
Edward S. Drusten le indicó al chofer el joven que surgió por la puerta principal del edificio. ― Es él. No le pierdas. ― Claro, señor – contestó lacónicamente, acostumbrado a las extravagancias de su jefe. No sabía para qué iba a seguir su patrón a aquel niñato, pero se dijo que no debería tener más de diecinueve años, como mucho. El BMW de alta gama se despegó de la acera, sin apenas ruido, incorporándose al tráfico con mucha suavidad, sin perder de vista al esbelto joven, quien caminaba por la acera a vivo paso. Amparado en los cristales tintados, […]