombre, escoria? Miré con odio al hombre que me hablaba. Targhan, un sargento de los Regimientos Coloniales de aspecto duro como el acero. Sus puños desde luego sí que lo eran. Mi labio partido me dolía casi tanto como mi ojo amoratado. -Nash. Me llamo… Nash. Sonrió. -Eres dura, escoria. Lo reconozco. Y lo […]